jueves, abril 23, 2015

Del Enamoramiento al Amor Consciente

Ramiro Calle

Uno no se enamora voluntariamente, sino que la atracción le toma, le arrebata y le absorbe. La persona se ve arrebatada por sus sentimientos amorosos e incluso se siente inerme si quiere luchar contra ellos. El enamoramiento es mecánico, no depende de un acto de volición, no lo toma la persona sino que ella es tomada por él. Son muy significativas las palabras del califa de Abdeoba, que declaró:
“No la amo porque sus labios sean dulces, ni brillantes sus ojos, ni sus párpados suaves; no la amo porque entre sus dedos salte mi gozo y juegue como juegan los días con la esperanza; no la amo porque al mirarla sienta en la garganta el agua y al mismo tiempo una sed insaciable; la amo sencillamente porque no puedo hacer otra cosa que amarla. Si yo pudiera mandar en mí quizá no la querría, pero a tanto no llega mi poder”.

En el tantrismo, el practicante que no es célibe, se sirve de la pasión como trampolín para acceder a otros niveles de consciencia, pero para ello hay que abocarse a la pasión desde el desapego, para que la misma no turbe al amante y pueda no dejarse atolondrar por el disfrute sensorial y a pesar del mismo mantener la consciencia clara. Si el amador se identifica de tal modo con la amada que extravía su consciencia-testigo y se apega o aferra, se pierde parte del sentido tántrico de la instrumentalización de la energía amorosa que tiende a la elevación de la consciencia. El cebo se convierte en un anzuelo envenenado y el ritual tántrico en lugar de poner alas de libertad a la consciencia, la extravía. Pasar por el fuego del amor mágico sin quemarse es una proeza. Muchos, al buscar la libertad, no hacen otra cosa que encontrar grilletes. Es necesario el desasimiento. La pasión sin sabiduría es la miel que muchas veces se torna en hiel. En el enamoramiento uno ama el placer que la otra persona nos reporta, pero no a la persona misma. El verdadero tántrico insufla la pasión para ir más allá de la pasión.

Se pone a prueba para poder degustar el néctar de la pasión sin permitir que le aliene. Se aspira a una experiencia de unidad que va más allá del puro deleite de los sentidos. Por eso el acto amoroso adquiere un carácter sacro. No se trata del largo desenfreno de los sentidos, como promueven los pseudotántricos o falsarios, sino de una reorientación de la libido para ir más allá de la libido y despertar una percepción de naturaleza especial. Si se queda uno tan sólo en la pasión arrobadora, la consciencia se obsesiona y estrecha en lugar de ensancharse y liberarse. Un mentor dijo: “Al final del sexo, el amor”. Pues cuando la persona no está obsesionada por el deleite puramente sensorial, se aspira también a una comunión de almas, que da lugar al inspirador y revelador almor (amor del alma). Eso no quiere decir que en el amor consciente o con sabiduría no quepa la pasión, pero la persona que ama conscientemente puede ser muy intensa sensualmente, pero sin perder su consciencia clara y bien abierto el ojo de la sabiduría, evitando así el aferramiento y la obsesión. Asimismo, hay una notable diferencia entre el vulgar amante y el gran amador. El vulgar amante es mecánico y egoísta; el gran amador es consciente y generoso.

La relación sexual tántrica no es cotidiana, sino sacramental; no se celebra en el plano de los sentidos ordinarios, sino de las energías que transportan a la comunión con el amante y a través del mismo con todas las criaturas sintientes. Pocos se entrenan y capacitan para ello. En el ámbito del denominado neotantra hay una verdadera legión de embaucadores y caraduras. Utilizan el rito no para abrillantar la consciencia, sino como pretexto para desatar los sentidos. Una cosa, pues, es el ritual erótico-místico del tantra y otra utilizar como artimaña un tantra degradado para convertirse en un coleccionista compulsivo de contactos sexuales. Por otro lado, el tantra, que es un sistema liberatorio muy antiguo, no sólo trata de reorientar hacia lo Pleno la energía sexual, sino todas las energías: mentales, emocionales, instintivas, supramentales. Para ello existen un gran número de enseñanzas y métodos.

Cualquiera puede enamorarse, pero muy pocos amar conscientemente. No entraremos ahora a abordar el tema del complementario o alma gemela (puede haber diferentes almas gemelas y no sólo una a lo largo de la vida), ni del amor mágico o el amor predestinado. Vamos a centrarnos e ese amor consciente que muy pocos desarrollan y que es tan raro que el antiguo adagio reza: “Los dioses aman conscientemente, y el que ama conscientemente se convierte en un dios”. Es el amor con conocimiento, sabiduría, consciencia, en busca más de la comunión que de la mera o superficial comunicación.
El amor consciente es el que libera la relación de afán de posesividad, reproches, impositivismos y exigencias, expectativas que conducen a la frustración, inútiles idealizaciones y resentimientos, manipulaciones por sutiles que sean y proyecciones que quieren inventar a la persona que se dice amar en lugar de aceptarla. El amor consciente construye vínculos afectivos sanos; talla relaciones genuinas. En el enamoramiento, como ya hemos indicado, no vemos a la persona como tal, sino el placer que nos reporta; en el amor consciente vemos a la persona en su totalidad y ponemos los medios para que sea feliz y libre aún a riesgo de perderla. La otra persona no es un artículo de nuestra propiedad y tiene entidad propia. No queremos limitarla, sino cooperar en su dicha e independencia psíquica. Aprendemos a asir y a soltar. El amor consciente no es egocéntrico y por eso puede haber un real encuentro de almas y no sólo de cuerpos. Y las almas alcanzan dónde los cuerpos no pueden.