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sábado, octubre 22, 2022

1986-2016 El Singular Caso del Uritorco en Capilla del Monte y su Historia Esotérica

Fernando Jorge Soto Roland

ENSAYO - 30 años conviviendo con extraterrestres en las sierras de Córdoba.


Introducción

Secretos y grupos secretos que se mueven en secreto, fuera del alcance de la vista del mortal común y corriente, sobran dentro del mundo del esoterismo.

Fundaciones, asociaciones, cenáculos de estudio, logias, prioratos, órdenes y hermandades son los principales protagonistas de ese sustrato oculto que, como en todos los países, existen en la Argentina sin que mucha gente lo sepa.

Es lo más parecido a una novela de Dan Brown, aunque en ciertos casos mucho más peligroso ya que constituyen grupos reales, integrados por individuos reales que esgrimen pensamientos y proyectos que atentan contra los ideales racionalistas de la Modernidad, la democracia participativa, la libertad y el igualitarismo.

Tal vez por eso se cuidan de no asomar mucho la cabeza. Prefieren las sombras y, en lo posible, el anonimato. Desde ahí desarrollan, sin consecuencias inmediatas, sus propuestas abiertamente racistas, en ciertas circunstancias antisemitas, tanto como marcadas inclinaciones aristocratizantes y mesiánicas, milenaristas, incluso pro-nazi o fascistas.

Es en este universo cerrado, repleto de secretismos y sabios que arrastran a grandes masas acríticas hacia creencias delirantes y prácticas rituales por demás extrañas y sincréticas, en donde se forjaron las historias que trataremos en este ensayo.

Todo parece indicar que los brujos de turno han hecho bien su trabajo.

Sus ideas se colaron y prosperaron fuera de los núcleos originarios, arrastrando a cientos de personas y empresas dedicadas al turismo; quienes inocentemente y de manera subliminal, difunden concepciones, proyectos e ideologías para nada inocuas.

Se han camuflado bien. Disimularon con cuentos y leyendas inventadas (que a la postre terminaron creyéndoselas) otros dislates más oscuros, que por lo general parten de una literatura esotérica de derecha que enmascara concepciones imperialistas, nacionalismo tradicional extremo y segregación racial.

Representan la veta mística del conservadurismo reaccionario.

Por eso no es de extrañar que muchos de sus miembros provengan de las clases medias altas, cultas, que siempre han sido el semillero predilecto en donde germinan las más desquiciadas teorías y de donde salen los energúmenos que las difunden.

Por lo general, sus gurús son amantes de las sociedades orgánicas. De las jerarquías, del orden y de la seguridad que sólo la obediencia puede ofrecer. Sueñan con ello y creen que constituyen las bases de un Nuevo Orden, cuyo origen no dudan en ubicar en una Edad Media idealizada y a la que, nostalgiosamente, quieren volver (ahora) de la mano de entidades extrañas. Un verdadero paquete ideológico en el que se mezclan extraterrestres, seres de luz, ovnis, entidades elementales, ciudades perdidas y templarios protectores del Grial marchando a paso de ganso.

Es éste un mundo de sabios e iluminados en los que la duda no tiene cabida, ni los cuestionamientos o repreguntas encuentran eco. Lo que el maestro dice no se discute. Él es la autoridad máxima. El guía. El caudillo lúcido que conduce sin ser cuestionado. Su palabra es sagrada. Intocable. Irrefutable. Inmaculada. Sólo cabe seguirla, obedecerla. Absorber sus verdades reveladas. Ellos sí saben lo que hacen. Conocen el camino. Han sido preparados para eso. Y no importa cuán quimérico sea el sendero. Cuanto más ilógico y descabellado se presente, cuantas menos contradicciones se planteen y mayor sea la credulidad de los acólitos, más seguros están de alcanzar la salvación.

Para estos peregrinos del delirio el resto del mundo vive en el error y la ignorancia; alejados de las verdades sagradas, de los mensajes cósmicos, que sólo los iluminados pueden interpretar y de los que son depositarios.

Como cerebros de un organismo vivo (así conciben a la sociedad), se sienten los rectores naturales de una Nueva Era que se avecina irremediablemente. Y a la espera de ese momento, se ven obligados a no mostrarse demasiado, a conformar grupos cerrados en donde retroalimentarse mutuamente con sus fantásticas ideas conspirativas; para, cuando así los dispongan los Hermanos Superiores, tomar el mundo por asalto.

El conspiracionismo está a la orden del día. La información se escamotea. Las supuestas pruebas siempre están a buen recaudo, inaccesibles, escondidas en recónditas cámaras subterráneas o en manos de cuidadores celosos que darían su vida para que no se revelaran al vulgo.

Por eso se sienten perseguidos, censurados, por lo que llaman la ciencia e historia oficial. A las que consideran engendros intelectuales que no hacen más que criticarlos y relegarlos al absurdo.

Frente a esta supuesta conspiración de los grandes poderes políticos y académicos, ellos resisten desde protegidos fortines ideológicos tomando distintas formas y contenidos; que van desde publicaciones clandestinas en las hacen conocer sus coloridas y más arriesgadas teorías (por lo general revistas trimestrales o sin fechas fijas de distribución), ediciones de autor (libros de tirada muy limitada) que hacen circular en ámbitos aún más pequeños o conferencias muy selectivas (realizadas en casas particulares o sitios especialmente alquilados para ese efecto) en los cuales transmiten sus secretas doctrinas, haciendo uso de un lenguaje críptico, engorroso, que mezcla todo con todo, pero que en el fondo no suele decir nada.

La ciencia (oficial) y la razón (occidental), lejanas a los ideales trascendentes y metafísicos, son sus principales contrincantes. Armas esgrimidas por el enemigo, a los que se acusa de las más terribles calamidades que sufre el mundo. Por eso las niegan y combaten, sumergiéndose en un universo alternativo que, sin contención de ningún tipo, desarrolla el pensamiento mágico llevándolo a niveles inimaginables de delirio; y que nos hacen pensar que, en muchos casos, esconden problemas patológicos o psiquiátricos dignos de tratados en un consultorio.

En el mundo de los míticos, esotéricos y metafísicos, todo, absolutamente todo, es posible. Incluso la existencia de una ciudad perdida y subterránea en las cercanías del cerro Uritorco.

El Emisario que vino del Tibet

Corrían los últimos años de la década de 1970 y Argentina, bajo un estado de sitio permanente, sufría, desde marzo de 1976, la peor de todas las dictaduras militares de su historia. En medio de aquel contexto de terror, sangre y plomo, un controvertido médico de supuesto origen griego iniciaba, desde su consultorio de la avenida Callao 1541, en pleno Barrio Norte de Buenos Aires, el reclutamiento de quienes iban a convertirse en sus admirados discípulos. Acólitos de un culto que iba tomando forma y que, contrastando con el contexto político del país, buscaba centrarse en valores profundamente espirituales, metafísicos, humanitarios y universales.

Nadie podía suponer por entonces que se estaban plantando las bases del actual fenómeno del Uritorco; y que toda una ciudad de la provincia de Córdoba, Capilla del Monte, iba a recibir el impacto, convirtiéndose en la meca esotérica de América Latina.

¿Quién era Acoglanis? ¿Por qué lo hemos caracterizado como controvertido? ¿En qué consistieron sus enseñanzas y quiénes fueron sus seguidores? ¿Por qué el presente éxito turístico de Capilla del Monte le debe tanto a este extraño personaje?

Ángel Cristo Acoglanis hizo de toda su vida un gran misterio, y sus discípulos se encargaron de adornarlo, exagerarlo y difundirlo, al punto de convertir al Maestro, tras su muerte, en un verdadero mártir. No sólo no se sabe de dónde Acoglanis sacó sus singulares prácticas rituales (a las arrastró a decenas de persona), sino que tampoco se conoce el origen de sus místicas teorías; que terminaron dando nacimiento a la etérea, perdida e intraterrena ciudad de ERKS.
Pero no está demás aclarar que no fue el único.

Gurús de ese tipo han surgido en distintas partes del mundo y con resultados similares. En Brasil, por ejemplo, tenemos a un personaje que, desde fines de la década de 1960, fue el responsable de un culto esotérico que ha tenido un largo aliento.

Udo Óscar Luckner (así se llamaba) arribó al Brasil en 1968 buscando datos acerca de la misteriosa desaparición del famoso explorador inglés Percy Harrison Fawcett. Estaba obsesionado con el explorador y sus locas teorías sobre la Atlántida. Por ese motivo se instaló en la región de las Sierras del Roncador, al norte de Barra do Garças (zona en la Fawcett había desaparecido en 1925). Al poco tiempo develó “al mundo” una experiencia personal sorprendente, que dejó a muchos con la boca abierta (por lo incongruente) y a otros, convertidos en ciegos acólitos, que consideraron a este risueño personaje sueco, como una especie de nuevo Mesías.



Según el propio Udo Óscar Luckner, mientras recorría las mencionadas sierras brasileñas se topó con una entrada secreta a través de la cual tuvo acceso a “las profundidades de la tierra” y a una ciudad subterránea en que la encontró seres superiores, portadores de un gran avance espiritual y tecnológico. Esta raza de misteriosos dirigentes sería la encargada de tutelar el destino de los hombres e impartir sus sabias enseñanzas a través de iluminados que, como él mismo, les servían de mensajeros. Con tal objetivo, fundó un singular culto. Una secta cuyo centro de operaciones era el Monasterio Teúrgico de Roncador, al pie de dichos cerros, y cuya misión no sería otra que la de difundir la esotérica sapiencia de los intraterrestres, con los que (supuestamente) Fawcett habría entrado en contacto en 1925. Al igual que Acoglanis, Luckner se transformó en un Maestro, respetado e idolatrado hasta el día de hoy.

Pero Acoglanis no sólo guardó silencio sobre el origen sus singulares enseñanzas públicas. Toda su vida está coloreada de sospechas y mentiras, incluso su propia nacionalidad.

Según él mismo afirmaba (y sus seguidores repitieron al hartazgo) era médico y nacido en Grecia, en donde había pasado su infancia y hecho parte de sus estudios secundarios; pero, debido a cuestiones políticas, se había visto obligado a exiliarse durante un tiempo en Albania (según unos y en India según otros), antes de partir hacia el Tíbet.

Dos de sus seguidores, Ricardo González y Roberto Villamil, transcribieron los dichos de Acoglanis de este modo: “Su familia decide enviarlo a Cachemira (…) donde tenía un tío de buena posición económica. Grecia había estado ocupada por el ejército alemán, que, al retirarse, permitió la feroz lucha de los grupos de partisanos, en su mayoría de formación comunista, que luchaban por hacerse del poder en la desintegrada nación. La familia Acoglanis no comulgaba con esas ideas, razón por la cual deciden enviarlo al exterior para preservarlo. (…) En 1950 llega a la India y luego de instalarse en Cachemira con su tío decide seguir medicina. Para ello se inscribió en la Universidad y, como el tío tenía relaciones con monjes budistas, Ángel accedió (un tiempo más tarde) marchar con ellos al Tíbet”.

Pero, tal como señala el escritor Guillermo J. Dangel: “Fue en esa mudanza en que había perdido el diploma y los documentos.” Todo muy conveniente, claro, si lo que se pretende era ocultar su identidad.
Una vez instalado en el Tíbet, habría ingresado a un monasterio en Lhasa, iniciándose junto con los monjes del lugar en la mistérica medicina religiosa tibetana; y guiado por los sabios de la montaña, habría conocido los secretos médicos que, tiempo más tarde, lo hicieran popular en Buenos Aires.
Hacia los años ’60 ya había llegado a nuestro país, instalándose en la ciudad de Ramallo (provincia de Bueno Aires), en donde tuvo dos hijos. Pero no duró mucho tiempo en el lugar. Se mudó a la localidad de La Falda (Córdoba), donde se volvió a casar y tener un nuevo hijo, que falleció siendo bebé. Divorciado por segunda vez, se trasladó al norte cordobés y en Serrezuela compró un campo dedicándose a la actividad ganadera. Finalmente, y tras entablar relación sentimental con una nueva pareja, se vuelve a mudar a Villa Allende (Córdoba), que fuera el pueblo en donde estableció sus aposentos definitivos y tuviera cinco hijos más. Allí practicó acupuntura, osteopatía y quiropraxia con gran éxito Tiempo después, tras abrir su consultorio en Capital Federal, visitaría Villa Allende sólo los fines de semana para estar con sus seres queridos y realizar sus excursiones por Los terrones y Capilla del Monte.

En Buenos Aires, sus técnicas se volvieron famosas en poco tiempo y la lista de pacientes creció, tanto en número como en calidad. Cuentan que Acoglanis atendía al mismísimo presidente de Paraguay, el dictador perpetuo Alfredo Stroessner, “(…) que se enorgullecía en tenerlo como médico de cabecera.”
Pero no todos tenían la misma opinión, especialmente en el gremio de los médicos. La mayoría siempre lo juzgó con desconfianza. Lo miraron de soslayo y dudaron que efectivamente hubiera conseguido su matrícula en la facultad. Pero las técnicas de Acoglanis parecían surtir efecto entre los enfermos. Todo indicaba que era una excelente quiropráctico y sabía cómo realizar ajustes en los músculos y huesos de la espalda, quitando el malestar y el dolor. No fueron pocos los “colegas” que siguieron llamándolo doctor, aún manteniendo sospechas fundadas respeto de su educación formal universitaria. Otros, en cambio, no dudaron en ver en Acoglanis un excelente médico. Tal es el caso del reconocido pediatra Florencio Escardó, con el que llegó a tener una amistad muy personal, duradera y sincera.

Pero hay que considerar un punto. Escardó tuvo, hacia el final de su vida, una marcada veta de inclinación esotérica, llegando a publicar en el diario La Nación un artículo titulado El Niño y los Ovnis; francamente interesante por el nivel de delirio conspirativo, errores y prejuicios históricos que maneja en sus párrafos.

“Los que sucede con los ovnis es un ejemplo paradigmático. Todo autoriza a aceptar que intereses complejos y oscuros traban la posibilidad de una actitud abierta y sana frente al fenómeno ovni y que no es por rigor científico que se pone en sistemática duda su naturaleza y origen, por el contrario, una copiosísima información científica (digo científica y no técnica) obliga a reconocer su presencia como un fenómeno constante desde las edades más remotas y todas las culturas han dejado documentos de la conciencia que el hombre ha tenido de astronautas y astronaves; aplicar un juicio actual al fenómeno equivale a suponer que los egipcios fueron más atrasados que nosotros porque no conocieron la licuadora. (…) Pienso que los docentes están obligados a exponer a sus alumnos una ordenada documentación de los testimonios que reposan en escritos y documentos y que, hasta el momento, no tienen el menor lugar en los planes docentes, el camino más corto es llevar regularmente a los estudiantes al cine a ver y analizar películas documentales como Recuerdos del Futuro y otras no documentales pero que abordan con alto espíritu problemas de relación del hombre con el cosmos y de su destino en la tierra si se sigue cultivando el actual estilo de destrucción ecológica; sería también adecuado hacerles comentar párrafos del libros como los de Däniken, Berlit, Hansen o Bergier, para no citar sino unos pocos y accesibles. Pero ello será vana labor si al mismo tiempo no se infunde al niño y al joven un abierto espíritu de hermandad cósmica y se ofrece la idea de que quienes viene o pueden venir en las naves no son ni invasores ni enemigos, sino hermanos más evolucionados en cumplimiento de altas y necesaria misiones (…) ”.

Nadie puede poner en duda la extraordinaria capacidad que como médico tuvo Escardó. Pero como dice el dicho: “Al César lo que del César”. Ningún historiador profesional consideraría sus consejos, a no ser para rescatar y señalar los errores que se barajan cada vez que se ponen en el tablero de la historia humana a los mentados extraterrestres.

Sea por motivo que fuere (empatía, amistad, influencia mutuas), Escardó ayudó mucho a Acoglanis (incluso, tras la muerte del quiropráctico, siguió manteniendo con la viuda una sostenida relación amistosa). Nunca refirió o dejó entrever que era un chanta. Todo lo contrario. Confiaba en las habilidades del “griego” al punto de elevar un pedido a la Facultad de Medicina de la UBA para que se formara un tribunal médico y evaluara a Acoglanis, para que así pudiera revalidar su título académico (extraviado en la mudanza antes citada).

Esta solicitud hecha por Escardó está consignada explícitamente en el libro escrito por dos “contactados”, y seguidores de Acoglanis.

“Escardó era muy amigo y a su vez paciente de Ángel. En afán de ayudar a Acoglanis –su amigo- y hacer justicia con su situación curricular, le formó una mesa examinadora con notables de la medicina, para reconocerle su título de médico que no había podido revalidar en el país.”

Pero lo que no dicen es que Acoglanis, en las dos oportunidades en las que el tribunal se conformó para evaluarlo, no se presentó. Se excusó aduciendo que estaba ocupado atendiendo urgencias. Por ende, el paso definitorio que lo hubiera calificado como médico nunca se concretó, y las dudas se mantienen hasta hoy.

Por otro lado, respecto de su verdadera nacionalidad también hay profundos y confusos baches de información. Al carecer de documentación fehaciente que certifique su origen griego, todo hace suponer que ese dato también era falso. Incluso hay referencias de que Acoglanis había sido expulsado de la sociedad helénica de Córdoba al comprobarse que no era efectivamente griego, sino oriundo del pueblo de Ramallo. Si datos como esos fueron tergiversados, es muy posible que el viaje al Tíbet también haya sido producto de su imaginación. Por supuesto, no hay, más allá de las declaraciones que él mismo hiciera en vida, pruebas que sustenten esos dichos.

Como es de notar, las imposturas y las mentiras parecerían acumularse cuanto más nos adentramos en su historia. Claro que, para aquellos que lo creyeron y consideraron un iluminado maestro, todos los cuestionamientos y dudas que surgen entorno a Acoglanis no son más que calumnias o el producto de una operación de desprestigio orquestada por oscuras organizaciones secretas que pretenden mantener en la ignorancia a la raza humana, impidiendo que se conozca no sólo la existencia de extra e intraterrestres, sino los fluidos contactos que ciertos hombres superiores mantienen con ellos desde hace años. Toda persona que esté medianamente familiarizada sobre la delirante mitología contemporánea de los ovnis habrá escuchado hablar de los famosos Hombres de Negro (Men in Black), quienes, “como todo el mundo sabe”, han amenazado, incluso asesinado, a testigos presenciales de ovnis, en especial después del supuesto plato volador que cayó en Roswell, Nuevo México (EE.UU.) en 1947.

Todo un mundo de tinieblas y organismos secretos atentan contra la verdad, imponiendo otra que los creyentes llaman, despectivamente, “oficial”. La conspiración mundial está en marcha y no hay nada que se pueda hacer contra ella. Absolutamente nada. Quien cree en conspiraciones, dijo Jorge Halperín, no necesita pruebas de ningún tipo. Estamos en el universo de la pura creencia.

Ángel Cristo Acoglanis murió asesinado por uno de sus discípulos y amigo personal, a los 63 años de edad, el 19 de abril de 1989, en su consultorio de la avenida Callao de Buenos Aires. Su victimario no era otro que Rubén Antonio, esposo de la socia de Acoglanis en la consultoría alternativa que regenteaban y hermano del conocido financista multimillonario (amigo íntimo de Juan Perón), Jorge Antonio.

El asesino, quien le pegó siete balazos en presencia de una secretaria y varios pacientes que estaban en la sala de espera, expresó al entregarse de inmediato a la policía, que se sentía aliviado por haber matado a un brujo. Y eso fue todo. Claro que la hagiografía panegírica en torno al griego convirtió este luctuoso episodio policial en parte de una operación oculta, que involucraría a altos funcionarios del Estado. Es así como la jueza que llevó el expediente de la causa fue sospechada, dando paso a decenas de especulaciones dignas de un episodio de los X-Files.

Lo cierto es que Rubén Antonio fue declarado inimputable y, tras apenas un año de estar recluido en una clínica psiquiátrica del barrio de Saavedra, fue dado de alta y trasladado a un lujoso departamento de la Recoleta en donde vivió libremente hasta el 28 de julio de 1993, fecha en la que se suicidó tirándose desde la terraza del edificio.

Estas dos muertes trágicas inflamaron la imaginación de los acólitos.
¿Qué escondía el médico griego? ¿Qué perseguía Rubén Antonio? ¿Cuál fue el móvil del crimen? ¿Acaso lo asesinó porque Acoglanis mantenía una relación extramatrimonial con la esposa de Antonio? ¿O fue una mera cuestión de deudas?

Estas hipótesis se esgrimieron en los diarios de la época. Pero eran cuestiones demasiado sórdidas y terrenales. A los seguidores del médico no les bastaron. Algo superior tenía estar tejiéndose detrás del crimen. ¿Una conspiración para ocultar los secretos de Erks? Muchos ni lo dudaron. Incluso hasta el día de hoy siguen diciendo que algo se esconde detrás de ese común y corriente asesinato. Muy típico dentro del mundo de los afectos al misterio y los enigmas.

Lo cierto es que Acoglanis terminó sus días trágicamente y sus restos trasladados al cementerio de Capilla del Monte, donde fueron inhumanos. Allí descansan bajo una lápida en una tumba sencilla, anodina, cubierta casi por completo por un rosal. En ese pequeño predio de tierra reposan los huesos de Sarumah.

Será este nombre el que nos lleve a conocer las curiosas ceremonias que Acoglanis organizó a los pies del Uritorco.


Rituales en las Sierras



Todo aquel que conozca la región de Los Terrones, vecina a la ciudad de Capilla del Monte, sabe de lo impactante que son sus paisajes. De sus gigantescas formaciones pétreas y de las miles de pareidolias que somos capaces de imaginar observando las irregularidades que la erosión hídrica y eólica han producido a lo largo de los siglos. Es el escenario perfecto para desarrollar la imaginación y no es casual que los tours turísticos actuales exploten eso al máximo, estimulando al viajero a ver “rostros”, “animales” y “objetos” de todo tipo “tallados” por nuestras mentes en las sierras.
Fue en este sitio donde, hacia finales de la década de 1970, Ángel Acoglanis se reunía con sus seguidores para contactarse con los misteriosos habitantes de la ciudad intraterrena de Erks; urbe que parece haber sido producto de su propia inventiva y de la que no se tiene referencia antes de que el médico griego hiciera referencia a ella.

¿Qué es Erks? ¿En qué consistieron las ceremonias que presidía Acoglanis? ¿Quién era Sarumah? ¿Qué se perseguía con toda esa parafernalia esotérico-mística? ¿Dónde está plasmado todo este delirio?

Hay en Capilla del Monte un hotel que, en el hipotético caso que se impusieran a nivel mundial de los credos New Age, bien podría llegar a equipararse con el establo de Belén. Es que en sus instalaciones tomó forma definitiva lo que podríamos considerar un nuevo culto: el de Erks y los supuestos Hermanos Superiores que la habitan.

Muchas localidades de Córdoba parecen haber sido signadas a nacer bajo las sombras de un hotel. Es algo común en enclaves turísticos. Tal es el caso del Eden Hotel (así, sin acento), erigido en 1898, varios años antes que sugiera la ciudad de La Falda; o el Gran Hotel Viena de Miramar de Ansenuza, levantado a principios de la década de 1940, y que, si bien no fue el germen del balneario cordobés de Mar Chiquita (sí lo fue el Hotel Mira-Mar), le dio a la región un impulso turístico considerable.

En Capilla del Monte ese privilegio lo tiene el legendario Hotel Roma, ámbito de reunión de Acoglanis y sus discípulos cuando la ciudad todavía era un pueblo y no se había convertido en la Meca esotérica de America latina que es hoy.

Si bien es cierto que otros hoteles, mas tradicionales y antiguos, colocaron a esta zona serrana dentro del mapa turístico argentino (por ejemplo el viejo Hotel Capilla del Monte, frente a la plaza principal), el Hotel Roma tiene un aura muy especial (no podía ser de otro modo) por ser el conventículo que reunió a los primeros grupos esotéricos que se acercaron a esas sierras. Y Ángel Acoglanis fue el pionero. Después desfilaron por sus instalaciones relevantes místicos y oviniólogos, sabios del ambiente, como Pedro Romaniuk, Guillermo Terrera y Fabio Zerpa entre otros. Mucho le debe la ciudad a este singular hotel. Si no hubiera sido por El Roma (como lo llaman casi con cariño) es probable que Capilla del Monte seguiría siendo el típico pueblito serrano, con su “Sendero de las Cabras” para ascender al Uritorco (rebautizado como el “Sendero de los Peregrinos Cósmicos”) , y no la sede del Festival Alienígena del mes de febrero o de múltiples congresos sobre ovnis.

Desde el Hotel Roma partían las caravanas de autos y camionetas, no bien empezaba a bajar el sol, con dirección a Los Terrones. El “guía griego” encabezaba el grupo de elegidos y, tras llegar al sitio convenido, cuando las estrellas titilaban sobre sus cabezas, ellos, los expedicionarios, organizados en semicírculo en la cima del cerro, iniciaban su tan particular ceremonia.

En ese momento Acoglanis, vistiendo una túnica blanca y presidiendo la reunión, empezaba a entonar un extraño cántico (mantra), en un idioma que él decía era desconocido en la Tierra, y que llamaba Irdín, “la lengua que hablan las inteligencias superiores”. Claro que esas estrofas (que no tienen sentido alguno, como es lógico) no eran cánticos al azar. Para los creyentes, el mantra en realidad constituía una invocación a las estrellas y los seres de luz que habitaban en Erks. Pero quien la pronunciaba no era en realidad Acoglanis. Para entonces, el “médico” había canalizado a una entidad de la ciudad subterránea que era quien hablaba a través de él: Sarumah.

Y así, poseído por ese “ser cósmico” y “tras pedir permiso a los hermanos superiores para que se manifestaran”, empezaba el espectáculo.

“(…) Una majestuosa coreografía de luces comenzaban a aparecer y desaparecer. No había dudas de que se estaba entablando un diálogo o comunicación. Nos dan la bienvenida, decía satisfecho Acoglanis. Las esferas descendían del cielo, rodeaban la montaña, los árboles y la vegetación del lugar en una manifestación fantástica que, en la mayoría de los casos, motivaban que muchos de los presentes rompieran en llantos de emoción y otros cayeran desmayados al piso de la montaña.”

“Las luces se acercaban a nosotros casi rozándonos… Y corrían por el cielo de aquí para allá. Iluminaban los árboles, la plataforma donde estábamos parados y la silueta de la montaña que estaba frente a nosotros. (…) Conciente de nuestra alteración, Acoglanis (Sarumah) nos explicó el significado de las luces y el significado de la ciudad intraterrena de Erks, enclave que está invisible a las miradas indiscretas y solo se materializa en determinadas circunstancias. En el lugar, nos dijo, conviven aproximadamente 18.000 seres, entre ellos los ancianos sabios de las estrellas, cuya existencia no puede calcularse en el tiempo conocido por los humanos. Erks (Encuentro de Remanentes Kósmicos Siderales) es uno de los lugares donde se concentra toda la información vital del planeta y su relación con el universo circundante”.

“En contadísimas ocasiones, en medio del despliegue de luces que rodeaban el lugar donde se encontraban los invitados, de la profundidad del valle comenzaban a emanar rayos de luz de distintos colores y en forma mágica: se materializaba la ciudad de Erks…”.

Terminada esta especie de sesión espiritista tan particular, se subían a los autos y regresaban a Capilla del Monte, donde continuaban las clases teóricas del Maestro Sarumah en el Hotel Roma.

Entre 1981 y 1989 los cursos, charlas y visitas nocturnas a Los Terrones se sucedieron periódicamente y Acoglanis, poniendo todas sus energías en el tema, no sólo se convirtió en un contactado famoso dentro del ambiente esotérico sino también en un reverenciado teórico cuyo legado quedó pasmado en una serie de panfletos de reducida circulación, conocidos como Los Diarios de Erks (hoy de fácil acceso por Internet, pero de muy difícil consulta en los años en que fueron escritos).

Los Diarios en realidad no son más que una larga serie de incoherencias, argumentos irracionales y fantasías que parecen salidos de una mente decididamente esquizofrénica, producto de una mezcolanza bien propia de la New Age que terminó fascinando a decenas de personas, muchas de las cuales, con el tiempo, agregaron conceptos e ideas de sus propias cosechas. Tal es el caso de Trigueirinho, un automentado metafísico brasileño que se encargó de difundir mundialmente la existencia de la ciudad subterránea del Uritorco en uno de sus libros, Erks. Mundo Interno (1989); que escribiera por pedido y consejo del propio Acoglanis/Sarumah antes de morir (dicen que él mismo le entregó todo el material necesario para la redacción del trabajo).

La mélange es por momentos lisa y llanamente incomprensible. Un atajo de dislates inimaginables del que daremos cuenta brevemente, a fin de ilustrar los excéntricos conceptos que se transmitían y que, según los creyentes, “sólo los iniciados pueden entender cabalmente”.

Erks (Encuentro de Remanentes Kósmicos Siderales) es una ciudad no-humana ubicada en el corazón lítico del Uritorco. Un sitio de congregación de seres de otros mundos cuya misión no es otra que la de difundir enseñanzas espirituales a los terrícolas. Una especie de centro de entrenamiento del que saldrán los iniciados que sobrevivirán a la hecatombe final por venir.

Acoglanis la llamaba La Ciudad de la Flama Azul y aseguraba que las luces que aparecían en Los Terrones y en el cerro Uritorco eran naves voladoras intraterrestres y, en otras ocasiones, entidades cósmicas evolucionadas que habían alcanzado un nivel de inmaterialidad que los señalaba como seres mucho más avanzados que nosotros, a los que llamaba Hermanos Superiores (a uno de ellos, Sarumah, era a quien Acoglanis canalizaba).

El médico griego afirmaba haber visitado Erks y no le tembló la mano al sentenciar que la ciudad tenía una antigüedad de 21.000 años, ni al describir los templos, calles y edificios que levantaban en ella; o las conexiones subterráneas que la ligaban y a otras muchas ciudades intraterrenas desperdigadas por el mundo.

La tecnología ¿erksiana? es un capítulo aparte y también fue descripta por Sarumah/Acoglanis.

“La ciudad que visité, conocida por muchos como Erks,(…) existe un modelo de armonía solar, construida por seres superiores de otros sistemas, desconocidas por nuestras leyes. Ellos se desplazan sin ningún apoyo dentro del templo de la esfera dorada, asistidos por el sacerdote Nagualkhuma.

Y agrega:

“He visitado una especie de usina-laboratorio, donde se procesa la energía que se obtiene del éter; esta energía se condensa hasta producir con ellas varillas que son las que se utilizan como combustible, para la iluminación del reino”.

Finaliza indicando:

“También conocí las máquina del tiempo, donde se procesan los datos de las personas; en este caso el mío, por el sistema de espejo que fue dando mis huellas a través del tiempo”.

Dicen que “para muestra basta un botón”. Creemos que las referencias citadas son prueba cabal de este dicho popular.
¿Qué más agregar?

En ese corpus teórico, transmitido como si se tratara de una revelación divina, los fenómenos paranormales se mezclaron con elementos de religiones extrañas, con misteriosas razas antediluvianas, civilizaciones perdidas en escondidos centros de poder, culturas intraterrestres, hinduismo, budismo, chamanismo y, como no podían faltar, continentes desaparecidos (Atlántida, Lemuria, Mu). Como producto de esta mezcolanza, elaboraron (sustentados en la Teosofía) una doctrina secreta y universal que sólo los iniciados en el tema podían conocer. Convertidos en preclaros guías espirituales, ellos serían los nuevos elegidos para guiar a la humanidad hacia una nueva era de conocimiento y humanitarismo, lejos de cualquier sendero racional proveniente de occidente.

El deseo de encontrar un espacio virgen, aislado, puro, esencia inmaculada de la alteridad absoluta, más allá de las geografías exploradas de nuestro planeta, condujo a muchos (desde los días en que los conquistadores buscaban el Paraíso Terrenal) a encontrar imaginariamente reservorios de pureza, sapiencia y humanismo prístino, incluso debajo de la tierra. Y cuando la geografía física, reconocida y explorada, resultó no ser tan maravillosa, entró en vigencia la quimera de las dimensiones paralelas o portales interdimencionales, detrás de los cuales no sólo se perpetúan “bibliotecas secretas” sino también Hermanos Superiores que, más allá del bien y del mal, dirigen a escondidas los destinos conspirativos de toda la humanidad.

La muerte de Acoglanis en 1989 no puso fin a esta corriente, ni fue el único profeta de Erks. Hubo otro, tan excéntrico en sus juicios como el médico griego. Se llama Alfredo Di Prinzio y es el responsable de haber traducido a un lenguaje más corriente y llano los textos (incongruentes por momentos) que dejara su maestro y amigo.

También él adoptó un “nombre cósmico”: Kuthuma; y de igual forma que muchos otros afirma haber recibido un “llamado interior” que lo convocaba a Los Terrones y al Uritorco. Una vez allí, tras conocer en persona a Acoglanis, la vida de Di Prinzio dio un vuelco fenomenal, según dijo en un reportaje realizado en Italia (país en el que actualmente vive). Por otra parte, en esa misma entrevista dio una nueva versión sobre la vida del griego. Datos biográficos que confunden aún más su ya turbia historia y nos asienta en la hipótesis de la mentira y el encubrimiento. En su versión, Di Prinzio equipara (¿o confunde?) los sucesos de la vida de Acoglanis con los de otro personaje emblemático, del que hablaremos más adelante, llamado Orfelio Ulises Herrera (quien, según comentan, también anduvo aprendiendo secretos por el Tíbet). Asimismo, el ítalo-argentino deja asentado claramente un aspecto poco explicado hasta ahora: el de las ideas milenaristas que se desgajan de las historias de Erks.
En su libro, G. Dangel, las explicita claramente citando parte del reportaje que le hicieran a Di Prinzio en Italia.

“Ellos (los habitantes de Erks) vienen a nosotros a través de la energía de luz, ya que todo es energía y esa es la mejor manera de interactuar con nosotros. A su vez están en contacto con entidades extraterrestres en el mismo nivel de desarrollo y espíritu. Todas las inteligencias están enfocando hacia un único objetivo: ayudar a la Tierra durante el cierre de un ciclo de evolución y la apertura de uno nuevo, para ayudar a la humanidad”.

Para Di Prinzio/Kuthuma, cuando ese momento nos alcance, muchos seres humanos serán rescatados por los habitantes subterráneos de Erks y llevados a las profundidades de la Tierra para ponerlos a salvo, en tanto que sus colegas extraterrestres se dedicaran de lleno a limpiar y poner en orden la superficie del planeta.

¿Sorprendido?

Pues el asunto no termina allí. Kuthuma desarrolla también una historia alternativa de la humanidad.
Obviando todos los estudios históricos y antropológicos (tanto físicos como culturales) de los últimos 100 años, afirma (sin que le tiemble la pera) que nuestra especie, la Homo Sapiens-Sapiens, es el producto de una intervención realizada por alienígenas; y que una primera humanidad se ha extinguido hace milenios por causa de una mala administración de los recursos del planeta.

Como puede notarse, las influencias del célebre hotelero suizo, Erich von Däniken, devenido en sabelotodo durante la década de los ’70, gracias a su delirante best Sellers (Recuerdos del Futuro), ha hecho mella en muchas cabezas. Y ni qué hablar de las malas interpretaciones de la cosmovisión maya o de las modernas leyendas que circulan respecto de los ovnis.

Con relación a esto último, Di Prinzio, concentrándose en nuestra época, no sólo entrevera a intra y extraterrestres en una competencia que parece salida de una película de Star Wars, sino que vuelca su sapiencia en estudiar el pacto secreto que (como todos sabemos) existe entre el gobierno estadounidense y “los ET grises”.

Punto.Basta por ahora. Con todo lo expuesto, cualquier persona medianamente formada puede darse cuenta de los supuestos de los cuales parten todos estos “sabios” y hacia qué público están orientados.
Todo es un sinsentido de cabo a rabo.

Claro que lo interesante (y preocupante) del tema son las causas que llevan a que estos discursos tengan cabida, oyentes y, lo que es peor, creyentes.

Nada, absolutamente nada, de todo esto es cierto. No existe una sola prueba, ni un solo indicio, que nos lleve a tener siquiera una duda razonable.

La única manera de entender estos delirios pseudo-históricos es considerar el discurso de los gurús del Uritorco como parte de un nuevo culto en el que la fe lleva las de ganar y el amor, la compasión y ayuda divina ya no vienen de un Dios (solar, lunar, o del cuerpo celeste que fuera) sino de seres superiores (Hermanos Superiores) provenientes del espacio exterior, interior o extradimensional, según los casos.

Ahora sí podemos ya conectar la temática tratada con otro hecho, acaecido tres años antes del asesinato de Acoglanis, y que sería el acelerador que llevó a Capilla del Monte a ser lo que es hoy: la Capital Nacional del fenómeno ovni.

Encuentros Cercanos

Corría el mes de enero de 1986 cuando apareció.

Sorpresivamente, algunos vecinos de Capilla del Monte observaron claramente una “huella” delineada sobre una de las laderas del cerro El Pajarillo, anexo al Uritorco, y se desató la locura.

En plena primavera alfonsinista, cuando la democracia daba su primeros y timoratos pasos tras ocho años de dictadura feroz, los extraterrestres parecieron interesarse por aquel rincón de Córdoba al punto de aterrizar en sus sierras, desencadenando un fenómeno de carácter social sumamente interesante y que dura hasta hoy.

Casi de inmediato, y a instancias de los medios masivos de comunicación, la marca o huella ovalada que se perfilaba en el cerro fue interpretado como el resultado del descenso de un ovni en el valle de Punilla.

Como en tantas otras ocasiones, la televisión y los periódicos sensacionalistas se sumaron al fraude y lo popularizaron de tal modo que nadie quedó ajeno al asunto. De todas las notas publicadas o emitidas, las del Canal 9 de Buenos Aires fueron las más famosas y de mayor repercusión. De la mano de su reportero estrella y su camarógrafo, Nuevediario alcanzó topes de rating insospechados (47 puntos) y todas las noches el país entero se convocó frente a las pantallas de TV para ser testigo de las bizarras aventuras del periodista José de Zer y su inefable escudero, el camarógrafo Chango, persiguiendo aliens en las serranías cordobesas.

Nadie imaginó por entonces las perdurables consecuencias de aquellos informes de periodismo-ficción. Ni siquiera los habitantes de Capilla del Monte que, al principio y según consignara muchos años después Carlos “el Chango” Torres, no tomaron el tema con buen ánimo. Que la localidad empezara a ser famosa por cuestiones tan poco convencionales no cayó nada simpático. El país entero comentaba el tema con una sonrisa irónica e incrédula. Se estaba a un paso del ridículo y, según se dice, del ridículo no se regresa jamás. A 30 años de aquellos bizarros sucesos muchos los seguimos recordando con la misma ironía e suspicacia de entonces. Pero en el proceso, el status de toda la localidad cambió y Capilla del Monte se convirtió en un polo turístico alternativo, esotérico, de fama mundial. Miles de visitantes dejaron el ridículo a un lado. Lo reformularon. Lo cargaron de historias rimbombantes, teorías conspirativas, espiritualismo y delirios New Age, transformando esas serranías en el escenario ideal de sucesos extraordinarios, en donde todo era posible: desde el avistaje programado de ovnis (entendiendo el término como “naves de otros planetas”) hasta el contacto con entidades energéticas (luces inteligentes) que protegen secretos inconfesables y auguran un Apocalipsis del que saldrán con vida sólo unos pocos iluminados. No faltaron, incluso, los que sostuvieron que en la región estaba el Santo Grial y que desde allí la humanidad se regeneraría al entrar en una nueva época de luz. Y así, lo que al principio fue visto con despecho se terminó convirtiendo en un filón de oro cuya veta inagotable llega hasta hoy.

Capilla del Monte se hizo famosa y no se tardó mucho para que legiones de alucinados acudieran a ella tratando de develar y seguir alimentando sus misterios. En poco tiempo, el negocio floreció y los ventajeros de siempre tomaron parte en la ganancias convirtiendo al cerro Uritorco en un centro energético desde donde la humanidad iba a regenerarse espiritualmente, en contacto con “nuestros Hermanos Superiores del espacio exterior” (e interior), como hemos visto.

Alguna vez se dijo que cuanto más grande es la mentira más fácil de creer es. Éste es un buen ejemplo de ello. Cuanto más incongruentes e irracionales son las historias que circulan por la zona, mayor es el número de adeptos.

Ejércitos de personas acuden anualmente a la ciudad en busca de experiencias paranormales. Y las encuentran al módico precio que fijan los guías turísticos y baqueanos locales. Hay que reconocer que al menos con José de Zer el asunto era gratis. Bastaba con prender la TV. Pero, ¿Quién era José de Zer? Las nuevas generaciones no lo conocieron. Y aunque el sensacionalismo no murió con él, sí perdió el aire lúdico que supo imprimirle con verdadera maestría.

De Zer, con su voz ronca y agitada ha pasado a la historia de la televisión argentina. Es sin duda un capítulo interesante y revelador de cómo algunos hacen periodismo sin que la verdad importe, o cómo esa profesión puede ser la gran catalizadora de rumores y leyendas, tan perdurables como entrañables.
El Uritorco y sus misteriosas entidades le deben mucho al tipo de periodismo practicado por José de Zer. Aunque hoy día la mayoría lo oculte y no quieran ver en sus intervenciones gran parte del origen del éxito esotérico del pueblo.

“Sin él es muy probable que la huella del cerro se hubiera perdido en las primeras semanas de febrero de 1986 entre noticias de accidentes automovilísticos, algún ahogado de la costa atlántica o la separación de una pareja del ambiente televisivo”.

El Uritorco, Erks y todos sus espejismos derivados, no son más que productos (mercancías) que se venden a un colectivo de personas que creen cualquier cosa aduciendo tener la “mente abierta” y una visión espiritualista (absolutamente acrítica).

De todo eso se alimenta la mitología de Capilla del Monte.
También de ocultar información

Dentro del gremio de los investigadores de ovnis sobrevuela la idea, asumida como cierta por la mayoría, de que existe una conspiración mundial que busca ocultar los datos que confirmarían la presencia de extraterrestre entre nosotros. La leyenda de los Hombres de Negro (que como vimos se exportó también al tema Erks, al punto de sugerir que Acoglanis había sido asesinado por ellos) es la que mejor resume el asunto.

Pero el encubrimiento no se detiene en esos hombres de oscuro. Lo que se omite es que los creyentes y defensores de la existencia de hombrecitos verdes también hacen lo mismo. Y lo peor de todo es que de eso sí hay evidencias.

Desde el momento mismo en que se asumió que un ovni era el responsable de dejar una marca o huella en las laderas del cerro El Pajarillo (la quemazón tenía unos 110 metros de largo por 57 de ancho), hubieron voces e investigadores que criticaron y desmintieron los hechos. Pero de ello no se habla hoy en Capilla del Monte. Hacerlo sería transformarse en un hereje; en un traidor a los intereses turísticos del pueblo o, en última instancia, en un agente secreto de alguna potencia mundial interesado en mantener todo en secreto.

Es difícil ir en contra de una creencia.

Aún quienes en apariencia parecen ser personas racionales (y me refiero a periodistas e indagadores del tema), el esoterismo de honda raíz mágico-delirante lo invade todo. Bajo el rótulo de investigadores o especialistas, una legión de diabólicos (como llama a los creyentes Umberto Eco, en su novela El Péndulo de Foucault) pululan por todos los medios masivos (radio, televisión y diarios) difundiendo la palabra que le da de comer a Capilla del Monte, desde enero de 1986.

Incluso, a partir de los primeros años de la década de 2010, la municipalidad de la ciudad, cooptada por políticos que adhieren a estas creencias, pretende darle al tema ovni y a las energías del Uritorco, un cariz oficial que buscó (y busca) ejercer un mayor control sobre la razón de ser del turismo esotérico.
No hay en el fondo una intensión sincera por conocer la verdad, sino el deseo de explotar, aprovechar y sacar ventajas económicas de los dislates, errores y exageraciones que hacen de Capilla del Monte una verdadera Jerusalén del delirio.

Tardó poco más de veinte años el municipio en reconocer la importancia que el Uritorco cósmico tiene en el desarrollo de la ciudad. Más vale tarde que nunca, dirán los investigadores, que reconocen los beneficios adquiridos cuando el Estado municipal tomó parte en el asunto, inclinándose del lado de ellos.

Era la autoridad que faltaba en el currículum vitae.

Una vez oficializado el disparate éste cambia su estatus ontológico y “por decreto” adquiere una seriedad nunca antes reconocida. Suficiente para seguir alimentando la leyenda.
En el fondo está el capital. El único Santo Grial que mantiene el circo en marcha.
Pero a pesar de todo esto, las voces e investigaciones disidentes existieron desde el principio.
Que las taparan y omitieran es arena de otro costal.

Encubrimientos

En 1996, a diez años de la supuesta aparición del ovni en las laderas de El Pajarillo, Alejandro Agostinelli, reconocido periodista e impulsor del ya desaparecido CAIRP (Centro Argentino para la Investigación y Refutación de la Pseudociencia) volvió a publicar un artículo que, con agregados interesantes, reproducía las conclusiones a las que había llegado en 1986, tras realizar un viaje exploratorio a Capilla del Monte, a pocos meses de producirse el extraño fenómeno.

Esos dos trabajos bien podrían haber puesto fin a toda la historia de los extraterrestres en la zona del Uritorco. Pero no fue así. El producto de esa investigación (resultado de entrevistas a testigos, autoridades municipales, vecinos y una incursión a la huella misma) tuvo una muy corta difusión. El paso del tiempo y los intereses creados en el norte de Córdoba la opacaron. Dejó de ser citada por los guías turísticos que usufructúan del misterio, y las hipótesis descabelladas terminaron imponiéndose en el imaginario local (y más allá). Tampoco los libros sobre el tema, publicados en los últimos años (citados en este artículo), hacen referencia a las terrenales conclusiones de Agostinelli; quien para muchos debe haber sido la encarnación del hereje más peligroso que se pueda uno imaginar. Un fundamentalista de la razón que venía a negar un hecho, para ellos, contundente. Una amenaza que ponía en peligro el aparato turístico desplegado desde mediados de la década de 1980.

No era (ni es) conveniente difundir esas ideas. Por ende, los partidarios de la hipótesis extraterrestre encubrieron esos trabajos con la esperanza de que la gente los olvidara.

Fue lo que ocurrió.

Hoy en Capilla del Monte (y por mas que la oferta turística esté un tanto más orientada hacia los paradigmas de la New Age, ecologismo, misticismo y espiritualismo) los escritos de Agostinelli parecerían estar incluidos en el Index de los libros prohibidos. Ya sea por convencimiento o intereses de otro tipo (materiales, por supuesto), los refractarios a sus ideas (y pruebas) consideran más “lógico” creer que seres de luz, ociosos hermanos superiores o extraterrestres oriundos del otro lado de la galaxia viniendo a dejar huellas sin sentido en las laderas de los cerros, que a pensar en un mero fraude. O, siendo más benevolentes, en un error.

Aún corriendo el riesgo de ser incluidos en ese herético Index, resumiremos las conclusiones a las que Agostinelli llegó hace ya casi 30 años.

En enero de 1986 el municipio de Capilla del Monte estaba gobernado por la Unión Cívica Radical (UCR) y tanto su intendente, Diego Sez, como el Secretario de Gobierno, Jorge Suárez, contribuyeron mucho (conciente o inconcientemente, según distintas versiones) en la instalación del tema extraterrestre en la región. Ellos fueron los responsables del comunicado oficial que daba cuenta de la presencia de un ovni en El Pajarillo, tras una incursión al sitio de la “huella” y entrevistar a los supuestos testigos que, en la noche anterior a que la marca apareciera, dijeron haber visto una luz roja y poderosa en las inmediaciones del cerro.


Con fecha 27 de enero de 1986 la conclusión oficial de la Municipalidad fue la siguiente:

“Ya que no encontramos explicación válida para esta quemazón tan atípica, esto nos confirmaría que se podría haber producido el descenso de una nave ovni.”

Si bien los verbos estaban en condicional, la confirmación (proveniente de un órgano de gubernativo) fue impactante para los creyentes. Al menos un gobierno municipal, “oficializaba” a los ovnis.

Pero esta conclusión apresurada se basó, inicialmente, en los testimonios de un niño de 11 años (Gabriel Gómez), quien fuera el único responsable de dar los detalles de un avistaje que, con el paso del tiempo y de acuerdo a las indagaciones de Agostinelli y periodistas del diario La Voz del Interior, cambiaron.
Todo indica que el muchacho fue inducido por los ovniólogos aficionados a decir lo que dijo. Sus primeras declaraciones no coinciden con las posteriores, a las que agregó desplazamientos por el cielo, luces blancas y “ventanitas”. Por otro lado, Gabriel Gómez no le dio trascendencia a la luz hasta que fue visitado por el intendente, el secretario y un diputado provincial.

Otro punto importante a consignar es que el chico y su abuela (propietaria de la casa de campo en la estaban la noche del 9 de enero de 1986) vieron la luz a la altura del cerro Áspero (así lo indicó la investigación in situ) que se ubica a unos 15 kilómetros de El Pajarillo; por lo que la “huella” y la inicial luz roja (estática en la primer versión) no guardan relación alguna.

Pero eso no importó. La prensa sensacionalista y los ovniólogos hicieron que coincidieran. Y todavía hoy se sigue repitiendo la historia.

¿Hubo intencionalidad en inventar todo?

Agostinelli publicó en varias ocasiones lo que Jorge Suárez (Secretario de Gobierno) le reveló en una entrevista.

““Por mi olfato no se me escapaba que manejábamos un detonante tremendo para la captación del turismo, y había que reafirmarlo responsablemente… ¿Qué hubiera sido de nosotros si no hubiera aparecido la huella? Creo que Capilla del Monte no tendría la pujanza que tiene ahora. Todo lo de ahora se lo debemos a la huella de El Pajarillo...”.

Tiempo después, y fuera de la función pública, Suárez se volcó de lleno a investigar la presencia de extra e intraterrestres en la región. Fundó el CIO (Centro de Investigación Ovni) y se convirtió en un cruzado de la causa. Organizó congresos de ovnilogía en Capilla del Monte y se convirtió, sin duda, en uno de los principales promotores del misterio del Uritorco, colocando a la ciudad en el mapa mundial. Mucho le debe Capilla a ese vecino.

Su participación en todo el asunto llevó a que fuera considerado por algunos como el perpetrador de todo el fraude (y después creerse sus propias mentiras).

Otro grupo que alimentó la leyenda fue el IPEC (Instituto Planificador de Encuentros Cercanos), cuyos excéntricos miembros estaban en la zona cercana a El Pajarillo unos días antes de que apareciera la huella de pasto quemado.

¿Qué buscaban? Según sus líderes: la puerta de entrada a la ciudad subterránea; y para ello habían organizado una expedición a la que bautizaron con el rimbombante nombre de Operación Erks. Como era de esperar, diarios y revistas sensacionalistas se hicieron eco de ese singular proyecto y el IPEC tuvo su cuarto de hora en los medios, incluso antes de que la huella apareciera.

De acuerdo a lo que más tarde testimoniaron, los expedicionarios fueron los primeros en llegar al sitio y con voz firme sentenciaron que la marca no podía haber sido producida por un incendio ya que, in situ, ellos habían encontrado dentro de de la marca animalitos e insectos deshidratados.

Como bien señala Agostinelli, jamás presentaron los resultados de laboratorio que prometieron dar a la opinión pública. Por ende, no hay pruebas de que ello haya sido cierto.

De todos modos, el hallazgo de bichos en un extraño estado de conservación en el sitio, se lo disputa al IPEC el ya nombrado periodista José de Zer.


En un reportaje del año 2002, su camarógrafo y cómplice (el Chango Torres) confesó:
“Una mañana, mientras tomaba un café en el centro de Carlos Paz, De Zer descubrió en el diario local una noticia: “Uia... mirá: una mancha”, le dijo al Chango. Era una foto de unos pastizales quemados que parecían la huella de un plato volador. “Podemos ir a verlo, ¿no?”, dijo. Era la punta del iceberg que no terminaría de derretirse hasta hoy. “Fuimos al lugar, encontramos la marca y José dijo: ‘¿Cómo la podemos encarar?’. Nos sentamos y armamos un pequeño libreto para pensar lo que teníamos que hacer.”

–¿Inventaron todo?
–La mancha era real. Pero todo lo demás era pura ficción. Una mancha es una mancha, pero no se encuentra una mancha así todos los días. Así que nos fuimos al camino. Como era verano, había un montón de cascarudos muertos y secos. Agarramos algunos y los tiramos en la ruta. Entonces me dijo: “Voy a entrar y decir ‘Hay bichos disecados’”.

Esa semana los televisores estallaron. “Nuevediario” midió 45 puntos de rating anunciando posible vida extraterrestre en un cerro cordobés hasta entonces ignoto: el Uritorco.”

Pero si, como dijo el Chango Torres, la mancha era real: ¿cómo se produjo?

Los ufólogos de turno y el gobierno municipal no dudaron demasiado: la huella/marca se había producido por un intenso calor proveniente desde arriba (lógicamente, desde una nave extraterrestre) dejando en el suelo del cerro una forma elipsoidal, de contornos perfectamente definidos.

Pero los hechos verificados por Agostinelli desmienten los dichos.

En primer lugar, los contornos no eran para nada definidos, sino difusos. Tampoco su forma era la de un óvalo perfecto y la mancha se diluida con dirección Norte, es decir hacia la cima del cerro. Por otro lado, dentro de la huella había un rastro muy sugestivo: una marca con forma de “V” (de unos 40 metros) que indicaría el sitio exacto donde podría haber impactado el rayo que originó la fogata.
Por otra parte, el análisis hecho sobre las cañas y paja brava que crecían en el interior de la huella demostró que el calor no vino desde arriba, sino que la vegetación se encontraba calcinada sólo en una de sus caras (la que se orientaba hacia el sur del cerro), no afectando el calor la cara contraria. En pocas palabras: el incendio había venido desde uno de los costados. El fuego se originó en la parte sur y propagó hacia la cima. Por la madrugada, una llovizna (confirmada por lugareños) lo apagó.
La teoría del incendio producto de un rayo suena bien. Es posible y probable.
Pero el asunto no terminó ahí.

En el artículo publicado en 1996, Agostinelli entrevistó a un vecino de Capilla del Monte quien, bajo el pseudónimo O.O., aseguró ser el artífice y responsable de la huella. Confesó que él, junto con tres peones y el apoyo de tres comerciantes de la ciudad, habían hecho la marca de El Pajarillo con un soplete de acetileno, durante la noche del 9 de enero; y que lo que perseguían era lo mismo que Jorge Suárez: recuperar el turismo perdido.

El problema, en este caso, es que la única prueba que hay al respecto es el testimonio que diera O.O.; desconociéndose quiénes eran los peones y los empresarios que colaboraron en el fraude. Claro que, como ningún secreto se guarda por mucho tiempo, en noviembre de 2011 Agostinelli reveló finalmente la identidad del supuesto perpetrador. Su nombre era Roberto Basso, un dirigente del Partido Justicialista (PJ), ya fallecido.

Como era obvio, los creyentes en ovnis (tanto los moderados como los más fanatizados) le saltaron al periodista a la yugular, negando que Basso haya podido hacer lo que dijo que hizo. Los más ortodoxos continuaron afirmando que esa noche de enero un plato volador extraterrestre se había acercado al cerro lo suficiente como para dejar la marca en el pasto quemado. Los más heterodoxos (muchos actualmente inclinados hacia cuestiones místicas y espirituales, no tanto a los ovnis) formularon hipótesis que iban desde un spot poderosísimo de luz, perteneciente a una productora que filmaba en el lugar, pasando por el derrame de líquidos incendiarios desde un helicóptero, hasta la instalación de una mallado de alambre con un pequeño pararrayos (que, como es de prever, al recibir el impacto de la centella, fulminó el alambre y dejó todo el pasto quemado).

Pero tampoco hay evidencias de todo esto.

Finalmente, los dichos de Luis Bartolli, Jefe de Bomberos de Capilla del Monte por aquellos ochentosos días, dejan entreabierta la posibilidad de un fraude al declarar que lo que más le extrañaba era que, cuando apareció la marca, nadie (del municipio, se entiende) lo convocó a investigar las causas del incendio (como lo hacían en todos los demás casos). Y el asunto se archivó rápidamente.

Frente a toda esta batería de explicaciones posibles y probables, los defensores del discurso ovni sacaron (y siguen sacando) de la manga dos sucesos con los cuales pretendieron zanjar la discusión, inclinando a balanza hacía el lado misterioso de la cuestión.

El primero de ellos tiene que ver con un segundo incendio natural desencadenado en El Pajarillo un año después (1987) y que afectó a todo el cerro. Claro que, en esta oportunidad, la única zona que no se vio afectada por el fuego fue (¡Oh, misterio!) la huella que apareciera en el ’86. Este hecho desató la cadena una vez más y los teóricos de turno quisieron ver en ello la prueba “irrefutable” de que una extraña energía/ radiación residual estaba enquistada en “la marca”.

¿Por qué no se quemó también ella en el ’87? ¿Ante que misterioso fenómeno estaban? ¿Qué habían dejado los extraterrestres el año anterior?
Estas preguntas tuvieron oportunamente una respuesta del jefe de bomberos de Capilla del Monte. Pero también fue encubierta.

Según el funcionario de entonces, el fuego no entró en la huella por dos motivos: (1) porque ya estaba quemado y/o (2) porque toda la superficie estaba tapizada por brotes de pasto verde, poco propicio para acoger el calor y las llamas.

El otro suceso extraño tiene que ver con un sauce ubicado en el predio de la casa de los Gómez, testigos de “la luz” aquella noche del 9 de enero del ’86. La tradición local cuenta que el árbol se secó a poco de haber ocurrido el fenómeno. ¿Disecado por los ET y sus radiaciones?

Considerar como prueba de la presencia de seres de otras galaxias un simple árbol seco es demasiado.
Como bien adujo una bióloga, “No sería la primera vez que un sauce se enferma repentinamente”.

Como puede verse, en la góndola de las ofertas hay más de una explicación a la hora de elegir respuesta respecto de qué pudo haber pasado ese 9 de enero de 1986 en El Pajarillo; y todas sin tener que recurrir a la presencia de hombrecitos verdes o pirómanos Hermanos Superiores del centro de la Tierra.
Lo más interesante de todo esto fueron las elecciones que se tomaron y los motivos las guiaron.
Es claro que eso habla más de nosotros, los terrícolas, que de los marcianos.
Emil Cioran dijo una vez: “La ironía es lo que me salva de la Iglesia”.

Tenía razón.

Tal vez por eso los “diabólicos” la detestan tanto.

Los Caballeros Arios del Uritorco

Los mitos crecen ante la falta de datos. Como dijo el historiador Hugh Trevor-Roper, “son el triunfo de la credulidad sobre la evidencia”. Efectivamente, se alimentan del vacío que dejan los archivos incompletos, agigantándose y perdurando en el tiempo gracias a los enormes agujeros negros que tiene el conocimiento histórico.

Los mitos y la deshonestidad intelectual se hermanan en la construcción de historias que devienen en realidades cuando se las repite una y otra vez. En tanto la crítica no tenga el mismo espacio que tienen las fantasías y los delirios (mucho más redituables, por cierto), la mitología anclará en la opinión pública. He ahí la fuerza de las falacias y su perdurabilidad.

Pero cuando esas falacias se dicen con lenguaje académico, mechando datos ciertos con inventos, construyendo un jerigonza que nadie entiende pero aparentemente está muy bien dicha, y se mezcla la Biblia con el calefón en una mélange sin sentido, frente a una audiencia que sólo se ha formado leyendo El Libro Gordo de Petete, la cosa se vuelve más complicada e interesante al mismo tiempo.

La misteriosa ciudad de Erks tiene, por supuesto, a sus sabios. Hombres preparados que, a través de sus escritos esotéricos, pretendieron darle a la temática un tono académico rozando lo antropológico, lo sociológico, lo histórico, pero llenando los huecos de conocimiento con invenciones y una carga ideológica bastante pesada (y peligrosa), que terminó acercándolos al discurso a-científico de los “diabólicos” más imaginativos.

Desde mediados de la década de 1980, coincidentemente con el retorno de la democracia y la llegada al poder de un radicalismo (UCR) que por entonces tenía claras intenciones progresistas, ciertos grupos esotéricos de ultraderecha, guiados por el convencimiento de ser la vanguardia iluminada de la Patria, empezaron a publicar libritos de limitada circulación (generalmente editados por el propio autor o su grupo cercano), que reflejaban la idea, la necesidad según ellos, de “reestablecer el equilibrio y la justicia en la Tierra”.

No es casual que esta interpretación orgánica de la sociedad, casi de corte medieval, jerárquica y católica, autoritaria, militarista, no igualitarista y antidemocrática, floreciera en el seno de agrupaciones explícitamente filo-nazis que, como esotéricos que decían ser, trajeron a colación leyendas originadas en la Alta Edad Media, como es el caso concreto del Santo Grial. Uno de los símbolos más claros de la añorada restauración conservadora en Argentina.

No era para menos.

Concomitante con la democratización de la cultura política argentina en transición, los poderosos de antaño sintieron miedo. Sus viejos privilegios empezaban a ser cuestionados y sus crímenes (eufemísticamente llamados excesos) enjuiciados en tribunales civiles. Nunca había ocurrido una cosa así. Ya no se sentían seguros ni cómodos, por lo que no faltaron los que se pintaron las caras para detener el proceso. El equilibrio de antaño se corroía. El orden, la religión, la familia. Habían perdido efectivamente el poder y, aunque una porción del mismo lo conservó durante un tiempo (mucho más largo que el deseado), no iban a resignarse fácilmente. Presentaron batalla. Y en ese enfrentamiento todas las armas fueron válidas, incluso las místico-esotéricas. Los llamados objetos de poder. Los bastones de mando. Las reliquias del pasado que venían en auxilio de los privilegios perdidos. Y si para ello había que tergiversar el pasado histórico con mentiras y delirios, bienvenidas sean las falacias y los dislates teóricos.

Entonces, una vez más, tal como había acontecido en la Alemania del NSDAP, acá en Argentina, de manera desprolija y sin la participación del Estado, empezaron a pulular teorías difusionistas que hablaban de una Raza Superior Antiquísima, blanca (aria), justa y sabia, que había poblado, controlado y enseñado las bases de la civilización a los pueblos precolombinos.

Racismo, xenofobia, antisemitismo y delirios arianistas, disfrazados de misterios y enigmas del universo, iniciaron una lenta pero efectiva colonización de conciencias. Y las sociedades originarias, subestimadas, disminuidas a meras tribus de salvajes ignorantes, se convirtieron en conglomerados inútiles que, por sí mismos, habían sido incapaces de desarrollar el avance tecnológico, cultural y espiritual, sin el apoyo (directo o indirecto) de esos hombre blancos, venidos de allende los mares, varios siglos antes que Colón.

Ignoradas intencionalmente por una ciencia oficial, conspirativa y mentirosa según el discurso esotérico en ciernes, todas y cada una de esas antiguas migraciones habían sido ocultadas al común de los mortales. Sólo ellos, la crema y nata de la intelectualidad vernácula, guiados en principio por la intuición, la canalización telepática de información y una desinteresada búsqueda de la Verdad (para ellos siempre con mayúsculas) eran los únicos capaces de revelar a las minorías preparadas ese mensaje.

El grado de manifiesta hipocresía era alarmante. Algunos mintieron conscientemente, a sabiendas de estar rescribiendo la historia a partir de falsos presupuestos e interpretaciones que no se apoyaban en ninguna prueba, sino en fantasías de cuño propio. Otros en cambio, verdaderos mitómanos patológicos, terminaron creyéndose sus propios delirios y, aprovechando la ignorancia de mucha gente en la materia, levantaron una andamiaje de relaciones y “hechos” que nunca habían ocurrido.

Viejas mentiras nacidas en cenáculos místicos del siglo XIX, especialmente aquellas que venían de las entrañas mismas de la Escuela Teosófica, pasaron por el tamiz de ese “nacionalismo esotérico” que tan bien describe en su libro Hernán Brienza.

El refrito tuvo éxito dentro de grupos cerrados (casi sectarios); y, retroalimentado sin crítica alguna en esas pequeñas células de elegidos, creció y terminó instalándose en la sociedad hasta el día de hoy.
El atractivo de esa rebeldía intelectual se confundió con la estupidez. Pero no importó. Los argumentos más increíbles les resultaron plausibles y así, fantasía y realidad se confundieron de tal modo, que fue posible imaginar la llegada de vikingos a Bolivia, a Paraguay y Brasil, o templarios a Capilla del Monte y la Patagonia, buscando el mítico Santo Grial.

Como era de esperar, aparecieron nuevos héroes y mártires intelectuales. Hombres incomprendidos que a fuerza de tensón buscaron despabilar a la humanidad, sacrificando su vida al anonimato. Acoglanis puede ser considerado uno de ellos.

Pero en este desfile de sabios y autoridades ocultas no fue el único. Hubo otros. Uno en particular, nombrado en páginas anteriores, cuya vida también estuvo llena de sucesos improbables y se hizo pública en la década de 1980 a través de un libro de esoterismo.

Su nombre era Orfelio Ulises Herrera.


Es sintomático advertir cómo en determinados ámbitos surge siempre la necesidad de inventar sabios para justificar dichos y hechos que carecen de fundamento lógico o son falsos. La falacia del experto funciona a la perfección. Sus voces bastan para sentenciar lapidariamente Verdades universales aún sin tener ninguna prueba en la que apoyarse. El testimonio basta. La palabra revelada es suficiente. De ahí la inclinación de exhibir títulos, curriculum vitae o habilidades como señal de sapiencia, sin importar si lo que “los sabios” esgrimen son o no disparates. Es notable el tiempo que los “diabólicos” invierten en estos menesteres.

Es lo que, de alguna manera, ocurrió con Ángel Acoglanis.

También con el mencionado Orfelio Ulises.

Son casos parecidos, aunque con una diferencia clara: de Orfelio Ulises sólo tenemos referencias a partir de un texto esotérico escrito por el abogado Guillermo Alfredo Terrera que, en pocas palabras, fue quien lo lanzó a la palestra. Sólo por su testimonio sabemos de la existencia y extraordinarias cualidades que ese “Gran Maestro Hermético”.

En el libro de Terrera, Wolfram Eschenbach, Parsifal, Orfelio Ulises-Leyenda y Metafísica, y en una síntesis del mismo realizada por otro conspicuo miembro del esoterismo nacionalista argentino, Fernando Fluguerto Martí se consignan los siguientes datos sobre el personaje, que resumimos seguidamente (en condicional, como podrá observarse).
Orfelio Ulises Herrera habría nacido en una estancia cercana a la ciudad de San Carlos de Bolívar, provincia de Buenos Aires, en 1887. A sus 26 años (de los cuales no hemos encontrado absolutamente ni un solo dato) viaja a Shambhala, en el corazón de Tíbet, donde permanecerá ocho años (entre 1913 y 1923 aproximadamente) recibiendo el “Conocimiento Hermético” de parte de los sabios monjes de la región. Cumplido el curso, habría sido enviado a misionar a nuestro continente, recalando primero en México y, desde allí, tras siete años de peregrinaje, recaló en Chile (“para estudiar –dice Martí- el conocimiento de los proto-arios”. Del país trasandino habría pasado a nuestra provincia de Córdoba con una nueva orden (que le dieran telepáticamente): encontrar el sagrado Bastón de Mando de los comechingones. Objeto de poder que habría hallado finalmente en 1934 y que conservaría hasta 1948, año en el que se lo traspasara al abogado Guillermo Terrera, último depositario conocido del tan importante objeto.

Convengamos que de este poderoso maestro poco más es lo que se sabe. Pero lo que se dice saber de él es en verdad inverosímil.

En primer lugar, la ciudad de Shambhala jamás existió. Ni en el Tíbet, ni el desierto de Gobi, ni en ningún lado. Es una urbe imaginaria que los esoteristas creen es la sede en donde se puede conocer la voluntad Dios y en la que reside el Rey del Mundo, un supuesto monarca que, adelantándose al actual proceso de globalización, gobernaría el planeta entero desde las sombras, desarrollando arduos trabajos en pos de la evolución espiritual de la humanidad. No cualquiera puede entrar a ese lugar. Hay que tener un nivel “vibracional” especial. Tan especial como el que se requiere para entrar en Erks, ciudad con la que comparte otro aspecto: ambas son urbes subterráneas (intraterrenas, suena mejor).

“Allí se encuentra un mundo oculto
Allí se encuentra un mundo oculto,
misterioso, desconocido y prohibido.
Donde habitan entidades con tecnologías más allá de nuestra comprensión,
Y el conocimiento se mantuvo oculto para nosotros en esta otra dimensión.

¿Será revelada alguna vez la verdad?
Las fuerzas terrestres de poder y codicia deben ser para siempre selladas,
El conocimiento prohibido para ejercer la guerra.

Cuando la humanidad aprenda,
A utilizar los conocimientos adquiridos en estas tierras extrañas.
Para el beneficio de la humanidad,
entonces encontraremos la entrada a es mundo.”

Convengamos que estas referencias vuelven el viaje de Orfelio a Shambhala extremadamente dudoso e improbable (por no decir imposible, evitando así que los “mente-amplias” nos critiquen).
Es un dislate que no merece ningún otro comentario (al menos en este trabajo).
Pero no es todo.

Tenemos también que referirnos al objeto sagrado que el bolivarense nativo encontrara al pie del cerro Uritorco: el Bastón de Mando de los comechingones.
¿Qué nos dice el místico abogado Terrera y sus discípulos al respecto?
En este punto el salto fuera de la realidad es descomunal; pero muy interesante por las conexiones que podemos hallar con otros dislates; no tan inocentes como la de esa simple piedra.

Todos los “diabólicos” coinciden en afirmar que el Bastón de Mando de los Comechingones era (es) un cetro sacrosanto de enorme poder, no sólo simbólico sino bien concreto y real. Un objeto con el cual era posible actuar directamente sobre la realidad.

“Una antena para comunicarse con la divinidad”, dicen unos. “Un canal directo con los Hermanos Superiores”, sostienen otros. “La llave definitiva para entrar en los reinos subterráneos”, afirman los creyentes de Erks. Y como si todo eso fuera poco, el bastón le daría, a quien lo poseyera, el poder necesario para liberar y dominar el mundo.

¿Megalomanía? ¿Delirios de grandeza? ¿Fantasías milenaristas?

¿Cabe alguna duda al respecto?

Así todo, decenas de personas con formación académica creyeron (y creen) en todo esto, compitiendo incluso por poseer el bastón. Claro indicio de que un titulo universitario no significa nada, o muy poco, cuando las quimeras invaden la forma que se tiene de ver el mundo. Una forma muy particular, por cierto.

Sin más referencias documentales que el libro de Guillermo Terrera, la tradición cuenta (¡Oh grandiosa tradición!) que el bastón había sido buscado por distintas potencias extranjeras, aunque sin éxito alguno. Sólo el bueno de Orfelio Ulises lo habría conseguido “desenterrándolo (…) del escondite en el cual había permanecido oculto durante siglos: el cerro Uritorco.”
Pero el cetro lítico no venía solo: “Apareció junto a otros dos objetos, una piedra circular parecida a un moledor (conana) y un tercero (un trono de piedra) que el descubridor quiso se quedara en el lugar.”

Cuenta Terrera que “El Bastón auténtico [porque hay que aclarar que se hicieron copias para proteger el verdadero (¡?)] fue encontrado (…) partido en tres trozos de 43, 40 y 28 centímetros y que mide 1,11 metros de longitud y 4 centímetros de diámetro. Pesa algo más de 4,5 kilogramos. Esculpido en basalto negro, el pulido de la piedra fue datado en más de 8000 años, lo que desconcierta a historiadores y arqueólogo.”

Y claro que desconcierta. Aunque a esta altura del partido, los exagerados 8000 años de antigüedad, es lo de menos. Lo que perturba realmente es el nivel de credulidad que gira en torno de semejante falacia, en especial cuando leemos respecto del origen de tremenda reliquia.

De acuerdo con lo expuesto por Terrera, los comechingones, aborígenes que se ubicaban en la región de la actual provincia de Córdoba antes de la llegada de los europeos en el siglo XVI, eran sus poseedores originales. No es mucho lo que se sabe de este pueblo. Las crónicas españolas son escasas y, cuando hacen referencia a ellos, destacan una característica física: eran indios que usaban barba. Cosa rara en el mundo precolombino, en el que las caras lampiñas eran la regla. De estos rasgos, y de la ausencia de información, se agarrará Terrera para imaginar una historia paralela en la que los comechingones devinieron en un pueblo de origen nórdico, de una altura por encima de lo normal, barbados, de piel clara y rubia.

¡Por fin llegamos a los indios blancos!

Toda persona que haya estado alguna vez en las selvas sudamericanas podrá reconocer que decenas de leyendas referidas a tribus misteriosas, tienen clara vigencia aún hoy. En las selvas de Perú, Bolivia o Brasil se comenta a diario sobre la aparición (siempre esporádica) de “indios blancos, rubios y con ojos claros”, miembros de una perdida tribu no catalogada, que buscan constantemente mantenerse aislados de la civilización. Los rumores se acumulan, se difunden en las tertulias celebradas alrededor de las cervezas nocturnas y, en esas condiciones, los “indios blancos” cobran una realidad muy difícil de ser negada. Se les adjudican poderes fuera de lo común; vestimentas que no concuerdan con el estereotipo del silvícola tradicional y, últimamente, un elevadísimo grado de espiritualidad que los acerca más a los iluminados gurús de la New Age, que los degenerados politeístas de las crónicas españolas del siglo XVII.

Cuando los europeos se desplazaron por el mundo, en momentos de la última gran expansión imperialista (fines del siglo pasado y principios del XX), creando colonias y explorando regiones hasta entonces intransitadas por occidentales, supieron recopilar extraños informes sobre aborígenes de piel muy clara, habitando rincones que el sentido común jamás hubiera considerado propicios para el desarrollo de comunidades blancas. El mito del indio rubio se propagó como una mancha de aceite por los cinco continentes y no tardaron en ser considerados los responsables de las más magníficas obras arquitectónicas de la antigüedad. Ya sea en África, Asia o América, la raza blanca se endosó todo aquel pasado que, a ojos de un explorador europeo, resultaba admirable.

Este argumento posee una dosis peligrosamente oculta de racismo. Expliquemos, brevemente, porqué.
Cuando, en el siglo XIX, el auge de la arqueología, y el interés por las antiguas civilizaciones orientales o precolombinas, empujaron a los estudiosos europeos a abandonar sus ciudades y trasladarse a los rincones más extraños del planeta para practicar in situ sus investigaciones, se llevaron la gran sorpresa de toparse con testimonios culturales que jamás habían imaginado. El régimen colonial les abría las puertas a nuevos mercados, a más y variadas materias primas, pero también a un pasado totalmente ignorado y que no encajaba con los prejuicios del hombre culto, burgués y europeo de entonces.

Las ruinas egipcias, mayas e incaicas que salían a la superficie, tras siglos de olvido, no parecían concordar con la situación social de los países en las que se levantaban. Regiones pobres, dependientes, con un sistema educativo deficiente o inexistente, como así también una tecnología por completo importada de Europa, habían poseído en el pasado antecesores maravillosamente creativos y con una disposición técnica que sus descendientes contemporáneos habían perdido u olvidado. ¿Cómo era posible que “simples indios o negros” pudieran haber construido obras de arquitectura e ingeniería tan fabulosas? ¿Cómo adjudicarles a sociedades semisalvajes logros tan magníficos en el campo de las artes? No cabía otra explicación que ésta: sus constructores eran miembros de una raza desaparecida, superior y, por supuesto, blanca.

Así, pues, fenicios y romanos, cartagineses y griegos, vikingos o atlantes, habrían difundido sus legados culturales por todo el mundo, enseñando, a los pobres salvajes, métodos y técnicas que luego éstos olvidarían para siempre. Estas teorías difusionistas fueron muy convenientes para los colonizadores europeos de los siglos XIX y XX, puesto que con ellas creaban un precedente histórico para la ocupación y explotación imperialista. Si se fijaba un origen extranjero (“blanco”) a los monumentos arqueológicos que se encontraban, se legitimaba y justificaba la apropiación de ricas regiones del planeta. “Nosotros, los blancos, hemos estado primero aquí. Les hemos enseñado todo y ustedes lo perdieron. Aquí estamos, nuevamente, para civilizarlos”. Ninguna sociedad cobriza o negra era considerada capaz, por sí misma, de alcanzar un nivel de civilización y progreso propio del hombre blanco. Racismo puro.

Por lo tanto, los rumores sobre “indios rubios” venían a confirmar los postulados del imaginario racista que analizamos (por más que los mismos exploradores o arqueólogos no fueran conscientes del arraigado prejuicio que cargaban).

Misioneros y censistas; cazadores y exploradores; aventureros y contrabandistas, sean del grupo étnico que sean (indios, blancos, mestizos, mulatos, negros), continúan (actualmente) denunciando avistamientos de indios rubios que, como las sombras de la selva, pasan y desaparecen, sin saberse nunca a dónde van.

Pero no es todo.

Volviendo al Bastón de Mando de los comechingones, y teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, es lógico que dentro de ese esquema ideológico se afirmara, como lo aseveró el abogado Guillermo Terrera, que no habían sido esos “indios” los verdaderos fabricantes del bastón, sino un dios.
El dios de dioses: Vultán o Wotan, deidad de origen nórdico asociado a Odín.

¿Indios blancos al pie del Uritorco? ¿Dioses nórdicos recorriendo América, trayendo los fundamentos de la civilización? ¿Milenarias culturas, altamente tecnificadas y con un elevado conocimiento espiritual, en los orígenes mismos de nuestro continente? ¿Simbología germánica en las antiquísimas ruinas precolombinas? ¿Textos medievales que anuncian una primigenia expansión de arios por todos lados?

Éstos y otros delirios racistas son los que sobrevuelan, consciente o inconscientemente, muchas de las afirmaciones y “teorías” que se siguen repitiendo con relación a la historia del Uritorco.
No hay nada inocente en todo ello.

La ideología se filtra con ponzoña por las grietas abiertas de la historia. La ignorancia y escasez de datos ha abierto, y siguen abriendo posibilidades infinitas a la hora de imaginar e inventar el relleno con el que esos huecos son tapados.

Fantasías peligrosas.

Delirios que persiguen objetivos claros.

Credulidad y locuras que terminan siendo creídas e instaladas en el imaginario de millones.
Romanticismo y aventuras filo-nazis que pasan inadvertidas, mezcladas con el emergente discurso neoconservador de espiritualismo New Age.

Esto es lo que ocurre cuando las quiméricas especulaciones terminan convirtiéndose en “hechos comprobados” y nadie cuestiona nada, dejando que la “estúpida importancia” de los discursos, expresados con seriedad y voz grave, impere sin más.

Pero los dichos del esoterismo argentino, y el de otros tantos que lo imitaron, no son nada originales. Hay antecedentes, como ya hemos visto, en el pensamiento e imaginario imperialista europeo del siglo XIX; ambos fortalecidos y justificados académicamente a partir del brote de nacionalismo autoritario que se dio en Alemania, durante los años del nazismo. Y un acontecimiento es el que marca el “momento fuerte” de todo esto: la creación, a mediados de la década de 1930, de una organización conocida con el extenso nombre de Deutsche Ahnenerbe, Studiengesellschaft für Geistesurgeschchte (Herencia Ancestral Alemana, Sociedad para el estudio de la Historia de las Ideas Primitivas) o simplemente “Ahnenerbe”.

Cuando el 1 de julio de 1935, Heinrich Himmler, jefe de las temibles SS, inauguró este instituto, lo que perseguía era fundar un espacio de prestigio dedicado a crear mitos, distorsionar la verdad y generar evidencias falsas, tergiversando la historia y la arqueología, para respaldar las ideas expansionistas y raciales de su Führer, Adolf Hitler.

La Ahnenerbe se convirtió de ese modo en un reducto de mentirosos bien pagados cuya meta sería transmitir a la opinión pública, a través de libros, revistas, congresos, exposiciones y filmes, los resultados de esos hallazgos tan reveladores. Para ello, Himmler reunió a estudiosos y académicos de prestigio dentro de Alemania, generalmente profesionales ambiciosos y sin escrúpulos que buscaban escalar posición dentro de la sociedad y del Partido, sin importarles la verdad. Eran nazis oportunistas. Aunque, claro está, también estaban aquellos convencidos de las falsedades que transmitían. Ambos grupos, eran concientes de una frase que, tiempo después, en 1948, George Orwell escribió: “Quien controla el pasado, domina el presenta”. Es lo que Himmler, la Ahnenerbe y todo su ejército de místicos, historiadores, arqueólogos, folcloristas y biólogos pretendieron hacer, con un lamentable éxito.



Karl-María Wiligut. Este austríaco, nacido en 1866, hijo de un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial y heredero del odio hacia la republica de Weimar, el Tratado de Versalles y la democracia, se enroló en un grupo paramilitar de ultraderecha siendo muy joven. Tras un matrimonio frustrado y una denuncia por incesto fue internado en un manicomio. En 1927 lo dieron de alta y empezó frecuentar ámbitos esotéricos donde hizo público sus supuestas capacidades para canalizar lo que denominaba el antiguo conocimiento de los antepasados. Siendo una persona de gran verborragia y carisma, se rodeó de mediocres que llegaron a considerarlo un sabio y en 1933 conoció personalmente a Himmler, quien quedó impresionado por sus ideas y le pidió ayuda para encontrar un lugar apropiado donde instalar el cuartel general de las SS. Según cuentan, Wiligut le recomendó (tras una canalización) un sitio en particular; según él, en donde se había librado, en épocas del decadente imperio romano, una batalla en la que un caudillo germano había vencido a las legiones romanas. Ello bastó para que Himmler (admirador de lo germánico y de la raza nórdica) comprara en ese lugar (Westfalia) el castillo de Wewelsburg, construido en el siglo XIII, e incorporara a las SS a su consultor místico quien desde ese instante se hizo llamar Weisthor (Weis es sabio, Thor es el dios del martillo). Wiligut decía que su familia remontaba el linaje al esa mítica deidad (hijo de Odín/Wotan).

Pero no le basó un asesor como Wiligut.

El primer presidente de la Ahnenerbe fue un especialista en prehistoria cuya capacidad de comunicación era más que amplia. Se llamaba Hermann Wirth. Un tipo encantador, convincente y elocuente, que estaba convencidísimo de haber descubierto una antigua escritura sagrada, según él la más antigua del mundo, con la que (sostenía) iba a descubrir y comprender a la ancestral religión aria practicada por una civilización nórdica perdida en el Atlántico Norte, que Himmler y otros delirantes peligrosos estaban buscando.

Estas ideas le cayeron muy bien al jefe de las SS, aunque no por mucho tiempo. En 1937 (dos años después de su nombramiento) Himmler le pidió la renuncia. El motivo: Hitler no era muy afecto a las leyendas germánica sino a las griegas y romanas, y Wirth lo que buscaba era desplazar al catolicismo y al protestantismo para instalar (a futuro) esa religión que supuestamente había hallado. Políticamente eso no era conveniente. El Führer no podía ponerse en contra de esas dos instituciones y presionó a Himmler para que lo echara.

Es sintomático notar que, el pensamiento de Wirth, entronca con los delirios místico-esotéricos de los que hemos venido hablando respecto del Uritorco.

Wirth era un convencido de que la vida urbana prostituía el alma de la gente, creía que el nuevo hombre debía volver al campo y recuperar el pasado, abrevando en las tradiciones populares las cuales eran la entrada al conocimiento verdadero. El tema es que, para cuando Wirth lanzó su teoría sobre la escritura aria más antigua del mundo, ya se sabía a ciencia cierta que la egipcia y la mesopotámica (con 4000 años de antigüedad) eran efectivamente las más viejas y que no existían evidencias que probaran la teoría del presidente de la Ahnenerbe. Como si eso fuera poco, afirmaba que esa raza nórdica había evolucionado en el ártico y que era descendiente de los antiguos habitantes de la Atlántida; y en lo personal, perjuraba que poseía capacidades telepáticas y era clarividente.

Como puede observarse, la cabeza de la Ahnenerbe comulgaba con toda una serie de ideas imposibles, cercanas a los delirios teóricos de Acoglanis y Terrera.

La falta de originalidad de los esotéricos vernáculos también se advierte al hacer un punteo de las creencias sostenidas por el Dr. Walter Wüst, quien desde febrero de 1937 se convirtió en el nuevo presidente de la institución.

Wüst no era un nazi convencido. Se hizo nazi por conveniencia. Su puesto le dio poder e influencias. Fue un difusionista acérrimo, interesado también es la mítica raza nórdica en la que creía se había originado toda la civilización. Sostenía con vehemencia que desde Europa, esto arios blancos, valeroso, inteligentes, bien formados, habían emigrado primero a Irán, después Afganistán y finalmente la India; y que el libro sagrado hindú, escrito en sánscrito, el Rig-Veda, era un documento de la raza nórdica.
Los eruditos reunidos en la Ahnenerbe también comulgaban con estas fantasías.

Uno de ellos, el arquitecto Edmund Kiss, afirmaba haber localizado una antiquísima colonia nórdica en el actual territorio de Bolivia. Concretamente en las ruinas de Tiahuanaco.

Para él, el yacimiento tenía una antigüedad de más de un millón de años [¡?], y para sostener esa locura partía de una teoría cataclísmica que hablaba de cinco lunas anteriores a la nuestra estrellándose contra la Tierra y borrando todas evidencias de esa primigenia civilización aria en la que soñaba. Sólo dos lugares habían resultado a salvo: el Tíbet y los Andes bolivianos. Por ende, las ruinas de Tiahuanaco, con su Puerta del Sol y demás esculturas decorando sus edificios, eran para Kiss pruebas de la existencia de arios en el altiplano hacía miles y miles de años.

Así pues, guiada por estas ideas locas, la Ahnenerbe organizó ocho expediciones documentadas y probadas históricamente. Tal vez la mas famosa sea la practicada en 1938 al Tíbet y de la cual hay profusa evidencia desde que (en 1970) de encontraron los archivos y filmaciones oficiales.

Las teorías difusionistas, que explican el origen ario de todas las civilizaciones del mundo, tuvieron éxito en muchos ámbitos, incluso en personas que llegaron a creer que los comechingones eran de origen nórdico. Después, sí, vinieron sus epígonos menos despiertos, repitiendo los mismos prejuicios, levantando las mismas banderas raciales, pero mezclando todo con ovnis, extraterrestres, intraterrestres, hermandades blancas y energías misteriosas.

Hay pocas cosas nuevas bajo el sol. Todo se recicla. Aún los dislates.

Palabras Finales

Como hemos podido ver, la historia de Capilla del Monte tiene un antes y un después del mes de enero de 1986. Las enseñanzas de Acoglanis, sus mensajes místicos y crípticos en torno a la ciudad de Erks y, posteriormente, la aparición de la “huella” en el cerro El Pajarillo, cambiaron todo. No sólo la manera de concebir la oferta turística y sus atractivos locales (antes El Zapato, hoy el Uritorco), sino también la composición social y el imaginario del pueblo. Actualmente, Capilla del Monte tiene una población no originaria mayor en un 50 % (o más) a los nacidos y criados (NYC) en el lugar. Las migraciones internas hacia Capilla, desde mediados de la década 1980 generó el surgimiento de los “nuevos capillenses”, en su mayoría instalados en el pueblo en busca de tranquilidad, seguridad y revelaciones espirituales y esotéricas (ya sea que éstas vengan de Erks o del espacio exterior).

Este fenómeno sociológico terminó por cooptar no sólo al conglomerado comercial (restaurantes, hoteles, hosterías, etc., que viven y explotan el misterio) sino también a las autoridades municipales.
Hoy Capilla del Monte, Meca místico-esotérica de la Argentina, tiene de sí misma una mirada muy diferente a la de antes. Ha reinventado el significado simbólico de su atractivos y el imaginario imperante. Tal es el caso del cerro Uritorco (Cerro de los loros), ignorado hasta la década de 1980 y convertido hoy en el principal polo de atracción de la región. Ya han pasado 30 años y todo augura que aún le queda mucho tiempo por delante.