¿Qué decir de la molesta inquietud que frecuentemente nos recorre el cuerpo y el alma en busca de abrigo y comprensión? Porque mira que es jodido darse de bruces, inesperadamente, con esas inquilinas. Uno desea una vida tranquila y sosegada, de cervecita en las terrazas y charla y canciones a la luz de la luna. Y de improviso, ¡zas! sufre una intoxicación -delo que sea- y de pronto se halla inmerso en un arrebatado deseo de, por ejemplo, darle un fuerte martillazo en la cabeza al vecino de enfrente o en su lugar entregar todas las pertenencias a una ONG, de dudosas cuentas e intenciones. Es lícito, y cómodo, pensar que en estos momentos uno está p’allá, que qué me pasa hoy, mejor me tome una tila y le meta caña a los pensamientos positivos, que ya dice la copla:
“En este asqueroso mundo
nada es verdad ni es mentira
todo es según el color
del cristal con que se mira”.
Bueno
Para darle sabor a la cosa podría apuntar más ejemplos de pasiones que bordean el límite de lo humanamente soportable, de lo políticamente correcto... pero creo que no es necesario: todos tenemos retazos de la propia vida en los que hemos sentido de cerca esa especie de zozobra, que indica que nos acercamos a nuestras estancias más oscuras y negadas. Mientras lo piensas y para inspirarte le pondré una pizca de bolero: un fragmento del que ahora estoy escuchando, que no se si viene a cuento, pero que en todo caso me gusta:
“Tengo las manos
tan desechas de apretar
que ni te puedo sujetar.”
Pues nada,
si decido ir un poco más allá de la tila y demás, ¿Qué hacer ante el tumulto? Para empezar y ante todo: mucha calma. No es cuestión de andar repartiendo martillazos a diestro y siniestro, -aunque si lo hiciera, siempre tendría la justificación que es para mi crecimiento personal: “Me estoy trabajando la agresividad” podría argüir- Pero actuar así ni es muy compasivo ni me proporciona buen karma, y todo hay que tenerlo en cuenta.
Claro que existen pasiones polares en las que uno se zambulle con frenesí y desea que no terminen nunca, o que suponen un estado de arrobamiento amoroso, fecundo, creativo y esdrújulo... pero obviamente no son éstas las que ocupan este escrito, a pesar que en determinadas ocasiones cueste tanto aceptarlas y mantenerlas como las más truculentas.
Mucha calma,
y si tengo ganas de trabajar, mucha atención y sobretodo respeto: eso que estoy sintiendo también soy yo, y está ahí por alguna razón más o menos desconocida. Seguro que es más lindo sentirse un ángel, pero a veces es necesario sobar al demonio, incluso puede ser mas productivo; con palabras de Claudio Naranjo: “El diablo no sabe para quién trabaja”. Cuando vuelvo a evitarlo suele perdurar, y aunque no se note mucho -ahí bien tapadito- está más que comprobado que lo que no sale por la boca sale por el culo, con perdón.
La Terapia Gestalt
valora especialmente el concepto y el trabajo con las polaridades. Fritz Perls escribió: “La filosofía básica de la Psicoterapia Gestalt es la naturaleza entre diferenciación e integración. La diferenciación conduce por sí misma a las polaridades. Como dualidades que son, estas polaridades lucharán entre sí y se paralizarán unas a otras. Integrando los rasgos opuestos, lograremos que la persona se complete de nuevo”. Esto implica, con palabras de Erving y Miriam Polster que: “El que ignora partes de sí mismo acaba, simplemente, por tenerse a raya a sí mismo”
Siguiendo esta pista
apuntaré, someramente, algo sobre lo que puede pasar -especialmente en el marco de una sesión o un proceso de terapia- si se aguanta en el epicentro de la borrasca hasta el final, o hasta donde se pueda. Para empezar me serviré de un fenómeno, “alrededor del mundo”, citado por Joseph Zinker: “si vuelas hacia el Norte por bastante tiempo terminarás volando hacia el Sur”. Es decir, si prendo una luz en el pozo, en los aspectos más temidos y negados de mí mismo -si atiendo- puede ocurrir que el reconocimiento me permita confrontar lo negado con lo conocido i/o idealizado. Esta confrontación puede, después de una guerra más o menos santa, amistar ambas partes, (aunque haciendo honor a la realidad, preciso es decir que aún así siempre suele producirse alguna que otra escaramuza). Para llegar, finalmente, a la conclusión de que no soy tanto ni tan poco y, además, también todo lo contrario. Vamos, que igual soy un pendejo santo y bondadoso que un querubín malicioso y cínico. Por ahí a veces aparece una genuina sensación de ecuanimidad y amplitud, como si habitara más completamente mi cuerpo.
Mi cuerpo loco
que a veces adivino formado, simplemente, por una combinación a partes iguales, de cuerpo de policía y cuerpo del delito, aliñado con unas gotas de misterio. Y que en estos momentos no se discernir del todo bien si se trata de un ser enigmático o de un inevitable refrito... aunque, bien mirado, quizás sólo se trata de un refrito enigmático y un ser inevitable.
Ya veré...
HACHE Y JOTA
Aquella noche Hyde y Jekyll decidieron tomar un trago
silbó bajito el Dr. Jekill y dijo hoy me siento ufano
tengo tranquila la conciencia la
digestión de buen talante creo que vivir vale la pena
bajó los ojos mister Hyde
y dijo torvamente mierda
luego elevaron las dos copas de vino tinto y
vino blanco y brindaron por esa eterna y
saludable coincidencia por fin salieron abrazados
como dos buenos enemigos estornudaron al unísono
y se metieron en el hombre.
Mario Benedetti.