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viernes, agosto 08, 2025

¿Hay Vida antes de la Muerte?

Elsa Punset
"Mujer, 43 años, funcionaria, casada, dos hijos, vive en un piso alquilado en Madrid y conduce un coche de gama media". Con palabras grises como éstas solemos juzgar a las personas que nos rodean. Con poco más. No sabemos si esa mujer ama a su pareja o si se emociona con el canto del ruiseñor en las noches de verano. Menos aún: si es capaz de tocar la soledad que alberga el alma de las personas o si sueña con un refugio invisible en lo alto de una montaña. Las palabras con las que medimos a las personas dibujan un perfil social y económico que las hunden en el anonimato de las estadísticas. Son datos que no cantan, no bailan, no sueñan, no ríen. No dicen, realmente, nada que importe. Entonces, ¿por qué juzgamos y etiquetamos a los vivos en base a datos que podrían describir a los muertos?
Al cerebro humano, que está programado para sobrevivir, le lastra el miedo.
La evolución nos ha dotado de un cerebro para sentir y para pensar, un órgano asombroso que crea, ama y sueña. Pero somos imperfectos. Al cerebro humano le lastra el miedo. Programado para sobrevivir, observa desde su caja negra los peligros que le acechan. Y a diferencia del cerebro de otros animales, escudriña y teme también aquello que posiblemente podría ocurrirle: la muerte de un ser querido o la mirada del jefe que tal vez esté barruntando despedirnos. Atrincherado en su miedo a no sobrevivir, el cerebro nos tiende trampas para aliviar su soledad, para poblar de certezas su universo incierto y cambiante. A golpe de etiquetas dividimos el mundo en bueno o malo, es decir, en seguro e inseguro. Vivimos con la mirada del inconsciente fija en el código evolutivo heredado de los muertos: lejos de la manada, acecha la muerte. El desprecio de los otros nos aterra. Intentamos pertenecer al grupo, político, familiar o artístico, amparados al abrigo de las verdades de un ego colectivo que defiende un espacio seguro. Ulteriormente, los humanos tienden naturalmente a la justicia social y a la empatía, pero éstas se inhiben si el entorno y el cerebro así se lo aconsejan. No somos malos, somos obedientes porque tenemos miedo, aunque esa contradicción entre lo sentido y lo vivido crea más soledad y dolor del que siempre quisimos evitar.
En ese espacio grupal seguro, renunciamos a nuestro ser transparente, único y vulnerable, rechazamos enfrentarnos a las emociones que producen miedo y ansiedad. Disimulamos y evitamos hablar del dolor que alberga el mundo, aunque los expertos alertan del incremento espectacular de los trastornos mentales, con su séquito de sufrimiento, suicidios, maltratos y abusos, incluso entre los más jóvenes. ¿Por qué no somos capaces de ayudar a nuestros hijos a encontrar su lugar en el mundo? ¿No es suficiente distraerles con el consumo masivo y adictivo de placeres? Alimentamos con esfuerzo y rigor su cociente intelectual. Pero apenas educamos en el conocimiento de uno mismo, en la capacidad de desaprender aquello que nos lastra, en la expresión pacífica de la ira, en la capacidad de sentir y de escuchar al otro, de convivir. La creatividad y la inteligencia emocional se han convertido en nuestra sociedad en un don para unos pocos, en vez de una actitud vital para todos.
La conjunción de lo biológico con la revolución tecnológica augura un potencial insospechado al conocimiento. Reclamar el derecho a expresar de forma integral nuestro asombroso potencial intelectual, emocional y físico es uno de los grandes retos de este siglo, al que se enfrentan personas de ámbitos muy diversos. Sin distinciones inventadas, sin categorías infundadas y sin las etiquetas que nos roban del disfrute de la vida antes de la muerte.

 

miércoles, agosto 06, 2025

Enfadarse sin Herir

Juan Antonio Currado
Frustración y enojo: Dos caras de la misma moneda
Siempre que hay enojo, hay un deseo o necesidad no satisfecha.

En el relato, quien llegó puntual esperaba satisfacer su necesidad de que la otra persona estuviese a la hora acordada. Cuando la otra persona llega media hora tarde, se frustra por no lograr satisfacer su necesidad. Paso seguido: se enoja.
Al enojamos nos inunda una energía o fuerza adicional. A nivel orgánico se corresponde con la
mayor segregación de adrenalina y de noradrenalina; el corazón late más rápido, aumenta la
presión sanguínea y la mayor afluencia de sangre en músculos y brazos nos dispone para la acción física inmediata. Esta hiperactividad o plus de energía, es una fuerza extra que disponemos para reforzar las acciones destinadas a la autoafirmación y a obtener lo que necesitamos. En tal sentido el enojo no es un fin en sí mismo, es una herramienta para resolver el problema.

“Yo nunca me enojo, pero cuando me enojo…”
Es común escuchar a quienes dicen no enojarse casi nunca; pero cuando lo hacen, se enfurecen de tal manera que parecen enceguecer.
Lo que les ocurre no es que casi nunca se enojan, sino que no lo registran adecuadamente o se aguantan la exteriorización de todos los pequeños enojos. Así resulta que la manifestación del enojo, queda supeditada solamente a dos opciones: todo o nada.
Si existiera alguna escala que de 0 a 10 midiese la magnitud de esta emoción, encontraríamos que generalmente estas personas no expresan el enojo hasta que éste no exceda de la puntuación entre 8 o 9. Pasada esa marca, la carga adicional de energía se hace cada vez más inaguantable, entonces los sobrepasa y estallan en una ira indiscriminada. Este estallido muchas veces es desproporcionado con relación a la situación que lo detonó; es la “gota que desborda el vaso” y el típico “pase de viejas facturas”.
El enojo que vamos “tragando” nos transforma en “bombas de tiempo”. Cuando explotamos en ira, la onda expansiva va hacia adentro de nosotros o hacia afuera. Si va hacia dentro, estamos enojados con nosotros mismos, por lo que nos maltratamos de varias maneras. Cuando va hacia afuera, descargamos (de formas sutiles o concretas) la energía del enojo contra quien consideramos culpable de nuestra frustración.
Nuestro personaje del relato inicial, en vez de aprovechar la energía del enojo en arbitrar lo
adecuado para satisfacer su necesidad, la utiliza para agraviar y herir verbalmente. Por un lado lo descalifica (¡irresponsable… irrespetuoso... desconsiderado!) y por otro lado se toma revancha (¡voy a llegar a cualquier hora y a disfrutar dejándote plantado!). Apela al antiguo “ojo por ojo”, cual expresa la intención de lastimar al otro, por lo menos, tanto como él me lastimo a mi.
Golpe por golpe
Si la energía del enojo deja de ser un medio para satisfacer mi frustración y se convierte en un
arma con la cual atacar y derrotar el oponente, entonces lo importante ya no será resolver el
problema, sino ganar la pelea.
Cuando el objetivo es someter al otro, y si las dos partes hacen lo mismo, no pasará mucho
tiempo para que el otro encuentre la oportunidad de replicar el golpe. Así se crea el clima de
batalla propicio para iniciar una escalada de agresión en la cual ambos terminan heridos.
Esta acción no solo deja a las dos partes lastimadas, sino que, además, deja sin satisfacer lo que estoy necesitando. Por lo tanto: sigo frustrado.
Qué hacer cuando me enojo
En principio resulta útil estar atento a los pequeños enojos. Es más fácil accionar antes de que
estos aumenten su intensidad. Además, que, como todo aprendizaje, es mejor empezar a
ejercitarnos con situaciones más sencillas, en vez de comenzar con las más complejas y extremas.
Vimos que junto a la emoción del enojo se produce una tensión muscular adicional. Es importante que la acción de descarga corporal quede diferenciada e independizada del impulso a castigar o al de hacer sufrir. Así que, como primer paso, es saludable aprender a descomprimir esa especie de “olla a presión” sin agraviar al otro. Hay quienes se descargan moviéndose físicamente (caminando, corriendo, saltando, etc.); están los que prefieren contar hasta diez… e ir calmándose de a poco; o aquellos que optan por hacer alguna relajación o meditación. Hay muchas formas de liberar la tensión acumulada, cada uno puede elegir la que más le sirva.
La descarga fisiológica, no es para que una vez tranquilos dejemos pasar la situación que produjo el enojo, es para que una vez calmados y relajados estemos en mejores condiciones de dilucidar y resolver el problema.
El paso siguiente, sería expresarle claramente al otro lo que a mí me pasa con lo que él hace.
Otra vez recurriendo al relato inicial, la persona enojada podría decirle: “Cuando quedamos en
encontrarnos a una hora y no venís puntualmente, yo me enojo mucho con vos; me pongo
nervioso pensando que se me complica todo lo que tengo que hacer después; y a demás siento que no sirve de nada que corra para llegar a horario” Esto se puede decir en tono y con gesto de enojo, no hace falta ocultarlo tras una vos y sonrisa “angelical”.
El decir lo que a mí me pasa tiene varios beneficios: Es una manera de reconocer y autoafirmar lo que estoy vivenciando; resulta ser otra forma de descarga físico-emocional. Pero, además, al
informárselo desecho la suposición de que el otro debería saber por sí mismo lo que a mí me
pasa. Cuando únicamente le digo como yo me siento, sin atacarlo ni enjuiciarlo, estoy aportando mi parte para evitar el inicio de una escalada de agresiones.
Por último, puedo decirle a la otra persona que es lo que yo necesito de él y hacerle una
propuesta para que corrija lo que hizo y, en la medida de lo posible, que no vuelva a repetirse.
Volviendo al ejemplo del relato sería: “Te propongo que veamos la forma para que, de aquí en
más, aseguremos que llegaras puntualmente”
Si la otra persona acepta mi propuesta, habremos enriquecido la relación porque ambos supimos resolver el problema. Y cuanto más vivenciemos esta nueva experiencia, la asociación: enojo = pelea, será cada vez más una precaria creencia.
El que yo cambie, no obliga a cambiar al otro
En toda relación, es muy posible que si cambia una de las partes algún efecto de cambió se
produzca en la otra. Pero no hay garantías de que esto ocurra. Al igual que yo no estoy obligado a hacer lo que el otro espera de mí, la otra parte tampoco está obligada a hacer lo que yo espero de ella.
Puede ocurrir que, a pesar de haber expresado muy correctamente mi enojo, el otro siga sin hacer lo que yo necesito. En tal caso seguiré sin obtener lo que espero y no cesará la frustración. Si por ejemplo me enojo porque necesito agua y la persona de quien espero el vaso con agua no me lo da, seguiré frustrado y con sed. En tal caso, puede haber desencuentro (inclusive separación), pero por no haber peleas ni heridas que curar, estaré en mejores condiciones de conseguir en otro lado el agua que necesito.
Aprendamos juntos
Quien más, quien menos, nos guste o no, todos experimentamos enojo. De hecho, es una de las reacciones más antiguas que disponemos.
En lo albores de nuestra humanidad, se requería de la fuerza muscular para asegurar la
satisfacción de muchas necesidades, por ejemplo, la confrontación física ante la amenaza del
espacio territorial. A pesar de que en nuestra vida moderna ya no se requiere de la fuerza física
para satisfacer la mayoría de nuestras cotidianas frustraciones, nuestro cuerpo sigue
brindándonos los mismos recursos del pasado para que obtengamos a la fuerza lo que
esperamos.
Es nuestra tarea individual y colectiva el continuar evolucionando. Cuando alguien no hace lo que esperamos, o si algo no sucede tal como lo necesitamos, ojalá que estos no sean motivos para justificar batallas, sino que sean oportunidades para seguir aprendiendo a satisfacer lo que deseamos… pero sin herir a nadie… porque el daño no es un ingrediente necesario en la receta.


 

martes, mayo 06, 2025

Las Plegarias

Las plegarias desempeñan un papel fundamental en muchas tradiciones espirituales y religiosas, ya que son una forma de comunicación directa entre los individuos y lo sagrado, ya sea una deidad, un poder superior o el universo en sí mismo. Aunque su función puede variar según la tradición, su propósito principal suele ser buscar conexión espiritual, expresar gratitud, pedir orientación, protección o consuelo, y fortalecer el sentido de comunidad y pertenencia.

En algunas tradiciones, las plegarias son ritualizadas y estructuradas, con palabras específicas transmitidas a lo largo del tiempo, como sucede en el cristianismo con el "Padre Nuestro". En otras, son libres y espontáneas, adaptándose a las necesidades y emociones del momento.

Además, las plegarias no siempre tienen un carácter religioso. En prácticas como el mindfulness o la meditación, ciertas afirmaciones o intenciones pueden considerarse plegarias en un sentido más amplio, enfocadas en la conexión con uno mismo y el mundo.

En definitiva, las plegarias reflejan la búsqueda humana de sentido y trascendencia, y su importancia radica en su capacidad para consolar, inspirar y dar fuerza.

Ejemplos de plegarias en varias religiones, mostrando la diversidad espiritual en el mundo:

1. Cristianismo (Catolicismo): El "Padre Nuestro": "Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga tu reino; hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy el pan nuestro de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén."
2. Islam: Una súplica común conocida como "Dua": "Oh Allah, perdóname todos mis pecados, los grandes y los pequeños, los primeros y los últimos, los evidentes y los ocultos."
3. Judaísmo: Parte del Shema Israel: "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Bendito sea el nombre de su glorioso reino para siempre jamás."
4. Budismo: Una plegaria de los votos del Bodhisattva: "Que todos los seres sean felices y tengan las causas de la felicidad. Que todos los seres estén libres del sufrimiento y de las causas del sufrimiento."
5. Hinduismo: Del Gayatri Mantra: "Om Bhur Bhuvah Swah, Tat Savitur Varenyam, Bhargo Devasya Dhimahi, Dhiyo Yonah Prachodayat." (Es una invocación al Sol como fuente de sabiduría y guía espiritual).
6. Religiones indígenas o espirituales: En muchas culturas indígenas, las plegarias son espontáneas y conectan con la naturaleza. Por ejemplo, en tradiciones nativas americanas: "Gran Espíritu, gracias por el sol que brilla, la tierra que sostiene y el viento que respira en nosotros. Guíanos en armonía contigo."

Cada tradición tiene su propia riqueza de expresiones, que reflejan los valores y las creencias de sus practicantes.