Sergio Alonso Valverde Alpizar
"El ser humano es un Dios mortal; el Dios celeste es un hombre inmortal."
Hermes Trismegisto Tratado X.
V M , QQ HH :
S F U
Cuando finalmente nuestros pasos comienzan a encontrar su debida senda, su orden preciso, en lugar de reposo y solaz paradójicamente encontramos el inicio de una larga vía que quizá no finalice siquiera en el oriente eterno; al que tarde o temprano deberemos retornar tras brindar tributo a nuestra viuda madre.
Iniciamos ese difícil camino en pos del desarrollo de la virtud, del deseo de habituarnos a la práctica del bien, del deber y de la Justicia, en virtud de un solemne juramento; promesa cuya aceptación, inexistente en papel a los ojos profanos, marcamos cual hierro candente en la principal de nuestras entrañas y con nuestra propia conciencia como primordial testigo.
Juramento cuyo poder reside en concedernos el privilegio de renacer bajo una nueva y lúcida condición, indeleble mas no atávica; imborrable por cuanto una vez recibida la luz, no podríamos jamás olvidarla. Podríamos renegar de ella, y retornar cobardemente a las sombras de la ignorancia y del fanatismo, mas cual espada de Damocles pesaría eternamente sobre nuestras conciencias el incumplimiento de la palabra empeñada a nuestros hermanos de Magisterio, tanto como al Altísimo Principio cuya amplísima mirada carece de dúplice...
Nuestra augusta institución, de cuyo antiguo lustre no debemos enorgullecernos (a pesar de la justicia que ello pueda entrañar), sino mantener y desarrollar hacia el futuro; no nos pide un resultado preciso; no nos exige alcanzar finalmente la virtud, la caridad, la razón, la justicia; nos pide únicamente comprender la naturaleza de nuestro entorno, la existencia de un principio regulador –y que sigue regulando-, y adecuar nuestro comportamiento en consecuencia con ese orden armónico, lo que implica necesariamente el debido respeto y trato a nuestros semejantes, independientemente de su condición pasajera; ¡que todos volveremos al polvo del cual venimos!
De ahí que la condición masónica sea apta, al igual que otras muchas disciplinas, ¡pues muchos rayos de luz prodiga el sol a los seres vivos!, para armonizar nuestro comportamiento con la gran obra; manifestándonos como impulsores de la progresiva evolución espiritual del género humano, y de toda la creación en general, evitando de este modo que la oscuridad, nuestra ignorancia y el fanatismo, se opongan el inexorable empuje del orden frente al caos que reinaba en la noche de los tiempos, cuya oscuridad aún prevalece alrededor para nuestro gran infortunio.
Consecuentemente con lo anterior, todo hermano masón, proyecto constante y perpetuo de superhombre sintonizado con el Oriente que guía la evolución el género humano a través del tiempo y del espacio, debe saber identificar claramente los "conceptos masónicos" de los "símbolos masónicos"; claridad que no se manifiesta muy felizmente en todos nuestros trazos arquitectónicos, y que nos obliga a peregrinar humildemente al único documento –casi axiomático- con respecto al cual empeñamos nuestro juramento y que es además el único común a todos los masones del planeta: los denominados "landmarks" o "Constituciones de Anderson".
El más conocido Landmark, o límite de la ortodoxia masónica es aquel que nos permite utilizar un lenguaje simbólico, retórico y alegórico para transmitir gradualmente nuestros conocimientos, cuyo germen no interesa definir ahora si ya residía en nuestra conciencia, o si por el contrario lo hemos recibido como parte de nuestra iniciación; desarrollándose en ambos casos gracias el uso de la razón, que es uno de los dos principales atributos de que gozamos los seres humanos gracias al Demiurgo. (Nota: los otros dos atributos son la propia existencia y el libre albedrío)
Pero ¡cuidado! no vayamos a confundir el derecho masónico a la libre interpretación de los "símbolos" que utiliza nuestra institución desde tiempo inmemorial para transmitir enseñanzas buenas, virtuosas y éticas, con la posibilidad de encontrar diversas interpretaciones a conceptos masónicos que están muy bien definidos, y que no dejan lugar a dudas con respecto a su unívoco sentido.
Liberando momentáneamente el hilo de Ariadna que nos ha venido guiando hasta aquí, preciso es destacar que la existencia de límites de ortodoxia dentro de la institución masónica no significa bajo ninguna circunstancia que nuestro esquema filosófico sea de tipo dogmático, pues casualmente uno de nuestros más importantes frentes de batalla en nuestra eterna lucha contra el caos es la erradicación de los dogmas, que no entrañan más que la negación de la razón y del libre albedrío de que gozamos los seres humanos.
Nuestro esquema filosófico es sin duda de tipo racionalista y para muestra un botón: el rito de iniciación es particularmente cartesiano. Admitimos también algún nivel de apriorismo: el de nuestra propia razón que nos conduce a admitir la existencia de un principio regulador eterno y absoluto; y finalmente compartimos una convicción agnóstica según la cual es el conocimiento el pórtico de la iluminación, sin que esto – ¡por favor!- se entienda según la perspectiva religiosa, pues nos referimos a la luz del conocimiento, del conocimiento del mundo que nos rodea y de nosotros mismos, y lo que es más importante, agregamos un designio ético que nos impone comportarnos en consecuencia con el origen de nuestra propia existencia y la de nuestros semejantes, ¿acaso no es ello la médula de nuestro interrogatorio en la iniciación?
Los "Landmarks", podemos concluir válidamente, son entonces una necesidad institucional de la órden masónica -como agrupación legal de ciudadanos- que nunca deben ser asumidos como dogmas incuestionables; sin embargo, digno es de anotar que el alejamiento de ellos en virtud del uso de las facultades de la razón, efectivamente podría sacarnos de la esfera masónica propiamente entendida, he ahí el apriorismo del esquema masónico. La razón aparece claramente detrás de cada uno de los preceptos de las Constituciones de Anderson, y a quienes opongan que es la fe pura la que nos obliga a admitir la "Leyenda Masónica" o la "Leyenda de Hiram", podemos refutar que debemos rescatarla en atención a su enorme tradición histórica, habiendo sido transmitida oralmente por siglos, y que entraña importantísimos elementos de conocimiento masónico; punto aparte del hecho secundario relativo a la veracidad o falsedad de dicha leyenda, cuestión que gentilmente dejamos en manos de los arqueólogos.
Volviendo a nuestra senda original, la diferencia entre símbolos y conceptos masónicos, por respeto a las ideas fundamentales que inspiran esta augusta institución cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, habiendo persistido gracias al esfuerzo de miles de anónimos hermanos conocidos como la "Jerarquía oculta", oculta por anónima y no por secreta, cabe aclarar; y por respeto a nosotros mismos para que podamos empezar a cumplir nuestro juramento masónico, debemos conocer los conceptos masónicos fundamentales, y que nos explican y definen claramente qué somos y qué puede esperarse de nosotros, e inclusive cuál es la definición última que la razón nos permite deducir del concepto tradicionalmente entendido como de la "divinidad"; esto es, rescatar la existencia del supremo hacedor por medio de la razón, y no de los dogmas institucionalizados –sin que entremos a adjetivarlos- por las religiones.
De este modo debemos conocer claramente los atributos del G A D U , que se define racionalmente como un principio regulador absoluto e infinito; definición cartesiana que abriga sin duda cualquier definición de la divinidad aportada por la filosofía tanto como por el exoterismo, y que tiene como mérito librarse de todos aquellos atributos que la razón nos impide colegir necesariamente, sin perjuicio de que podamos intuirlos y desearlos.
Con respecto a nosotros, los mortales seres humanos, la razón nos permite concluir válidamente –y así se nos instruye en la ceremonia de recepción- que debemos nuestra existencia a una entidad ajena a nosotros, ¡aquel que esté seguro de ser su propia creación, por favor que nos lo diga!
Y que igualmente el único medio de conocer nuestro entorno y apreciar al G A D U o lo que es lo mismo, la "causa suprema", así como la esencia de nuestras obligaciones frente a él y frente al prójimo, es mediante el uso de la razón, instrumento por él concedido, y el que debemos entender siempre en función del otro atributo del que gozamos los seres humanos, que es el libre albedrío.
Por ésta última propiedad señalada es que no rendimos culto ni al dinero, ni a la estirpe, ni a ninguna otra condición humana que no sea la nobleza del conocimiento y la práctica de la virtud. Recordemos que todos nacemos iguales, que el conocimiento nos eleva y que la muerte finalmente nos iguala.
Podemos interpretar de diversos modos el significado de las columnas salomónicas, de la cadena de unión, de las granadas, de las luces, de los atributos del aprendiz: el martillo y el cincel; pues todos ellos y muchos otros más son símbolos aptos para las transmisión de los conocimientos masónicos, pero nuestro juramento claramente nos impide interpretar de diverso modo el concepto del G A D U , lo que los hombres le debemos, y cuál ha de ser nuestra respuesta y comportamiento frente a uno y otros. Entendamos consecuentemente los Landmarks, no como dogmas irrefutables, sino como concreción verbal de los límites en que la masonería se ha mantenido como organización inmemorial; no podemos olvidar que el autor de estas constituciones era un Religioso, y no obstante su gran mérito de haber identificado los elementos consustanciales a la institución masónica (que ahora se organizaba especulativamente y no operativamente), lo más consustancial a la masonería es el rendir culto a la razón, como el más preciado instrumento que los seres humanos hemos recibido de la divinidad.
Como última fuga argumental, me permito recordar el error comúnmente aceptado de muchos HH MM que consideran que en logia no se debe discutir ni de política ni de religión. El precepto es cierto y así lo establecen las Constituciones de Anderson; pero lo prohibición estriba en la "discusión" palabra que entraña un concepto hasta cierto punto beligerante, pero no prohíbe el debate sereno, y respetuoso de temas tan trascendentales para el ser humano como lo son la religión y la política y que no deben ser ajenos a la institución masónica, formadora de buenas opiniones públicas por antonomasia, como institución enemiga del fanatismo, y de los dogmas, vicios ambos de la razón, que recordaremos, es un importante atributo divino del que gozamos los seres humanos.
La luz del sol tiene muchos rayos, y todos ellos, con mayor o menor intensidad, nutren y promueven con su luz y calor la fertilidad de la materia y del espíritu, ¿Cómo podemos negarnos a estudiar y comentar en logia las distintas y dignísimas religiones? ¿Cómo podemos negarnos en logia a debatir y comprender los diversos sistemas de organización política, cuando todos ellos, y especialmente los democráticos, tienen como finalidad la felicidad de los ciudadanos? ¿acaso no podemos formar mejor nuestras opiniones en la hermosa comunidad masónica, con propiedad, respeto, sinceridad y virtud?
QQ HH , sirvan mis débiles trazos arquitectónicos, que espero fervientemente haya logrado mantener dentro de los límites del conocimiento que se supone debo tener a mi escasa edad, para instarlos a peregrinar al contenido del rito de iniciación del R E A y A , que es realmente portentoso. Opongo en mi defensa, si en algo me he extralimitado, que tan sólo he atendido para esta pequeña reflexión las propias Constituciones de Anderson, el rito R E A y A de iniciación al G de A M , y algunos manuales de formación de aprendices masones.
Ipse Dixit.