Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. Con nuestros pensamientos hacemos el mundo. El Buda (1)
En los últimos años se ha visto que quizá nuestros supuestos tradicionales y nuestra manera tradicional de pensar quiénes y qué somos y qué podemos llegar a ser no hayan sido lo bastante generosos. Hay pruebas, provenientes de gran variedad de disciplinas -psicológicas y no psicológicas, tradicionales o no, occidentales o no- que señalan la posibilidad de que hayamos subestimado el potencial de crecimiento y bienestar psicológico del ser humano. Gran cantidad de estos nuevos datos no coinciden con nuestros modelos psicológicos tradicionales, y en respuesta a estas incongruencias surgió la psicología transpersonal, como intento de integrar estos atisbos de una mayor capacidad humana en la corriente principal de las disciplinas occidentales que se ocupan de la conducta y de la salud mental.
La definición de la psicología transpersonal
La psicología transpersonal apunta, por ende, a la expansión de la investigación psicológica para incluir dimensiones de la experiencia y del comportamiento humanos que se asocian con la salud y el bienestar llevados al extremo. Para conseguirlo se nutre tanto de la ciencia occidental como de la sabiduría oriental, en un intento de integrar los conocimientos provenientes de ambas tradiciones en lo que se refiere a la realización de los potenciales humanos. Los focos de su interés son muy amplios, y el Journal of Transpersonal Psychology, que empezó a aparecer en 1969, se autodefine por su interés en «la publicación de investigaciones teóricas y aplicadas, trabajos empíricos, artículos y estudios sobre los procesos, valores y estados transpersonales, la conciencia unitiva, las metanecesidades, las experiencias cumbre, el éxtasis, la experiencia mística, el ser, la esencia, la beatitud, la reverencia, el asombro, la trascendencia del sí mismo, [...] las teorías y prácticas de la meditación, los caminos espirituales, la compasión, la cooperación transpersonal, la realización y actualización transpersonales y los conceptos, experiencias y actividades con ellos relacionados».
El término transpersonal fue adoptado, después de muchas deliberaciones, para referirse a los informes de personas que practican diversas disciplinas que afectan específicamente a la conciencia y que hablan de experiencias de una extensión de la identidad que va más allá de la individualidad y de la personalidad. De tal modo, no se puede decir que la psicología transpersonal sea estrictamente un modelo de la personalidad, pues se considera que esta última es únicamente un aspecto de nuestra naturaleza psicológica; es, más bien, una indagación sobre la naturaleza esencial del ser...
Definir la psicología y la terapia transpersonal es difícil porque las experiencias transpersonales son esencialmente estados alterados, lo cual plantea los problemas de la interdependencia de los estados y de la comunicación entre ellos. Puesto que las definiciones, como los modelos, pueden ser restrictivas, es mejor considerar que, en lo que se refiere a las de la psicología transpersonal, son algo cuya evolución aún no se ha completado. Hechas estas salvedades, ofrecemos las definiciones siguientes:
La psicología transpersonal se interesa por la expansión del campo de la investigación psicológica hasta incluir el estudio de los estados de salud y bienestar psicológicos de nivel óptimo. Reconoce la potencialidad de experimentar una amplia gama de estados de conciencia, en algunos de los cuales la identidad puede ir más allá de los límites habituales del ego y de la personalidad.
La psicoterapia transpersonal incluye los campos e intereses tradicionales, a los que se agrega el interés por facilitar el crecimiento y la toma de conciencia más allá de los niveles de salud tradicionalmente reconocidos. En ella se afirman la importancia de las modificaciones de la conciencia y la validez de la experiencia y la identidad trascendentales.
Con la introducción de diversas técnicas para la alteración de la conciencia son cada vez más las personas, entre ellas los profesionales de la salud mental, que comienzan a tener una variedad de experiencias o vivencias transpersonales. Stanislav Grof ha formulado una definición práctica de las experiencias transpersonales: son aquellas en que se da una expansión de la conciencia más allá de los límites habituales del ego y de las limitaciones ordinarias del espacio. En sus investigaciones sobre la psicoterapia con LSD, Grof observó que todos sus sujetos terminaban por trascender el nivel psicodinámico para entrar en dimensiones transpersonales. Este efecto también se puede obtener sin drogas, sea espontáneamente, mediante la práctica de diversas disciplinas, como la meditación y el yoga, o en la psicoterapia avanzada. Parece, pues, que dichas experiencias representan un aspecto esencial de la naturaleza humana, que se ha de tener en cuenta en cualquier teoría psicológica que intente presentar un modelo de la persona entera. En este libro nos proponemos presentar los rasgos principales de un modelo tal. A manera de introducción, en los siguientes epígrafes estudiaremos la naturaleza de los modelos y de las psicologías, la evolución de la psicología occidental y la aparición de la perspectiva transpersonal, así como los factores que la facilitaron.
La naturaleza de los modelos
Los modelos son representaciones simbólicas que describen los principales rasgos o dimensiones de los fenómenos que representan. Como tales, son sumamente útiles para descomponer fenómenos complejos en representaciones más simples y más fácilmente comprensibles.
Sin embargo, por los modelos se paga cierto precio. En los últimos años se ha empezado a tomar cada vez más conciencia del poder de modelos y creencias sobre la configuración de la percepción. Especialmente cuando son implícitos, se dan por supuestos o se aceptan sin cuestionarlos, los modelos llegan a funcionar como organizadores de la experiencia que modifican la percepción, sugieren ámbitos a la investigación, le dan forma y determinan la interpretación de datos y experiencias de modo tal que se vayan obteniendo los resultados que los mismos modelos profetizan.
La naturaleza autorrealizadora y autoprofética de este proceso indica que los modelos se autovalidan, es decir, que sus efectos sobre la percepción y la interpretación se convierten en argumentos en favor de su propia validez, que configuran la percepción de manera congruente consigo mismos. En otras palabras, que todo lo que percibimos tiende a decirnos que nuestros modelos y creencias son correctos. Pero el mayor peligro de este efecto reside en el hecho de que el proceso opera principalmente a nivel inconsciente. Estos factores son de especial importancia para el tema que nos ocupa porque todas las psicologías son modelos.
Las psicologías como modelos
Todas las psicologías se basan en modelos explícitos o implícitos de la naturaleza humana. Del reconocimiento y acentuación de dimensiones específicas de dicha naturaleza surge una psicología específica que tiende a percibir e interpretar todo comportamiento y experiencia de manera selectiva a partir de esa perspectiva. Por ejemplo, el psicoanálisis y el conductismo tienen puntos de vista muy diferentes sobre la determinación del comportamiento. Para el psicoanalista los determinantes que importan son las fuerzas intrapsíquicas, mientras que los conductistas insisten en el papel del reforzamiento proveniente del medio.
Como ya hemos visto, cualquier modelo tiende a ser autovalidante; pero en los modelos psicológicos este efecto se magnifica debido a la naturaleza compleja de la determinación del comportamiento. Cualquier comportamiento está superdeterminado, es decir, es resultado o producto final de muchos factores diferentes. E inversamente, cualquier factor particular de motivación tiende a intervenir en la determinación de la mayoría o de todos los comportamientos. Esto es, lo más probable es que cualquiera que ande en busca de una motivación determinada la encuentre. Por ejemplo, tanto el analista freudiano que busca como primer motivador la libido sexual como el adleriano que lo busca en la lucha por la superioridad o el conductista que persigue los reforzadores ambientales, tendrán muy probablemente éxito en su búsqueda.
Los problemas se plantean, sin embargo, cuando clínicos e investigadores dan por supuesto que el hallazgo del motivador o factor postulado fundamenta exclusivamente el modelo particular que ellos defienden. Tales supuestos ignoran la complejidad superdeterminada del comportamiento y su riqueza y pierden así de vista las interpretaciones y modelos alternativos. Además, los fenómenos que se encuentran fuera del alcance del modelo tenderán a ser excluidos de toda consideración o malinterpretados. Por ejemplo, como el psicoanálisis no contempla la posibilidad de estados de conciencia trascendentes, ha tendido a interpretarlos desde su propio punto de vista como regresiones patológicas del ego de proporciones casi psicóticas. De tal modo, las experiencias místicas han sido interpretadas como «regresiones neuróticas a la unión con el pecho» (2) los estados extáticos como “neurosis narcisistas” (3) y la iluminación se explica fácilmente como una regresión a etapas intrauterinas (4).
Por lo común se ha considerado que entre los diferentes modelos psicológicos hay un antagonismo necesario, y han sido muy acaloradas las discusiones entre los proponentes de diversos modelos, sosteniendo cada uno que su camino era el único posible. Sin embargo, un enfoque más amplio lleva a pensar que por lo menos algunos modelos pueden ser complementarios, y cabe esperar que una actitud lo bastante amplia y libre de prejuicios pueda abarcar e integrar muchos de los modelos principales.
Por lo tanto no es necesario que el modelo transpersonal tenga que reemplazar ni poner en tela de juicio la validez de los anteriores, sino más bien que los sitúe en el marco de un contexto expandido de la naturaleza humana. Por ejemplo, dado que la psicología transpersonal reconoce una amplia organización jerárquica de los motivos, incluso de los comúnmente reconocidos, como las pulsiones sexuales y la lucha por la superioridad, se puede considerar que el modelo freudiano o el adleriano son adecuados para niveles específicos de la jerarquía sin motivos. De modo similar, gran parte del caudal de conocimientos psicodinámicos sobre las defensas persiste a pesar de que se reconozca que las defensas sólo pueden existir en conjunción con estados específicos del ego. Más bien ahora se puede ver que las formulaciones psicodinámicas son menos universales y más apropiadas a estados específicos. Sin dejar de tener esto presente, podemos pasar revista ahora a la evolución de los principales modelos psicológicos de Occidente.
La evolución de la psicología occidental y el surgimiento de la perspectiva transpersonal
La psicología transpersonal apareció en los años sesenta como resultado de haberse advertido que los principales modelos anteriores, las tres fuerzas mayores de la psicología occidental -el conductismo, el psicoanálisis y la psicología humanista- se habían mostrado limitadas en su reconocimiento de unas posibilidades de desarrollo psicológico más elevadas. Un número creciente de profesionales de la salud mental sentía que tanto el conductismo como el psicoanálisis estaban limitados por el hecho de provenir, principalmente, de estudios de psicopatología, por el intento de generalizar a partir de sistemas simples hacia los más complejos, por adoptar un enfoque reduccionista de la naturaleza humana y no hacer caso de ciertos sectores, preocupaciones y datos de importancia para un estudio cabal de aquella, como pueden ser los valores, la voluntad, la conciencia y la búsqueda de autorrealización y de autotrascendencia. Se sentía también que este descuido iba, en ocasiones, acompañado de interpretaciones inadecuadamente reduccionistas y «patologizantes».
De hecho, el enfoque psicoanalítico imposibilitaba eficazmente la consideración o detección de cualquier comportamiento orientado hacia la salud o motivado por ella, salvo en la medida en que tal comportamiento representaba una defensa -o en el mejor de los casos, un compromiso- frente a fuerzas destructivas básicas. De tal modo, a las motivaciones y comportamientos orientados hacia la autorrealización y la autotrascendencia, e incluso a la posibilidad de alcanzar tales objetivos, no se les podía conceder validez por más que las psicologías no occidentales contuvieran detalladas descripciones de los mismos. De modo similar, tales modelos sólo daban cabida a psicoterapias que tuvieran por objetivo esencial la adaptación y no incluían trabajo alguno en los niveles de autorrealización o autotrascendencia. Como señaló Gordon Allport, «sobre la psicología de la liberación no tenemos nada» (5). De hecho, en las obras completas de Freud se encuentran más de cuatrocientas referencias a la neurosis y ninguna a la salud. Se argumentaba, pues, que si bien los modelos conductista y psicoanalítico hacían contribuciones importantes, de ellos resultaban también ciertas limitaciones para la psicología y para nuestros conceptos sobre la naturaleza humana.
A comienzos de la década de los sesenta, en respuesta a estas preocupaciones apareció la psicología humanista. Se concentró principalmente en las dimensiones peculiares de lo humano y en particular en los aspectos asociados con la salud, más que con la patología. Por ejemplo, los psicólogos humanistas iniciaron estudios sobre la autorrealización y sobre los individuos que más parecían haber madurado en estas dimensiones. Su interés por la persona entera procuraba evitar los enfoques parcializados, que reducían la experiencia humana a términos mecanicistas y perdían al mismo tiempo la esencia de la humanidad y de la experiencia. Los modelos humanistas reconocían el impulso hacia la autorrealización y estudiaron las maneras en que se podía fomentar este impulso en individuos, grupos y organizaciones. De ello emergió el llamado movimiento de Potencial Humano, con su interés por actualizar las recién reconocidas potencialidades de evolución y bienestar. Muchas ideas humanistas se incorporaron a las vanguardias en evolución de una contracultura de magnitud considerable y consiguieron amplia aceptación popular.
A medida que se disponía de más datos sobre los hasta entonces insospechados alcances del bienestar, se empezó a notar aún más la ausencia de guías y referencias en la psicología occidental tradicional. Es más, el modelo humanista como tal empezó a mostrar brechas e incluso el concepto de autorrealización se demostró incapaz de abarcar los recién reconocidos alcances de la experiencia.
Hacia el final de su vida, Abraham Maslow, uno de los principales precursores de la psicología humanista, llamó la atención sobre posibilidades que iban más allá de la autorrealización y en las cuales el individuo trasciende los limites habituales de la identidad y la experiencia. En 1968 expresó: «Considero que la psicología humanista, la psicología de la tercera fuerza, es un movimiento de transición, una preparación para una cuarta psicología, "superior" a ella, transpersonal, transhumana, centrada en el cosmos más que en las necesidades y los intereses humanos, una psicología que irá más allá de la condición humana, de la identidad, de la autorrealización y cosas semejantes» (6).
Así pues, el modelo humanista también reveló sus limitaciones en cuanto a abarcar el abanico cada vez más amplio de la experiencia y las potencialidades humanas reconocidas. Se ha de señalar que este reconocimiento de las limitaciones de los modelos representa una fase necesaria y deseable en la evolución de los mismos, que implica el reconocimiento continuado de los limites y los prejuicios de los modelos en vigor y su sustitución por otros más amplios. El modelo de ayer llega a ser un componente del de hoy, lo que era contexto se convierte en contenido y lo que era la totalidad del conjunto se convierte en un elemento o subconjunto de un conjunto más amplio. Además el nuevo modelo no lo abarca todo, pero se espera que sea una pintura más detallada y amplia de la realidad que se propone describir. Lamentablemente, con el tiempo llegamos, por lo común, a creernos nuestros propios modelos en vez de recordar que no son más que mapas aproximados y al apegarnos a ellos y resistirnos a reemplazarlos, demoramos el proceso evolutivo.
Es decir que el modelo transpersonal que presentamos en este libro integra dimensiones que trascienden los puntos de vista habituales del conductismo, el psicoanálisis y la psicología humanista. Sin embargo, este modelo transpersonal no es «la Verdad», sino solamente una pintura, más amplia aunque todavía necesariamente limitada, de la cual cabe presumir que, a su vez, será reemplazada por modelos aún más amplios.
Factores facilitantes del surgimiento de la psicología transpersonal
Además del deseo de complementar y ampliar los modelos psicológicos existentes, varios otros factores facilitaron la aparición de la psicología transpersonal. Algunos de ellos se dieron dentro de la cultura en cuanto tal. El reconocimiento inicial de la inadecuación del sueño materialista llevó a algunas personas a iniciar la búsqueda interior de la fuente de satisfacción que no habían podido proporcionar los esfuerzos externos. Este cambio se concretó en el movimiento de Potencial Humano, que animó a los profesionales de la salud mental a una reevaluación de sus conceptos de salud y de motivación.
El empleo difundido de las sustancias psicodélicas y de técnicas de alteración de la conciencia como la meditación también tuvo un influjo poderoso. De pronto grandes cantidades de personas se encontraron con vivencias extraordinariamente intensas de diversos estados de conciencia totalmente externos al ámbito del vivir cotidiano o a cualquier cosa que hasta entonces hubiera reconocido la psicología occidental. Para algunos, estas vivencias incluían experiencias trascendentales que históricamente sólo se habían dado como acontecimientos espontáneos, excepcionales y de corta duración o -más raras veces aún- como un cambio gradual de la conciencia en individuos que dedicaban una parte importante de su vida a prácticas contemplativas, meditativas o religiosas. Repentinamente, lo que durante siglos les había parecido a los occidentales místico, arcano, disparatado o incluso inexistente, asumía una realidad abrumadora y en ocasiones se convertía en elemento central de la vida de una apreciable minoría.
Muchos de esos individuos se vieron poco menos que forzados a comprender la posible validez e importancia de ciertas psicologías y religiones no occidentales. A medida que se enriquecía la comprensión teórica de los estados alterados de conciencia, se fue reconociendo gradualmente que estas tradiciones representaban tecnologías diseñadas para la inducción de estados superiores de conciencia. Poco a poco se fue comprendiendo que la capacidad para los estados trascendentes, que se podían interpretar desde un punto de vista tanto religioso como psicológico, a elección, y para las profundas visiones interiores del sí mismo y de la propia relación con el mundo que los acompañaban, era una posibilidad latente en todos nosotros.
Para algunos individuos la posibilidad de alcanzar de manera perdurable un estado de ser tal como el que se vislumbra en momentos de meditación profunda o se encuentra en las descripciones de diversas disciplinas no occidentales, ofrecía un atractivo tremendo. Y como precisamente ese tipo de estado perdurable era la meta de las disciplinas no occidentales que trabajan con la conciencia, los candidatos más inverosímiles se iniciaron, en número cada vez mayor, en tales prácticas. Muchos de ellos, que apenas unos años antes habrían ridiculizado la idea, se vieron finalmente sentados en meditación, practicando el yoga o estudiando textos que hasta entonces habían estado reservados a los místicos orientales o a algún ocasional intelectual de Occidente, filósofo o estudioso de las religiones. La cantidad de gente que participa en esas prácticas sigue aumentando y solamente en los Estados Unidos se cuentan por millones.
Los que no han tenido tales experiencias reaccionan a veces con perplejidad, preocupación o valoraciones negativas. Hablar de estados alterados de conciencia, de unidad mística, profunda visión interior de la naturaleza del ser, expansión de la identidad más allá del ego y de la personalidad, poco sentido puede tener para quien no haya tenido una experiencia similar. Nuestra reacción ha sido dejar de lado estas experiencias, considerándolas como tonterías en el mejor de los casos o, en el peor, como expresiones de psicopatología. He aquí un ejemplo clásico de la dificultad de describir los estados alterados para quienes no tienen experiencia de ellos. La comunicación entre estados de conciencia diferentes es una tarea compleja, limitada por varios factores. A menos que se tengan en cuenta tales limitaciones, la reacción ingenua ante tales informes es hacerlos de lado como algo disparatado o patológico.
La investigación empírica ha fundamentado y legitimado gradualmente ciertas afirmaciones referentes a fenómenos dependientes de tales estados y relacionados con ellos. Hay estudios, realizados tanto sobre animales como sobre seres humanos, que han validado el concepto de estados alterados de conciencia y las propiedades peculiares del aprendizaje y de la comunicación que los acompañan.
La biorretroalimentación ha demostrado la posibilidad de control voluntario de funciones del sistema nervioso y del cuerpo que durante mucho tiempo han sido consideradas automáticas, tales como el ritmo cardíaco, la presión sanguínea, la actividad gastrointestinal y la secreción hormonal. Lo interesante es que los yoguis venían sosteniendo durante siglos que eran capaces de precisamente eso, pero sus afirmaciones habían sido como imposibles por los científicos occidentales, cuyas teorías, como su experiencia personal, rechazaban esa posibilidad. He aquí un ejemplo interesante de un tema recurrente: las pretensiones de tener capacidades que van más allá de nuestros límites actualmente reconocidos tienden a ser descartadas como engañosas.
También los estudios sobre la meditación sostienen el nuevo punto de vista. Aunque se encuentra aún en las primeras etapas, la investigación apoya las antiguas afirmaciones de que la meditación puede favorecer el desarrollo psicológico, modificar los procesos fisiológicos, entre ellos los cerebrales, e inducir una serie de estados alterados (8).
Todos estos factores han conducido a un renovado interés por la investigación empírica de la conciencia. Se trata de una actitud relativamente reciente de la psicología occidental, porque si bien William James echó los cimientos de una psicología de la conciencia a principios de siglo, a ello siguió un período de unos cincuenta años durante los cuales la psicología occidental rehuyó todo lo que se pareciese a introspección, en un esfuerzo por conseguir que se la reconociera como una de las ciencias sólidas y objetivas. Desde una perspectiva contemporánea, “la psicología es principalmente la ciencia de la conciencia”. Sus investigadores se ocupan directamente de la conciencia cuando es posible, e indirectamente, mediante el estudio de la fisiología y del comportamiento, cuando es necesario» (9). En los últimos años parece estar produciéndose un cambio hacia una posición más equilibrada, que reconozca al mismo tiempo la importancia de la conciencia y las dificultades que encuentra la ciencia moderna para su investigación directa.
Otro ámbito del cual provienen elementos de apoyo al nuevo punto de vista es, aunque parezca extraño, el de la física moderna. En años recientes la imagen del mundo que nos presentan los físicos ha sufrido un cambio radical y de implicaciones tan vastas como para conmover los cimientos mismos de la ciencia. Pues la realidad revelada, especialmente en el nivel subatómico, es tan paradójica que desafía toda descripción en términos y teorías tradicionales y pone en cuestión algunos de los supuestos fundamentales de la ciencia y la filosofía de Occidente. Las descripciones tradicionales se basaban en gran parte en conceptos filosóficos griegos y se describía el universo como atomista, divisible, estático y no-relativista. Estas descripciones necesitan ahora el suplemento de modelos que reconocen una realidad holista, indivisible, interconectada, dinámica y relativista, que no sólo es inseparable de la conciencia del observador, sino que además es función de esta (10).
Aunque estos hallazgos no se adecuen en absoluto a nuestras imágenes habituales de la realidad, tienen un parecido sorprendente con las descripciones que repetidas veces, a lo largo de los siglos y de las culturas, han formulado los practicantes avanzados de las disciplinas de la conciencia. Es más, los propios físicos han sugerido que algunos descubrimientos pueden ser considerados como redescubrimiento de una antigua sabiduría.
Las ideas generales sobre el entendimiento humano [...] que se ejemplifican en los descubrimientos de la física atómica, no son de naturaleza tal que resulten totalmente no familiares, inauditas o nuevas. Incluso en nuestra cultura tienen su historia, y en el pensamiento budista e hindú ocupan un lugar más considerable y central. Lo que encontraremos es una ejemplificación, un estímulo y un refinamiento de la antigua sabiduría.
Oppenheimer (11)
En busca de un paralelismo con la lección de la teoría atómica [debemos volvernos] hacia el tipo de problemas epistemológicos con que ya se vieron enfrentados pensadores como Buda y Lao Tse cuando trataban de armonizar nuestra posición como espectadores y actores en el gran drama de la existencia.
Bohr (12)
A veces es difícil decidir si las descripciones de esta realidad están tomadas de textos de física o de escritos sobre las disciplinas de la conciencia. Compárese, por ejemplo, la descripción del espacio-tiempo que da el maestro budista Suzuki con la que ofreció por primera vez en el campo de la física, en 1908, Her Minkowski:
Al mirar a nuestro alrededor percibimos que [...] cada objeto se relaciona con cada uno de los demás [...] no sólo espacial, sino temporalmente [...] Como hecho de la experiencia pura, no hay espacio sin tiempo ni tiempo sin espacio; ambos se interpenetran.
Suzuki (13)
La visión del espacio y del tiempo que me interesa presentar ha brotado en el terreno de la física experimental y en ello reside su fuerza. Es una visión radical. En lo sucesivo, el espacio solo y el tiempo solo, están sentenciados a disolverse en meras sombras y sólo alguna forma de unión entre los dos mantendrá una realidad independiente.
Minkowski (14)
En los niveles más fundamentales y sensibles de la ciencia moderna la imagen de la realidad que va surgiendo se asemeja a la imagen fundamental que nos revelan las disciplinas de la conciencia. Esto no quiere decir que las dos disciplinas describan los mismos fenómenos ni que hayan llegado a una convergencia. Sin embargo, lo que se ve es que hay una vanguardia de la ciencia moderna que apunta a una visión subyacente de la realidad que en cierto modo establece un paralelo con la realidad que las disciplinas de la conciencia dicen vislumbrar cuando se superan nuestras acostumbradas deformaciones de percepción. La psicología transpersonal se interesa por el estudio de la naturaleza de tales deformaciones y la naturaleza del sí mismo y de la realidad, tal como se revela al superarlas.
Notas
1. Byrom, T, The dhammapada: The saying of the buddha, Nueva York, Vintage, 1976.
2. Lewin, B., The psychoanalysis of elation. Nueva York, Psychoanalytic Quarterly, 1961.
3. Alexander. F., en O. Strunk, The psychology of religion, Nueva York, Abingdon. 1959, p. 59.
4. Allport, G., en H. Smith, Forgotten truth: The primordial tradition, Nueva York, Harper & Row.
5. Maslow, A. H., Toward a psychology of being, 2ª edic., Nueva York, Van Nostrand Reinhoid, 1968.
6. Tart, C., «Estados de conciencia y ciencia de los estados específicos», en este volumen.
7. Walsh, R., «Evolución y estado de los estudios sobre la meditación», en este volumen.
8. Ornstein, R., The psychology of consciousness, San Francisco, Freeman,1972.
9. Capra, F., «Física moderna y misticismo oriental», en este volumen.
10. Oppenheimer, J. R., Science and the common understanding, Nueva York, Oxford University Press.
11. Bohr, N., Atomic physics and human knowledge, Nueva York, John Wiley, 1958, p. 20.
12. Suzuki, D. T., Prefacio a B. L. Suzuki, Mahayana buddhism, Londres, Alien and Unwin, 1959, p. 33.
13. Minkowski, H., citado en A. Einstein, The principle of relativity, Nueva York, Dover, 1923, p. 75.
14. Walsh, R., «La posible aparición de paralelos interdisciplinarios», en este volumen.