sábado, septiembre 20, 2025

Homenaje a un Hechicero

Michael Ventura
Un hechicero murió hace 2 ó 3 meses. Cáncer de hígado dijeron, pero los detalles son vagos. También es confuso porqué tomó tanto tiempo hasta que se supo. Hay extraños rumores. No importa. Todo esto es como debe ser para un hechicero. Lo más extraño de todo en cierta forma, fueron los obituarios de los grandes medios, una foto desenfocada en el New York Times, tributos que eran respetuosos en una forma distante y confusa. Es dudoso (o posiblemente nunca antes el N. Y. Times se haya sentido obligado a rendir homenaje a un hechicero. Pero este era el hechicero de Carlos Castaneda.
Muchos declaraban no tomarlo en serio, sin embargo, lo leían, lo recordaban y se obsesionaron.
Dejémoslos que se pregunten si realmente nació en 1931, como él decía, o en 1925 como consta en algunos registros de inmigración. Preguntarse incluso estas nimiedades puede ser bueno para ellos.
Carlos Castaneda ha muerta. No hay demasiados que puedan atestiguar por o para él, porque él nunca permitió demasiados testigos. Por lo general uno lo conocía a través de una invitación.

Los invitados eran todo tipo de gente. Yo fui uno de esos, por razones que no tengo en claro y que posiblemente no importen. ¿Tal vez fui llamado a ser un testigo? Hace unos doce años un amigo que trabajaba en una librería en Santa Mónica me llamó: C. Castaneda iba a dar una charla en el sótano del negocio (¡iba a ser en el sótano, de la librería!) Únicamente con invitación ¿Quisieras venir? ¿Quién sabía si era realmente él? Pregunté. La persona que me llamó en quien tenía razones para confiar), me dijo: es Carlos, realmente.
Él era un hombre pequeño, imposible decir su edad. No parecía mucho más de 40, pero sus ojos eran más viejos, ojos sonrientes pero ahondados por una vaga sensación de tristeza. El reía de buena gana, y no insistía en que lo tomáramos seriamente, se paraba ante nosotros en una actitud de bienvenida.
Quería que nosotros le hiciéramos preguntas. Él decía que había algo que se había olvidado y que algunas veces él salía de su reclusión y hablaba con extraños esperando que esa pregunta encendiera la memoria de esa cosa olvidada. Él no decía esto apenado, él era franco y realista.
Esa noche nadie hizo la pregunta que estaba buscando, pero cada pregunta nos llevó a una historia de Don Juan, y cada historia tenía risa en ella. Como en su libro, cuando Castaneda hablo de Don Juan, el viejo mago Yaqui estaba cercano y amenazante), invitándonos a la aventura. Fue la risa de Castaneda y sus dotes como narrador lo que me convenció de su sinceridad y autenticidad.
Él hablaba gratis, no tenía nada que ganar de nosotros, y hablaba sin artificios, la gente raramente ríe cuando miente, al menos en experiencia, ellos no se ríen dulcemente y había una dulzura irresistible en este hombre.
El describía las experiencias más fantásticas como si fueran casi bromas, pero el chiste estaba en él. Yo tenía la impresión de un hombre desesperado, pero un hombre que sabía vivir con desesperación de una forma que hacía algo de ella diferente.
El había transformado su desesperación, como un mago debe, en una búsqueda. ¿Estaba yo viendo en él, el hombre que me gustaría ser, quien a pesar de esta desesperación podía vivir de una manera sabia, gentil y comprometida? Quizás. Él era vulnerable porque parecía un poco perdido, invulnerable porque él estaba en su camino, en el camino con corazón.
Si él estaba perdido era porque ese camino lo había llevado a un territorio desconocido e inesperado, podría haber sido más fácil para él encarar peligros físicos que afrontar que había algo importante sobre Don Juan que él había olvidado.
Pero él estaba enfrentándolo y en público: Más que trucos mágicos y acciones de los magos, Don Juan le había enseñado a ser valiente.

Cuando él termino de hablar, y de las más o menos 20 personas reunidas en ese sótano, el saludo a un par de viejos amigos, no me quise entrometer, tampoco presentarme y de todos modos tampoco sabía qué decir. Entonces, en efecto, yo lo conocí, pero él no me conoció a mí.
Entonces, alrededor de tres años atrás, otro amigo llamó ¿Quería ir a almorzar con Carlos Castaneda ? Nunca nadie me dijo porque había recibido esta invitación. Resultó que éramos 4, más C. Castaneda . Comimos en el Pacific Diner Park, una de las mejores parrillas de la costa oeste. (Carlos pagó la cuenta ) él había cambiado y yo también.
Ambos habíamos vivido mucho más profundamente nuestra desesperación y soportadas ellas con más convicción.
Él estaba más flaco, viejo y obviamente enfermo, por eso en el sótano de la librería él estaba vestido de sport, este día él se había puesto un traje elegante, pero en toda esa fragilidad el parecía mucho más feliz y hasta más gracioso y animado, la comida fue muy buena pero en realidad nosotros nos alimentamos de las risas, aun sus más tristes historias sobre Don Juan fueron nuevamente como chistes, pero ahora la broma no estaba en Carlos, no estaba en nosotros, la broma estaba entre el mago y dios y fue una broma espléndida.
No repetiré esas historias, no estaba ahí para grabarlas, eran de él, como para decidir decirlas o no. Algo que él eligió no escribir debería morir con él.
Pero dos momentos no causaron risa, pero si silencio. Una mujer en la mesa dijo que amaba su trabajo, su marido y su hijo, pero ella todavía sentía un vacío, y es que ella no tenía vida espiritual.
¿Cómo podría ella alcanzar una vida espiritual. ?
Contestando a esta mujer, Carlos no cambio la ligereza ni la generosidad de su modo; pronto una cosa acerada apareció en su voz, un tono que hacía que sus palabras penetraran es todos nosotros : El dijo que cuando ella fuera a su casa a la noche, debería sentarse en su silla y recordar que su hijo, su marido y quienquiera que ella amara y ella misma se iban a morir, y ellos morirían en un orden no determinado, imprevisiblemente.
“Recuerda esto cada noche y pronto tendrás una vida espiritual”. Noten que él no le dijo a ella que tipo de vida espiritual tener, mucho manos si esta debería estar de acuerdo con la de él, no sugirió que ella lea sus libros más cuidadosamente o que asistiera a las clases de movimientos que él había empezado a enseñar, él le dió a ella una instrucción práctica, algo que ella podría llevar a cabo dentro de los parámetros de su vida como esta era y después le aseguró a ella que esto la conduciría a su propio camino espiritual cualquiera sea el que resultara ser. Esta es la marca de un verdadero maestro.
Más tarde durante la conversación, la mujer pregunto cómo debía disciplinarse para seguir el consejo que él le daba, seguirlo profundamente, para que no fuera solo un ejercicio.
Carlos dijo: “Date un comando a ti misma”.
En esta página no puedo reproducir de qué manera lo dijo. Habló con tranquilidad, pero era como si de pronto hubiera clavado un cuchillo sobre la mesa.
¿Qué significa eso ?, preguntó uno de nosotros.
“Significa que te des una orden a ti mismo”, y eso es todo.
Un comando no es una promesa. No es “tratar, probar”, una orden es algo que debe ser obedecido. Su tono de voz invocaba algo más profundo que la idea de la mera voluntad. El suyo era un llamado a la acción. Él no estaba hablando de mascullar o de meditar o de desear.
Para estar en el camino hay que poner un pie en el camino. No hay un sustituto para eso.
Después de una pausa de embarazo de nueve meses la conversación tomó vuelo nuevamente. Contó sobre una fiesta en la que un hombre alto y apuesto decía con gran solemnidad que él era C. Castaneda y revelaba todo tipo de secretos de Don Juan.

¿Acaso Carlos lo desenmascaró de su fantasía? No, se río. El tenía el aspecto del C. Castaneda que la gente esperaba de él.
No un hombrecito morocho y de cara redonda ¡y el otro lo estaba pasando tan bien! ¿Por qué arruinarlo? Déjenlo ser Carlos por una noche.
Un año después la mujer que había hecho la pregunta durante el almuerzo me envió un panfleto que había impreso Carlos mismo. Él le pedía que me lo mandara, uno de los párrafos dice:
“Los hechiceros entienden la disciplina como la capacidad de enfrentar con serenidad los desafíos que no están incluidos en nuestras expectativas. Para ellos la disciplina es un acto de voluntad que les permite incorporar cualquier cosa que aparece en su camino sin arrepentimientos o expectativas. Para los hechiceros, la disciplina es un arte; el arte de enfrentar el infinito sin acobardarse, no porque ellos están llenos de rudeza, sino, porque ellos están llenos de asombro reverencial. La disciplina es el arte de sentir temor respetuoso.”
Cualquier manifestación del universo, de cualquier manera, que se comporte alrededor nuestro, no es simplemente acerca de nosotros, no es meramente psicológico, es un movimiento del universo, y como tal lo que nos sucede, no importe lo que sea, nos conecta a nosotros a todo, ¿y en esa conexión que puede sentirse sino asombro reverente?”; “Un mundo vivo, escribió, está en influir constante. Se mueve, cambia, se contradice a sí mismo. Nosotros tratamos de defendernos contra esto, pero no podemos. La única respuesta liberadora es el asombro.
Cuando lo vi hace unos años en aquel sótano, un hombre triste, más que el hombre que iba a morir del almuerzo, yo escribí: “su presencia era como admitir que cada verdad es frágil, que todo conocimiento debe ser aprendido una y otra vez, cada noche, que crecemos no de una manera lineal sino en círculos ascendentes, descendentes e inclinados, y lo que un año nos da poder, el siguiente no lo quita, roba, porque nada está establecido, jamás, para nadie.”
Ahora quisiera agregar: lo que hace esto soportable es el asombro.

Buen viaje, ve en paz. Don Carlos
Austin Chronicle, julio 1998