sábado, noviembre 29, 2008

El Tiempo Ampliado


Introducción del libro de Amelia Estevez
"A la luz de nuestras vidas pasadas"


Pero el asma no se cura. Ni con remedios alopáticos, ni homeopáticos, ni con terapias ortodoxas, ni con gestalt, ni bioenergética, ni yoga...soy un zorro viejo con esto de las terapias, las tradicionales y las alternativas. Pero yo cada vez que estoy en un espacio abierto donde hay árboles, me ahogo.

Me miraba con sus ojos oscuros ansiosos, como uvas maceradas por una vieja espera. Adivinaba lo que venía.

La vi por televisión, con su pelo blanco y su forma tranquila de hablar. Contaba un caso de terapia de vidas pasadas. Me dio como confianza. Que sé yo. Me hizo pensar ¿y si estos ahogos me vienen de antes? ¿de algo que pasó...antes?. No sé. ¿en una vida anterior, tal vez?.

Así era, pero Germán no lo sabía, ni yo tampoco, en esa primera sesión.
Aún no sabíamos, antes de las regresiones, que hacía mas de doscientos años había habido un incendio en los bosques que rodeaban su cabaña, que la brisa se volvió un huracán y les cortó la salida, y que había muerto asfixiado por el humo. Tampoco sabía que había habido sucesos previos a esa vida anterior, que se habían entrelazado en una multiplicidad de causas y efectos, hasta dar como resultante su asma de hoy. Y que conocidas y comprendidas las causas, los efectos se disolvían y los síntomas desaparecían.

El procedimiento no fue muy distinto al de las antiguas épocas de la psicoterapia: el hacer consciente lo inconsciente de Freud se mantenía en plena vigencia. Sólo que a este Inconsciente no se lo podía esquematizar como hacía Freud en sus primeros dibujos, en el cerebro; porque estos sucesos venían de mucho antes de que este cerebro estuviera formado. Es decir: habría que aceptar la hipótesis de que la memoria acumula sus recuerdos en un sustrato inmaterial - el cuerpo causal, como lo llaman los estudiosos orientales - que conserva las causas que luego producirán los efectos posteriores. Y de que los recuerdos provienen, no sólo de esta vida, sino también de existencias anteriores, los que obran de base para las experiencias que vamos viviendo y elaborando en la vida presente. Siendo todos estos procesos, potencialidades de evolución inherentes a nuestra conciencia.

Aceptando estas premisas, el terapeuta de vidas pasadas y sus pacientes pueden entrar en la percepción de un tiempo vital enormemente ampliado, co la riqueza de todas las vivencias de existencias anteriores interjugando con las presentes, y contestando preguntas que hasta ahora quedaban sin respuesta.

Esto representa una puerta de múltiples posibilidades nuevas para la teoría y la práctica de la psicoterapia actual. Si bien aún no totalmente aceptada en Occidente, en todos los países de Oriente, especialmente en la India, y antes en el Tibet, ahora tomado por China, es un suceso común que un niño o una niña vaya a un paraje para reconocer la casa donde vivió, los familiares que aún viven, y los objetos queridos que fueron suyos en su vida anterior, impulsados por una necesidad interior totalmente legítima y reconocida por esa cultura.

No era exactamente eso lo que a mí más me interesaba sobre la posibilidad de una psicoterapia de vidas pasadas. Como psicóloga, lo que me sorprendía y me asombraba era la rápida cura de un asma antiguo cuando éste se había originado en el recuerdo de un trauma de más atrás de la vida actual; y me interesaba, como siempre, ayudar a hacer consciente lo inconsciente, se hubiera originado en el tiempo que fuera, para que los pacientes comprendieran sus problemas, los solucionaran y pudieran vivir mejor, de manera mas plena y feliz.

No era muy distinto el deseo que me llevó a graduarme de psicóloga en la Universidad de Buenos Aires; quería aprender psicología clínica para hacer psicoterapia, para conocerme más yo y ayudar a que la gente pudiera bucear dentro de si y descubrir sus verdades profundas. Recuerdo que era una chica cuando vi una película: "las tres caras de Eva". Era la historia de una mujer con una disociación esquizofrénica de su personalidad, cuyas tres partes escindidas se desconocían entre si y actuaban de manera incompatible de un momento a otro, precipitándose ella en el desconcierto y su marido en la desesperación. En un momento aparecía un psicoanalista de mirada perspicaz y largo oficio, que ayudaba a poner las cosas en su lugar: esas tres partes divididas, todas ellas eran Eva. Cada una tenía sus razones, y había que enseñarles a dejar de luchar entre sí, aceptarse unas a las otras y reunirse en ese todo rico y complejo que era esa mujer llamada Eva. Y Eva iba comprometiéndose a medida que se reintegraba, primero sangrándose de sus heridas y luego abriéndose a la hondura de su misterio, hasta que finalmente se nacía como una mujer completa. Una extraña, poderosamente atractiva y desconocida mujer íntegra. Mucho más mujer de lo que había sido antes del duro proceso de conocerse.
Mi vocación (la de esta vida), irrumpió allí como una explosión de admiración y de asombro.

-!Eso quiero ser! psicóloga. Para ayudar a que se comprendan los que se desconozcan. Para que la gente se integre en lugar de estar dividida por dentro. Y a lo mejor eso ayuda a que se integre también afuera, con los demás.

No hubo dudas. Luego sabría que esta vocación venía de más lejos de lo que yo me imaginaba en aquella edad.

Así que no hubo diferencias para mí cuando empecé a tratar a mis primeros pacientes; todos querían salir de sus incoherencias, todos querían saber por qué hacían lo que hacían, todos querían tener mejores relaciones consigo mismos y con los demás. Todos querían aprender a vivir mas completos y más felices.

Y en el mismo caso estaban tanto los adolescentes del servicio de psicopatología del Hospital Rawson donde me inicié, como los pacientes de terapia individual, de familia y de pareja. Todos aspiraban a la misma meta. Para satisfacer esta necesidad fuí pasando a lo largo de estos años desde las terapias mas ortodoxas y convencionales hasta los nuevos enfoques y técnicas que se iban descubriendo y experimentando en el tiempo: la gestalt, el yoga en sus distintas vertientes, la meditación, la psicología transpersonal y por último la psicoterapia de vidas pasadas.
Y si bien, hace treinta años que trabajo, la psicoterapia de vidas pasadas fue la que me produjo las mayores sorpresas y la más extraordinaria comprensión de las problemáticas de mis pacientes.

Cada persona que emprendía conmigo un ciclo de regresiones para saber que cosas le habían ocurrido en sus vidas anteriores, no solamente se curaba de los problemas puntuales que la acosaban en el presente, y que en general solían ser fobias, bloqueos, somatizaciones repetidas y sin causa orgánica; relaciones aflictivas conflictivas, sin elementos actuales que las explicaran; vocaciones contradictorias y en lucha entre si, o repetidamente frustadas; o problemas de trabajo que volvían una y otra vez, como atraídos fatalmente por la vida del paciente. Además de comprender y resolver esos problemas, hacían un curso intensivo de conocimiento de sí mismos, llegando a descubrir sorpresivamente en que antiguas circunstancias se habían originado vocaciones que hoy eran irrenunciables; o desde que tiempos y espacios se buscaban esas almas gemelas que se reconocían apenas se veían y reiniciaban con una explosión de gozo su historia interrumpida; o porqué ciertas parejas que hoy parecían nacidas el uno para el otro, se veían fatalmente, separadas por circunstancias adversas invencibles. Y de donde otras, que se buscaban en sus sueños pero sin animarse a creer en su existencia concreta en esta vida, luego de realizar algún acto que exigía una valentía especial y en general jugándose por el bien de otras personas, se encontraban en las circunstancias más inverosímiles, como si los hilos estuvieran misteriosamente tendidos de uno a otro, y sólo hubieran estado esperando ese acto heroico para activarse.

Al mismo tiempo que asistía con atención absorta, a lo largo de los años de terapia de vidas pasadas, a estos sorprendentes fenómenos, iba haciendo algunos descubrimientos que me parecían muy interesantes.
Al analizar los protocolos que se iban acumulando, tanto de las regresiones individuales como de los talleres grupales de regresiones, hubo un elemento que llamó mi atención primero, y que luego fue despertando mi más profundo interés.

El hecho que empezaba a atisbar, era el de que parecía haber un hilo conductor que guiaba la evolución de cada hombre y de cada mujer, guiándolos hacia estadios de desarrollo progresivamente más elevados, a través de las distintas y muy variadas circunstancias que se iban desarrollando en cada vida.

Y que ese hilo conductor era una determinada función específica, inherente a cada persona, que esta iba desarrollando vida tras vida, y que, al desenvolverse, iba desentrañando el porqué y el para qué esa persona estaba viva hoy aquí.