Fuente: José Filguerira Valverde
En estos tiempos donde el hombre moderno parece estar pagando muy caro el precio del progreso, son muchos los pueblos de diferentes rincones del planeta que están volviendo a recuperar gradualmente sus viejas y ancestrales costumbres, tradiciones y sabiduría popular, intentando amoldarlas a la necesidad de su época y convivir como en el pasado, en armonía con el entorno.
También Galicia aunque se desconoce todo sobre los primeros pobladores, habitantes de un medio rural han sabido recoger y guardar su arcaico patrimonio, heredado de pueblos de desconocido linaje, a pesar de la extendida presencia de romanos, suevos y, especialmente la fuerte imposición de la cristianización. Aun así, la vieja tradición no llegó a desaparecer totalmente en Galicia.
Debemos recordad que muchos de los grandes descubrimientos de la arqueología fueron realizados por aficionados o curiosos que, llevados más por la intuición que por el intelecto, llegaron a desenterrar del pasado, para asombro de muchos, los restos de civilizaciones desaparecidas, que hasta entonces se mantenían como mito o leyenda.
Si ya es difícil conocer nuestros orígenes basándonos en los escasos restos descubiertos, lo será mucho mas si el arqueólogo o el historiador no abren sus mentes a toda opinión – venga quien venga -, liberándose de todo prejuicio y preconceptos establecidos, analizando todas las ideas, o al menos escuchándolas. Y es que el camino se torna más fácil si se hace acompañado.
En los más antiguos caminos de Galicia subyacen en el olvido antiquísimas rutas iniciaticas que guiaron a los buscadores de lo interno hasta estas recónditas tierras en las que muchos de ellos dejaron la señal de sus pasos grabada en las piedras de iglesias y cementerios.
Ojala se reemprendan los viejos caminos y revivir el legado espiritual de un pueblo marginado y mutilado en sus raíces para que vuelva a florecer en ellos la semilla del saber que ocultan.
La tierra gallega fue cuna de saberes prohibidos. Y lo volverá a ser nuevamente cuando despierte de su sueño de siglos, haciendo que su herencia ancestral y sacra se alce sobre los muros impuestos por los dogmas, cual ave fénix que renace con luz propia.
Por sus polvorientos caminos volverán a transitar de nuevo los peregrinos que buscan el secreto y la esencia del existir. Sobrepasando el umbral que nos separa del pasado, verán mas allá de la historia escrita o conocida. Descubrirán que las viejas rutas de antaño, hoy cristianizadas, son en realidad puentes de enlace con la sabiduría de otras épocas, en las que perdura el recuerdo de culturas remotas desaparecidas en grandes cataclismos que, según refieren textos sagrados de todos los pueblos, asolaron nuestro mundo en tiempos inmemoriales.
Galicia es , por naturaleza, un país encantado, cargado de leyendas y tradiciones antiquísimas. Por todos sus rincones late lo mágico, lo insólito, lo desconocido. Tierra de peregrinos, místicos, santos e iniciados: de milagros y hechos sobrenaturales: tierra donde los fuertes cultos a la Madre Tierra todavía perduran perdidos entre creencias, supersticiones y ancestrales rituales. Ni la romanización ni la fuerte cristianización sufrida durante siglos han conseguido borrar el arraigo a las viejas costumbres y el legado que los antiguos has sabido plasmar en sus construcciones, cuyos restos se hallan diseminados por toda la región..
Por estas tierras, el hombre vive muy aferrado a las costumbres heredadas de sus ancestros, buscando el alivio a sus males en las mil y una romerías, con sus santos populares, fuentes y árboles y montañas sagradas, de cuyos santos orígenes sólo nos habla la tradición. Todavía se dejan ofrendas en fuentes, dólmenes o castros, a la espera de que aparezca la moura o la sepe, a las que desencantar, para obtener el oro que celosamente guardan desde quien sabe cuando.
El campesino gallego sigue manteniendo un santoral popular tan amplio que para los profanos tan solo son supersticiones. Siguen rindiendo culto a los espiritus de las aguas, los arboles, el fuego, las montañas, los bosques o el viento, como lo hacían sus antepasados celtas, pues para ellos los elementos tienen alma y vida propias, a las que se debe respetar y saber agradecer todos sus dones, ofreciéndole lo mejor de sus cosechas para mantener el equilibrio natural.
Todavía se siguen visitando y utilizando los lugares mágicos que recoge la tradición, aunque en ellos se veneren otros santos o dioses.
Los lugareños saben que la energía allí latente sigue actuando y beneficiando a quienes acuden con la suficiente fe y con la receptividad adecuada. Galicia es además un gran libro de piedra que oculta entre su simbología, diseminada entre las arcaicas construcciones, un mensaje oculto, accesible solamente para aquellos que saben leer en la piedra, por haber sido purificado primero sus almas, armonizándolas con el planeta y el propio cosamos.
Y es que este país olvidado, desconocido y maltratado no esta muerto. Nunca lo estuvo. Solo duerme su sueño de piedra, a la espera del Príncipe que lo libere del olvido, el hombre consciente que lo despierte de su letargo.
Galicia: fin del mundo, fin de un camino y comienzo de otros mas sutiles, lugar donde se viene a morir en vida para renacer a otra nueva.
Y es que, como decía Antonio Machado
“ Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”