miércoles, noviembre 26, 2008

Leyandas de la Patagonia


Mitos del fin del mundo

Por: Alejandra Bluth Solari

Al abrigo de mantas y fogatas, durante inviernos eternos y largas noches en la Patagonia, han surgido historias fabulosas sobre personajes y lugares de leyenda.. La mítica ciudad de los Césares o Elelín, el Caleuche, el Trauco y la Pincoya, ¿son sólo fantasías, o tienen su asidero en algún rincón de otra realidad paralela, descubierta hace mucho por los pueblos autóctonas de la zona más austral del mundo?

Al fin del mundo, en la zona más austral del planeta donde terminan Argentina y Chile, se extiende la mítica Patagonia. Una zona fría y lluviosa, mágica y hermosa como pocas, con glaciares y ventisqueros, y lagos cristalinos coronados por volcanes de nieves eternas y rodeados de bosques impenetrables. De ese escenario embriagador, mágico y desconocido, emergen un sinfín de leyendas y mitos legados por los numerosos pueblos indígenas que poblaron ese lugar a ambos lados de Los Andes, y nutrieron su cultura con historias fabulosas cargadas de misticismo y sabiduría.
¿Fantasía o realidad? Nadie puede asegurar que parte de los mitos que por siglos han teñido de magia los parajes australes no tengan su asidero en alguna dimensión paralela a la nuestra, y hayan nacido al abrigo de lo visto y experimentado por muchos en esa “otra realidad”.

Historias hay muchas. Distintas. De ciudades encantadas, sumergidas en los lagos o inaccesibles en las cumbres de las monatañas. De personajes terroríficos y maravillosos que deambulan por la zona. De mundos creados y destruidos por la ira e un Dios o y de lagos donde se ve a amantes de épocas préteritas convertidos en aves. Han subsistido con su carga de magia intacta, más o menos distorsionadas por el paso del tiempo y las distintas versiones que de cada una se han hecho, pero conservando su encanto primitivo. Cada cultura autóctona que habitó al sur de Chile y Argentina legó las suyas: mapuches, tehuelches, onas, alacalufes y varios más. Incluso los “blancos” foráneos que comenzaron a llegar a la Patagonia a partir del siglo XVI parieron sus propios relatos. A continuación ofrecemos las más conocidas y significativas.

Leyendas tehuelches y mapuches - Kòoch, el creador de la Patagonia
Dice esta leyenda tehuelche que cuando no existía ni tierra, ni mar ni sol, y sólo reinaba la oscuridad, ya existía el eterno Kòoch.
Un día, al sentirse solo, lloró tantas lágrimas que formó el mar, y al ver que el agua estaba a punto de cubrirlo todo, dejó de llorar y suspiró, formando el primer viento, que empezó a soplar constantemente, disipando la niebla y agitando el mar.

Kóoch deseó contemplar el extraño mundo que la rodeaba, y como no podía ver con nitidez, levantó el brazo y con una mano hizo un enorme tajo en las tinieblas. El giro de su mano originó una chispa que se convirtió en el sol, o Xàleshen, como lo llamaban los tehuelches, que se levantó sobre el mar e iluminó su inmensa superficie. Formó las nubes que navegaban por el cielo, mientras el viento las empujaba a su gusto, a veces suavemente y a veces en forma tan violenta que las hacía chocar entre sí. Las nubes se quejaban con truenos retumbantes, y amenazaban con el brillo castigador de los relámpagos. Luego, Kòoch hizo surgir del agua una isla muy grande, y dispuso en ella a los animales, los pájaros y los insectos. El sol iluminaba y calentaba la tierra, las nubes dejaban caer la lluvia y el viento se moderaba para dejar crecer los pastos. El creador, satisfecho, se alejó cruzando el mar haciendo surgir a su paso otra tierra cercana, y se perdió en el horizonte, de dónde nunca más volvió.

Todo era paz en la isla hasta que siurgieron los gigantes hijos de Tons, la Oscuridad. Uno de ellos, Nòshtex, raptó a la nube Teo y la encerró en su caverna. Sus hermanas, furiosas, provocaron una gran tormenta, y el agua corrió sin parar, arrasando la tierra. Después de tres días y tres noches, Xàleshen apareció entre las nubes, y enterado de lo sucedido se le contó a Kòoch, quien le contestó: “Te prometo que, quien quiera que haya raptado a Teo, será castigado. Si ella espera un hijo, ese será mas poderoso que su padre”.

A la mañana siguiente, el sol comunicó la profecía a las nubes, y éstas se la contaron a Xòchem, el viento, que difundió la noticia. El chingolo se lo contó al guanaco, el guanaco al ñandú, el ñandú a zorrino, el zorrino a la liebre, al armadillo, al puma... Después, Xòchem soplo el mensaje en las puertas de las cavernas de los gigantes, y cuando Nòshtex se enteró de las palabras de Kòoch, tuvo miedo de su pequeño enemigo que ya vivía en el vientre de Teo. “ Voy a matarlos y a comérmelos a los dos”, pensó. Golpeó salvajemente a Teo mientras dormía, arrancó al niño de sus entrañas y se disponía a engullirlo cuando Terr-Werr, una tuco-tuco que vivía en el fondo subterráneo de la gruta, en el mismo momento en que el monstruo levantaba a su hijo para devorarlo, le mordió el dedo del pie con todas sus fuerzas y escondió al niño debajo de la tierra. Nòshtex cruzaba la caverna haciéndola temblar con sus pasos de gigante, y recorría la isla buscando a ese hijo que en cuanto creciera iba a traicionarlo. Entonces Terr-Werr pidió ayuda al resto de los animales para poner al bebé a salvo. Kìuz, el chorlo, era el único conocedor de la otra tierra que, mas allá del mar, había creado Kòoch antes de recluirse en el horizonte, y propuso enviar allí al niñito.

Una madrugada, Terr-Werr escondió al niño entre los juncos de una laguna, y todos los animales fueron convocados para escoltarlo. El zorrino iba tan contento al encuentro de la criatura que, interceptado por el gigante, no supo guardar el secreto. Así enterado, Nòshtex se dirigió a grandes pasos hacia la laguna, pero el pecho-colorado lo distrajo con su canto, y no llegó a tiempo para ver como el cisne se acercaba al niño, nadando majestuosamente, y lo colocaba sobre su lomo, ni como carreteba luego para levantar vuelo. Sólo alcanzó a distinguir en el cielo un pájaro blanco que, con su largo cuello estirado y las alas desplegadas, volaba hacia el oeste, llevando en su colchoncito de plumas al protegido de Kòoch hacia la tierra salvadora de la Patagonia.


Historia de los Mapuches

Dios vivía en lo alto con su mujer y sus hijos, reinando sobre el cielo y la tierra. Le llamaban Chau, el padre, y también Antü, el sol, o Nguenechèn, creador del mundo. A la reina le decían luna, Reina Azul, Reina Maga y también Kushe, que quiere decir “ bruja” o “sabia”.
Dios había creado el cielo y la tierra, donde había puesto a los hombres: los mapuches. Desde el cielo iluminaba durante el día su reino inmenso, y de noche, era la reina quien cuidaba el sueño de las criaturas dispersas.
Cuando los hijos de Antü y Kushe manifestaron su deseo de reinar en lugar de sus padres, y comenzaron a confabular a sus hermanos más jóvenes, el rey padre, furioso, agarró a sus hijos y los sacudió de arriba a bajo, dejándolos caer desde lo alto sobre las montañas rocosas. La cordillera tembló con los impactos, y los cuerpos gigantescos se hundieron en la piedra formando dos inmensos agujeros. La madre luna se precipitó entre las nubes y se puso a llorar lagrimas enormes que caían sobre las montañas, inundando rápidamente los profundos hoyos. Así se formaron dos lagos vecinos, el Làcar y el Lolog. El gran Chau quiso atenuar el castigo, y convirtió a los cuerpos despedazados en una enorme culebra alada encargada de llenar los mares y los lagos, llamada Kai-Kai Filu. Pero los hijos seguían albergando el deseo de derrotar a Dios y reinar sobre todas las cosas. Rabiosa, Kai-Kai Filu se llenó de odio contra su padre y sus protegidos mapuches, y aún hoy azota el agua de los lagos con su enorme cola, levantando olas y revolviéndose hasta formar marejadas. Reptando por debajo de la tierra, provoca terremotos con la agitación enloquecida de sus alas rojas.

Al darse cuenta de que sus criaturas corrían grave riesgo, Dios buscó una arcilla especial y modeló una serpiente buena. La llamó Tren-Tren, y le encargó vigilar a Kai-Kai Filu y prevenir a la gente para que buscara refugio cuando se agitaran las aguas del lago. Pasó el tiempo, y el rey Chau bajó a la tierra a ver con sus propios ojos los frutos de su obra. Apareció un día entre los mapuches, como si fuera uno más de ellos, y les enseñó a trabajar con el arte de la siembra y la cosecha, la elección de las semillas y la conservación de los alimentos. También les regaló el fuego. Pero cuando volvió a su casa, la gente se fue olvidando de muchas de sus enseñanzas y dejó de ser buena; cundían las peleas, los insultos, los robos, las quejas y los asesinatos. Finalmente, Dios recurrió a Kai-Kai filu y le ordenó agitar el agua del lago y asustar a los hombres para que cambiaran su conducta.

Pero Tren-Tren lanzó su silbido de alerta, convocando a todos los mapuches que, llenos de miedo, comenzaron a escalar el cerro, mientras las olas del lago los perseguían, y las escarpadas laderas se movían, agitadas por los terribles movimientos de Kai-Kai. Todos murieron, menos un niño y una niña que sobrevivieron en el abismo profundo de una grieta. Unicos seres humanos de la tierra, crecieron sin padre ni madre, desabrigados de palabras y amamantados por una zorra y una puma, comiendo los yokones que crecían en las alturas. De ese niño y esa niña descienden todos los mapuches, resucitados.

Dicen que el gran Chau debió de haber muerto un poco con sus criaturas, porque desde ese momento se mostró pocas veces y dejó de escuchar los ruegos de los hombres. Dicen también que por eso fue posible que llegaran los blancos y le dieran la estocada final al pueblo mapuche, y que desde entonces la tierra ya no es lo que era: las semillas no brotan como antes y las cosechas son escasas, proliferan las enfermedades y la desobediencia, mientras en el cielo la madre luna esconde entre las nubes su cara magullada y escapa, siempre perseguida por un sol muerto.


El lago Lacar y su ciudad sumergida

Cuentan que hace miles de años, un malvado rey inca dominaba las tierras del lago Lacar y el actual parque nacional Lanin, en Argentina. Allí se encontraba Kara Mahida, que significa ciudad de la montaña. La gente moría victima de los caprichos de su dictador, a quien no le faltaba talento para inventar excusas que justificaran los sacrificios.

Al ver tanta maldad en la tierra, Dios mandó a su hijo disfrazado de mendigo, el cual intento hablar con el rey pidiéndole ayuda para salvarse de su supuesta miseria. El rey no supo ver su propia última oportunidad, y condenó a muerte al mendigo. Pero el hijo de Dios nunca fue aprehendido, pues se convirtió en río y atravesó la ciudad, llevándose muchas cosas a su paso, y ahogando al mismo hijo del rey inca. Las machis mapuches (mujeres sabias) intentaron calmar al señor con sus prohibidas prácticas, pero esto sólo aumentó la ira del rey, que mando a matar a las machis y al resto de la población, y destruyó los elementos más significativosa de su cultura, entre ellos el árbol sagrado: el Canelo.

Al ver cortado el árbol, a Dios se le terminó finalmente la paciencia, y con lluvias interminables ahogó y sepultó la ciudad sobre la que hoy se encuentra el lago Lacar (Lacar, en lengua mapuche, significa ciudad sumergida). Sin embargo, dicen que el rey sigue vivo bajo la aguas, y que su ira agita el lago los días de lluvia, espantando a las sirenas, que se sumerjen en las profundidades, y a los duendes, hadas y hobbits, que suben a los cerros junto con humanos y animales, mientras el tirano aparece sentado en un tronco flotando sobre las aguas, y buscando matar a todo ser vivo que encuentre.


Los amantes del Nahuel Huapi

Cuando cae la tarde sobre el lago Nahuel Huapi, en el sur de Argentina, llegan chillando los macáes. Abanican el agua con sus alas plateadas y se sumergen largos instantes. Flotan como barquitos en las ondas brillantes y nadan en grupo hacia la orilla, donde esconden sus nidos.
Dicen los mapuches que si uno hace silencio y presta atención, podrá ver siempre juntos a dos macáes, macho y hembra, que se rezagan para despedirse del lago antes de nadar con el resto de la bandada hacia su refugio nocturno. Son Maitèn y Shompalhuè, que agradecen al espíritu del lago que un día los salvó, y recuerdan el tiempo en que se querían como hombre y mujer.

Los mapuches Maitèn y Collaàn iban a casarse. La novia, en secreto, quiso engarzar un collar de ostras para llevar el gran día de la fiesta. En busca de los caracoles más raros, más bellos, más perfectos, Maitèn recorrió las playas alejadas durante largas tardes. Así la descubrieron dos pehuenches que, en cuanto la vieron, la quisieron para ellos. Trataron de convencerla de casarse con uno de los dos, pero Maitèn les explicó que le faltaba muy poco para ser una mujer casada. Los pehuenches no se conformaron, y para obligar a Maitèn a quererlos, consultaron con una machi que sometió la decisión a un espíritu superior, Shompalhuè, que habitaba el lago Nahuel Huapi.

La machi preparó con cuidado sus hechizos y cuando todo estuvo listo salió en canoa para sorprender a Maitén. Cuando la encontró, le ofreció una bellísima concha tornasolada con un extraño dibujo rosado y gris, y un centro verdoso que Maitèn no podía dejar de mirar mientras se adormecía. La muchacha no se dio cuenta de que la machi la deslizaba hacia la canoa y la tendía en el fondo, saltando luego hacia la orilla y empujando la embarcación hasta verla alejarse de la costa, camino al reino de Shompalhuè.

Así la distinguió Coyàn mientras pescaba en el lago. Al ver dentro a su novia, con las mejillas arrebatadas por el sol, la boca entreabierta y un collar de caracoles sobre el pecho, trató de despertarla mientras el sol se iba ocultando detrás de las montañas, el agua se enfriaba y el viento empezaba a soplar. La corriente empezó a arrastrar hacia el flanco rocoso de la montaña la canoa a la que se aferraba Coyàn con desesperación, y todo el lago pareció levantase e hizo ceder las rocas, partiendo en dos la montaña para abrirse paso implacable por el nuevo cañadón.

Mientras el lago enloquecido hacía hundirse y levantarse a los amantes como si fueran ramitas, una gran ola los sumergió una vez más y luego, a la vez que se calmaba la tormenta, surgieron de ella dos Macàes que se alejaron volando sobre el agua ya mansa.


El sacrificio que apagó el Lanin

Dicen los mapuches que cada montaña tiene su dueño, su Pillán, un espíritu que guarda sus tesoros y lo protege. El Pillán vive en la cumbre desierta de cada montaña, y cuando se enoja, sólo un sacrificio calma su ira.
La tribu del cacique Huanquimil vivía hace mucho tiempo en el valle de Mamuil Malal, en la sureña provincia de Neuquén, Argentina, contra la ladera norte del volcán Lanin. Una vez, luego de que un grupo de muchachos subiera hasta la cumbre del volcán para cazar un huemul, el volcán empezó a humear, amenazante, y esa noche desató su ira en una erupción que duró varios días y que ninguna rogativa ni ofrenda podía aplacar. Finalmente, la machi anunció que sólo una ofrenda calmaría al Pillan; el mayor tesoro de Huanquimil, su hija Huilefún. Debía llevarla arriba el más joven y valiente de los Koná, Quechuan.

Cuando llegaron hasta el borde del cráter del Lanin, Quechuán rodeó con sus brazos a la niña y le dijo: “Yo me quedo contigo”, y besó los labios calientes de Huilefun. Se sentaron juntos, abrazados debajo de sus mantos, hasta que una sombra los cubrió de improviso. Eran las alas de un cóndor, que se abalanzó sobre la pareja y arrancó a Huilefun de los brazos de Quechuan. Aprisionándola con sus garras, la levanto en el aire, sobrevoló la cima y la dejo caer en la boca humeante del cráter.

Mientras Quechuan corría cuesta abajo, un aire húmedo y frío invadió la montaña, al tiempo que caían los primeros copos de nieve. Fue la nevada más grande de que se tenga memoria, y duro más días de los que alguien pueda recordar. La nieve cayó sobre el cráter sepultando para siempre su fuego milenario.


Leyendas de Chiloé

Una de las zonas del sur de Chile más prolíficas en leyendas e historias fabulosas es la Isla Grande de Chiloé, originalmente poblada por primitvos pueblos caoneros, como onas y yaganes. Durante largos inviernos de noches oscuras y tempestuosas, entre el ruido de las olas, la lluvia, el viento, los chilotes han dado a luz a los personajes folklóricos más famosos del país, que incluso han extendido su nombre a otros países. Según la cultura popular, hasta la misma creación del archipiélago tiene sus raíces en una leyenda.


La creación del archipiélago de Chiloé

Hace miles de años la zona de Chiloé era tierra firme, pero apareció Caicavilú, serpiente del mal, enemiga de la vida terrestre, animal y vegetal, que deseaba incorporar ese pedazo de tierra a sus dominios marinos. Inundó todo el territorio para convertirlo en un mar, pero cuando esto ocurría, apareció Tentenvilú o la serpiente del bien, diosa de la tierra y la fecundidad, y de todo lo que en ella crece.

Tentevilú ayudó a los chilotes a trepar a los cerros para huir, y a los que fueron atrapados por las aguas, los dotó del poder de las aves y peces, para que no perecieran ahogados. Pero Caicavilú, siguió elevando el nivel del mar, y Tentenvilú empezó a elevar el nivel de los cerros que sobresalían del mar. La lucha siguió por muchos años hasta el triunfo de Tentenvilú, dando por resultado que los valles quedaron sepultados bajo el mar y los cerros convertidos en bellas islas. Se dice que el espíritu bondadoso de Tentenvilú sigue protegiendo a la isla de las invasiones del mar.


La ciudad de los Césares

La leyenda más colosal de Chiloé, la más fascinante y que más interés ha despertado en muchos a lo largo del mundo y del tiempo, es la de la mítica ciudad perdida de los Césares o Ciudad Encantada de la Patagonia, también llamada Ciudad Errante o Elelín. Una maravilla como Shamballa, una versión patagónica de lo que quizás un día fueron la Atlántida y El Dorado, invisible al ojo humano y habitada por seres poderosos. Un mito al que muchos han consagrado su vida y su tiempo en el intento, vano hasta ahora, por descubrir.

La Ciudad de los Césares fue el último gran mito de la conquista americana. Su historia comenzó en 1529 y duró hasta fines de XVIII. Se habla de una ciudad a orillas de un río que en vez de piedras tiene perlas y diamantes. Las aguas de este río refluyen para alejar las embarcaciones que se acercan demasiado a la ciudad, que también es puerto de descanso para los tripulantes del Caleuche, el barco fantasma que forma parte de la carga de leyendas de Chiloé. Algunas versiones dicen que la ciudad está en medio de la cordillera, encerrada entre dos altos cerros de oro y diamantes, pero también se habla de un claro del bosque, una península e incluso el centro de un lago con un puente levadizo para la única puerta que le da acceso. No falta quienes dicen que es errante, y que para encontrarla hay que limitarse a esperarla en un sitio. Permanece escondida por una espesa neblina que impide que sea vista, y muchos pueden llegar a ella y caminarla, pero jamás la verán ni sabrán que estuvieron en ella. Para conservar el secreto de su ubicación, quien haya entrado a la ciudad y la haya visto, pierde el recuerdo del camino que a ella lo condujo, y la memoria de lo que fue antes vivir entre los Césares. Sin embargo, se dice que la ciudad a veces se hace visible al atardecer o el viernes santo.
Es una ciudad de plana cuadrada, construida de piedra labrada y con edificios techados con tejas. Abunda en ella el oro y la plata, de la cual están forradas las paredes, pavimentadas las calles y construídos edificios y templos Las calles están sombreadas por árboles con maravillosos frutos que dan salud y juventud eterna, y son tan largas que es necesario caminar desde que el sol sale hasta que se vuelva a esconder para andar por una de ellas. Una enorme cruz de oro corona la torre de la iglesia, donde hay una campana tan grande que debajo pueden instalarse cómodamente dos casas. Por algunos instantes cada año, en Viernes Santo, los chilotes pueden ver, desde los más altos cerros de la Isla Grande, como a lo lejos en la cordillera nevada brillan las cúpulas de las torres y los techos de las casas de plata y oro. La campana nunca ha tañido, pero si lo hiciera se escucharía en el mundo entero. Se dice que se escuchará, por única y última vez en todo el mundo, cuando anuncie la llegada del día del Juicio Final, y la sobrenatural Ciudad de los Césares se haga visible para convencer a los incrédulos que dudaron de su existencia.

Los habitantes que la pueblan son los mismos que la edificaron hace ya muchos siglos, ya que en la quimérica ciudad de los Césares nadie nace y nadie muere. Son absolutamente felices, no tienen que trabajar para vivir, ni sufren enfermedades, ni pobrezas. Viven cómodamente, como Césares, y todos son altos, rubios y de barba larga. Hablan una lengua extraña, tienen indios a su servicio y también para custodiar el acceso a la ciudad e impedir la entrada de intrusos. Algunas versiones dicen que se trata de tres ciudades llamadas Hoyo, Muelle y Los Sauces.

Si alguien deja la ciudad, al instante comienza a morir al salir de sus murallas, por causa de los años que ha vivido en ella, donde no transcurre el tiempo. En Chiloé se cuenta la historia de un hombre anciano, cuyo padre desapareció en la ciudad de los Césares, y que un día, siendo ya adulto, volvió a verlo mientras caminaba por un camino muy cercano a la cordillera. El padre apareció entre unos bancos de niebla, tal cual se veía cuando había desaparecido, hace años atrás, y miró confundido al hijo. Le dijo donde había estado y que se sentía morir ahora, y apenas lo abrazó, empezó a desmoronarse en polvo, y su cuerpo quedó reducido a un montículo de cenizas a los pies de su hijo.

El mito de la Ciudad de los Césares se gestó durante la conquista de América, y tiene su origen en las historias de náufragos abandonados y conquistadores perdidos a lo largo de la Patagonia. Es el más antiguo de todos los mitos de ciudades encantadas de esa época, y surgió a partir de varios hechos que ocurrieron a lo largo de la conquista de Chile y Argentina, especialmente de uno que ocurrió durante el viaje del español Caboto en 1527, cuando fundó un fuerte llamado Sancti Spiritus en la confluencia de los ríos Carcaraña y Paraná, en Argentina. Mientras preparaba una expedición río arriba, el 24 de noviembre de 1528 mandó una partida de hombres a explorar el interior del territorio, liderados por el capitán Francisco César, que antes de internarse hacia el oeste dividió a su pequeña columna en tres partes: una que fue hacia el sur, a la tierra de los querandíes, de la cual nunca mas se supo; otra se internó en las tierras de los carcarañás, de la cual tampoco se supo nada más, y por ultimo la tercera, al mando de César, siguió el curso del río Carcarañá, hacia el Noroeste. Esta tercera columna fue la única que volvió al fuerte, compuesta por siete hombres que anduvieron entre 1400 y 1700 kilómetros durante tres meses.

Volvieron contando maravillas. Hablaron de ciudades con grandes riquezas de oro e plata e piedras preciosas. A esta incursión de Francisco César, algunos autores la hacen llegar hasta el lago Nahuel Huapi en el extremo sur, y otros hacia el norte, hasta el Perú, donde se habrían entrevistado con el Inca, y luego de vagar erráticamente rendidos por el hambre y la fatiga, se habrían topado con la cordillera, en la cual los indígenas les habrán contado de la riqueza de los Incas. Esas riquezas las atribuirían a la ciudad maravillosa, que pasaría a llamarse la Ciudad de los Césares en honor a Francisco César y a sus valientes que la habrían descubierto. Esta aventura constituyó el núcleo original del mito de la ciudad encantada, que fue ubicada erráticamente en muchos lugares, desde las pampas y la cordillera, hasta la costa atlántica y la Patagonia austral. De allí, debido a si inexacta ubicación, proviene su nombre de Ciudad Errante, y la idea de que peude aparecer en cualquier lugar.

A esto se agregaron los náufragos que habían quedado en la Patagonia de las fallidas expediciones de Alcazaba, el Obispo de Plasencia, y los pobladores de las ciudades que fundó Sarmiento de Gamboa, más tarde abandonadas. Alcazaba intentó poblar la Patagonia en 1534 dejando su vida y algunos náufragos en la zona. La expedición del Obispo de Plasencia, que intentó cruzar el Estrecho de Magallanes, dejó 150 hombres refugiados en tierra, de los que nunca se supo más nada. Lo mismo le ocurrió a los pobres pobladores de las dos ciudades que fundó Sarmiento de Gamboa en el Estrecho en 1584, y que fueron abandonadas a su suerte. Nadie recordó a sus pobladores hasta que en 1587, el pirata inglés Tomas Cavendish encontró a dieciocho de ellos, sobrevivientes de una de las ciudades en la cual se habían juntado todos. Le impresionó tanto el aspecto de esa pobre gente que la bautizo Puerto Hambre, pero eso no le impidió robarse la artillería y llevarse a uno de los habitantes como guía.

Se dice que estos pobres náufragos formaron parte de la Ciudad de los Césares, e incluso que la fundaron junto a los incas huidos de Cuzco después de la prisión de Atahualpa a manos de Pizarro. Conquistados por todas estas historias, partieron muchas expediciones en busca de la ciudad errante. Las más importantes y serias fueron las de Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias), que salió de Buenos Aires en 1604, y la de Gerónimo Luis de Cabrera, que la buscó desde Córdoba en 1622. Ambos la buscaron a través de las pampas. El padre Mascardi y el padre Menéndez salieron desde Chile y la buscaron cruzando la cordillera de los Andes. Marcardi realizó dos viajes en 1670, otro en 1672 y el último en 1673, durante el cual pierde la vida. Menédez realizó varios viajes entre 1783 y 1794, y fue el último viajero que la buscó.


El Trauco

El más famoso, malo y temible de los personajes míticos que habitan Chiloé es el Trauco, un horripilante hombrecito pequeño de no más de 80 cm. de alto poseedor de una fuerza descomunal. Algunos aseguran que tiene muñones en vez de pies. Pese a ser marcadamente feo, tiene formas varoniles y una mirada muy dulce, fascinante y sensual, que lo hace irresistible para las mujeres. Dos mujeres comparten la vida del Trauco; su esposa, La Condená, y su hija la Fiura, que se dedican a hacer el mal a los pobladores de la región. Otras versiones aseguran que la Fiura es la esposa del Trauco.
El trauco lleva ropas y un sombrero de forma cónica hechos de plantas rastreras y trepadoras como la quilineja, por lo cual es muy difícil distinguirlo entre la maleza. Usa en su mano derecha una hacha de piedra, y aguarda largas horas sentado en los troncos y ramas de viejos árboles caídos, o colgando del gancho de un corpulento árbol llamado Tique, contemplando los alrededores en busca de su presa: muchachas jóvenes y solteras, con formas de mujer, que caminan solas por el monte, a las que seduce para violarlas y embarazarlas. Si se resisten, les provoca sueños eróticos hasta que caen rendidas en sus brazos.

Al observar a alguna muchacha solitaria en el bosque, desciende de su observatorio y dá tres fuertísimos hachazos en el árbol de Tique, derribando además varios de los árboles del bosque. Ya junto a la joven, reemplaza el hacha por un bastón retorcido, el Pahueldún, y con él la sopla suavemente al rostro. Ella, sin poderse resistir, fija su mirada en los brillantes y diabólicos ojos del Trauco, cayendo en un plácido sueño de amor. Cuando despierta, se encuentra casi desnuda y con los vestidos revueltos. A medida que pasan los meses, el cuerpo de la niña se va transformando, pues ha sido poseida por el Trauco, y a los nueves meses da a luz al hijo del horripilante personaje. Debido al pavor que despierta su presencia, el Trauco es la disculpa que dan algunas solteras para justificar sorpresivos embarazos.

Se dice que a los hombres que se le cruzan en el camino, el Trauco les deja la boca torcida con su aliento, y los condena a morir en un breve plazo.


La llorona

Durante las noches de tormenta en la isla de Chiloé, el ruido del viento y de las olas del mar se entremezcla con los fúnebres y escalofriantes lamentos y quejidos de la llorona, conocida también como la “Pucullén" (cullén significa lágrimas, y pu es el plural),, que deambula confundida entre las sombras de la noche como un fantasma, con su figura alta, muy delgada, vestida con una especie de mortaja negra y cubriendo su cabello con un pañuelo negro y fino, que también oculta parte de su lloroso rostro verde pálido, mientras el viento agita sus cabellos largos y erizados.
Recorre una y otra vez, siempre llorando, el camino que va desde cualquier casa de la aldea donde se encuentre alguien postrado en su lecho de muerte, hasta lo alto de un cerro cercano, donde se encuentra el cementerio. El ir y venir de esta sombra fatídica anuncia a ese desfalleciente enfermo su impostergable muerte, que se producirá durante la bajamar una las próximas noches, cuando la luna esté en menguante.
Esta terrorífica aparición, que simboliza a la muerte, sólo es visible para gente próxima a fallecer, machis y algunos animales, entre ellos los perros, que aúllan anunciando su presencia. Indica, con la ruta invariable de sus pasos, el camino que debe recorrer el muerto para llegar al cementerio, y con un cristalino charco, producto de sus abundantes lágrimas, señala en el camposanto el sitio preciso donde debe abrirse la fosa para depositar el féretro. La tierra para cubrirlo debe ser suficiente, ya que de lo contrario, antes de cumplirse un año morirá un familiar del difunto.

Se supone que la “Pucullén" llora por todos los familiares del futuro difunto, especialmente por aquellos parcos en lágrimas, para que se consuelen pronto, de la pérdida de su deudo. Además, así se evita que el finado, desconforme por la escasez de lágrimas y sentimientos de parte de sus parientes, venga a penarlos.


El Caleuche

El Caleuche es un buque fantasma que recorre los mares y aparece con relativa frecuencia en los canales chilotes. Navega tanto en al superficie como en las profundidades del mar, pero siempre a gran velocidad y jamás durante el día.

En noches tranquilas suele aparecer entre la niebla, bajo la forma de un gran buque velero, hermosamente iluminado. Desde lejos se puede escuchar música y un gran bullicio, como si en su cubierta se produjera una gran y alegre fiesta que atrae a los navegantes que deambulan por las islas, los que son convertidos en esclavos al servicio de la tripulaicón del barco. Con la misma velocidad con que aparece, desaparece entre la densa niebla que fluye a su alrededor, sin dejar huella de su impresionante aparición.
La tripulación de del Caleuche está compuesta por los brujos, que se dedican al contrabando abasteciendo a comerciantes que tienen pacto con ellos y llegan a la costa montados sobre el lomo de un caballo marino, y los fantasmas de pescadores chilotes que han muerto en naufragios, y que en la superficie del barco vuelven a la vida. Aunque pertenecen al reino del más allá, obtienen permiso de sus superiores una vez al año para visitar a sus familiares, y así poderles llevar consuelo y ayuda económica.
El Caleuche esta bajo los mandatos del Millalobo, y recorre los mares del mundo vigilando el estado en que se encuentran y los seres que en los habitan, y ayudando a las naves que se encuentren en apuros, guiándolas a puertos seguros o remolcándolas a velocidades increibles. Cuando es perseguido se transforma en foca, roca, tronco de árbol o simplemente en alga para pasar inadvertido y así evitar su captura. Se dice que el castigo para aquellos que miran al Caleuche consiste en dejarle la boca torcida, la cara vuelta hacia la espalda o darles muerte en forma repentina.


La Pincoya

La famosísima Pincoya (en voz quechua o aimará significa Pirncesa o Esposa del Inca) es una bellísima sirena, blanca y de cabellos de oro. Personifica la fertilidad y abundancia de pesca en las costas de Chiloé, y se dice que de ella depende que la labor de los pescadores sea exitosa.
Auxilia a los pescadores en los naufragios con la ayuda de su marido, el Pincoy, y su hermana la Sirena, y en caso de no poder salvarlos, transporta los cuerpos de los chilotes muertos hasta el Caleuche, donde revivirán como tripulantes del barco fantasma en una nueva existencia de eterna felicidad. Es por ello que los chilotes jamás temen al mar embravecido, a pesar que la mayoría de ellos no sabe nadar.

Pero la misión principal de las Pincoya es fecundar peces y mariscos bajo las aguas, y de ella depende la abundancia o escasez de estos productos, ya que los atrae o aleja de la costa .La Pincoya aparece de mañana desde las profundidades marinas, semivestida con un traje de algas y acompañada por el Pincoy, que se sienta a cantar sobre una roca en donde atrae a su amada y la envuelve con su voz melodiosa, haciéndola entrar en una danza frenética, sensual y maravillosa a la orilla de la playa. Si baila vuelta hacia el mar significa que la pesca será fértil y abundante, pero si lo hace vuelta hacia la playa, alejará a los peces durante la próxima temporada de pesca y arrastrará la abundancia hacia pescadores más necesitados. Sin embargo, cuando la escasez se prolonga por largo tiempo en ausencia de la Pincoya, es posible hacerla volver, y con ella, la abundancia, por intermedio de una ceremonia especial.

Para ser favorecido por la Pincoya es necesario estar siempre contento; por eso los pescadores siempre están alegres y riéndose. Pero también hay que tener en cuenta ciertas reglas, ya que, por eejemplo, si se pesca o marisca con mucha frecuencia en el mismo lugar, la Pincoya se enoja y abandona aquel frente, que luego queda estéril.

Cuenta la historia que la Pincoya nació en la laguna Huelde, muy cerca de Cucao. Un día, al regresar su madre a casa de sus padres, en donde dejara bajo sus cuidados a su tierna hija, comprobó que debido a la curiosidad de sus mayores, la niña se había transformado en agua cristalina. Invadida por el llanto y la desesperación, cogió la vasija y corrió hacia la playa a vaciar su contenido en las aguas del mar. Y avanzando hacia el interior, se perdió en las profundidades del océano en busca de su esposo el Millalobo (capitán del Caleuche) y le relató lo acontecido.

Apenas hubo terminado, vio acercarse una barca llevando en su interior a su desaparecida hija, convertida ahora en una hermosa joven, a quien dio el nombre de Pincoya, y que desde entonces se dedicó a fecundar los mares con grandes variedades de peces y mariscos para el pueblo chilote, habitando en una enorme caverna en forma de salón rocoso. Acostumbraba a bañarse en la laguna y el río Puchanquin, y desde los roqueríos, mediante un suave y prolongado silbido, hacia emerger desde el fondo de las aguas un tronco de oro macizo sobre el cual se sentaba para peinar sus cabellos.
A veces, durante la noche, entonaba embrujadas canciones amorosas, a las cuales nadie podía resistirse. Se cree que fue robada de ese lugar para llevar prosperidad y abundancia a playas lejanas, y que desde entonces las aguas de la laguna tomaron el color oscuro que hoy tienen y el tronco de oro permanece sumergido esperando a su hermosa dueña.