domingo, noviembre 09, 2008

Mi Viaje Personal


Facundo CABRAL

Prepárense que vamos a partir. Este es el tren la muerte que cruza por la vida. Vamos a escapar de la nostalgia que nos condena al pasado. Basta de comprar lo que no necesitamos. Que ya no nos importe lo adictos al dinero que puedan ser todos. Digamos adiós a la esquina donde se pudren los mejores frutos de la vida. Vamos a despertar la canción del presente para no perder el tren de la eternidad. Este es el viaje más terrible y maravilloso, el más delicioso, el más absurdo, el más alucinante… ¡Adelante!, pueden subir todos, sólo es necesario que hayan nacido, no importa donde, en los barrios caros y en los barrios pobres, hijos de generales, degenerados, explotadores y explotados, dirigentes y dirigidos, presidentes y presidiarios. Este es el viaje más extraordinario. Imaginen el espectáculo, a la izquierda los revolucionarios, a la derecha los reaccionarios y en el medio los hombres que deciden su propio destino, es decir, dos o tres.

Enciendan el fuego que comenzó la fiesta, traigan el vino y los tambores, desaten la alegría, liberen la pasión, canten y bailen con furia quijotesca. Hagan las cosas sólo por amor, porque aquel que trabaja en lo que no ama, aunque lo haga todo es día, es un desocupado. Hagan el amor, en las micros, en la calle, en las plazas… yo pago la fianza. Sean un poco mas locos y serán un poco más libres y por libres, tan bellos que lograran hacer un paraíso de este maldito infierno, donde las banderas se pudren patrióticamente y las madres alimentan a sus hijos para la guerra.

Me presento. Yo soy el orgullo de mi abuela que es la vergüenza de mi familia. Mi abuela pensaba que hacer el amor alargaba la vida y por esta razón, jamás decía que no a una propuesta amorosa. Soy poeta de un pueblo que no me pertenece. En mi caso, si dejo de escribir o recitar, no pasa nada, es decir, que estoy gozando los privilegios del anonimato y el escepticismo. Todavía cuando me presentan a alguien no me importa si es bueno o malo, rico o pobre, negro, blanco o amarillo, judío musulmán o cristiano (peor cosa no podría ser.

Llegamos a la verdad donde nos detendremos el menor tiempo posible, es sólo, para evitar un suicidio en masa. En esta estación debo reconocer que estoy cansada de ser esta que soy, una eterna rebelde que para confirmar su desubicación social escribe y reflexiona. Algunos me creen el cuento. Llegamos a la estación de la ignorancia, esta es la estación de los que quieren vivir tranquilos, sin problemas. Aquí la vida es fácil, nadie espera nada de nadie, todos esperan todo de cualquiera, es decir, los políticos deciden cuento debes ganar, los militares cuanto debes perder, los curas cuanto debes aguantar y los sindicalistas cuando debes parar.
Entramos en la última etapa del viaje y sería bueno hacer un disparo de reflexiones, por ejemplo: La libertad es una vieja que conocí en la bohemia al lado de mucha gente y sin que nadie la viera, me dijo”: Tengo tres hijos, uno esta crucificado, el otro se ha vuelto loco y el tercero no ha llegado”.

Cuando pregunte a mi madre quien era mi padre dijo: Que sé yo, había tanta gente”. Estoy forzada a robar porque he llegado muy tarde, desde antes de nacer las cosas eran de alguien, por ejemplo, el poema 20 de Neruda, Alazor de Huidobro, los anti poemas de Parra y si quedaba algo más, se lo llevo otro cerebro. Un minuto de silencio, un segundo, un descuido… un hijo. ¡Ahí va el hombre que me gusta con la mujer que le gusta! Y rogaba a Dios una mujer y le “Señor, y le decía: “¿Mi señor, si María concibió sin pecar, podría yo pecar sin concebir? … Amen. ¡Madre hay una sola!... y justo vino a tocarme a mí, exclamo el hijo del año. Llegamos al cementerio, aquí termina el viaje. A descansar. A devolver la nariz, las manos, los ojos, a ese que nos presto la vida, la vida que nunca entendí, pero que de cualquier manera valía la pena vivir. Valía la pena haber sido una mujer para que algunos se sintieran más hombres. Valía la pena, perderme en el mundo, reencontrarme, volver y volver a perderme. Valía la pena comprobar que los problemas no son necesarios y que se puede vivir sin ellos. Valía la pena escribir, escribir sin generar ni un solo peso.

Valía la pena, vivir, pese a tanta muerte rondándome.

Valía la pena.