domingo, noviembre 09, 2008

Solo y Libre


Facundo CABRAL

Terriblemente solo pero maravillosamente libre vuelvo a mí primer desierto, a la Patagonia que me llena de vacío, donde hace muchos años me despertaron las aguas del deshielo que bajaban de la cordillera de los andes que tanto trajiné desde punta a punta y de canción en canción. Lenta y silenciosamente, el desierto se va convirtiendo en montañas, cada vez más importantes hasta ser coronadas por la nieve, y de pronto, bellísima frente al lago Nahuel Huapi, aparece Bariloche.

Desde mi ventana veo al Nahuel Huapi apoyado en las montañas nevadas, maravillosa manera de comenzar un nuevo día, paisaje que me recuerda los desayunos con krishnamurti frente al lago Lausanne, en la suiza donde Borges se auto enseñó alemán para leer a Spinoza.

Me gusta el día porque concreta a las teorías que me excitaron en la infinita biblioteca de los sueños. El día me acerca a sus interminables tareas, el día tiene en algún rincón de sus horas, lo que se quemó en Alejandría lo que intrigó a Gurdjieff (a mí me intrigan los que se mueren de sed y soledad entre fuentes y jardines, los que se aburren, lo que solo saben obedecer o mandar, los que se dejan vencer sinsabor que también son Dios).

Me gusta el día y la ciudad, que es una biblioteca de personajes interesantes, una biblioteca viva que se lee caminando, que tiene esquinan brillantes y alguna gente bella. La ciudad es una enciclopedia, un resumen de atlas, un poco del Oriente y mucho de Occidente, la ciudad es la basura que amontonaron los siglos pero también es la prueba de que nuestros abuelos no trabajaron en vano, la ciudad es una hoguera inteligente donde se junto con mis hermanos para cambiar buenas nuevas (hay pequeños cambios en la ciudad, pero de forma, no de fondo, por ejemplo los reyes les dejaron el lugar a los políticos y los bufones a los artistas populares, aunque estos tienen menos humor que aquellos). La ciudad es un símbolo, pare de un código que entretiene a formas más altas que nosotros, la ciudad es un muro inútil porque la vida entra por abajo y por arriba, la vida que a veces purifica destruyendo, la ciudad es una pesada sombra, una lenta casa hueca donde solo estoy de paso, como estoy de paso por el hombre (sé que me esperan otras formas de vida cuando pase el río de la muerte).

La ciudad es parte del infierno pero también del paraíso, el paraíso unánime de los místicos que sabían, saben, que todo y todos somos parte de Dios, que también es el azar que nunca comprenderemos (no es bueno saber todas las cosas, en lo que aún no sabemos volvemos a ser niños, y eso alegra a Dios y calma a los hombres).

Hable del que hable en mis conciertos, imagino a Moisés cruzando el desierto, al bautista en el jordán, a Jesús entre sus discípulos, a Beethoven pensando en Mozart, a Borges imaginando a Darwin en la proa del Beagle tratando de imaginar el color del Nilo y el techo de la Biblioteca pública de Nueva York.

Hable del que hable en mis conciertos, imagino a un viejo flaco con el agua hasta la cintura en los arrozales de Vietnam, a Van Gogh incendiando el trigal para pintar el incendio, al último judío del último campo de concentración viendo llegar a los aliados.

Hable del que hable en mis conciertos, imagino al hombre que murió cincuenta millones de veces en la segunda guerra mundial porque es uno el que murió y muere y morirá en las esquinas de la soledad, en las alcobas del amor, en la violencia de las calles y las oscuridades de los caminos, en los hospitales y los asilos, como uno es el hombre que camina las diversidades del mundo, que hace los panes y las ventanas, que se excita en las ciudades y se aquieta en los ponientes, el que provoca la guerra y el que la evita, el asesino y el asesinado, el que salió del Kremlin y el que espera en el Vaticano, es decir que hable del que hable, estoy hablando del único hombre, de esa pluralidad que se ahoga en la multitud, ese uno que es todos y que siempre está solo y que tal vez muera en un avión para renacer en un barco.

Cuando hablo de alguien en mis conciertos estoy hablando de todos porque la humanidad es un solo hombre atomizado.

Por aquí anduvieron los dinosaurios, por esta tierra por donde todavía caminan los mapaches, que se hincan ante el mismo sol que me ahincó, a veces solo y a veces con los chamelas y los lacandones en Chiapas o con los descendientes de los incas en el Cuzco peruano o con los tuareg en el Sahara o con los tarahumaras en las sierra madre de Chihuahua.

En piedra del águila el mundo es más viejo, como yo cuando canto, es decir cuando mi espíritu me recuerda los poemas de Chuanz Tzú y los dibujos de Hoquisai, las mañanas con Krishnamurti y las tarde con Borges, el Krishnamurti que me lleva hasta Hermes Trismegisto y el Borges que me lleva hasta el Dante que también soy porque uno es lo que ama, por eso el mundo es mi casa. Después de siete lagos entre montañas nevadas y bosques milenarios llego a San Martín de los Andes, donde el mundo se queda quieto frente a los leños ardiendo, momento ideal para volver a los libros, a los que amo, es más, soy hijo del libro de los libros, la Biblia, Después, otros libros se encargaron de embellecer mi vida, por eso siento en el esqueleto la presencia de los libros, presiento en ellos un bello orden, miles de cosmogonías girando alrededor de un punto, todos los tiempos en el ahora mismo, las más antiguas mañanas en unas sola tarde, el Universo encerrado en la magia de las palabras, a las que uno carga como quiere, por eso las mismas palabras nos dicen diferentes cosas, tienen diferentes consecuencias, otras implicancias y otra música.

Para mí la biblioteca es la manera más alta y sutil de la realidad, la seguridad de que allí sí escucharía voces inteligentes, una posibilidad de salvación, y así fue porque en la biblioteca encontré una gran libro de tapas negras y letras doradas que (que lo sospeché desde le primer momento) tenía mucho para mí, por eso tocaba sus finas hojas con mucho cuidado, no quería herir a Isaías ni molestar a Salomón, no quería estorbarle el éxodo a Moisés ni distraer a Jesús de sus discípulos.
En la biblioteca también había topos que eran hombres, hombres que monstruos, noches de luna ardiente, gente que seguía siendo inglesa en la India, ángeles que solo bajaban para enriquecer a la poesía, patriarcas y caudillos, laberintos de altas paredes que excitaron al ciego memorioso hasta el último minuto de su vida, uvas para la Matilde chilena, vino debajo de la luna del persa, golpes en la espalda del poeta peruano, lámparas generosas y crónicas marcianas, el Martín Fierro y Withman, que cantaron por mí antes de mí, Lorza Pound, Thomas Mann, Tuaín. El tiempo los ha mudado de la biblioteca a mi memoria, la biblioteca donde Borges me enseñó que cada libro es infinito porque cambia a cada lector, entonces pensé ¿Qué será una biblioteca?

Todavía tengo necesidad de bibliotecas y de atlas, tal vez porque tengo ganas de quedarme quieto, de recordar al mundo caminando desde el sillón más cómodo y frente a los leños ardiendo como ahora.

Hizo falta todo el tiempo para llegar a este momento y a este lugar, por eso este aquí y ahora es importante, y si lo vivo con plenitud, sin planes que me distraigan del presente, seguiré teniendo pasados bellos, y mañanas venturosos, entonces, no habrá lugar ni para la culpa ni para el reproche, además extrañar a mi casa sería una injusticia, una descortesía con este encantador pueblo entre montañas, tan cerca del cielo como de Chile.

Cuando hablo de libros vuelvo a gozar lo que me dieron cuando los encontré, vuelvo a gozar, por ejemplo, a los nuevos desiertos y a la poesía luminosa de Ray Bradbury, a las inteligencias de Goethe, a los excitantes vagabundos de Blaise Cendrars y a los fervores de Hemingway, y a compartir esos placeres es mi mayor placer.

Los libros me abrieron horizontes insospechados, me dieron más ideas sobre lo verdaderamente importante, que es la vida, me despertaron para que ponga en acción a mis dones, y ejecutándolos, comencé a gozar al mundo y a saber de mí, que soy, como todo ser humano, arte en movimiento, idea que comparto con mis amigos, que casi siempre tienen que ver con los libros, que nos convocaron, aunque unos estén en la pintura y otros en la arquitectura o la agronomía, los amigos con los que compartí a León Bloy, a Amerson, a Berkeley, a de Quincey, a Horacio Quiroga, a Leopoldo Marechal, a Reynaldo apenas, y ellos compartieron conmigo a Pascal, a Bandelaire, a Lezama Lima, pero también tuve amigos que jamás se acercaron a los libros, y a ellos me asoció la calle, el disconformismo, la furia y los pequeños goces de la noche .. Las mujeres, el vino y las canciones poco pensadas.

No hago planes para escribir, me gusta lanzarme al vacío del papel en blanco, amo a ese peligro, tan parecido al peligro del amor que siempre conlleva un estado de guerra. Trato de meter el encuentro en el papel que siempre me está esperando, a veces al día, muchas veces al mundo, y lo maravilloso es que cabe el Universo cabe en la literatura, a veces en una sola página, a veces en una sola línea. Henry Millar decía que, a diferencia del arquitecto, el escritor suele descartar su plano en el proceso de erigir su edificio (esa catedral idiomática, diría Borges sí hablara de Ullysses de Joyce). El libro es una experiencia, no un plan que sigue leyes, en un libro poco y nada queda de la vida primera, solo una telaraña donde a veces no se puede apoyar nada.

Escribo entre lagos y ahora lo que seguramente otro escribió entre barcos y antes (no hay nada nuevo bajo el sol nos enseñó Salomón, el hijo de David, que fuera rey en Jerusalén). También en tardes como esta otros leyeron los libros que todavía no leí (en las galerías de mi memoria está el dato exacto, pero un sagrado escalofrío me aleja de él). Se que pienso lo que ya fue pensado y que amo lo que ya fue amado (Jesús, las rosas, la nieve, el mar, la luna de siempre, Dickens), sé que también soy los muertos y que seguiré vivo en otros cuando me haya muerto, por eso ahora somos muchos los que escribimos, aunque la obra sea singular (la humanidad es una sola sombra).

Yo pensaba declararme en la palabra pero estoy declarando a todos los que me confirmaron, lo que confirma que no hay más pluralidad que el artista. A veces cansado de agotar a las lámparas y a sus noches en mis libros, me pierdo en la ciudad, que es una manera estruendosa del olvido. Soy un camello que la cruza penando en el desierto y añorando preciosas y antiguas cargas, por ejemplo los rollos del mar muerto donde todavía no se posaron los fatigados ojos de los hombres.

Estoy en la Patagonia, en la querida y árida soledad donde nací, que tal vez será el ancla que detendrá mi largo vagabundeo, y esto para cerrar el círculo que es toda vida. Estoy gozando la libertad que me exige mi conciencia, y desde el corazón de esa libertada canto y cuento, por ejemplo al cacique Manhattan, que ahora es una isla, el punto central del hombre del siglo veinte. Los indígenas se fueron pero dejaron bellos sonidos en la trajinada tierra americana – Arizona, Texas, Oklahoma, Iowa, lugares que son una palabra más, lo que esta nos sugiere, lo que nos recuerda, lo que nos hace inventar otras palabras, mi propio nombre fue inventado alguna vez por alguien que nunca sabré, o que olvidé, que es lo mismo.

El olvido es un atributo de la vejez, una gentileza de Dios porque nos aliviana. Blake decía que el tiempo es un don de la eternidad, lo que quiere decir que podemos sentir y vivir sucesivamente, sería abrumador que nos dieran a un tiempo Picasso y los mayas, Velásquez e Hiroshima, la teoría de la relatividad y la muralla china, Hitler y Goya, Copérnico y Plotino, Troya y Bagdad, el rolls royce y los vikingos, Freud y Herodes, el verano y sus lluvias, la selva, el desierto y Nueva Cork, la adolescencia, y la vejez. Moriríamos agobiados por el Universo y sus infinitas cosas sí no viviéramos sucesivamente, favor que le debemos al ilusorio tiempo, por eso aprecio el favor del olvido que calma a m corazón y alivia a mi cabeza, y al sueño, donde una vez al día descanso de la agotadora vigilia, como en la muerte descansamos un rato de la vida. Tal vez mi castigo (o mejor dicho mi destino) sea no poder detenerme, no poder alejarme de los caminos, no poder quedarme en el mismo lugar un rato largo, estoy caminando desde que nací, y la razón fue el éxodo al que fue condenada mi madre cuando mi padre perdió el camino de regreso a casa.

Todas las noches me confieso en el escenario y anuncio el retorno de mi profeta, que prometió volver en cada uno de nosotros, y los profetas son hombres de palabra, por eso cada teatro se transforma en un templo, por eso cada escenario vuelve a ser el jordán desde donde yo, otra vez el Bautista, aconsejo enderezar el camino porque después de mí viene el que es antes de mí.

Algo se ordena cuando canto, algo comienza a armonizar dentro mío, que nunca se detiene, que siempre se renueva, como la poesía, y esto seguirá hasta que (según Neruda) llegue la muerte vestida de almirante, pero solo yo me detendré, la canción seguirá porque la canción nunca termina, solo se suspende (Bonard se colaba de noche en el museo para corregir algunas pinceladas de sus obras).

Cruzo la Patagonia con el recuerdo de los últimos países caminados en mi memoria_ la España donde crucé la árida tierra de Machado a 250 Km. por hora en el tren que me dejó en Sevilla para homenajear a Lorca con palabras de Withman, la Costa Rica donde canté a todas las madres en una sola, la mía, el Puerto Rico que calentó aún más a mi corazón para cantar la gloria de la vida, la Venezuela que crucé desde el mar a la cordillera repitiendo al Jesús que me puso de píe, la Colombia de García Márquez donde recordé al Borges del mundo, el Chile de Neruda donde agradecí a los mapuches que abrigaron a mi infancia, el Uruguay de los cantores a los que debo mi oficio, este vivir en voz alta, y el Estados Unidos donde mi corazón siempre recuerda a Lutero King con la esperanza de que un día los americanos se den cuenta de la alta misión que deben cumplir, porque Estados Unidos es una fiesta étnica, la reunión de razas más grande de la historia (Nueva York, por ejemplo es la capital del hombre de estos días).

Algo grande sucederá, y sucederá allí, en esa torre de babel que ahora funcionará, por algo Dios insiste, no es casual que nos juntemos todos allí y tampoco es casual que allí sucedan más cosas que en el resto del mundo, y a esto le ponemos amor, sí solo nos guiamos por la verdad, que es una sola en todo el Universo, Estados Unidos será el salvador, no el verdugo de la humanidad, el moisés de ella, no el Herodes y eso también depende de todos los pueblos del mundo, que giran alrededor de Estados Unidos. Es el momento de que el hombre bueno entre en acción porque solo el hombre bueno puede armonizar diferencias (que eso es la justicia), solo el hombre bueno puede concretar al hombre planetario, porque a eso está previsto que vayamos, para eso trabajaron y trabajarán, los hombres inteligentes, por eso Dios le ordenó a Abraham: Abandona tu tierra natal y la casa de tu padre y ve al país que yo te indicaré, haré de ti una gran nación, te bendeciré, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra.

De una y de todas maneras, nos vamos encontrando lenta, misteriosa, sensualmente, porque la que teje esta red revolucionaria es la poesía, ella nos lleva de la mano y debajo de la luna hasta que los últimos rincones del mundo donde nos espera el compinche, uno más, el que continúa la línea que será un círculo que abrazará al mundo. Esta revolución fundamental, el revolucionarse constantemente para armonizar con al vida, que es cambio permanente, por eso nos vamos encontrando, fatalmente, para iluminar cada rincón. Salimos de las bibliotecas y las alcantarillas, preocupamos a los políticos y a los dictadores, asustamos y excitamos a los pueblos.

Entre ciervos y cóndores vamos de San Martín de los Andes a Neuquén, donde cantaré esta noche, pero antes nos detenemos en un pequeño pueblo cordillerano donde en un delicioso teatro de madera recuerdo a Jack London, y con él aparecen los pequeños pueblos del sur de la provincia de Buenos Aires, esa tristeza por nada, esos rituales del aburrimiento, la vuelta al perro, que era una hastiada marcha que rodeaba la manzana central del pueblo, los amores de paso, o mejor dicho al pasar porque rara vez teníamos el valor de declararnos.

En ese ámbito llegué a Jack London en esos días de llovizna y soledad, en los rincones de bodegones con olor a guiso, con los manteles siempre manchados por el vino más barato, en donde las pensiones donde la estrechez era asfixiante, donde todas las familias eran iguales. En esos años se me cruzó el Martín Edén de Jack London en las interminables horas de la siesta pueblerina, cuando yo también me enamoraba de los maestros porque estaban cerca de la cultura, el que pido Jack London, un faro resplandeciente que me ponía de pie cuando anunciaba a los estudiantes norteamericanos. ¡La revolución ha llegado, y nadie puede detenerla! ¡Jamás hubo nada semejante a esta revolución en la historia del mundo, diferente a la revolución francesa y la norteamericana, porque es una revolución mundial, la primera en un mundo repleto de pseudos revoluciones, la única revolución que está limitada por los límites del planeta, una llamarada para siempre, no un grito de descontento popular que aparece un día y desaparece al otro. Jamás pude olvidar el esplendor, la potencia de Jack London, el aire a himno de sus historias casi casualmente poéticas, y si digo poesía digo Jacques Prevert, que para mí fue un espejo, la atmósfera que años después me pertenecería, la atmósfera que puebla al teatro de madera donde recuerdo a Blaise Cendran (¿cómo olvidar a esa alma gemela?), y al grandioso célibe, y al Spencer tan anarquista que llegó a proponer que cada individuo acuñara su propia moneda. Entre canción y canción recuerdo a Emerson, el que festejara a Withman, el Emerson padre de dos vocablos oscuramente bellos – Everness y Neverness, algo así como siempredad y nunquedad, recuerdo con agradecimiento el retorno de los brujos de Pawell y Bergier, al ciudadela de Antoine de Exupery (que algún día será considerado uno de los libros sagrados).

Al Tao Te King de Lao Tsé y a las Antimemorias de André Malraux.