O cómo el ser humano se pierde entre la dualidad y la trinidad
La palabra "conyugal" viene, sin duda alguna, de la raíz indoeuropea "yoga" que significa unión. El "amor conyugal" se refiere a ese amor terrenal que busca la unión con aquello que supuestamente nos falta, aquello que, de alguna manera, debería complementarnos.
El hombre (1), que en su origen era un ser andrógino y completo, parte de la Unidad, al "caer" en la Tierra se convierte en un ser dual pero también trinitario.
Como ser dual, siente que está partido en dos y entra a formar parte de ese mundo de apariencias, un mundo maniqueista en que será clasificado en hombre o mujer, en bueno o malo. Y todo será, de esta manera, etiquetado para combatir o tratar de olvidar el miedo de no saber quién se es realmente. El ser humano se pierde, así, entre los contrarios y se convence de que necesita encontrar aquello que le complementa, aquello sin lo cual cree no poder vivir. En este contexto, perdido y equivocado de antemano, inicia, consciente o inconscientemente, la búsqueda de una pareja y empieza su lento caminar por el mundo de las ilusiones y los desengaños, los apegos y los miedos, las alegrías y las tristezas, la pasión y el desamor. Se entusiasma y se decepciona una y otra vez. Sueña con ello, en ocasiones. Lo combate y huye, otras veces. Busca, busca y busca pero sin saber realmente qué es lo que está buscando. El hombre no se conoce a sí mismo, ¿cómo puede, entonces, encontrar aquello que anhela?
Y ese anhelo, ese profundo deseo que tanto persigue y tan pocas veces reconoce siquiera, no es más que el retorno a la Unidad (2), a esa androginia original en la que el ser humano no estaba separado de sí mismo.
En este mundo dual aparecen, pues, los géneros. Y así, el hombre dividido cree que debe encontrar a la mujer dividida que formaba parte de su propio ser, de su esencia original. Y si el primer problema era no conocerse a sí mismo y no saber qué era lo que buscaba, el segundo problema es no re-conocerse a sí mismo y no saber que su naturaleza terrenal es trinitaria.
Este ser caído tiene tres facetas: el cuerpo, el alma y el espíritu.
El cuerpo es la primera capa, aquella que utiliza para vivir en este mundo y no ser ajeno a él. Es la coraza externa que deberá abandonar tras la muerte pero que tantas veces identifica con su propio y único yo, apegándose a él, a sus sentidos, a sus deseos. Se convierte, éste, en el primer error de un ser perdido en su propia tiniebla.
El alma o lo que los griegos llamaban "psiqué" es la que desarrolla lo que los demás reconocerán como "nuestra personalidad". Esta segunda capa es también prestada y se deberá renunciar a ella tarde o temprano.
Está, finalmente, el espíritu. Nuestra verdadera esencia, de la que proviene nuestro más profundo anhelo, que pertenece a la Unidad y que aspira a ser reconocida y poder así reunirse con ella.
Volvamos, ahora, al tema del amor conyugal pues, en mi opinión, gran parte de los problemas y desengaños a los que el ser humano se enfrenta en este campo provienen del desconocimiento de estas circunstancias.
El deseo carnal y el anhelo espiritual se confunden y hacen que nos perdamos entre múltiples encuentros y desencuentros. Buscamos el reencuentro con la Unidad pero, siendo trinitarios y desconociendo nuestra fuente, nos hallamos perdidos sin saber hacia qué puerto deberíamos navegar. Escuchamos el deseo, originario de nuestro espíritu, a través de los sentidos de nuestro cuerpo y creemos que al satisfacerlos a ellos, quedará igualmente satisfecho nuestro anhelo. Pero pronto descubrimos que no es así, que nuestro deseo es insaciable. Y buscamos más y más. Y seguimos persiguiendo algo que no acabamos de encontrar. Aparecen la frustración, el desconcierto y el miedo. Y en tantas ocasiones nos quedamos estancados en una relación que no nos entusiasma del todo por cansancio, por comodidad o por hastío. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces nos planteamos qué es lo que realmente necesitamos a nuestro lado?, ¿quién puede ser un buen compañero de camino?, ¿qué es necesario para que una relación funcione y sea duradera? Muchas relaciones de pareja tienen un buen entendimiento sexual pero, cuando eso se acaba, el amor se derrite como un hielo en pleno verano. Otras veces, la atracción es intelectual pero, tras años y años de competiciones dialécticas, el amor se desinfla como un globo sin atar. No diré que ambos aspectos no sean importantes, pues creo sinceramente que es necesario compartir el cuerpo y la mente para que una relación pueda madurar, pero todo ello no tiene ningún peso si sus espíritus divergen.
Es, según mi parecer, la unión espiritual lo que crea ese vínculo irrompible que tan pocas parejas consiguen. Es un proyecto espiritual común, un conocimiento real de quién se es y hacia dónde se va. No se trata de complementar al otro pues todos somos, en esencia, seres completos, se trata de caminar a su lado y de ayudarle a levantarse cuando cae, se trata de aprender juntos a re-conocerse y se trata, en definitiva, de aspirar y, finalmente, alcanzar esa Unidad tan anhelada.