miércoles, diciembre 03, 2008
Monólogo del Silencio
Pon lo mejor de ti
[Edgard Villamil - 08/6/2004] •
Dicen que el silencio es reconfortante, creo plenamente en ello, cuando simplemente es una marcada ausencia de sonidos. Pero ese silencio personal, de cada cual, tuyo, mío, efectuado por miedo a decir las cosas por su nombre, a contar hechos que perjudican o dejan mal parados a algunos, a esos que hicieron daño a otros y lo siguen haciendo una y otra vez.
Entonces por que callarse. Porque callo yo mismo. Veo tanto sufrimiento y tanta marginalidad en mi entorno, escenas crueles determinadas por una indiferencia colectiva. Niños descalzos, madres solteras de apenas 13 o 14 años. Sufrimiento constante, hambre, sed de educación, y.... nos llamamos al silencio convirtiéndonos en cómplices de esa situación.
Me pregunto, qué pasaría si denunciamos muchas cosas rompiendo ese muro sólido de silencio. Votaremos puertas, quebraremos consciencias insanas, no, no lo creo, seríamos tildados de locos, de anarquistas, si cada cual vive la vida como puede. Pero vivir, simplemente porque respiramos y porque sentimos nuestro corazón palpitar, eso no es vivir.
Esas son circunstancias inherentes a los seres vivos, igual nos pasa a nosotros, y a otros más. Bueno, cada quien vive como puede, un axioma absurdo, como podemos, normalmente no lo determinamos nosotros mismos. Siempre dependemos de otras situaciones, de nuestro grado de educación, de empleos, deudas, parientes, amigos, vecinos, la sociedad en general.
A mí me da miedo hablar, otros que han hablado antes de que mi, no tienen este privilegio que yo, pueda escribirlo por lo menos, con la remota esperanza que sea leído por alguien. Hay uno famosísimo que tuvo el atrevimiento y la osadía de hablar, y qué le pasó, lo pusieron en una cruz convirtiéndolo en la víctima más prominente de todas las causas, como lo es, el interés por los demás.
En síntesis, yo tengo miedo de hablar, de romper el silencio. Pero no me da miedo actuar para tratar de modificar la realidad. Asumo una causa y me pongo en juicio público. Cada cual hace lo que puede por los demás. Y de esa forma, puedo sentirme bien, aunque viene mi otro gran problema, lograr incorporar más voluntades a una causa.
Apelar a la solidaridad, pero no a esa solidaridad teórica, de palabras
bonitas, discursos sensibleros, de esos que dejen nuestros ojos, húmedos y brillantes, como cuando cortamos una cebolla en trocitos.Yo por el contrario, quiero ver ese brillo y esa humedad especial en los ojos de alguien que el corazón le palpita a un millón de revoluciones por minuto solo por el simple hecho de darle la oportunidad de hacer algo por alguien más.
Allí hasta vale llorar, a sacudirse los mocos con estruendo, con fanfarrias nasales, eso es tierno como un atardecer a la orilla de un lago viendo las aves pasar en desbandada a prepararse sus sabanas, dulce como la miel de abejas colectadas en miles de florecillas silvestres. Eso si vale, y vale mucho, porque la conciencia se agiganta agrietándonos la piel, saliéndonos por nuestros poros, convirtiéndonos en un vaporcillo tibio que se eleva al cielo y se convierte en un cielo pletórico de estrellas titilantes, de soles, de planetas y, al verlo, así...nosotros como humanos parados en esta tierra, nos sentimos pequeños ante la grandeza inconmensurable de nuestros actos.
Me gusta esta forma mía de romper el silencio. Me inspira, me sacude internamente y me hace salir de ese cascarón de indiferencia donde yacía no una ave, sino un ser humano, no mejor que nadie, sino dispuesto en cuerpo entero y en alma, de hacer algo por los demás. A mí...honestamente nunca me han llamado voluntario, aunque mi voluntad, creo, es algo así como un océano, gigante y profunda, a veces quieta pero a veces iracunda.
Cuando yo era un niño pequeño, porque aclaro ahora soy un niño grande, con bigote y con lentes, vivía en una aldea cercana a la ciudad más grande de la cultura Maya, Copán Ruinas, una casita techada con tablas rústicas de pino, y piso de tierra, enclavada en una loma y contigua a una ruidosa quebrada de aguas cristalinas, veía el cielo en la noche. Silencio total, de vez en cuando el cric cric de un grillo alteraba la magia de ese momento.
El tiempo se me iba sin darme cuenta viendo miles de ojitos de colores que desde un cielo oscuro parpadeaban intermitentemente. Salía mi madre, me sacudía de los hombros para ver si me había dormido con los ojos abiertos. Un día se sentó a mi lado, cruzando su brazo sobre mi hombro. Le pregunté mamá cual de todas esas estrellas es mi papá. Me preguntó por qué quería saberlo, porque mi papá dicen que fue bueno, y los buenos al morir se van al cielo. La respuesta de mi madre, fue un fuerte abrazo un gran beso en la mejilla y, otro día te diré cual de esas estrellas es.
Así como mi padre se largó de mi vida sin conocerlo, para el cielo, me llenó internamente de silencio, de un vacío que nunca en mi vida he podido llenar, así ahora trato de hacer algo por otros niños, pequeños, esos que tienen sueños de grandezas, esos que poseen miles de esperanzas, pero que no tienen ni siquiera una oportunidad, por esos hoy rompo mi silencio, para decirte, a ti, si a ti, que me estas leyendo, y no te sorprendas, cuando vas a hacer algo por los demás, cuando vas a romper tu silencio. Piensa y actúa, rompe tu silencio y tu cascarón, ven al mundo, que muchos necesitan de tu esfuerzo. Pon lo mejor de ti.