martes, abril 21, 2009

Relatos de 1 minuto



Nobleza

Antes de atravesar la puerta del jardín, el forastero supo que había caído bien al Duque. Una corriente de simpatía se estableció inmediatamente entre los dos.
Durante tres largos días pasearon juntos en silencio. Acompasado el paso, cada uno ensimismado en sus propios intereses, se detenían al unísono a oler el mismo tomillo y a beber de la misma fuente.
Acrecentada por los sucesivos encuentros, la amistad se perpetuó mientras ambos vivieron.
Aquel mastín blanco tenía una verdadera y auténtica nobleza.

El talismán Tuareg
Como buen parisino, de signo Virgo, durante un año había preparado meticulosamente su viaje. Nada más llegar a Tlndouf, Gérald desembaló orgulloso sus regalos para Targui, el jefe del clan tuareg: un transistor, un reloj de pulsera y un grueso jersey. Targui encendió el transistor con entusiasmo, sin prestar ninguna atención al reloj ni al jersey. Pasó el día bailando como un niño y cambiando de emisoras, para gran decepción de Gérald, que pensó para sus adentros: "¡Qué lástima! Debía haber traído transistores para toda la familia".
A la mañana siguiente, Targui se puso el reloj y pasó todo el día ensimismado contemplando el paso del minutero. En un rincón descansaba silencioso el transistor.
Llegada la tercera noche, se puso el jersey, con alborozadas muestras de agradecimiento y admiración, observando minuciosamente su tejido y sus dibujos.
A partir de entonces, Gérald aprendió el ritmo secreto de la vida: un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. La palabra "tuareg" es su talismán protector cuando le invaden las prisas y agobios de París.

La rendición
Estaba el mar picado. Una sucesión de espuma saltarina invitaba a sumergirse y liberarse de ese sol abrasador de la Polinesia samoana. En cuanto se zambullía entre las olas, empezó a alejarse de la costa con una sospechosa facilidad. Cuando quiso volver, una poderosa corriente le arrastraba hacia aquel inmenso y desconocido azul del Pacífico. Forcejea. Jadea. Se agota. Hace señas a lo lejos. Desde la playa, ya lejana, un solitario turista responde a los supuestos saludos.
El abismo de la soledad se abre ante él; después, la desesperación de la impotencia y un súbito terror repleto de imágenes de ahogados. Rendido a la evidencia, se deja arrastrar mar adentro, aferrado a la esperanza de llegar a otra isla, de que pase una canoa lugareña, de que suceda el improbable milagro ... Desfila su vida, al tiempo que las fuerzas le abandonan.
Han pasado varios minutos, ¿varias horas?, y la corriente circular empieza a devolverle hacia la orilla. Darse cuenta le dio fuerzas para nadar con calma en su sentido.
Desde aquel segundo nacimiento, aprendió a fluir con la corriente de la Vida.
Satori
"Om Namah Amitabaya, Buda Om, Shanga Om, Darma Om...". Con profunda devoción, cantaron por última vez el mantra, como al final de cada meditación. Habían llegado al término del riguroso retiro de meditación de fin de año, que había durado treinta días.
Ardían dos austeras velas ante la imagen sonriente de Buda. Una suave fragancia a sándalo inundaba la sala. Flotaba en toda ella un silencio que entraba por los poros de la piel, abiertos en sutil atención al aquí y ahora.
El esforzado grupo de aspirantes al Despertar, esperaba con impaciencia, doloridas las rodillas y encogidas las articulaciones, la charla final del Maestro neófito, Pravira Jebal.
"Tantas horas sentados, tanto sueño, tanto esfuerzo -dijo con voz solemne y las pupilas dilatadas por la prolongada vigilia- ¿y qué hemos conseguido?... ¡NADA!".
Una sonora y convulsa carcajada estalló desde el fondo del vientre de cada uno de los meditadores. En ese preciso momento comprendieron.

Tranvía
Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada: "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos'" pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera le conocía...
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: ¿y los niños con quién van a quedarse?
Las últimas palabras famosas
"¿Hay algo que quieras decirnos antes de dejar el cuerpo y entrar en la tierra de los diez mil Budas?'.
El gurú se apoyó en un codo, el esfuerzo le hizo toser, Los sollozos parecieron flotar sobre el denso silencio, en la penumbra de la pequeña habitación. Hacía calor. Los tres discípulos principales estaban junto al maestro. Desde que se difundió la noticia, no había dejado de llegar gente: discípulos, supersticiosos, curiosos y desocupados. Estos últimos volvían a sus casas por la noche, los otros dormían fuera, temerosos de perderse el momento, ávidos de muerte.
"No quiero morir, tengo miedo".
Tosió por el esfuerzo y se dejó caer sobre los almohadones. Los discípulos intercambiaron una mirada de desconcierto; después miraron de nuevo a su Maestro.
"No ha muerto, seguro que tiene otras cosas que decir."

Así pensaban.
Una reunión de pareja
La niña, más que lamer el helado, se lo pasaba de la nariz a la barbilla. El chico esperaba en el parque, y como ella se estaba retrasando, encendió un cigarrillo y pensó: "Me despreocupo, es ella la que tiene que encontrarme".
El viejo, sentado en el banco. Intentó concentrarse en el periódico, pero se perdió en las volutas de humo.
El niño sintió un nudo en la garganta: alzó la mirada, pero era demasiado tarde: la había visto primero. Se sintió defraudado.
La mujer pensó: "Si me besa, a lo mejor tengo fríos los labios. No debería haberme tomado el helado, que encima engorda".
El hombre se levantó del banco molesto. El periódico cayó al suelo.
El silencio fue Intenso. Eran las dos únicas personas del parque. Se pusieron en camino.

A escena
Ensayó una vez más la ocurrencia, intentando conjugar la modestia de la mirada con el atrevimiento de las palabras. Tras muchas dudas, escogió, entre las sonrisas, una de esas que dicen y no dicen.
Se despeinó con maestría. El vestido se le pegaba al cuerpo, era sexy pero debía tener cuidado; tenía tendencia a engordar.
"¿Estás lista? Sólo tienes cinco minutos".
La voz le llegó amortiguada por la puerta cerrada. Se regaló una última sonrisa ante el espejo y salió. Cogió los libros y se fue al colegio.