La historia de este ser se remonta unos 12,000 años, en el corazón de la civilización maya. En 1949 el arqueólogo Alberto Ruz de L’huiller descubrió en un templo, bajó una escalera de cuarenta y cinco escalones, un sello oculto que daba a una gran piedra triangular. Alberto Ruz de L’huiller comprendió que iniciaba un verdadero descubrimiento.
En la parte inferior observó una zona rellena de pedruscos y cal, al abrir dicho hueco pudo asomarse y ver lo que contenía la espaciosa cámara: una espectacular cripta con una gigantesca lápida tapando el sarcófago donde yacía el señor Pakal.
La lapida tenía unas medidas de 3.80 metros de largo, 2.20 metros de ancho y un espesor de 25 centímetros, con un peso aproximado de 5 toneladas.
Es posible imaginar la emoción del arqueólogo, después de tantos meses de trabajo y de sortear dificultades de todo tipo, al contemplarla, teniendo en cuenta que era el primer hombre que, luego de siglos, tenía acceso a ella.
Lo interesante de este descubrimiento es el magnífico trabajo realizado en el relieve de la tapa labrada. En efecto, en ella se reproduce la figura de un hombre con atuendo maya, en una posición semiacostada en una especie de silla con cinturón de seguridad y con los pies apoyados en unos pedales y controles al frente y una gran cantidad de tornillos, resortes, caños, tableros y palancas de mando.
Pero los mayas enterrados en templos eran normalmente celebridades. ¿Qué hizo pensar a los mayas que el señor Pakal era una celebridad? Todo eso hace pensar que este individuo era un ser extraterrestre que aterrizó en territorio maya y compartió con ellos distintos conocimientos, hasta el punto de ser considerado una deidad.
El científico soviético A. Katsantsev no tiene ninguna duda que se trata de un navío espacial y así lo ha atestiguado en diversas publicaciones e infinidad de conferencias. Es más, han dibujado un cohete asimilándolo al relieve de la lápida y las coincidencias son sorprendentes.
En 1969 la NASA encontró 16 puntos coincidentes entre el dibujo de la lápida y el módulo de mando de una cápsula espacial contemporánea. Para muchas personalidades no cabe duda de que la imagen esculpida es la representación de un astronauta dentro de un módulo espacial fuera de la atracción de la atmósfera terrestre, controlado o dirigido por un ser.
Incluso afirman que el autor de este relieve tuvo que tener un modelo, o seguir las instrucciones de alguien que conocía perfectamente ese artefacto esculpido en la piedra.
El 8 de noviembre de 1949, elevada dicha losa a 1.12 metros, Alberto Ruz de L’huiller pudo observar con comodidad el interior: una tapa perfectamente pulida, de la que sobresalían dos secciones, como orejas. Dicha tapa se encontraba labrada a la manera de una forma humana, en un solo bloque; retiró cuatro tacos de madera que cubrían orificios realizados en la misma, y la levantó.
El interior estaba pintado de rojo, y en el fondo yacía un esqueleto humano cubierto de joyas. Su talla era de 1.70 metros y su cabeza se hallaba guardada por lo que fuera una mascarilla de jade, lamentablemente rota. Cuando fue reconstruida, pudo contemplarse en todos sus detalles, una verdadera obra de arte.
Sus restos difieren totalmente de las características físicas del pueblo Maya. Los antiguos Mayas eran personas que medían alrededor de 1.50 metros, lo que hace pensar que no era Maya comparada con el hombre de Palenque. Otra prueba de la identidad no Maya de Pakal es que como símbolo de belleza los mayas se incrustaban piedras preciosas en los dientes, y éste carecía de ellas. La cantidad y calidad de las joyas encontradas daban una idea de la elevada alcurnia de quien allí yacía, manos delgadas, dedos alargados cubiertos de anillos, y su cráneo no se encontraba deformado, práctica usual entre este pueblo.
Los mayas enterrados en templos eran normalmente celebridades. No hay pruebas de la existencia de cacique, chamán o rey con tal descripción en ninguna inscripción de algún otro monumento.
La única explicación para los servicios fúnebres de tal magnitud en este individuo es que él haya sido considerado como un dios o semidiós. En la autenticidad del conjunto concuerdan todos los arqueólogos americanos, recordando además que los análisis realizados con carbono 14 sobre los restos óseos encontrados dieron una antigüedad de 2,000 años.