Los diez libros que Carlos Castaneda publicó entre 1968 y 1998 lo erigieron en un autor que rompió la mayoría de los moldes ortodoxos, para convertirlo en un personaje único en sí mismo y difícil de interpretar en su justa dimensión. Es que su obra fue abarcando, a lo largo de esas tres décadas, un trabajo realmente increíble de recopilación de una sabiduría perdida en el tiempo, cual fue la de los indios mexicanos, descendientes de los Toltecas.
Fallecido en abril de 1998 en alguna de sus residencias de California, afectado de un cáncer de hígado, según lo informado por uno de sus secretarios, su vida real, más allá de lo que se conoce por sus libros, fue un verdadero misterio del que hay muchas más preguntas que respuestas. De ahí que, pese a ser una figura reconocida en cualquier país del mundo, fue prácticamente un desconocido en su vida cotidiana, ya que eludió sistemáticamente la mayoría de las entrevistas periodísticas y muy pocas fotos se publicaron de él cuando recién comenzó a contar sus experiencias.
Se dice, entre otras cosas, ratificado por algunos periodistas que afirman haber tenido contactos reales con Castaneda, que nació en Brasil en 1935, hijo de madre muy joven y padre desconocido, mientras otros seguidores de su linaje lo hacen oriundo del Perú. Lo indudablemente cierto es que, siendo un adolescente, se radicó en el Oeste de los Estados Unidos y empezó a estudiar Antropología en la Universidad de California, de la que egresó con su título académico y con muchas ganas de hacer una tesis doctoral acerca de las plantas medicinales y alucinógenas utilizadas por los chamanes de las antiguas comunidades indígenas mexicanas.
APRENDIZ DE BRUJO
Buscando precisamente un “contacto” que lo introdujera en ese mundo de conocimientos ancestrales transmitidos boca a boca, Carlos Castaneda conoció en una estación de ómnibus de Arizona a quien sería el hombre que lo haría famoso: Juan Matus, un indio yaqui que sabía todos los secretos de la magia antigua y que estaba dispuesto a... transmitírselos, pero sólo después de un largo y severo aprendizaje, al que Castaneda se prestó más que gustoso y abierto.
La primera etapa de ese extenso y árido camino quedó reflejada en su primer libro, aparecido en 1968 con el título de “Las enseñanzas de Don Juan”. Se trata de un verdadero diario de campo de un antropólogo que va registrando y describiendo absolutamente todas sus impresiones y vivencias, en un cuaderno de apuntes que lleva el signo inequívoco de la objetividad académica exigida por aquellos años en los claustros universitarios norteamericanos.
Esa obsesión por anotar todo, que causaba verdaderos ataques de risa a Don Juan, fue lo que le valió en Occidente el primer reconocimiento científico a su obra que, con el transcurrir de los años, se apartaría de esa rigidez pétrea de la objetividad para adentrarse con la misma fuerza en las verdaderas entrañas del pensamiento mágico.
La repercusión internacional de ese libro fue inmensa y, aún hoy, es cita de referencia obligada para aquellos autores que intentar enrolarse en cualquiera de las líneas modernas del pensamiento “espiritual” contemporáneo.
DE OBSERVADOR A ACTOR
En 1971, Carlos Castaneda dio a conocer su segundo libro, “Una realidad aparte” y, un año después, en 1972, el tercero, “Viaje a Ixtlán”, completando lo que sería una verdadera serie de episodios continuados, con “Relatos de Poder” en 1974. Y aquí se toma un punto referencial importantísimo en la obra del autor, ya que a esta altura de su “aprendizaje” había recibido toda la información necesaria para asumir él mismo su papel de “brujo”, sobre todo a la muerte o la desaparición de su maestro, el inefable Juan Matus.
Si lo que importó en sus primeros escritos fueron las experiencias personales del autor con los hongos y otras sustancias alucinógenas, en los siguientes capítulos la obsesión de Castaneda pasa a ser otra: reconocer la capacidad de “ver” en otras dimensiones más allá de la humana, lo que para los brujos mexicanos (naguales) era cosa corriente.
Aquí, ya no se usa más para “abrir la mente” la ayuda de ninguna sustancia externa, sino que el “aprendizaje” para exclusivamente por lo interno, por incorporar una actitud y una visión del mundo totalmente diferente a lo habitual. Para esto, ya no alcanza solamente con el maestro (Don Juan Matus) sino que se necesita también del aporte de un “benefactor”, alguien que observa y califica al aprendiz según lo que enseña el maestro.
Tal papel lo cumple con Castaneda un indio mazateco llamado Don Genaro Flores, un personaje por momentos muy simpático pero también siniestro, lo que lleva al aprendiz a vivir situaciones psíquicamente muy traumatizantes, con visiones
terroríficas de seres de otras dimensiones, a los que se llama “formas inorgánicas de vida”, a los cuales se los puede convertir en “aliados”, pero también pueden ser los enemigos más feroces que uno llegue a imaginar.
HACERSE CARGO DEL BRUJO
El final de “Relatos de Poder” es muy confuso. Juan Matus, Genaro Flores, Pablito y Néstor (otros dos aprendices muy avanzados) y Carlos Castaneda, deben arrojarse al vacío de un enorme precipicio, desde la cima de un altísimo monte. Los cuatro primeros se “iban” de este mundo a otro (y se fueron...), lo que se piensa que debe haber coincidido con la muerte de Juan Matus y de Genaro Flores, por causas total y absolutamente desconocidas, más la desaparición de los otros dos alumnos.
Queda Carlos Castaneda entonces como un sorprendido sobreviviente (tan sorprendido como el lector de su escrito), ahora sin el maestro ni el benefactor que le indiquen los pasos a seguir y necesariamente dispuesto a asumirse en una nueva dimensión, la de nagual o brujo, de toda otra serie de aprendices, entre los cuales hay varias mujeres, con las que se entable una lucha de poder mágico realmente increíble y apasionante.
En ese contexto, Castaneda publica en 1977 “El segundo anillo de poder” y en 1981 “El don del águila”, dos libros totalmente diferentes al resto de su obra. Es más, ambos dan la impresión de haber sido escritos bajo estados muy alterados de conciencia. Castaneda es ahora el brujo de una pequeña comunidad que no termina de aceptarlo por ser blanco, culto desde un punto de vista académico, por estar contactado con el mundo occidental y lo rechaza aún más todavía por esa vieja manía de anotar todo lo que ve y lo que siente en su libro de notas o cuaderno de campo. Pero logra imponerse y afianzarse. Como bien lo dijo Octavio Paz en una crítica de sus obras: “Castaneda se convirtió en sujeto y objeto al mismo tiempo”.
LAS ULTIMAS ENSEÑANZAS
Desaparecido de la escena Don Juan, poco parecería quedarle al antropólogo brujo para decir. No obstante, cierra su ciclo de obras con lo que verdaderamente encierra el saber de la brujería, o el dominio del pensamiento mágico. Tanto “El fuego interior” (1984), “El conocimiento silencioso” (1987) y “El arte de ensoñar” (1993) constituyeron no sólo una síntesis mayor sino las reflexiones de un aprendizaje depurado a través del tiempo.
En esos últimos libros quedan claramente explícitos los tres pilares fundamentales del saber del brujo:
A) Estar consciente de ser (mucho más allá de lo que nos indica la conciencia habitual);
B) El arte de acechar (o de percibir muchísimo más lejos de lo que nos permiten nuestros cinco sentidos tradicionales); y
C) El arte de ensoñar, o sea pasar a través de las puertas del sueño, o el ensueño, las barreras que nos separan de otros mundos cuya dimensión no puede entrar dentro de nuestro nivel intelectual normal.
Y, como corolario, pocos meses antes de su muerte, Carlos Castaneda nos dejó “Pases mágicos”, un libro de título engañoso, publicado en 1998, donde enseña o muestra (cual si fuera un tratado de gimnasia) todos los movimientos corporales que los brujos realizan para poder transitar, con la fuerza interior suficiente, el “camino del guerrero”, donde el signo fundamental debería ser la impecabilidad de la técnica.
Fue el último legado de un hombre de ciencia que, desde el más alto nivel de la racionalidad, supo descender y bucear en lo más profundo del pensamiento mágico. Y lo suyo muy lejos quedó de haber sido en vano, porque los estudiosos tendrán en la obra de Carlos Castaneda elementos más que suficientes para investigar sobre lo que bien podría llamarse la supraconciencia del ser. Es decir, animarse a “investigar” qué hay más allá de las fronteras del pensamiento racional y de los límites de la percepción sensorial.
¿A DONDE FUE?
Carlos Castaneda fue, como mínimo, un hombre misterioso. Prácticamente todo lo que habló fue lo escrito en sus libros y si bien su nombre, a través de ellos, recorrió el mundo, él mismo se encargó celosamente de preservar su identidad.
Se han publicado, desde luego, entrevistas periodísticas, pero muy pocas fotografías se vieron nunca de él, al extremo de que su rostro no ocupa el lugar que debería tener en los archivos de cualquier medio informativo.
Hay dudas de todo tipo acerca de la autenticidad de dichas entrevistas e incluso, en alguna de ellas, fue el propio Castaneda quien dijo que se reía de aquellas personas que se hacían pasar por él. También confirmó que, a menudo, confundieron a otros individuos con su persona y fue ignorado totalmente cuando él mismo se encontraba presente, cosa que le agradaba sobremanera.
Como todo brujo, evitaba las relaciones sexuales y no se le conoció pareja estable. En su vida de brujo hubo varias mujeres importantes, pero dos de ellas trascendieron a las demás, siempre de acuerdo a lo relatado en sus obras. Una fue “la Gorda”, una mestiza mexicana con más sangre indígena que blanca, la cual físicamente era una mujer adiposa de abdomen prominente y senos caídos. Cuando usaba su poder de bruja podía parecer una morocha tan sugestiva como María Félix o Jennifer O’Neil.
La otra, era una rubia, la mujer nagual, de nombre Carol Tiggs. Singularmente bella, Castaneda la describe con rasgos parecidos a lo que hoy podemos encontrar en Cameron Díaz o Drew Barrymore.
Las luchas de poder, entre hombres brujos y mujeres brujas, fueron siempre una señal de alerta sobre la que le advirtió Don Juan Matus. Por eso, Castaneda, las mantenía a distancia. Su muerte, en 1998, fue tan misteriosa como su vida: apenas un anuncio emitido por uno de sus secretarios unos días después de acaecida.
De más está decir que, para muchos de sus seguidores, esto no fue otra cosa que “una fuga” al mejor estilo Juan Matus y Genaro Flores.
Conversaciones posteriores con algunas personas que me manifestaron haberlo conocido personalmente, me informaron que dejó un hijo, no dedicado a estas actividades, que Pablito, uno de sus aprendices contemporáneos, era actualmente un alto ejecutivo de una empresa automotriz extranjera en México, que “la Gorda” había sido asesinada en uno de sus viajes a México y que Néstor, el otro aprendiz de su tiempo, nunca más dio señales de vida. Aparentemente, quedarían diseminados algunos discípulos de Castaneda, los cuales se habrían organizado como naguales por derecho propio, caso de la mujer Florinda Donner Grau y otros menos conocidos. Es que la sugestión profunda que produce la magia con todas sus secuelas de poder hace que ese atractivo, aunque peligroso en extremo, siga teniendo el mismo efecto vivificante que lo mantuvo en escena duran