Gustavo Andrés Laphitz
El animal no piensa, dicen muchos. El hombre es el animal racional y superior. Lo dice el hombre, y nadie más puede hablar. Se cree que los sentimientos son sólo exclusiva propiedad del ser humano. Lo demás son sólo instintos, reacciones solamente a estímulos físicos sin nada eterno que los gobierne. “Y el ser humano es el único que piensa y ama en este mundo”. Pero a todas esas cualidades se le suman otras que hacen desaparecer las anteriores: el afán de destrucción y sometimiento al sufrimiento sobre su especie y todas las demás. Y recordamos a nuestro perro, que en los peores momentos está con nosotros sin apartarse de nuestro lado. Esta historia demostrará que esto es cierto.
Como un dios desprendido de las esencias naturales y también divinas, donde los límites se palpitan en cada accionar de nuestras vidas, la sombra cabalga entre pensamientos endebles, sin noción del equilibrio que nos sustenta a todos y que nos hace más fuertes. No hay diferencias entre los costales de la vida... de todas las vidas. Y alguien rompe y tortura la fina capa que nos envuelve, ignorando el sentido del porqué de todo. Llevándonos lejos, muy lejos en el oscuro pantano de la mediocridad absoluta. La sombra cabalga, y lo hace muy rápido, y se nos va el tiempo, si así es que podemos llamarlo. Las estrellas se oscurecen y limitan su parpadeo dejándonos cercanos a la ceguera de aquél que desea ser preponderante sobre los otros, aquél que desea que la soberbia sea la guía de su camino. La sombra llega sin mucho ruido pero con espanto y gritos, con dolor y huecas venas.
Mañana veremos, nos mantendremos constantes y desearemos que nos miren sin sentir vergüenza ni arrepentimientos tardíos.
La sombra se hace fuerte, con su dolor adentro, no deseando el explotado encuentro de especies distantes y sin enlaces. Donde sólo algunos pocos respetan el aire, el olor y el gemido de los seres cansados...
Ocurrió en España... Mes de agosto, año 2003. Una tarde de corrida de toros. El animal que representaba el show más que conocido decidió saltar a las gradas y olvidarse del torero un instante. Fácilmente, cual gacela, llegó a los pisos superiores abarrotados de gente. Comenzó a atacar ferozmente con sus afiladas astas. Se observaba que las personas volaban por los aires. Entre varios sujetaron al toro por la cola, pero todo esfuerzo era en vano, hasta que llegó un hombre que a punta de pistola, y luego de apretar el gatillo varias veces en dirección de la cabeza de aquella bestia enloquecida, logró el desesperante cometido de eliminar al atacante, a “ese atacante”.
No hubo que lamentar víctimas humanas, pero sí varias personas heridas. En todo el mundo, este caso, fue tomado en broma.
Luego, enero de 2004, provincia de Buenos Aires, Argentina. Un toro, con más apariencia a un novillo de dos o tres años escapó de un frigorífico. Luchó por su vida que ya estaba sellada, pero la barbarie del “ser racional” lo atacó sin piedad. Lo golpeó de la manera más cobarde y silenciaron sus movimientos para conducirlo a lo que ya estaba fijado.
Mas allá de que su destino era el de siempre, la brutalidad no es justificada, sea cual fuera el ser viviente.
Son dos ejemplos de la desesperanza, y hay muchos más entre ellos. Gritos que se hacen sonar a través de todo el planeta, esperando por la reacción humana a su verdadera misión, de guía y conductor.
La sombra ya acomete y se hace ver día tras día. El aguante no fue más soportado. El mismo planeta desencadena su feroz reacción ante miles de personas que inocentes o no forman parte del grupo destructor.
El toro de España, simbolizó el deseo de despegarse de la soberbia y represión de muchos. Simbolizó la desesperación e impotencia de los dominados.
El animal no piensa, dicen muchos. El hombre es el animal racional y superior, lo dice el hombre y nadie más puede hablar. Se cree que los sentimientos son sólo exclusiva propiedad del ser humano. Lo demás son sólo instintos, reacciones solamente a estímulos físicos sin nada eterno que los gobierne. “Y el ser humano es el único que piensa y ama en este mundo”. Pero a todas esas cualidades se le suman que hace desaparecer las anteriores, la de destrucción y sufrimiento sobre su especie y todas las demás. Y recordamos a nuestro perro, que en los peores momentos está con nosotros sin apartarse de nuestro lado.
Todo tiene un límite y la sombra avanza. No nos sorprendamos después cuando el ganado bovino, en las estancias, ataque a sus dueños. No nos sorprendamos cuando todos los zoológicos del mundo rompan sus jaulas y portones, y los “encerrados” corran por nosotros.
Parece ciencia ficción, pero quién dijo que en toda ciencia ficción no existe una verdad implícita.
Es cierto, muchos animales nos dan el alimento, pero siempre debe existir el equilibrio y no el abuso. Puesto que donde se rompe un equilibrio, se rompe la armonía de esa existencia para transformarse en una condición enloquecida y atroz, donde el único objetivo es el logro del equilibrio perdido.
Pero lastimosamente, para muchos seres humanos, todo tiene una explicación y siempre quedan bien parados. Que si me voy de cacería, lo hago para distenderme y sacarme el stress. Que si mando a hacer desaparece un bosque o selva es por que favorecerá a la industria maderera. Que si mantengo el show de la corrida de toros, lo hago porque es una costumbre muy antigua y que enriquece nuestra historia. Que si preparo perros y gallos para riñas, lo hago también por una costumbre y por otra, para facilitar unos pesos a quienes los necesitan. Siempre hay una excusa.
Por todo esto pienso, que la “sombra del Minotauro” continuará su marcha mientras muchos de los seres humanos continúen con su actitud de presunta inteligencia y superioridad sentimental.