jueves, septiembre 01, 2022

"Rennes-le-Chateau" - El Enigma de un Cura Rural

En el transcurso de menos de tres años, Béranger Saunière, un pobre cura de pueblo, se convirtió en uno de los hombres más ricos de la región. En la puerta de su iglesia colocó la imagen de un diablo.

Desde la ciudad de de Carcassonne, en el Sur de Francia, hasta la frontera española se extiende una región poco poblada. Es una zona de pequeños viñedos entre crestas de piedra desnuda, de valles desiertos llenos de ruiseñores, de arroyos veloces que se nutren de las nieves y de tierras altas, arenosas y salvajes donde abundan el tomillo y el arrayán.. Pero en otro tiempo estuvo muy poblada; primero por los galos del sur, pueblo celta que estableció su capital en Narbo, actual Narbonne, y después por los visigodos, cuyo reino de Septimania sobrevivió desde el año 475 hasta que fue invadido por los moros en el año 715. Torres de vigilancia semiderruidas y castillos abandonados dominan las colinas, como testimonio elocuente de las confusas condiciones de la región durante diez siglos.

Es la zona sur del Languedoc, que desde 1050 quedó bajo dominio de los condes de Toulouse, vasallos autónomos del rey de Francia, y que poco más tarde se convirtió en centro de irradiación de la herejía cátara. En las empinadas rocas de Montségur, los cátaros protagonizaron su última y desesperada resistencia en 1244.

La antigua ciudad de Aereda, llamada Rhedae por los romanos, fue en otros tiempos una capital de más de 30.000 habitantes y su castillo, en la cima de la colina, guardaba la confluencia de los ríos Aude y Sals. Hoy es una aldea venida a menos, con unas pocas casas aferradas a una calle empinada y que miran a una llanura desierta. Eso es Rennes-le-Château...

En 1885, a los 33 años, François Béranger Saunière fue nombrado cura de la pequeña iglesia de Sainte-Madeleine, abandonada y semiderruida, que se alzaba en la parte más alta de la calle del pueblo, donde los visigodos habían levantado un palacio fortificado. Como muchos otros sacerdotes, Saunière tomó a una joven, Marie Denarnaud, como ama de llaves y se instaló en Rennes-le-Cháteau sin más perspectiva que la pobreza y la oscuridad. Pero el destino decidió otra cosa.

Saunière se enteró de que uno de sus predecesores había dejado un pequeño legado para el mantenimiento de la iglesia y, en 1892, decidió restaurar el altar mayor. Este constaba de un solo bloque de piedra, uno de cuyos extremos se hallaba fijado a la pared de la iglesia; el otro se apoyaba en una antigua columna de piedra tallada, de la época visigoda. Al levantar el bloque se descubrió que la columna era hueca; dentro había tres tubos de madera, sellados con cera, que contenían pergaminos manuscritos.

Rennes-le-Château está enclavado en el corazón del Languedoc-Rosellón, en la mítica región de Corbières, donde se desarrollaron los misterios de cátaros y templarios.

Algunas copias de estos pergaminos han llegado hasta nosotros. A primera vista no parecen ser más que transcripciones de pasajes conocidos del Nuevo Testamento, escritos en latín, con extraños caracteres de aspecto arcaico. El primero (Juan 12, 112) describe la visita de Cristo a Betania, a casa de Lázaro, Marta y María. El segundo es la historia de los discípulos recogiendo espigas de trigo en sábado, pero ha sido tomado de tres versiones diferentes, las de Mateo (12, 1-8), Marcos (2, 23-28) y Lucas (6, 1-5).

Una inspección más cuidadosa revela, sin embargo, que estos manuscritos contienen una serie de rasgos inesperados: hay dibujos de monogramas, se han añadido letras al texto, algunas de ellas están marcadas con un punto, otras desplazadas; son indicios de que los documentos están en clave. Y, desde luego, un criptógrafo no encontraría demasiadas dificultades en descifrarlos.

A principios de 1893, Saunière llevó los manuscritos a su obispo, monseñor Félix Arséne Billard de Carcassonne y obtuvo autorización (y dinero) para ir inmediatamente a París. Allí entregó los documentos al abate Bieil, director de SaintSulpice, quien le presentó a su sobrino, el editor religioso Ané, en cuya casa se alojó Saunière mientras estuvo en París, y a Émile Hoffet, destinado a convertirse en una gran autoridad en manuscritos antiguos y sociedades secretas.

Saunière estuvo tres semanas en París. Pasó mucho tiempo en el Louvre, donde compró reproducciones de tres cuadros sin vinculación aparente entre sí: «Pastores de Arcadia» de Poussin, el «retrato de San Antonio» de Teniers y un retrato anónimo del papa san Celestino V. También entabló amistad -cosa rara para un humilde cura de pueblo- con una celebridad parisina, Emma Calvé. La hermosa soprano estaba en la cumbre de su carrera. Durante muchos años fue íntima amiga de Saunière y lo visitó con regularidad hasta su boda, en 1914, con el tenor Gasbarri.

El bloque de piedra tallado con figuras arcaicas que Saunière retiró del altar. Se dice que debajo se encontraban dos esqueletos y un cuenco lleno de «medallones sin valor».

Cuando volvió a Rennes, Saunière continuó la restauración de la iglesia. Con la ayuda de algunos jóvenes del pueblo -uno de los cuales vivía aún en 1962 y proporcionó detalles valiosos sobre las actividades de su párroco- levantó otro bloque de piedra que se encontraba justamente delante del altar. La parte inferior del bloque estaba tallada en un estilo arcaico, que fue identificado como perteneciente a los siglos VI o VII.

Hay dos escenas talladas en el bloque, que suceden en un edificio con arcos o en una cripta. La de la izquierda representa, según parece, a un caballero montado, tocando una trompeta de caza, mientras su caballo agacha la cabeza para beber de un manantial. La de la derecha es de otro caballero con una vara en una mano y, en la otra, o un niño en su arzón o un disco o esfera. La piedra está gastada y rota y es difícil identificar los temas con seguridad.

Cuando fue retirado el bloque, Saunière ordenó a los jóvenes que excavaran a varios pies de profundidad; en cuanto anunciaron qué habían encontrado algo los envió a casa y se encerró en la iglesia. Se dice que habían descubierto dos esqueletos y un cuenco lleno de objetos brillantes; Saunière manifestó que eran medallones sin valor. Cuando recientemente se volvió a excavar en el mismo lugar se encontró una calavera con una hendidura ritual característica en el cráneo.

Después de este descubrimiento, los trabajos en la iglesia cesaron durante algún tiempo. En cambio, Saunière, acompañado por su ama de llaves Marie, se dedicó a recorrer los alrededores con un saco al hombro. Cada noche volvía con el saco lleno de piedras que había elegido cuidadosamente, y cuando se le preguntaba por la finalidad de sus excursiones replicaba que había decidido embellecer el jardicncillo que había frente a la iglesia con una gruta de piedra. Ciertamente, la gruta sigue allí, aunque muy disminuida; ha sido saqueada, o por cazadores de souvenirs o por quienes esperaban que las piedras revelaran el secreto de Saunière.

La Tour Magdala, construida por Béranger Sauniére en el extremo occidental de las murallas de Rennes-le-Cháteau.

Pero ése no era su único y extraño pasatiempo. El cementerio de la iglesia contenía dos lápidas que marcaban la tumba de Marie de Negri d'Albes (muerta en 1781), esposa de Francis de Hautpoul, seigneur de Rennes. Durante la noche, Saunière movió estas lápidas y borró pacientemente sus inscripciones: vano esfuerzo pues las inscripciones ya habían sido copiadas por arqueólogos itinerantes.

Durante los dos años siguientes, Béranger Saunière viajó mucho. Se sabe que abrió varias cuentas bancarias, en Perpiñán, Toulouse, París y hasta Budapest.

Frecuentemente llegaban giros para Marie Denarnaud de Alemania, España, Suiza e Italia; aparentemente, algunos eran enviados por comunidades religiosas.

A partir de 1896, Saunière emprendió la restauración de la iglesia, cuyos resultados pueden verse en la actualidad. El efecto del conjunto es extraordinario. Dispuesto diagonalmente donde se juntan nave y transepto, hay un suelo en forma de tablero de ajedrez compuesto por 64 baldosas cuadradas blancas y negras; junto a la puerta principal levantó un gran monumento de colores llamativos en el que la pila es sostenida por la cabeza de una figura de tamaño natural del demonio Asmodeo, mientras encima se levantan cuatro estatuas pequeñas de ángeles alados con la divisa Par ce signe tu le vaincras (Con este signo lo vencerás), una cita de la visión que provocó la conversión del emperador Constantino al cristianismo, en el año 313.

«Éste Es Un Lugar Terrible»

El abate Béranger Saunière

Las paredes de la iglesia están cubiertas con pinturas en relieve de estilo popular; además hay un Vía Crucis poco convencional y, encima del confesionario, una representación de Cristo en el monte de los Olivos. El mismo Saunière pintó la imagen de María Magdalena que hay en el altar. Lo más extraño de todo es que sobre el portal de la iglesia están grabadas las palabras de Jacob en Bethel, pronunciadas la mañana siguiente a la visión de los ángeles que subían y bajaban por una escalera que llevaba al cielo: Terribilis est locus iste (Éste es un lugar terrible).

Cuando terminaron los trabajos en la iglesia, Saunière no abandonó su fiebre reconstructora. Compró el terreno que se extendía entre la iglesia y la ladera oeste de la colina. A largo de la cresta construyó un paseo semicircular y en el extremo sur de éste, una torre de dos pisos, la Tour Magdala. Dentro de la curva del paseo dispuso un jardín, y al final, separada de la iglesia por un pequeño patio, levantó una casa para huéspedes que llamó Betania.

Saunière pagó de su bolsillo todos estos trabajos. Y cuando Betania quedó terminada y amueblada con valiosas antigüedades, recibió huéspedes a quienes atendía como a reyes, con buenos vinos y abundante comida. Hubo visitas regulares de Emma Calvé, siempre que sus compromisos profesionales se lo permitían, y entre los huéspedes figuró también la secretaria de estado para las bellas artes, la escritora Andrée Bruguière, muchos notables de la zona y, de vez en cuando, de incógnito, un hombre de quien se decía que era el archiduque Juan de Habsburgo, primo del emperador de Austria.

Cuando Saunière murió en 1917 se calculaba que había gastado bastante más de un millón de francos..., y eran francs d'or, que valían 20 veces más que los ya desaparecidos francos franceses. Después de su muerte y durante 36 años, hasta que falleció en 1953, Marie Denarnaud no se privó de nada y, en una carta escrita hacia 1920, estimó su propia fortuna en más de 100.000 francos. Entre 1885 y 1893, Béranger Saunière dejó de ser el cura pobre de una parroquia miserable y se convirtió en un hombre enormemente rico... y uno de los derrochadores más extravagantes de la región. La prueba de sus gastos está allí, en Rennes-le-Cháteau, a la vista de todos. Pero, ¿de dónde salieron las riquezas de Saunière?

Escuela De Herejes

Saint-Sulpice es la iglesia más grande de París después de Notre-Dame, y en el siglo XIX su seminario constituía uno de los principales centros de enseñanza de los sacerdotes franceses. Entre sus alumnos más notorios en ese período figuraba Alphonse Louis Constant, que abandonó el sacerdocio tomando después el nombre de Eliphas Levi. Con ese nombre publicó Dogma y ritual de la alta magia y otros libros sobre ocultismo.

Otro clérigo apóstata proveniente de este seminario fue el abate Joseph Antoine Boullan que, en 1876, anunció que él era el Sumo Sacerdote de la iglesia de Carmel, en Lyon. Dos jóvenes parisienses, el marqués Stanislas de Guaita y su compañero Oswald Wirth, que eran discípulos de Levi, se unieron a la iglesia de Carmel para aprender sus ritos secretos y después, en 1887, anunciar que Boullan era «un hombre condenado».

Convencido de que Guaita y Wirth se proponían matarlo por medios ocultos, Boullan logró el apoyo del novelista J.K. Huysmans, quien dibujó un benévolo retrato del ex abate en su novela sobre la magia negra Là-Bas (Allá). Uno de los amigos de Huysmans, antiguo discípulo de Boullan, era el escritor Jules Bois, amante en esa época de la soprano Emma Calvé. El 4 de enero de 1893, después de escribir una carta llena de presentimientos de muerte, Boullan falleció repentinamente. Bois publicó inmediatamente una carta en un diario de París, acusando a Guaita de haberlo asesinado con artes mágicas. Pocos días más tarde, Saunière llegó a París...

Tras El Tesoro De Salomón

Durante siglos, las leyendas han hablado de un fabuloso tesoro oculto en algún punto de la región de Razès, en el sur de Francia. ¿Acaso Béranger Saunière lo encontró a finales del siglo pasado?

El arco de triunfo de Tito, en el foro de Roma, muestra la gran menorah (candelabro de seis brazos), las trompetas de plata y lo que podría ser ello tesoros del templo de Salomón.

Las historias acerca del tesoro de Rennes-leChâteau son numerosas e insistentes; unas cuantas, por lo menos, son ciertas. Para empezar, el área es rica en yacimientos minerales; desde los tiempos de los romanos se ha extraído plomo, plata, cobre y oro. En el siglo XII, el Gran Maestre de los Caballeros Templarios era Bertrand de Blanchefort, cuyo castillo se alzaba en un espolón rocoso a la vista de Rennes; él hizo venir obreros desde Alemania para que extrajeran el oro de sus minas. el Arca de la Alianza, todo Pero las leyendas locales cuentan otra historia. Si podemos creer a César d'Arcons, ingeniero que cinco siglos después fue enviado a Razès para elaborar un informe sobre la minería de aquella región, esos alemanes no eran mineros, sino orfebres. El historiador local Louis Fedié escribió en 1880: En la Edad Media, la gente creía que los metales preciosos extraídos de la mina de Blanchefort no procedían de una veta en la roca, sino de un depósito de lingotes de oro y plata enterrado en los sótanos de la fortaleza por sus primeros amos, los reyes visigóticos.

Existen además historias acerca de descubrimientos notables, como el que hizo el joven pastor Ignace Paris en 1645. Buscando un cordero perdido cayó en un barranco escondido que conducía a una cueva, donde encontró una hilera de esqueletos y un montón de oro. Pero cuando volvió a Rennes con un sombrero lleno de aquel metal, los aldeanos le acusaron de robo, se negaron a creer su historia y le apedrearon hasta matarle.

Más recientemente, se encontró cerca de Rennes un bloque de oro que pesaba casi 20 kilos, hecho con monedas árabes (o más probablemente de los estados árabes dominados por los cruzados); poco después se halló un lingote de 50 kilos. En 1928 se encontraron fragmentos de una gran estatua de oro entre los restos de una choza, a la orilla del arroyo que corre por debajo de Rennes; había sido parcialmente fundida, pero los pies se distinguían claramente.

¿De dónde puede haber salido todo ese oro? Durante los últimos 2.000 años, cuatro culturas importantes florecieron en la región, y las cuatro compartieron la preocupación por el oro como metal precioso.

Un sello templario. Compárese los dos hombres en un sólo caballo con las figuras del bloque de Rennes-leChâteau.

Para los celtas, este metal tenía propiedades mágicas: a diferencia del hierro o el cobre, salía de la tierra brillante e inmutable, difícil de trabajar pero inalterable por la atmósfera o las condiciones de la forja, y constituía el símbolo del poder real y de los misterios sacerdotales.

Para los romanos, en cambio, el oro era un botín de guerra y una fuente de recursos para administrar el Imperio.

Derrotaron a los celtas y a todos los demás pueblos de sus fronteras, desde España hasta Persia; se apoderaron de sus ornamentos de oro y de sus minas, y se llevaron todas esas riquezas a Roma, desde donde se volvieron a desperdigar.

Los visigodos, menos sofisticados que los romanos, consideraban al oro de forma parecida a los celtas. Sus reyes, reinas y príncipes llevaban oro para simbolizar tanto su poder como su riqueza, y al convertirse al cristianismo siguieron empleando oro para fabricar y decorar los objetos de culto.

Después vino el pueblo de Languedoc. Para ellos el oro constituía, por encima de todo, un artículo comercial. Muchos de los cruzados eran originarios del sur de Francia, y habían traído botín de Oriente.

Por el momento, podemos descartar a los celtas y los romanos. Se ha descubierto muy poco oro celta; sin duda los romanos se llevaron todo el que encontraron, como hacían con todos los objetos de valor, a Roma. Pero los visigodos nos plantean un fascinante misterio.

La mezquita de al-Aqsa y la cripta del templo de Salomón, en Jerusalén.

Entre los tesoros más grandes que los romanos trasladaron a Roma estaban los objetos de culto del templo de Salomón, en Jerusalén. En el año 69 d.C., el futuro emperador Tito, hijo mayor de Vespasiano, encabezó una campaña contra los judíos, que se habían rebelado contra la dominación romana. En septiembre del año 70 tomó Jerusalén y saqueó el templo, llevándose las trompetas de plata con las que los hijos de Aarón habían convocado a los huéspedes de Israel, el Arca de la Alianza, la mesa de oro

de los panes ázimos y el gran candelabro de siete brazos o menorah, hecho de cincuenta kilos de oro puro.

Un relieve del arco de Tito, en Roma, muestra claramente cómo este candelabro fue sacado del templo; sabemos que posteriormente fue depositado en el templo de la Paz, en el foro de Vespasiano. Lo que sucedió más tarde es tema de varias historias que se contradicen entre sí. La primera dice que cuando Magencio huía de Constantino en el año 312, el tesoro cayó al Tíber y se perdió, cosa muy poco verosímil. Otra versión informa que cuando Alarico, el visigodo, saqueó Roma en el año 410, se lo llevó como parte de su botín.

La tercera historia, a la que volveremos después, sostiene que en 455 el vándalo Geiserico llevó el tesoro de Jerusalén desde Roma al norte de África. Durante el siglo siguiente, el general bizantino Belisario lo recobró y lo llevó a Constantinopla, y el emperador Justiniano lo devolvió a Jerusalén, donde fue colocado en un santuario cristiano. Pero en 615 los persas saquearon Jerusalén, y desde entonces no se supo nada más del tesoro.

Alarico murió el mismo año en que saqueó Roma, y le sucedió Ataúlfo, quien llevó a los visigodos a instalarse en el sur de Francia y en España. Es bien sabido que en esos tiempos poseían muchos tesoros, divididos en dos partes bien diferenciadas. Una incluía las joyas personales de los reyes y los tributos que habían recaudado; esto se usaba para pagar los gastos públicos y estaba guardado en Toulouse. La otra, conocida como el Tesoro Antiguo, estaba integrado por el botín que habían acumulado los visigodos durante sus desplazamientos. Finalmente este tesoro quedó en Carcassonne durante el siglo VII: allí estaban el gran Missorium de oro (20 kilos), la tableta de esmeraldas con sus tres hileras de perlas y 60 pies de oro y, muy probablemente, la menorah de Jerusalén.

Tesoro visigótico de Guarrazar, que estuvo oculto durante once siglos cerca de Toledo, en España.

Cuando Clodoveo, rey de los francos, amenazó Carcassonne en 507, el Tesoro Antiguo fue trasladado a Ravena, pero fue devuelto al rey visigodo Amalrico cuando éste alcanzó la mayoría de edad. Una pequeña parte de este tesoro cayó en manos de los francos cuando tomaron Narbonne en el siglo VII, pero el resto fue trasladado por los visigodos a su capital española de Toledo. Cuando los árabes tomaron la ciudad, en 711, se sabe que se apoderaron del famoso Missorium, pero buena parte del tesoro estuvo perdido hasta el siglo XIX, cuando fue descubierto en Guarrazar, cerca de Guadamur (Toledo). Incluía nueve magníficas coronas votivas de oro, adornadas con zafiros, pero no la menorah. «¿Descubriremos acaso algún día en Francia -escribió H.P. Eydoux en su obra Una de las coronas votivas de oro Lumiéres sur la Gaule (Luces sobre Galia)-, un tesoro escondido tan rico y maravilloso como el de Guarrazar?» A lo que podría contestarse: ¿por qué no?

Pero supongamos que Alarico no se llevó la menorah y los otros tesoros del templo de Salomón y que, de hecho, éstos fueron devueltos a Jerusalén por Justiniano. Si los persas hubieran encontrado ese legendario tesoro, seguramente el hecho hubiese quedado registrado en sus anales. Quizá escondido en alguna cueva en las rocas de Jerusalén, u oculto bajo una edificación derruida, estuvo perdido durante siglos.

Jerusalén fue tomada por los cruzados en 1099, y durante casi un siglo fue una ciudad cristiana. En 1120, nueve caballeros encabezados por Hugues de Payns decidieron consagrarse a la protección de los santuarios cristianos, bajo el nombre de Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón. Se les dio alojamiento en edificios adyacentes a dicho templo y, desde aquel momento fueron conocidos con el nombre de «caballeros templarios».

Durante el siglo siguiente los templarios se hicieron cada vez más importantes en Jerusalén y Tierra Santa. Sólo obedecían a su orden, y el gran maestre era tan poderoso como cualquier rey. Su cuartel general era la mezquita de al-Aqsá, construida por los árabes dentro del recinto del templo, y usaban su cripta como establo, los «establos de Salomón». Fueron expulsados de Jerusalén por Saladino en 1187, pero regresaron entre 1229 y 1244, y desde allí se fueron estableciendo en todos los países de Europa occidental. Ricos, poderosos e inviolables, gobernaban grandes territorios y cobraban tributos, buena parte de los cuales se llevaban a Oriente, donde instalaron una cadena de «casas del tesoro» y actuaron como banqueros ante las personas que por alguna razón no eran miembros de la sociedad.

Jacques de Molay, gran maestre de los templarios cuando la Orden fue disuelta en los años 1307-1311. Bajo tortura,  Pero en 1307 el rey Felipe IV de Francia, celoso del poder y la riqueza de los templarios, acusó a la Orden de herejía, y en el plazo de cuatro años ésta quedó disuelta. Sólo en Francia, 54 miembros murieron en la hoguera, y muchos cientos fueron encarcelados de por vida y perdieron todos sus bienes, gran parte de los cuales pasaron, por supuesto, a manos del rey de Francia.

Molay confesó que había negado a Cristo y adorado al demonio Baphomet.

Se ha discutido durante siglos la naturaleza de la herejía templaria. El gran maestre, Jacques de Molay, confesó bajo tortura que había negado a Cristo, escupido al crucifijo y adorado a un ídolo conocido como Baphomet, pero se sabe poco de los supuestos ritos secretos que practicaban los iniciados. Lo que parece más probable, sin embargo, es que durante los siglos pasados en Oriente, el cristianismo de los templarios haya sido influido por algún tipo de dualismo, emparentando con el de los cátaros. Y 150 años antes, el primer Gran Maestre de los templarios, a quien se concedió el título «por la gracia de Dios», fue Bertrand de Blanchefort, cuyas tierras se encontraban en el corazón de las regiones cátaras, precisamente alrededor de Rennes-le-Cháteau.

Buena parte del tesoro de los templarios no ha sido hallado. Guardado en grandes castillos situados en el sur de Europa, podría haber sido enterrado en los cimientos o sacado de allí para ser ocultado en otro sitio. Y quienes sabían donde estaba se llevaron el secreto a la tumba. No olvidemos, además, que según todos los indicios también los cátaros poseían un valioso tesoro.

Así, de una u otra forma, todos los indicios llevan a la región de Razès y a su antigua capital, Rennes-le-Château. No sabemos si los visigodos guardaron allí el tesoro sagrado de Jerusalén cuando lo trajeron desde Ravena, ni si Bertrand de Blanchefort lo encontró en lo más profundo de las ruinas del templo de Salomón y lo llevó a Francia. Sea cual sea la verdad, es poco probable que la averigüemos ahora, más de mil años después.

¿Encontró Béranger Sauniére un tesoro escondido y se lo apropió? ¿Descubrió algún otro secreto que hizo necesario que alguien comprara su silencio? ¿O fue, quizá, instrumento inconsciente de otra conspiración de mucha mayor envergadura? ¿Guardianes Del Misterio?

Los secretos de los templarios, ¿murieron con ellos? La tradición dice que no. Se afirma que sus ritos de iniciación fueron adoptados por una famosísima asociación secreta: los masones.

Varias personas quemadas en la hoguera, posiblemente por herejes.

Entre los grados superiores de la masonería figura, efectivamente, el Gran Priorato de los Caballeros Templarios. Otro grado masónico, el decimoctavo del «Rito Antiguo y Aceptado», es el de la Rosacruz, que apareció por primera vez en Francia alrededor de 1750.

En Inglaterra, en 1865, un grupo de masones fundó la Societas Rosicruciana in Anglia, y de ella derivó en 1887 la Orden Hermética de la Golden Dawn (Aurora Dorada). Uno de los tres jefes de ésta era S.L. (Mac Gregor) Mathers, más tarde fundador de la Orden de la Rosa de Rubí y la Cruz de Oro. Mathers se trasladó a París en 1891, y allí estableció el templo de «Ahathor» de la Golden Dawn, uno de cuyos miembros fue Jules Bois.

Paralelamente, algunos movimientos llamados «rosacrucianos» fueron fundados en Francia; los más destacados eran la Ordre Kabbalistique de la Rose-Croix du Temple et du Graal, formada por Joséphin (Sar) Péladan y el conde de La Rochefoucauld.

Según un trabajo titulado Levitikon, publicado en Francia a principios del siglo XIX, los caballeros templarios sobrevivieron a la disolución ordenada por Felipe V. En varios países europeos, pueden hallarse actualmente personas que dicen haber sido iniciados en línea directa a la Orden.

Y junto a ello hay que contar también con la oscura y silenciada, orden del «Prieuré de Sion» (Priorato de Sión)...

El Misterio De La Tumba

Un oscuro monumento situado en las cercanías de Rennes-le-Château sirvió de modelo para un cuadro pintado en Italia y expuesto actualmente en el Louvre. Éste y otros enigmas vinculan al abate Saunière con historias de tesoros ocultos y órdenes militares.

Cuando Béranger Saunière pasó varias noches en el cementerio de Rennes-le-Cháteau borrando las inscripciones de las dos lápidas de la tumba de Marie de Negri d'Albes, no sabía que ya habían sido copiadas: una vez por el Bulletin de la Société des études scientifiques de l'Aude, y otra en un libro de Eugène Stublein, Pierres gravées du Languedoc.

La primera lápida se ha perdido. En la transcripción, llaman la atención los errores que contiene. Al parecer, fue encargada por el que era entonces abate de Rennes-le-Cháteau, menorah El arco de triunfo de Tito, en el foro de Roma, muestra la gran (candelabro de seis brazos), las trompetas de plata y lo que Antoine Bigou. podría ser el Arca de la Alianza, todo ello tesoros del templo de Salomón.

La segunda piedra subsiste, sin ninguna inscripción, como tapa de un osario, en el rincón noroeste del cementerio. Tenía grabadas una serie de frases enigmáticas, entre ellas un lema monogramático que también aparece en uno de los manuscritos que descubrió Saunière. Una de las frases es el conocido dicho latino Et in Arcadia Ego, cuya traducción es «Yo también estoy en Arcadia». Significa que aun en el legendario paraíso de los pastores griegos, la muerte estaba presente.

Saunière trajo consigo de París una reproducción del cuadro «Los pastores de Arcadia» de Nicolás Poussin, pintado entre 1635 y 1650. Representa a tres pastores y una pastora clásicos ante una gran tumba, en la que se lee una inscripción: «Et in Arcadia Ego». Y a 10 kilómetros de Rennes-le-Cháteau, en una colina rocosa, está esa misma tumba. Ha sido recubierta con cemento, de modo que no se aprecia ninguna inscripción, pero su forma es inconfundible y hasta ciertos picos montañosos del horizonte pueden ser identificados.

Marie de Negri estaba emparentada con la familia de Hautpoul, descendiente de Bertrand de Blanchefort (primer Gran Maestre templario), y con los Fleury, que recibieron la herencia familiar. En 1644, François-Pierre de Hautpoul, barón de Rennes, hizo testamento y le agregó documentos que apoyaban el derecho al título de la familia durante más de 600 años. El testamento y los documentos se extraviaron durante más de 130 años. Cuando fueron recuperados en el despacho de un notario y un Hautpoul quiso verlos, recibió la siguiente respuesta: «No sería prudente por mi parte hacer público un testamento tan importante...» Los papeles volvieron a desvanecerse.

En 1792, Bigou rehusó jurar fidelidad a la nueva República Francesa y cruzó la frontera en dirección a España, donde murió. La familia Fleury también se exilió.

Al parecer, éste es el modelo de la tumba que pintó Poussin en su cuadro, aunque un recubrimiento de cemento impide apreciar si en ella ha habido inscripciones. Pero en la decoración de la iglesia, Saunière hizo una alusión directa a las tierras de los Fleury. Sobre el confesionario hay un gran relieve que representa a Cristo en el monte de los Olivos, hecho de madera y yeso. El empinado montecillo está lleno de flores (fleuri, en francés) y el paisaje del fondo tiene rasgos del de los alrededores de Rennes.

Se ha especulado con el significado del texto que hay debajo de este cuadro: «Venid a mí, los que estáis abrumados, y yo os daré el descanso». En francés, «los que estáis abrumados» se dice «vous Rennes-le-Château, en la parroquia de Arques. qui êtes accablés», y es fácil descubrir las palabras été (verano), sac à cable (saco con cuerda) y blé (trigo, pero también tesoro, en lenguaje coloquial).

Se han descubierto acertijos del mismo tipo en la inscripción de una imagen de la Magdalena que el mismo Saunière pintó en el panel delantero del altar. El ingenuo relieve muestra a María Magdalena arrodillada en una gruta. Existen muchas grutas y cuevas alrededor de Rennes. En su juventud, Saunière debió de conocer a un viejo ermitaño que vivía no muy lejos, en la garganta de Galamus, en una gruta o aven aislada y dedicada a San Antonio, parecidísima a aquella en que se arrodilla la Magdalena, y que también coincide con la descripción del abismo en el cual el pastor Paris descubrió sus monedas.

Por otra parte, existe un vínculo significativo entre San Antonio y María Magdalena. San Antonio está considerado como la primera persona que organizó la vida monástica. Algunas de sus reliquias fueron trasladadas a Francia, y en el siglo XI se construyó una gran catedral para custodiarlas. Quienes habían recuperado las reliquias fundaron la Orden de San Antonio, que finalmente se fusionó con una de las grandes órdenes militares, los Hospitalarios de San Juan.

Se dice que los antoninos introdujeron el culto de Santa María Egipcíaca. Ésta, que vivió a fines del siglo IV, había sido prostituta en Alejandría. Pero inspirándose en la historia de San Antonio se arrepintió, y pasó el resto de su vida sola en un lugar desierto. Se la confundió con María Magdalena en la oscura leyenda de las tres Marías, evangelizadoras de la Provenza, con lo cual enlaza también con los cultos de las vírgenes negras que había sobrevivido en toda Francia en grutas subterráneas, dedicadas a la antigua diosa madre.

Losa de la tumba de Marie de Negri d'Albes, con el lema «Et in Arcadia Ego» grabado en caracteres latinos y griegos.

Por otra parte, después de la ascensión de la masonería en Francia, no pasó mucho tiempo antes de que se afirmara que existía una conexión legendaria entre los antiguos secretos de los constructores del templo de Salomón, los caballeros templarios y la masonería escocesa.

Cuando Béranger Saunière llegó a París en enero de 1893, se encontró en medio de una disputa entre la Ordre Kabbalistique en la Rose-Croix y la Ordre de la Rose-Croix Catholique du Temple et du Graal. El Rosacrucianismo y la Rose-Croix no eran nuevos en Francia. Ya en 1623 se dijo que el filósofo Descartes era rosacruz. Y en la Francmasonería, el grado 18 del rito «escocés» es el Caballero del Pelícano y del Águila y Príncipe Soberano Rosacruz de Heredom.

Pero la Francmasonería fue prohibida en tiempos de la Revolución Francesa. Aunque Napoleón revivió el interés por el movimiento, hubo que esperar a la restauración de la monarquía para que volviera a florecer, combinado con un creciente interés por el ocultismo.

El hilo está enredado, y hay pocas o ninguna prueba de que las extravagantes afirmaciones que se han hecho sean ciertas. Pero si los templarios o los antoninos hubiesen poseído información secreta, ésta podría haber pasado a los hospitalarios, que se hicieron cargo de gran parte de las propiedades de los templarios, o podría haber pasado de generación en generación a través de las familias supervivientes. Quizá sea cierto que los Rosacruces poseían un secreto, como pretendían ellos; quizá la Francmasonería tiene realmente la clave del enigma Rosacruz; quizá algún ocultista de París reconoció en los papeles que traía Saunière la clave de algo perdido y muy preciado.

Junto a la entrada de la iglesia de Rennes puede verse una figura de Asmodeo, «demonio y guardián» que custodiaba el tesoro de Salomón. Encima de él hay cuatro ángeles. A primera vista, éstos parecen hacer la señal de la cruz, pero el ángel de arriba tiene la mano izquierda en el pecho y la mano derecha encima de la cabeza: éste es el gesto de Asmodeo, el signo que rodeaba la cabeza de macho cabrío de Baphomet en los ritos de los templarios.

Lápida de la tumba de Marie deNegri d'Albes. En ella hay un considerable número de errores.

Y así están las cosas, por el momento. Todavía no sabemos -y probablemente no sabremos nunca- qué fue lo que encontró Saunière. El misterio empieza con el descubrimiento de los manuscritos y su conexión con la tumba de Marie de Negri d'Albes. Sólo dos de los cuatro manuscritos han sido fotografiados y publicados; quizá fueran los menos importantes, y los otros proporcionen detalles más explícitos acerca de la ubicación del tesoro, cuya leyenda había ido pasando, de generación en generación, por la familia Blanchefort.

Pero la pieza que faltaba tenía que ser, o un documento, o el mismo tesoro y, presumiblemente, la tumba que pintó Poussin contenía alguna clave, razón por la cual fue cubierta de cemento. También la gruta puede haber contenido un tesoro escondido -de los visigodos, de los cátaros, de los templarios- cuya recuperación puede haber sido confiada a Saunière con la debida supervisión. Quizá éste, como muestra de agradecimiento, restauró su iglesia con motivos que hacían una enigmática referencia al origen de su riqueza.

El papel desempeñado por el Prieuré de Sion, la conexión con los Habsburgo y todas las ramificaciones de esta organización casi desconocida... son otra historia.

El Secreto De La Tumba

Hay dos versiones del cuadro de Poussin, donde en una ha desaparecido el cráneo y algunos personajes han sido sustituidos por otros.

El cuadro de Poussin «Los pastores de Arcadia» del que existen dos versiones, plantea algunos problemas fascinantes. La primera versión, que pertenece en la actualidad a la colección de Chatsworth House, en Derbyshire (Inglaterra), se inspiró en un cuadro del

Guercino, ejecutado en 1620, y parece probable que el Guercino o sus mecenas, Giulio Rospigliosi, que después fue el papa Clemente IX, compusieran la famosa frase «Et in Arcadia Ego».

En el cuadro del Guercino, dos pastores han encontrado un cráneo humano apoyado en un bloque de piedra en el que está grabada la inscripción; en la primera versión de Poussin, dos pastores y una pastora leen la inscripción en una tumba ornamentada al estilo clásico. El cráneo, que forma parte de la decoración de la tumba, es apenas visible, y la cuarta figura es una personificación del río Alfeo.

La segunda versión del cuadro, la que se halla ahora en el Louvre, es visiblemente distinta. El cráneo ha desaparecido, Alfeo ha sido sustituido por un tercer pastor, y las posiciones de las figuras han cambiado. En cuanto a la tumba, ha perdido toda su elegancia y su decoración; ahora constituye un bloque casi cúbico de piedras toscamente talladas, y la parte superior tiene la característica inclinación de la tumba solitaria de las afueras de Arques. Parece imposible que Poussin eligiera como modelo semejante monumento a menos que el original le resultara familiar. Y, ¿qué razones pudo tener para realizar una segunda versión de un tema no muy corriente? En efecto, este tema parece haber tenido un significado especial en la vida de Poussin: cuando su tumba, en Roma, fue restaurada por Chateaubriand en 1829, le agregó un relieve con los pastores de Arcadia.