Paula Corroto
No piensen en reuniones secretas en viejos sótanos. Tampoco en rituales con altares de fondo. Ni siquiera imaginen un salón con olor a naftalina y un grupo de hombres puro en mano. Olviden a Dan Brown. También a César Vidal y a Ricardo de la Cierva. Hace tiempo que los masones en España dejaron de ser fantasmas perseguidos y abocados a la clandestinidad. Fuera conspiraciones y sociedades secretas. Ahora, como mucho, se catalogan como logias “discretas” que tienen sus propias páginas web en Facebook y que han desparramado sus reglas y ritos por toda la nube de Internet. Tampoco son muchos en nuestro país, entre 3000 y 4000 miembros con una media de 40 años de edad y distribuidos en unas 200 logias –150 consideradas regulares y 50 adogmáticas–. Nada que ver con EE. UU., donde existen cinco millones de masones, Inglaterra, donde son un millón, o Francia, donde hay cerca de 300 000. Y más allá de conservar algunas tradiciones como los símbolos del libro sagrado, la escuadra y el compás en el caso de las logias regulares o las herramientas arquitectónicas en el de las adogmáticas, el misterio y la intriga se desvanecen al primer clic del ratón en la Red.
Me cito con Julio Blanco en una cafetería del centro de Madrid. Es masón de una de las logias que pertenecen a la Gran Logia de España, la rama de los regulares procedente de la Gran Logia Unida de Inglaterra. No es su verdadero apellido y aunque cabe la duda también de si se trata de su nombre real, no tiene ningún reparo en confiarme los “secretos” de la masonería en la actualidad a plena luz del día y rodeados de personas. Eso sí, insiste en que lo que cuente será a título personal. Poco después descubriré que es una de las reglas de los masones: no se trata de un movimiento encargado de acciones globales, sino que estas son individuales. “La masonería es un camino de perfeccionamiento, un lugar de reflexión, de encuentro. Es como quien busca un camino en la religión o en yoga. Y desde luego es un camino que no es incompatible con la sociedad. Nuestra idea, la de los Regulares, es 'mejórate a ti mismo porque así va a mejorar la sociedad'”, me dice Blanco...
A pesar de estas palabras no dejo de pensar en términos como la conspiración judeo masónica, la persecución e incluso fusilamiento que sufrieron personas consideras masonas durante el franquismo, o el goteo constante de libros escritos en algunos casos por pseudo historiadores que recurren al viejo estereotipo de la influencia masónica en los partidos políticos, en el entorno judicial y el empresarial. “La masonería no tiene ninguna influencia en la política de este país. Otra cosa es que haya masones que sean políticos. Hay gente con un cargo dentro del partido conservador de este país que está en logias de las más liberales. En las logias hay grandes y pequeños empresarios, peluqueros, ingenieros, informáticos, periodistas y parados. Mucha gente se cree que la masonería es una gran potencia, pero no habría tantos parados aquí dentro si lo fuéramos”, me advierte Blanco.
Es curioso, pero son más o menos las mismas palabras que me comentan un poco más tarde Gonzalo Tapia y Mararía –es su nombre simbólico– de la Logia Derecho Humano, adscrita a la Logia Internacional Le Droit Humain, perteneciente a la otra corriente, la del Gran Oriente de Francia y que al contrario que la Gran Logia de España (y la Logia Unida de Inglaterra), sí admiten mujeres –de hecho, en su logia son un 55% mujeres y un 45% hombres– y no asumen la creencia en un dios superior. Con ellos también quedo en una cafetería ruidosa y con murmullos constantes. “Todos esos libros que hablan de la influencia en la política no son más que parte de la anti masonería, la ignorancia y la maledicencia. Nuestros rituales no son anticristianos, sino profundamente laicos. Hay mucha manipulación informativa”, apostilla Tapia, quien también señala que siempre se culpa a la masonería de ocupar puestos de poder “cuando en este país quien ostenta esos puestos es la Iglesia católica. Aquí puedes nombrar a ministros del Opus Dei, alcaldesas y consejeras de comunicación de los Legionarios de Cristo, pero nadie se escandaliza. Tampoco aquí ninguna logia ha recibido 13 000 millones de euros de subvención durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero”.
Cuando aparece el tema del dinero, pregunto: ¿mueven muchos euros los masones hoy? La respuesta es no. Blanco me confiesa que en su logia la cuota por adscripción es de 400 euros y después hay un pago trimestral de 90 euros. La cantidad que se recauda de todos los masones se utiliza para la organización de “trabajos” o reuniones y también para las elecciones del Gran Maestro, en el caso de las logias regulares, o del Gran Maestre, en el de las irregulares. Es un sistema de votación con algunas diferencias con respecto a cada logia. En la Gran Logia de España la elección es cada cuatro años por un sistema de votos secretos y el candidato solo se puede presentar dos veces. En la actualidad, el Gran Maestro es Óscar Alfonso. En Derecho Humano, por el contrario, se elige cada año, aunque el Gran Maestre es internacional y se vota cada quinquenio. En estos momentos ostenta el cargo la francesa Yvette Ramon.
La modernidad de las logias hoy no significa, sin embargo, que no continúen con ciertas tradiciones llamativas, más allá de que actualmente muchas de ellas aún no admitan mujeres y de que haya logias específicamente femeninas. Son rituales que les alejan de un club de filosofía y también de la religión, ya que tampoco hay ningún tipo de doctrina ni textos que haya que leer de forma obligatoria. Para entrar en las logias es necesario haber cumplido los dieciocho años, aunque los masones prefieren que sean personas “con cierta experiencia en la vida, ya que se requiere serenidad y disciplina”, advierte Tapia. Cuando se solicita la entrada, la persona es sometida a una serie de encuestas. Una vez dentro se van superando grados. Durante todo ese tiempo se asiste a reuniones que, en el caso de la logia a la que pertenece Blanco, comienza con la frase “A la gloria del Gran Arquitecto del Mundo” y consiste en dos partes. En la primera hay roles muy definidos y cada masón habla cuando le dan la palabra o tiene algo que decir, y mientras tanto, calla. La segunda parte es una cena en la que se expone un tema y quien desee expresarse lo hace, pero no hay derecho a réplica. “Son temas de reflexión. Estás en un ambiente relajado. Ese es el secreto de la masonería, una experiencia que no se puede transmitir y que solo cuando la vives la entiendes”, sostiene Blanco.
Y, si todo suena tan normal ¿Dónde está el truco? ¿Por qué la imagen negativa? ¿Por qué los momentos de clandestinidad? ¿Hay, por ejemplo, algún tipo de restricción en ciertos tratamientos médicos para los masones? “Tiene que ver con el pasado de la masonería en España durante la dictadura. En determinados momentos significarte como masón era peligroso. Por eso queda esta cosa oscurantista. Tiene que ver con la política franquista. No olvidemos que cuando murió Franco hubo que hacer toda una regeneración ya que la masonería había sido prohibida”, explica Mararía. Por eso, ellos insisten: hoy el movimiento es “una escuela de formación de ciudadanos. Lo que pretende es crear ciudadanos libres de todo dominio intelectual, lo que ocurre es que la autodeterminación de las personas molesta. Aquí no existen pautas marcadas, cada masón es completamente libre. Hay una intención individual”, manifiesta Tapia.
Mis últimas preguntas giran en torno al futuro. ¿Qué tiene los masones que ofrecer hoy? ¿Cuál es la función de un movimiento creado hace ya casi tres siglos? Tanto Blanco, desde una logia regular, como Tapia y Mararía, desde una irregular, coinciden en la necesidad de construir una sociedad mejor. “Tenemos una visión utópica que recoge todas las ideas de la igualdad, la fraternidad y la consideración de la democracia. Ahora hacemos reuniones para hablar de temas contemporáneos, de la calidad de la democracia. Por ejemplo, la logia no está en el 15M, pero sí hay talleres con gente que ha participado en este movimiento”, apostilla Mararía.
Recojo la grabadora, el cuaderno y el bolígrafo, y me despido. Salgo a una céntrica calle madrileña. No tengo ninguna sensación de haber escapado de ningún antro oscuro ni de haber asistido a una revelación de secretos. Definitivamente, el fantasma masón, si existió, ya ha desaparecido.