La lectura veloz de “Las enseñanzas de Don Juan” nos lleva, consciente o inconscientemente, a buscar lo antes posible cuáles son los efectos y qué es lo que se siente, cuando uno ingiere los productos que el brujo maneja, es decir esos frutos naturales capaces de alterar, rápido y profundamente, las percepciones de nuestro cerebro.
Ello nos hace pasar por alto, o no prestar la suficiente atención, a verdaderas enseñanzas en las que ni el mismo Castaneda reparó, pues él estaba en ese momento con su mente puesta en otra cosa.
Por eso es que, de esta relectura analítica, vamos a ir sacando muchas conclusiones inesperadas, que seguramente nos sorprenderán porque no fueron en principio objeto de la atención de nadie, para efectuar observaciones que nos permitieran “ver” lo que hoy somos capaces de “comprender”.
Desde esta perspectiva, ya los primeros e intrascendentes diálogos entre Castaneda y Don Juan nos van brindando enseñanzas que antes, cuando hicimos las primeras lecturas, no pudimos asimilar como tales.
Una de las primeras observaciones que el nagual yaqui le hace al aprendiz de antropología es: “Debes buscar en tu corazón, porque no conoces tu corazón”. ¿Qué es lo que Carlos Castaneda tenía que buscar en su corazón? Una razón valedera para aprender lo que quería aprender. Cuando un desconcertado Castaneda le responde a Don Juan: ¿No es una buena razón nada más que querer saber? Don Juan no dudó un instante en contestarle: “No”.
Bien, primera enseñanza entonces, no sólo para Castaneda sino para todos nosotros: buscar respuestas en el corazón y conocer el propio corazón.
Tanto para los indios mexicanos, cuanto para los modernos psico neuro inmunólogos de Harvard, el corazón es el representante corporal de las emociones, de los sentimientos, de los afectos, de las pasiones. La antiquísima sabiduría de Don Juan, resumida en una frase, en el mundo de los años 2000, en los primeros pasos del Siglo XXI, ha sido motivo de un verdadero aluvión de bibliografía científica y de libros de basamento en la ciencia de lo concreto, traducidos al idioma del interés general, desde “La inteligencia emocional” de Daniel Goleman hasta “El Código del Corazón” de Paul Pearsall.
Hoy, todo el mundo interesado en los aspectos psicológicamente más profundos de la conducta humana sabe, porque lo ha leído en libros y revistas, lo importante que son las emociones, que el cerebro en su lóbulo izquierdo asienta la inteligencia racional y en su lóbulo derecho la emocional, todo eso lo sabe la gente común con una pizca de curiosidad en el tema.
Sin embargo, hace apenas quince años y lo cuenta muy bien Deepak Chopra en “Vida sin condiciones”, era ínfimo el porcentaje de cardiólogos norteamericanos que creían en la relación directa de la vida emocional de una persona con sus enfermedades o trastornos cardiovasculares.
Tuvo que ser un médico de Harvard, más famoso por sus libros de ciencia ficción que por sus aportes a la medicina, Michael Crichton, uno de los primeros que empezara a investigar tal posibilidad en los internados por crisis cardiovasculares agudas. Y la respuesta a sus cuestionarios le demostró que estaba en camino de encontrar una verdad negada por los especialistas de la materia.
“Debes buscar en tu corazón y descubrir los por qué”…le sentenciaba al pasar el indio yaqui Juan Matus al estudiante de antropología Carlos Castaneda, el 23 de junio de 1961. Y vaya qué enseñanza, insisto, no sólo para Castaneda sino para todo el mundo. Pongámonos en el momento histórico: el inicio de los años 60, cuando la Humanidad se debatía en medio de la batalla ideológica y la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la conquista del espacio exterior a la tierra y el sueño por llegar a la luna. “Debes buscar tu corazón”…sabio Don Juan, un poco tarde este reconocimiento, muy tarde quizás, pero igual, muchas gracias.
Enseguida nomás le llegó a Castaneda otra enseñanza fundamental: “Aprende a utilizar tus sentidos y a encontrar tu lugar en el mundo”. Siempre se ha dicho y se sigue diciendo, que el ser humano utiliza una ínfima fracción del potencial de que dispone en su cerebro. Y quienes alimentan al cerebro de datos son, primariamente, los órganos de los sentidos.
Cuánta gente anda por el mundo y mira sin ver u oye sin escuchar. Gente que, seguramente, nunca sabrá distinguir entre un lugar favorable y un lugar desfavorable. Individuos a los que les da lo mismo más arriba o más abajo, más a la derecha o más a la izquierda.
Don Juan es muy preciso en cada sentencia: “Utiliza correctamente tus sentidos para captar mínimas diferencias que pueden llegar a ser muy significativas”. Una vez que se logre eso, tener la confianza suficiente en uno mismo para dejarse guiar por sus sentidos al lugar donde se desarrollará la próxima acción de la vida.
Son éstos pasos básicos de un aprendizaje elemental que debiéramos desarrollar desde niños y que sin embargo venimos a descubrir, como al pasar, al leer entrelíneas un libro en el que estábamos buscando otras cosas.
El aprendizaje es el proceso primordial o fundamental sobre el que giran todas las enseñanzas de Don Juan y el camino que conduce hacia el saber. Y sentencia el indio maestro, con esa sabiduría natural que no es simple información ni conocimiento aislado, que: “El miedo es el primer enemigo que un hombre debe derrotar en su intento por aprender”.
Le dice además a Castaneda: “Tú te ocupas demasiado de ti mismo y eso es un problema porque produce una tremenda fatiga. Te cansarás de mirarte y el cansancio te hará sordo y ciego a todo lo demás. Busca y ve todas las maravillas que te rodean”.
En cuanto a la actitud con la cual encaminarse hacia el saber, Juan Matus era categórico: “Un hombre debe ir al saber como a la guerra; bien despierto, con miedo, con respeto pero con absoluta confianza. Ir de otra forma es un error y quien lo cometa vivirá para lamentar sus pasos”.
En el proceso de adquisición de conocimiento el encontrar un aliado es un requisito de primera línea. Don Juan define al aliado, forma inorgánica de vida, espíritu, o como cada uno quiera llamarle: “Un poder capaz de llevar a un hombre más allá de sus propios límites”.
El concepto a tener en cuenta también es que los límites del aprendizaje están determinados por la propia naturaleza del aprendiz. Dentro de ese mismo contexto, los temores son algo natural que todos sentimos y no podemos evitarlos. La sabiduría de Don Juan alertaba también a Castaneda sobre ciertos aliados que podían malograr a los hombres. ¿De qué manera? Haciéndoles probar el poder demasiado pronto, sin fortificar su corazón, haciéndolos dominantes y caprichosos, es decir débiles en medio de un gran poder.
La fortificación del corazón era, para Don Juan, el paso más importante porque encerraba los secretos de la “cabeza sobria”, la cual bien usada era para el maestro yaqui “un don a la Humanidad”. Y también el indio sabio le enseñaba a quien sería su discípulo ilustrado que: “Uno se enoja con la gente cuando cree que sus actos son importantes”. Y agregaba, con toda modestia: “Yo ya no siento eso”. Con lo que el ego quedaba desplazado, primer y principal paso en el camino del guerrero que, en definitiva, no es otro que el camino del ser común que intenta conocer el verdadero sendero de su vida.
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