lunes, diciembre 08, 2008

Los Dioses Egípcios


según el egiptólogo W. Budge (1)
Presentación y traducción: Leo Froidebise Atum


Según la tradición egipcia, es el más antiguo de los dioses, se le llama: «el dios divino, aquel que se ha creado a sí mismo, el hacedor de los dioses, el creador de los hombres, aquel que ha extendido los cielos, aquel que ha iluminado el Tuat con sus ojos (es decir, el sol y la luna). Ya existía cuando el cielo no existía, la tierra no existía, los hombres no existían, los dioses no habían nacido, la muerte no existía».
No se ha dicho bajo que forma existía, pero creó para sí mismo un lugar donde morar, la gran masa de las aguas celestes a la que los egipcios dieron el nombre de Nun. Vivió allí un cierto tiempo completamente solo y luego, por una serie de esfuerzos del pensamiento, creó los cielos, los cuerpos celestes, los dioses, la tierra, los hombres y las mujeres, los animales, los pájaros y los seres que se arrastran, sólo con su espíritu.
Thot, «la inteligencia o el espíritu de Atum», tradujo en palabras estos pensamientos o ideas de creación; y cuando profirió las palabras, toda la creación empezó a existir.

La gran Orden de los sacerdotes de Anu, Heliópolis, puso a Atum al frente de la asamblea de los dioses y ya en la época de IV dinastía, hicieron de Ra, el dios del sol, el usurpador de su lugar, de sus poderes y de sus atributos.
Se representaba a Atum como el dios del sol del atardecer o del principio de la noche.
Nun fue el nombre que se dio a la vasta masa de agua que se encontraría situada en el cielo. Constituye la parte material del gran dios Atum, creador del universo, de los dioses y de los hombres.

En esta masa de agua, cuya profundidad es insondable y su extensión sin límites, se encuentran los gérmenes de toda vida y de todas las especies de vida; por esto el dios que sería la personificación del agua (o sea Nun) fue llamado «Padre de los dioses y el que produjo la Gran Asamblea de los dioses»: la masa acuática sería una imagen del Gran Océano cósmico.
De Nun salía un río que corría a través del Tuat u «otro mundo»; su valle dividía el Tuat en dos partes haciéndolo semejante a Egipto.
Las aguas de Nun formaban la residencia de Atum, de donde provenía el sol, que era el resultado de uno de los primeros actos de creación de Atum.
Los primeros habitantes de Egipto pensaban que el sol navegaba sobre las aguas de Nun en dos barcas mágicas; el sol avanzaba en la primera durante la mañana de su día, que terminaba en la segunda.

Ra
Ra es el nombre dado por los primeros egipcios al dios Sol, pero el significado de la palabra y su origen nos son desconocidos. Fue el primer ser creado por Atum de las aguas celestes, de Nun; era considerado como el emblema visible de Dios, como el dios más grande de este mundo. En la época antigua los sacerdotes de Ra proclamaban que tenían en su cuerpo la verdadera sangre de Ra y aseguraban que sus grandes sacerdotes eran descendientes de Ra concebidos por madres humanas. La creencia de que Ra descendía periódicamente del cielo y se unía a una mujer mortal, y que todo rey de Egipto era fruto de dicha unión, se mantuvo en el país durante unos tres mil años. Ra era adorado, en los vastos templos consagrados al sol y construidos por los reyes de la Vª dinastía, bajo la forma de un obelisco truncado de piedra maciza y coronado por una pirámide.

Khepra
Khepra es un dios antiquísimo que la tradición religiosa asociaba a la creación del mundo y a todo lo que en él se halla. Habitualmente se le llamaba Khepra, «que se ha producido a sí mismo»; su representación principal y su símbolo eran el escarabajo. Los sacerdotes de Ra identificaron a su dios con Khepra.

Ptah
Ptah, «el Señor de la vida». Era uno de los más antiguos y grandes dioses de Menfis, la tradición aseguraba que era el creador del universo. Se le identificaba con Atum y con Ra, era llamado: «el dios grandioso que existía en los tiempos primitivos, el padre de los padres, el tatarabuelo de los dioses, el padre de los principios, el creador del huevo del sol y de la luna, el Señor de Maat, el rey de los países, el dios de la bella cara que ha creado su propia imagen, que ha confeccionado su propio cuerpo, el Disco de los cielos que ilumina a Egipto con el fuego de sus ojos». También fue identificado con Osiris.

Shu
El hijo mayor de Atum-Ra. Representaba a la luz. Levantó el cielo, Nut o Neit, y lo separó de la tierra, Keb o Geb. Generalmente se le representaba bajo la forma de un hombre que lleva sobre la cabeza una o varias plumas y que en la mano sostiene un cetro.

Keb o Geb
Es el hijo de Shu, esposo de Nut y, por ella, padre de Osiris, de Isis, de Set y de Nefitis. Es el dios de la tierra.

Osiris
Osiris, según la tradición de Heliópolis, es hijo de Geb y de Nut, esposo de su hermana Isis, padre de Horus hijo de Isis, y hermano de Set y de Nefitis. En los últimos tiempos, los egipcios le transfirieron los atributos que en las primeras dinastías sólo pertenecían a Ra y a Ra-Atum. Era el dios del «ayer», o sea, del pasado; del «hoy», o sea, del presente y símbolo de la eternidad. Como tal, no tan sólo usurpó los atributos de Ra, sino también los de los otros dioses y, con el tiempo, se convirtió tanto en el dios de los muertos como el de los vivos. Entre los numerosos dioses de Egipto, Osiris fue el único escogido como modelo de lo que el difunto deseaba llegar a ser cuando una vez momificado su cadáver según la forma prescrita y celebradas por los sacerdotes las ceremonias apropiadas, su cuerpo glorificado se presentase ante Osiris en el cielo. Era a él, en calidad de «Señor de la verdad y de Señor de la eternidad», a quien el difunto pedía que hiciera germinar su carne y que preservara su cuerpo de la descomposición. «Te saludo, padre Osiris, he venido para que hagas germinar esta carne mía... Que mi cuerpo no perezca». (Libro de los Muertos, cap. CLV).

Isis
Mujer de Osiris y madre de Horus. Su nombre usual era el de «la gran diosa, la madre divina, la dueña de las palabras poderosas y de los encantamientos». En las últimas épocas fue llamada la «madre de los dioses y aquella que vive». Habitualmente se la presentaba bajo como una mujer con un tocado en forma de asiento, que correspondía al jeroglífico que formaba su nombre. El animal que a veces encarnaba era la vaca. Esta es la razón por la que algunas veces lleva sobre la cabeza cuernos de vaca.
Desde otro punto de vista, está asociada con la estrella Sothis: en este caso se añade una estrella a su corona. Sin embargo generalmente Isis era representada como una madre amamantando a su hijo Horus, existen millares de tales representaciones tanto en bronce como en loza. Probablemente, era la deidad del rocío.

Horus
Al principio, el dios-sol Horus se diferenciaba totalmente del Horus hijo de Osiris y de Isis, pero ya desde los primeros tiempos parece ser que los dos dioses fueron confundidos y los atributos de uno le fueron conferidos al otro. El emblema visible del dios solar era, en su origen, el halcón. Las principales formas de Horus, el dios-sol, eran:
-Horus el grande, o Arueris.
-Horus el niño, o Harpócrates.
-Horus de los ojos (o sea: el sol y la luna).
-el Horus de oro.
-Horus de los horizontes.
-Hermakhis, de quien la esfinge será su imagen sobre la tierra.
-Horus el unificador del Norte y del Sur.
El hijo de Osiris y de Isis. Era llamado Horus «el niño» que se convirtió en el «vengador de su padre». En los Textos de las Pirámides, el difunto se identifica con Horus y se hace referencia al hecho de que el dios siempre está representado con un dedo sobre la boca.

Set
Hijo de Geb y de Nut y esposo de su hermana Nefitis. Originariamente, Set representaba la oscuridad y la noche y a veces el desierto. Era opuesto a Horus. Horus y Set eran aspectos o formas opuestos del mismo dios; a veces se representaban las cabezas de Set y de Horus sobre un único cuerpo.

Nefitis
Hija de Geb y de Nut, hermana de Osiris y de Isis y hermana y esposa de Set. Representa tanto, al día antes de la salida del sol como al día después de la puesta, pero ninguna parte de la noche. Los jeroglíficos que lleva sobre la cabeza significan «Dueña de la casa». Es la madre de Anubis.

Anubis
Hijo de Osiris o de Ra, a veces hijo de Isis y otras de Nefitis. Está representado por un hombre con cabeza de perro. En el Libro de los Muertos siempre se le considera como el mensajero de Osiris, pero en un texto más antiguo era el enviado principal de Ra.

Thot
Thot, «el medidor». Thot representaba la inteligencia divina que en el momento de la creación expresó las palabras que, una vez pronunciadas, se transformaron en objetos del mundo material. Se creó a sí mismo y era el gran dios de la tierra, del aire, del mar y del cielo (o sea, de los cuatro elementos). Era el escriba de los dioses y, como tal, estaba considerado como el inventor de todas las artes y de todas las ciencias conocidas por los egipcios. Algunos de sus títulos eran: «Maestro de la escritura», «Maestro del papiro», «Maestro de la paleta y del tintero», «Orador poderoso», «Aquel cuya lengua es dulce». Las palabras y las frases que recitaba en favor del muerto preservaban a este último de la influencia de las fuerzas hostiles y le hacían invisible en el otro mundo.
Era el dios de la rectitud y de la verdad. Al mismo tiempo que relojero del cielo y de la tierra, era el dios de la luna, y como calculador del tiempo recibió el nombre de: «el Medidor». En el momento del combate entre Horus y Set, Thot asistió como juez. Generalmente le estaba consagrado el mono cinocéfalo. En los monumentos y en los papiros, Thot aparece representado por un hombre con cabeza de Ibis y con la corona o el disco cornudo, sobre esta. En la mano derecha sostiene el cetro y en la derecha el símbolo de la vida.

Hathor
«La casa de Horus». Se identificó con Isis, Neit y muchas otras. Hathor era la diosa del amor, de la belleza y de la felicidad. A menudo, se representaba como una mujer que tenía un disco o cuernos sobre la cabeza.

Neit
«La Madre divina», «la dama de los cielos», «la dueña de los dioses». El cetro de su culto estaba en Sais, en el Delta. Los griegos la identificaron con Artemisa. Era la diosa del gremio de los tejedores, de la lanzadera y también de la caza. Se presenta por una mujer que tiene sobre la cabeza la lanzadera o las flechas. Se pensaba que la diosa Neit se había creado a sí misma y una antigua tradición
saita la consideraba madre de Ra, el dios sol.

Amón
El nombre de Amón o Amén significa «el escondido» y parece referirse a la fuerza misteriosa y desconocida que provoca la concepción en las mujeres y en los animales. Uno de sus símbolos es el vientre de una mujer en cinta. En general, a partir de la XVIII dinastía este dios fue convertido en la personificación de la fuerza misteriosa que crea y sostiene el universo a la que el sol simboliza en forma material. Su nombre se cambió por el de Amón-Ra: He aquí algunos extractos de un bello himno a Amón-Ra (2):
Adoración a ti, oh Amón-Ra, el Toro de Anú (Heliópolis), el gobernador de todos los dioses, el dios bello y amado que da la vida a todo. Te saludo oh Amón-Ra, Señor del trono de Egipto, tú que moras en Tebas, tú el Toro de tu madre que vives en tu campo, que prolongas tus viajes en los países del Sur, tú Señor de aquellos que permanecen en occidente, tú el gobernador de Punt, tú el rey de los cielos y el soberano de la tierra, tú el Señor de las cosas que existen, tú que estabilizas la creación, tú el sostén del universo. Eres único entre los dioses por tus atributos, tú el bello Toro de la Asamblea de los dioses, tú el jefe de todos los dioses, Señor de Maat (la Verdad), padre de los dioses, creador de los hombres, el que hizo los animales y el ganado, señor de todo lo que existe, fabricante del sostén de la vida, creador de las hierbas que hacen vivir a los animales y al ganado... Tú eres el creador de las cosas celestes y terrestres, tú iluminas el universo...Los dioses se postran por ellos mismos a tus pies cuando te perciben... Sean para ti himnos de plegarias, oh Padre de los dioses, tú que has desplegado los cielos y depositado la tierra... tú dueño de la eternidad y de la perpetuidad... Te saludo, oh Ra, Señor de Maat, tú que estás escondido en tu relicario, señor de los dioses. Tú eres Khepra en tu barca y cuando emites la palabra, los dioses empiezan a existir. Tú eres Temu, el que ha hecho los seres que poseen la razón y, aunque sus modelos sean numerosos, tú les das la vida y haces una diferencia de forma y de altura entre ellos. Escuchas la plegaria del afligido y te apiadas del que clama hacia ti; liberas al débil de su opresor y juzgas entre el fuerte y el débil... El Nilo crece según tu voluntad... Tú, Única forma, fabricante de todo lo que es, Único Uno, creador de todo lo que será. El género humano proviene de tus ojos, los dioses han nacido de tu boca, haces las hierbas para el uso de los animales y el ganado y el sostén de la vida par las necesidades del hombre. Das la vida al pez en el río, al pájaro en el aire y la respiración al embrión en el huevo; das la vida al saltamontes y haces vivir el ave de presa, las cosas que se arrastran, las cosas que vuelan y todo lo que se refiere a ellas. Proporcionas el alimenta a las ratas en sus agujeros, y a los pájaros que anidan entre las ramas...
Tú Uno, Tú Único Uno, cuyos brazos son numerosos. Todos los hombres y todas las criaturas te adoran y te llegan plegarias desde lo alto de los cielos, desde la vasta extensión de la tierra y desde lo más profundo del mar... Tú Uno, Tú Único que no tiene segundo... cuyos nombres son variados e innumerables.
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(1): The Book of the Dead, University Books-New Hyde Park, New-York.
(2): Ver Grébaut, Hymne a Ammon-Ra, París 1874


JÁMBLICO Y LOS MISTERIOS DE EGIPTO


J. Peradejordi

El neoplatónico Jámblico nació en Calcis, en la isla de Eubea, en la segunda mitad del siglo II de nuestra era y murió hacia el año 330. Fue alumno de Anatolio, uno de los discípulos de Porfirio y, más tarde, del mismo Porfirio. A parte de Los Misterios de Egipto fue autor de numerosas obras, la mayoría de ellas perdidas, de las que, sin embargo, se conservan algunos estractos. Estobeo, por ejemplo, nos ha dejado citas importantes de la Teogonía Caldea así como de De Ánima.

La primera traducción latina de Los Misterios de Egipto se debe a Marsilio Ficino, quien la realizó en 1497, a partir de un manuscrito copiado hacia 1460. Los Misterios de Egipto se dividen en 10 libros que son una respuesta a la carta de Porfirio a Anebón y una solución a las dificultades que se encuentran en ella. Esta respuesta parece haber gozado de una cierta popularidad, incluso en medios cristianos, ya que Eusebio la cita en su Preparación Evangélica y San Agustín en su Ciudad de Dios (X-XI). En la carta en cuestión, Porfirio atacaba a la Teurgia y ciertas formas de adivinación que Jámblico se esfuerza en defender basándose en
las enseñanzas de los Misterios egipcios y caldeos.

Los extractos que hemos escogido de estos 10 libros proceden, especialmente, del libro I, que trata de varias cuestiones apelando a la sabiduría caldeo-egipcia; del V, que se ocupa de los sacrificios y recalca la importancia de la oración; del VII, que trata de la mistagogía simbólica de los egipcios y del VIII que, a grandes rasgos y con considerables lagunas, expone algunas ideas sobre la teología y la astrología.

Han sido traducidos a partir de la edición de Edouard des Places. (1)
Como otros muchos filósofos griegos, Jámblico no es en realidad un elaborador de sistemas nuevos u originales; para él, los fundadores de la Teurgia, tema central de los Misterios de Egipto son siempre los sacerdotes egipcios, a los que muy a menudo llama los antiguos. La enseñanzas que aparecen en su obra proceden de estos, actuando Jámblico como un auténtico transmisor de la sabiduría egipcia, en lo que se refiere a Dios, al intelecto y al alma. Dios es Ese fuego supraceleste que saca su claridad de sí mismo, que no ha nacido, que es incorpóreo e inmaterial. (I- 15). El intelecto, la chispa divina en el hombre cuyo despertar permite su regeneracíón, es Aquello que en nosotros hay de divino, inteligente y uno [...] que se despierta manifiestamente en la oración; despertándose , este elemento aspira superiormente al elemento semejante y se une a él en la perfección en sí (I-15).

La oración y, sobre todo, la alabanza eran una parte importante de las prácticas religiosas egipcias, ello lo demuestra la inmensa cantidad de himnos que hoy en día se conservan (2). La función eminentemente litúrgica de estos himnos no les priva, sino todo lo contrario, de un extraordinario valor poético. La oración era para los egipcios algo natural en el hombre caído y no sólo tenía el poder de orientarle hacia Aquel a quien ora, sino también el de acercarle a Él. En un himno a Amón (3) leemos: Él oye las oraciones de aquel que grita hacia él; en un instante viene de lejos hacia aquel que le invoca. Tener conciencia de nuestra nada es lo que nos empuja a orar: Y por la súplica nos elevamos pronto hasta el Ser a quien suplicamos, nos hacemos semejantes a Él por su frecuentación continua y desde nuestra imperfección llegamos poco a poco a la perfección divina. (I-15).

En la oración se considera tres grados, los cuales Jámblico explica con detenimiento, y, que además de ser un digno objeto de enseñanza, hace que la ciencia de los dioses se perfeccione. El primer grado de oración nos lleva al contacto con lo divino y nos permite conocerle; el segundo grado establece una comunión y una conformidad de sentimientos que atrae los dones que los dioses envían desde arriba incluso antes de que tomemos la palabra e incluso antes de que pensemos (V-26). En el tercero se sella una unión inefable que funda sobre los dioses toda su eficiencia y hace que nuestra alma repose perfectamente en ellos.

La oración es, pues, un instrumento valiosísimo en manos del hombre que quiere recuperar su estado de unión con lo divino, que alimenta nuestra alma y que revela a los hombres los secretos divinos.
Para los egipcios, la creación, la naturaleza o el mundo de las apariencias no son sino símbolos de otra realidad, del mismo modo que sus jeroglíficos y su mitología se refieren también a ella, pudiéndoselos confundir, tal como tiende a hacer el profano, con meros símbolos de la naturaleza.

Hacían una distinción entre la naturaleza y la vida natural que de ella depende, la vida psíquica y la intelectual. Los planos psíquico e intelectual están por encima del natural, la fatalidad o el destino que actúa sobre el natural y sobre el psíquico no llega a alcanzar al intelectual. Esta no era en modo alguno una mera concepción o consideración teórica, ya que, según Jámblico, los sacerdotes egipcios recomiendan ascender por la Teurgia hierática a las regiones más elevadas, más universales, superiores a la fatalidad (VIII-4). Se trata de una vía enseñada por Hermes (4), que el profeta Bytis (5) Interpretó al rey Amón después de haberla descubierto, grabada en jeroglíficos en un santuario de Sais en Egipto (VIII-5).

Para los sacerdotes egipcios, el hombre tiene dos almas (6) una de las cuales participa en la naturaleza divina, que es intelectual y otra introducida en nosotros a partir de la revolución de los cuerpos celestes. Este alma intelectual es superior al ciclo de los nacimientos y gracias a ella, liberados de la fatalidad, nos remontamos hacia los dioses inteligibles (VIII-6).

La gran enseñanza de los egipcios, transmitida en los jeroglíficos y de la que Jámblico se hace eco, sería pues la respuesta a cómo librarse de la Fatalidad; y la Teurgia el sistema que nos proponen.
La fatalidad es el estado del hombre caído, sometido a la corruptibilidad, sometido a los astros. Declaro que el hombre, concebido como divinizado, unido antaño a la contemplación de los dioses, se ha deslizado en otra alma combinada a la forma específicamente humana y por ello se encuentra cogido en los lazos de la necesidad y de la fatalidad (X-5).
La verdadera Teurgia es, para Jámblico, una mistagogía sagrada (I-11). No es nuestro pensamiento el que opera estos actos (teúrgicos); su eficacia sería entonces intelectual y dependería de nosotros, y ni una ni otra cosa son verdaderas. Sin que nos demos cuenta de ello, son en efecto, los signos mismos, por sí mismos, quienes operan su propia obra, y el inefable poder de los dioses a quienes conciernen estos signos, reconoce sus propias copias por sí mismo sin la necesidad de ser despertado por la actividad de nuestro pensamiento [...] Lo que despierta propiamente el poder divino son los mismos signos divinos; y así el divino es determinado por el divino y no recibe de los seres inferiores otro principio sino su propia acción (II-11). Vemos que nada tiene que ver con la hechicería o con el poder mental.

Sirva esta breve exposición para centrarnos en la motivación profunda que impulsó a los egipcios a inventar una serie de divinidades, cada una de las cuales tiene, como irá advirtiendo el lector, un significado concreto y preciso. Todo su panteón, todos sus misterios, todo su curiosísimo sistema de momificación, no apuntan sino a enseñar el camino de la incorruptibilidad a la resurrección.
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(1) Société d´edition Les Belles Lettres, París, 1966.
(2) Un bello ejemplo de estos himnos es el Himno de Khunatón, aparecido en La Puerta (Egipto) ed. Obelisco.
(3) Citado por S.Morenz La religión égyptienne, Payot, París, 1962 pág. 134
(4) Hermes es la helenización del dios egipcio Toth.
(5) No se sabe con certeza quien fue Bytis, pero algunos autores creen que es el mismo sacerdote del que habla el alquimista Zósimo en sus Comentarios sobre la letra Omega, refiriéndose a él con el nombre de Bytos.
(6) Se trata de la difícil distinción entre el espíritu y el alma pura, la chispa divina en el hombre. El primero está a la merced del destino astrológico; la segunda, al ser una emanación de la divinidad, es eterna. Un papiro se refiere a ella de este modo:
Mi alma es Dios; mi alma es eternidad.