martes, abril 21, 2009

La Maldición de la Tumba de Tutankamón


LA MUERTE TOCARÁ CON SUS ALAS A QUIEN MOLESTE AL FARAÓN MUERTO...

Cientos de cuentos, novelas, películas y tiras cómicas, desde "La Mano de la Momia" hasta "La Maldición del Faraón" han recurrido a este tema como leitmotif del misterioso encuentro con lo desconocido.

¿Cuál es el origen de este mito contemporáneo? En realidad, los ritos funerarios egipcios, el proceso para embalsamar, las tumbas (pirámides y mastabas), siempre impresionó profundamente a los hombres, pero "la maldición del faraón" tuvo su origen recién a comienzos de este siglo, cuando una expedición financiada por un aristócrata inglés, Lord Carnarvon, y encabeza¬ da por un arqueólogo profesional, Howard Carter, des¬cubrió en el Valle de los Reyes la tumba de un faraón, Tutankamón.

Esta es la historia.

El Descubrimiento

A 680 kilómetros, Nilo arriba, de El Cairo se encuentra Tebas, que en otro tiempo fuera una gran metrópoli y la fastuosa corte de los faraones. A ella afluyó un verdadero torrente de tesoros, en forma de botín o de tributos, proveniente de todo el mundo mercantil de aquellos tiempos. Allí, en los lugares conocidos como Karnak y Luxor, se tributó el más brillante culto al dios Amón. Todavía hoy pueden verse ahí suntuosos templos. A ambos lados del río se elevan columnatas, pilares y obeliscos.
En Tebas Oeste, en la orilla izquierda del Nilo, fue construida la necrópolis, toda una serie de tumbas y templos funerarios. En Biban-el-Muluk, el llamado "Valle de los Reyes", se encuentran, agrestes y ocultas, las tumbas de los reyes. En Biban-el-Harik, las de sus esposas.
Durante el primer año de la primera guerra mundial, el gobierno egipcio autorizó a lord Carnarvon y a Howard Carter para realizar excavaciones en el Valle de los Reyes, donde ya habían sido descubiertas numerosas tumbas, entre ellas, la del gran rey hereje, Amenofis IV.
Lord Carnarvon era una mezcla de deportista y de coleccionista de antigüedades. A raíz de un accidente automovilístico que tuvo a fines de siglo, se veía forzado a pasar los inviernos fuera de Inglaterra, pues sufría de dificultades respiratorias.
En 1903 fue en busca del clima benigno de Egipto; tiempo después iniciaba sus excavaciones en ese país. Con el fin de aumentar sus insuficientes conocimientos, entabló relaciones con Howard Carter, un hombre de ciencia de sólida y amplia cultura y experiencia. Lord Carnarvon le encargó la inspección permanente de todas sus excavaciones.
En 1917, Carter y Carnarvon iniciaron las excavaciones en el Valle de los Reyes, por ese entonces ya exhaustivamente examinado. Buscaban, concretamente, la tumba de Tutankamón.
Los motivos que llevaban a Carter a pensar que aún quedaba por descubrir esa tumba, en contra de toda la opinión profesional de la época, era el hallazgo de una copa de porcelana con el nombre del faraón entre los restos de otra tumba, y un arca de madera rota que llevaba también el nombre de Tutankamón en las láminas de oro que aún adornaban dicha arca.
Luego de trabajar durante un invierno completo, Carnarvon y Carter encontraron unas chozas para obreros, construidas de pedernal, lo que siempre indicaba la cercanía de una tumba. Como este lugar estaba al pie de la tumba abierta de Ramsés VI, y para no privar a los turistas de la visita a esta tumba, dejaron, por entonces, de buscaren ese sitio.
Durante varios años excavaron en distintas partes del Valle sin encontrar nada que valiera la pena. Al fin tomaron la decisión de dedicar un solo invierno más al Valle, retornando al sitio que dejaran de lado seis años antes: las chozas de pedernal.
El 3 de noviembre de 1922 Carter empezó a derrumbar las chozas, que eran fragmentos de cabañas de la XX dinastía. En la mañana siguiente, debajo de la primera choza, apareció una grada de piedra. El 5 de noviembre ya no cabía duda de que se había descubierto la entrada de una tumba. Al pie de la décimosexta grada se encontró una puerta cerrada sellada con argamasa. Los sellos eran los de la ciudad de los faraones fallecidos, garantía de que la tumba era la de alguien importante.
El 6 de noviembré, Carter envía a lord Carnarvon, quien por entonces se encontraba en Inglaterra. el siguiente telegrama:
"Realizado en el Valle descubrimiento maravilloso; tumba sorprendente con sellos intactos; he cubierto todo hasta su llegada. ¡Mi felicitación!".
El 24 de noviembre por la tarde, Carnarvon y Carter llegaron ante la puerta sellada y vieron escrito el nombre de Tutankamón. También vieron que, al igual que en todas las otras tumbas faraónicas descubiertas, los profanadores habían estado allí. La puerta había sido abierta y vuelta a cerrar dos veces. Los sellos descubiertos primero, con el signo del chacal y los nueve prisioneros, habían sido colocados de nuevo en las partes últP mamente cerradas, mientras que los sellos de Tutankamón se hallaban en la parte de la puerta que aún conservaba su estado primitivo, y por lo tanto, eran los que originalmente habían protegido la tumba.
Al cabo de varios días de trabajo, las excavaciones avanzaron diez metros y se encontró una segunda puerta que también tenía los sellos de Tutankamón y los de la ciudad de los faraones muertos. Allí practicaron una pequeña abertura y Carter pudo ver, a la luz de una vela, lo que había adentro. Permaneció mudo durante un rato, hasta que Carnarvon le preguntó si veía algo. Carter respondió: "¡Sí, algo maravilloso!"
Diecisiete días más tarde abrieron la puerta. Había féretros dorados, un sitial de oro, dos grandes estatuas negras, jarros de alabastro y extrañas arcas. De uno de los féretros sobresalía una serpiente de oro. Como centinelas, dos estatuas con delantales y sandalias de oro, la maza y la vara de los reyes, y en la frente, la cobra, símbolo del poderío del faraón. Entre todas estas cosas estaban las señales del trabajo de los vivos: un cubo medio lleno de argamasa, una lámpara negra, huellas digitales en la superficie pintada, y en el umbral, unas flores de despedida.
Examinando las paredes descubrieron que entre las dos estatuas del rey había una tercera puerta sellada, por donde también habían pasado los ladrones.
Poco después se hizo otro descubrimiento: una pequeña cámara lateral, totalmente llena de objetos y tesoros de toda clase. Allí los ladrones habían revuelto todo, habían roto algunas cosas, pero al parecer, no habían robado nada.
Carnarvon y Carter decidieron cubrir la tumba, puesto que este último opinaba que no se debía empezar a cavar de inmediato. Era necesario fijar primero con exactitud la posición original de todos tos objetos para determinar datos acerca de la época y otros puntos de referencia semejantes. También había que considerar que muchos objetos tenían que ser tratados para su conservación, inmediatamente después de tocarlos, o incluso antes. Había que consultar con los expertos acerca de cuál era el mejor modo de hacerlo y montar un laboratorio para tener la posibilidad de un análisis inmediato de materias importantes que probablemente se descompondrían al menor contacto.
Sólo para catalogar el hallazgo se requería un gran trabajo previo de organización, y todo ello requería medidas que no podían tomarse en el lugar del descubrimiento. Era necesario que Carnarvon viajara a Inglaterra y Carter, a El Cairo. Así pues, el 3 de diciembre cubrieron la tumba, y una vez en El Cairo, Carter encargó una pesada verja de hierro para la puerta interior.
El 16 de diciembre la tumba volvió a abrirse; el 18, el fotógrafo Harry Burton, del Metropolitan Museum of Art, hizo las primeras fotos en la antecámara, y el 27 se sacó el primer objeto.
El trabajo realizado en la tumba tomó varios años. Tan sólo en la antecámara había de seiscientas a setecientas piezas. A mediados de febrero la antecámara quedó desalojada y el 17, ante aproximadamente veinte personas, miembros del gobierno y hombres de ciencia, se procedió a abrir la puerta sellada entre las dos estatuas. Cuando Carter, subido en un saliente para quitar cuidadosamente las piedras de la puerta, hubo hecho una abertura lo suficientemente grande, introdujo una linterna y observó el interior.
Se encontró con una pared de oro que cubría toda la entrada, y que resultó ser el costado anterior de un gigantesco féretro, cuyo interior contenía otros ataúdes, todos los cuales guardaban el sarcófago propiamente tal, con la momia. Las dimensiones del féretro eran 5.20 x 3.35 x 2.75 metros, y sólo dejaban un espacio de 65 centímetros entre él y la pared. De arriba abajo estaba totalmente recubierto de oro, y en los costados tenía incrustados adornos de cerámica de un tono azul vivo, cubiertos de signos mágicos que invocaban protección para el muerto. Carter descubrió que las grandes puertas del costado oriental se hallaban cerradas con pestillos, pero sin sellar. Detrás de tales puertas había un segundo féretro cuyas puertas también estaban cerradas con pestillos, pero que además tenían un sello intacto. Aquí no habían penetrado los ladrones.
Pero eso no fue todo. En uno de los costados de la cámara hallaron una puerta baja que conducía a otra cámara pequeña donde se encontraban los mayores tesoros de la tumba. En el centro de ella había un monumento de oro con cuatro diosas protectoras.
Los trabajos para llegar a la momia comenzaron quitando los ladrillos de la pared que separaba la antecámara de la cámara sepulcral. Después se desmontó el primer féretro de oro. Este contenía un segundo féretro, y éste, otro.
Carter describe así cómo abrió el tercer féretro:
"Con una exaltación reprimida, me dispuse a abrir el tercer féretro; nunca en mi vida olvidaré aquel momento, lleno de tensión, de nuestro fatigoso trabajo. Corté la cuerda, levanté el precioso sello, corrí los pestillos y descubrí delante de nosotros un cuarto féretro, parecido a los demás, aunque era aún más espléndido y estaba más bellamente trabajado que el tercero. ¡Qué momento tan indescriptible para un arqueólogo! De nuevo nos veíamos ante lo desconocido.
¿Qué contendría este último féretro? Con la más profunda emoción corrí los pestillos de las últimas puertas no selladas, y éstas, lentamente, se abrieron. Ante nosotros, llenando todo el féretro, apareció el inmenso sarcófago amarillo, de cuarzo; estaba intacto, como si unas manos piadosas acabaran de cerrarlo. ¡Qué aspecto tan inolvidable, tan magnífico! Era más emocionante aún que el brillo del oro en los féretros. Sobre el extremo del sarcófago correspondiente a los pies, una diosa extendía con gesto protector los brazos y las alas como si quisiera retener al intruso. Llenos de respeto estábamos nosotros ante ese signo tan claro..."
Los cuatro féretros comprendían, en conjunto, unas ochenta partes, cada una sumamente pesada, frágil y de difícil manejo. Para transportarlos desde la cámara sepulcral se necesitaron ochenta y cuatro días de trabajo duro.
Por fin, el 3 de febrero, el sarcófago de cuarzo amarillo quedó completamente despejado. Estaba tallado en un enorme bloque del más noble cuarzo, de 2.75 metros de longitud, 1.50 de ancho y 1.50 de alto, y lo cubría una losa de granito. Al levantar esa losa, se encontró gran cantidad de lienzos que lo cubrían todo. Cuando quitaron las telas una por una, encontraron la mascarilla de oro del príncipe cuando todavía era casi un niño. La cabeza y las manos eran de formas perfectas y el cuerpo estaba trabajado en relieve llano. En las manos cruzadas. llevaba las insignias sagradas: la vara curvada y el abanico de cerámica azul con incrustaciones. La cara era de oro puro; los ojos, de aragonita y obsidiana; las cejas y los párpados, de lapislázuli. Pero a pesar de todo este esplendor, lo que más impresionó a los presentes fue la pequeña corona de flores dejada allí, tal vez por la viuda, y que aún conservaba el brillo mate de sus colores originales.

Dentro del sarcófago de cuarzo había un féretro en cuya tapa estaba la imagen del faraón, solemne y ricamente adornado bajo la figura de Osiris. Luego venía otro féretro, con una tapa igual que la anterior, y después, otro más, de 1.85 metros de longitud, de oro macizo, de un espesor de 2.3 a 2.5 milímetros.
Ya en el segundo féretro se había visto que los ornamentos habían sido afectados por la humedad; todo el espacio comprendido entre el segundo y el tercero estaba lleno de una masa negra y sólida, que casi llegaba a la tapa. Allí se encontró un collar con doble hilera de cuentas de oro y cerámica.
Inquietos ante la posibilidad de que el exceso de ungüentos empleados hubiese dañado a la momia, los investigadores levantaron la tapa del último féretro después de hacer saltar unos clavos de oro. Tutankamón apareció al fin, después de una búsqueda de seis años, ante ellos.
El aspecto de la momia era magnífico y terrible. Efectivamente, se había usado en ella tal cantidad de ungüentos que todo estaba pegado, endurecido y ennegrecido. Para separar el féretro de oro del segundo, de madera, hubo que calentarlos a quinientos grados. El 11 de noviembre, un cuarto para las diez de la mañana, el anatomista doctor Derry hizo el primer corte en las primeras vendas de lino de la momia. Excepto la cara, cubierta por una mascarilla de oro, y los pies que no habían estado en contacto con los ungüentos, ésta se hallaba en muy mal estado. La oxidación de la resina había provocado una especie de intensa carbonización, no sólo en los vendajes de lino, sino que también los tejidos y huesos de la momia estaban parcialmente carbonizados. La capa de ungüento estaba tan endurecida en parte, que bajo los miembros y tronca hubo que usar cincel para quitarla.
Para descubrir la cabeza del rey fue necesario un trabajo muy delicado, pues hasta el leve contacto de un pincel de pelo bastaba para destruir los restos del tejido descompuesto. Cuando al fin se logró, quedó al descubierto el rostro del joven faraón. Carter lo describe así:
"... faz pacífica, suave, de adolescente. Era noble, de bellos rasgos y los labios dibujados con líneas muy netas".
Bajo múltiples vendas de lino, el cuerpo estaba literalmente cubierto de varias capas de oro y piedras preciosas. Los dedos de manos y pies estaban ocultos en estuches de oro; sin embargo, lo más sorprendente fue el descubrimiento, debajo dé una almohadilla a modo de corona, de un amuleto de hierro. Este amuleto es de gran importancia histórica, pues fue uno de los primeros objetos egipcios de hierro que se han encontrado.

La maldición

La participación del mundo se manifestó primero en telegramas de felicitación. Luego, los corresponsales de prensa se presentaron en el lugar. Por todo el mundo se propagó la noticia del hallazgo de un fabuloso tesoro. Durante tres meses del año 1926, el principal tema de discusión en todo el mundo fue la figura de Tutankamón; los turistas llegaron como bandadas de peregrinos: 12.300 visitaron la tumba, fotografiándolo todo. Fueron innumerables las cartas de los críticos y de quienes daban consejos. Algunos anatematizaban con severas acusaciones por "el sacrilegio cometido". No se sabe a ciencia cierta cómo surgió la historia de "la maldición del faraón", pero hasta pasado el año 1930, se habló mucho de ello en la prensa mundial.

Surgieron detractores que dijeron que la famosa maldición era "un cuento", "historias ridículas", "una degeneración actualizada de las trasnochadas leyendas de fantasmas".
Y sin embargo, lord Carnarvon murió. Antes del descubrimiento de la momia fue picado por un mosquito, y seis semanas después había fallecido, a los cincuenta y siete años de edad. De entre millones de picaduras de mosquitos, rara vez hay una que sea malsana, y cuando lo es, el resultado es la malaria, ya enton¬ces curable, y no la muerte.
Mientras agonizaba, Carnarvon deliraba acerca de Tutankamón. En un momento de lucidez dijo: "Todo ha terminado para mí. He oído la llamada y me preparo". En ese momento se apagó la luz en toda la casa. La enfermera que lo cuidaba salió de la pieza y, cuando volvió, diez minutos más tarde Lord Carnarvon estaba muerto. En el mismo momento en que él murió, murió también su perro.
Otto Neubert, egiptólogo que participó en las excavaciones, dice en su libro "El Valle de los Reyes":
"Lord Carnarvon murió de repente. Pero, ¿por qué no se dijo que el insecto que le picó no fue un mosquito, sino un escorpión, animal sagrado para los egipcios?
¿Por qué no se habló de la siguiente inscripción grabada en la tumba?
"LA MUERTE TOCARA CON SUS ALAS AL QUE MOLESTE AL FARAÓN MUERTO"
Al ser descubierta la tumba, uno de los fellahs, los obreros nativos, dijo, proféticamente: "¡Estos hombres encontrarán oro.., y la muerte!"
Durante las excavaciones, Carter llevó su canario al lugar. Lo tenía en una jaula en su cabaña, y los fellahs, poco familiarizados con tales avecitas, gustaban de oírlo cantar. Decían que traía suerte. Al descubrir la tumba la llamaron "la tumba del pájaro".
Recordemos que en la antecámara había dos estatuas del rey, como centinelas, y que tenían una cabeza de cobra en la frente. Los fellahs dijeron que la cobra sagrada representaba el espíritu tutelar del rey, y que la serpiente mataría a todos sus enemigos, antes y ahora.
Pocos días después del descubrimiento de la tumba, el criado de Carter llegó al lugar donde había quedado la jaula, encima de un montón de piedras, y quedó horrorizado al ver que una cobra había sacado al canario dé la jaula, al parecer con la lengua, y lo estaba devorando. ¿Casualidad?... Sincronismo, diría Carl Gustav.

Hay más.

Antes de que la momia fuera trasladada al Museo de El Cairo, Archibald Douglas Reid recibió del gobierno egipcio el encargo de radiografiarla. Al día siguiente sintió cierto malestar, aunque siempre había sido un hombre sano. Poco después de hacer pasar la momia por los rayos, volvió a Londres, para fallecer en el mismo momento en que radiografiaba otra momia.
Fueron tantos los rumores que empezaron a circular, que un día llegó al Valle un alto personaje del gobierno egipcio, acompañado de un famoso encantador de serpientes de Luxor. Mientras se hallaba experimentando con el encantador, salieron de la tumba una cobra y otra serpiente.
El funcionario siguió su investigación hasta que llegó un momento en que se sintió tan mal que hubo que dejarla de lado, convencido de la presencia de algo misterioso.
Otros casos que hay que considerar son los siguientes:
Arthur Mace, quien juntamente con Carter abrió la cámara sepulcral, murió poco después de la muerte de Archibald Douglas Reid. Cabe decir que en su libro "Dioses, Tumbas y Sabios", C. W. Ceram menciona que lo que no se cuenta acerca de esta muerte es que Ma¬ce estaba enfermo de mucho tiempo antes, que ayudaba a Carter a pesar de 1a enfermedad, y que luego, a raíz de ella, abandonó el trabajo.
Audrey Herbert, hermanastro de lord Carnarvon falleció por "suicidio provocado en un arrebato de locura", y en febrero de 1929, lady Elizabeth Carnarvon muere a consecuencia de la picadura de un insecto.

Evelyn White, quien colaboró en el descubrimiento de la momia, también se suicidó, ahorcándose.
El veintiuno de febrero de 1930, un periódico alemán publicó la noticia de que lord Westbury, un hombre de setenta y ocho años de edad, se había lanzado desde la ventana de su casa, en un séptimo piso en Londres, y que había muerto instantáneamente. Su hijo había participado en las excavaciones como secretario de Howard Carter. Una noche del mes de noviembre de 1929, se acostó completamente sano y no despertó más. No se pudo averiguar la causa de su muerte.
Acerca de estas dos muertes, C. W. Ceram, en "Dioses Tumbas y Sabios", relata que en el año 1933 el egiptólogo alemán Georg Steidorff, preocupado por la historia de la maldición, averigua que los dos Westbury no habían tenido absolutamente nada que ver con la tumba del faraón ni con la momia, ni directa ni indirectamente.
En el año 1930, el número de muertos llegaba veintitrés. De todos los que habían participado más íntimamente en la expedición, sólo Howard Carter, el descubridor de la tumba, quedaba vivo.
Y aún hay más. Roger May, en "Los Enigmas de la Tierra y el Mar", cuenta que en 1939, la Radio El Cairo quiso celebrar el año nuevo musulmán usando las trompetas encontradas en la tumba. El vehículo que las transportaba desde el museo a la radio cayó en un barranco y el chofer se mató. Poco después, el músico que, ante el micrófono se aprestaba a tocar la trompeta real, cayó fulminado por un ataque al corazón en los precisos instantes en que sus labios tocaban el instrumento...
Ahora bien, ¿quién fue este Tutankamón, honrado con tal sepulcro?
Como rey fue insignificante. Se cree que puede haber gobernado alrededor de diez años y se sabe que murió cerca de los dieciocho. Políticamente, la época de su reinado fue muy turbulenta. Se le representa en los relieves pisoteando a los enemigos de guerra y matando en batallas a largas filas de enemigos, pero no se sabe si participó en alguna campaña. Lo más seguro es que no hiciera nada significativo. Recibió el trono por su esposa Anches en Amón , y era yerno de Amenofis IV, el reformador y, casi con seguridad, también su hijo.
Es aquí, en este punto, donde algunos deducen una explicación.
La historia del antiguo Egipto es una historia de reyes guerreros. Hasta la época de Tutmosis III, que gobernó alrededor del año 1.500 a. C., hubo grandes conquistas de territorios. El mismo conquistó el Asia Occideñtal hasta el Eúfrates. A Tutmosis lo sucedió su hijo Amenofis III, quien ya no tenía la ambición ni el empeño conquistador de su padre, pero que supo conservar las conquistas de sus antecesores.
Era difícil mantener la unidad política de tantos pueblos. Una de las maneras era mantener su religión, y como cada ciudad tenía sus propios dioses, los egipcios van incorporando una gran cantidad de dioses y asimilando los atributos de éstos a los suyos propios.
Con el primer rey de la dinastía XII (cerca del año 2.000 a. C.), Amenemhat, Tebas .y su dios Amón co¬menzaron a tener una importancia que llegó a ser consi¬derable bajo los conquistadores de la dinastía XVIII (aproximadamente en 1570 a. C.), entre ellos, Tutmosis, quienes proclamaron ser "hijos de Amón".
Amón fue el dios de los faraones más poderosos. Los reconocía como sus hijos y les daba la victoria sobre los enemigos. En su aspecto fálico representaba las fuerzas de la generación y de la reproducción. A menudo era lla¬mado "el esposo de su madre", y se suponía que ini¬ciaba y luego mantenía la continuidad de la vida. Era el dios de la fertilidad. Fue natural, entonces, que el dios de Tebas se convirtiera en el dios nacional. Sus fieles lo proclamaron "rey de los dioses" bajo el nombre de Amón-Ra.
Ra era el antiguo dios-sol, creador y gobernante del Universo, que nacía como niño cada mañana, crecía ha¬cia el mediodía y moría, al atardecer, como un anciano.
Había sido particularmente reverenciado por los fara¬ones de las primeras dinastías, quienes se llamaban a sí mismos, "los hijos de Ra".
Al identificarse con Ra, Amón asumió la posición de éste como Demiurgo universal, y su fortuna y el poder de sus sacerdotes, llegaron a ser inmensos.
A Amenofis III lo sucedió su hijo, Amenofis IV. Du¬rante el cuarto año de su reinado, este faraón visionario instauró una reforma religiosa monoteísta y decretó que sólo el culto de Atón, dios abstracto representado por el sol, era el oficial.
El rey comenzó por cambiar su nombre de Amenofis o Ameahotep ("Amón está satisfecho"), por el de Akenatón ("la gloria de Atón"), y trasladó la capital desde Tebas a Aketatén, ciudad que había hecho construir en el Egipto Medio, donde hoy se encuentra Tell-el¬ Amarna, para gloria de su dios.
No había estatuas de Atón. Se le representaba en la forma de un gran disco rojo del cual salen largos rayos terminados en manos que cogen las ofrendas de los altares, o que presentan al rey, la reina y sus hijas, los símbolos de la vida y de la fuerza.
El faraón era su único sacerdote y su culto se celebraba en un templo similar a los antiguos templos de Ra, en Heliópolis. La ceremonia consistía en una ofrenda de frutas y tortas; se recitaban himnos de gran belleza, compuestos por el propio rey. En ellos se glorificaba al sol, al igual que en los días antiguos, como el creador de la humanidad y benefactor del mundo, pero sin las alusiones a leyendas mitológicas que habían llenado los himnos a Ra. Por esta razón, estos himnos podían ser cantados y comprendidos no sólo por los habitantes del valle del Nilo, sino también por los extranjeros. Todos los hombres, proclamaban, eran hijos de Atón.
Esta reforma monoteísta fue además un intento de establecer una religión que abarcara todo el imperio, y que incluyera las posesiones de Asia y sus dioses abstractos, como eran Adonis de los sirios y Adonai de los judíos.
Mientras vivió Akenatón, Atón fue el dios oficial de Egipto. Todos los demás fueron proscritos y se les declaró la guerra; especialmente a Amón. Sus templos fueron despojados, y sus riquezas, entregadas a Atón. Se destruyeron sus estatuas y su nombre se borró hasta de los lugares más inaccesibles; incluso se le borró de las tablillas reales de Amenofis III, padre del faraón.
Esta nueva religión maravilló a los artistas, a los pensadores y a los soñadores de la época, quienes la adoptaron con entusiasmo, pero no ocurrió lo mismo con los funcionarios ni con el hombre medio, quienes vieron, con desagrado y temor, que el faraón no sólo no iniciaba nuevas campañas guerreras (su largo reinado transcurrió en paz), sino que las conquistas de los faraones anteriores empezaban a disgregarse con síntomas de querer independizarse del gobierno egipcio. Pero los mayores enemigos del faraón y su nuevo culto fueron, por cierto, los sacerdotes de Amón.
Cuando Akenatón murió, lo sucedió su hijo y yerno Tutankatón, entonces un niño de unos ocho años de edad. Los sacerdotes de Amón se hicieron cargo de la situación. Recuperaron su influencia y transformaron al rey niño en el instrumento de la reacción. Con gran pompa anunciaron que el rey había renunciado a la herejía, que negaba al dios Atón, y que restablecía el culto de Amón.
Siguiendo el camino inverso de Akenatón, el nombre de Tutankatón ("la viva imagen de Atón"), fue cambiado por el de Tutankamón ("la viva imagen de Amón"); dondequiera que estuviera escrito, el nombre antiguo era reemplazado por el nuevo. La capital fue nuevamente trasladada a Tebas.
Este rey niño reinó sitiado por los sacerdotes, quienes le usaron para satisfacer sus ambiciones de casta. Sin embargo, criado en el seno de la religión de Atón, existen las sospechas de que nunca haya renunciado en su corazón el culto iniciado por su padre. A pesar de haber sido borrado de todas partes su nombre original, en el magnífico trono que se sacó de su tumba, aún pueden leerse, casi lado a lado, ambos nombres, Tutankatón y Tutankamón.
Como ya dijimos, gobernó alrededor de diez años sin que ocurriera nada notable durante su reinado. Howard Carter dice:
"Hasta donde llegan nuestros conocimientos, podemos decir con seguridad que lo único notable de su vida fue su muerte y su fastuoso entierro".
Tutankamón murió muy joven. No se conocen las causas de su muerte, pero existe la posibilidad de que haya sido envenenado. ¿Por quién? ¿Por qué?
Pudo haber ocurrido que al ir haciéndose hombre, el joven manifestara señales de que no había olvidado del todo la religión de Atón, y de que, tal vez, la quisiera hacer renacer. Los sacerdotes de Amón no podían permitirlo. Antes de que la semilla de Atón germinara otra vez, habrían eliminado a Tutankamón y habrían preparado este entierro suntuoso.
Más que el homenaje a un faraón victorioso, todo ese alarde de lujo fue el desquite de una casta proscrita. Además del faraón, los sacerdotes habrían estado enterrando, definitivamente, a Atón.

Y aquí aparece la maldición.

Para muchas personas esta maldición es inexistente y todas las muertes no son más que un conjunto de coincidencias. Veintitrés coincidencias, un perro y un canario para ser más precisos. Para estas personas, todos los que murieron habrían muerto de igual forma, con o sin maldición.
Para otros, en cambio, es significativo el hecho de que la disposición de la tumba de Tutankamón fuera distinta a la de las otras tumbas conocidas. En esto ven una señal de que los sacerdotes emplearon toda la fuerza de su magia para sofocar intacta la tumba del joven faraón y del dios de su infancia.
Para estas personas los objetos materiales se cargan con las intenciones de sus poseedores o de sus creadores y la energía psíquica se traspasa al objeto. Así surgirían los talismanes y también los objetos malignos, los que "traen mala suerte".
Estos partidarios de la maldición se apoyan en el hecho de que los ladrones entraron en la tumba antes de la época de la dinastía XX, violaron los sellos, revolvieron las cosas, pero no se llevaron nada, en tanto que . todas las demás tumbas del Valle de los Reyes fueron saqueadas, y de algunas se llevaron hasta la momia misma.
¿Qué cosa distinta había en la tumba de Tutankamón se preguntan, que los ladrones llegaron hasta el enorme féretro de oro detrás de la tercera puerta, y luego al segundo féretro, y ya no siguieron adelante?
¿Sintieron acaso el tremendo poder maligno que había allí y salieron precipitadamente, para no volver más, dejando de lado los inmensos tesoros que había ante ellos?
Seguramente en todas las demás tumbas faraónicas había invocaciones de protección para el muerto: Aquí, dicen los entusiastas de la maldición, había algo especial, que la protegió durante más de tres mil años. En su opinión, cuando al fin la tumba fue abierta y desmantelada, la maldición funcionó.
Es bien cierto que Howard Carter, el hombre más importante de toda la aventura, no sufrió daño alguna, pero también es cierto que en todas las épocas han existido
los Orfeos, capaces de salir indemnes de cualquier maldición.