
La creencia en la supervivencia después de la muerte es tan antigua como la propia capacidad para creer. Las evidencias que existen también indican que la creencia en la reencarnación es tan antigua como la de la supervivencia. La idea del renacimiento nunca ha desaparecido del todo, ni siquiera en la civilización occidental, donde el cristianismo ortodoxo ha rechazado la doctrina desde hace casi dos milenios, favoreciendo la enseñanza de que el destino eterno del hombre viene determinado por una sola vida terrenal. A lo largo de los tiempos del cristianismo ha habido un numero sorprendente de grandes pensadores que han aceptado esa creencia, ya fuera abiertamente o en secreto, cuando hacerlo así representaba el ostracismo y la puesta en juego de muchas otras cosas.
Si preguntamos a cualquier individuo: "¿Deseas subsistir después de la muerte, crees que subsistirás? ¿Qué es en realidad eso, cuya duración tú deseas; qué es eso que, según tú, persistirá después de la muerte?"
Es posible que nuestro interlocutor encuentre esas preguntas absurdas o, al menos, que un gran número de aquellos a los que usted pregunte, las encuentren descabelladas. La respuesta no es del todo simple.
"Es mi duración lo que yo deseo", o "Soy yo quien continuará existiendo", responderán los interpelados, según sus convicciones religiosas o filosóficas.
"¿Tu duración? - ¿Quién eres tú? - ¿En qué consistes?- Cuando tú dices: soy yo el que aspira a subsistir: ¿Qué es ese yo?
Para la mayoría de los occidentales, ya sean los que se atienen a la definición del catequismo: "El hombre está compuesto de un cuerpo mortal y de un alma inmortal" o a definiciones análogas que establecen una división bien marcada entre espíritu y materia, no hay tema de discusión. Es el principio inmaterial, el alma la que subsiste, mientras el cuerpo es destruido.
El problema de saber si después de la muerte nos convertiremos en un cuerpo de luz, como quiere la tradición cristiana, o si nos reencarnamos, es una de las cuestiones más difíciles que se plantean. Cada uno decidirá según sus convicciones íntimas, pero sería razonable suponer que, al igual que en la vida, la supervivencia es extremadamente diversa y que después de la muerte algunos se reencarnaran y otros se convierten en cuerpos de luz.
La mayoría de doctrinas esotéricas profesan la reencarnación en las más variadas formas. Puesto que el estado humano es sólo una de las formas múltiples y provisionales de la existencia, el ser, tras cada muerte, retoma un nuevo cuerpo, humano o animal. O, de acuerdo con una concepción procedente de Oriente, la trasmigración no concierne al ser real y completo sino que se efectúa sólo a partir de agregados psíquicos, de principios vitales que se elaboran de acuerdo con una estructura nueva, condicionada por la vida precedente.
El origen de estas ideas, que se han extendido entre el gran público de un modo con frecuencia muy ambiguo, debe buscarse, evidentemente, en las religiones orientales y en particular en aquellas que reúnen hoy millones de creyentes: El hinduismo y el budismo.
"El ser humano forma parte, con una limitación en el tiempo y el espacio, de un todo que llamamos universo. Piensa y siente por sí mismo, como si estuviera separado del resto; es como una ilusión óptica de la conciencia. Esa ilusión es una cárcel que nos circunscribe a las decisiones personales y al afecto hacia las personas más cercanas. Hay que traspasar sus muros y ampliar ese círculo para abrazar a todos los seres vivos y a la naturaleza en todo su esplendor".
Albert Einstein.
La reencarnación según el budismo.
Las teorías que conciernen a la supervivencia y a los sujetos que las conocen, y que encontraremos en el Tíbet, no son totalmente extrañas a los occidentales. El Tíbet, cruce donde se encontraron y mezclaron inmigrantes venidos de los cuatro puntos cardinales y también, según ciertas leyendas, de regiones extraterrestres, ofrece una notable diversidad de estas creencias, ya que cada grupo de inmigrantes trajo consigo concepciones sobre el tema capital de la perennidad indefinida, universalmente deseada, de la vida individual.
El budismo no cree de la existencia de un alma individual y eterna.
El ser humano es sólo el transmisor de un incesante flujo, de una energía ininterrumpida, de una corriente, siempre cambiante, de "fuerzas" acumuladas durante existencias anteriores. El sufrimiento proviene del absurdo deseo de querer ser "yo" en el seno de un mundo donde todo es ilusión (maya).
Este deseo de permanencia, de estabilidad, de individualidad es la causa de los renacimientos en el mundo del dolor.
Existe un medio de liberación, el que encontró el propio buda (Buda significa "el despierto")
Primero es preciso conocer la verdadera naturaleza del mundo, saber que todo es ilusión y suprimir cualquier deseo para alcanzar la liberación y fundirse en lo Absoluto: el Nirvana.
Estar libre de pasiones, deseos, de la individualidad, de las ilusiones del mundo, éste es el estado de bienaventurado (bodhisattva) que puede alcanzarse en este mundo y en vida, sin hacer intervenir las nociones de paraíso e infierno. Sin embargo, esta ascesis física e intelectual no basta para la liberación: También deben practicarse un conjunto de obligaciones rituales.
La ley del Karma es, también ahí, fundamental. Es el factor determinante de la existencia de un individuo. El hombre que muere renacerá en un estado agradable o desagradable, según las acciones que haya cometido en su vida aquí abajo. Pero -y es esencial comprenderlo bien- el que renace nada tiene que ver con el muerto, puesto que no hay preservación alguna de la individualidad. Es una entidad espiritual ligada al cuerpo material, pero no enteramente dependiente de él, que se separa cuando éste muere y cesa de ser utilizado por ella. Este Namshes entonces emigra, para ir a vivir a otro cuerpo.
De todas maneras, el Namshes no es libre de elegir a su gusto el nuevo cuerpo en el que vivirá. Este le es impuesto por el juego automático de las causas y de los efectos: el "juego de la acción" (Karma).
Sin embargo, el grueso de los tibetanos ha hecho del Namshes un equivalente del Jîva indio, que desempeña el mismo papel. Este Jîva no debe ser considerado como el equivalente del alma de la que hablan las religiones occidentales. No es creada, particularmente, para cada individuo en el momento de su nacimiento.
Ningún poder supremo regula la reencarnación del Jîva-Namshes; éste es automáticamente conducido hacia el nuevo cuerpo que debe habitar. Solo los actos que realizó por intermedio del individuo al que estuvo unido, será la causa de su nueva reeencarnación.
En esta atmósfera de superstición se lee, el la mayoría de los hogares tibetanos, el Bardo todol, poema simbólico filosófico escrito por letrados para letrados y que sirve todavía, en nuestros días, de tema de estudio y de meditación a ciertos pensadores del alto "País de la nieves".
El Bardo todol indica que el fallecido es un ser liberado si ha sabido reconocer la Luz fundamental y unirse a ella. En el preciso instante en que la fuerza psíquica escapa por la cúspide de la cabeza. El Principio Consciente elige su futuro receptáculo. Eso es, al parecer, lo que ocurre y permite comprender esta reencarnación que sigue siendo tan misteriosa como la vida misma.
La reencarnación en las culturas del mundo.
La idea de cesar de existir es, para todo individuo, odiosa y terriblemente penosa. Las culturas extinguidas y las existentes actualmente en el mundo, pueden divergir en numerosos puntos y costumbres, pero la reencarnación es una de las creencias más antigua y común en todas ellas. Algunos arqueólogos creen que esá fue la razón de que en la Nueva Edad de Piedra (10.000-5.000 a.de C.) se enterraran los cuerpos en posición fetal, para facilitar así el renacimiento.
En las religiones avanzadas se tiene que hacer una distinción entre reencarnación y la teoría o doctrinas kármicas que se han desarrollado, a veces durante milenios, para encajar con unas particulares tradiciones teológicas y religiosas. Por ejemplo, a los pueblos que viven tan cerca de la naturaleza que consideran a la humanidad como una parte integral de la creación, puede no resultarles difícil imaginarse a sí mismos como renacidos en cuerpos de animales o insectos. A los miembros de culturas avanzadas, con filosofías bien desarrolladas, conscientes de lo muy alto que sa ha elevado el pensamiento del hombre como animal más evolucionado, les puede parecer repugnante la idea de hundirse en un cuerpo animal.
A continuación describiremos algunos ejemplos de teorías de la reencarnación.
Europa.
En la antigua Europa exitía un "cinturón de la reencarnación" que abarcaba por lo menos el norte del continente, con avanzadillas hacia el sur, tales como los lombardos, en Italia.
Las antiguas baladas inglesas y escocesas hablan de que las almas de los hombres y mujeres pasan a los animales, aves o plantas y, según el folclore británico y bretón, los espíritus de los pescadores y marineros muertos habitan en los cuerpos de las gaviotas blancas, y los de los niños no bautizados flotan en el aire, en forma de aves, hasta el día del Juicio Final. Los teutones, e incluso los romanos (según Plinio), atendían cuidadosamente a las serpientes domesticadas, a las que consideraban como encarnaciones de sus antepasados, o como genios guardianes de sus hogares.
Según los galeses, la doctrina de la reencarnación se inició con los celtas, ya en la prehistoria, y fue a través de ellos como encontró su camino hacia el este, para florecer en el hinduismo y el budismo.
África.
A lo largo y ancho de África hay cientod de tribus que creen en la reencarnación de una forma u otra. Theodore Besterman, al sintetizar las creencias de más de cien pueblos de todas partes del continente, descubrió que teinta y seis de ellas creían que los muertos regresaban en forma de seres humanos; cuarenta y siete, que lo hacían en forma de animales, y doce, en forma de otras entidades. Los más civilizados de estos pueblos se inclinaban por la primera creencia.
De entre las tribus que creían en la reencarnación en forma humana, los zulúes poseían uno de los credos más avanzados. Dentro del cuerpo habita un alma, y dentro del alma, una chispa del espíritu universal divino, el I Tongo. Existen siete grados de hombres, los más elevados y perfectos alcanzan un estado después de muchas reencarnaciones en los que ha cesado el renacimiento. Habitan en la Tierra, en formas físicas de su propia elección, y pueden retener o renunciar a esa forma, según prefieran. El destino final de la humanidad es la reunificación con el I Tongo.
Algunas tribus africanas creen que los espíritus ancestrales regresan a sus antiguos hogares con forma de serpientes; se les ofrece leche y a veces carne, ya sea porque su presencia demuestra que el antepasado está hambriento, o bien porque protegerá a quienes viven en el kraal. Hay una creencia china similar según la cual la visita de una serpiente representa la de un antepasado.
Los betsileo de Madagascar sostienen que los nobles renacen en forma de boas constrictores, los plebeyos de buena posición como cocodrilos, y los miembros inferiores de la tribu como anguilas.
Los africanos, a diferencia de los hindúes y budistas, consideran la vida como algo feliz, y la reencarnación como un buen destino. Tienen muy poca idea acerca de un final del proceso, y, si no pueden tener hijos, lo consideran una maldición porque eso bloquea el canal del renacimiento. En general, se cree que los antepasados sólo reaparecen en el seno de sus propias familias.
Océano Pacífico.
En las vastas extensiones de Oceanía (las islas del Pacífico, Indonesia, Micronesia, Melanesia), la creencia en la transmigración de las almas humanas hacia el mundo animal se halla tan extendida y es tan variada como lo son sus pueblos y su geografía. Los dyaks de Borneo creen que el alma muere varias veces, hasta que finalmente se convierte en un insecto o en una planta de la jungla. Una serie de pueblos de la Melanesia oriental y central creen que los espíritus viven en el otro mundo durante un tiempo, mueren una segunda vez allí, y luego regresan en forma de hormigas blancas; otros creen que después de la segunda muerte, se convierten en una variedad de criaturas.
Los habitantes del norte de Guinea consideran como sagrados a los monos, las serpientes y los cocodrilos, porque los creen animados por los espíritus de los muertos. Por la misma razón, los papuanos y otros nativos de Nueva Guinea no comen pescado, cerdo o casuario. Los nativos lifu y los isleños de las Salomón les dicen a sus familiares, después de muertos, qué criaturas animaran sus almas, para que sus parientes nunca las maten ni les hagan daño.
Los poso alfures de las Célebes creen que hay tres almas, el principio vital (inosa), el intelectual (angga) y el elemento divino (tanoana), siendo este último el que abandona el cuerpo durante el sueño, para desplazarse, y teniendo la misma naturaleza que muchos animales y plantas.
En Bali, donde el hinduismo es la religión predominante, se cree que el individuo se reencarna una y otra vez en la misma familia.
La idea existente tras el canibalismo, que maduró antiguamente en el Pacífico, pudo haber sido la absorción de la materia del alma del hombre muerto, y la adición de la misma a la propia.
Australia.
La creencia en la reencarnación de los antepasados existe en cada una de las tribus de los clanes septentrionales de Australia central, y se puede suponer que esa doctrina fue originalmente universal entre los aborígenes australianos. Ellos creen que todas las personas vivas son reencarnaciones de los muertos. Después de la muerte, el alma permanece en las cercanías deambulando por los estanques, las gargantas y los árboles, como algunas creencias africanas, a la búsqueda de una mujer a la que puedan pasar para nacer de nuevo. Sólo pueden nacer en el seno de su propio clan, aunque algunas creencias contradicen esta idea, como la de que el espíritu de un hombre muerto entra en su asesino. También es frecuente la reencarnación de los abuelos en sus nietos.
America.
Los indios tlingit, del sudeste de Alaska, creen que el alma se reencarna en un nuevo cuerpo entre sus parientes, y acostumbraban a incinerar a sus muertos. Cuando una mujer embarazada soñaba con frecuencia con un pariente muerto, se creía que ese pariente nacería como su hijo. Si se descubría que el bebé tenía una marca de nacimiento que ya existió en el cuerpo del fallecido, se consideraba que era la misma persona que había regresado a la Tierra, y al niño se le daba su mismo nombre. Es posible que los tlingit fueran influidos por el budismo, y también hay ciertas
semejanzas superficiales con el hinduismo. Tienen un concepto del karma, aunque no lo llaman por ese nombre, y esperan que las desgracias sufridas en una vida puedan disminuir en la otra.
Los esquimales occidentales de Alaska desarrollaron un sistema de cinco cielos ascendentes, cada uno de los cuales se alcanzaba después de una encarnación terrenal, con una purificación gradual y progresiva, hasta la liberación final del ciclo de renacimiento.
Hubo al menos algunas docenas de tribus de América del Norte que sostuvieron creencias sobre la reencarnación, aunque se dice que sólo se formuló una teología coherente en el noroeste.
La transmigración en el mundo animal era ampliamente aceptada por los sudamericanos. Los antiguos mexicanos creían que los príncipes, los nobles, los guerreros caídos en el combate y las víctimas de los sacrificios, renacían después de haber pasado una temporada en el paraíso oriental del dios Sol, convertidos en pájaros de brillante y colorido plumaje, o como nubes o piedras preciosas. Las personas de condición más baja se convertían en comadrejas, bestias malolientes o abejas. Las mujeres que morían durante el parto iban al paraíso occidental del Sol, y podían regresar convertidas en mariposas nocturnas.
Los indios de Nuevo México creían que un bebé moribundo regresaría, y que si su cuerpo era enterrado bajo la tierra del hogar, el alma encontraría a la misma familia.
Los incas se aseguraban el regreso mediante la momificación del cuerpo, de modo que el alma pudiera regresar a su receptáculo anterior.
El dios hindú Visnú, reencarnado por segunda vez en forma de tortuga. La creencia en la transmigración de las almas entre hombres y animales sigue siendo muy común en Oriente.
Ley del Karma.
El hinduismo sostiene el hecho de la reencarnación apoyándose en el proceso energético de la ley kármica causa-efecto. Ésta es una ley cósmica equivalente al hecho de que cualquier acto positivo o negativo genera una respuesta kármica recompensativa o castigadora. Este mecanismo va reproduciéndose mediante sucesivas vidas en la Tierra, las cuales tienen por única misión purificar el alma del ser hasta alcanzar la perfección total.
A lo largo de las distintas reencarnaciones vamos progresando en el nivel de conciencia hasta llegar a alcanzar la perfección total, que es la consecución del hombre perfecto. El proceso kármico reencarnacionista se basa en las leyes inmutables del nacimiento y de la muerte, aunque una vez encarnado dentro de un cuerpo físico el ser tiene la posibilidad de moverse libremente según los impulsos que su libre albedrío le dictamine.
A pesar de la prefiguración de la existencia el ser humano posee la facultad de la libertad individual, que le permite elegir voluntariamente el desarrollo de su vida, llenándola de experiencias positivas y negativas. El comportamiento del hombre puede eliminar su viejo karma y crear uno nuevo de valor más elevado en la escala de nuestra purificación espiritual.
Cuando se comprende el objetivo de la reencarnación se toma conciencia de que el proceso evolutivo tiene como objetivo igualar la existencia de todas las criaturas. Se comprende que nada hay al azar en la vida y que todo tiene su mecanismo compensatorio; ello proporciona calma de espíritu. Así se hace comprensible por qué unos seres están bien formados y otros no, por qué unos están sanos y otros enfermos, y por qué unos son ricos y otros pobres espiritual o materialmente.
El karma es el destino del que cada hombre es protagonista a través de sus acciones. El Ser Supremo no premia directamente la virtud y castiga la debilidad, sino que la recompensa o el castigo van implícitos en la acción. Una acción buena o positiva produce frutos buenos, y una acción mala o negativa comporta malos frutos. Es como ya hemos dicho, la ley de acción y reacción. Ahora bien, no existe en este mundo una acción absolutamente buena o absolutamente mala. Todas las acciones llevan una carga positiva y una negativa. Decimos que es buena cuando su carga positiva es superior a la negativa y viceversa. Del mismo modo, no existe una conducta cuyas acciones sean todas buenas ni otra que sean todas malas. En términos generales, se considera buena una conducta que acumula más acciones positivas que negativas. Por eso, en la vida de todo hombre hay placer y dolor en distintas medidas. Siempre en relación directa a la calidad de sus acciones pasadas.
Existe una conexión definida entre lo que estamos haciendo ahora y lo que ocurrirá en el futuro. También existe esta relación íntima entre lo que nos ocurre ahora y nuestras acciones pasadas. Nuestro presente está determinado por nuestro pasado. De nuestra actuación presente depende nuestro futuro. El gran maestro Sivananda lo da a conocer así: "Eres descendiente de tu pasado y progenitor de tu futuro". Digamos que las circunstancias que van a rodear nuestra vida actual son ya inamovibles, puesto que son consecuencia de cuanto hicimos con anterioridad. Es como una flecha que se ha lanzado y ya no hay modo de detener. Sin embargo, la actitud o la manera con que afrontamos esas circunstancias van a influir decisivamente en la formación de nuestro futuro destino.
Pueden distinguirse tres tipos de karma. Sanchita, o el total de semillas acumuladas a lo largo de todas nuestras existencias. Prarabdha, o el puñado de semillas que utilizamos en una vida y que conforman las circunstancias que concurrirán en esa vida. Y Kriyamana, o el fruto que obtenemos de las acciones de esta vida y que pasa inmediatamente a engrosar nuestro almacén, Sanchita, y, por lo tanto, a influir en nuestro futuro.
No puede hablarse de predestinación, porque es el esfuerzo de hoy el que determina el destino de mañana. Deseo, pensamiento y acción van siempre unidos. Es el deseo quien da lugar al pensamiento y éste a la acción. Repitiendo una acción determinada se adquiere un hábito. Cultivando hábitos se desarrolla un carácter y es el carácter, en definitiva, el que determina el destino del hombre. El destino es, por tanto, una creación propia. Lo hemos creado por medio de pensamientos y acciones.
Las causas de nuestras acciones son nuestros pensamientos y la causa de éstos, nuestros deseos. Surge en la mente un deseo de posesión de un objeto. Inmediatamente se piensa cómo conseguirlo y, acto seguido, se actúa para obtenerlo. El deseo, el pensamiento y la acción son los tres hilos que, entrelazados, trenzan la cuerda del karma. Pero, ¿cuál es la causa de nuestros deseos? Aquí es donde se cierra el ciclo porque nuestros deseos sutiles dependen de las experiencias agradables recogidas como fruto de nuestras acciones. El deseo produce la acción y la acción produce el deseo. Me apetece un helado, lo tomo y la experiencia deliciosa de saborearlo queda grabada en mi mente y surge más adelante en forma de deseo por otro helado.
¿Es ésta la historia de la gallina y el huevo? ¿No es este ciclo de deseos y acciones un círculo vicioso en el que la voluntad del hombre parece quedar al margen? Sólo en apariencia, porque el deseo, antes de ser acción, ha de ser pensamiento y ahí es donde la voluntad del hombre puede manipular, controlar y seleccionar. Los deseos no determinan absolutamente la acción, sino que crea una tendencia. De aquí la importancia que el Yoga concede al pensamiento positivo.
Utiliza la concentración en lo positivo como modo de estimular una actuación positiva que, a su vez, procure un karma positivo.
Es harto intrincado establecer claramente las conexiones entre la ley del karma y nuestros procesos psicológicos, pero la ley existe y eso es preciso aceptarlo. Por otra parte, es ciertamente confortante constatar que nuestro destino está enteramente en nuestras manos y no somos guiñoles movidos caprichosamente por fuerzas misteriosas y desconocidas.
Pintura tibetana que muestra los principios fundamentales del budismo y que representa la "rueda de la vida" que no tiene fin.
Dejà Vu
¿Ha tenido la sensación de experimentar algo vivido con anterioridad? ¿Ha tenido la impresión de conocer un lugar en el que no había estado antes? ¿Ha revivido una escena que ya había vivido mentalmente? Si ha experimentado alguno de estos estados psíquicos antes de haberlos vivido físicamente, ha sido protagonista de un hecho involuntario de "dejà vu". Esta expresión francesa, "ya visto", ha sido adoptada como término definitorio de este fenómeno.
La Parapsicología estudia este fantástico fenómeno de conocimiento subjetivo de lugares y hechos, y lo considera técnicamente como una forma de "clarividencia precognitiva viajera". Es la mente la que viaja, nunca el cuerpo físico. Es una forma de memoria perdida, su vivencia se pierde en el sustrato profundo de la mente y no se recuerda hasta el momento de producirse los hechos físicamente.
Esta memoria perdida abre las puertas a las tesis del mundo de la reencarnación. Los investigadores de las teorías reencarnacionistas, como el Dr. Ian Stevenson, director de la División de Parapsicología del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia, estudian la hipótesis que el "dejà vu" pudiera ser una forma de constatación de una vida anterior. Ello explicaría que se tenga un conocimiento detallado de ciertos lugares sin haber estado realmente en ellos. El "dejà vu" sería una forma de manifestación mnésica, un recuerdo.
Evidentemente, no existe confirmación oficial de tal tesis reencarnacionista, aunque sí indicios de su autenticidad debido al caudal de información suministrada. El fenómeno es, subjetivamente, real, como una precognición de hechos que después se convierten en realidad.
La ciencia posee explicaciones psicológicas y neurológicas al respecto, pero tampoco están confirmadas.
El "dejà vu" se considera un hecho auténticamente audiovisual, más complejo que la clarividencia. El fenómeno se define por la sensación de "ya visto". A ello hay que añadir "ya oído", "ya olfateado" y "ya sentido", porque en realidad comprende un conjunto de sensaciones breves, pero muy intensas.
Las ciencias psíquicas (psicología, psiquiatría) registran el "dejà vu" bajo el término de "falsa memoria" y todavía desconocen las leyes de su funcionamiento. La persona que experimenta este fenómeno no lo recuerda nunca en el primer momento de producirse. No tiene conciencia de que es una premonición que más tarde se convertirá en realidad. Por el contrario, la aparición de la memoria perdida sólo se hace consciente en el momento en que los hechos se manifiestan objetivamente. Entonces, el sujeto toma conciencia de un hecho real que ya conocía.
Casi todo el mundo ha experimentado alguna vez en su vida el "dejà vu". Cuando se manifiesta, al convertirse en realidad, nos deja perplejos. Entonces, fuera de control, la mente retrocede en el archivo psíquico con rapidez relampagueante a la búsqueda de datos almacenados. La psique sabe que está reviviendo algo que ya conocía. Las claves de los datos están grabadas en el subconsciente que se encargará de desvelarnos de qué se trata.
Sin embargo, la mente nunca nos dice cuándo ni por qué se produjo esa vivencia.
La sensación que tiene la persona en el momento que experimenta el "dejà vu" es verdaderamente aterradora. El hombre, instalado con comodidad en un mundo tridimensional regido por los conceptos espacio y tiempo, ve y siente por un momento cómo se le escapa el control de la mente que viaja hacia un pasado que él no conocía y le desvela cosas del futuro que acaban de producirse. Por unos instantes se encuentra fuera de las coordenadas que rigen su ámbito normal de desenvolvimiento. No entiende qué ha sucedido y llega a la conclusión que necesariamente se ha "ausentado" de su vida física.
Los resultados estadísticos de las investigaciones efectuadas en los casos de "dejà vu", no dejan de ser sorprendentes. Un 90% de experiencias fueron vividas por personas relacionadas con los lugares o hechos por razones socioculturales, por lo tanto los motivos estimulantes podrían haber originado dicha manifestación paranormal. Sin embargo, entre un 5% y un 7%, según los lugares, parecen estar relacionados con posibles existencias de vidas anteriores, es decir, abogan por la tesis reencarnacionistas.
Entre los fenómenos documentados más célebres de "dejà vu" retromonitivo de conocimiento de vidas pasadas, se encuentra el caso de Bridie Murphy, ocurrido en 1956. Bajo estado hipnótico y por la técnica de regresión, Virginia Thige, ama de casa de Colorado, recordaba sus vivencias anteriores transcurridas 250 años atrás, en Irlanda, cuando ella era Bridie Murphy. Su sintonización era tal que incluso modificaba su voz y forma de expresión adoptando su antigua personalidad.
Naturalmente no se tiene certeza que éste fuera un caso auténtico de reencarnación, ya que retrotraerse a épocas anteriores en el tiempo resultó muy difícil para los investigadores. Estos casos, aunque mínimos, no dejan de ser extraordinarios. El sensitivo vive una retromonición en la que recuerda nítidamente haber vivido "otra existencia". Suministra tal cantidad de datos sobre la época, el lugar, las personas, y los hechos ocurridos por aquel entonces, que una vez investigados y contrastados con resultados positivos, rompen cualquier esquema lógico de la ciencia.
Si aceptamos la realidad del fenómeno del "dejà vu", porque está constatado que ciertamente se da, su manifestación debe necesariamente producirse siguiendo las pautas de un proceso psíquico que debe ser activado por algún tipo de estímulo catalizador del mismo. ¿Cómo se produce? ¿Qué explicación tiene? ¿Dónde tiene su origen?
Milenarios conocimientos esotéricos, divulgados por prestigiosos psíquicos como Edgar Cayce, sostienen que todo lo ocurrido en este mundo se encuentra grabado en los registros akáshicos que en forma simbólica de faja etérica alrededor de la Tierra, protegen la vida en el planeta. Estos registros conforman la "mente mundial", en donde convergen todos los estadios del plano energético del planeta, que quedan grabados en el tiempo infinito, sin pasado, presente ni futuro. De ahí proviene todo el conocimiento que posee la humanidad.
El prestigioso psiquiatra y padre de la psicología Carl Gustav Jung llegó a la conclusión de que existe un subconsciente colectivo en el que confluyen el conjunto de conocimientos acumulados en sucesivas generaciones de civilizaciones y culturas y en donde se almacena toda la sabiduría que existe. El subconsciente colectivo es un estadio adimensional energético. De él se extrae toda la información que hace posible las formas de conocimiento, la civilización y el progreso continuo que nos ha permitido llegar, en el siglo XX, hasta las estrellas.
En esta línea resulta relativamente fácil comprender que mediante un proceso de interacción psíquica una persona pueda tener acceso a estos registros, y conocer unos hechos energéticos que todavía no se han manifestado en nuestro espacio tridimensional. Cuando se poseen estos conocimientos ocultos y llega el momento en que se produce la manifestación de los hechos reales, tenemos la impresión de haberlas vivido con anterioridad.
Exactamente lo mismo puede suceder con el acceso a conocimientos referentes a vidas anteriores. Éstas pueden ser conocidas y asimiladas como si se tratara de experiencias propias, vividas en otra existencia anterior. Por ello es fácil creer, erróneamente, que nosotros somos la misma persona que ha vivido antes. En realidad, lo único demostrado es que podemos tener acceso a información, a datos sobre otras vidas, pero no que en el pasado fueramos los portadores de los mismos.
El acceso a los conocimientos del subconsciente colectivo explicaría la existencia de niños prodigio. Poseen extraordinaria sabiduría sobre algo que nadie les ha enseñado pero que dominan a la perfección. De hecho, son conocimientos y facultades que provienen de grandes personajes de épocas pasadas. En algunos casos, estas personas no dudan en afirmar que ellos no son más que una marioneta, y que son los propios espíritus de estos personajes muertos quienes les inspiran, guían sus manos y sus mentes creativas.
Pintura tibetana del siglo XVIII que muestra las apariciones de múltiples divinidades reencarnadas en un solo ser.
Sugerencias, pruebas y conclusiones.
No me siento cualificado como para emitir un juicio sobre los diferentes modos de concebir la inmortalidad y los medios propios para lograrla que hemos ojeado a lo largo del panorama general que hemos efectuado.
De todo ello queda que se ha percibido siempre que el hombre por sí mismo no es capaz de llegar hasta el Absoluto: necesita un mediador. Esta es la razón de ser de las religiones, que se esfuerzan en conservar y difundir la obra de aquel mediador, quien sea en cada caso. Sin embargo en la realidad el verdadero mediador está en nosotros mismos. Ninguna doctrina, ninguna, nos llevará a encontrar lo que el hombre busca en la reencarnación... la paz, la tranquilidad, el cese de la angustia y el miedo. Ese es el origen fundamental de todo credo reencarnacionista, ese es el origen de que existan tantos modos de reencarnarse, como pueblos habitan éste planeta.
La reencarnación es una teoría seductora. El pensamiento de haber vivido otro destino, en otra época, parece apasionante. Pero ¿existen pruebas de la reencarnación? La palabra prueba es, en principio, muy inadecuada, pues la certidumbre de los grandes sabios, sus comprobaciones, no pueden considerarse pruebas en el sentido científico del termino. ¿Pueden establecerse tales pruebas científicas? Ésta es la dirección de las investigaciones del doctor Stevenson que, advirtámoslo, no titula su más célebre obra "Veinte pruebas de la reencarnación" sino "Veinte casos que sugieren la reencarnación".
Su espíritu científico le obliga a plantear el tema como una hipótesis.
En los casos estudiados, los sujetos no fueron sometidos a ninguna hipnosis ni a ninguno de los métodos de regresión que existen.
Se tuvieron en cuenta siete elementos para definir y considerar las pruebas:
- deseo de encontrar a la antigua familia;
- repetidas afirmaciones de otra identidad;
- costumbres, comportamientos, reacciones similares a los del difunto;
- deformaciones congénitas o marcas de nacimiento;
- habilidades, aptitudes insólitas, conocimientos particulares;
- conocimientos históricos, erudición;
- reconocimientos de lugares o de gentes.
Del primer tipo (deseo de encontrar a la antigua familia) en el que fue investigado un niño pequeño (cuatro años) de las ocho declaraciones hechas por el niño, siete se revelaron exactas, sólo el nombre del padre era erróneo.
En todos los otros elementos e historias, el porcentaje de aciertos tras la investigación fue asombroso.
Al considerar los pros y los contras de la reencarnación hay que tener en cuenta dos divisiones de actividad y pensamiento: la empírica y la ética. Los datos nos demuestran que hay numerosos fenómenos humanos que sugieren la existencia de la reencarnación; también es igualmente demostrable que a casi todos ellos se le pueden dar otras explicaciones, normales o paranormales; sin embargo, es indudable que después de haberse dado todas las explicaciones posibles, queda un residuo de fenómenos inexplicables para nuestro estado actual de conocimientos, como no sea por medio de teorías mucho más inverosímiles que la de la reencarnación.
También queda el tema ético en cuanto a dilucidar si la creencia en el renacimiento puede satisfacer los más elevados ideales de la moralidad humana, al menos en la misma medida que otros credos religiosos.
El fraude es la primera explicación. Los ejemplos de fraude deliberado aparecen muy poco en la literatura, y el doctor Stevenson escribe que él sólo ha conocido un caso de fraude deliberado. Perpetrar un fraude lo bastante bien como para engañar al mundo en gran escala requeriría demasiado tiempo y esfuerzo, y no tendría propósito alguna excepto para el exhibicionista paranoico o para el fanático.
El engaño inconsciente, en forma de convicción subjetiva sobre premisas falsas y supuestas existencias construidas sobre factores tales como actitudes de los padres, conscientes o inconscientes, absorbidas durante la infancia, sería algo tan insustancial que quedaría facilmente al descubierto. Sus orígenes se pueden demostrar en muchos casos por medio de la hipnosis, una técnica muy útil para descubrir verdades personales desconocidas por el sujeto.
La criptomnesia, la memoria oculta, explicaría un amplio ámbito de fenómenos y cuenta con notables capacidades, como por ejemplo la demostrada habilidad para recordar una página entera escrita en un lenguaje desconocido, vista en una sola ocasión en una biblioteca, muchos años antes, siempre y cuando el sujeto caiga en un trance inducido o espontáneo. Si la criptomnesia se alía con fantasías incubadas en la mente subconsciente, se puede crear un escenario muy convincente, sobre todo si el sujeto posee una buena educación y puede suministrar información obtenida de numerosas fuentes.
La paramnesia, o falsa memoria, es otra fuente de experiencia ficticia del pasado que a menudo tiene un matiz reencarnacionista. En este caso, los recuerdos de la vida presente se malinterpretan y se ven coloreados por otros factores, creándose la ilusión de una existencia en un pasado histórico, lo que convence al sujeto de que ha vivido antes. Cuando aparece una fuerte emoción, se incrementa a menudo la certidumbre del sujeto.
Los estados alterados de conciencia, inducidos de mado "natural" por medio de la meditación o de técnicas de entrenamiento mental, o de modo artificial por medio de las drogas, se ven acompañados a veces por fenómenos tan cercanos a experiencias de vidas pasadas que, si no son lo que parecen ser, arrojan dudas sobre esas experiencias.
También pueden existir recuerdos heredados, de carácter popular, racial, ancestral, familiar o genético. La opinión general parece ser la de que aun cuando los seres humanos heredamos ciertos recuerdos expresados en instintos de supervivencia y, posiblemente, en una mayor capacidad para aprender ciertas habilidades ("recordamos" cómo chupar, y quizá un niño moderno aprenda a montar en bicicleta con mayor rapidez que su abuelo), éstos son de ámbito bastante estrecho. Pero realmente si reunieramos todos los casos de aparente memoria heredada que aparecen en toda literatura sobre psicología anormal, parapsicología e investigación psíquica, parecería que la facultad es mucho más común de lo que se ha pensado hasta ahora; y si se demostrara que la memoria heredada existe, eso podría explicar numerosas experiencias reencarnacionistas.
La memoria cruza la frontera entre las explicaciones normal y paranormal, pues otra fuente de memoria podría ser el subconsciente universal del que habló Jung, y que se encuentra en el borde de la concepción de la memoria cósmica e incluso de los registros akásicos. Si algunas mentes humanas son capaces de extraer información del almacén de memorias de cualquier de estos depósitos, a través de algún truco psicólogico, aceptándolas luego como propias, eso podría explicar las experiencias del tipo de la reencarnación.
Si se admite la validez de los fenómenos paranormales, aparece un amplio abanico de explicaciones distintas a las de la reencarnacionista para explicar las experiencias de renacimiento.
Por ejemplo: La precognición, retrogresión, telepatia de padres, parientes o amigos, y también podría haber la paramnesia telepatica.
los recuerdos de vidas pasadas, incluyendo las extraídas de las mentes de pacientes hipnotizados, pueden tratarse de romances terapéuticos, creados a modo de anticuerpos mentales para curar las fobias y neurosis de la vida presente, o , en algunos casos, quizá se trate de valvulas de escape.
los argumentos éticos contra el renacimiento son que la fe en esa idea conduce al fatalismo, la pasividad y la depresión. Sin embargo, cualquier fe puede tener resultados negativos, desde la autosatisfacción y la beatería hasta el fanatismo y la crueldad.
A pesar de todas las diferencias que los separan, hay muchos credos en los que se detecta un cierto tema arquetípico. De alguna forma, encontramos nuestro origen a partir de Dios; descendemos a la materia; progresamos de regreso hacia Dios. El propósito del proceso es completamente ético y educativo, y consiste en, a partir de la inocencia, dirigirnos por medio de la experiencia hacia una moralidad triumfante victoriosa que nos permita ser dignos de reunirnos con nuestro Hacedor sobre -¿nos atevemos a decirlo?- términos iguales. La reencarnación sería la herramienta mediante la que se configura nuestro destino.
Yo, particularmente creo en la reencarnación. Pero cada credo reencarnacionista es una verdad, y como digo siempre, no hay verdades absolutas, en este plano solo podemos dedicarnos a buscar nuestra verdad, y esa solo la encontraremos por nosotros mismos, las herramientas (estas si) que debemos utilizar, son el conocimiento y el discernimiento que nos llevaran a esa NUESTRA VERDAD.
Las culturas antiguas solían creer en un dios supremo de los muertos, como el azteca Mictaltecuhtli.
El maestro Lao-tsé.
Esto que existe por sí mismo es denominado Tao. El Tao no tiene nombre ni forma. Es esencia única, espíritu primordial. La Esencia y la Vida no pueden ser vistas. Están contenidas en la Luz Celeste.
Les voy a revelar el secreto de la Flor de Oro del Gran Uno.
Gran uno es el nombre de aquél por encima de quien no hay nada. La magia de la vida consiste en servirse de la acción para lograr la no acción. No se deben ignorar las etapas intermedias y desear penetrar directamente en el secreto.
Los preceptos que nos fueron transmitidos nos invitan a emprender sin demora nuestro trabajo sobre la esencia. Al hacerlo debemos cuidarnos de no seguir un camino errado.
La Flor de Oro es la Luz. Nos servimos de este término como una metáfora para designar el verdadero poder trascendente del Gran Uno.
Si un hombre alcanza ese uno, se vuelve viviente; si no lo alcanza, muere. Pero aún si un hombre vive en el poder (el soplido o la respiración cósmica) no lo percibe, de la misma manera que los peces no ven el agua aunque viven en el agua. Un hombre muere cuando no tiene un soplido vital, como los pescados mueren al ser privados del agua. Por esta razón los Maestros iniciados nos han enseñado a sujetarnos a lo primordial y a conservar el uno; esto es la circulación de la Luz. Conservando el verdadero poder prolongamos la duración de la vida y podemos, entonces, poner en marcha el método que apunta a crear un cuerpo inmortal.
En consecuencia, solamente se debe hacer circular la luz; allí reside el más profundo y el más maravilloso de los secretos. Si le permitimos a la Luz circular un tiempo suficientemente largo en un círculo, ella se solidifica. Ella es ahora el cuerpo espiritual natural. Es la condición de la cual se habló en el libro del sello del corazón:
Silenciosamente vuelas hacia lo alto.