sábado, noviembre 29, 2008
Están los Alienígenas Entre Nosotros??
Autor: Luis G La Cruz
Algunos cálculos apuntan que por cada civilización de un desarrollo similar a la humana, podría haber decenas de millones de otras mucho más avanzadas.
Una aproximación
Si alguien le dijera que un equipo de alienígenas sabe de usted más que su familia y sus amigos más íntimos, probablemente sonreiría mientras piensa que esa persona debería ver a un psiquiatra. Sus sospechas aumentarían si su interlocutor añadiera que es posible que dichos extraterrestres puedan reprogramar en parte su mente y hasta ciertas condiciones de su entorno, sin que usted advierta el mínimo indicio de su actividad. Sin embargo, este escenario no es fruto de ninguna fantasía delirante, sino de un impecable ejercicio racional.
Se trata de una de las hipótesis sobre las cuales reflexionan muchos científicos. En nuestra galaxia, el Sol es una estrella joven entre miles de millones de estrellas mucho más antiguas. En el Universo observable existen billones de soles que superan ampliamente la edad del nuestro. Incluso manejando cálculos conservadores, la vida inteligente debería haberse desarrollado en otros sistemas planetarios y haber evolucionado en éstos mucho más tiempo que en el nuestro. En su libro El universo inteligente (Ed. Debate), publicado hace ya algunas décadas, el prestigioso astrofísico Fred Hoyle se preguntaba: «¿cómo llamaríamos a los individuos de una civilización extraterrestre que nos llevara algunos milenios de ventaja en términos tecnológicos?». «Todo lo que hicieran –añadía–, nos parecería magia, aunque fuese física». Nada impide que mediante técnicas como la ingeniería genética hubieran desarrollado cerebros de una capacidad inimaginable para nosotros. O que hubiesen alcanzado un dominio notable sobre el espacio y el tiempo, hasta el extremo de poder viajar a universos paralelos. O que hubieran conquistado la «inmortalidad», mediante una tecnología capaz de transferir su conciencia y toda la información psíquica de sus mentes a nuevos soportes mucho más eficaces que nuestro rudimentario hardware biológico. En este caso, no cabe duda de que a esos alienígenas les llamaríamos «dioses». Francis Crick –el codescubridor del ADN– planteó la hipótesis de que una civilización de ese perfil sembrara la vida en la Tierra.
Nada impide que ésta –incluyendo a nuestra especie– sea un diseño inteligente y parte de un experimento, o que esos seres nos observen desde la época de los homínidos y tengan de nuestra historia un conocimiento notablemente más riguroso y detallado que el nuestro, incluyendo, por ejemplo, el registro visual del asesinato de Julio César. Incluso cabe preguntarse: ¿podríamos ser una reserva ecológica protegida, inmersa en una civilización de grandes dimensiones? En un artículo titulado Universos branas, el principio subantrópico y la conjetura de indetectabilidad, publicado en Internet en 2003 (http://arxiv.org/abs/physics/0308078), la doctora Beatriz Gato Rivera, especialista en Física de Partículas Elementales y en Física Matemática, aborda este fascinante escenario y contempla la posibilidad de que nuestra cultura humana esté inmersa en una mucho más avanzada de dimensión galáctica, sin que seamos conscientes de ello. Nuestra ignorancia de dicha situación sería análoga a la de un grupo de gorilas de montaña en relación a la cultura planetaria del hombre. Para esta científica española, dicho escenario no puede descartarse si se cumplen dos condiciones.
La primera supone que los terrestres no somos típicos entre los habitantes inteligentes del Universo, sino muy primitivos. Los observadores inteligentes típicos pertenecerían a galaxias que nos llevan cientos de miles o millones de años de evolución. La magnitud de esas inteligencias podrían implicar una distancia muy superior a la que separa la nuestra de otros animales. La doctora Gato Rivera denomina a esta condición «principio subantrópico». La segunda consistiría en lo que ella misma llama «conjetura de indetectabilidad». Según ésta, todas las civilizaciones avanzadas camuflan sus planetas por razones de seguridad, de modo que los observadores externos no puedan detectar señal alguna de actividad inteligente, o sólo obtener datos distorsionados de carácter disuasorio para desalentar cualquier aproximación.
Grandes civilizaciones
En el caso de civilizaciones grandes, de dimensiones galácticas, las comunicaciones interplanetarias entre distintas bases o asentamientos también podrían camuflarse. Recientemente, dos científicos de la Universidad de Hawai, Walter Simmons y Sandip Pakvasa, han propuesto un sistema protegido de este tipo: los alienígenas dividirían sus mensajes en dos grupos de fotones y los emitirían en direcciones opuestas del espacio, hasta unos espejos que los reconducirían hacia su destino final, donde las señales se volverían a recombinar para reconstruir el mensaje original. Si esta sencilla solución de fragmentación y recombinación se encuentra al alcance de una inteligencia primitiva como la terrestre, parece claro que una cultura alienígena avanzada debería haber desarrollado sistemas mucho más perfectos para ocultar sus comunicaciones y su existencia.
Los motivos para explicar esta conducta pueden ser varios: protegerse de civilizaciones avanzadas agresivas, no interferir en la evolución de las más primitivas, o mantener libre de intervenciones extrañas a distintos sistemas sometidos a observación. Por tanto, lo que propone la doctora Gato Rivera no sólo es plausible, sino que también rebate algunos argumentos escépticos. Por ejemplo, el expuesto por Ken D. Olum en un reciente artículo –Conflicto entre razonamiento antrópico y observación– que, basándose en el modelo de la inflación cosmológica perpetua, estima que, de cada cien millones de seres inteligentes en el Universo, todos menos uno pertenecerían a una civilización galáctica. Para este autor, el principio antrópico indicaría que nosotros deberíamos pertenecer a una de ellas y no es así.
Por ello, concluye que hay algo erróneo en este razonamiento, avalando «la paradoja del alienígena ausente», formulada por Enrico Fermi en los años 50. Sin embargo, como observa Gato Rivera, Olum comete dos errores. Por un lado, supone que deberíamos ser «observadores inteligentes típicos» y, por otro, piensa que pertenecer a una civilización avanzada de ese tipo significa ser ciudadano de la misma. Sin embargo, los gorilas están inmersos en una cultura planetaria humana, pero ni son conscientes de ello ni pueden considerarse ciudadanos de la aldea global. Lo mismo podría decirse del hombre de Neandertal, o de los grupos humanos primitivos que residen en el corazón de las selvas. «La conjetura de indetectabilidad» plantea un escenario inquietante. Nada impide que exista una civilización extraterrestre avanzada en nuestro propio sistema solar.
O que, a imagen de lo que propone 2001, una Odisea del Espacio, Júpiter sea la puerta que conduce a ella, o que exista un medio paradisíaco bajo el manto gaseoso de este cuerpo, en el cual la Tierra cabe más de 300 veces. O que haya una supercultura bajo la superficie de Marte, o bases avanzadas bajo el mar terrestre o en cualquier otro punto. Más aun: los cuerpos celestes que nos parecen inhabitables debido a nuestras observaciones, podrían albergar civilizaciones con una tecnología capaz de proyectar un escudo de informaciones falsas para disuadirnos de intentar cualquier aproximación. Como en la naturaleza, este mimetismo lanzaría mensajes del tipo: «cuidado, no se acerque, veneno letal». O la imagen de páramos desprovistos de atractivo y recursos, para mantenerse a salvo de la codicia predadora de otros alienígenas avanzados y agresivos.