Michael Anderson
Sigmund Freud fue el creador del psicoanálisis pero, en el fondo de su pensamiento, siempre tuvo la creencia que, entre sus controvertidas teorías psicógenas y los mecanismos biológicos del cerebro humano, había relaciones muy íntimas que algún día la misma ciencia neurológica se encargaría de probar.
Pero ello no fue sencillo ni rápido, ya que el afamado profesor vienés murió en el año 1939, con 83 años de edad, sin que siquiera una aproximación se hubiese producido entre sus desarrollos intelectuales y los descubrimientos de los laboratorios especializados en el funcionamiento del sistema nervioso central.
No obstante, el tiempo suele ayudar al paso de las verdades y, más de un siglo después de su primera postulación revolucionaria, el 9 de enero del 2004, la revista “Science” la vidriera más famosa donde las ciencias duras muestran sus hallazgos, publicó los resultados y comentarios de un trabajo conjunto de investigación, llevado a cabo por científicos de las universidades norteamericanas de Stanford y Oregón.
El ensayo, titulado “Sistemas neurales subyacentes en supresión de memorias no deseadas”, lograba demostrar por primera vez la existencia de un mecanismo biológico en el cerebro humano, capaz de bloquear recuerdos no deseados. ¿Y qué relación tiene esto con la primera teoría freudiana del aparato psíquico?
En 1893, Sigmund Freud, en colaboración con su amigo y colega Josef Breuer, publicó lo que se dio en llamar “Comunicación preliminar” acerca de “el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”. En ese escrito, Freud y Breuer postulaban que debía investigarse en la memoria de los pacientes aquel proceso que hizo surgir el síntoma o la manifestación patológica por primera vez.
Pero alertaban que el hallazgo de ese punto de partida era particularmente dificultoso, o de resultados negativos, por tratarse muchas veces de sucesos que al enfermo le desagradaba rememorar, o no recordaba realmente lo buscado e incluso no sospechaba siquiera la conexión causal del proceso motivador con el fenómeno patológico.
A partir de ahí, Freud postulaba que era necesario hipnotizar al paciente y despertar en él durante la hipnosis los recuerdos traumáticos. Lo fundamentaba manifestando que los sucesos generadores de síntomas histéricos faltaban totalmente de la memoria de los enfermos, hallándose éstos en estado psíquico ordinario.
Freud se introducía aún más en la psiquis de sus pacientes, afirmando que en la causa de los síntomas histéricos (y después lo haría extensivo a otras neurosis como las obsesiones y las fobias) había siempre cosas que el enfermo quería olvidar, las reprimía, inhibía y suprimía del pensamiento conciente, postulando que tales sucesos, penosos por naturaleza, aparecían luego en la hipnosis como fundamento de fenómenos histéricos e incluso de delirios.
El hallazgo publicado por “Science” el 9 de enero de 2004 refuerza y relanza la controvertida tesis centenaria de Sigmund Freud , acerca de la existencia de una supresión voluntaria de la memoria. “La gran noticia es que hemos demostrado como el cerebro humano bloquea un recuerdo no deseado, que tal mecanismo existe y que tiene bases biológicas”, dijo el psicólogo de Stanford, profesor John Gabrieli, uno de los coautores del trabajo de investigación científica mencionado. Y afirmó también: “Hay que abandonar la posibilidad de que no hay nada voluntario en el cerebro que pueda suprimir la memoria, esa es una ficción errónea”.
El experimento realizado mostró claramente que hay individuos capaces de bloquear repetidamente las memorias de experiencias que no quieren recordar. Michael Anderson, profesor de psicología de la Universidad de Oregón, Estados Unidos, condujo el experimento junto con Gabrieli y otros colaboradores, el año pasado, concluyendo que: “Es asombroso pensar que con esto hemos iniciado una nueva postura científica demostrando que hay una base neurobiológica clara para el olvido motivado”.
Desde una postura puramente psicológica, Freud llamó represión a este “mecanismo psíquico de defensa”, el cual tuvo durante más de un siglo un desarrollo muy controvertido, en parte porque no estaba claro como un mecanismo así podía estar implementado en la intimidad del tejido cerebral. El estudio de Anderson, Gabrieli y colalaboradores provee un modelo claro de cómo ocurre esto, con firmes bases orgánicas.
En la época de Freud, la última década del Siglo XIX, los fenómenos histéricos eran los que llamaban la atención acerca de estas verdaderas distorsiones o represiones de la memoria conciente. En tiempos actuales, los primeros años del Siglo XXI, las cuestiones relacionadas con la memoria reprimida atrajeron considerablemente la atención, en especial a partir de casos concernientes a abuso sexual en la niñez, donde los chicos abusados no solo negaban los hechos sino que impedían reconocer a los abusadores, precisamente por “reprimir” esas memorias traumáticas.
Resulta interesantísimo recordar como Freud alertaba en 1893 que: “El propósito del enfermo de olvidar los sucesos penosos o traumáticos excluye a estos, en la mayor medida posible, de las asociaciones mentales, con lo que fracasa cualquier tipo de elaboración asociativa”.
La “comunicación preliminar” de Freud y Breuer era clarísima también cuando afirmaba que: “Los traumas psíquicos faltan por completo, o en sus componentes esenciales, del acervo mnémico de la conciencia normal”. Es decir, que no se encuentran en la memoria normal del sujeto.
Precisamente, a través de la hipnosis primero, de la sugestión hipnótica con la mano sobre la frente después y del psicoanálisis finalmente, Freud trataba de abrirse camino hacia la interioridad de la vida psíquica para provocar la reaparición del recuerdo patógeno y producir luego su descarga por reacción, en una catarsis, y luego su elaboración asociativa en el caudal normal de todas las ideas y recuerdos del paciente.
Volviendo a las observaciones del trabajo de Anderson y colaboradores: “La memoria de las personas empeora cuanto más tratan de evitar pensar sobre el recuerdo patógeno. Si con firmeza se expone a la gente a rememorar un recuerdo sobre el que no quieren pensar, verdaderamente no lo recordarán como a los recuerdos vivenciados sin el deseo de apartarlos de la mente”.
Michael Anderson ya venía trabajando de tiempo atrás sobre el tema y, en el año 2001, había anticipado la posibilidad de confirmar sus hipótesis, en un trabajo publicado en “Nature” y titulado “Memorias reprimidas por control ejecutivo”. En sus investigaciones en una escala más amplia, con sus colegas de la Universidad de Stanford, utilizaron imágenes escaneadas del cerebro para identificar los sistemas neuronales involucrados en la supresión activa de la memoria.
El núcleo del hallazgo mostró que el control de los recuerdos no deseados estaba asociado con una activación aumentada del cortex cerebral frontal izquierdo y derecho, como la parte del cerebro usada para reprimir la memoria, junto con una correspondiente reducción de la activación del hipocampo, la parte del cerebro usada para recordar las experiencias.
“Por primera vez encontramos mecanismos biológicos capaces jugar un rol en el olvido activo”, dijo Gabrieli. El descubrimiento, que avala la primera teoría freudiana de la represión, ha sido considerado del mayor interés en términos de aplicación práctica, en la observación de trastornos emocionales y experiencias traumáticas, como así también en los efectos patológicos e indeseables de las memorias represivas. Gabrieli reconoció además que la postulación freudiana era más amplia todavía que el descubrimiento por ellos realizado: “La idea de Freud era que, aunque alguien sea capaz de bloquear un recuerdo desagradable, que es lo que nosotros hemos podido demostrar con esta investigación, ese recuerdo desagradable queda escondido en algún lugar y esto tiene consecuencias, aunque todavía no se sepa exactamente ni como ni porqué, en términos de actitudes y comportamientos”.
Precisamente, Freud consideraba que los síntomas fundamentales de la histeria representaban un “retorno de lo reprimido”, es decir que el recuerdo traumático bloqueado quedaba en algún lugar “depositado”, desde el cual se comportaba como un cuerpo extraño, separado de la memoria normal, y ejercía a través del síntoma una acción eficaz y presente por mucho tiempo que hubiera pasado. Además, para Freud, el recuerdo traumático conservaba toda su vitalidad y no sucumbía al desgaste común de los recuerdos habituales de la vida cotidiana.
Para Anderson, neurobiológicamente, la idea es que el mecanismo orgánico puesto en juego para controlar por bloqueo memorias evidentes, puede luego ser reclutado para recuperar dichos recuerdos, que forman parte de lo inconciente. En definitiva, lo mismo que esperaba Freud: “hacer conciente lo inconciente”.
Hoy ya casi no se ven casos de histeria a lo Charcot o a lo Freud, por eso Anderson y colaboradores sostienen que su descubrimiento del primer mecanismo biológico cerebral para suprimir memorias podría ser utilizado en un futuro cercano como herramienta para tratamientos nuevos, biológicos, en casos de obsesiones, fobias, adicciones y trastornos por estrés post traumático (lo que Freud llamaba histeria traumática).
Por eso creo que, quienes prematuramente condenaron a Sigmund Freud solo a un lugar de referencia en la evolución histórica del pensamiento psiquiátrico y psicológico, hoy tendrían que aceptar a la luz de estos flamantes descubrimientos que las intuiciones de ese verdadero genio que nació en Frieberg, Moravia, en 1856, tenían mucho más de verdad que lo que le aceptaron sus contemporáneos. Y realmente también habrá que convencerse de que Sigmund Freud se anticipó un siglo al pensamiento científico de su época.