jueves, noviembre 27, 2008

La Meditación como Educación


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La educación espiritual nos conduce al entendimiento y la experiencia de nuestra existencia holística como seres humanos, al conocimiento de que somos seres espirituales así como físicos, mentales y emocionales. A menos que se reconozca el factor espiritual, no se puede comprender la compasión de la naturaleza humana.
Una verdadera educación espiritual se podría describir como:

Aprender de los demás.
Crecer a través de los demás.
Integrarse con los demás.
Contribuir a los demás.

Cuando estamos aprendiendo de forma genuina, sólo entonces podemos experimentar
crecimiento espiritual. Cuando crecemos, nos integramos con los demás y es en esta
integración que se da una contribución mutua y natural a la naturaleza y ser de cada uno.

Estos cuatro procesos de educación están funcionando constantemente, pero sólo se
producen de una manera significativa y que podamos disfrutar cuando los recursos
espirituales del ser se activan y se usan de forma creativa.

Estos recursos, en conjunción con la mente y el intelecto, enriquecen nuestra manera de ver el mundo, la forma en que interactuamos con el mismo y la forma en que individualmente creamos nuestro lugar en él. Estos recursos son las cualidades originales del ser, que no hemos usado apropiadamente durante largo tiempo. Con el reconocimiento de nuestra dimensión espiritual, empezamos a aprovechar y usar estas energías positivas.

A fin de iniciar y sustentar este proceso necesitamos fe en el ser:

¿Creo en quién soy yo?
¿Creo en lo que tengo?
¿Creo que puedo ser más?

Nuestros recursos originales son muy sencillos: amor, paz, pureza, conocimiento y felicidad.

En la meditación Raja Yoga a éstas se las denomina las cinco cualidades originales del alma. Cuando retornamos nuestra conciencia a estas cinco cualidades y las recordamos, entonces podemos traducirlas de esta manera:

Amor:
Cuido y comparto.

Paz:
Armonizo y reconcilio.

Pureza:
Respeto y honro.

Conocimiento:
Soy y existo.

Felicidad:
Expreso y disfruto.

Nuestros recursos originales son: el amor, la paz, la pureza, el conocimiento y la felicidad.

Para comprender y recordar estas cualidades, necesitamos reconocer las profundas y
pesadas sombras que las han emborronado o contaminado. A veces no reconocemos los
contaminantes porque se han adherido tan profundamente en la personalidad que decimos
“soy así”.

No nos damos cuenta de que somos más que los límites que repetidamente nos ponemos.
¿Qué es lo que nos limita y nos eclipsa? Con los pensamientos de “yo necesito”, “yo quiero” y “yo poseo”, las personas se valoran en relación a los aspectos externos y materiales de sus vidas. Sin embargo, esto no funciona y cuando insisten en comportarse de esta manera (es decir, en relación a lo externo), entonces se generan apegos adictivos. Intentan llenarse, pero sucede exactamente lo opuesto: el ser se queda cada vez más vacío.

Desafortunadamente, el mecanismo de las necesidades y la avaricia, funciona de esta
manera: primero se genera la ilusión de ganar algo, y segundo, cuando no se consigue, se produce la experiencia de pérdida, en lugar de enriquecimiento. Cualquiera que sea la adicción, no importa cuan camuflada pueda estar, tranquila pero firmemente, arruinará a la persona. Es una enfermedad silenciosa que podemos curar con la meditación.

La ira en todas sus manifestaciones es el resultado directo de una expectativa insatisfecha y conlleva lamentos (aunque a veces sean silenciosos) como “Deberían haber hecho esto”, “Debería haber sucedido esto” o “¿No sabes hacerlo mejor?”. La decepción, las acusaciones y las demandas son energías violentas, que arrojamos a nuestro alrededor de forma fácil y natural en nuestra vida diaria cuando no se satisfacen nuestras expectativas. Son como un fuego que consume nuestras cualidades espirituales originales, convirtiéndolas en un polvo que contamina el ser y a los demás.

En lugar de ello, sigamos practicando el orientar nuestros pensamientos hacia nuestro ser y recordando nuestra fuente originaria de paz. En esa experiencia de paz profunda y natural encontraremos equilibrio y claridad y la habilidad de tolerar y de amoldarnos a lo inesperado.

Una de las claves de la práctica de la meditación es reunir rápidamente nuestra energía del pensamiento y llevarla hacia el interior para conectar con nuestras cualidades originales, no importa lo que suceda fuera o incluso dentro.
He de desconectarme de todo lo externo y conectar con las energías internas que me dan un soporte.

La meditación, en la práctica, significa entrar en esta reserva de paz siempre que
necesitemos durante el curso del día. Este ejercicio incrementa el autocontrol
y previene las explosiones y reacciones de ira que desgastan nuestra fortaleza. El método fácil es no tener expectativas sino aceptar: entonces la tolerancia y el respeto hacen nuestra vida mucho más confortable.

Puede que hayan otras sombras y contaminantes, pero con frecuencia nuestro dolor se
origina en: “Yo poseo”, “yo necesito”, “yo quiero”, “mío” y “mis expectativas”. Si aprendemos a reconocer las características de tal conciencia, estaremos en posición de diluir las situaciones y pensamientos difíciles antes de que nos abrumen. Simplemente tenemos que permanecer despiertos, y ese estado de alerta evita que estas sombras nos dominen y nos hagan inconscientes.

Nuestras necesidades y querencias se satisfacen de una manera sana sintonizando con los recursos originales del alma, debido a que su satisfacción no depende de nadie ni de nada externo. Cuando nos sustentamos desde el interior, entonces nuestro bienestar es seguro y progresivo. Como resultado, cuando mostramos y expresamos nuestras cualidades originales del ser a los demás, sea la paz, la felicidad o el amor, éstas incrementan de forma natural en el interior. Cuanto más damos incondicionalmente, más tenemos. Este milagro del “ser de calidad” es la consecuencia de la pureza natural, el estado original de altruismo, que
Dios siempre posee y al que los meditadores aspiran a retornar.