lunes, diciembre 01, 2008

Lo Sagrado y los Límites de la Existencia


por Josep Oton


1-El sentido de lo sagrado

Disponemos de diversas estrategias para definir un concepto, objeto o persona. Habitualmente solemos recurrir a la descripción de la apariencia de lo que intentamos definir. También podemos usar palabras sinónimas o del mismo campo semántico.

Ahora bien, para definir un concepto, objeto o persona hay que determinar sus límites, ya que de-finir significa, precisamente, de-limitar. Así por ejemplo, definimos una figura geométrica a partir de sus contornos. Cuando nos referimos a una parcela de terreno, la definimos a partir de sus límites. Lo mismo nos sucede con un país, que queda definido por sus fronteras. Al referirnos a un personaje histórico, aducimos como dato relevante el año de su nacimiento y el de su muerte. Y un río viene definido por su nacimiento y su desembocadura.

Definir consiste, por lo tanto, en remarcar los límites de una realidad para distinguirla de lo que no es.

Cuando intentamos realizar la misma operación con el ser, la existencia o la realidad, en sentido metafísico, tropezamos con la dificultad de marcar sus límites. ¿Cuáles son las fronteras del ser? ¿Y de la existencia? ¿Y de la realidad?

Estamos tan acostumbrados a ser, a existir y a vivir inmersos en la realidad que nos resulta difícil precisar sus límites e imaginarnos que es el no-ser, la no-existencia o la no-realidad. Porque, incluso cuando nos referimos a la nada o al vacío, difícilmente sabemos de qué estamos hablando.
Cuando nos referimos al ser, la existencia o la realidad, podemos utilizar las herramientas que nos proporciona la ciencia y la técnica. Entonces nos sentimos dueños y señores de nuestro destino. Todo tiene respuesta; todo tiene solución; no hay misterios que se resistan a la ciencia. En cambio, cuando nos asomamos al borde de nuestras seguridades, cuando nos aproximamos imprudentemente a las fronteras de nuestro pequeño mundo, entonces nos sentimos contingentes. Sentimos el miedo de lo desconocido. O peor aún, el miedo a lo inefable. Nos falta vocabulario, referentes, modelos,... para definir lo que se encuentra frente a nosotros. ¿No hay nada? ¿Es la nada? ¿Es el caos? ¿Es algo? ¿Es el Infinito o la supuesta Eternidad?

Para aludir a los límites del ser, de la existencia o de la realidad, recurrimos al concepto “misterio”. Es necesario distinguir entre misterio y enigma. Un enigma es un problema que tiene solución pero, por el motivo que sea, permanece velada hasta que alguien la descubra. En cambio, el concepto misterio alude a un problema para el cual no hay una respuesta definitiva.

En este sentido, el misterio es similar al horizonte, siempre presente, siempre retador, pero siempre inalcanzable. Por más que nos acerquemos, el horizonte siempre permanecerá lejano. De manera semejante, nos podemos acercar al Misterio a través de soluciones parciales y provisionales para resolverlo, aunque siempre permanecerá fuera de nuestras posibilidades.
El ser humano, cuando se plantea las grandes cuestiones de su existencia, se está asomando a un gran abismo, a un gran misterio insondable. Acostumbrado a las seguridades que le brinda el ser, la existencia y la realidad, siente un vértigo terrible al afrontar lo que no tiene solución. No dispone de términos apropiados para definirlo. El ser, la existencia y la realidad están limitados por algo que no tiene definición, por uno -o diversos- misterios.

Pero, por otra parte, no podemos eludir esta pregunta. Si no sabemos qué es, tampoco sabemos qué somos, porque nos definimos por nuestros límites. Y, si no podemos definir nuestras fronteras, tampoco podemos definirnos a nosotros mismos. Entonces nuestras seguridades se vienen abajo. Nuestra ciencia, nuestra técnica, nuestra política,... son un complicado castillo de naipes construido sin ningún fundamento sólido.

Para soportar semejante tensión y evitar tan terrible vértigo, cada civilización, de forma espontánea y por pura necesidad, ha elaborado su propio lenguaje referido al misterio. El ser humano ha ideado un complicado lenguaje simbólico para domesticar el asombro y el estupor que genera la cercanía de los límites del ser, de la existencia y de la realidad. Se trata de lo sagrado.

El ser humano recurre a lo sagrado, es decir, lo separado, aquello que separa, lo limítrofe, lo fronterizo, para preservarse de la terrible sensación que le genera no conocer con exactitud sus límites y, por lo tanto, no conocerse a sí mismo.

Lo sagrado es el territorio cercano a la orilla donde se hace evidente el límite. Por tanto, es la zona de ruptura, de discontinuidad, de crisis. Por este motivo, es el espacio privilegiado donde nos podemos cuestionar quiénes somos, ya que sólo en la discontinuidad nos percatamos de la continuidad. Tal vez no sepamos a dónde vamos o a dónde debemos ir, pero sí dónde estamos.

Del mismo modo que al recluir a los delincuentes en prisiones, en el fondo, una sociedad está definiendo qué ciudadanos considera honrados, lo sagrado, al segregarse de lo profano, lo impregna de significado. Al marcar la zona reservada a lo sagrado, estamos, en realidad, ofreciendo espacio a lo profano para que se desarrolle sin la presión que origina la vecindad del límite. Lo sagrado actúa como un escudo que protege el ser que, de otra manera, no resistiría la tensión generada por la condición de ser contingente.

Aunque, la comprensión del límite desconcierta, desafía a la inteligencia y la desborda, la reflexión sobre este misterio es tremendamente fecunda. Tal como afirmaba Simone Weil: “Los auténticos misterios de la fe también son absurdos, pero de un absurdo que ilumina la reflexión y la hace producir en abundancia verdades evidentes para la inteligencia.” [1]
Desde la experiencia que nos aporta la vecindad con el límite, y a través de la gramática del misterio elaborada desde lo sagrado, podemos entender qué es el ser, la existencia y la realidad. No descubrimos algo que no esté ya en ellos, pero desde el límite los podemos mirar desde otra perspectiva. Podemos tener una visión más completa y llena de sentido. Podemos descodificar una parte del mensaje que está velado y que, desde dentro, resulta ininteligible. Sólo desde la distancia es posible captar parte de su significado. Los árboles nos impiden ver el bosque. Sólo desde la perspectiva aérea podemos encontrar la clave para salir del laberinto.

Lo sagrado, por tanto, proporciona este distanciamiento del mundo que nos permite, a su vez, comprenderlo. Se trata de un extrañamiento que deviene entrañamiento. En consecuencia, revela el sentido del ser, de la existencia y de la realidad. Y al interpretarlas de una manera nueva, es posible transformarlas. Sólo a partir de un diagnóstico acertado es posible aplicar el tratamiento correcto. Interpretar implica transformar y, por tanto, alterar los límites. No revela algo nuevo o diferente, ni tan siquiera revela lo que no es, sino que sólo desde lo inexpresable es posible expresar lo que es y asumirlo de forma libre, consciente y responsable.

Por consiguiente, en la proximidad del límite, el terreno de lo sagrado, se produce la revelación. Entonces es posible hacer una relectura (relegere-religión) de la realidad y de la historia. La función de lo sagrado no es, por tanto, el cuidado del Misterio, sino la relación con el Misterio para proporcionarnos las claves que nos revelan qué somos y cómo debemos vivir.

Desde la cercanía del límite es posible experimentar la certeza de que el ser, la existencia y la realidad, tal como los conocemos, están dotados de una profundidad para nosotros desconocida que les confiere una solidez y consistencia desde la cual es posible sostener la vida. En contacto con lo inexpresable se descubre que lo que ahora somos capaces de conocer no se autojustifica; no es definitivo, sino que apunta hacia unos horizontes cuyo significado desborda la capacidad descriptiva y explicativa de nuestro lenguaje ya que rebasa nuestro actual marco de sentido.
En consecuencia, sólo desde el ámbito de lo sagrado podemos acercarnos, no sólo al límite, sino a nosotros mismos. Sólo desde la definición que surge del conocimiento del límite podemos entender y dar sentido a lo profano. Para cumplir esta función, consagramos personas, lugares, objetos y tiempos.

Es necesario romper el ficticio dualismo sagrado-profano y asumir lo sagrado como una perspectiva desde la que es posible generar una hermenéutica que nos permite descifrar el sentido de lo profano; y, a partir de esta interpretación del ser, de la existencia y de la realidad, es posible entenderla, amarla y, si así se requiere, transformarla.
En definitiva, el límite actúa como el espejo donde nos reflejamos y que nos permite conocernos. A través suyo, nos descubrimos como seres limitados. Conforme conocemos el límite, nos conocemos a nosotros mismos. En el descubrimiento de su finitud, de su debilidad, de su caducidad, de su vulnerabilidad, al ser humano le es revelado, de forma parcial y provisional, lo que es -sin el conocimiento de sus limitaciones ignora quién es realmente- pero también puede descubrir que su significado no se agota donde terminan sus supuestos límites.


2-Los límites de la existencia

¿Cuáles son estos hipotéticos límites? El ser humano percibe su limitación en diferentes circunstancias, pero principalmente es consciente de su carácter limitado cuando se enfrenta al misterio sobre el origen, sobre el fin y sobre el dolor.

El origen, el fin y el dolor no son en sí mismos los límites, pero evidencian la finitud del ser, de la existencia y de la realidad. Por este motivo se trata de conceptos muy vinculados a lo sagrado. Toda religión intenta buscar palabras y símbolos para articular todo lo referente al nacimiento, la muerte y el sufrimiento.

El lenguaje religioso, sus ritos, sus doctrinas, sus mitos, aluden al origen, al fin y al dolor y proyectan, al otro lado del horizonte, un mundo que da sentido a este mundo; un Cosmos del cual nuestro cosmos tan solo es un reflejo imperfecto y distorsionado.

Se trata de tres categorías que ponen de manifiesto que el ser, la existencia y la realidad no se justifican en sí mismas, es decir, no tienen sentido por sí mismas. Son puntos de intersección entre lo que es, tal como lo conocemos, y lo que se halla más allá de las fronteras de lo conocido.


2.1 El origen

El misterio del origen del Universo, de la vida y de cada ser nos sumerge en la fascinación de descubrir que lo que ahora es, antes no era. Esta pregunta, que a menudo los niños formulan ingenuamente, “¿dónde estaba antes de nacer?”, es el gran interrogante que nos muestra, y nos demuestra, que no somos eternos. El mundo existía sin nosotros y, por lo tanto, puede continuar existiendo sin nosotros. Somos seres prescindibles. El origen pone en evidencia uno de nuestros dolorosos límites.
Entonces recurrimos a lo sagrado en busca de mitos y de ritos que nos calmen ante la pregunta ¿por qué el ser y no la nada? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Por qué tuve que nacer?

A través de los mitos, de la determinación de tiempos sagrados (el cumpleaños, la Navidad,....), de la repetición de ceremonias (el ritual de la ofrenda anual de los regalos de cumpleaños y Navidad), y del uso de nuevos fetiches (muñecos y muñecas), gestionamos los sentimientos referidos al nacimiento. Aportamos una lectura positiva de un límite que, a pesar de ir acompañado de sufrimiento, se revela como fuente de alegría y de esperanza.


2.2 La muerte

La muerte, por su parte, también pone de manifiesto nuestra caducidad. De nuevo, y con mayor dureza, descubrimos que no somos eternos y que, por muy maravilloso que sea el mundo que construyamos, tan solo somos inquilinos temporales. Nunca lograremos ser los propietarios definitivos. Siempre habrá alguien que nos sustituya.

Lo sagrado vuelve, con su lenguaje simbólico, a paliar el desconcierto de la finitud. De nuevo reaparecen los mitos para aportarnos su dosis de esperanza que nos haga soportable la convivencia con el límite. Sacralizamos el tiempo (período de duelo, aniversario de la muerte, día de los difuntos) y el espacio (cementerio, monumentos en memoria de los fallecidos en un accidente, guerra o atentado). Organizamos ceremonias (funerales, actos de homenaje) en memoria de los que ya no están. Son estrategias que canalizan el dolor por la pérdida del otro, pero también la sensación de finitud de los que viven y, de este modo, los preservan del terrible drama de saber que han nacido para morir.


2.3 El mal

Lo sagrado, además, afronta la ingrata tarea de dialogar con el dolor, con la injusticia, con el mal, con aquello que no encaja en la supuesta lógica del rompecabezas de la realidad (lo dia-bólico). Aquello cuyo significado escapa a toda pretensión científica o técnica. Vivíamos bajo la ilusión de que el mundo podría ser perfecto. Pero el mal, el dolor, el sufrimiento nos hacen despertar de este ingenuo sueño. Ante la pretensión de un sistema perfecto, el mal pone de manifiesto sus errores, sus disfunciones, o peor aún, su falta de sentido.

En este sentido, el mal es fuente de revelación porque interpela al ser humano cómodamente instalado en sus seguridades. Le cuestiona la lógica de lo que es. Le reta a enfrentarse a lo irracional, al caos, al desorden, al desconcierto. Entonces el ser humano tiene que recurrir a una hipotética lógica que sólo puede ser justificada más allá del horizonte de la existencia.

En este sentido el mal -o lo que percibimos como mal- es un elemento desestabilizador que, desde una tensión dialéctica con lo que denominamos realidad, incita a buscar nuevas fórmulas explicativas, nuevas respuestas, nuevas soluciones. Este molesto elemento interpelador desafía los esquemas establecidos y nos obliga a seguir investigando (buscar vestigios). Lo sagrado aparece entonces como el lenguaje simbólico capaz de vehicular este conflicto, a la vez vital y cognitivo.


3-Los frutos del límite

La mayor parte del tiempo la dedicamos a permanecer dentro de los límites del ser, de la existencia y de la realidad sin preocuparnos de ellos. Pero, en ocasiones, la vida nos empuja hacia el límite. Entonces nos percatamos del Misterio. También hay los que, por razones que se nos escapan, dedican más tiempo a visitar el límite. Son los chamanes, místicos, poetas, artistas y creativos, habitantes de la frontera. Seducidos por el abismo se convierten en seres limítrofes, es decir, que se alimentan de los frutos del límite.

Cultivan estos frutos que, una vez elaborados, se convierten en alimento sano y saludable que nutre a los que viven de espaldas al límite. Entonces, estos consumidores de alimentos procedentes del límite se benefician de estos frutos sin tener que aventurarse a viajar por las peligrosas regiones fronterizas.

De las semillas de estos frutos nacen las diversas religiones constituidas. Proceden del límite, pero, una vez institucionalizadas y normativizadas, actúan como los otros productos de la cultura: redecoran la realidad para preservarnos de la angustia de la finitud. Entonces, lo supuestamente sagrado se convierte en profano y desde lo profano, insatisfecho con lo sagrado domesticado, surge una nueva forma de abordar el límite.

Conforme la religión se asienta en los dominios de la realidad y se aleja del ámbito del límite, se desacraliza. A medida que la religión se transforma en filosofía, protocolo social, código ético e institución política (de “polis”, ciudad) pierde su capacidad de diálogo con el misterio del límite y, por su lado, la sociedad profana, que continúa anhelando respuestas para lo que no hay respuesta, genera sus propias estrategias de diálogo con los límites de la existencia.
De este modo, mientras lo religioso se desacraliza, asistimos a una metamorfosis de lo sagrado que se hace presente en el mundo teóricamente profano.


4-La metamorfosis de lo sagrado en la cultura contemporánea

Durante el siglo XX, las religiones de Occidente han ido asumiendo los postulados de la Ilustración. O quizá, la Ilustración sea la explicitación profana de los principios religiosos de Occidente. Sea como fuere, mientras las religiones occidentales han ido perdiendo su dimensión de misterio, nuevas formas espirituales están emergiendo en el actual panorama cultural.

Mircea Eliade, el célebre historiador de las religiones, ya defendía, a mediados del siglo XX, que “el hombre profano, lo quiera o no, conserva aún huellas del comportamiento del hombre religioso, pero expurgadas de sus significados religiosos” y “continúa obsesionado por las realidades de que abjuró”. Incluso se atreve a afirmar que “el hombre moderno que se siente y pretende ser arreligioso dispone aún de toda una mitología camuflada y de numerosos ritualismos degradados” [2]

Según Eliade, “entre los modernos que se proclaman arreligiosos, la religión y la mitología se han “ocultado” en las tinieblas de su inconsciente –lo que significa también que las posibilidades de reintegrar una experiencia religiosa de la vida yacen, en tales seres, muy en las profundidades de ellos mismos-“. Y más adelante añade que, como consecuencia de esta ocultación de lo religioso en lo inconsciente, “el hombre arreligioso ha perdido la capacidad de vivir conscientemente la religión y, por tanto, de comprenderla y asumirla; pero en lo más profundo de su ser, conserva aún su recuerdo” [3].

Podríamos distinguir tres tipos de manifestaciones de la civilización contemporánea que responden a esta religión oculta en las tinieblas del inconsciente.


4.1-Los metarrelatos

Durante los últimos siglos, en Occidente se ha configurado un marco conceptual que ha permitido el avance científico, el desarrollo económico, el sistema democrático y el progreso del pensamiento. A este marco referencial se le ha asignado el nombre de modernidad.

Según el pensador italiano Gianni Vattimo, la modernidad considera la historia humana como un proceso de emancipación gradual, es decir, como la realización, cada vez más perfecta, del “hombre ideal”, culminación del proceso evolutivo. Si la historia está dotada de este sentido progresivo es evidente que tendrá más valor lo más moderno o más avanzado, aquello que está más cerca de la conclusión del proceso. Ahora bien, la condición previa para concebir la historia como la realización progresiva de la humanidad estriba en que pueda ser vista como un proceso unitario. [4]
Jean F. Lyotard se refiere a esta visión unitaria de la historia con el término “metarrelato”:
“Estos metarrelatos no son mitos en el sentido de fábulas. Es cierto que, igual que los mitos, su finalidad es legitimar las instituciones y las prácticas sociales y políticas, las legislaciones, las éticas, las maneras de pensar. Pero, a diferencia de los mitos, estos relatos no buscan la referida legitimidad en un acto originario fundacional, sino en un futuro que se ha de producir, es decir, en una Idea a realizar. Esta Idea (de libertad, de "luz", de socialismo, etc.) posee un valor legitimante porque es universal. Como tal, orienta todas las realidades humanas, da a la modernidad su modo característico: el proyecto." [5]

Para George Steiner, estos metarrelatos, es decir, las grandes ideologías del siglo XX, han ejercido un papel similar a la religión. Él los denomina “credos sustitutorios”. Este autor considera que el hombre actual, a pesar de todos los avances técnicos y científicos, sigue teniendo hambre de mitos. Por esta razón, el marxismo, el psicoanálisis o el estructuralismo, a pesar de su posicionamiento antirreligioso y de su planteamiento de un mundo sin Dios, aportan una pretensión de totalidad que evoca las profundas aspiraciones religiosas de los individuos. Para Steiner, estas ideologías intentan llenar el vacío central dejado por la erosión de la teología: “Como nunca anteriormente, tenemos hambre de mitos, de explicaciones totales, y anhelamos profundamente una profecía con garantías.” [6]


4.2-Las nuevas formas de espiritualidad

Otras manifestaciones son aquellas explícitamente espirituales. El término “New Age” [7] parece englobar a todo este amasijo de técnicas de meditación, terapias alternativas, etc. La literatura sobre estos temas es abundante y no me centraré en su descripción.


4.3-La cultura profana

En cambio, quisiera destacar un tercer tipo de manifestación. Se trata de aquellas manifestaciones de la sociedad civil que, sin ninguna intención explícita de referirse a lo religioso, lo sagrado o al misterio, cumplen de forma espontánea este cometido ya que lo sagrado subyace en el inconsciente y se expresa a través de la cultura. Ejemplos de esta manifestación de lo sagrado en lo profano los podemos encontrar en los deportes, la música, el cine, el interés por la ecología, el arte contemporáneo y la filosofía de la muerte de Dios.

Los diversos rituales deportivos, ¿no repiten gestos religiosos de origen inmemorial? ¿Acaso los deportes no canalizan los aspectos irracionales del ser humano como antaño hacían las religiones a través de sus ceremonias?
La música, ¿ los modernos ritmos que enardecen a los jóvenes, y a los no tan jóvenes, no nos recuerdan a la música ritmada de las sociedades tribales, música utilizada en sus ceremonias chamánicas?

El cine, ¿no nos aporta un panteón de nuevos héroes que superan pruebas iniciáticas y se enfrentan a nuevos monstruos, personificaciones del mal?
La creciente sensibilidad ecológica, ¿no nos evoca los cultos ancestrales a la Madre Tierra? ¿Acaso no estamos recuperando el sentido sagrado de la naturaleza? ¿Nos encontramos frente al renacimiento de la religión natural? El retorno a la natural ¿no nos deja entrever las huellas de la nostalgia del paraíso, el deseo de reintegrarse al estado edénico? [8]
Las pinturas negras de Mark Rothko, ¿no están plasmando cromáticamente la espesa nube desde la que Yahveh hablaba con Moisés, o la nube del no saber, o la Noche Oscura del alma, o la sensación de oscuridad que produce la inefabilidad divina?

La filosofía de la muerte de Dios, anunciada por el loco de la linterna de Nietzsche, ¿no es la recuperación de los mitos deicidas de Osiris, Dionisio o del propio Cristo? ¿No es una manera de referirnos al crepúsculo de los dioses de la mitología germánica? ¿O una forma de expresar que la capacidad creadora de la Divinidad va acompañada de su propia kenosis?