Situación 1: Una tarde de otoño ya avanzado, un niño estaba por salir cuando su madre le dice: "Va a refrescar. Cuida de no resfriarte. Ponte un abrigo". El padre -delante del niño- interviene diciendo: "¡Déjalo que salga como está! No hace tanto frío. Vas a hacerle un debilucho". "¡Claro! -contesta la madre levantando la voz-. Como no eres tú quien lo cuida cuando se enferma..."
La escena continúa cada vez más violenta.
El niño observa y escucha.
Situación 2: El padre amonesta severamente a su hijo. La madre -delante del niño- recrimina al padre diciéndole: "Eres muy exigente con el niño, ¿no recuerdas lo que tu hacías a su edad?". El padre -casi gritando-: "¡No te metas! Yo sé lo que hago. ¿Qué se cree este mocoso? ¿Que va a hacer lo que quiera?".
La madre no se queda atrás. El padre tampoco.
El niño observa y escucha.
Situación 3: Un día domingo el padre y el hijo están por salir de paseo. La madre recomienda al primero que cuide lo que el niño coma. Van al parque de diversiones y el padre deja que el niño coma dulces y toda clase de comidas en los puestos ambulantes, pero le advierte: "No se lo digas a mamá. Dile que comiste otra cosa".
"Si lo llega a saber nos come crudos".
El niño observa y escucha.
Situación 4: "Usted se queda en cama en penitencia hasta que yo regrese", le dice el padre a su hijo en castigo por alguna travesura. Luego se va al trabajo. Media hora después la madre se acerca a la cama del niño y melosamente le dice: "¡Pobrecito! y agrega, con un gesto en el que trata de ser severa pero que no engaña al niño: Es la última vez que desobedeces a papá. ¿Estamos?".
"Pero antes de que llegue te acuestas de nuevo".
El niño observa y escucha.
Situación 5: Harta de los "desastres" que el niño ha provocado, la madre le dice con tono amenazante: "¡Vas a ver cuando venga papá! Le voy a contar todo lo que hiciste. ¡La paliza que te va a dar!". El padre regresa y su mujer cumple con lo prometido. "Este niño estuvo insoportable. Hizo esto y lo otro". El padre reacciona malhumorado: "¿Acaso yo soy el ogro? ¿Por qué no lo castigas tú? Uno llega del trabajo esperando encontrar tranquilidad y se encuentra con esto". La madre excitada replica: "¡Y todavía te quejas! Se ve que no tienes que aguantarlo todo el día. Además... ¿qué crees que hago yo en casa? ¡Si trabajo más que tú!". Las palabras van y vienen.
Por último el padre, fuera de si, grita al niño y le da una paliza.
El niño observa, escucha... y llora.
Los padres socavan su autoridad
Las situaciones que acabamos de exponer, ponen en evidencia un error que muchos padres cometen en la educación de sus hijos: socavan su autoridad al poner de manifiesto su falta de unión y entendimiento. Estos padres están derribando los pilares de la confianza y el respeto mutuo sin pensar que mañana "se les caerá el techo encima". Los padres que sistemáticamente hacen añicos su propia autoridad, no pueden pretender que sus hijos les obedezcan.
Hay que ponerse de acuerdo
El ejemplo de confianza en los cónyuges facilita le obediencia de los hijos, en cambio, inclinan a la desobediencia los padres que con sus discusiones dan un ejemplo de discordia. En la mente del niño la familia es una unidad y los padres son una sola cosa -como idealmente debe ser- y actitudes opuestas sobre un problema lo desorientan. No debería haber grandes disensiones entre los padres, pero si las hay, el niño debería observar que se resuelven dentro de ciertos límites de respeto y confianza.
Si uno pierde la cabeza, que no la pierda el otro
Si uno de los cónyuges considera equivocada una medida tomada por el otro, no lo contradiga delante del niño. Si cree absolutamente necesario intervenir en ese momento, hágalo con serenidad y prudencia y solamente para mitigar las consecuencias de lo que él considera un error. Las críticas, el cambio de ideas y el acuerdo sobre cuál es la mejor manera de educar a los hijos, vendrán después. Nada hay más perjudicial para los que ejercen la autoridad, que discutir "perdiendo la cabeza" frente a sus subordinados. Si uno pierde la cabeza, que el otro la conserve. Así no dará a sus hijos el triste espectáculo de una discusión violenta, incongruente, de oídos sordos, de odios y rencores entre los seres que más ama. Las consecuencias de un error educacional, salvo excepciones, nunca serán tan graves como la de una disputa conyugal delante de los hijos.
No hay que desautorizar al otro cónyuge
En ningún caso los esposos deberían desautorizarse modificando una orden dada por el otro, otorgando un pedido negado o levantando una penitencia impuesta. Además de perder autoridad, crean mutuos resentimientos -gérmenes de futuras discusiones- e incitan al niño a adoptar una actitud "astuta" frente a sus padres: oscilando como un péndulo hacia uno u otro, según convenga a sus deseos. Igualmente, los padres no deberían recurrir a la amenaza de contárselo al otro, es una confesión de impotencia que les quita autoridad moral.
La unidad conyugal sólo puede ser producto de la confianza y el respeto
La obediencia de los hijos es el reflejo de la unidad conyugal y ésta es producto de la confianza y el respeto que reina entre los padres. Un ambiente cargado de comprensión; sinceridad; comunicación; tolerancia; sacrificio y búsqueda de una auténtica felicidad de los seres que se ama. Cuando en un hogar se vive este ambiente, difícilmente llegan a ser un problema los hijos adolescentes. La unión y buena voluntad de los padres, permiten al adolescente superar las dificultades que normalmente se le presentan. Cuando un joven vive en un ambiente en que se ama y se siente amado y comprendido, tiende a sentirse ayudado por esos seres que lo aman y a quienes ama.