por Ken Wilber
Mucha gente cuestiona seriamente el "misticismo" o "trascendentalismo" porque se supone que, de algún modo, niega a este mundo, odia a la tierra, o desprecia al cuerpo, los sentidos, la vida, etcétera. Pero, si bien eso puede ser cierto en algunos casos infaustos, no tiene absolutamente nada que ver con la comprensión esencial de los grandes místicos no duales, desde Plotino y Eckhart, en Occidente, hasta Nagarjuna y la princesa Tsogyal, en Oriente.
De hecho, todos estos sabios sostienen universalmente que la realidad absoluta y el mundo relativo son "no dos" (ése es, precisamente, el significado de "no dual"), del mismo modo que un espejo y sus reflejos no están separados, o que el océano es uno con las olas que lo componen. Así pues, el "ultramundo" del Espíritu y el "intramundo" de los fenómenos separados son esencialmente "no dos", y esta no dualidad es la comprensión inmediata y directa que tiene lugar en ciertos estados meditativos, una percepción muy simple y muy ordinaria ―se esté meditando o no― que sólo puede verse con el ojo de la contemplación. En tal caso, todo lo que se percibe, tal y como es, ya está impregnado de Espíritu, porque el Espíritu no está separado de nada, y el simple canto del petirrojo, tal cual es, revela el esplendor de lo Divino. Éste deviene, entonces, la sencilla y natural realización constante, a través de todos los cambios de estado, que acaba por liberarnos de la locura básica de ocultarnos de lo Real.
¿Por qué, sin embargo, ordinariamente no tenemos esa percepción?
Todas las grandes tradiciones no duales de sabiduría han dado la misma respuesta a esta pregunta. No nos damos cuenta de que el Espíritu se halla total y completamente presente aquí mismo y ahora mismo, porque nuestra conciencia está atrapada en algún tipo de evitación. No queremos ser la conciencia sin elección del presente, sino que huimos de ella, queremos modificarla, cambiarla, odiarla, amarla, aborrecerla o transformarla, queremos, de algún modo, poder entrar o salir de ella, queremos cualquier cosa menos reposar en la Presencia pura del presente o, dicho de otro modo, no queremos descansar en la Presencia pura, sino que queremos estar en cualquier otra parte. Y la Gran Búsqueda es el juego interminable que nos impide darnos cuenta de donde ya nos encontramos.
La meditación ―o la contemplación― no dual relaja profundamente la contracción de la sensación de identidad separada y permite que el yo se expanda en la inmensa amplitud de la totalidad del espacio. Entonces resulta evidente que tú no estás "aquí", contemplando un mundo que se halla "ahí", porque todo se convierte en Presencia pura y luminosidad espontánea.
Esta realización puede asumir muchas formas, una de las cuales puede perfectamente ser la siguiente. Tal vez estés mirando una montaña y te hayas relajado en la conciencia sin esfuerzo de tu conciencia presente cuando, súbitamente, la montaña deviene todo, y tú no eres nada. En tal caso, la sensación de identidad separada se ha diluido, y lo único que existe es lo que aparece instante tras instante. Tú estás perfectamente despierto, totalmente consciente, y todo parece completamente normal, con la salvedad de que no te hallas en ninguna parte. No es que estés de este lado contemplando una montaña que se encuentra fuera de ti, sino que tú, sencillamente, eres la montaña, el cielo y las nubes; eres todo lo que aparece instante tras instante tal cual es, de un modo muy sencillo y muy evidente.
Existen multitud de nombres para ese estado ―desde conciencia de unidad hasta sahaj samadhi―, pero lo cierto es que se trata del estado más sencillo y evidente de todos. Además, en el mismo momento en que vislumbramos ese estado que los budistas denominan Un Solo Sabor (porque tú y la totalidad el universo sois un solo sabor y una única experiencia), resulta evidente que en ningún momento entramos en este estado sino que, por el contrario, se trata de un estado que, en algún sentido profundo y misterioso, ha sido nuestra condición primordial desde tiempo inmemorial, tanto que, de hecho, ni por un solo instante lo hemos abandonado.
Ése es el motivo por el cual el Zen lo denomina la Barrera sin Puerta, porque, desde este lado en que nos hallamos parece como si tuvieras que hacer algo para entrar en ese estado, como si debieras atravesar algún tipo de umbral. ¡Pero el hecho es que en ningún momento has abandonado ese estado, de modo que difícilmente podrás entrar en él. ¡La barrera sin puerta! "Toda forma es Vacuidad, tal y como es", significa que todas las cosas, incluyéndote a ti y a mí, son ya perfectas y se hallan del otro lado de la barrera sin puerta.
¿Qué necesidad tenemos, pues ―si esto ya es así―, de acometer una práctica espiritual? Porque, en realidad, cualquier práctica espiritual es una forma de la Gran Búsqueda y, como tal, está condenada al fracaso. Pero ése es, precisamente, el asunto, porque tú y yo estamos convencidos de que tenemos que hacer algo para realizar al Espíritu, tú y yo creemos que hay lugares en los que el Espíritu no se halla (por ejemplo, en nosotros mismos) y nos aprestamos a corregir esa situación. Así es como se origina la Gran Búsqueda. Y la meditación no dual, a sabiendas, hace uso de este hecho y nos sumerge en una búsqueda un tanto singular (que el Zen denomina "vender agua junto al río").
William Blake dijo que: "el loco que persiste en su locura deviene sabio" y, eso es, precisamente, lo que trata de hacer la meditación no dual, tratar de acelerar ese proceso. Si crees que careces de Espíritu, zambúllete de cabeza en la locura de tratar de convertirte en el Espíritu, intenta descubrir el Espíritu, trata de establecer contacto con Él, trata de alcanzarlo ¡medita, medita y sigue meditando con la intención de alcanzar el Espíritu!
Porque, de hecho, eso es algo imposible. No puedes alcanzar el Espíritu por el mismo motivo por el que tampoco puedes alcanzar tus pies. Ya eres el Espíritu, siempre lo has sido y no hay modo alguno de alcanzar lo que ya es. La meditación no dual consiste en el esfuerzo serio de hacer lo imposible, hasta que estés tan exhausto que acabes sentándote y te des cuenta de lo que siempre te ha sostenido.
Pero no se trata de que las tradiciones no duales nieguen los estadios superiores, porque no lo hacen. Por supuesto, las grandes tradiciones no duales disponen de muchas prácticas que ayudan a los individuos a alcanzar estados concretos de conciencia postformal, pero también subrayan que esos estados alterados ―que tienen un comienzo y un final en el tiempo― no tienen nada que ver con lo atemporal. El verdadero objetivo no consiste en quedarse fascinado con los cambios de estado, sino en permanecer en el estado sin estado. Esa condición de no estado es la auténtica naturaleza de éste y de cualquier otro estado imaginable de conciencia, de modo que cualquier estado en el que te encuentres es ya perfecto. Y, dado que el objetivo final no consiste en cambiar de estado sino en reconocer lo Inmutable, en reconocer la Vacuidad primordial, cualquier estado en el que te halles ya es plenamente perfecto.
No obstante, tradicionalmente, para demostrar tu sinceridad, debes llevar a cabo numerosas prácticas preliminares, entre las que cabe destacar el dominio de diversos estados de conciencia meditativa que te llevan a una adaptación estable post-convencional, y todo eso está muy bien. Pero ninguno de esos estados de conciencia es el estado final, definitivo o privilegiado, como tampoco lo es el cambio de estado. Más bien, al contrario, puesto que precisamente entrando y saliendo de esos diversos estados meditativos empiezas a comprender que la iluminación no descansa en ninguno de ellos. Todos esos estados tienen un comienzo en el tiempo y, en consecuencia, ninguno es atemporal. La cuestión consiste en comprender que el cambio de estado no es el objetivo final y que la realización puede ocurrir en cualquier estado de conciencia.