Pedro Espadas
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El mes pasado hablaba de las voces del ego en los tres centros, y de la importancia de aprender a convertir al crítico en maestro, al cínico en entrenador y al narcotizador en cuidador.
Otra manera de entender la inteligencia de los centros es darnos cuenta de que cada uno de ellos nos conecta a la realidad desde una sensibilidad diferente.
El centro visceral nos habla de nuestras necesidades, de lo que nos hace falta, de lo que el cuerpo experimenta como vacío; el centro emocional nos habla de nuestros deseos, de lo que es importante, del valor que damos a las cosas según nuestros significados internos; y el centro mental nos habla de lo que queremos, de nuestras decisiones y elecciones, de lo que conviene para obtener los resultados que esperamos conforme a nuestro punto de vista.
Cuando los tres centros coinciden y apuntan en una misma dirección nos lanzamos sin miedo, de manera asertiva y constructiva, con coherencia, entrega y congruencia. Si alguna vez lo que necesitabas era lo que deseabas y lo querías sabrás de lo que hablo.
Desafortunadamente, la mayoría de las veces no ocurre así, y dos de nuestros centros se enfrentan paralizándonos, por ejemplo:
- deseo algo que no necesito y conseguirlo es a costa de algo que necesito
- necesito algo y no quiero hacer lo necesario para conseguirlo
- deseo algo y quiero algo incompatible
Obviamente, en función de nuestro tipo de personalidad, solemos dar preponderancia a un centro e inclinar la balanza en una dirección aunque no es un mecanismo tan simple porque cada eneatipo encierra sus propias trampas.
Para manejar el enfrentamiento entre dos centros resulta útil aplicar una de las leyes básicas del símbolo del Eneagrama, que nos recuerda que aunque el ser humano percibe la realidad en forma de polaridades enfrentadas: una fuerza que afirma y otra que se opone, el movimiento se produce conforme al juego no de dos sino de tres fuerzas. En toda manifestación, existe una tercera fuerza que reconcilia los opuestos y la hace posible.
Si dos de mis centros se oponen uno al otro la tercera fuerza es obviamente el centro no implicado. Por ejemplo en el caso de algo que deseo (centro emocional) pero no necesito (centro visceral) la tercera fuerza es lo que quiero (centro mental).
Es importante darnos cuenta de que reconciliar no es sentenciar. ¿Qué quiero decir con esto? Que lo que habitualmente hacemos es usar el tercer centro para decidir a favor de uno u otro. En el ejemplo sería usar el centro mental para darle la razón al deseo o la necesidad. Eso no es reconciliar, sino aliarse con uno de las partes enfrentadas perjudicando a la otra.
Por supuesto que nuestro ego prefiere esta solución porque siempre que hay una parte perjudicada va a poder aprovecharla para sacar tajada. Es por eso que va a propiciar la solución desequilibrada en lugar de la reconciliación.
Pondré un caso simple. Imagina que un fin de semana después de una semana agotadora necesitas descansar y te preparas para hacerlo. Resulta que te has olvidado de que es el cumpleaños de tu mejor amigo y te llama para recordártelo. Tú deseas ir de corazón, pero tu cuerpo te pide que no lo hagas, ¿cómo puedes resolverlo?
Si le preguntas a la cabeza, enseguida van a saltar las alertas de lo que puede pasar si no vas: que tu amigo se enfade… que no descanses y enfermes… Así que o vas y no descansas, pero como estás cansado no disfrutas de la fiesta; o no vas, pero no descansas porque te sientes culpable.
Con esto al final, todos acabamos siendo una de estas tres clases de personas: las que nunca hacen lo que necesitan, las que nunca hacen lo que desean y las que nunca hacen lo que quieren.
¿Te reconoces en una de estas categorías? ¿en cuál?
La clave para salir de ellas y ganar en plenitud y libertad es acordarnos de tomar presencia y detener los funcionamientos automáticos del tercer centro antes de usarlo como fuerza reconciliadora.
Si se trata del centro visceral, tenemos que asegurarnos de no dejarnos llevar por nuestras necesidades neuróticas, esas de las que nunca tenemos suficiente y que en el Eneagrama llamamos instinto dominante.
Si se trata del centro emocional, hemos de desmontar nuestra tendencia a querer demostrar ser algo distinto de lo que somos, lo que conocemos como la falsa identidad.
Si se trata del centro mental, debemos desconectar la incesante brújula del futuro que nos guía para salvarnos de las terribles consecuencias negativas, que conceptualizamos como el miedo básico de cada eneatipo.
En el ejemplo de la fiesta, cada uno tenemos nuestra propia versión de las respuestas que apoyarían al deseo o a la necesidad, pero sólo apartándolas vamos a poder ver con claridad qué es lo que procede y hacerlo con el acuerdo de los tres centros.
Así, el tercer centro deja de ser un juez y se convierte en un mediador que posibilita resolver sin que haya ningún centro perjudicado, sino todo lo contrario, los tres centros van a colaborar y entonces necesidad, deseo y voluntad se convierten en aliados y nosotros en las personas coherentes, entregadas y congruentes de las que hablaba al principio.
No es fácil, pero funciona.