Jorge Ripoll
Cuando hablamos de estados de ánimo, nos referimos a una emocionalidad que no remite necesariamente a condiciones específicas y que, por lo tanto, normalmente no los podemos relacionar con acontecimientos determinados. Los estados de ánimo viven en el trasfondo desde el cual actuamos. Hemos dicho que las emociones tienen que ver con la forma en que la acción modifica nuestro horizonte de posibilidades. Con los estados de ánimo, por el contrario, nos ocupamos de la forma en que el horizonte de posibilidades en el que nos encontramos, correspondiente al estado de ánimo en cuestión, condiciona nuestras acciones. Por ejemplo: Si mi estado de ánimo está exultante, seguramente estaré bien predispuesto para una determinada acción, mientras que si “estoy de bajón”, esa acción no me atraerá demasiado y preferiré quedarme a ver Tv o simplemente tirado en el sofá.
Independientemente del lugar donde nos encontremos y de lo que hagamos, los seres humanos siempre estamos en algún estado de ánimo que, comúnmente, no elegimos ni controlamos, simplemente nos encontramos inmersos en él. En la medida en que los estados de ánimo condicionan el actuar, condicionan igualmente la manera como somos y nos relacionamos mientras estamos en él, y a su vez, cómo ese estado de ánimo retroalimenta nuestros pensamientos y acciones generando así un círculo vicioso. En este sentido, no podemos decir solamente que tenemos o estamos en un determinado estado de ánimo; la verdad es que:
Nuestro estado de ánimo nos tiene a nosotros, somos presos de ellos, nosotros, nuestros pensamientos y nuestras acciones serán en consecuencia.