lunes, junio 28, 2021

El Ángel en el Culto y Arte Occidental

Pommier,E.

“Cosi parlar conviene al vostro ingegno pero che solo da sensato apprende Cio che fa poscia d'intelletto degno "
Dante, Paradiso, IV, 40-42

Dante, que en algunos tercetos del Paraíso trazó una maravillosa descripción de las jerarquías angélicas de la corte celeste, podría guiar nuestroa cercamiento a esos misteriosos y fascinantes personajes y ayudarnos a considerarlos como imágenes de verdades que están más allá del alcance de nuestra inteligencia.

"Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines y una espada encendida que se revolvía a todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida." (Génesis, 3, 24).

Así aparece por primera vez el ángel en la Sagrada Escritura: soldado de Dios, encargado de impedir que Adán retorne al Paraíso del que ha sido expulsado . El Antiguo Testamento no desarrolla esta primera evocación hasta hacer un sistema coherente de angelología. Los ángeles surgen a lo largo del Génesis y de los textos históricos, poéticos y proféticos. De tales apariciones, múltiples y casi siempre fulgurantes, sólo se desprenden informaciones sobre sus misiones, sus formas y, algunas veces, sus nombres. Lo primero que se deduce es un nombre genérico, "malak", el enviado, traducido en la versión griega por "aggelos", de donde proviene "ángel"...

Embajadores del Señor, los ángeles manifiestan su voluntad a los hombres y les transmiten sus mensajes. El ángel da las ordenes de Dios a Agar cerca del pozo (Génesis, 15,7), interrumpe el sacrificio de Isaac (Génesis, 22, 11), instruye a Jacob en su sueño (Génesis, 31, I I ), transmite a Moisés la revelación de la zarza ardiente (Éxodo, 3,2), conduce el pueblo hacia la Tierra Prometida (Éxodo, 14, 19). Algunas veces intervienen en grupo como cuando se presentan a Lot (Génesis, 19, 15), o sobre la escala de Beth-el que Jacob ve en sueños (Génesis, 28, 12).

La tradición lírica de los Salmos, además de presentar a los ángeles como agentes de transmisión y de ejecución de las voluntades divinas, les atribuye una nueva función, casi litúrgica: la de adorar a Dios permanentemente, como si formasen alrededor del Señor una corte capaz de convertirse en un consejo: "Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto." (Salmos, 103, 20).

"He aquí tres varones que estaban junta a él” (Génesis, 18, 2): esos varones son los ángeles que se presentan ante Abraham antes de la destrucción de Sodoma. Así, desde el comienzo del relato bíblico, encontramos cierta ambigüedad terminológica: algunas veces, el ángel es denominado, simplemente, el hombre. El término resuelve, por lo menos en parte, el problema de la forma bajo la cual el mensajero celeste se presenta ante los hombres: tiene la apariencia de un hombre "terrible" (Jueces, 13, 6), pero también muy hermoso (Samuel, 29, 9), y capaz de despertar la codicia de los Sodomitas (Génesis, 19, 5). Tiene una afinidad con el fuego: aparece en la llama de la zarza ardiente (Éxodo, 3, 2) y se eleva en el humo de los sacrificios (Jueces, 13, 20). Pero la imagen de los ángeles sólo se precisa con los libros históricos y proféticos. Si el relato del Génesis introduce el término ''querubín'', es en el primer libro de los Reyes cuando se mencionan sus alas (1, Reyes, 8, 6).

El profeta Ezequiel los muestra cerca del trono de Dios, cada uno con cuatro alas, en un ambiente fabuloso: "Cuanto a la semejanza de los animales, su parecer era como de carbones de fuego encendidos, como parecer de hachones encendidos: discurría entre los animales; y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos". (Ezequiel 1, 13)

El texto de Isaías (Isaías, 6, 1-3) habla de serafines con seis alas: "con dos cubrían sus rostros, y con dos cubrían sus pies, y con dos volaban".

Esos pasajes precisan la nomenclatura y la apariencia fantástica de los ángeles pero muestran también un fenómeno muy importante, la influencia de las creencias y de las representaciones babilonias. Se ha relacionado el término querubín con el "karub" babilonio y el "gribh" que origina "grifón" y que hace pensar en los toros alados de los palacios de Nínive.

Asistimos así a una evolución de la angelología hebraica al retorno del Exilio. La cautividad de Babilonia puso al judaísmo en contacto directo con otra civilización, con su religión, sus dioses, sus imágenes, dando así un nuevo impulso al encuentro de los ángeles en los textos proféticos y, sobre todo, en los apócrifos, que comenzaban a multiplicarse.

El papel de los ángeles se diversifica: son Seres de luz, encargados de la liturgia celeste ( posiblemente bajo la influencia del fasto babilonio), ya guardianes del Arca de la Alianza (Éxodo, 25, 18-20), adornan al Santo de los santos del templo de Salomón (I, Reyes, 7, 29 y 36). Se convierten también en delegados de la soberanía de Dios en el mundo, sin duda par la influencia de las creencias astrales comunes en el Oriente persa y babilonio, presiden el movimiento de los planetas y las manifestaciones atmosféricas como la lluvia, la tempestad, el granizo (Libro de Enoch, apócrifo del siglo II antes de la era cristiana); pero gobiernan también el destino de las naciones y vigilan la conducta de los hombres, de la que mantienen informado a Dios.

Otro aspecto de esta evolución es la aparición de ángeles que se distinguen por el nombre que reciben. Rafael es la primera personalidad que se desprende de las legiones angélicas, en el Libro de Tobías (que no se considera siempre canónico). Allí toma la forma de un desconocido que acompaña al joven Tobías durante un viaje que debe realizar, par razones familiares, hasta la lejana Media. A su regreso, cura de su ceguera al padre de Tobías. Por primera vez un ángel con nombre propio juega un papel de protector y de médico junto a simples mortales. Se trata, sin duda, de la prefiguración del "ángel guardián", y el punto de partida de una tradición que alcanzará su mayor auge durante el siglo XVII. El libro del profeta Daniel presenta otras dos individualidades angélicas, la de Gabriel, mensajero de Dios e intérprete de las misiones del profeta (Daniel 8, 16 y 9, 21 ) y la de Miguel, el arcángel guerrero que combate a los enemigos de Israel (Daniel, 10, 13 y 21).

Poco antes de la era cristiana, la literatura rabínica brinda los primeros intentos de definición de la naturaleza de los ángeles: son "espíritus", es decir, criaturas que escapan a las obligaciones de la condición carnal: nutrirse y engendrar. En principio inmortales, poseen un saber muy superior al de los hombres, sin conocer todos los secretos de Dios. Su número resulta inconmensurable. El libro de Daniel habla de mil millares de ángeles al servicio del Juez Eterno (Daniel, 7,10).

La angelología del Nuevo Testamento no resulta más coherente que la del Antiguo. Los evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas, enriquecen y varían los papeles y las denominaciones de los ángeles. Fundamentalmente, siguen siendo enviados divinos que transmiten el mensaje de la voluntad divina y, por esta razón, se ponen algunas veces al servicio de los hombres. Su papel se manifiesta sobre todo en los relates de la infancia de Cristo. El arcángel Gabriel anuncia a Zacarías y a María los nacimientos próximos (Lucas, 1, 19 y 26). El "ángel del Señor" se dirige a los pastores en la noche de la Navidad (Lucas, 2, 9), y revela a José las instrucciones de Dios (Mateo, I, 20 y 2, 13 y 19). Es corte de ángeles que alaba al Señor en la noche de Belén (Lucas, 2, 13). Los ángeles intervienen también en los relatos de la resurrección.

Se encuentran al lado de la sepultura vacía en la mañana de Pascua (Mateo, 28, 2;

Marcos, 16, 5; Lucas, 24, 4; Juan 20, 12). Anuncian la resurrección a las mujeres (Mateo, 28, 5; Marcos, 16, 6; Lucas, 24, 5-7). Explican a los discípulos lo que sucederá después de la ascensión.

Pero los ángeles no están presentes en los diversos episodios del ministerio público de Jesús. Al principio vienen para servir a Cristo después de la tentación (Mateo, 4, 1 I y

Marcos, I, 13). Al final, un ángel viene a reconfortarlo en el monte de los Olivos (Lucas, 22, 43). Los ángeles no participan ni en la prédica ni en los milagros de Cristo, como si los Evangelios quisieran subrrayar mejor su papel único y transcendental. Se mantienen en su oficio de servidores. Cristo habla de ellos en términos que evocan sus relaciones con los hombres, por ejemplo cuando declara que les alegra el arrepentimiento del pecador (Lucas, 15, 10). Y existe ese misterioso pasaje sobre los ángeles "de estos pequeños que ven continuamente el rostro del Padre" (Mateo, 18, 10); es posible que no se trate de niños en el sentido literal sino de una alusión a los seres cándidos. Pero, cualquiera que sea su interpretación, ese versículo (que sólo aparece en Mateo) hace pensar en otra prefiguración del ángel guardián de cada fiel Seres espirituales, desprovistos de cuerpo camal, pero tomando forma humana en sus apariciones, resplandecientes de luz, como relámpagos (el ángel de Pascua, Mateo, 28, 3), en los Hechos de los Apóstoles, los ángeles conservan su papel con relación a los hombres.

De la lectura de las epístolas de San Pablo se deduce tanto una aclaración como una complicación. Aclaración teológica: aunque se mencionan los ángeles en la confesión del misterio de la fe en Cristo (El es el que ha sido "visto por los ángeles", 1, Timoteo, 3, 16), Pablo afirma claramente que Cristo es absolutamente superior a los ángeles (Hebreos, 1, 1-14 y 2, 1-5) a los que no hay que rendir culto (Colosenses, 2, 18). Pablo señala, de manera definitiva, la diferencia fundamental entre la naturaleza de Cristo y la de los ángeles; esta afirmación es la fuente de todo el desarrollo ulterior del pensamiento teológico sobre la naturaleza de los ángeles y su lugar en el orden de la creación. La trascendencia del Hijo no sufre ningún compromiso.

Pero Pablo introduce, igualmente, una complicación que dará lugar a un considerable enriquecimiento de la angelología. Menciona, sin precisar el papel, nuevas categorías entre los miembros de la corte celestial y les atribuye nombres abstractos como "virtudes" (Romanos, 87 38; Efesios 1, 21), "potencias" (Efesios, 1, 21; Colosenses, 1, 16); "principados" (Efesios, 1, 21 y 3, 10) "potestades" (Efesios, 1, 21 y Colosenses, 1, 16) y "tronos" (Colosenses, 1, 16).

Pedro habla de los "ángeles, potestades y virtudes que están sometidos a Jesucristo, al cielo (Primera Epístola, 3, 22).

Podemos interrogarnos sobre los rasgos distintivos de estos nuevos habitantes de los cielos y sobre el origen de su denominación. Basándonos en una frase de Pablo, "el Señor Jesús se manifestará con los ángeles de su potencia" (II, Tesalonicenses, 1, 78), podríamos pensar en una expresión abreviada sobre la relación de dichos seres con los "dominios", los "principados" y los "tronos de Dios.

Cualquiera que sea la interpretación dada a esos pasajes, Pablo insiste en la soberanía de Cristo, "todas las cosas han sido creadas en él, por él, para él " (Colosenses, 1, 1617). El punto fundamental es la unidad y la exclusividad del culto rendido a Cristo (Colosenses, 2, I X). Vista así, la epístola de los Colosenses aparece como una aclaración y una amenaza.

Sin duda Pablo era consciente de que el extraordinario fermento espiritual del Oriente grecorromano del siglo I constituía una amenaza para la integridad de la doctrina que él había admirablemente desprendido de la tradición judaica. Es posible que bajo la influencia de su cultura judeo-griega, él mismo hubiese sido un tanto contaminado por el ambiente en el que se había formado. Es necesario imaginar aquel hervidero de cultos y de creencias, en la confluencia de las religiones orientales de Persia y de Siria, de Los restos del Olimpo, de los comentarios e interpretaciones de las doctrines filosóficas grecorromanas, del judaísmo, con sus libros santos y sus apócrifos... Generalmente límpidas, las cartas de Pablo pudieron también sufrir la influencia de las ideas que surgían de esa abundancia intelectual y espiritual y, por esta razón, como una manifestación de la compleja cosmología que se perfilaba entre Atenas, Antioquía y Alejandría, los ángeles se metamorfosearon en trono, dominio y potestad.

El encuentro de dos fuertes corrientes tendía a crear una zona de turbulencias favorable a todas las proliferaciones y desviaciones en la especulación sobre los ángeles, su lugar en la economía de la creación y el culto que les podía ser rendido. Por una parte. las creencias religiosas, especialmente en Siria, situaban cerca y alrededor de un Dios inaccesible una legión de intermediarios encargados de hacer funcionar el cosmos y comunicar con los hombres. Por otra parte, la herencia de la filosofía platónica, interpretada, deformada, revitalizada por Plotino y su escuela, enseñaba, a través de múltiples y sutiles variantes, que el mundo ha surgido del Uno, inefable e indivisible, inaccesible e invisible, a través de una procesión descendiente, una serie de Epifanías que, desde el Principio Primero hasta el alma del hombre encerrada en la materia, participan los unos de los otros a partir del Logos, el verbo creador, emanado del Principio Supremo.

En cada una de esas corrientes, los ángeles ocupan el lugar de mediadores y nexos, entre lo singular y lo múltiple, la luz y las tinieblas, el espíritu puro y la materia, a lo largo de los escalafones de esta jerarquía invisible, pero omnipresente, que asegura la unidad, el movimiento y el destino del mundo, y que se fundamenta en el principio de la participación.

Es necesario anotar también que el conocimiento y la meditación de los misterios del Ser y del cosmos no son solamente un ejercicio intelectual, ni una fuente de delectación o de reglas de acción, sino, sobre todo, un principio de salvación. Es la doctrina de la Gnosis, mezclada a menudo con tendencias sincretistas y que afecta tanto a los fieles de los dioses del panteón grecorromano como a los sectadores de las religiones astrales de Oriente, a los judíos y a los cristianos. Un "pagano" como Porfirio, alumno y editor de Plotino, un judío como Filón de Alejandría (maestro de Orígenes), representan ese gnosticismo, alrededor del que se concretiza una vaga y provisoria síntesis espiritual en el marco del Oriente mediterráneo. Los unos y los otros confieren un lugar importante a los ángeles en sus consideraciones sobre la organización del mundo.

Para Filón , los ángeles, inteligencias puras, son los sacerdotes de ese templo que es el cosmos; imágenes de Dios, que se asimilan a formas humanas resplandecientes para manifestar la voluntad de Dios.

Pero no hay diferencia fundamental de naturaleza entre los ángeles, almas incorpóreas diseminadas en el aire y Dios mismo. Otros textos gnósticos muestran un Dios único del que procede una jerarquía de ángeles que participan en la creación y entre los cuales se encuentra Cristo, despojado de su divinidad.

En medio de esta confusión creadora, la doctrina cristiana se impone por la fuerza. San Ireneo recuerda que los ángeles han sido creados en el verbo al que le deben sumisión, que son de naturaleza espiritual, lo cual constituye una de las pruebas de su inferioridad con relación a Cristo, que los misterios les son revelados pero que no pueden verlos por si mismos.

Orígenes encuentra un paralelismo entre la jerarquía de los ángeles y la de la Iglesia. Hay una Iglesia de los ángeles y una Iglesia de los hombres. Los ángeles están en todas partes, vigilan el funcionamiento de la naturaleza. Respirar es festejar a los ángeles del Aire. Los humanos tienen su ángel guardián, según sus méritos.

Los autores subrayan dos puntos importantes que se instituyen definitivamente: Los ángeles, subordinados a Cristo, misteriosos, están cerca de los fieles y han sido creados "ad ministerium" es decir, para el servicio de Dios. Comienza así a hablarse del culto de los ángeles, ya que se trata de una forma de veneración y no de la adoración reservada únicamente a Dios.

San Agustín, para evitar todo desvío idólatra, se oponía a que se les dedicaran iglesias a los ángeles.

Surgen interrogaciones, sin encontrar respuesta clara, sobre la diferencia entre las diversas clases de ángeles. Incorpóreos en comparación con los hombres, pero materiales en comparación con Dios, son "espíritus". San Agustín logra un cambio importante transfiriendo el centro de interés establecido desde San Pablo. Se discute sobre la naturaleza de los ángeles, la teología de los ángeles, el problema del conocimiento, es decir, el poder de aprehender a Dios, cuyo Verbo es Luz. Los ángeles, creados con la luz, es decir el día segundo, participan de la luz eterna en la cual ven la creación bajo las tres formas del saber, saber de la mañana (las cosas en si mismas), saber del día (las cosas en el Verbo, antes de su creación), saber de la tarde (las cosas en el Verbo, después de su creación). Este pensamiento será la base de la escolástica medieval.

La última síntesis entre la herencia de la Escritura, interpretada par los Padres de la Iglesia, y la tradición neoplatónica culmina en la obra del misterioso Dionisio que podemos situar hacia el año 500, asimilada, en el imaginario del Medioevo al Dionisio, transformado por la prédica de Pablo en Atenas (Hechos de los Apóstoles, 17, 34) y llamado por esta razón el seudo-Dionisio del Areópago.

En la concepción del mundo de dicho "griego de Oriente", Dionisio Aeropagita, los ángeles ocupan un lugar intermediario entre Dios, conocido por la teología, y la Iglesia, que encarna la enseñanza de la teología sobre esta tierra. Los seres están organizados en "jerarquías", es decir, en el sentido estricto, en potencias sacerdotales de mediación y de participación en lo divino. Dionisio define la jerarquía como un orden santo, un saber y un acto lo más cercanos posible de la forma divina, imitando a Dios, a la medida de las iluminaciones divinas. La razón de ser de la jerarquía es conferirles a las criaturas, tanto como sea posible, la semejanza divina, ya que la jerarquía misma es una imagen de las "realidades simples e inefables" y unirlas a Dios.

La jerarquía se ordena según una concepción lineal y se reparte en tres órdenes, cada uno formado por tres coros. El orden superior de la jerarquía de los ángeles está compuesto por serafines (referencia: Isaías, 6, 2), querubines (Génesis, 3. 23-24, y Ezequiel) y tronos (ligados a las ruedas del carruaje que conduce la majestad de Dios, (Ezequiel, 1,13, 19 en 15, 21, y Apocalipsis 4, 6). Participan de la verdad divina y la transmiten a los seres inferiores.

El orden intermedio está formado por los dominios ("desean el verdadero dominio y el principio de toda dominación"), virtudes ("coraje viril e inflexible") y potestades ("vigilan los confines celestes"). Este orden recibe su luz del orden superior.

En fin, el tercer orden está compuesto por principados (protectores de la religión, de las ciudadelas y de los pueblos), arcángeles y ángeles, que transmiten al hombre la revelación divina.

La noción de iluminación está en el centro de esta doctrina. El conocimiento es siempre una forma de participación en la luz de Dios. Esta doctrina, que tiende un puente entre las especulaciones de la angelología y la vida espiritual del cristiano, podía, evidentemente, conducir a confusiones peligrosas. Por esta razón el Concilio de 553 se preocupa por mantener la separación estricta entre Cristo, los ángeles y los hombres. Y el segundo Concilio de Nicea, en 787, sostiene que el carácter incorpóreo de los ángeles no es absoluta. Es la teoría de la "circunscripción", es decir, del espacio limitado ocupado por el ángel, cuya representación resulta, entonces, legítima. Gracias a la traducción en Latín, terminada en 860, por Juan Escoto Erigena, la obra del seudo-Dionisio resulta accesible al mundo occidental, y podrá ser asimilada por la teología medieval dentro de los marcos trazados definitivamente por el IV concilio de Letrán en 1215: Dios ha creado a los ángeles, criaturas espirituales, incorpóreas, invisibles e inmortales (se abandona la teoría de la emanación para privilegiar la de la creación); este acto ha sucedido en el tiempo, y las criaturas han sido creadas buenas.

La más importante reflexión, entre las clásicas de la escolástica del siglo XIII, es, sin duda, la de San Buenaventura. En su calidad de franciscano, podía ser particularmente sensible a la piedad de San Francisco de Asís y a la visión seráfica del Monte Verna.

Adaptando la teoría de Dionisio sobre las jerarquías, distingue tres actos: purificación, iluminación y perfección, que corresponden a las propiedades del Espíritu, el Hijo y el Padre respectivamente y, en los ángeles, a la actividad, el saber y la potestad. A esta organización del mundo angélico corresponde su visión de la Trinidad y del alma humana. El alma es un espejo de la vida divina y del mundo angélico; los cielos están presentes en ella. Convirtiéndose en una imagen cada vez más fiel de la Trinidad, el alma se compromete en una relación más estrecha con los ángeles, cuyo último orden toca directamente al hombre para revelarle la luz espiritual recibida de los órdenes superiores. Es en este orden inferior cercano al hombre que se encuentra el ángel guardián que cuida a cada hombre y al que San Buenaventura atribuye doce misiones (regañar, perdonar, enseñar, proteger, revelar, colmar, acompañar, ayudar, orar, etc.).

La doctrina de Santo Tomás de Aquino no difiere mucho de la de San Buenaventura. Su problema esencial es la metafísica del ser: los ángeles son seres creados puramente espirituales, y sus facultades son también puramente espirituales (inteligencia y voluntad). En Tomás de Aquino se adivina cierta insistencia por establecer una distinción fundamental entre los hombres y los ángeles, sin duda como reacción contra la propagación en las universidades de la doctrina neo aristotélica de Averroes, según la cual las capacidades de conocimiento del hombre son transferidas a "inteligencias celestes", que se asemejan mucho a los ángeles. En cuanto a la jerarquía, esta se define para él según el grado de universalidad de su poder de conocimiento. "Y así ordenados, hacia arriba miran / abajo influyen, y hacia Dios llevados / unos a otros con amor se tiran. / Dionisio, con ardor, en sus dictados / al contemplar este orden angelical / como yo los distingo, están nombrados.”

En el canto XXVIII, 127-132 del Paraíso, Dante recuerda que su Divina Comedia es el resultado último del pensamiento de la Iglesia sobre los ángeles, desde las "jerarquías" de Dionisio Areopagita. Beatriz explica a Dante la creación de los nueve coros de los ángeles: "No por hacer de bien mayor aquisto, / que posible no es, pues sus fulgores / pueden al esplendor, decir subsisto, / El, en su eternidad sin precursores, / como de los tiempos fuera, /vertió su eterno amor en nueve amores" (Paraíso, XXIX, 13-18). Beatriz intenta enseguida mostrarle que el número de ángeles va más allá de toda concepción humana: "Esta natura angélica se aumenta / si más y más se sube, y no hay locuela / que con lengua mortal pueda dar cuenta. / Al recordar lo que Daniel revela, verás que en sus millares de millares, / determinado número se cela." (XXIX, 130-135 ).

Al término del viaje de iniciación, él ve los colores maravillosos de los ángeles: "Eran sus rostros como llama viva, / sus alas de oro, y lo demás tan blanco, / que ni la nieve tal blancura arriba" (XXXI, 13-15); y la dicha de contemplarlos: "y tendiendo sus alas a esa parte, / ángeles mil festejan sus encantos. / distinto cada cual en brillo y arte... " (XXXI, 130-133).

Los sermones teológicos del siglo XIII y la Divina Comedia marcan el apogeo de la elaboración doctrinal y poética de la cultura medieval en materia de angelología, y de las reflexiones sobre el lugar de los ángeles en la creación, su función en la economía de la salvación y sus relaciones con los hombres. Las etapas ulteriores de la preocupación por los ángeles no aportan innovaciones fundamentales.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta las consecuencias de la ruptura doctrinal provocada par la Reforma. La teología protestante no rechazó la creencia en los ángeles. La actitud de Calvino es un reflejo representativo de la moderación y de la prudencia de la Reforma sobre este punto. Negándose a cortar con la tradición anterior, tiene por principio atenerse a los que Dios "nos da en su palabra". Desconfía de las especulaciones teológicas y de las visiones místicas, cuyas referencias escriturales son bastante discretas y poco explícitas: no hay que dejarse atraer por una curiosidad que la Biblia no puede satisfacer plenamente. Así, estima, aun cuando admirando su carácter sublime, que hay mucha charlatanería en la obra de Dionisio Areopagita. Pero hay un punto sobre el cual se separa, si no de la teología de la Iglesia católica, por lo menos de una práctica cada vez más difundida: es a propósito del culto de los ángeles, que condena formalmente como todas las iglesias de la Reforma. Esta posición de principio no impide que se mantenga el interés por los ángeles en los países protestantes: basta con pensar en el lugar que ocupan en la obra maestra de Milton.

En efecto, la época de la Reforma coincide con un fortalecimiento de la piedad católica hacia los ángeles, que comienza con el siglo XV. La forma más contundente de esta evolución es el desarrollo de la devoción por el ángel guardián. Sus orígenes son lejanos, los textos de los Padres de la Iglesia hablan de la presencia constante al lado del hombre de dos ángeles, el ángel bueno, para protegerlo y el ángel malo para tentarlo y llevarlo a la perdición. El fundamento escriturario más común de esta creencia es la historia de Tobías (cuyo libro la Reforma considera apócrifo). Cuando va a dejar al joven Tobías, el misterioso compañero que le ha servido de guía en el viaje y que ha sanado a su padre de la ceguera revela su identidad: "Soy Rafael, uno de los siete que estamos cerca del Señor". Angel protector del viajero, ángel médico, Rafael es una de las figuras que da consistencia a la idea de ángel guardián. Al final del siglo XIII, la Leyenda Dorada, precisa el campo de acción de ese amigo celeste: "Los ángeles son nuestros guardianes, nuestros asistentes, nuestros hermanos y nuestros conciudadanos, ellos llevan nuestras almas al cielo, representan nuestras oraciones frente a Dios y nos consuelan en nuestras tribulaciones... Todo hombre tiene cerca de él dos ángeles, uno malo para ponerlo a prueba y uno bueno para cuidarlo ".

En el siglo precedente, ángeles combatientes habían sostenido a los Cruzados en su camino hacia el Santo Sepulcro como lo relata la Canción de Antioquía: "Ángeles por todas partes. Es como un vuelo de halcón que se cierne sobre nuestro ejercito y se lanza, temible, sobre los infieles. Un día hubo 30.000 entre nosotros, más blancos que las flores de la pradera.”

Pero es Rafael, quien condujo a Tobías durante su peligroso periplo, quien prefigura al ángel guardián, ese guía espiritual que alimenta la piedad a fines de la Edad Media. En 1409, un orfebre de Florencia funda, bajo el nombre de "Compagnia di Raffaello", una confraternidad dedicada a la educación religiosa de la juventud, lo que era una forma de explicar una de las misiones reconocidas al ángel guardián. La devoción por el compañero de Tobías se difundió particularmente en la Florencia del Quattrocento cuyos ciudadanos debían, con frecuencia, emprender peligrosos viajes de negocios a lugares lejanos. Los cuadros sobre este tema se multiplican en aquella época.

El descubrimiento fortuito en una iglesia de Palermo en 1516, de un fresco que representa a los siete arcángeles con sus nombres hebreos, produjo una conmoción. Una iglesia les fue dedicada en esa ciudad en 1523. El papa Pío IV decide, en 1561, dedicar a María y a los siete arcángeles la gran sala de las termas de Diocleciano, transformada en Iglesia por Miguel Angel. Un poco más tarde, la Iglesia, inquieta par la importancia tomada por cuatro de los 7 arcángeles, considerados apócrifos, prohíbe el culto colectivo de los siete arcángeles, y solo conserva el de Rafael, Miguel y Gabriel. El porvenir parecía propicio al desarrollo del culto del ángel guardián anónimo. Casi en todas partes, en las Iglesias de la cristiandad se celebraban ceremonias a los "santos ángeles”. Más tarde la fiesta de los ángeles se fijó el 29 de septiembre, para que coincidiese con la de San Miguel.

La idea de solemnizar el culto del ángel guardián es de un obispo de Rodezi, François d' Estaign. Hace redactar primero, entre 1506 y 1510, un “oficio del ángel guardián”, a un franciscano, Juan Colombi, y lo hace aceptar, en 1514, por el clérigo diocesano. Luego lo somete a la aprobación de León X, que acaba de acceder al trono de San Pedro, recordándole que su lejano predecesor y santo patrón León el Grande, había dicho a los fieles: "Estrechad los lazos de amistad con los santos ángeles". Por una bula del 18 de abril de 1518, León X autoriza entonces que se establezca la ceremonia del ángel guardián (que denomina propirus angelus, el ángel personal). Esta invención provoca una controversia y una parte de los clérigos de la diócesis apelaron a Roma. Fue necesario, finalmente, obtener una confirmación de Clemente VII, el 26 de noviembre de 1523, para que François d'Estaing, pudiese celebrar en Rodez, el 3 de junio de 1526, frente a una gran afluencia popular, la primera misa en honor de los ángeles guardianes. Esta nueva devoción conoció un éxito rápido y universal, en parte gracias al apoyo de la orden de los jesuitas, que ven en ella un media poderoso para estimular la piedad y facilitar la enseñanza de la fe y de la moral.

Justamente, a un jesuita se debe la publicación en 1621 de una de las últimas síntesis doctrinales sobre los ángeles. La teoría deriva esencialmente de la escolástica medieval y, sobre todo, de Juan Escoto Erigena, campeón del nominalismo durante el siglo XIV. Para él, el ángel es relativamente próximo al hombre. El ángel y el alma no presentan, efectivamente, diferencias especificas en lo que toca a la estructura de sus facultades espirituales. La verdadera diferencia reside en que el alma necesita del cuerpo del hombre para constituir una substancia completa. Los ángeles pueden tomar apariencia humana para dirigirse a los hombres. Según Suarez, los ángeles piensan y reflexionan y reciben la iluminación de Dios. Va aún más lejos que sus predecesores, afirmando que la existencia de las jerarquías angélicas es objeto de fe, pero precisando que los nombres de los nueve coros podrían representar simplemente diferentes aspectos de los mismos ángeles.

Pero ya ha pasado el tiempo de las especulaciones teológicas sobre la creación y la naturaleza de los ángeles y sobre su conocimiento de los misterios divinos. La literatura angelológica del siglo XVII se interesa más por su papel en el mundo y su presencia cerca de los hombres. Teólogos, místicos, simples fieles, están fascinados por esos seres incontables, omnipresentes, que no vemos nunca, que residen cerca de Dios, pero que atraviesan el universo para ocuparse de los asuntos de los hombres, asegurando una comunicación constante entre el cielo y la tierra y respondiendo así a una aspiración profunda del hombre: persuadirse de que existen intermediarios entre lo infinito de la divinidad y, luego, del cosmos, y él mismo. Sentir que no está perdido en la inmensidad, que hay siempre una escala de Jacob a lo largo de la que los "seres" suben y bajan, incansablemente, según una creencia que, a pesar de los esfuerzos de los teólogos, sigue impregnada de un sincretismo sospechoso.

Como para asegurarse, la imaginación aumenta, y se complace en ver ángeles presentes en los episodios de la vida terrestre de Cristo (aparte de los testimonios escriturales de la Anunciación y de la mañana de Pascua). Aparecen como piadosos testigos de la Visitación y de la Pasión. En 1604, el Padre Richeome, entre las meditaciones que recomienda, propone a los fieles imaginar a Maria visitando a Isabel. "Aquí el alma devota mirará ante todo la divina virgen preñada por Dios, atravesando los campos con la sencillez de una hija de Sión, a pie y en compañía de su esposo José, pero asistida par una gran multitud de ángeles como guardianes del que ella lleva en sí".

El tema de la liturgia celeste, celebrada por los ángeles en adoración frente a Dios, rodeándolo de alabanzas perpetuas, encuentra una transposición en la convicción de que los ángeles están presentes en el sacrificio de la misa. Es lo que afirma San Francisco de Sales. Es lo que muestra el decorado techo de la sacristía del Gesú en Roma: sobre el altar, en el centro aparece representado el Santo Sacramento que los ángeles contemplan con fervor y éxtasis, en actitud de oración 4. Se trataba, evidentemente, de una manera de recordar la "presencia real", para contrarrestar las negaciones de la Reforma. Entonces, presentes cada vez que el sacerdote realiza el sacrificio del altar, los ángeles participan en los milagros que encontramos a lo largo de la historia de la Iglesia. Es así como Richeome explica el singular transporte de la casa de María de Nazaret a Loreto (según la leyenda popular). Invocando la fe que mueve montañas (1, Corintios, 13), adscribe: "Si con la fé, los hombres pueden realizar tales desplazamientos, ¿por qué no creer con la misma fe, que los ángeles, por la voluntad de Dios y con la fuerza que el mismo les concedió, hayan hecho esto?. Pues sabemos que el Ángel llevó al profeta Abacuc de Judea a Babilonia (Daniel, 14, 35) y lo volvió a llevar de regreso de Babilonia a Judea, más de veinte jornadas de camino en un instante. Sabemos que por la misma fuerza natural rueda la inmensa maquinaria de cuerpos celestes, de Oriente a Occidente y de Occidente a Oriente, con una admirable velocidad y constancia desde hace 6000 años en total, sin ninguna pena ni dificultad, esfuerzo macho más arduo que el de llevar una o varias veces una construcción de una región a otra, de Asia a Europa, de Nazaret a Esclavonia, y de allí a Italia, aunque sea un esfuerzo prodigioso y admirable par su rareza". Nótese que Richeome asocia los ángeles al funcionamiento normal del universo, que ellos hacen mover, concepción que no tiene ningún fundamento en la Biblia “oficial” (aunque sí en los apócrifos de Enoch) y que mezcla extrañamente el recuerdo de las religiones astrales de Oriente y los mitos neoplatónicos sobre el cosmos. Pero los ángeles, garantes de las leyes naturales, son también los agentes de los milagros que, transgrediendo aparentemente dichas leyes, recuerdan a los hombres que ellas son leyes de Dios y expresión de su voluntad.

"Ángeles del coro", asistiendo a la misa, los ángeles están también estrechamente mezclados a nuestra vida cotidiana. El Jesuita Pablo de Barry explica así a los fieles la devoción que hay que sentir par ellos: por el ángel guardián, evidentemente, pero también por los ángeles de su parroquia, congregación, ciudad, provincia, a Miguel, Rafael y Gabriel, a todos los ángeles, en fin, de los que es necesario meditar sus cualidades, excelencia, belleza, poder, humildad, obediencia, paciencia, alegría y tristeza.

En uno de los últimos tratados de teoría artística de la literatura italiana, publicado en 1652, el gran pintor Pietro da Cortona y el jesuita G. Domenico Ottonelli, nombran entre las imágenes lícitas para representarse la del ángel, autorizado por la Escritura y los Padres, a condición de que no despierte ninguna idea lasciva ni inconveniente. Cuentan como en 1640, en sus predicas en Florencia, un jesuita recomendaba a sus auditores que hiciesen pintar una figura inventada por él y llamada advertencia del buen amigo " ("I'avviso del buono amico"). Se trata de una imagen que representa al ángel guardián, el buen amigo, acompañando a un joven en su lecho de muerte y mostrándole el peligro que el demonio le hace correr.

En 1670, Louis Abelly, obispo de Rodez, invita a los fieles a no venerar solamente a sus ángeles guardianes, sino a todos los ángeles, ya que todos son intercesores. Es necesario venerarlos por su santidad "sobreeminente", el amor que sienten por nosotros, y su poder para hacernos bien. Es necesario ofrecerles respeto, afecto y gratitud, y manifestarles nuestra piedad realizando buena obras y cumpliendo con el sacrificio de la misa, guardando los días que les están dedicados y pensando en los lugares donde se les celebra particularmente.

Podríamos resumir la piadosa literatura que refleja el clima de devoción sentimental en el que se desarrolla el culto de los ángeles, escuchando al gran orador sagrado del siglo XVII, Bossuet, pronunciar un sermón sobre los ángeles guardianes, el 1° de octubre de 1659, para la inauguración de la iglesia restaurada del noviciado de

Feuillants.

Apoyándose en San Agustin, Bossuet comienza por evocar la "santa sociedad", que los hombres forman con los ángeles: "Somos iguales puesto que lo que hace la dicha de los ángeles hace también la dicha de los hombres; puesto que bebemos los unos y los otros en la misma fuente de la vida que no es otra que la verdad eterna y puesto que podemos cantar en coro, en un admirable concierto, los versos del divino salmista: Todo mi bien es estar unido a mi Dios". Es decir, que existe una "alianza" entre los ángeles y los hombres, que se manifiesta por el doble movimiento de los ángeles que descienden de Dios hacia los hombres y que ascienden de los hombres hacia Dios.

Bossuet muestra que el descenso de los ángeles se debe a su caridad. Vienen hacia nosotros para ejercer la misericordia que han recibido de Dios y que les da el deseo de liberar al hombre de las cadenas de la codicia y de la ignorancia, pidiendo, a cambio, únicamente oraciones. Entonces, regresan al cielo, "van a tratar nuestros asuntos, presentar nuestras necesidades, llevan nuestras súplicas y nuestras oraciones ... hacen reconocer nuestros pensamientos... Relatan los felices sucesos de sus cuidados y consejos ". Bossuet resume su pensamiento en la solemne advertencia que dirige a su auditorio: "Creéis no estar asociados sino con los hombres; sólo pensáis en satisfacerlos, como si los ángeles no os tocasen. Cristianos, desengañaos: hay un pueblo invisible, al que estáis ligados por la caridad... Sed dignos de su amistad y pensad en conservar su estima. Y si sus beneficios no os afectan, si sois insensibles a sus buenas obras, temed por lo menos su indignación y cólera justa con la que vuestra ingratitud será castigada... Como están obligados también a llevar nuestros crímenes al cielo, nuestros "guardianes caritativos " pueden convertirse en nuestros "perseguidores", nuestros "ángeles exterminadores"... Pero todavía es tiempo de "bañar de alegría la tropa invisible que nos rodea, que se regocijará si puede hoy llevar al cielo la buena nueva de que la primera solemnidad de su nuevo templo será eternamente recordada por la conversión de un pecador".

Difícil ser más preciso y apremiante que Bossuet, en la representación, en el sentido pleno del término, del papel de los ángeles en la comunicación permanente que, según el orden de una creación marcada por el pecado y la Redención, se estableció entre la esfera de lo divino y el mundo de las Luces. Mensajeros de Dios ante los hombres y de los hombres ante Dios, los ángeles no son únicamente intermediarios pasivos puesto que ayudan en la búsqueda de la verdad y rechazan a quienes se alejan de ella. Más allá del abismo que separa lo infinito de lo finito, la luz de las tinieblas y el reino de la gracia del pecado, el ángel es un revelador de la unidad de la creación. Desde el ángel del Génesis que protege la puerta del paraíso perdido hasta el ángel guardián de Bossuet, que se propone mostrarnos el camino del paraíso prometido, el ciclo que reúne las especulaciones de los teólogos, los místicos y los poetas, se ha cerrado. Los ángeles no dejan de participar en las penas y en las alegrías, en las revueltas y en los combates justos de los hombres. Angel liberador de San Pedro (Hechos de los Apóstoles, 12, 7-10) / Angeles combatiendo al lado de los Cruzados / Angeles familiares de Bossuet, que "por miedo a ser ingratos hacia el creador, benefician a sus criaturas" / Angeles cercanos de los que el fiel escucha la voz consoladora o amenazadora, siente la presencia por el leve roce de las alas, descubre las huellas inmateriales en su camino.

Pero, ¿quien los mostrará a la mirada del hombre?. Ningún texto, sin lugar a dudas, los ha descrito tan bien como la Sagrada Escritura cuando habla del Hombre, de su belleza y resplandor. Pero ¿de qué armonía de las formas y de las líneas esta belleza es la medida y el principio? ¿Qué colores hace vibrar la inmarcesible luz?. Los textos de los teólogos no son tratados para artistas... Lo que queda definitivamente adquirido en los antecedentes escriturarios es el antropomorfismo de las apariciones angélicas, dejando de lado la descripción, en los libros históricos y proféticos, de los seres extraños que custodian al Santo de los Santos en el Templo de Jerusalén y que sólo tienen de humano la faz que emerge de un torbellino de alas, mientras que la capa que evoca su cuerpo se caracteriza por el dominio rojo para los serafines y azul para los querubines; a menos que se confunda con las formas que sugieren sucesivamente al hombre, al águila, al buey y al león, que anuncian los símbolos de los cuatro evangelistas, descritos sin ser nombrados, en el relato de la visión de Juan (Apocalipsis, 4, 7).

Entonces, el ángel es, ante todo, el hombre. Hombre resplandeciente, hombre de luz: "Y me volví a ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto vi (...) uno semejante al Hijo del hombre, vestido con una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por los pechos con una cinta de oro. Y su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; y sus ojos como llama de fuego. Y sus pies, semejantes al latón fino, ardientes como en un horno; y su voz como ruido de muchas aguas”

Dios es luz y su mensajero es ante todo, bajo su apariencia humana, emanación y reflejo de su luz. Todo el prólogo del Cuarto Evangelio (Juan, 1, 4-13) celebra esta identidad de Dios, del Logos y de la Luz, de la que el ángel es una de las manifestaciones cuando se revela a los hombres. Pero este hombre, cuya belleza es una expresión de la grandeza de Dios, puede también ser epifanía del temible poder del Dios justiciero y vengador: "Y estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos, y veía un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desnuda en la mano. Y Josué yéndose hacia él, le dijo: Eres de los nuestros o eres de nuestros enemigos? Y él respondió: No; pero soy príncipe del ejército de Yahvé, ahora he venido. (Josué, 5, 13-14). Este ángel guerrero aparece mencionado en el libro profético de Daniel: es Miguel, que lucha contra el rey de los Persas (Daniel, 10, 13 y 21 ) y reaparece al final de los tiempos justo antes del juicio, "Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo...", (Daniel, 12, 1).

Simple humano o guerrero, en la figuración del ángel prima el antropocentrismo. Síntoma de esto es el apoyo con toda la autoridad de la cultura escrituraria, filosófica y gnóstica de Dionisio Areopagita a la opción en favor del "hombre", justificándola con una serie de afirmaciones triunfales: se escoge al hombre "porque el hombre posee la inteligencia, porque es capaz de mirar hacia lo alto, porque se mantiene firme y derecho, porque su naturaleza es la de un príncipe y un jefe, porque si bien es cierto que en el plano sensible algunos animales privados de razón tienen más poder que él, es él quien los dominó por la fuerza de su poder intelectual, por la soberanía de su saber racional, par el carácter naturalmente libre e independiente de su alma".

Cada porción del cuerpo del hombre es fuente de imágenes que se aplican perfectamente a aquellos ángeles que Dionisio Areopagita llama "potencias celestes”. Así, las alas, colocadas "a los pies de las santas inteligencias...porque las alas significan una rápida ascensión espiritual, elevación celeste, progresión hacia lo alto, ascensión que libera el alma de toda ignominia. La ligereza de las alas simboliza la ausencia de toda atracción terrestre, impulso total y puro, exento de toda gravedad, hacia las cimas ". Tal simbolismo abarca el vestuario: "el traje luminoso e incandescente significa la forma divina; según el simbolismo del fuego, este poder de iluminación que les viene (las potencias celestes) de la estadía celestial, que les fue asignada y que es el lugar mismo de la luz. Significa también el carácter totalmente inteligible de su iluminación y totalmente intelectual de su visión".

Dionisio Areopagita procede de igual manera con lo que podríamos llamar el entorno de la aparición angélica, por ejemplo las nubes que significan que "las santas inteligencias contienen, de un modo que no es de este mundo, la plenitud de la luz secreta". Y así sucesivamente.

La evidencia de ese sentimiento antropomórfico es tan fuerte que la gran mayoría de las representaciones de ángeles en el arte paleocristiano, ya sea en sarcófagos, placas da marfil o mosaicos, se reducen a la figura del hombre. El ángel es "el hombre de Dios". Pero a partir del siglo IV, se impone definitivamente la imagen del hombre alado, de la que encontramos ejemplos anteriores, bajo la influencia de la doble contaminación del arte antiguo: la de los genios alados que hacían también las veces de mensajeros de los dioses del Olimpo y la de Las Victorias, ellas también aladas, que constituían un tema decorativo muy frecuente desde el periodo helenístico.

Apariciones aladas tomando forma humana. Evocando la juventud, esa edad que puede dar la mejor idea de la belleza, que no es otra cosa que el reflejo de la perfección. Yendo más allá de las "particularidades" de lo masculino y lo femenino, puesto que el ángel está por sobre el orden de la generación los ángeles podrán revestir, según las épocas y los lugares, prendas y atributos que sugieran con mayor evidencia, en el marco de una cultura dada, la idea de lo divino.

En Bizancio, la aparición jerárquica de los ángeles evoca a los altos dignatarios de la corte imperial concebida, ella misma, como una encarnación de la corte celestial. En las catedrales góticas los ángeles, con su sonrisa espiritual, se acercan a la humanidad como portadores de consuelo, perdón y esperanza. En el Renacimiento las formas extremadamente elegantes de los ángeles reconcilian el recuerdo de la belleza antigua y la promesa de la redención. Angeles, armados y acorazados que sostienen el combate justo o, bajo el nombre de Miguel, representan al vencedor en el Monte Gargano y triunfan sobre el demonio como caballero impávido. El ángel se encuentra tan abandonado a la voluntad del artista y a su imaginación, como a las exigencias de la jerarquía eclesiástica que lo recluta en la milicia movilizada al servicio de sus santas causas. Ningún tratado ha buscado servir de referencia notarial para prescribir a los artistas líneas y colores capaces de capturar lo invisible y lo incomprensible del ángel. Para defender tales imágenes, en el momento más agudo de la crisis de la Reforma, Conrad Braun, en 1545, se limita a dar referencias escriturarias que pueden justificar las modalidades de la aparición angelical: el fuego, las alas, las piedras preciosas, los vientos y las nubes. Dionisio Areopagita ya había dicho lo esencial sobre el tema. Podemos lamentar que el Cardenal Paleotti no haya publicado nunca el tomo en el que debía hablar de los ángeles, en su gran tratado sobre les imágenes para poner en aplicación las consignas del concilio de Trento. De dicho tratado sólo se conoce la publicación de un solo volumen en Bolonia, en 1582.

Finalmente, las únicas indicaciones concretas se encuentran en el gran Trattato, destinado a los pintores, que Gian Paolo Lomazzo publicó en Milán en 1586 y que constituye la exposición más completa del sistema del arte del pensamiento italiano de la segunda mitad del siglo XVI. En la parte dedicada al color, Lomazzo se detiene en las relaciones entre las piedras preciosas y las jerarquías angélicas que retoma literalmente de los textos de Dionisio Areopagita.

Presentándose como sucesor de los autores lapidarios de la baja Antigüedad y del Medioevo, Lomazzo considera que las piedras preciosas, "por sus colores, transparencia y perfección", son atributos de los "verdes" angélicos. El zafiro corresponde a los serafines, puesto que reconforta el corazón y purifica al hombre; la esmeralda a los querubines ya que representa la castidad, y los rubíes a los tronos ya que es firme como un trono y resplandece en las tinieblas. El berilo es el atributo de los dominios ya que protege contra los enemigos. La calcedonia, de las potestades, porque aleja las nostalgias y el crisólito, de las virtudes, porque confiere la Sabiduría. El jaspe hace referencia a los principados puesto que fortalece al hombre y lo protege de las trampas del mal. El topacio a los arcángeles, porque calma las agitaciones; y la sardónica, a los ángeles, porque agudiza el espíritu e invita a la alegría. Estas son las correspondencias que los artistas deben respetar en la representación de la indumentaria de los ángeles.

Lomazzo es menos preciso en cuanto a la representación de los ángeles mismos. Apoyándose en la literatura y la patristica, define al ángel como una substancia intelectual, incorpórea, libre, inmortal por gracia (y no por naturaleza), siempre en movimiento, al servicio de Dios. Y conforme a Dionisio Areopagita, recuerda que el ángel es "imagen de Dios, manifestación de la luz escondida, espejo puro, maravilloso e inmaculado". En cuanto a las jerarquías, se distinguen por sus relaciones con los cuatro elementos y por sus funciones específicas.

Los serafines, cuyo elemento en el Fuego, símbolo de amor radiante, se representan "resplandecientes, rodeados de rayos como soles y con seis alas, como el que se presentó ante San Francisco llevando a Cristo crucificado".

Los querubines están ligados a la Tierra, símbolo de su "propia estabilidad y de la inmutabilidad de sus esencia". Están generalmente representados, escribe Lomazzo, con rostro de niño, imagen de la pureza del alma y con ocho alas que garantizan su equilibrio. Pero reconoce que los pintores se han tomado libertades y que los representan como quieren, pero sobre todo como jovencitos de cuerpo entero de los que se pueden ver hasta las manos y los pies.

El elemento de los tronos es el agua, signo de clemencia, equidad y piedad. No deben parecer más masculinos ni más femeninos, para mostrar que la justicia debe impartirse sin ninguna pasión. Pueden representarse como los griegos representaban a Minerva o a la Justicia, con armas, signo de virilidad y trajes vaporosos, signo de feminidad. Los dominios tienen como elemento el aire, "que es la sutileza y el espíritu penetrante". Se los debe representar "bellos, agradables, majestuosos, con trajes amplios, una diadema o una corona, un cetro en la mano, los miembros bien proporcionados"... La mano derecha bien visible, signo de mando.

Las potestades deben ser mostradas con "cierta severidad... con proporciones que tiendan más hacia la virilidad que hacia la feminidad"; puede agregárseles armas y también palmas, símbolos de las victorias que obtienen sobre las fuerzas del mal. Las virtudes deben estar revestidas con trajes que representen la "cima de la belleza" y que estén en armonía con su rostro y sus miembros para brindar gran alegría a la mirada.

Los principados, que están afectados a los asuntos públicos y a los diversos pueblos de la tierra serán representados en función de los caracteres que distinguen a los pueblos de los que estén encargados.

Los arcángeles, mensajeros de Dios, portadores de las oraciones de los hombres, deben llevar signos relacionados con el tipo de mensaje del que estén encargados: la flor de lis de la pureza para el arcángel de la Anunciación; olivo de la paz para los del anuncio a los pastores. Sus trajes deben ser cortos para dejarles total libertad de movimiento.

Los ángeles, "custodi e professori dell' umana generazione", deben ser representados con más simplicidad, en actitudes que expresen la devoción, con instrumentos musicales para acompañar los himnos que cantan al Señor. Pero es necesario recordar que un tambor no convendría a su humildad ( ! )...

Tales son las recomendaciones que el visionario ciego de Milán legaba a los artistas, las únicas que se encuentran, en mi conocimiento, en la literatura artística italiana. Tales recomendaciones sólo pueden compararse con los consejos dados por el más ilustre de los teóricos españoles del Siglo de Oro, Francisco Pacheco, quien a veces se ve reducido simplemente a la condición de maestro y suegro de Velázquez, cuando en realidad se trata de uno de los honorables pintores de la escuela de Sevilla y escritor culto. En un capitulo de su tratado, brinda lo que él llamó "Anotaciones importantes para algunas historias sagradas y a propósito de la verdad y la exactitud con las que deben ser pintadas, en conformidad con la divina escritura y los santos doctores", anotaciones basadas en la autoridad que le confería el cargo de inspector de pinturas que le había confiado la Inquisición. Las instrucciones con respecto a los ángeles son relativamente precisas: "Imágenes fieles de su Creador ", Los ángeles deben tener el rostro y el aspecto de un hombre, "y no el de una mujer": dar a un ángel el rostro y la silueta de una mujer "es cosa indecente, cuando se trata de espíritus angélicos, sustancias de orden espiritual y valientes". Ha de representárselos "jóvenes", para mostrar "la fuerza y el aliento vital"; "bellos", puesto que un rostro resplandeciente es un "signo exterior de la belleza de su alma.

Pacheco agrega que la apariencia dada a los ángeles puede corresponder a los ministerios que ejercen: "Suele suceder que los ángeles tomen el atuendo de capitán, soldado en armas, viajero peregrino, guía o pastor, guardián y ejecutor de la justicia divina, embajador o mensajero portador de buenas nuevas, consolador, músico sirviéndose de los instrumentos de modo conveniente". Y cita las intervenciones de Miguel, mencionadas en la Escritura. En tal caso los ángeles "deben estar revestidos con armas y corazas romanas". El color blanco corresponde a su inocencia y pureza; llevan sobre la túnica "el cinturón mantenido por lujosas hebillas sembradas de piedras preciosas, signos de su prontitud para servir al Señor e indicio de su castidad ". Los "colores variados, como los de la naturaleza " están particularmente reservados a sus "magnificas alas" cuya función es "hacer entender el carácter aéreo, la agilidad y la velocidad de la que están dotados, como bajan del cielo, libres de todo peso corporal con el espíritu siempre fijo en Dios, entre las nubes, porque el cielo es su morada y, en fin, que nos comuniquen suavemente la inaccesible luz de la que gozan"

Lomazzo y Pacheco nos remiten a esos signos sensibles de los que hablaba Dante y que el espíritu del hombre necesita para recibir una parte de revelación Toda la historia del ángel muestra que más allá de las tentaciones híbridas de Oriente, este signo con forma humana se presta a la habilidad de la mano, a la visión espiritual, a la sensibilidad y la entonación de toda "l'umana generazione" de los textos italianos. Entonces, los ángeles de Reims, de Florencia ni de Sevilla, nunca podrán extrañarse de los atuendos y las armas, de los arcabuces y los penachos de esos ángeles que fueron a poblar las cimas de los Andes, puesto que todos anuncian esa sabiduría que Dionisio Areopagita nos recuerda que es todo al mismo tiempo, una y múltiple.