martes, junio 01, 2021

Papas y Profecías

Paloma Gómez Borrero

El asunto de los papas ligados a las profecías, del que hoy les voy a hablar, siempre me ha interesado mucho, y siempre lo he seguido precisamente a través de profetas como Nostradamus, Malaquías, etc. En realidad, vivimos en una época de secularización en la que todo se explica con la ciencia; pocos son ya los que creen en curaciones milagrosas. Esto se refleja en que, por ejemplo, la gente va cada vez menos a misa, se aburre en los sermones.


Además, está de moda decir que uno es laico o anticlerical. Por eso es curioso que, a pesar de todo esto, toda esta gente sea precisamente la que se sienta más atraída por el más allá o por lo sobrenatural. Eso es así, y la prueba está en que cada vez que el Papa habla del diablo o del infierno en una catequesis, sobre todo en la de los miércoles, los primeros que les dedican un montón de artículos e incluso la primera página son aquellos periódicos que se definen laicos. Por cierto que, a propósito de esto, me comentaba un corresponsal vaticanista muy prestigioso, Doménico del Río, escritor en La República, diario muy conocido en toda Italia, que una vez que el Papa habló del Maligno en una catequesis, el director le encargó escribir una página entera sobre el infierno. Entonces, alguien le dijo: «pero bueno, Doménico, ¿Cómo es posible que le interese este tema a un diario como La República?», a lo que Del Río contestó: «es que no creen en el infierno, pero quizá tengan miedo de ir una vez a él»...

Como digo, estamos en una época de secularización, de indiferencia religiosa, y sin embargo, nunca como ahora han prosperado los astrólogos, los magos; nunca como hoy día se han celebrado foros y congresos sobre este tema, y para ir a las consultas de los echadores de cartas o de los futurólogos casi hay que pedir cita con sobrada antelación. No hay periódico ni revista que no tenga un apartado dedicado al horóscopo, e incluso hay muchísima gente que lo consulta antes de salir de casa: «soy Leo. Voy a ver qué me dice», piensan para sí.

En honor a la verdad, bien es cierto que, aunque contra la astrología cayeron los anatemas del Concilio de Toledo, en el año 447, los del Concilio de Braga, en el año 561, la bula de Sixto V y los anatemas de Urbano VIII, también hubo muchísimos otros papas que creyeron en los astros y en las previsiones. Julio II, por ejemplo, el famoso Julio II de Miguel Ángel, el papa del que decían que estuvo más tiempo vestido con armadura que con la túnica propia de su cargo religioso, encargó a los astrólogos que eligieran el día más apto para su coronación. Pedro III, otro caso, pidió que le aconsejaran las horas mejores para convocar un consistorio y discutir con los cardenales problemas un tanto difíciles y delicados. Y León X incluso llegó a nombrar un profesor de Astrología para la Universidad de La Sapienza, la antigua universidad pontificia de Roma. Así que el arte de la profecía, o de adivinar el futuro o un gran acontecimiento, siempre ha interesado, y en este campo, yo creo que el nombre de Nostradamus es el más famoso, el más popular en el mundo entero. De hecho, siempre que se habla de este tema sale a relucir, así como siempre surgen las profecías de Malaquías cada vez que un papa muere y el cónclave se reúne para elegir al sucesor de Pedro.

No soy una experta en profecías, y sólo un poquito experta en papas, pero hoy voy a hablarles de ambos siguiendo la perspectiva vital de una ciudad como Nápoles -espero que me perdonen este pequeño paréntesis, una ciudad maravillosa que, a pesar de tantos siglos de tragedias sufridas, siempre tiene un impresionante optimismo, ganas de sonreír, ganas de ver la vida de color de rosa. Para que se hagan una idea de lo que quiero decir, tienen una costumbre que yo creo que sería precioso poderla introducir en todas las ciudades del mundo. Recuerdo que una vez, en el barrio más pobre de Nápoles, entré a un establecimiento para tomarme un café -toda la ciudad huele a café porque es lo que necesitan sus habitantes; puedes no tener nada que comer, pero si no tienes un café, allí te mueres-, y cuando lo estaba tomando, oí que alguien entraba, se acercaba a la cajera y le preguntaba: «¿hay un café pagado?», a lo que la cajera respondió volviéndose hacia el camarero y diciéndole: «un café pagado para el señor». Pues bien, el rato siguiente transcurrió con un continuo ir y venir de gente que entraba y decía: «un café para mí y dos pagados». Llegados a ese punto, yo quería enterarme de qué era esto del café pagado, por lo que se lo pregunté a la cajera. Ella me dijo que muchas veces uno no tenía dinero para pagarse un café y, en cambio, otros sí lo tenían no sólo para pagarse el suyo propio, sino también para dejar pagado el de un desconocido. Los clientes no sabían a quién podía tocarle, por eso los camareros escribían rayitas sobre los cafés pagados; así, cuando alguien llegaba y preguntaba si había un café pagado, si efectivamente lo había, se le ofrecía gracias a una persona de la que ni siquiera conocía su aspecto. No me digan que no es una de las costumbres más bonitas y solidarias que hay.

Por otra parte, se trata de una ciudad en la que hay una desocupación enorme, aunque lo curioso es que muchos de sus habitantes tienen un oficio que nadie conoce cuál es pero que existe. De hecho, si vas a uno de los barrios más modestos, a la parte que llaman «el barrio de los españoles», a la calle Toledo, y le preguntas a un chico cuál es el oficio de su padre, te responde: «mi padre tira a campar»; es decir, tira a tirar, valga la redundancia, hacia adelante, a lo que salga, en mil trabajos misteriosos. O te responde -no sé si será por culpa de la camorra, a la que tienen mucho miedo-: «mi padre sale de casa por la mañana. No sabemos lo que va a hacer». Bueno, pues yo, como ellos, a mi manera, como periodista, salgo de casa por la mañana para ver lo que pasa en Roma y contarlo en las crónicas después, y sobre todo, para ver qué pasa en el Vaticano, para informarme de qué hará el Papa ese día, de qué programas tiene la Santa Sede, de cuándo hay un viaje de Juan Pablo II, para empezar a prepararlo. Concretamente hoy, he venido a Bilbao para hablar de profecías y de sus profetas, así que volvamos al tema que nos ocupa.

 Decir «profeta» significa, en general, aludir a dos cosas: una, la persona que denuncia injusticias, que grita a los potentes, que sueña con una sociedad que existe más en la utopía que en la realidad. Profeta, en este sentido, era, al menos para mí, Martin Luther King, con aquel I have a dream (Tengo un sueño). Y dos, quien adivina o predice el futuro, que prevé hechos que no han sucedido aún. Pueden considerarse dentro de este grupo, por tanto, un vidente, un mago y hasta una gitana. Antiguamente, profeta, como indica la palabra griega, significaba 'aquél que habla en lugar de', se entiende que en lugar de la divinidad, en lugar de Dios; así que el término estaba íntimamente unido al concepto místico. En las religiones orientales y en el antiguo pueblo judío, existían profetas que tenían escuelas en las que enseñaban técnicas de profecías. Y en el mismo Evangelio, a Jesús y a San Juan Bautista se les proclama «profetas».

Con el pasar del tiempo, los profetas han ido asumiendo una vocación casi apocalíptica. Desde Nostradamus hasta este último tercer secreto de Fátima, siempre ha parecido que preveían tragedias, guerras, fuego, hasta el fin del mundo, incluso, pero como voy a centrarme en las profecías relacionadas con los papas, antes de examinar lo que dictó Malaquías, haré un breve repaso a las hechas para los pontífices del siglo XX. Y comienzo con las que hizo el más célebre de todos los videntes o profetas: Nostradamus. Algunos de sus intérpretes, que son muchísimos interpretarle es una especialidad dificilísima-, han tratado de explicar los acontecimientos que concernían a los papas. Por ejemplo, se preveía que al inicio del siglo pasado, después de la muerte del anciano papa, fuera elegido un romano de edad joven. De él iban a decir que perjudicaría la reputación de la Sede, pero permanecería largo tiempo y poseería gran autoridad. Es posible que en el anciano Papa, Nostradamus y quienes le interpretaron quisieran ver a Pío XI, que murió con 82 años y cuyo pontificado fue largo. En febrero de 1939, efectivamente, fue elegido su sucesor, un príncipe romano, Eugenio María Pacelli. Era un papa joven, tenía 63 años. Su postura frente al nazismo y al fascismo fue muy criticada, y supuso, para algunos, un descrédito para la Sede; lo hemos visto en libros y en películas que han surgido sobre la comunidad judía internacional. Pero realmente, hay que reconocer que Pío XII ayudó muchísimo a los judíos de Roma; es más, la Sede, que hoy tiene la nunciatura apostólica en Italia, es el regalo de un riquísimo judío romano, que se la regaló al Papa en agradecimiento por lo que había ayudado a la comunidad. Pío XII llevó el timón de la "Barca de Pedro" durante 19 años, hasta 1958.

La fantasía de los intérpretes de Nostradamus también se ha desplegado con la muerte del papa Juan Pablo I. Su fallecimiento 33 días después de su elección provocó, y saben ustedes que han corrido ríos de tinta al respecto, que su muerte haya estado envuelta en conjeturas. La verdad es que ha hecho las delicias de todos los amantes de las novelas más policiacas y sensacionalistas. Se sospechó que había sido envenenado por prelados de la curia, por considerarle excesivamente progresista. Yo sólo puedo decirles que soy muy amiga de la sobrina de este papa y que en su familia no tienen ninguna duda de que su muerte fue causa de un trombo que de la pierna le subió al corazón y lo paralizó. Es más, ya había tenido una trombosis cuando era cardenal de Venecia y ya la había sufrido cuando estaba de viaje en Brasil; incluso el propio médico le advirtió de que podía repetirse y ser mortal, con lo cual tenía que cuidarse en extremo, tomarse muchísimos anticoagulantes para que no se repitiera. Por si fuera poco, tenía muchos antecedentes familiares de trombosis y muerte instantánea. Es decir, Juan Pablo I fue elegido al día siguiente de que los cardenales entraran en el cónclave, en muy poco tiempo, y le durmieron en la paz del señor probable y casi seguramente con esa trombosis que ha levantado tanta polémica y que ha hecho, como ya he mencionado, las delicias de quienes gustan de las novelas policiacas.

Y otro caso. Nostradamus, en el siglo VI, afirma: «después del descubrimiento de la tumba del gran romano, será elegido, al día siguiente, un nuevo papa. En ningún caso está confirmado por el Senado. Su sangre está envenenada por el Santo Cáliz». Y ahora, he aquí la explicación que dan sus intérpretes: «la tumba de San Pedro, en los subterráneos de la Basílica, fue descubierta bajo el pontificado de Pablo VI». Fue un descubrimiento muy interesante que había sido encargado a una extraordinaria arqueóloga estudiosa del pontificado y de la época del apóstol Pedro. En un nicho situado bajo la Basílica, había un lugar donde aparecía escrito que allí estaba la tumba de Pedro. Además, había unos huesos, un trozo de púrpura y, sobre todo, la devoción cultivada a lo largo de los siglos de que allí estuvo enterrado el apóstol. Empezaron a hacer estudios, todo coincidía, pero la verdad es que era más devoción que otra cosa. También se pidió que se hicieran con la NASA una serie de pruebas, especialmente las del Carbono 14. Al final, los resultados de las investigaciones indicaban que aquellos huesos pertenecían a un hombre que había vivido en la época de Cristo, que tenía que ser un hombre que murió muy mayor y de manera violenta, y que tenía que ser pescador o estar en contacto con el mar, sobre todo con el Mar Muerto, por la sal que tenía en los huesos. Con todos estos datos, con los que la arqueóloga había descubierto a través del polen y también a partir del trozo de púrpura, que significaba que aquellos restos eran de una persona muy estimada, muy prestigiosa, muy importante en la época, Pablo VI declaró, no obligado a creer en ello, eso sí, que podían ser los restos del primer papa, de San Pedro.

Después de Nostradamus, existen muchos otros textos que los expertos en profecías tienen en gran consideración; entre otros, los que escribió un fraile franciscano que vivía de limosnas. Se llamaba Fratre Ángelo y habitaba en el Estado pontificio a finales del año 1700. Las visiones de este fraile se centran en el final del segundo milenio, es decir, a finales del siglo XX. Escribió que llegaría un día en el que el símbolo del papa se derrumbaría bajo el peso de fuentes y palacios, para marcar una época distinta. Entonces, el sucesor de Pedro dejaría Roma, dejaría la Sede, porque también su vida estaría en peligro. Sin embargo, el papa regresaría más tarde.