Padre Miguel Ángel Fuentes. V.E.
Estimado Padre:
Hace un tiempo atrás me dieron a leer un artículo escrito por el sacerdote Ariel Álvarez Valdés donde, según me pareció entender, la Iglesia ya no sostenía más la existencia del demonio y se decía que los casos de posesión diabólica que aparecen en los Evangelios no eran tales sino en realidad enfermedades psicológicas que, en los tiempos de Jesús, se pensaban causados por el diablo.
Esto ha dejado tambaleando mis creencias al respecto. ¿Es así, en realidad? ¿Por qué, entonces, la Iglesia no lo dice públicamente para que no sigamos engañados?
Estimado:
La existencia del demonio es una verdad de nuestra fe; y los casos que en los Evangelios son relatados como posesiones diabólicas y exorcismos realizados por Jesús, son realmente lo que dicen ser. No hay que dejarse llevar por cualquier viento de doctrina ni aceptar acríticamente las opiniones personales de cualquier aventurero teológico, por más títulos que ostente. Tenga en cuenta que la norma de fe es la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, no los teólogos ni los exegetas. Estos se equivocan cada vez que se apartan de la doctrina definida por la Iglesia. Respecto al caso que usted menciona, el artículo en cuestión fue publicado en diciembre de 1995 bajo el título: «¿El diablo y el demonio son lo mismo?». Las posiciones sostenidas allí por el autor han sido criticadas por la autoridad de la Iglesia y, en mérito del autor hay que indicar que públicamente se ha retractado de ellas. En efecto, según noticia de Aciprensa 11/09/2001, el P. Álvarez Valdés ha sintetizado sus posiciones erróneas en las siguientes:
AFIRMACIONES ERRÓNEAS
1. “No es posible la posesión diabólica, en el sentido de que un ser personal se introduzca dentro de otra persona, lo posea y lo obligue a tender hacia el mal en contra de su voluntad”.
2. “Los casos de posesión diabólica siempre son enfermedades a las que la ciencia de aquel tiempo no encontraba respuesta natural”.
3. “Jesús vino a enseñar religión, no medicina. En este sentido Jesús permaneció dentro de los límites de la concepción judía de aquel tiempo. Los presuntamente poseídos eran en realidad enfermos, pero como la gente explicaba aquellos trastornos y su curación mediante el lenguaje de ‘posesión’ y ‘exorcismo’, Jesús no tenía porqué hablar con términos distintos de los que eran familiares en aquel tiempo”.
4. “A la altura de nuestros actuales conocimientos, tanto científicos como bíblicos, no es posible seguir creyendo en la existencia de los demonios”.
5. “(La Iglesia) lentamente ha ido abandonando su creencia en las posesiones”.
6. “En 1984 Juan Pablo II publicó el nuevo Ritual Romano en el que elimina definitivamente la ceremonia misma del exorcismo, de la Iglesia Católica”...
7. “En el siglo II la Iglesia preguntó a los científicos de la época por qué ciertas personas tenían comportamientos sumamente extraños y le contestaron: están endemoniados. Ante esto, creó la ceremonia del exorcismo. En el siglo XX la Iglesia vuelve a hacer la misma pregunta a los científicos, y ahora éstos contestan: tienen raras patologías, cuyas causas a medias ya se conocen. Entonces (la Iglesia) suprimió el exorcismo”.
De estas afirmaciones el Padre Álvarez Valdés ha dicho en una carta pública: “Por medio de la presente quiero retractarme de estas afirmaciones, y reconocer que eran erróneas y contrarias a las enseñanzas de la Iglesia Católica, a la que amo y deseo servir fielmente desde mi ministerio. Especialmente a la luz del nuevo Ritual del Exorcismo, recientemente aparecido... Asimismo quiero dejar en claro que me someto, como siempre procuré hacerlo, a todo lo que la Santa Madre Iglesia cree y enseña, y que deseo permanecer siempre unido a ella”.
Esperamos que el sacerdote cuestionado continúe con la revisión de sus enseñanzas en los demás temas que también sostiene de modo controvertido, como es la historicidad de muchos hechos bíblicos, en particular del Antiguo Testamento y de la infancia de Nuestro Señor, del pecado original, etc.
Para que se conciencien... de la existencia del demonio
El editorial de Hispanidad.com correspondiente a la edición del lunes 30 de septiembre es largo, pero les aseguro que merece la pena. Es una descripción, en primera persona, de una ceremonia de exorcismo celebrada en una capilla de Alcalá de Henares (Madrid), y cuyo objetivo era liberar a una joven poseída por un demonio. En esa sesión, de dos horas y media de duración, estuvieron presentes el director de Opinión de Hispanidad, Javier Paredes, y Luis Losada, que es el narrador. Otra sesión anterior, narrada por el director de Religión del diario El Mundo, José Manuel Vidal, y por el responsable de esa misma sección en la agencia EFE, ha provocado un gran revuelo. La sesión se contó en El Mundo, y Vidal concluía diciendo que lo que él vio "no era un montaje". De inmediato, la reacción de muchos (por ejemplo, la de algunos lectores de El Mundo) ha sido la misma: ¿Cómo es posible que un periódico serio cuente estas cosas? Eso sí, al parecer, nadie se ha preocupado de adoptar la actitud más científica de todas: comprobar los hechos. En este caso, como en cualquier otro descubrimiento o testimonio humano, caben tres actitudes: o alguien engañó a los testigos del exorcismo, o los testigos engañan, o es verdad que los demonios existen y que pueden poseer el cuerpo de otro espíritu, porque los seres humanos no son más que un anfibio de cuerpo y espíritu.
Sin embargo, miren por dónde, muchos han decidido, sin comprobarlo científicamente, que lo narrado es falso. Porque sí, porque no están dispuestos a aceptar la existencia de espíritus, aunque los hechos les desmientan. Peor para los hechos, concluyen. Y además se enfadan e insultan a los testigos: ¡Qué cosas!
Les animo a leer el testimonio de Luis Losada, ratificado por Javier Paredes, sin prejuicios. De sus conclusiones sobre el relato puede depender todo o no depender nada, pero seguramente pondrá a prueba su ecuanimidad. Allá va:
Regreso de una de las sesiones de exorcismo realizadas por el padre Fortea. Escribo impresionado. Los gritos de Zabulón, y los rezos del sacerdote y de la madre de la poseída, todavía martillean mi conciencia. Creo en el "No prevalecerán", pero tengo miedo. Si pudiera dar marcha atrás, lo haría, sin ninguna duda, y no hubiera acudido a esa sesión. Mi alma se encuentra inquieta tras el brutal encuentro con el demonio. Pero tengo que escribir lo que he visto, porque Dios ha permitido que el demonio Zabulón se apodere del cuerpo de Marta (nombre supuesto de la poseída) "para que se conciencien" de la existencia del demonio. Esa es una de las respuestas que Zabulón dio al exorcista cuando le preguntó por qué no salía de ese cuerpo. Por eso, María (nombre igualmente supuesto), la madre de Marta, me pidió, al despedirnos, que se lo contáramos a todo el mundo, para que, cuanto antes, se produzca la liberación de su hija.
-"Padre, ¿podemos contar algo de lo que hemos visto?"
-Podéis contar lo que queráis. Las obras de la luz no tienen miedo de la luz, las obras de las tinieblas buscan las tinieblas.
Sin duda, algún sentido debe tener mi presencia en ese exorcismo, que, con el paso del tiempo, acabaré descubriendo. Entretanto, sólo puedo manifestar motivaciones a ras de suelo. La inquietud periodística, la curiosidad malsana y sin duda la ingenuidad y la inconsciencia me hicieron aceptar la oferta de mi amigo y compañero de Radio Intereconomía, Javier Paredes, para acompañarle a una sesión de exorcismo. Sin preparación psicológica, agarro el coche rumbo a la parroquia madrileña donde el P. Fortea celebrará la sesión decimoséptima del exorcismo de Marta.
Marta es una chica joven, de apariencia dulce, que acude con una mezcla de miedo y esperanza a la sesión, con el objetivo de que la "pesadilla" desaparezca. Al terminar "todo" nos confesará estar cansada, aunque se siente incapaz de recordar lo que hemos vivido durante más de dos larguísimas, interminables horas. María, su madre, es baja, delgada, muy menuda... Está consumida, triturada, pero es muy fuerte, ha aguantado todo el exorcismo de rodillas junto a su hija.
Sin largas charlas ni preparación alguna, el P. Fortea nos sienta a Javier y a mí en un banco de la capilla. No hay nadie más. Tan sólo dos indicaciones: apagar los móviles y permiso para abandonar la sesión cuando lo deseemos. No es un gran bagaje para asistir a lo más impactante que una persona jamás podrá asistir. Sin preámbulos, Marta se tumba en la colchoneta que, previamente, ha ayudado a colocar. Su madre se arrodilla a su lado. Javier y yo permanecemos en el banco en una actitud discreta, expectante... y acobardada.
El P. Fortea se arrodilla y reza en silencio durante unos minutos. Después se sienta en la colchoneta delante de la cabeza de Marta. Le pone la mano encima de la cabeza y comienza a invocar a Dios. Sólo con pronunciar su nombre el cuerpo de Marta sufre un espasmo, sus pupilas se ocultan y sus ojos permanecerán en blanco durante toda la sesión. Después, invoca a San Jorge y Marta vuelve a convulsionarse en medio de gritos desgarradores.
Lo que vivimos Javier y yo durante dos horas y media fue una prolongación de este comienzo, en un estado de tensión que todavía ahora oprime mi alma. Son las dos y media de la madrugada. Han pasado más de doce horas desde la finalización del exorcismo. Sigo tenso y sin paz. Pero rezo. Por Marta y por su madre. Pero también por todos los testigos que hemos pasado por esa capilla donde Zabulón se ha hecho palpablemente presente.
En un momento dado, el sacerdote ordena al demonio:
-¡En nombre de Jesucristo, sal de la chica!
-¡No! -responde la voz de ultratumba que sale del cuerpo de Marta. No es la voz de Marta, es una voz ronca, fuerte y cargada de odio. Hay odio en todas las respuestas de Zabulón. Hasta un simple sí o un no, se pronuncia envuelto en odio. Lo palpas.
-"Por mi poder sacerdotal, te ordeno que salgas de esa mujer", prosigue el padre Fortea.
-¡Aggghh! -responde Zabulón, en medio de espasmos, convulsiones y gritos. Marta se retuerce. Desde su posición yacente, bota con una elasticidad extraña. Si no fuera por la colchoneta, se provocaría lesiones graves... Aunque vaya usted a saber, porque, después de haber estado gritando, muy fuerte, durante más de dos horas, cuando nos despedimos no apreciamos en Marta el menor signo de ronquera.
El exorcista ordena a Zabulón, una y otra vez, que abandone ese cuerpo, pero el demonio se resiste. Para presionarle, el P. Fortea le recordaba a Zabulón que estaba haciendo mucho bien, porque, a través de él, muchos creerían en su existencia. Marta -o lo que vive dentro de ella- se retorcía con violencia. Entonces, el P. Fortea volvía al ataque recordando al demonio que le esperaba la condenación eterna, que no tenía nada que hacer. Zabulón aullaba desesperadamente.
Posteriormente, el P. Fortea "se armó" con una estampa de la Virgen de Fátima y una cruz. Con la estampa en ristre instó a Zabulón a que la besara.
-¡Aggggghh! ¡Nooooo! -respondía la voz de ultratumba que salía del femenino y adolescente cuerpo de Marta.
-En nombre de Jesucristo, te lo ordeno, besa esta estampa -insistía el exorcista.
-¡No quiero! -respondía Zabulón, entre espasmos, gritos y convulsiones del cuerpo de Marta.
El P. Fortea hace un pequeño receso y pide a San Jorge que le ayude. Ante el nombre de San Jorge, Marta se revuelve. De entre todas las invocaciones a los ángeles y a los santos, la de San Jorge, para este demonio en concreto, es la más eficaz. Pronunciar su nombre produce un efecto inmediato. Ante los espasmos y alaridos de la chica, siento lástima por Marta, pero miro a su madre, quien, con gesto sereno, aprueba el ceremonial. Porque no es Marta la que se retuerce, es Zabulón a quien está martirizando el exorcista.
-Sabes que lo tendrás que hacer tarde o temprano. Te lo ordeno: ¡sal!
-Noggghhh! -responde Zabulón.
-Muy bien, tú lo has querido -responde el P. Fortea- voy a echarte agua bendita...
-¡Aggg! -Zabulón se retuerce ante la idea de ser rociado por agua bendita. El cuerpo de Marta bota ante las gotas que caen del agua que vierte el exorcista.
Javier y yo seguimos sentados. Él tiene un rosario entre sus manos. De regreso, en el coche, me dijo que durante las dos horas estuvo pasando las cuentas, rezando Avemarías y jaculatorias, pidiendo por Marta... y para que no nos pasara nada a nosotros.
Permanezco inmóvil, tratando de pasar desapercibido. Creo que a Javier le pasa lo mismo. Tenemos a un demonio delante de nuestras narices en plena "exhibición" de su poder, odio y furia. Estoy asustado. Sigo temeroso. En un momento, Marta arroja uno de los rosarios de su madre. Lo cojo y ya no lo soltaré en toda la sesión.
Durante toda la sesión, sólo en alguna ocasión Marta giró un poco el cuello y nos miró de reojo, con sus ojos en blanco, pero en ningún momento nos miró de frente: eso gracias a Dios no lo hizo nunca. Parecía como si hubiera una barrera entre ella y nosotros. Era una barrera muy fina, invisible y frágil, pero yo temía que se pudiera romper en cualquier momento.
Afortunadamente, durante las dos horas y media de la sesión no nos miró de frente.
El exorcismo continúa. En un momento dado, el P. Fortea sale a descansar, rezando una parte de la liturgia de las horas. ¿No podría rezar en otro momento?, pienso para mis adentros.
-¡En nombre de Jesús, besa el crucifijo!
-¡Aggg!, -gime Zabulón.
La madre de Marta se dirige directamente al demonio y le dice: "Yo soy sólo una criatura, pero amo al Señor, y en su nombre te digo, besa el crucifijo".
-No, -dice Zabulón, amenazando a la madre con las manos de Marta en forma de garras.
-¡No te atrevas a hacerme nada! ¡Atrás!
Las manos de Marta convertidas en garras prosiguen su acoso sobre la madre:
-¡Atrás!
Entonces la mano se convierte en un cuerno dispuesto a sacar los ojos de la sufriente madre, forzadamente metida a exorcista.
-He dicho que no te atrevas a hacer nada a esta criatura de Dios, en el nombre del arcángel San Gabriel, de San Jorge y de todos los santos.
El P. Fortea calla ante esta intervención de la madre y sigue rezando en silencio, consciente de que el amor de una madre, puede ser una de las fuerzas más poderosas de este mundo. La imprecación de la madre al demonio continúa durante un tiempo, que se me hace eterno. Ella le ordena que se incorpore. Tras varias negativas, finalmente lo hace.
Una vez sentada, la madre le exige que incline su cabeza ante la estampa de la Virgen. En este momento el cuello de Marta, de un golpe seco, se estira hacia atrás hasta límites insospechados.
-No ?responde el discípulo de Satanás por boca de Marta. Es impresionante ver el cuello estirado y la cabeza hacia atrás, en actitud y postura soberbias, empecinado en no doblegar la cabeza ante la estampa de la Virgen. La madre, insiste, testaruda, y Zabulón responde con el mismo tono desafiante.
Pero la madre no se rinde. Finalmente, en medio de espasmos y gritos, el cuello empieza a ceder hasta tocar el pecho con la barbilla. Un proceso duro, que no se hace sin resistencia de Zabulón, que se niega a prestar reverencia a la Virgen. Entretanto la poseída ha cerrado los ojos para no contemplar la estampa, mientras inclina su cabeza. Y María le ordena que los abra. Los abre, pero la expresión es espantosa, los ojos están totalmente blancos, pero más espantosa es la mirada odiosa, dirigida como un dardo hacia la imagen de la Virgen María.
El exorcista toma la iniciativa. Ordena al demonio: "Besa el crucifijo": ¡Noooo! Cuando la sesión parecía que no avanzaba, ni hacia adelante ni hacia atrás, Zabulón, mudo, hace con la mano el signo de "querer escribir".
Inmediatamente, el P. Fortea se va a la sacristía a por papel y bolígrafo. No parece encontrarlo y yo estoy a punto de ofrecerle mi pluma y mi cuaderno. No lo hago por miedo a acercarme y por mi apego material a mi pluma de marca. Afortunadamente, el sacerdote encuentra los utensilios de escritura: un bloc grande que la madre coloca sobre su vientre, y sobre el bloc coloca un folio. El bolígrafo no funciona y se sustituye por un lápiz. Marta esta ahora tumbada boca arriba, con la cabeza hacia atrás y estira el brazo para llegar al folio. En esta postura es imposible que puede ver su propia mano escribiendo. A toda velocidad y, por supuesto, sin mirar al papel, la mano de Marta comienza a deslizarse por el folio. Si los gritos y la voz ronca te hacen sentir la presencia de Zabulón, ahora, mientras escribe, se le siente todavía más cerca. Javier y yo no entendíamos bien lo que pasaba. Sólo oíamos las preguntas del exorcista, pero no veíamos las respuestas escritas. Cuando acabó el exorcismo, Fortea le entregó los dos folios a Javier, que obran en su poder. De vuelta a casa, ambos tratamos de reconstruir la escena. Fue entonces cuando Javier me hizo notar que las letras no se metían unas por otras: la escritura era clarísima y las tildes de las íes estaban colocadas perfectamente encima de la letra correspondiente. Los caracteres eran los propios de la letra impresa, no de la escritura manual. El diálogo oralescrito, en el que el padre Fortea pregunta y Zabulón responde escribiendo a través de la mano de Marta, dice lo siguiente:
-Quería desesperaros porque tenía refuerzos.
Con esa frase escrita, Zabulón explica el estancamiento del exorcismo que se había producido durante la primera hora.
-¿Qué refuerzos, quién ha venido? -pregunta el exorcista.
-Satán ?responde Zabulón-, pero ya se ha ido. Y, a continuación, y sin preguntarle nada, vuelve a escribir: "Falta 1 persona". Y subraya el "1" varias veces.
-¿Qué persona?
Ante esta pregunta, la mano suelta el lápiz y Marta cierra fuertemente los labios. Zabulón no quiere responder.
-Dame un signo para que sepa quién es -insiste el exorcista, pero los labios de la endemoniada permanecen sellados.
En este punto ya estábamos agotados, habían pasado casi dos horas. No respiramos durante toda la sesión y mantuvimos un estado de tensión y miedo como jamás he atravesado en mi vida. El exorcista sigue tratando de que Zabulón bese el crucifijo, reconozca a su Rey, etc, con escaso éxito. Entonces llega uno de los momentos para mí más impactantes. El sacerdote cambia de postura y, sin querer, da una patada a la vasija del agua bendita, que se derrama por toda la capilla. Escucho una risa sorda, y odiosa del más allá. Zabulón se regocija del error del P. Fortea. Me estremezco.
El exorcista no parece darle ninguna importancia. Estoy impresionado. No le importa nada, no le impresiona nada. Todo es normal. Yo estoy que me subo por las paredes... Entonces, el sacerdote decide darle de comulgar a la poseída. Se reviste con una estola, va hacia el Sagrario y se coloca a los pies de la endemoniada. Coge una sagrada forma y la levanta en alto. La endemoniada, tendida en el suelo, boca arriba, cambia la expresión de su rostro, es todo terror y comienza a arrastrarse hacia atrás, para alejarse lo más posible del sacerdote. Repta boca arriba con los mismos movimientos de un lagarto. Entonces, en nombre de Cristo, presente en la hostia, el sacerdote le ordena que se arrodille diciéndole: "Ante el nombre de Cristo, toda rodilla se doble". Zabulón-Marta, tras una cierta resistencia, se arrodilla. Javier y yo, desde que se abrió el Sagrario, caímos de rodillas y vamos a permanecer así hasta que vuelva a introducir el copón en el Sagrario.
-Al fin y al cabo, te deberíamos estar agradecidos, -dice el P. Fortea-, gracias a ti, muchos creerán en los demonios. ¿Te das cuenta cómo tú también sirves a Dios?
-¡Noooo! -responde escuetamente Zabulón.
-Mira a tu Rey y Señor, -ordena el exorcista con la hostia en la mano.
El alarido gutural del demonio se hace más estruendoso:
-¡Aggg! ¡Nooo!
El Padre Fortea insiste y, tras varios intentos, Zabulón tiene que obedecer y abre la boca. La hostia permanece en la lengua de Marta, quien mantiene la boca abierta durante varios minutos. Se niega a tragarla. Mientras tanto, Zabulón emite gritos, y el cuerpo de Marta se convulsiona. Al terminar todo, Javier y yo coincidimos en el temor a que Zabulón hubiera escupido la sagrada comunión. Pero, en ese momento del exorcismo, el demonio, agotado, ya no puede sino obedecer las órdenes del sacerdote. Pasados unos minutos, y tras las órdenes, tanto del exorcista como de la madre, para que tragara la forma, la hostia entró en el cuerpo de Marta.
Entonces se produjo la mayor de las convulsiones de toda la sesión. Gritos, alaridos, gemidos, zarpas, movimientos acelerados del cuerpo. Varios minutos de tensión máxima. No sabía dónde meterme. Sólo recordarlo me da pánico. El P. Fortea, permanece impasible. Prosigue el exorcismo musitando palabras que no entiendo. No es español, tampoco latín, el idioma utilizado en varias de las exhortaciones de la sesión. Al terminar, le pregunto: "No te lo puedo decir ahora, te lo diré más tarde". No entiendo la respuesta. En realidad, no entiendo nada... Tampoco el exorcista entiende el idioma en el que habla Zabulón. El espíritu maligno repite con insistencia una expresión extraña. El exorcista cree que se trata de varias palabras que pueden tener algún significado. Pero se trata de una lengua extrañísima.
Casi al final de la sesión, el sacerdote recuerda lo escrito en el papel: "Falta 1 persona". Se supone que un tercer testigo, y le ordena que le diga la identidad. Todo esfuerzo es inútil, así que, como "castigo" le ordena que bese el sagrario. Marta se incorpora con la ayuda del exorcista y de su madre. Caminan y, antes de llegar al Sagrario, pasan por delante de una imagen gótica de la Virgen María:
-Besa los pies que han de aplastar tu cabeza -le ordena Fortea. Y la endemoniada, tras emitir unos sonidos que sugieren asco y repugnancia, ante la imagen de la Virgen -sonidos emitidos a lo largo del exorcismo antes de besar las estampas o el crucifijo- besa los pies de la imagen. Javier y yo permanecemos en nuestro sitio, mientras la posesa y el exorcista se dirigen al Sagrario. Tras mucha insistencia, Zabulón pronuncia un nombre que para el exorcista resulta muy claro y que yo, a pesar de encontrarme a tan sólo 5 metros, no escucho con claridad. Al parecer, se trata de una persona conocida que permitiría cumplir el objetivo verbalizado en anteriores sesiones: "Que se conciencien"... de la existencia de los demonios.
El exorcista se da por contento con el nombre, pues es el nombre de una persona que había pensado invitar, varios días antes de comenzar esta sesión. Aunque el demonio sigue dentro, decide entonces terminar la sesión. Tumba a Marta en la colchoneta y no hace nada más. Tan sólo recoge el "material"; agua bendita, breviario, Biblia, crucifijo, rosario, etc. De repente, Marta abandona la crisis. Recupera sus ojos y su sonrisa tímida. No recuerda nada. Sólo tiene la sensación de haber salido de una pesadilla, pero no recuerda nada más.
No es capaz de explicar tampoco cómo entra en "crisis". Le pregunto si es como cuando uno es anestesiado para una operación y me responde que no. Todavía no lo comprendo. Ella sabía que iban a "ocurrir cosas". Antes de la sesión se quitó cuidadosamente los pendientes y los zapatos. Se tumbó "religiosamente" en la colchoneta y se sometió al "tratamiento" del sacerdote.
Más sorprendente resulta que Marta se encuentre en gracia de Dios y acuda cada domingo a la celebración eucarística. ¿Cómo es posible que en una misma persona habite la gracia santificante y el demonio? Todavía no tengo respuesta. No tengo respuesta para muchas cosas... Sólo sé que lo que Ud. lee, yo lo vi con mis ojos descreídos y morbosos. ¿Para que se conciencien de la existencia de los demonios?
No entiendo de psiquiatría ni de teología. Simplemente doy testimonio de lo que vi, y como notario de la realidad, certifico que lo que aquí se contiene es cierto. Espero que para el bien del lector, de Marta, de su madre y de cuantos testigos hemos pasado por esa capilla. Que así sea.
Luis Losada. Economista y periodista.
Testimonio ratificado por Javier Paredes, historiador y periodista, director de opinión de Hispanidad.com - 2002
Es necesario orar sin interrupción para que el Señor se digne salvarnos, introduciéndonos en la gloria por los siglos de los siglos. Amen (1Tes. 5, 17, 2Tim. 4, 18).
LAS JACULATORIAS
La repetición de jaculatorias[2], oraciones cortas, para alabar al Señor, obtener ayuda o para implorar perdón, se descubre en la temprana tradición cristiana. Ya en tiempos de Casiano (c.360-435) se va enlazando esta práctica con el propósito de alcanzar la oración continua. Otro testigo, de los numerosos que se pueden aducir, es San Juan Crisóstomo(c.344- 407), quien recomienda la repetición frecuente y sucesiva de unas mismas breves palabras. Sin embargo, la explícita invocación al Señor Jesús, como en la ´oración´, no está necesariamente ligada a esta difundida práctica. Existe una gran libertad en la elección de la sentencia que se repite buscando la comunión con Dios. Así, por ejemplo, el mismo Casiano recomendaba en sus Colaciones: «Si queréis que el pensamiento de Dios more sin cesar en vosotros, debéis proponer continuamente a vuestra mirada interior esta fórmula de devoción: Ven, oh Dios, en mi auxilio, apresúrate, Señor, a socorrerme. No sin razón ha sido preferido este versículo entre todos los de la Escritura. Contiene en cifra todos los sentimientos que puede tener la naturaleza humana. Se adapta felizmente a todos los estados, y ayuda a mantenerse firme ante las tentaciones que nos solicitan». Arsenio (m.449), monje del desierto, cuyos dichos son repetidos reverentemente por los monjes, por ejemplo, oraba diciendo: «Señor, dirígeme por el camino de la salvación». Sería fácil seguir citando oraciones breves de diversos padres en las que no se menciona explícitamente´ Jesús´ ni ´Señor Jesús´ o ´Jesucristo´ También es posible encontrar referencias a la invocación del nombre del Reconciliador, pero sin el recurso a la fórmula en la que cristalizó la llamada ´oración a Jesús´ ni al marco metódico psico-físico que la acompaña. Como un ejemplo se puede citar una oración de Isaac de Siria, Obispo de Nínive (s. VII): «Oh nombre de Jesús, llave de todos los dones, abre para mí la gran puerta de tu casa del tesoro para que pueda entrar y alabarte, con la alabanza que nace del corazón, como respuesta a tus misericordias que vengo experimentando de un tiempo acá; pues tú has venido y me has renovado con la conciencia del Nuevo Mundo». Otro ejemplo, entre los muchos citables, es el del abba Sisoes, quien en una ocasión confiesa que durante treinta años había rezado así: «Señor Jesús, protégeme de mi lengua».
"Haz, te lo ruego, Señor que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia"
"Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón"
"Los templos semivacíos, los sagrarios solitarios y las misas menospreciadas, son la más cruda denuncia del enfriamiento de nuestra fe y del poco vigor religioso de nuestro cristianismo".
Gracias a Juan Pablo II, ningún gobernante podrá justificarse ya en la enseñanza católica. El Catecismo de la Iglesia, aunque no condena formalmente la pena capital, apuesta decididamente por los medios incruentos para proteger y defender la seguridad de las personas, porque corresponden mejor a las condiciones del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.
El Estado moderno tiene otras posibilidades eficaces para reprimir el crimen. Como escribió el Pontífice en su encíclica sobre el Evangelio de la vida, los casos en los que es absolutamente necesario suprimir al reo “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos”.
En una conferencia pronunciada en 1992 en Bratislava por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, y publicada en español en el libro “Verdad, valores y poder”, nos recordaba que la tarea del Estado es “mantener la convivencia humana en orden”, es decir, garantizar el derecho como condición de libertad y el bienestar general. “Corresponde al Estado, ante todo, gobernar, pero, en segundo lugar, es también función suya hacer que el gobierno no sea simplemente un ejercicio de poder, sino protección del derecho que asiste al individuo y garantía del bienestar de todos”, afirmó. No es competencia del Estado crear nuevos hombres, nuevas formas de relación, o convertir el mundo en un paraíso.
Vaclav Belohradsky señaló que en el siglo XX culminaría “la invasión del poder inocente”, un poder que se pone más allá del bien y del mal que reivindica una inocencia permanente. Un poder, el inocente, que se justifica en la mentira sobre el hombre, sobre sus derechos y sobre sus reivindicaciones. No hay nada más nihilista que la voluntad de una minoría que acaba imponiendo a la sociedad unas leyes que atentan contra la racionalidad y contra la naturaleza, contra la realidad. Benedicto XVI es muy consciente de que su ministerio se va a topar con los poderes inocentes, con los talantes, y con aquellos que los sostienen y justifican. 2005.05.
Catecismo de la Iglesia Católica, 858-860
“Creo en la Iglesia ….apostólica”
Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, “llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar.” (Mc 3,13-14). Desde entonces, serán sus “enviados” (es lo que significa la palabra griega ‘apostoloi’). En ellos continúa su propia misión: “Como el Padre me envió, también yo os envío.” (Jn 20,21; cf 13, 20; 17,18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe”, dice a los doce. (Mt 10,40).
Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como “el Hijo no puede hacer nada por su cuenta” (Jn 5,19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin El (cf Jn 25,5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como “ministros de una nueva alianza” (2 Cor 3,5), “ministros de Dios” (2 Cor 6,4), “embajadores de Cristo” (2Cor 5,20), “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4,1).
En el encargo dado a los apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28,20). “Esta misión divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se preocuparon de instituir...sucesores” (LG 20).
"Quien no obedezca a Cristo aquí en la tierra, el cual está en el lugar de Cristo en el Cielo, no participa del fruto de la sangre del Hijo de Dios... Para tantos momentos de la historia, que el Diablo se encarga de repetir, me parecía una consideración muy acertada aquella que me escribías sobre lealtad: -llevo todo el día en el corazón, en la cabeza y en los labios una jaculatoria: !Roma!..." [Catalina de Siena (+ 1380)]
Cruz, trabajos, tribulaciones: los tendrás mientras vivas. —Por ese camino fue Cristo, y no es el discípulo más que el Maestro.
Siervo de Dios P. Giuseppe Ambrosoli, misionero: Rostro misericordioso de
Cristo hasta la muerte por los que sufren
“El padre Giuseppe Ambrosoli, en aquel tiempo joven estudiante de medicina, fue llevado a Alemania a un campo de adiestramiento en el mes de abril de 1944. Tenía 21 años. En una situación difícil e incierta como aquella, sorprende su madurez humana y espiritual. Desde entonces tuvo la costumbre de esconder los actos más heroicos con el manto de la sencillez. En un pequeño cuaderno de notas espirituales de 1947, escribirá las razones de su modo de actuar con los compañeros de campo. ‘No importa -escribió Giuseppe- si no consigo convertir aquellos que están lejos de Jesús. Quedará de todos modos en ellos una huella, una brecha hecha por el amor, no el mio que es humano, sino aquel de Jesús que ha inflamado mi corazón. Tengo que vivir la caridad de Cristo en cada momento, en cada ambiente en que me encuentro’.
El doctor Luciano Giornazzi, compañero de desventura de Giuseppe, guarda un recuerdo imborrable. ‘He conocido padre Ambrosoli - escribe el doctor - en el lejano 1944, al Krieggefangenlager de Heuberg-Stetten donde habíamos llegado: yo deportado por negarme al reclutamiento, y el voluntariamente porque se había presentado al distrito por respeto a la ley vigente. Hemos pasado allí un poco más de un año, al lado el uno del otro, sufriendo un tipo de vida no de los mejores: trabajo manual y adiestramiento paramilitar (éramos todos estudiantes inscritos a la Facultad de Medicina de las diferentes regiones de proveniencia), mucho hambre y una discreta dosis de malos tratos, más morales que materiales. Yo he vivido todo aquel triste periodo en el mismo barracón de padre Ambrosoli, y al final de la guerra, después de muchas peripecias, cuando hemos regresado a la vida normal la figura de aquel muchacho me ha quedado en la mente y en el corazón. Le recuerdo cuando en la noche, cansados y siempre hambrientos, nos acostábamos. El constantemente preguntaba a cada uno de nosotros si necesitábamos algo: siempre estaba disponible a cualquier cosa a pesar de que estaba tan cansado y hambriento como nosotros. Y ahí va Ambrosoli corriendo a buscar agua limpia, fuera, lejos del barracón, en verano y en invierno. Ahí lo tienes mientras ayuda a alguno a lavarse para pasar la inspección (un retraso o una falta significaba de hecho un castigo para todo el barracón). Me parece verle todavía mientras consuela fraternalmente a aquel de nosotros (y era bastante frecuente!) que se le escapaba alguna lágrima por el recuerdo y la lejanía de nuestros seres queridos, o al final de nuestra escasa comida, retirarse a la propia cama y en voz alta recitar alguna oración ante la indiferencia general. Ahí está mientras llama la atención a alguno de nosotros que maldice nuestra mala suerte que nos ha traido, queriendo o sin querer, a aquel maldito lugar: tiene una buena palabra para todos y al final consigue calmar la rabia, el dolor, la angustia. Le recuerdo durante una marcha de adiestramiento (15 Km!) cuando se carga mi mochila porque un dolor en la rodilla me impedía mantener el ritmo del grupo. Llegados al barracón, lo recuerdo inclinado lavando los pies de los compañeros más cansados. Más tarde, en otra ocasión, yo estaba en la enfermería con fiebre alta, incapaz de moverme, durante un mes me ha llevado la comida dos veces al día: siempre con una sonrisa en los labios, siempre con una palabra de ánimo. En definitiva y para decirlo en pocas palabras: Ambrosoli durante aquel periodo ha estado siempre a disposición de todos. Era diverso de nosotros. Tenía una velocidad más, moral y material, que ciertamente venía de su permanente serenidad. Su comportamiento con el prójimo me ha confirmado que los santos existen todavía en nuestros días”. (De un testimonio de los tiempos de su forzada permanencia en Alemania 1944)." Oración:
Oh Padre, tu miras con compasión el hombre herido en el cuerpo y en el espíritu y muestras tu benevolencia en la obra de quien se dedica a aliviar el sufrimiento de los otros. Te agradecemos por haber suscitado la vocación misionera y sacerdotal en el corazón del joven médico Giuseppe Ambrosoli. El reconoció la verdadera riqueza del hombre en la amistad con Cristo y ha hecho don de su profesión a los hermanos más pobres. Nos unimos a todos aquellos que en tierras de Africa le invocan y reconocen en él un siervo humilde y acogedor del Señor, para que en la Iglesia brille su ejemplo de fidelidad a Jesucristo y su vida de trabajo en la entrega a la caridad apararezca como fue, amor supremo a los hermanos. Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amen.
Biografía
Caridad heroica hasta la muerte en favor de los más necesitados, disponibilidad y humilde servicio cotidiano fueron las características mayores que distinguieron la vida del sacerdote y médico misionero comboniano, padre, doctor Giuseppe Ambrosoli. Nacido en Ronago, (Como, Italia) el 25 de julio de 1923 murió en Lira (Uganda) el 27 de marzo de 1987 después de un obligado y doloroso éxodo para evacuar un hospital y una escuela de enfermeras mientras se endurecía la guerra civil en aquella región del Norte de Uganda. El proceso de canonización se ha iniciado el 22 de agosto de 1999 en la misón-parroquia de Kalongo (Norte de Uganda) donde tiene la sede el hospital misionero fundado por él.
¡Gloria al Jesucristo, base y fundamento de su Iglesia!
¡Buenaventura eres Tú, Oh María, Madre de mi Maestro!
“Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones” Biblia. Evangelio según San Lucas Cap.1º vs. 48. La Iglesia, hace XXI siglos fundada por Tu Hijo, te alaba, ¡Oh Madre plena de dicha y felicidad!