miércoles, septiembre 07, 2022

"René Guenon" y el Problema del Mal

Dr. Spicasc (Dr. Carlos Raitzin)
(Publicado en “HITOS” No. 12, 1981. Revisado en octubre de 1999)

PRIMERA PARTE
INTRODUCCION

Pocas nociones han sido tan torcidamente interpretadas en Occidente como la Tradición Esotérica. Aún en medios cultos y especializados suelen circular versiones incorrectas al respecto tales como la confusión entre la Tradición y la transmisión oral puramente humana (pues esta última no constituye en rigor más que una expresión folklórica puramente exotérica). En otras oportunidades se suele considerar como genuinamente tradicionales costumbres, modos religiosos y rituales que también recaen de lleno dentro del más trivial exoterismo. En consecuencia, y para evitar tales malos entendidos bueno será precisar desde un comienzo, siguiendo a René Guénon, cuáles son las características de hechos y de nociones que pueden considerarse de índole tradicional y cuáles no lo son.

La Tradición Esotérica a la que nos referimos esta caracterizada esencialmente por su inmutabilidad dado que es netamente atemporal. Resulta así totalmente independiente de épocas, lugares, costumbres y circunstancias, mereciendo por ello su usual designación como Lex Perennis o su equivalente sánscrito de Sanatana Dharma o sea Ley Eterna.

Tan importante como este aspecto que caracteriza a lo genuinamente tradicional es, además, la intervención en la transmisión del conocimiento de una componente o elemento de índole supra humana que es la Iniciación. Esto constituye en definitiva, la piedra de toque para distinguir con claridad lo tradicional de lo que no lo es.

Bien, entendido, aquí no se trata ni de filosofía ni tampoco de religión o misticismo, sino que lo genuinamente tradicional se desprende de las posibilidades intelectuales superiores del hombre, las que son más elevadas por cierto que la mera racionalización de los filósofos o el sentimentalismo pasivo, consolador e irracional de lo religioso. Como nos hemos extendido ya largamente al respecto en dos trabajos anteriores aparecidos en "Hitos" (y que se incluyen en este sitio web) no nos detendremos en estas cuestiones más que para subrayar brevemente algunos aspectos esenciales...

El primero de estos aspectos hace a las posibilidades cognoscitivas del ser humano en el orden metafísico y a las que Guénon designa globalmente como intuición intelectual. Aquí estamos frente a hechos que se repiten en todos los tiempos y países y que sólo podrían ser negados por desinformación o simple mala fe.

En el lenguaje religioso corriente se conoce a estas posibilidades cognoscitivas como "revelación" o "iluminación", si bien se pretende muy a menudo tal carácter para meras opiniones piadosas que se nutren y basan exclusivamente en el sentimentalismo más burdo. Insistamos con Guénon en este hecho esencial en cuanto que lo religioso como tal no rebasa en cuanto a sus posibilidades y naturaleza lo puramente exotérico y sentimentaloide, careciendo por tanto de carácter tradicional (como lo prueba inequívocamente la variación de los dogmas con el tiempo). En rigor, lo religioso corresponde a una forma degradada de lo tradicional aún cuando el origen de algunas formas y tradiciones religiosas particulares puedan hallarse en conocimientos provenientes de genuinas fuentes iniciáticas. El segundo aspecto corresponde precisamente a que este modo religioso, como la experiencia lo prueba ampliamente, puede revestirse de formas exteriores harto variables a manera de adecuación a las cambiantes características de tiempos, lugar, costumbres y contingencias.

Surgen así las contradicciones entre los diversos dogmatismos e incluso (y muy frecuentemente...), en el seno de cada uno de ellos, lo que jamás puede suceder en el marco estricto de lo genuinamente tradicional.

De hecho, esta enseñanza se nutre en un auténtico meta empirismo supra físico donde ya no cabe hacer consideraciones de tipo personal pues desaparecen los límites propios de nuestro mundo de dualidades entre el yo y el no-yo. El esoterismo tradicional se centra en estas posibilidades metafísicas del ser humano que son accesibles en la Vía Iniciática y rebasan netamente la esfera de lo individual, natural y material. Es menester destacar que, como afirma Guénon mismo, resulta extraño que generalmente los occidentales demanden pruebas de tales afirmaciones en lugar de hacer el esfuerzo por sí mismos a fin de adquirir este conocimiento en forma efectiva. Nos enfrentamos aquí con que las argumentaciones y razonamientos no bastan precisamente porque la naturaleza de los hechos considerados excede en mucho a las meras facultades racionales. Esto último no constituye un dogma pues nada podría ser más contrario a la esencia de la verdadera metafísica: se trata únicamente de que haga el viaje por sí mismo quién desee hacerlo y se halle calificado para ello. El objetivo de este viaje es, ante todo, el descubrimiento por el conocimiento directo, inmediato por parte de la verdadera naturaleza humana superior. Recuérdese al respecto que la Tradición Esotérica afirma como hecho metafísico y no como creencia que el individuo no es más que una apariencia, contingente y transitoria que reviste el Ser en el curso de la manifestación.

Aquí se trata de pasar de la personalidad a la individualidad, lo que supone en esencia la identificación con el Ser por el conocimiento. Nótese que Guénon emplea los términos “personalidad” e “individualidad” con significados permutados. Esto es totalmente inadmisible pues personalidad proviene etimológicamente del latín persona, palabra que significa literalmente máscara (o sea lo externo). Antes de precisar esta noción central apresurémonos a aclarar que en todo esto no hay el más mínimo vestigio ni de misticismo ni de accionar externo en el sentido corriente y general de estos términos. No hay misticismo pues para lograr esta meta las emociones, pasividades y sentimentalismos (salvo en una forma superior que corresponde a la devoción a una forma de la Divinidad o a un Maestro espiritual) no desempeñan un rol sino como factores absolutamente negativos y deben ser, por consiguiente, eliminados desde un comienzo.

Tampoco se trata de un accionar pues de acuerdo a la Enseñanza Tradicional, ese accionar externo (Pravritti en sánscrito) no puede liberar de la misma acción (y no conduce por tanto a Moksha o Mukti que es la Liberación, idéntica en esencia con la Unión y Conocimiento perfectos en comunión total con el Ser). Se trata en cambio de la acción interior o Nivritti que equivale al repliegue o resorción de las facultades individuales en una pura interiorización que corresponde a la actitud de Dhyana (o meditación) combinada con Mantras (oraciones breves) y Japas (repetición de sílabas de poder), los que sí se toman medios no solo conducentes sino imprescindibles para tal realización de las posibilidades individuales.

No nos extenderemos aquí sobre la Presencia Divina (Adhyatma) en el corazón del hombre pues nos proponemos revenir sobre este tema central en otros artículos. Digamos sí que el primer punto esencial de la Tradición Esotérica es precisamente lo relativo al contacto de la conciencia humana con el fragmento de la Conciencia Universal (Purusha) que mora entronizado pero a manera de prisionero (Jiva y de ahí Jivatma) en la cámara etérica del corazón (o dahara) , cavidad que constituye el Centro Vital por excelencia en el ser humano.

SEGUNDA PARTE
EL PROBLEMA DEL MAL

Entrando ahora de lleno en aquellos aspectos en que se centra la presente exposición, comencemos por el problema del Mal y el conexo tema del Demiurgo. Aquí el dilema es el de siempre: "Si Dios es bueno, por qué existe el Mal? Si no lo es: por qué existe el Bien?".

Como señalara René Guénon mismo este dilema es perfectamente insoluble para quienes consideran la Creación o Manifestación como la obra directa de Dios y que, por este hecho mismo, se ven obligados a hacerle responsable tanto del Mal como del Bien. Vale la pena por cierto analizar con algún detalle la respuesta guénoniana a esta cuestión cuya solución, por otra parte, se encuadra plenamente en el marco de la Enseñanza Esotérica Tradicional. Estas consideraciones de Guénon nos conducirán rectamente al meollo del problema metafísico central y nos permitirán además agregar algunos desarrollos de interés relativos a ciertas nociones como la (así llamada) "reencarnación".

Pasando al centro de la cuestión (y ciñéndonos muy de cerca de lo expuesto por Guénon en su célebre artículo ("Le Démiurge") digamos que quienes consideran a un Dios perfecto como hacedor de las criaturas se enfrenta con el hecho de que éstas pueden optar entre el Bien y el Mal en virtud de su libertad.

Pero como ellas eligen a menudo el mal resulta que son imperfectas lo que implica la imperfección de su Hacedor. Tenemos pues una contradicción si de antemano hemos supuesto que Dios es perfecto.

Es claro que lo Perfecto no puede crear lo imperfecto pues para ello debe contenerlo en gérmen y, por ende, no sería ya perfecto. Luego lo imperfecto sólo podría surgir de la nada pero con Lucrecio es menester afirmar "Ex nihilo nihil, ad nihilum nil posse reverti" (Nada surge de nada ni puede tornarse en nada).

Admitir la creación a partir de la nada supone concebir posible que todo torne a la nada de nuevo. Esto equivale por un lado a negar el principio de causalidad (lo que es imposible para un hombre sincero y razonable) y, por otro lado, a que se torne absurdo hablar de inmortalidad.

De lo anterior deducimos que hay un Principio Único, el cual por contenerlo todo debe ser Infinito, lo cual supone que no hay en él límite y, por la misma razón, debe ser Perfecto. Pues lo imperfecto es limitado en virtud de su imperfección misma la que supone una restricción incompatible con lo Infinito.

No pueden existir dos Principios pues uno y otro se excluirían y por tanto se limitarían mutuamente o bien se confundirían en uno solo. Luego lo que llamamos Bien y Mal y todos los polos de las dualidades derivan de un solo Principio y de ahí resulta que éste necesariamente debe estar más allá del conflicto de los opuestos que se observa en lo manifestado y sensible.

Aceptamos este Principio Supremo como Causa Primera. El lo contiene todo en germen, potencia y acto. Por ser Único es la Unidad por excelencia. La Dualidad en cualquiera de sus formas debe proceder de esta Unidad pues no puede existir por ella misma de acuerdo a lo visto. Para comprender esto, puntualiza Guénon, debemos considerar ante todo a esa dualidad en su aspecto más general que es la Antinomia del Ser y del No Ser. Como uno y otro están a fortiori contenidos en la Perfección Total de la Unidad, resulta que esta antinomia u oposición no puede ser más que aparente.

Luego, sólo cabe hablar de distinción pero, en qué consiste esta distinción? Existe ella en forma objetiva y absoluta, independiente de nosotros, o sólo resulta de nuestra forma de considerar a las cosas?

Si por No-Ser sólo entendemos la Nada es inútil hablar pues nada podemos afirmar sobre ella. Si por No-Ser entendemos en cambio una posibilidad contingente o potencial de la existencia, el Ser se torna el acto o manifestación de ese No-Ser, el que juega así en la concepción guénoniana un rol similar a la existencia negativa de los cabalistas. En tal sentido se puede afirmar que el No-Ser es superior al Ser pues lo contiene, además de contener lo que el Ser no fue jamás ni será jamás.

Es claro aquí que no podemos hablar de una distinción completa pues lo manifestado está contenido en principio en lo inmanifestado. La distinción existe sólo por y para nosotros pues podemos conocer lo inmanifestado sólo por inferencia a partir de lo manifestado.

Continuando el razonamiento, vemos que si éste se aplica a la antinomia crucial Ser No Ser, con mayor razón estará en vigencia para toda otra dualidad o par de opuestos, pues ésta o bien forma parte del Ser o bien del No-Ser.

En particular, de aquí resulta evidente la ilusión de la dualidad Espíritu-Materia pues de nuevo se aplica, mutatis mutandis, el razonamiento anterior.

De paso, observa aquí Guénon, aparece el Ternario, como principio fundamental generado por toda manifestación del Principio Único, pues hemos visto que la Dualidad no puede existir sin la Causa Primera que le da origen.

Esto es absolutamente acorde al simbolismo iniciático tradicional que representa a las dualidades subsumiéndose en su síntesis representada por el Infinito o Absoluto y constituyendo así el Ternario.

El caso particular de la Dualidad que nos interesa aquí es el enfrentamiento del Bien y del Mal. La tendencia psicológica es asociar el Bien a lo Perfecto (que hemos visto ya es el Principio Único o Absoluto), suponiendo gratuitamente que el Bien es la Perfección misma o al menos una tendencia a la Perfección.

De esta suposición se desprende que el Mal se opone a lo Absoluto, lo que es absurdo pues el Absoluto todo lo contiene.

Toda la dificultad proviene de identificar el Mal como lo imperfecto y opuesto al Absoluto.

De hecho el Mal es pensable y concebible y, por ende, debe pertenecer como elemento constitutivo a esa Perfección Total que consiste precisamente en contenerlo todo y en no tener límites.

Para aclarar aún más este aspecto esencial es fácil ver que lo que llamamos error no es más que verdad relativa pues todos los errores deben estar comprendidos en la Verdad Total que es el Principio Absoluto, la Unidad sin límites. Si esto, no fuera así, vale decir si algo estuviera fuera de esa Verdad ésta tendría límites, por lo tanto no sería ni Absoluta ni Perfecta. Luego los errores o verdades relativas surgen de una fragmentación de la Verdad Total que produce esa relatividad.

Esta fragmentación es la pérdida de la Unidad y ella es perniciosa, ella es el pecado original pues hace precisamente nacer el Mal en nosotros.

Este punto es de importancia esencial y se encarece su análisis detallado. Para recalcar aún más lo dicho conviene citar al margen del pensamiento guénoniano, al Maestro Sri Anantram quien nos escribía hace algunos años ideas totalmente coincidentes:
"El Mal consiste en distinguir entre el Bien y el Mal y el Bien en trascender ambas cosas".

Queda en claro, el Mal no surge sino cuando se lo opone al Bien en una fragmentación ilusoria de la Unitotalidad que es la Perfección, el Absoluto: ésta es la fatal ilusión del dualismo.

Vemos pues que Guénon realiza con su lógica y su profundidad el logro sin precedentes de llegar por la vía racional a conclusiones que en nada difieren de la Sabiduría de los Upanishads hindúes.

Al llegar a este punto, no obstante haberse puesto antes en claro que el Mal surge de la actitud analítica, fragmentaria y separativa de nuestra mente, aún queda en pie el problema de la moral.

Está en claro que si la antinomia Bien-Mal desaparece, carece hasta de sentido hablar de ética y de moral. Es solamente la fatal ilusión del Dualismo que nos hace enfrentar este par de opuestos pero "Eppur si muove"! la necesidad de reglas morales sigue vigente por lo menos en ciertos niveles o estados de conciencia.

Para resolver este problema, Guénon lo subordina con asombrosa perspicacia a otro de mayor envergadura metafísica y de, por lo menos, parecida urgencia. Este problema es la existencia del Mal en el acto y como ser.

Con mayor propiedad nos referiremos, siguiendo siempre a nuestro autor, a la existencia del Demiurgo en cuanto egrégora, o si alguien lo prefiere, como ente colectivo.

Para ello retomemos el razonamiento de Guénon que hace surgir el Mal como consecuencia de una concepción particular que sustituye la Multiplicidad a la Unidad, dando así lugar a la dualidad y al conflicto de los opuestos, encerrando a los seres que sucumben a esta ilusión en el dominio de la confusión, división, separatividad y sufrimiento. A este dominio Guénon lo denomina el imperio del Demiurgo.

No otra cosa expresa el símbolo de la Caída, caída en la multiplicidad de las formas y la separatividad consiguiente, con pérdida de la Unidad.

Es la existencia individual separada del resto y sometida a la forma en que ésta se reviste (o bien, si se prefiere la expresión bíblica, el revestirse de una túnica de piel o cuerpo físico).

Esto da origen al sufrimiento y al conflicto del individuo preso en la fascinación personal (Maya-Moha), en la ilusión de la separatividad.

El Adam Kadmon (hombre celestial o arquetipo) se transforma así en el Adam Belial u hombre caído tras pasar por la segmentación que lo transforma como conjunto diviso e inconexo en el Adam Protoplastes.

Y en la raíz de esta fragmentación yacen el egoísmo y la ignorancia (Avidya en sánscrito) como ilusión y deseo de una existencia individual separada. Pero este egoísmo y esta ignorancia no son en absoluto exteriores al hombre sino que provienen de su interior mismo.

Luego, en realidad, el Demiurgo no es una potencia exterior al hombre: tan solo es la voluntad y psique del hombre enredada en la ilusión de la Dualidad y realizando la distinción entre el Bien y el Mal.

Pero el ser humano corriente no percibe este hecho y llega a considerar su propia creación interna como algo externo que es ajeno y hostil a su naturaleza. Denomina a este algo Satán o el adversario, adversario que, bueno es repetirlo, nosotros mismos creamos en cada instante. Paradójicamente este ente que engendramos no es ni bueno ni malo o mejor, es ambas cosas al mismo tiempo pues encierra como hemos visto al juego de los opuestos en sí mismo.

Caer bajo su imperio es la Caída del Hombre. Pero esta caída se realiza obviamente dentro del Todo, del Absoluto y es más profunda cuánto más pretendemos separarnos de la unidad esencial y primigenia.

Por lo anterior vemos que el Demiurgo (que es, por esencia, lo que se opone al Adam Kadmon) no es una emanación del Principio Único sino un reflejo, una sombra producto de la ilusión y que semeja empero un absoluto ficticio opuesto al Absoluto real.

El Demiurgo no es más que un reflejo tenebroso e invertido del Ser y no puede dejar se ser esto solamente, un ente colectivo que nace de la pluralidad de entes sumergidos en la existencia individual separativa engendrada por el egoísmo.

El no crea nada ex nihilo pues ello es imposible, pero contiene en su imperio a todas las criaturas a las que hace nacer y transformarse como formas separadas a partir de la materia indiferenciada y caótica.

Esta es su única pseudo-creación pero ni siquiera cabe decir que es imperfecta pues, como se ha visto antes, es parte de la Perfección del Absoluto irrestricto y sin límites.

Pero del mismo modo se puede, incluso, concluir que todo es Espíritu. En efecto si la forma material es ilusión, la distinción entre Espíritu y Materia deja de tener sentido.

Conviene aclarar bien que no se trata de negar la existencia de los entes con forma a la manera de Pirron y los escépticos y de algunos sofistas. Esto sería solo idealismo exagerado y mal comprendido. Por el contrario, al negar la relevancia de la forma, Guénon emparenta Espíritu y Materia los que ya no resultan ni contrapuestos ni distinguibles entre sí.

Sin duda él acierta al expresar que un intento de definición del Espíritu es querer revestirlo de una forma: en ese instante mismo deja de ser Espíritu.

Es menester concluir con Guénon que el Espíritu Universal es el Ser y no tal o cual ser particular o modalidad del Ser. Espíritu es pues el Principio Único que contiene en sí todos los seres y todas las formas. Es por ello que todo es Espíritu y el Espíritu es el Todo o Absoluto.

Cuando el hombre llega al Conocimiento vivencial de esta verdad se sumerge en la unitotalidad del Ser, identificándose él mismo y a todas las cosas con el Espíritu Universal. De hecho el hombre se apropia de esta realidad sólo a través de la experiencia metafísica.

Cesa toda separatividad pues contempla todas las cosas y formas en sí mismo, es decir ya no hay dualidad.

Aquí, precisemos nuevamente, no hay dogma sino que es hecho inefable de experiencia, vivencia actual a la que los Santos del Catolicismo han denominado la Visión Beatífica y a la que los monjes Zen iluminados por el Satori aluden cuando dicen que el Buda es el seto en el fondo del jardín. Nosotros no hallamos mejor vocablo para describir esto que al aludir a ella como glorioso Unitotalidad.

La ilusión se desvanece ante esta verdad como la sombra frente a la luz del sol. Para designar a este estado Mircea Eliade acuñó el feliz neologismo "enstasis" (en contraposición a "éxtasis").

La Luz Increada de la Presencia Única resplandece en cada átomo de la Creación y el Ser está allí, ante nosotros y en nosotros. A partir de esta vivencia el hombre sale del imperio del Demiurgo, no está más sujeto a su dominio que es el de la materia y el de la existencia individual separativa.

La única vía para alcanzar esto es el camino metafísico que supone la Iniciación como condición previa indispensable.

Aún cuando volveremos sobre esto diremos aquí nuevamente que el camino metafísico equivale a la verdadera Gnosis o sea el Conocimiento Integral.

Nada tiene que ver esto con la ciencia ordinaria y materialista, puntualiza Guénon, ni la presupone en absoluto.

Esta auténtica Gnosis o mejor dicho su adquisición constituye el Segundo Nacimiento, la apertura a una nueva modalidad o estado del Ser. De hecho todo mundo o plano de existencia no es otra cosa que una fase de la conciencia o un estado del Ser, de acuerdo a la Enseñanza Tradicional.

El Ser es permanente, atemporal y por ende eterno pues se halla fuera del tiempo.

Como el Espíritu es nuestra esencia, no somos inmortales, somos eternos como lo es el Ser.

Tras haber planteado y resuelto el problema del Demiurgo quedó en pie el problema de la ética y moral que carecerían simplemente de sentido si el Bien y el Mal son ilusorios. Guénon se apresura a precisar que esto no es así en el imperio del Demiurgo, precisamente porque ahí y sólo ahí se halla presente la dualidad que le da sentido y razón de ser a la moral, aún cuando esta no es ni ha sido nunca inmutable y absoluta.

En efecto, añade, la moral no puede aplicarse más que a la acción y ésta última supone el cambio, el que sólo es posible en el mundo de las formas o manifestado.

El mundo sin forma es inmutable, trasciende al cambio y por ende a la acción. Aquí no habrá más sentido para una moral puesto que no hay acción para quien se ha liberado del Imperio del Demiurgo.

Esta concepción guénoniana merece una crítica justa y es que liberarse de la dualidad no supone liberarse de las formas.

Podríamos invocar para justificar ello la autoridad de fuentes iniciáticas tradicionales pero en realidad basta reflexionar sobre el carácter de la experiencia metafísica para darse cuenta que las formas siguen existiendo aún cuando revistan un nuevo y glorioso aspecto en la Unitotalidad; a nuestro juicio el error de Guénon aquí consiste en olvidar este último hecho esencial (presente en todo el proceso del Brahma-Samypya o aproximación indefinida al Absoluto, al Principio Único de toda manifestación, al que ya nos hemos referido).

Jamás se alcanza lo Inmanifestado pues este hecho supondría una contradicción en los términos. Por tanto jamás hay liberación de las formas (aún cuando haya liberación de la materia y de la denominada corriente de las formas) y eso hace que el Dharma sea permanente, eterno. Este no debe confundirse con la moralina dogmática u otras doctrinas contingentes.

De hecho el Dharma constituye un conjunto de reglas positivas de acción a diferencia de la moral occidental que sólo consta de preceptos puramente negativos, lo que revela su carácter tan contingente como inconducente para la realización efectiva de las posibilidades individuales superiores. De acuerdo a la Enseñanza Tradicional puede definirse al Dharma como los medios correctos, adecuados, eficaces y trascendentes precisamente para el logro de tales fines.

Ya hemos dicho que Guénon señala como única solución posible a los males del hombre la Vía Iniciática, no sin señalar las casi insuperables dificultades que se presentan para seguirla en la época oscura que atravesamos.

Nuestro autor consagra al problema de la Iniciación dos voluminosos tomos: "Apercus sur l'Initiation" y la recopilación póstuma "Initiation et Réalisation Spirituelle". No creemos oportuno insistir aquí demasiado al respecto pues dedicaremos a este tema un trabajo futuro.

Si bien todo Guénon merece ser leído atentamente basten sin embargo dos palabras para señalar aspectos que él se cuida de no mencionar en sus obras.

Ante todo evita definir con precisión a la Iniciación, tal vez (especulamos nosotros) por sus compromisos de secreto con el esoterismo islámico. Por otra parte este asunto supondría haber entrado en detalles que descolocarían a los occidentales absurdamente convencidos de saberlo todo en cualquier orden de cosas.

La lucidez de Guénon se hace manifiesta y raya a gran altura en ambos libros citados pero se omiten totalmente las referencias a temas centrales por su importancia. Uno de éstos es el Anubhava o Ciencia de la Experiencia Espiritual. Incluso nada se dice sobre el hecho de que la Iniciación no es única ni en carácter ni en oportunidad pues depende esencialmente de la naturaleza y cualidades del aspirante.

Naturalmente todo esto pasa en general desapercibido para el occidental que no ha tenido contacto con Fuentes Iniciáticas genuinas.

Tampoco escapó al interés de Guénon el problema fascinante de la existencia de la Jerarquía Espiritual. En su célebre libro "Le Roi du Monde" concluye que es un hecho indiscutible desde el punto de vista de la Tradición Esotérica, la existencia de Centros Iniciáticos ocultos con localización física en nuestro mundo. Identifica correctamente al Rey del Mundo con el personaje bíblico Melquisedec pero no llega a hacerlo con la claridad debida en relación a Vishnu -Narayana ("El que marcha sobre las aguas"). Este andar sobre las aguas no es otra cosa que el dominio de las formas, el cambio y las dualidades en su impermanencia y flujo heracliteos. La terminología budista sintetiza esto último en el término Samsara. Resulta innecesario, o casi, advertir que el Rey del Mundo no debe jamás ser confundido con el Princeps ujus mundi al que antes hiciéramos referencia y que únicamente una mentalidad de fraile podría incurrir en tan grosero error (como a veces ha ocurrido).

En esta última obra la innegable sensatez de Guénon le permite suplir en forma admirable su desconexión visible con los Centros Iniciáticos hindúes. No carece de interés señalar que sus vínculos con éstos se interrumpieron tras la publicación de esta obra, a pesar de que el material allí contenido resulta escaso e insuficiente frente al que puede hoy obtenerse fácilmente de fuentes hindúes ceñidas a la más estricta Tradición Esotérica.

Para concluir esta parte de mi exposición he de reiterarme en cuanto a ese aspecto central de la Tradición que toca a la naturaleza del Ser presente en el Centro Vital de los humanos, punto esencial del conocimiento esotérico en que se hallan perfectamente acordes a todas las formas tradicionales. Esta cuestión de carácter metafísico hace a la vivencia de innumerables seres en Oriente y Occidente, quienes han contactado la Conciencia Universal con su conciencia individual. Es más si analizamos el simbolismo de todas las verdaderas escuelas esotéricas hallaremos incontables alusiones directas a esta posibilidad real. Sin embargo esas alusiones no resultan suficientes ni para dogmáticos convencidos de saberlo todo ni para racionalistas empeñados en negarlo todo. Uno y otros se autoexcluyen de este modo de la única aspiración sensata en tal sentido que es comprender y conocer para luego realizar. Guénon abordó esta cuestión medular en "L'Homme et son Devenir..."y en numerosos artículos recopilados en "Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada", desarrollos fundamentales a los que nos remitimos pues aquí no sería posible intentar siquiera una síntesis. Sin embargo debemos plantear una cuestión que, por lo dicho, se comprende bien que es de naturaleza operativa y no meramente especulativa. Al existir de hecho la posibilidad de alcanzar el Conocimiento de nuestra verdadera naturaleza ha sido un hecho magnífico y sin precedentes que Guénon pusiera esto en relieve frente a la gran masa del público, dado el escamoteo visible por parte de las religiones convencionales de ciertas nociones esenciales para el sentido mismo de la vida... Es en este aspecto que el Occidente tiene una deuda de gratitud con Guénon pues nadie hizo tanto como él para que esto fuera conocido. Avanzar a partir de este punto supone la puesta en práctica del viejo precepto tradicional: "Lege, relege, ora, labora et invenies" (Lee, relee, ora, trabaja y lo lograrás)

TERCERA PARTE
LA EXISTENCIA POST-MORTEM

A la luz de estos desarrollos corresponde examinar desde un punto de vista tradicional la supervivencia post-mortem. Es menester convenir que este asunto constituye un problema central para el ser humano.

Antes de seguir adelante conviene a esta altura efectuar una clarificación detallada de lo que se entiende en la literatura corriente por "reencarnación". Ello es tanto más necesaria pues pocas nociones se han difundido por el mundo en forma tan mal comprendida y tan entremezclada con errores groseros. Para detectar a los responsables (al menos en buena medida) será oportuno hacer referencia a dos obras de Guénon "Le Théosophisme" y "L'Erreur Spirite". Tampoco, y esto bien entendido, nos interesa hacer referencia al concepto de "reencarnación" en sus versiones dogmático-religiosas, a nivel de creencias populares o folklóricas. Una exposición amplia y seria al respecto puede hallarse en A. Des Georges "La reincarnation des åmes". Albin Michel, 1966. Una útil introducción a las concepciones tradicionales sobre este aspecto -únicas que nos interesan aquí- es la valiosa obra de Arturo Reghini "Les Nombres Sacrés", Arché, Milano, 1981 donde se expone con claridad la diferencia que existe entre diversas nociones que a menudo se confunden, a saber las de reencarnación, palingenesia, transmigración y metempsicosis.

De hecho la reencarnación tal como se entiende usualmente en los cenáculos seudoiniciáticos y a nivel popular es una noción completamente ajena a la Tradición y puramente occidental y moderna. Nada tiene que ver con las concepciones orientales salvo en su forma más degradada y burda. Diremos que debe buscarse su origen como idea en el poeta Lessing y en los socialistas utópicos franceses del siglo XIX (Fourier, Proudhomme, Saint Simon,...). Goethe tambien se encariñó con la idea (recuerdense sus versos a Charlotte von Stein) y otro tanto sucedió con Ralph Waldo Emerson y otros pensadores. Luego recogen la concepción con entusiasmo los espiritistas liderados por Allan Kardec (Hipolite Rivail) y los teosofos seguidores de Helena Petrovna Hahn de Blavatsky. Desde luego en estos últimos todo se centraba en la explicación fácil de las desigualdades e injusticias de la vida. Las vulgaridades que diariamente se oyen respecto de la reencarnación se nutren de estas concepciones tan modernas como antitradicionales.

Un análisis de estas nociones puede hallarse en "L'Erreur Spirite" y vale la pena extenderse brevemente al respecto.

Por lo pronto palingenesia (Palin: de nuevo, genesia: generación o nacimiento) significa nuevo nacimiento o bien renacimiento a la vida espiritual por medio de la Iniciación. Vemos que esta noción pitagórica nada tiene que ver con lo que usualmente se entiende por "reencarnación" y tampoco con la anastasis del Nuevo Testamento, término asociado con la resurrección de los muertos. Esta anastasis sería en rigor la única "reencarnación" posible que devolvería al individuo al statu quo ante, si es que es posible para alguien aceptar semejante concepción de "inmortalidad" de burdas raíces antropológicas. Con Guénon es menester coincidir que hay aquí no sólo un absurdo sino una imposibilidad pura y simple. Esta objeción se aplica tanto a una pretendida resurrección "en el fin del mundo" como así también si tal "hecho" se produjera antes. Por otro lado el análisis que efectúa Guénon de las pretensiones que los neo espiritualistas en cuanto a las diferencias de almas y de destinos humanos no es demasiado riguroso pues olvida tener en cuenta la relativa libertad de los seres. Aclaremos que la pretensión neo espiritualista es que el alma se traslada en condiciones post-mortem de un cuerpo físico a otro (“metensomatosis”: pasaje del alma de un cuerpo a otro). Tal cosa no es lo enseñado al respecto por la Tradición Esotérica sino que esta pone énfasis en hechos mucho más complejos en los que nos detendremos muy brevemente. Que estas enseñanzas tradicionales hayan sido mal comprendidas entre otros por los teosofistas explica como en la enseñanza de estos últimos haya una confusa amalgama de errores y verdades que resulta a menudo tan inextricable como ridícula. Todo ello se halla mezclado en el teosofismo con un repelente moralismo sentimentaloide (el que no puede ni debe jugar ningún papel en el orden metafísico precisamente por ser manifestación de un orden inferior de cosas tan relativo como contingente, por decir lo menos).

Otras nociones que se han asociado más o menos indebidamente a la noción de "reencarnación" son las de transmigración y metempsicosis a pesar de que resulta casi imposible hallar un nexo serio y profundo entre éstas y aquélla.

La metempsicosis, doctrina enseñada en Oriente y en algunas escuelas occidentales de la antigüedad, hace al orden psíquico de la existencia además del orden estrictamente espiritual. Menciona esta doctrina la posibilidad de pasaje de elementos psíquicos tras una "fragmentación" de un hombre muerto a otro vivo como ser conciencia, emociones, memoria e incluso aptitudes intelectuales. Asi es que Pitágoras, seguidor de esta concepción, afirmaba haber sido Euphorbo en una existencia anterior (y a su vez Johannes Kepler afirmaba haber sido Pitágoras a su turno... Los ejemplos de este tipo podrían multiplicarse hasta nuestros días).

Por último, la "transmigración" (según Guénon afirma y yerra) postula que el Ser como esencia de la vida (el Jiva-Atma o Morador Interno de las enseñanzas hindúes) sólo puede pasar a otros estados de existencia definidos por condiciones enteramente diferentes de aquellas a las que está sometida la individualidad humana. Pero como en Guénon esta última concepción se apoya en los postulados de la doctrina de los estados múltiples del ser, su exposición debe ser revisada dado que una y otra vez se aparta de la auténtica Tradición. De hecho la transmigración constituye la doctrina tradicional por excelencia al respecto de la existencia post mortem.

La noción vulgar de "reencarnación" constituye solo una versión infantil y errónea de la enseñanza tradicional al respecto. La transmigración según la expone Guénon es una versión deformada de la doctrina tradicional del Brahma-Samypya. Esta última afirma claramente que en la evolución post-mortem del ser humano que ha alcanzado el Mukti o Liberación( y que por ende ha salido de la corriente de las formas) se alcanza plano tras plano en una sucesión indefinida de niveles o modalidades de existencia. Estos últimos se corresponden con estados de cada vez mayor gloria espiritual y que corresponden a un ascenso permanente hacia Brahm, el Principio Primero el que, por otra parte, jamás será alcanzado.

Es obvio notar que hay marchas y contramarchas en Guénon en lo que se refiere a todo este asunto. Una y otra vez se encuentran en su obra exposiciones parcialmente incorrectas o bien argumentos falaces en relación con este tema. No cabe duda que el pensamiento de nuestro autor se refinó con el tiempo y mucho.

En "L’Erreur Spirite" Guénon retoma el tema con mayor extensión, puntualizando una vez más que su posición personal es trans migracionista. Tampoco aquí sus argumentos resultan convincentes y resulta claro en definitiva que hace cuestión de dogma y no de lógica. De hecho, en esta obre Guénon resume brevemente los fundamentos de la doctrina metafísica de los estados múltiples del Ser (tema al que luego dedicaría un volumen) pero se advierte ya en esa síntesis una lamentable, evidente e ineludible petición de principio en cuánto a su planteo. Veamos en qué consiste ésta. Guénon afirma allí textualmente: "La posibilidad universal y total es necesariamente infinita y no puede ser concebida de otra manera pues, como abarca todo y no deja nada fuera de ella, no puede estar limitada por nada absolutamente; una limitación de la Posibilidad Universal, debiendo ser necesariamente exterior a ella es, propia y literalmente, una imposibilidad, es decir una pura nada. Pues bien, suponer una repetición en el seno de la Posibilidad Universal como se hace admitiendo que hay dos posibilidades particulares idénticas, es suponer una limitación pues el infinito excluye toda repetición: solamente en el interior de un conjunto finito se puede revenir dos veces a un mismo elemento e, incluso este elemento no será rigurosamente el mismo sino bajo la condición de que este conjunto sea un sistema cerrado, condición que no se realiza jamás efectivamente". Con lo citado basta para advertir la falacia (que ya habrán advertido de sobra los lectores pensantes).

En síntesis, si suponer una repetición forzosa es imponer una limitación a la Posibilidad Total (que dejaría ipso facto de serlo en virtud de ello), imponer una no repetición también es restringirla y, por ende, tiene los mismos efectos. El argumento de Guénon queda así desbaratado. La implicancia de este punto es grande pues constituye el apoyo que Guénon emplea para negar cualquier forma de "reencarnación".

Sin embargo debemos insistir en este punto a la luz de otros escritos de Guénon, donde éste se atiene por fin de una manera estricta a la Enseñanza Tradicional.

Merece señalarse que en dos comentarios de Guénon sobre sendos trabajos de su colaborador y amigo Coomaraswamy y que aparecieran en "Etudes Traditionnelles" recién en 1946 (reproducidos además en la recolección póstuma "Etudes sur l'Hindouisme" p. 258-9 y 264-5), nuestro autor reconoce que el Atma como Morador Interno (es decir el fragmento o chispa divina que constituye la esencia del ser y de la personalidad), es el único y verdadero transmigrante que continua animando existencias contingentes. Esta es la enseñanza tradicional relativa a la transmigración en su forma más pura y su síntesis es que no "reencarna" la personalidad sino la individualidad, es decir la esencia inmortal que no se identifica con los seres contingentes a los que, literalmente, anima de manera transitoria.

Lamentablemente no podemos desarrollar aquí plenamente estas nociones y reservamos esta tarea para otra oportunidad.