miércoles, septiembre 08, 2021

Yoga: El Espíritu de los Upanishads

Swami Shivapremananda

[Una entrevista por Adriana Ferrari, publicada en la revista Yoga Integral, N°2, 1989, Buenos Aires]

Después de graduarse en Ciencias Políticas, Historia y Literatura, Swami Shivapremananda ingresó al monasterio de Swami Sivananda en los Himalayas, siguiendo su vocación espiritual, y estudió allá filosofía de Oriente y Occidente, y religiones comparadas.

Dictó cátedra desde 1949 a 1961 en la Academia Yoga-Vedanta de Rishikesh, y fue editor de dos revistas filosóficas y otras publicaciones literarias, participando a su vez en diversos servicios sociales de ayuda a los menesterosos de su país. Visitó también varios antiguos monasterios en los Himalayas y el Tibet en su búsqueda espiritual.

En 1961, invitado por grupos culturales y educacionales, realizó una gira de conferencias por Suiza, Alemania Occidental, Inglaterra y Canadá, y llegó a los Estados Unidos para organizar Centros Yoga-Vedanta en Milwaukee y Nueva York. Desde 1961, Swami Shivapremananda está dictando cursos filosóficos y psicológicos, de meditación y ejercicios Yoga en varios países de Europa y ambas Américas, en sus universidades, centros culturales e institutos de Yoga.

Nuestro Maestro vino por primera vez a Buenos Aires y Montevideo en 1962 para fundar el Centro Sivananda YogaVedanta de la República Argentina y asumir el cargo de la dirección del Centro Sivananda Yoga-Vedanta del Uruguay. En 1965 fundó el Centro de Santiago de Chile. Desde 1962 el Maestro dirige regularmente las actividades de estos tres centros como su guía máximo y presidente y rector de los mismos...

Autor de Pláticas sobre Yoga, Introducción a la Filosofía Yoga, Aspectos Filosóficos y Psicológicos del Yoga, La Inmanencia de lo Eterno y Ventana del Alma, nos trae mediante su mensaje espiritual, no sólo comprensión entre Oriente y Occidente, sino ayuda para aplicar y realizar nuestros ideales en la vida cotidiana. Todas sus actividades se realizan con los auspicios de los Centros Sivananda Yoga-Vedanta de Argentina, Uruguay y Chile, organizados con personería jurídica y sin fines de lucro.

A mediados del año 1988, cuando Swami estuvo por última vez en Buenos Aires, Adriana Ferrari mantuvo con él la charla que sigue:

Adriana Ferrari: En 26 años que usted viene regularmente a la Argentina, ¿ha notado un cambio en la actitud hacia el yoga?

Swami Shivapremananda: Por lo menos en el Centro que dirijo, hay una mayor madurez en la comprensión de los valores espirituales que el Yoga representa. Cuando yo vine por primera vez a Buenos Aires había mucha fantasía sobre Yoga, sobre mitos que no se pueden probar. A la gente le gustaba más las cosas irreales que enfrentarse con la realidad de la verdad, verdad como aspiración espiritual. No tenían un concepto de verdad como realización de los ideales espirituales. La primera calificación de la verdad es verificación.

A.F.: ¿Para usted, Swami, qué es Yoga?

S.S.: En Occidente se tiene la creencia de que Yoga es principalmente Hatha Yoga, y no lo es; Hatha Yoga es el Yoga de ejercicios físicos y respiratorios.
La base del Yoga es la filosofía Vedanta. Yoga ha sido principalmente una aspiración para buscar la identidad espiritual a través de la meditación. El Yoga se desarrolló en la India, donde se dice que se hallaron antiguas esculturas anteriores a la llegada de los arios (1.800 a.C.), representando figuras con las piernas cruzadas. Entre los indios de América Latina y en Egipto también se encuentra esa postura de piernas cruzadas, pero eso no significa que haya sido Yoga. En tiempos de Buddha se practicaba Hatha Yoga, el cual no se hacía para lograr sólo una mente sana y buena salud, sino para conseguir experiencias psíquicas.
Desde hace unos 2.300 años, Yoga empezó a ser practicado realmente para lograr buena salud, purificar la mente, y armonizar las corrientes del sistema nervioso, como un medio de meditación, para mantener la mente clara y sana.
El más alto valor del Yoga está en la integración de los dos aspectos de nuestra naturaleza, humano y espiritual. La meta es combinar distintos aspectos del Yoga. Necesitamos una comprensión más profunda y clara, sin fantasías, a través de la verificación de la realidad junto con una aspiración espiritual: esto es Gyana Yoga. Luego, también necesitamos devoción, puesto que sin amor no se puede tener inspiración y sublimación de las pasiones bajas, para poder profundizar nuestros sentimientos, esto sería Bhakti Yoga.
Además, necesitamos disciplina mental a través del Raja Yoga, es decir, reemplazar nuestros instintos burdos por metas e ideales nobles, y por la práctica de meditación.
El cuarto aspecto, que es Karma Yoga, sería traducir nuestra experiencia espiritual en el servicio altruista, ya que la obra determinará la verdad de la fe.

A.F.: En el Bhagavad Gita leemos: "Es yogui no quien permanece inactivo, sino el que ejecuta las obras sin preocuparse por sus frutos". ¿Sería ésta una explicación de qué es un yogui?

S.S.: Ese sería un aspecto del Karma Yoga, es decir, el Yoga del servicio, pero primero hay que explicar qué se entiende por "frutos", los cuales en el Bhagavad Gita se traducen por el resultado de la acción inspirada en el egoísmo. Lógicamente siempre debemos esperar un buen resultado cuando hacemos algo, si no, no mejoraríamos nuestro nivel de eficiencia, pero debemos hacerlo sin tener un cálculo egoísta de ganancia particular. Por supuesto que hay que defender nuestra forma de seguridad material en la vida, pero debería hacerse siempre el trabajo por amor a un ideal, ya que creyendo en un ideal se lo hará cada vez mejor. Por lo tanto, un yogui es quien ama ideales espirituales que sólo tienen valor cuando se concretan en la acción. Cualquier yogui, cualquier religioso, o cualquier persona que crea en una religión debe tener ideales espirituales, si no, no tiene valor su religión, es sólo emocionalismo. Cuando se ama realmente a Dios, la verdad de ese amor se traduce en amor al prójimo, es cómo se comporta, cómo vive con su familia, en la sociedad, tratando de ayudar a mejorar el nivel de los que le rodean.

A.F.: Sus enseñanzas han sido siempre a favor de una mejor integración del hombre en el mundo, ¿pero puede mantenerse la calma interior cuando se está inmerso en el torbellino y en la aceleración de la gran ciudad?

S.S.: Por la práctica se puede encontrar una serenidad interna. Cuando se tienen aspiraciones espirituales, habiendo comprendido los valores elevados de nuestra vida, la práctica significa poder aplicarlos en distintas circunstancias, formando nuestra actitud más sana y fuerte hacia los desafíos que se presentan. Por ejemplo: con la restricción de nuestras expectativas, excesivas, apegos que sofocan nuestras relaciones con los demás por la posesividad, deseos exagerados y también educando y sublimando nuestro egoísmo, vanidad y prepotencia.
Al fin, vivimos para tener un sentido de vivir, ya que vivir es la manera en que formamos nuestros valores, cómo los realizamos, expresamos y experimentamos en nuestra vida cotidiana. Vivir es realizar al máximo nuestro ser. Vivimos en una familia para sentir una satisfacción espiritual con sus integrantes, tenemos amigos no porque solamente nos sirven para entretenernos, sino que debemos satisfacer nuestro corazón compartiendo valores espirituales con ellos.
Cuando se ha logrado la experiencia de la serenidad interna y se puede mantener un equilibrio, se puede vivir en cualquier ciudad. No es cierto que al estar en el campo uno esté tranquilo.
En el Bhagavad Gita se dice que una persona sentada haciendo meditación puede tener su mente divagando y estar con gran agitación interna, ya que está inmersa en actividad mental. En cambio, otra persona, cuya mente puede estar calma aún en medio de la acción, tiene serenidad interna. Sentado uno puede estar muy inquieto y trabajando puede estar muy tranquilo. No será perturbado si tiene fortaleza interna.

A.F.: Usted enseña que se debe sublimar el ego, a no disolverlo. ¿Qué significa sublimar?

S.S.: Para sublimar debemos primero restringir. Cuando nuestro ego quiere poner su peso sobre otros egos se necesita restricción, lo cual no quiere decir represión, sino que debemos respetar el derecho de pensar de otras personas. Nos podemos comunicar bien con otra persona solamente si respetamos su opinión. No es correcto querer imponer nuestro ego. Debemos educarlo practicando la modestia, sabiendo que tenemos mucho por aprender. Es un proceso que se va dando a medida que aprendemos que hay valores superiores al del beneficio personal.
Sublimación del ego sería, entonces, superar nuestro ego burdo, nuestro egoísmo. Claro está, que estamos obligados a tomar decisiones en la vida. La elección es inevitable y sin ego no podemos hacerlo, nos convertimos en dependientes de otra persona. Es mejor que uno sufra por su propia elección que por la elección equivocada de otra persona.

A.F.: ¿Necesitamos la guía de un maestro o gurú?

S.S.: Todos necesitamos de maestros para aprender sobre varios temas de nuestra vida, pero yo no creo que un maestro espiritual deba convertirse en el dueño del destino de un discípulo. Nadie debe entregar a otro la responsabilidad personal de elegir su propio camino y caminar.
El gurú puede mostrar el camino, puede explicar, puede ayudar en el proceso del entendimiento de las enseñanzas espirituales, pero yo no creo que debamos entregar nuestra voluntad a otro ser humano. Podemos aprender, podemos respetar a quien merece respeto, podemos tener devoción hacia almas nobles, ya que siempre necesitamos inspiración en nuestra vida y, si encontramos un maestro, si podemos vincularnos con él, debemos aprovecharlo para aprender y tener su inspiración.
Pero un maestro no debe ser solamente sabio, debe tener cualidades espirituales en su vida personal, y sus obras deben merecer respeto debido a su rectitud. Deberíamos encontrar estas cualidades en un maestro: integridad, altruismo, amor puro, sublimación de las pasiones bajas y humildad.
Su sabiduría debe estar basada no en misticismo, sino en un examen riguroso de la búsqueda de la verdad.

A.F.: ¿Cómo se lograría mantener el mayor tiempo posible la felicidad?

S.S.: Nadie puede mantener esa profundidad mucho tiempo. Son instantes, porque la mente tiene que volver a la dualidad para tomar decisiones, pero no por eso se debe perder la paz interna. Cuando actuamos, cuando vivimos, cuando hacemos un trabajo, se puede sentir una satisfacción, pero eso no es felicidad. Cuando nos involucramos en la sensación de posesión, en la sensación del cuerpo, del éxito, del poder, no sentimos felicidad sino placer. La felicidad es una plenitud espiritual. Ella se logra en una meditación profunda, en una unión con nuestro ser espiritual, o sea, con la presencia de Dios en nuestro interior.

A.F.: Entonces, ¿sólo la lograrían los grandes hombres?

S.S.: No. No es así, porque muchos grandes hombres, maestros, santos, tenían la experiencia de felicidad profunda sólo por momentos. Si leemos sus vidas vemos que estaban muy apenados por el sufrimiento espiritual y físico de los seres humanos. Cuando uno vive rodeado de tantas personas infelices, no es moral que uno quiera estar siempre feliz, ya que debemos compartir los sufrimientos de nuestros vecinos en la tierra. Si no sentimos el sufrimiento de los otros no los podemos ayudar, no conocemos la compasión.

A.F.: ¿Puede ser también que cuanto más santos eran más claramente veían sus errores y se juzgaban?

S.S.: Sí, más se juzgaban a sí mismos, y al encontrar sus deficiencias, más sufrían por ellas. No es correcto que un maestro esté siempre feliz. Cualquier experiencia profunda, si se mantiene prolongadamente, pierde su profundidad. Es un mito del Yoga, el cual podemos encontrar en varios libros, de que hay que estar siempre feliz.

A.F.: ¿Qué es tener paz espiritual?

S.S.: La verdadera paz espiritual es una nobleza del espíritu, y cuando se logra esa serenidad interna, se es una persona productiva, se es capaz de concretar los ideales en el trabajo, en la relación con los demás, se piensa en cómo ser útil y en cómo compartir esos mismos ideales con todos. Esta es la meta real de la paz espiritual. Pero cuando algunos la buscan en grupos de meditación, como también en muchos conventos, se aíslan, no se quieren involucrar en responsabilidades; esto es escapismo.
Yo, personalmente, conozco monjes que no han hecho jamás un daño a nadie, siempre mantienen la paz, pero tampoco han hecho nada por otros, y para vivir debemos estar en contacto con otros. Nadie puede vivir solo.

A.F.: Entonces, ¿no es su meta el samadhi (conciencia trascendental)?

S.S.: Samadhi llega automáticamente cuando se logra un estado de purificación, aun cuando uno esté sirviendo puede experimentarlo. Samadhi es un estado de meditación muy profundo, pero no se puede mantener continuamente.

A.F.: ¿Podría usted explicarnos qué es meditación?

S.S.: La meditación es un proceso de búsqueda de la serenidad interna, pero su valor real es el de hacer sentir la identidad del yo con su fuente espiritual, es decir, llegar a amar una presencia sagrada en el corazón.
Meditación no es meramente relajar la mente en un proceso autohipnótico repitiendo un mantra, unas letras, una palabra sagrada o un grupo de palabras sagradas.
La mente es un campo de energía y cuando existen varias pulsaciones de energía dispersa en distintas direcciones, se produce un conflicto en la mente y ésta pierde energía. Cuando capturamos estas pulsaciones a través de la repetición continua de un mantra, la energía se mueve en círculo y al hacerlo prolongadamente, en este patrón de energía, se produce un equilibrio que sería un pequeño grado de autohipnosis. La mente siente así calma y serenidad y descarga tensiones.
Pero esto no es suficiente. Repetir un mantra es un aspecto de la meditación. Lo más importante es amar una presencia sagrada en el corazón, sentir el cuerpo como un templo, la mente como un altar, y sobre este altar sentir la esencia espiritual de nuestro ser. Junto con ello sentimos claridad mental, más fortaleza interna, ya que nos sentimos acompañados y todo esto nos permite ser más comprensivos.
Existen varias técnicas en meditación, algunas de las cuales serían: concentrándose en el aliento, repetir "paz y liberación", sincronizándolo con la inspiración y la expiración sintiendo la frescura en los nervios dentro de la cabeza y la tibieza dentro del pecho o las fosas nasales, respectivamente.
También se puede repetir un solo mantra para acostumbrar la mente a su estructura sonora, a fin de grabar sus surcos en el subconsciente, como otro medio de concentración.
Podemos hacer un ejercicio de autosugerencia para sembrar en nosotros ideales espirituales, repitiendo, luego de elegir las siguientes afirmaciones, de acuerdo a la preferencia y necesidad individual y memorizarlas.
Al inhalar, sintiendo la respiración, se repite mentalmente de manera lenta y con una profunda convicción: "paz es mi naturaleza real" y al exhalar: "no el conflicto". Se repite la frase tres o cuatro veces, luego se trata de absorber el significado en silencio. Se continúa con "amor es mi naturaleza real", "no el egoísmo"; "la verdad es mi naturaleza real", "No la falsedad"; "felicidad es mi naturaleza real", "no la infelicidad"; "fortaleza es mi naturaleza real", "no la debilidad"; "libertad es mi naturaleza real", "no la atadura".
Yo desearía que la gente sepa que la meditación es mucho más que repetir un mantra, ya que por sobre todo debe existir una cultivación de los ideales espirituales, una auto sugerencia sobre las cualidades para la formación del carácter y un llegar a sentir al yo unido con su fuente espiritual, que es Dios.

A.F.: En uno de sus libros usted dice que no puede conocerse a Dios por medio de la mente y que sólo emergiendo en él se lo realiza. ¿Puede aclararnos esto?

S.S.: Dios es el espíritu trascendental, trascendental en el sentido de que está más allá de la materia y al mismo tiempo dentro de ella. Este espíritu lo sentimos más por nuestra emoción purificada que por la lógica del intelecto. Dios es la fuente del espíritu con el que nos vinculamos por la devoción, que es una emoción sagrada; elevamos nuestro corazón y sentimos la presencia de Dios. Después de lograr el acercamiento a nuestro espíritu, sentimos paz y serenidad. Pero tenemos que concretar los ideales espirituales que representan a Dios; en todas las religiones encontramos el ideal de Dios expresado por valores espirituales. Para comprender eso necesitamos del intelecto y necesitamos de nuestro discernimiento para una acción correcta.

EL ESPÍRITU DE LOS UPANISHADS

La realización del sentido de pertenencia es una de las necesidades primordiales del hombre. En todas las civilizaciones la pregunta sobre nuestro origen y la razón de nuestra existencia ha inquietado a los pensadores, que buscan una seguridad interna y el por qué vivimos. El hombre comenzó a expresar su relación con su entorno hace algunos 40.000 años, a través de sus pinturas y, posteriormente, tocando su flauta de bambú.

Hace nueve mil años, las comunidades agrícolas ya vivían en las orillas de los ríos Eufrates, Tigris, Jordán, Nilo y Amarillo. En la India, la agricultura se remonta a unos 6.000 años, cuando las comunidades primitivas prosperaron alrededor de cinco ríos (pancha apas, de donde deriva el término Punjab).

Las lluvias e inundaciones, tan necesarias para la agricultura, le dieron al hombre un sentido de conexión con la naturaleza. Desde su más temprana formación, la mente primitiva se asustaba de estas fuerzas naturales, como relámpagos, truenos, tormentas, terremotos, muerte. El miedo fue el compañero constante del hombre, y aún lo es hoy día, pero en forma más razonable. Su vida fue y es violenta, porque él ha evolucionado de estas fuerzas brutales.

Somos cápsulas individuales de miles de millones de células, cada una con su propia inteligencia limitada y semejante, que conlleva no sólo las huellas de su propia forma física y sus tendencias patógenas, sino también sus propios patrones emocionales y de carácter, en continua transformación, evolucionando, adaptándose, mutando en relación con su entorno y a través de su propio impulso, como también por esfuerzo individual.

La idea de que el hombre se originó de alguien que no era un bruto, sobrevino más tarde, para ayudarlo a sobrellevar su naturaleza brutal con un mejor sentido de identidad, porque esta identidad, en dirección ascendente, servía mejor a sus propósitos, seguridad, realización. Sin embargo, los inventores de tal identidad extendieron su propia e imperfecta naturaleza, haciendo del creador divino un ser disgustado de su propia creación, y que después de todo trató de liquidarla a través del diluvio (Génesis). El hombre transfiere su inseguridad y celos haciendo que Dios exija que ningún otro dios sea adorado y, amenazando que, si otros ídolos eran venerados, no sólo sería castigado el adorador, sino también sus hijos y nietos, revelando así el carácter vengativo del hombre (los dos primeros mandamientos).

Los más hábiles entre los hombres explotaron el miedo de la gente a la sobrevivencia, inventando una serie de ritos para que las entidades sobrenaturales o dioses ligados a las fuerzas naturales visibles y amenazadoras, incluyendo las enfermedades y la muerte, se mostrasen propicias. Así fue creada una casta que tenía por finalidad, asegurarse de la conmiseración de los dioses hacia los hombres. El rasgo asesino de la naturaleza del hombre se expresó a través de los sacrificios humanos, de aquellos seres que le disgustaban, o de los cuales sentía envidia. Luego, su relación con lo sobrenatural se tornó un poco más civilizada; lo advertimos en el sacrificio del toro en Sumeria, o del caballo en la antigua India (ashwamedha yajnd), o del carnero en Judea.

En la India védica, hace 3.800 años, los poetas comenzaron a cantar himnos de alabanza, dedicados a entidades que representan las fuerzas naturales, porque el hombre sentía temor de ellas; tales fuerzas eran los relámpagos (Indra); pero estos himnos estaban dirigidos también a entidades, cuya benevolencia se necesitaba para la agricultura (Va-runa) y la sobrevivencia (Vayu y Agni). Tampoco fue muy diferente la relación del hombre con Jehová; le tenía temor y lo necesitaba para sentirse protegido. Todas estas reacciones demuestran que nos hemos desarrollado partiendo de las fuerzas de la naturaleza, reflejando la violencia de la tormenta y la suavidad de la brisa, el dominio del poderoso y la sumisión del débil.

Hace más de 3.200 años, los líderes inteligentes y visionarios como Moisés, trataron de unificar estas fuerzas en un supremo y poderoso creador, quien exige lo máximo de su pueblo elegido (sic) una obediencia moral o a su ley, que lo haría acreedor a recibir el amor divino y, en consecuencia, la protección de él, siempre que superara sus pasiones (nuevamente, las fuerzas de la naturaleza), pero podría sucumbir y ser castigado en caso de no vivir de acuerdo a la bondad de Dios, a cuya imagen y semejanza fue creado; sin embargo, Moisés no explicó por qué Dios podía ser tan vengativo como el hombre.

Necesitábamos el poder de los dioses porque, siendo débiles, nuestra sobrevivencia era precaria. Necesitábamos la sabiduría porque, siendo ignorantes, nuestra vida estaba llena de temores. Así, Zeus se convirtió en el líder poderoso de los dioses griegos y, en menor grado, Indra asumió un alto rango entre las deidades hindúes. Jehová llegó a ser para los judíos el único y verdadero Dios, superando y después descartando todas las demás deidades del Medio Oriente.

VISIÓN MÍSTICA

En el último período védico, aproximadamente dos siglos antes de los tiempos de David y Salomón (1.000-900 a.C.), los Upanishads trataron de unir todas las deidades hindúes en un solo espíritu místico, eterno, todo penetrante, infinito, llamado Brahmán quien, al contenerlo todo, no rechazando nada, hizo que el prejuicio religioso fuese irrelevante, no importando siquiera su nombre. Naturalmente, no se resolvió el prejuicio social, pero se intentó la tolerancia teológica. La idea de los Upanishads era la transformación de una esencia espiritual, primordial y trascendental como el universo, por un principio creativo (Brahma), y su sostenimiento por una mente cósmica (Hiranya-garbha) a través de las leyes de la naturaleza (Prakriti). Sin embargo, no se explicó, cómo una esencia perfecta pudo convertirse en una creación imperfecta.

Un producto de esta visión mística fue Buddha, quien, hace 2.500 años, pensó que el amor entre las personas era más importante que lo que uno pensaba acerca de Dios. Él pensó que el amor era el agua que apagaba el fuego del odio y decía que, si nuestro hogar se incendiaba, no se preguntaba quién era el causante del fuego, sino que se trataba de apagarlo. Así también era inútil discutir sobre Dios, habiendo tanto sufrimiento en la vida, y mucho más importante, encontrar una vía para superarlo mediante un esfuerzo espiritual.

Hace dos mil años, surgió un gran reformador en una sociedad judía helenizada, para quien Dios era amor, cuya justicia era moderada por la misericordia. Jesús le dio sentido a este Dios del amor, enseñando el amor hacia el prójimo, y la devolución de bien por mal como un modo de superar la naturaleza vengativa del hombre. Él apeló a la bondad interna existente en el ser humano. Como Buddha, él pensó que la retribución de un daño sólo perpetuaría el mal, siendo la única salida hacer lo opuesto.

La inmanencia védica de Dios, en el sentido de intuir cómo podríamos mitigar la vulgaridad, el ideal judío de no tratar a los demás como no quisiéramos ser tratados, la compasión budista, la caridad cristiana y la hermandad musulmana, desde luego no liberaron la mente de la intolerancia ni de los prejuicios, pero han tenido una influencia civilizadora en la sociedad.

La visión mística del "árbol de la vida" surge en los Upanishads y más tarde en el Bhagavad Gita: un árbol que tiene sus raíces en el cielo, y su tronco, ramas, hojas y frutos en la tierra. Esto último significa nuestra existencia terrenal, condicionada por el entorno material, mientras que extraemos la savia de las raíces que se proyectan hacia nuestra identidad divina.

Los Upanishads hablan de nuestros cuerpos como parte del universo, de nuestra mente como chispa de la inteligencia cósmica, atrapada en la envoltura opaca de la materia, y de nuestra alma como gotitas de la esencia espiritual infinita que se expresa a través de la verdad y del amor, de la belleza y de la bondad. Por limitado que sea nuestro entendimiento, en nuestras mentes limitadas, esta enseñanza le da un significado a la moralidad, y otorga a nuestra vida una gracia que sana.

Los Upanishads desestiman los rituales y glorifican a gyana o la sabiduría que debe ser usada en forma práctica en nuestras relaciones humanas. Ellos no le dan importancia al sufrimiento en sí, sino que a los medios para poder superarlo mediante la renunciación a los apegos y al orgullo, y practicando la verdad, el amor y la autodisciplina. Ellos exigen la adoración de Brahmán, realizando tres ideales: rita, que significa la síntesis de justicia, verdad, fe y ley divina; yagna o renunciamiento a la ignorancia y al egoísmo; y tydga o renunciación a las pasiones, a la vanidad y a nuestra naturaleza servil.

Renunciamiento o sacrificio no es un acto degradante, sino un proceso creativo, porque el conocimiento nos da la libertad de ser creativos, mientras que la ignorancia y el egoísmo nos limitan. Si renunciamos a los apegos y al orgullo, a las pasiones y a la vanidad, aprendemos a amar de verdad y a relacionamos mejor con los demás. Si buscamos la verdad, mejoramos nuestra comprensión de la vida y podremos enfrentar sus problemas sin que nos afecte maya, o la ilusión, que deriva de una percepción sin sabiduría, o bien de una percepción distorsionada por las pasiones y los apegos.

EL ESPÍRITU TODOPENETRANTE

El Chandogya Upanishad nos da una visión de un Dios todopenetrante y de la relación del hombre con él, un típico elan de Gyana Yoga:

El espíritu infinito
Está arriba y abajo,
Al este y al oeste,
Al norte y al sur;
Realmente es el universo entero.
Luego, en el mismo Upanishad, está la enseñanza de la disolución de nuestros egos aislados:
Yo estoy arriba y abajo,
Estoy al este y al oeste,
Al norte y al sur,
Realmente soy este universo entero.

Después de este mensaje referente a la relación del espíritu humano con el espíritu infinito y trascendental, pero inmanente, el Mundaka Upanishad nos da una visión de nuestro destino:

Así como los ríos al fluir,
Encuentran su hogar en el océano,
Dejando atrás sus nombres y formas,
Así también el hombre, liberado
De su nombre y forma, Se acerca al espíritu divino Que está más allá de todo.

Esta inseparabilidad de la inmanencia y la trascendencia de Dios es un aporte especial de los Upanishads a la búsqueda filosófica y religiosa de la humanidad. En el Isha Upanishad se narra la penetración universal de Isha (Señor o Dios):

El inmóvil Único
Es más rápido que el pensamiento;
Los dioses (intelectos iluminados)
No pueden cogerlo,
Puesto que se aleja apresuradamente de ellos.
Se mueve y no se mueve,
Está lejos (del ignorante) Y sin embargo cerca (del sabio):
Está en todo el universo,
Y sin embargo más allá de él.

Los Upanishads hablan de un Dios intercambiable con Purusha (ser supremo), con Brahmán (espíritu infinito) y con Paramatman (alma suprema), mientras que se sostiene que tal ser es sin forma, todopenetrante y trascendente, y que el alma o el espíritu del hombre forma parte de él; no una parte del espíritu indivisible, sino en el sentido del espacio sin forma en el interior de un recipiente (ghdtakasha) que asume la forma limitada del recipiente y que aparentemente está separado del espacio sin forma alrededor de él. El recipiente representa al vehículo (alma) humano.

La gran cantidad de visiones o ideas acerca de Dios pueden compararse con los colores de un arcoiris: la luz blanca del espíritu interior del hombre se refracta en muchos matices de su mente, durante el proceso de tratar de encontrar su ser real a través de una cantidad de culturas, religiones y por su aspiración espiritual. A pesar de que, al considerarlas aisladamente, estas distintas visiones chocan entre sí, en verdad le dan color a la vida y, por último, provienen de la misma fuente.

Este es el espíritu de los Upanishads, que brilló durante un tiempo en la antigua India. Negar esta visión universal y hacer de Dios una deidad tribal, es usar la religión como una fuerza obscurantista y divisoria más que una influencia destinada a la unidad, a la iluminación en nuestra vida, lo que la raíz latina de la palabra religión significa literalmente: re-ligare quiere decir reunir. La religión se convierte en opio cuando se aparta a Dios del mundo, para transformarlo en un medio para escapar del sufrimiento que forma parte de la vida. Esto no resuelve los problemas que causan el sufrimiento, sino que tornan al hombre insensible frente a ellos, lo anestesian.

La realidad es que el hombre no ha encontrado la felicidad que busca, y en este proceso de búsqueda ha creado un Dios, producto de su imaginación. Si la imaginación es primitiva y dedicada sólo a conseguir protección, los huesos de sus miedos y prejuicios resonarán en la estrechez de sus escrituras. Si la imaginación del hombre se amplía y eleva, transformándose en aspiración espiritual, encontrará la realidad de la paz y de la plenitud, y hará del mundo, dentro de su capacidad, un mejor lugar para vivir. De este modo, el sentido de la vida se realiza individualmente en cuanto se desee y sea capaz para ello. Los Upanishads proponen formar nuestra vida empleando tres medios:

A través del amor devocional (bhaktí) hacia todo lo noble, o hacia ideales espirituales, cuyo símbolo supremo es Dios, sin sentir la amenaza de tener que responsabilizarse ante una deidad o arrastrarse pidiendo perdón. A través de un entendimiento contemplativo (gyana), tratando de comprender en las profundidades de nuestro sentimiento el significado de estos ideales, más que por un esfuerzo intelectual. A través de la realización práctica de este amor por lo noble y significativo (karma), demostrándolo en la forma en que actuamos frente a los demás, en la forma cómo amamos a nuestros seres queridos, cómo manejamos nuestros deseos y lo que esperamos de ellos, cómo enfrentamos la adversidad que se pueda cruzar por nuestro camino, cómo nos recuperamos de las consecuencias de nuestros errores y cómo superamos nuestras mentes y sentimientos a veces heridos, permaneciendo con el espíritu inmaculado.

[Cortesía: Universidad de Londres. Una conferencia dictada en la Facultad de Royal Holloway and Bedford, el 7 de abril de 1987.Traducida por Lucila Broughton.]