viernes, octubre 15, 2021

El Amigo Inmortal

El estudiante de la Sabiduría Antigua recordará la evocación que hace J. Krishnamurti en su obra “El Amigo Inmortal”, cuando describe su encuentro con el Buddha.


Como es una obra agotada, transcribimos las primeras páginas del poema, que es de una serena belleza y gran profundidad.


Dondequiera que miro, descubro Tu presencia; 

Pleno estoy de la gloria de Tu magnificencia, 

Y ardo en el fuego sacro de Tu felicidad.


Yo lloro por aquellos
Que jamás te contemplan, Por los que nada sienten 
De Tu gloriosa Paz.

¿En cuál humana forma Pudiera demostrarles 
Tu inmarcesible gloria?
Yo me senté a soñar en un albergue 
De imponente quietud.

Estaba la mañana somnolienta
Y tranquila;
De pie, frente a los cielos, 
Los montes, en azul, 
Impasibles, serenos.

En redor de la casa de madera,
Idos pájaros en negro y amarillo 
Saludaban al sol de primavera.

Me senté sobre el suelo
Con las piernas cruzadas
Meditando;
Y me olvidé de los montes azules,
De los pájaros,
Del silencio imponente 
Y del dorado sol naciente...

Perdí la sensación de todo el cuerpo,
Y mis miembros inmóviles
Reposaban en paz de gracia llenos. 
Un júbilo profundo, inmensurable, 
Llenó mi corazón.

Y mi mente,
Anhelosa e impaciente
En la concentración,
Perdía, insensible, el mundo de lo irreal.
Yo estaba rebosante de poder inmortal.

Como la fresca brisa de levante
Que de súbito surge a la existencia
Y embalsama el ambiente circundante,
Allí, frente por frente,
Sentado a lo oriental,

En la forma que el mundo 
Le conoce,
Con Su amarilla túnica habitual, 
Sencillo y majestuoso,
Así estaba el Maestro de Maestros.

Fija Su vista en mí,
Y sin un gesto,
Tomó asiento el 
Poderoso Ser.

Yo le miré y, fervorosamente,
La cabeza incliné
A Su presencia,
Mi cuerpo hizo una curva hacia adelante 
En grácil reverencia.

Aquella única mirada
Mostró el avance del mundo hacia el progreso,
Y la inmensa distancia
Que se pierde a lo lejos, 
Entre el mundo de sombras y congojas 
Y el más grande de todos sus Maestros.

¡Cuán poco el mundo comprendió Su vida, 
Y tanto como ha dado!
¡Cuán jubilosamente,
Libertado,
Él remontó Su vuelo
Escapando, por fin, de la tiránica 
Rueda intrincada de muerte y nacimiento!

Una vez ya iluminado, 
Como el jardín da su aroma, 
Él dio al mundo la Verdad.

Mientras yo, reverente, contemplaba
Los pies benditos que hollaron en un tiempo
De la India la tierra afortunada,
Mi corazón de santo amor henchido, 
En un caudal de devoción inmensa
Desbordóse indomable e irreprimido.
Y se fundió mi ser en esa dicha.

Mi mente comprendió de esta manera
Extraordinaria y fácil, 
La Verdad que tan ansiosamente 
Él alcanzó en sin igual combate.
Y se fundió mi ser en esa dicha.

Mi alma comprendió la infinita sencillez 
De la Verdad.
Y se fundió mi ser en esa dicha.

Tú eres la Verdad,
Tú eres la Ley,
Tú eres el Refugio, 
Tú eres el Guía, 
El Compañero y el Amado.
Tú has embriagado mi corazón,
Tú has conquistado mi alma, 
En Ti encontré mi consuelo, 
En Ti mi Verdad establecí.

Por donde caminaste, 
Sigo yo al margen de Tus huellas. 
Donde Tú padeciste y conquistaste, 
Atesoro yo fuerzas.
Donde Tú renunciaste, 
Yo me ensancho Sereno, inmensurable.

Eterno cual las estrellas
Que pueblan el firmamento, 
He llegado a ser al cabo 
Del goce y el sufrimiento.
Feliz por siempre es aquél
Que Te comprende y 
Te ama Con pleno conocimiento.

Como el mar, insondable, 
Así es mi amor, infinito.
He alcanzado la Verdad, 
Y una divina quietud 
Alienta a crecer mi espíritu.

Mas, ayer, 
ansié alejarme 
Del mundo de sufrimiento
Hacia un apartado sitio
De una montaña en silencio.

Manumiso,
Desligado
De toda cosa
En busca de Ti, oh Amado,
Y ahora Te apareces dentro 
De mí mismo, Iluminado.

Te llevo en mi corazón.
No importa adonde mire,
Te contemplo, 
Feliz, tranquilo, sereno,
Llenando mi mundo 
La expresión de la Verdad.

Mi corazón está henchido de poder.
Mi mente está concentrada. 
Yo estoy pleno de Ti.
Como la brisa de levante
Que de súbito surge a la existencia
Y embalsama la tierra circundante, 
Así me realicé.