Raúl Medina Centeno
La conversación terapéutica en torno a preguntas "estúpidas".
Yo sólo sé que no sé nada - Sócrates
El presente trabajo tiene el objetivo de introducir la etnometodología al campo de la terapia familiar. La forma en que esta perspectiva concibe e investiga la acción social ha contribuido, por una parte, a establecer una relación entre identidad y síntomas con el discurso tácito, y, por otra, a crear una metodología de intervención que denominamos conversación terapéutica en torno a preguntas estúpidas. Esta metodología ha sido útil para: 1) explorar el discurso tácito que practica la familia con relación a su identidad y el problema; 2) generar nuevas explicaciones con el fin de promover una conversación crítico-reflexiva sobre las prácticas discursivas que construyen el problema; y 3) situar a los miembros de la familia ante una posición más activa para afrontar los problemas de una manera corresponsable.
En la última década, la terapia familiar ha generado nuevas orientaciones que conceptúan y tratan la enfermedad mental como una construcción histórico-cultural (L. Hoffman, 1996; S. McNamee y K. Gergen, 1996; M. White y D. Epson, 1993; G. Gorell, 1998). Este movimiento ha cambiado radicalmente el concepto de sistema: de ser autómata o preestablecido ha pasado a considerarse autónomo y constructivo. Es decir, las relaciones e interacciones sociales que generan y mantienen los síntomas son gobernadas no por fenómenos universales y ahistóricos, sino por prácticas sociales locales. Así, existe una clara diferencia entre el terapeuta que asume que un síntoma se explica por un proceso homeostático, entrópico, estructural, cíclico, o por cualquier otro proceso automático, y el que busca en el discurso de la propia familia las explicaciones y sentidos que dan vida al síntoma.
En otro trabajo (R. Medina, 2000b) sostenemos la idea de que esta nueva revolución en la terapia familiar tiene su origen en los debates, reflexiones y teorías que han surgido en las ciencias sociales, de las cuales cabe mencionar la actual tensión entre modernidad y postmodernidad.
Esta dirección que ha tomado la terapia familiar nos enfrenta a nuevos problemas y reflexiones, entre los que destaca la idea de que las familias, la enfermedad mental e incluso el conocimiento científico –y con ello la psicoterapia– son de naturaleza histórico-cultural, de modo que la imprescindible contextualización de la familia, el síntoma y el terapeuta nos ha conducido a tomar como eje el análisis social de las familias mexicanas con el fin de diseñar nuestros propios discursos y metodologías de intervención (R. Medina, 2000b).
En el marco de estas ideas, el presente trabajo tiene como objetivo introducir la etnometodología, que, como perspectiva microsociológica, puede contribuir a que el terapeuta conozca y comprenda, sin asumir un método hipotético-deductivo, la naturaleza de los síntomas desde el propio discurso de la familia, así como a que practique una conversación terapéutica dirigida a generar nuevas explicaciones. Su finalidad, por lo tanto, es resolver problemas desde la familia y no para la familia.
En términos generales partimos de la epistemología construccionista, la cual se basa en la creencia de que la realidad es de naturaleza sociocultural y se construye mediante los usos del lenguaje (V. Burr, 1995; K. Gergen, 1985; R. Harre, 1993; J. Shotter, 1990). Teniendo en cuenta este contexto, consideramos la etnometodología (Garfinkel, 1967) una perspectiva que comparte dicha creencia.
Por otra parte, el contexto de análisis e intervención es Latinoamérica, en particular México, donde la Universidad de Guadalajara, una institución pública, ha abierto espacios de intervención en diferentes disciplinas y áreas –como parte de la formación académica y del proceso de investigación– entre las cuales se encuentra la terapia familiar. La zona donde hemos trabajado es el occidente de México, específicamente Puerto Vallarta y Guadalajara.
Las particularidades de las familias latinoamericanas, que hemos analizado en otros trabajos (R. Medina, 2000a), y en especial las de esta región de México (R. Castro, 1999), nos han llevado a conceptuar la terapia familiar como una práctica social, pues hemos aprendido que, por las especificidades sociales de Latinoamérica, si se quieren promover cambios sustantivos, es necesario establecer un enlace forzoso entre síntoma, familia y comunidad; por ello nos resulta más útil hablar de salud psicosocial que de enfermedad mental.
La epistemología sistémica y construccionista ha sido fuertemente influenciada por los debates que han generado la nueva filosofía de la ciencia (T. Kuhn, 1990; N. Hanson, 1985; P. Feyerabend, 1980; L. Laudan, 1977) y las ciencias sociales (J. Bruner, 1991; A. Giddens, 1990; A. Giddens, J. Turner y otros, 1997; J. Potter, 1998; T. Ibáñez y L. Íñiguez, 1997). Esto nos ha conducido a crear un estilo de análisis e intervención que denominamos terapia familiar crítica (R. Medina, 2000b), la cual tiene el objetivo de trabajar desde las familias mediante una conversación que pone en entredicho las prácticas y discursos tradicionales, basados en los síntomas.
Contribuciones de la etnometodología a una psicoterapia desde la familia
La etnometodología fue propuesta por el sociólogo Harold Garfinkel (1967) en los años sesenta. Se trató de una respuesta crítica a la sociología estructural de su tiempo, ya que rechaza aquellos discursos sociales que calificaban la acción humana de automatista, así como las teorías que daban por sentados conceptos como estructura, clase social, cultura, sistema, familia, identidad, etc. Asimismo, defiende la idea de que los fenómenos sociales no tienen capacidad, por sí solos, para imponerse a las personas, sino que son estas las que hacen posible la producción de hechos sociales en su práctica social cotidiana. Cabe señalar que la etnometodología no niega las estructuras, sino su factibilidad separada de las prácticas humanas, o sea, las considera un proceso y no un estado. En nuestro caso, la familia es vista como una actividad social que solo es posible descubrir y conocer en la acción y explicaciones que dan de ella los propios miembros que la componen y la construyen.
Los etnometodólogos utilizan como metáfora para explicar el proceder de la gente ordinaria la práctica científica: del mismo modo que los científicos están constantemente intentando entender el mundo y utilizan sus hallazgos para proceder apropiadamente ante tales situaciones, la gente utiliza modelos, manipula información, tiene percepciones de la realidad, así como sus propios métodos de investigación y proceder ante la naturaleza y su entorno social; de ahí el nombre de etnometodología.
En resumen, la etnometodología parte de dos supuestos:
1. Los hechos sociales no determinan desde fuera la conducta humana, sino que ellos mismos son el resultado de la interacción social que se produce continuamente a través de su actividad práctica cotidiana.
2. Los seres humanos no son "idiotas culturalizados", sino agentes activos capaces de articular procedimientos que les son propios para definir, según las circunstancias y los significados, las situaciones sociales en las que están implicados.
Estas ideas llevaron a Garfinkel a diseñar una propuesta metodológica que le permitió conocer empíricamente las creencias, teorías, modelos, metáforas y métodos que emplean las personas para construir su mundo social buscando la explicación en los mismos actores que lo producen y en el curso de la propia acción. Para llegar a tal fin, propuso las siguientes herramientas conceptuales:
1. Indicación (indexicality). Se parte de la creencia de que la vida social se construye a través de la utilización del lenguaje y del significado de una palabra o expresión en el marco de un contexto en particular. Es necesario estudiar cuándo se utilizan las palabras y expresiones para comprender la dimensión exacta de lo que se está diciendo. Expresiones indicativas como "esto, yo, usted, aquí, ella, allá, etc." están rodeadas de una situación y de un contexto lingüístico. Es decir, aunque una palabra o expresión pudiera tener un significado transituacional, también podría tener uno diferente en cada contexto particular. Por ello se dice que la combinación de palabras y contexto es lo que da sentido a una expresión (Potter, 1998). Así, cuando una madre califica a su hijo de tonto, es necesario ampliar la explicación sobre los momentos, ocasiones y acciones que explican el sentido preciso de tal término en lugar de asumir el significado recto del vocablo desde nuestra posición.
2. Reflexividad. Este concepto destaca el hecho de que el lenguaje no solo se utiliza para referirse a algo, sino también, y principalmente, para hacer algo; es decir, no se limita a representar el mundo, sino que interviene en ese mundo de una manera práctica (Garfinkel, 1967). En otras palabras, la reflexividad destaca el hecho de que una descripción es una referencia a algo y, al mismo tiempo, forma parte de su construcción. Siguiendo con el ejemplo anterior, cuando la madre califica a su hijo de tonto, el sentido de la palabra utilizada va más allá de la representación o referencia de algo, pues –lo que es más importante– organiza la interacción madre-hijo, así como la que se da entre otros miembros de la familia que participan en ese cuadro social. Por lo tanto, aunque tonto sea una referencia a una persona concreta, desde esta perspectiva es algo que se origina, desarrolla y tiene sentido solo en la conversación y la práctica social.
3. Descripciones (accounts). Para la etnometodología, toda la acción social es descriptible, inteligible, relatable y analizable. Por ello, el concepto de discurso no se limita al uso lingüístico, sino que se refiere a toda la acción social. Es como hacer visible el mundo y hacer comprensible la acción al describirla, ya que el sentido de la acción social se revela en el marco de los procedimientos que se emplean para expresarla. De este modo, cuando la madre se refiere a su hijo como un tonto, detrás de tal calificativo existe seguramente toda una explicación razonable por parte de la madre, del propio hijo y de otros miembros que participan del mismo cuadro social. Todos ellos no son "idiotas que interactúan", que necesitan del experto para comprender la verdadera y objetiva explicación de sus comportamientos, sino personas que están organizados mediante explicaciones racionales que ellos mismos han producido, y, si se les pregunta y escucha, nos sorprenderá conocer que tienen una respuesta razonable y lógica.
4. Miembro. Para los etnometodólogos, convertirse en miembro de un grupo o de una organización no supone solo adaptarse, sino también participar activamente en la construcción de este. El miembro no adopta pasivamente las reglas del grupo, es decir, no es un "idiota culturalizado", sino corresponsable de su construcción cuando participa en él. Los grupos, organizaciones o instituciones se crean y se recrean en la práctica cotidiana de sus miembros. El miembro es una persona dotada de un conjunto de procedimientos, métodos y actividades que la hacen capaz de inventar dispositivos de adaptación para dar sentido al mundo que la rodea. La familia que hemos venido utilizando como ejemplo es la familia García, y ser miembro de esta familia implica participar en una serie creencias y métodos que la distinguen de otras familias, de modo que cada uno de sus integrantes es miembro activo y constructor de la familia García.
Identidad y síntoma en el discurso tácito
Una de las ideas centrales que defendemos en este trabajo es la relación que existe entre identidad y síntoma con el discurso tácito. Esta idea surgió a raíz de los resultados de la investigación etnometodológica que llevó a cabo H. Garfinkel (1967). Este autor observó un contexto simbólico, no verbal, que el grupo asume cuando habla e interactúa. Este uso del lenguaje implícito que la gente utiliza en su vida cotidiana es compartido tácitamente por la comunidad local, y, más que ser un lenguaje banal y rutinario, señala este autor, tiene un papel importante en la configuración de la vida social de una cultura.
Por ejemplo, un investigador le pregunta a una persona que se encuentra al final de una larga fila: "¿Qué está haciendo aquí parado?"; la persona responde: "Estoy haciendo una fila para comprar un boleto con el fin de entrar al cine"; el investigador pregunta de nuevo: "¿Qué es una fila?"; la persona contesta irritada: "Una fila es una manera en que varias personas se organizan para comprar un boleto en orden"; el investigador continúa su interrogatorio: "¿Qué es un boleto?"; el individuo, con una expresión de extrañeza y confusión, reflexiona y, después de una larga pausa, responde: "Un boleto es un billete que valida que pagó la entrada al cine y te permite entrar"; "¿Qué es el cine?"..., y así sucesivamente. El experimento muestra que, aunque una persona no hable, cuando actúa, está utilizando un discurso implícito, un conocimiento tácito local que le permite organizarse en comunidad, interactuar con los otros y utilizar una serie de métodos cotidianos.
Creemos que este contexto simbólico tácito que estudia la etnometodología es de una enorme utilidad para el análisis de la identidad y del síntoma en terapia familiar.
Existen innumerables teorías que abordan el concepto de identidad personal, y no es el objetivo de este trabajo hacer un análisis exhaustivo. Las teorías de la identidad personal, en general, se dividen entre las que la consideran una representación psíquica o biológica única y constante, como una esencia o estado mental predeterminado, ya sea por la historia infantil o por la interacción de procesos psicosociales y neuronales, ubicada siempre en el cuerpo de un individuo (C. F. Presley, 1967), y las que la conceptúan como un proceso indeterminado que se da solo en la interacción social (G. H. Mead, 1972; E. Goffman, 1984; K. Gergen, 1992).
Sin pretender sustentar la verdad o representación de la realidad, consideramos que la identidad personal o individual es menos útil para el trabajo en terapia familiar si la conceptuamos como un estado o esencia, ubicada en el cuerpo de una persona y predeterminada, porque es reductible solo al análisis psicológico. Más bien nos inclinamos por la idea de que la identidad, como metáfora, es más valiosa si la consideramos una interacción simbólica, una relación entre personas, una práctica cotidiana que define lo que somos y que se muestra solo en la representación de la persona ante un escenario social (E. Goffman, 1984). Además, no creemos que exista una línea divisoria entre la identidad de una persona con el otro y su comunidad; las identidades, bajo esta idea, están entremezcladas en varias dimensiones espaciales, y se crean y se recrean en la acción discursiva.
Sobre la relación y los conceptos de identidad y narrativa, aunque con un interés clínico, J. Linares (1996) se refiere a la identidad y la narrativa como "productos históricos, resultado directo de la relación del sujeto con la sociedad" (pág. 28). Sin embargo, hace una distinción entre identidad y narrativa: considera la primera como el espacio donde el individuo se reconoce a sí mismo y, por tanto, es extraordinariamente resistente al cambio, mientras que la narrativa es una práctica altamente negociable. Aunque es interesante la opinión de Linares sobre la naturaleza resistente de la identidad, consideraremos esta, ya sea individual, familiar o cultural, también una práctica narrativa, pues es un discurso que la gente sigue practicando cotidianamente, consigo mismo o con los miembros del grupo, tal como muestran los experimentos etnometodológicos. Cabe señalar, no obstante, que gran parte de la identidad se da en el discurso tácito, es decir, en el contexto simbólico que practicamos todos los días pero que damos por sentado; por ello se distingue de otras y es resistente al cambio. Sin embargo, creemos que, aunque la comunidad asuma este contexto simbólico, también forma parte del dominio de la negociación cotidiana mediante prácticas, métodos y gestos en el curso de la acción.
Por otra parte, los síntomas o problemas psicológicos, comúnmente llamados enfermedades mentales, quedan ubicados también en el espacio del discurso tácito. Los síntomas son prácticas sociales que, por lo regular, se han asumido durante mucho tiempo. Aquí es donde reconocemos en la etnometodología su utilidad para la terapia familiar, ya que nos permite identificar y conocer el discurso tácito de la familia y cómo, en este, se construyen, se mantienen y se negocian cotidianamente la identidad de cada uno de los miembros de la familia y los síntomas.
Linares (1996) señala que, "cuanto más grave es la patología, más implícita está en ella la identidad y más pobre resulta la correspondiente narrativa" (pág. 28). Siguiendo esta idea, y vinculándola con la propuesta etnometodológica, consideramos que los síntomas más graves se han incorporado tradicionalmente al discurso tácito como algo concomitante con las costumbres del grupo. Estamos de acuerdo con su idea de que, para que un problema se resuelva, es necesario llevar el síntoma, y con ello la identidad, al plano narrativo; sin embargo, creemos que la propia identidad es una forma de narración que puede ser explorada. Si a la familia se le pregunta por qué o para qué hace una u otra cosa, nos sorprenderá que siempre tendrá una explicación. En todo caso, la idea de una psicoterapia familiar sería preguntar lo banal y rutinario e inmediatamente escuchar, escuchar y escuchar, con el doble objetivo de, por un lado, conocer el discurso tácito que practica la familia cotidianamente con relación al síntoma, y, por otro, promover reflexiones y una actitud crítica que permita generar nuevas explicaciones que conduzcan a la resolución del problema.
Generando nuevas explicaciones para el cambio
Tal como vimos, la etnometodología sitúa al individuo en una posición activa, capaz de generar cambios, aunque también esta perspectiva nos enseña que el poder estriba en el consenso social. En ese sentido, creemos que la identidad no es una esencia o un proceso automático inconsciente o predeterminado que nos arrastra a comportarnos de una u otra manera, sino una práctica con conciencia; es decir, el carácter simbólico de la conducta humana nos alerta de la naturaleza cambiante y consciente del comportamiento de las personas. Por lo tanto, la identidad es vista como un proceso reflexivo en el sentido de que la existencia humana está necesariamente abierta e incompleta, pues los individuos están continuamente reflexionando y reconstruyendo; de ese modo modifican todas las acciones y conductas pasadas cotidianamente y preparan el escenario para las acciones futuras. Esta posibilidad de cambio sostenido de la identidad es más útil para la terapia familiar porque desde esta perspectiva es posible que los terapeutas diseñen herramientas dirigidas a generar desde la epistemología de las familias nuevas explicaciones para promover cambios.
Del método hipotético-deductivo al método inductivo-ideográfico
Trabajar desde la epistemología de la familia no es nada fácil. Anderson y Goolishian (1996) sostienen la idea de que, para que un terapeuta no venda sus explicaciones a la familia, el mejor ejercicio es ver al cliente como el experto y tomar una posición de ignorancia y curiosidad. Pero llevar a cabo tal empresa es si no imposible, sí difícil, porque ninguna psicoterapia se escapa de tener un marco conceptual que organiza la entrevista, interpretaciones y prácticas terapéuticas. El punto central es el "espíritu epistemológico y metodológico" (R. Medina, 1993) que se encuentra detrás del uso de las teorías, porque tal espíritu determina en mucho que unas teorías sean más rígidas que otras, y las más rígidas sobreinterpretan, bajo un modelo teórico preestablecido, y dan por sentado un sinnúmero de circunstancias, dejando poco margen a las explicaciones de la propia familia y produciendo, implícitamente, una relación activa/pasiva entre el experto y la familia.
Los debates sobre el método y la posición epistemológica de los investigadores tienen una larga tradición, pero básicamente se han polarizado entre los que defienden el método cuantitativo y el cualitativo. Solo por mencionar un ejemplo, en la vieja Grecia, Platón (J. Ferrater, 1994) narra un pasaje de Sócrates en el que este comentaba a Teetes que practicaba el mismo arte que su madre, la cual era comadrona: la mayéutica, que consistía en ayudar a engendrar, pero en este caso pensamientos. Sócrates señalaba que lo importante del método mayéutico era que él solo no podía engendrar, conocer o producir sabiduría, ya que era necesario un diálogo interpersonal basado en preguntar, y la posición del que preguntaba había de ser modesta y de ignorancia; de ahí su celebre frase "yo sólo sé que no sé nada".
Los etnometodólogos retoman esta tradición y replantean para la sociología sustituir el método hipotético-deductivo por uno inductivo-ideográfico. El primero utiliza hipótesis dirigidas a buscar leyes universales, mientras que el segundo se basa en la búsqueda empírica de acontecimientos o hechos particulares (J. Ferrater, 1994).
Si llevamos esto a la terapia familiar, es necesario, en principio, reformular las ideas de que el experto es el único que sabe y de que las familias son "idiotas culturalizados". La terapia familiar utilizó durante muchos años la metodología hipotético-deductiva, que consistía en la elección de hipótesis preestablecidas suministradas por una teoría explicativa (sistémica), las cuales tendrían que confirmarse o refutarse en la familia; una vez confirmada la hipótesis, los terapeutas asumían todo un campo conceptual (sistémico) que explicaba las causas y fines de la conducta de los miembros de la familia, y con ello orientaba todos los procedimientos terapéuticos: las preguntas, las estrategias, los objetivos y los resultados. La etnometodología se propone buscar, en principio en los discursos de la propia familia, el marco explicativo que permita al terapeuta conocer las formas en que la familia construye su propia realidad. Este ejercicio puede conducir a que el terapeuta encuentre también recursos –discursos alternativos– (White y Epson, 1993) en la misma familia para deconstruir la historia en torno a la identidad y el síntoma.
Un método inductivo-ideográfico para la terapia familiar nos permite abrir el diálogo con la familia, tomar una posición de humildad y empatía para comprender, valorar y reconocer limitaciones y recursos con el fin de generar desde la familia nuevas explicaciones. No se trata de comenzar con hipótesis preestablecidas, que pueden conducir a que la profecía se auto cumpla, sino de considerar que la familia sabe y nos puede sorprender.
Hacia una psicoterapia desde la familia: conversando sobre la base de preguntas "estúpidas"
Tomando las ideas de la etnometodología, la propuesta es establecer una conversación terapéutica basada en las preguntas estúpidas. Con esta expresión nos referimos a que el terapeuta no asuma o dé por sentado nada, que, al igual que un extranjero que llega a una cultura extraña, pregunte los aspectos más elementales que llevan al grupo a coordinarse, organizarse en comunidad y entablar una constante comunicación. Es decir, se trata de comprender lo que el grupo narra sin decirlo, lo que da por sentado pero que practica todos los días; en este caso en torno al síntoma o al problema que la familia refiere.
Téngase en cuenta que las preguntas estúpidas no son una herramienta nueva, sino que forman parte de la práctica humana natural. Por ejemplo, la curiosidad de un niño por entender el mundo abruma a sus padres con innumerables preguntas –¿por qué?, ¿por qué? y ¿por qué?– que aparentemente son estúpidas para ellos. La idea es tomar esto como práctica cotidiana y convertirlo en un recurso metodológico de intervención terapéutica.
Cristi huye de casa
La señora Martínez solicita una cita por teléfono. El problema es su hija Cristi, que ha huido de casa tres veces en un periodo de un año; la última vez estuvo una semana sin comunicarse, y confiesa el temor a que su hija se quite la vida porque últimamente ha expresado que desea morir. Sin más explicaciones, se le pidió a la señora Martínez que acudieran a la primera sesión todas las personas que vivían en la misma casa.
Acuden a la primera sesión la madre (señora Martínez, 43 años); sus hijos, Cristi (15 años), Carlos (8 años) y Julián (2 años), y la abuela (madre de la señora Martínez, 70 años). El padre, Juan (44 años), no "llegó" a la sesión. Después de una hora y media de entrevista, donde principalmente cada uno de los miembros explica su propia perspectiva del problema, todos menos Cristi están de acuerdo en que es una niña rebelde, imposible de controlar y que esta vez se había pasado de los límites, así como en que no es consciente de los peligros a los que se puede exponer y es desconsiderada porque en casa tiene todo lo que necesita. Este es el discurso dominante.
La primera percepción que tuvimos de Cristi es que es una mujer alta y muy atractiva, que aparenta por lo menos 19 años. Por su parte, Cristi argumentaba que ya era demasiado grande para que la dejaran hacer lo que ella quisiera. En los momentos más críticos de la sesión expresaba que quería que le dejaran en paz, que ella no se metía con nadie. Cuando le preguntamos a qué se refería con que la dejaran en paz, la joven reclamaba espacio para ella, pues se sentía sofocada en casa. Cuando insistimos preguntando a qué se refería con sofocada y con que necesitaba más espacio, enrojecida, respondió que deseaba morir. En ese momento, la madre interrumpió la sesión exclamando: "Ya ve, doctor, cómo es", e intentando, con ello, imponer el discurso dominante.
Esta breve descripción de la sesión es suficiente para que un terapeuta sistémico plante varias hipótesis: un fuerte problema de pareja, un triángulo perverso con la abuela o el estancamiento en una etapa del ciclo vital. Un construccionista invitaría a otros miembros de la familia e incluso a algunos amigos de Cristi para intentar recuperar discursos alternativos con el objetivo de reconstruir la historia de Cristi. Sin duda, existen varias maneras de abordar el problema, aunque la decisión que tomamos en la interrupción fue continuar con la entrevista, en este caso basada en las preguntas estúpidas, tomando literalmente lo que Cristi señalaba acerca de que se sentía sofocada en casa y reclamaba espacio para ella. La idea era no asumir nada, preguntar lo más básico para intentar comprender su reclamación.
Retomamos la sesión después de la pausa con las siguientes preguntas estúpidas:
Terapeuta: "¿Dónde vive, en qué parte de la ciudad?".
Madre: "En la colonia Juárez".
Terapeuta: "¿Viven en un piso o en una casa?".
Madre: "En una casa de dos plantas".
Terapeuta: "¿Cuántos cuartos tiene la casa y cómo están distribuidos ustedes?".
Madre: "La casa tiene tres cuartos. En un cuarto duermen mi mamá (abuela) y Carlitos; en otro, yo y Julián, y, en el tercero, mi marido y Cristi".
Sin que nos dejaran interrumpir, continuamos con las preguntas tontas, pero esta vez nos dirigimos a Cristi.
Terapeuta: "Cristi, ¿tú y tu papá duermen en el mismo cuarto?"
Cristi: (enrojecida y llorando) "Sí".
Terapeuta: "¿Duermen en la misma cama?".
Cristi: "No..." (una pausa y continua llorando). "Lo único que deseo es un metro cuadrado para mí sola, solo un metro cuadrado, nada más".
Terapeuta: "¿Cuánto tiempo tienen durmiendo juntos en la misma recámara tu papá y tú?".
Cristi: "Tres años... Me siento sofocada. Solo quiero que me dejen en paz; me quiero morir".
En ese momento la madre repite la interrupción pero en otro tono, postura y sentimiento. Enrojecida y llorando, se levanta de la silla y señala: "Ya se hizo tarde, doctor, ya tenemos dos horas aquí, tenemos que regresar a casa. Gracias por todo. Yo me comunico con ustedes. Gracias. Cristi, hija, vámonos".
Esta última parte de la entrevista se puede prestar también a múltiples interpretaciones. Consideramos que las preguntas estúpidas nos habían llevado a descubrir una práctica cotidiana que toda la familia asumía y no cuestionaba. Este conocimiento tácito nos proporcionó el contexto local donde el discurso de Cristi guardaba sentido y lógica. Las preguntas estúpidas nos habían conducido al discurso tácito de la familia y a comprender, por lo tanto, la identidad rebelde de Cristi, que era vista como un problema.
No supimos nada de la familia durante un mes, así que decidimos hablar con ellos para ver qué había pasado. Cristi cogió el teléfono y nos dijo que se encontraba mucho mejor. Nos pasó a la madre y le preguntamos que por qué no se habían puesto en contacto con nosotros de nuevo; ella señaló que ya habían "arreglado el problema": decidió separarse de su marido, quien cambió de residencia, y llevaba una relación más estrecha con Cristi, a quien comprendía y estaba conociendo cada día más. Nos dio las gracias y señaló que, si Cristi creía conveniente regresar a la terapia, ella misma lo decidiría y tendría todo el apoyo.
En este caso, las preguntas estúpidas no solo nos llevaron a poner de relieve un tipo de interacción sintomática asumida durante un largo periodo en la vida cotidiana de la familia como parte de su identidad, sino que también provocaron una reflexión. Se cuestionó algo que se había asumido como normal, produciendo, sobre todo en la madre, un cambio de actitud ante el problema, redefiniendo la situación y generando cambios pragmáticos que establecieron una atmósfera completamente distinta donde Cristi se sentía mejor.
Conclusión
En resumen, la etnometodología, como perspectiva microsociológica, ha sido útil, por una parte, para establecer una relación íntima entre identidad, síntoma y discurso tácito, y, por otra, para sustituir el método de intervención terapéutica hipotético deductivo por uno inductivo-ideográfico, el cual nos enseña a explorar el discurso tácito desde el contexto simbólico de la familia. Esto nos ha permitido diseñar una técnica de intervención para la terapia familiar que denominamos conversación terapéutica en torno a preguntas estúpidas, la cual ha sido de una enorme utilidad para:
1. Conocer y comprender desde las propias explicaciones de los miembros de la familia el discurso tácito, y con ello las prácticas y métodos que esta asume cotidianamente en torno a su identidad y el síntoma.
2. Generar explicaciones con el fin de promover una conversación reflexiva y crítica sobre las prácticas y métodos que utiliza la familia relacionados con el problema,
lo que genera una posición crítica sobre aquello que se daba por sentado. Con ello se pretende crear nuevos discursos que promuevan cambios acordes a los propios recursos sobre la base de la identidad local e histórica de la familia.
3. Y, por último, situar a la familia en una posición activa, siendo ellos mismos corresponsables y generadores del cambio.
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