lunes, marzo 14, 2022

La Economía del Sexo

Horacio Lafuente

ADVERTENCIA

Si quieres ser Matusalén vigila tu colesterol. Si tú película es vivir cien años no lo hagas nunca sin condón, es peligroso que tú piel desnuda roce otra piel sin esterilizar. Que no se filtre la duda en tú cama matrimonial.

La Economía del Sexo ha sido calificada como exclusivamente apta para lectores con fantasías que estén en la búsqueda de la raíz de sus deseos.

Está especialmente dirigida a aquellos que han dejado de temer a la manzana prohibida y que entienden que las relaciones entre las mujeres y los hombres, y viceversa, son algo mucho más importante que la condición necesaria para perpetuar la especie.

La obra explora, con ayuda de las herramientas de la economía, aquellos territorios poblados de desafíos, que no pocos prefieren ignorar, como si fuera posible lograr que no existan porque los desconocemos.

El contenido del trabajo ofrece singulares revelaciones que, no desconocemos, pueden llegar a afectar a los espíritus sensibles acostumbrados a practicar el amor sin luz, a acostarse vestidos, y a hacer el sexo siempre con la misma compañía.

Para aquellos que no pueden soñar y que decidan, a pesar de la advertencia, sumergirse en la lectura se les recomienda que lo hagan con el asesoramiento de alguien que tenga experiencia en esta materia.

INTRODUCCION...

Yo le quise decir la verdad por amarga que fuera, contarle que el universo era más ancho que sus caderas.

Escribir sobre la economía del sexo es hablar del punto exacto, de la esquina sin ochava, en donde se interceptan el intelecto con el deseo. Es, ni más ni menos, que un intento de razonar, con las herramientas de la economía, las causas de los comportamientos sexuales.

Es la aspiración de darle otra dimensión a los actores sociales que, para la economía, están reducidos a los aspectos materiales; producir, distribuir, y consumir bienes. En síntesis; es incorporarle a la fría cantidad la ardiente calidad de los deseos.

Para concretarlo, en primer lugar, debemos reconocer que existe un mercado del sexo donde cada uno de los actores es, al mismo tiempo, oferente y demandante. Cada uno de los protagonistas ofrecemos servicios sexuales y recibimos satisfacciones sexuales.

Planteado el problema que nos ocupa en estos términos es posible analizarlo desde el punto de vista económico en un modelo, modelo en el que medimos en el eje de la abscisas la cantidad y en el eje de las ordenadas la satisfacción. En consecuencia este ensayo trata distintas situaciones de la vida cotidiana desde la perspectiva de la economía.

La segunda cuestión es absolutamente subjetiva y se relaciona con las motivaciones para tratar el tema. Debo reconocer que no soy, al igual que la mayoría de los seres humanos, lo que originalmente quise ser. Confieso que mis aspiraciones de la adolescencia no se cumplieron, entonces tuve, como en el tango Tres esperanzas, la ilusión de ser arquero de fútbol, cantos de tangos, y convertirme en un atleta de alcoba.

En el primer caso, como le sucedió al Curro de Serrat, no me dio la talla. Mis escasos 1,65 me convirtieron rápidamente en prescindible en el plantel de Acassuso. Fui una suerte de fracaso por falta de desarrollo, o una situación peculiar de subdesarrollo deportivo. En cualquiera de las dos versiones el resultado fue el mismo.

Como canto de tangos la aspiración nunca llegó ni a la etapa del intento público. Jamás me atreví a interpretar en una reunión de amigos, o de participar en un concurso de cantores. Mi desafinada voz recluyó mis actuaciones al ámbito higiénico, y reservado, de la ducha, allí donde el rumor del agua disimula la voz desafinada y nos hace imaginar inmerecidos aplausos.

Mientras que como atleta de alcoba tuve un modesto éxito en la práctica que generó mi interés por la teoría del sexo. Es por ello que puedo catalogarme como un empirista que trata de transformar su praxis en categorías universales.

Después de los fracasos, y como algo debía ser en la vida, nació mi vocación por la economía. Así fue como transité por el estudio de los áridos paisajes de las ecuaciones, de las curvas de indiferencia, del ingreso, del producto bruto, y de otras yerbas con desabridos frutos.

Hasta que un día imaginé la posibilidad de relacionar la enseñanza de dos de mis respetados maestros; Joshep Alois Schumpeter y Joaquín Sabina. Un austríaco del mundo y un filósofo de nuestro tiempo.

De esta unión surgió la síntesis que me permitió reunir la vocación con los sentimientos.

Así fue como nacieron los temas de este ensayo con el que modestamente aspiro a incorporar un nuevo territorio para la investigación económica tradicional que, por justificadas y fundadas razones, me dirán que no será más importante que otras ramas del conocimiento, pero no me podrán negar que es mucho más divertida. Es como descubrir un oasis en el desierto.

Al lector lo invito a descubrir, con una economía sin velos, las razones de los desvelos del sexo. Esta es en definitiva la propuesta.

Buenos Aires, de mayo de 1997 a enero de 1998

DEDICATORIA

Qué poca seriedad, qué mal ejemplo para los mercaderes de los templos.

Esta exploración por terrenos vírgenes, y no muy santos, de la economía están inspirados en los escritos del Marqués de Barripiés, porque en definitiva todas las originalidades son, al fin de cuentas, la apropiación disimulada de ideas ajenas.

Este singular, y adelantado pensador, trajinó su existencia en la mitad del siglo XVIII. Fue un hombre de su tiempo. Vivió los años del ocaso imperial de España. Cambió la divisa del buen morir, tan trágicamente hispana, por la del bien vivir de los vecinos franceses.

Escanció el singular licor de los placeres, y fue allí, en su Asturias natal, donde bosquejó esta aventura de ponerle sexo a la economía. Resultó notable el desafío porque la tarea era, nada más ni nada menos, que tratar de reunir la realidad con la fantasía. De acoplar la ciencia de los insulsos registros del comercio con la práctica de los deseos que acompañaban a la humanidad desde su aparición en la tierra.

Tuve la fortuna de poder acceder, por obra de casualidad, a sus manuscritos. Ocurrió que me encontraba en la tarea de revisar el archivo de la parroquia de su pueblo cuando, en el más oscuro rincón del desván, los encontré. Estaban irreverentemente olvidados entre los papeles que informaban de la vida y de la muerte de los paisanos del pueblo.

Sospecho que por su corrosivo contenido algún clérigo piadoso trató de sustraerlos a la lectura del vulgo. Tal vez el convencimiento de que las tesis desarrolladas por el Marqués podrían convertirse en la ocasión de pecaminosos desvíos en la conducta de los fieles.

No se, nunca lo podré saber, si el piadoso clérigo no destruyó los manuscritos por respeto intelectual al autor o porque el olvido le jugó una mala pasada. Lo cierto es que allí estaban, como esperándome, entonces tuve la oportunidad de leerlos y utilizarlos para mis particulares propósitos.

El Marqués de Barripiés, injustamente condenado al olvido, fue un exponente singular, con brillo propio, de ese siglo XVIII, tan fecundo en la tarea de explorar el comportamiento humano. Imagino el desconcierto, la incomodidad, la molestia que deben haber provocado sus ideas en la pacata sociedad de sus años. Esa sociedad tan apegada a las buenas formas y, sin embargo, tan permisiva de las malas acciones siempre que fueran discretas.

Para el Marqués escribir los que otros callaban, relatar lo que ocultaban, valorizar lo que condenaban en público y practicaban en privado, era asumir el riesgo de la incomprensión, aquel que inevitablemente transitan todos aquellos que se adelantan a su tiempo.

Fue contemporáneo y, por un tiempo, mantuvo una estrecha relación intelectual con el economista Jovellanos. No me cabe dudas que algunas de las ideas que éste impulsó para revitalizar al alicaído imperio nacieron de la inspiración del Marqués.

Dicen que a Jovellanos se le marchitó el afecto cuando comprobó que el genio del Marqués era más vivo, más creativo, y mejor dispuesto.

Por su parte el Marqués abandonó su trato cuando Jovellanos comenzó a lamentarse de que lo hubieran obligado a tener a Asturias como el lugar de su destierro. Nuestro Barripiés no podía aceptar que alguien afirmara que la tierra natal fuera un lugar de castigo.

No debe pensar el lector que nuestro personaje era un recoleto intelectual apartado del mundo y de las aventuras, es que además de cultivar el gusto por las letras también fue un hombre de armas llevar que no trepidó en entrar en acción cuando las circunstancias así se lo exigieron.

En el mismo momento en que las tropas de Napoleón invadieron España el Marqués, con una partida de paisanos que él comandaba, se echó al monte. Es que para Barripiés una cosa muy distinta era valorar el estilo de vida de los franceses y otra aceptarlos como gobernantes.

Desde aquellas escarpadas alturas de Asturias descendió en numerosas ocasiones con sus hombre para atacar a las partidas de los franceses que recorrían la zona provocándoles numerosas bajas. Así fue como el acero invicto de su espada dejó libre de ocupantes al territorio de aquella parte de España.

Por supuesto que también lo hizo en solitario cuando la discreción aconsejaba el ataque individual a alguna fortaleza femenina de las inmediaciones. Estas lides, si bien no pasaron a la historia, hicieron la felicidad de las damas mal entretenidas que lo esperaban con el puente levadizo bajo y el corazón dispuesto.

Sus aventuras amorosas no siempre terminaron sin incidentes. Es que no faltaron los maridos engañados que no supieron apreciar el favor que el Marqués les hacía, a las relaciones matrimoniales, endulzando el carácter de las consortes malamente atendidas.

En los casos de falta de compresión las diferencias se resolvieron en el campo del honor. Allí fue donde nuestro hombre supo demostrar la infalible habilidad de su estilo en el arte de la esgrima. Algunos de los desairados ya no tuvieron motivos de agravio en el camposanto. Otros, los más afortunados, llevaron de por vida la marca del duelo por un costurón en la cara y la señal del engaño en la frente.

Al fin, como ocurre en estos casos, nuestro protagonista murió como había vivido. La vida se le escapó en una lid sostenida en el campo del mayor honor. La existencia se le escurrió en el fragor de una batalla en el lecho de una dama que había rendido sin pesares su fortaleza.

Después de leer sus trabajo no tengo dudas en afirmar que el Marqués de Barripiés fue uno de los grandes teóricos de la economía de su época, a la altura de los clásicos ingleses y de los fisiócratas franceses. Pero fue olvidado, relegado, ignorado, tal vez por ese perjuicio de que no puede ser original en economía si es que se escribe utilizando la lengua de Cervantes.

Debo confesar que cuando tuve ante mi vista sus escritos me tentó la posibilidad de sustraerlos, no lo hice por este mal principio de respeto a la propiedad privada, que no debería regir en estos casos, sumado al complejo de culpa heredado de la cultura judeo cristiana. Lo cierto es que por causa del respeto y de la culpa los dejé en el rincón del olvido al que los habían condenado.

Tiempo más tarde me enteré que un accidental incendio había destruido el archivo de la parroquia, que el fuego realizó la obra que no concretó el piadoso cura, llevándose para siempre los escritos del Marqués de Barripiés.

Por esta pérdida es que me siento en la obligación de realizar mi reconocimiento y homenaje para quién, si viviera en este tiempo, no tengo dudas que escribiría con más arte, y mayores fundamentos, que los que yo poseo exponer las tesis de la economía del sexo.

Me imagino que si viviera en nuestros días le pondría letras a las canciones de Joaquín, que compartiría mis mismas ilusiones, y que nos repartiríamos iguales frustraciones. No duda que también hubiera deseado ser el goleador del Oviedo y que se conformaría con ser atleta de alcoba.

MONOPOLIO SEXUAL

En mi casa no habrá nada prohibido pero no vayas a enamorarte. Al alba tendrás que marcharte

Los economistas, al sólo efecto de simplificar el análisis del mercado, construyeron un modelo con un ángel y un demonio. Este era el monopolio, aquel la libre competencia. Es acepta que el tal ángel no existe y se debió reconocer que la imperfección era algo más que una amenaza, tal vez por aquello de que está en la naturaleza humana la aspiración a disponer de una situación monopólica.

Es que existe una situación monopólica cuando uno de los actores del mercado está en una posición tal que le permite imponer sus condiciones a los demás participantes, quedándose, de esta suerte, con la mayor satisfacción que se genera como consecuencia del intercambio.

Cuando es uno sólo el que ofrece se dice que nos encontramos frente a un monopolio de oferta. Cuando sólo uno es el que demanda se dice que existe un monopsonio. Monopsonio horrible palabreja, podíamos decir que es casi obscena, para caracterizar la existencia de un solitario comprador.

La situación monopólica más original se presenta en el caso del matrimonio porque existe al mismo tiempo un solo oferente y un único demandante que intercambian sus roles y con la prohibición del ingreso de otros actores al mercado.

Este singular mercado de sólo dos actores está legitimado por razones religiosas. El monoteísmo, que el cristianismo recibe por herencia del judaísmo, estable que hay un solo Dios verdadero en el cielo y una sola paraje indisoluble en la tierra.

Así es que el matrimonio peca de los mismos males que los monopolios económicos, la ausencia de la competencia, lo que motiva que los actores del mercado no tengan incentivos para seducir por la sencilla razón que la otra parte está cautiva.

Esta es la razón por la cual el noviazgo y el matrimonio constituyen situaciones tan distintas. Es que en el mercado del noviazgo la entrada y la salida de los protagonistas está abierta. Esto es lo que le acuerda el carácter de competitivo y obliga a los participantes a compartir la satisfacción que se genera.

Por el contrario, cuando la pareja se institucionaliza se cierra el mercado y los cónyuges se convierten en monopólicos. Es entonces cuando cada una de las partes trata de maximizar su propio beneficio, su particular satisfacción.

A partir de este momento es cuando él descubre que siempre le gustó el fútbol, que prefiere salir con los amigos, que es más atractiva la charla del café que la presencia en el hogar, o que es más gratificante ver televisión que hacerse cargo de los problemas domésticos.

Por su parte ella comprueba que las tareas del hogar se convierten en una rutina, que el príncipe azul es un inmaduro plebeyo, que mantener la línea constituye un pesado sacrificio, y que, pasado un tiempo, ya no hay para quién arreglarse.

Veamos ahora cuáles han sido las distintas soluciones que se han propuesto para solucionar las imperfecciones de este mercado.

La primera de ellas está siempre dentro del marco religioso y está representada por la poligamia. La poligamia es un mercado donde se establece la legalidad de un único monopolista, el hombre. Se supone que él recibe la mitad de los placeres que se generan, mientras que lo único cierto es que debe soportar el pago de la totalidad de los gastos.

La segunda solución fue dada por el Estado a través del divorcio. Esta es una típica medida burocrática que pretende regular el funcionamiento del mercado. Sin embargo convengamos que no evita los inconvenientes porque los único que provoca es la posibilidad de cambiar de relación monopólica.

Mientras que la prostitución no es una solución, es tan sólo un paliativo, porque es un mercado oneroso y competitivo donde una de las partes simula satisfacción y la otra paga por el engaño. La prostitución se convierte de esta suerte en un mercado complementario del matrimonio.

La solución del problema originado por el monopolio sexual es la infidelidad, que lo convierte nuevamente en un mercado abierto. Con la particularidad de que nos es necesario que la infidelidad se concrete, el exclusivo reconocimiento de la existencia de la competencia elimina la irregularidad que significa el monopolio sexual. Entonces cada uno de los actores debe protegerse de la hipotética competencia y, de esta forma, produce el milagro de convertir al matrimonio en un permanente noviazgo.

INFIDELIDAD POR INSUFICIENCIA DE OFERTA

Ya no es que no intereses pero los tiempos de los besos y el sudor es hora de dormir. Duele verte removiendo la cajita de cenizas que el placer tras de sí dejó.

La infidelidad es un asunto complejo, un terreno reservado a los confesores que liberan al alma de pecados o a los analistas que aligeran a los pacientes de las culpas en la conciencia y del dinero en los bolsillos.

La mayoría recurre a estos últimos por las circunstancias propias de la vida. Mientras que aquellos ven demandados sus servicios por el temor a la muerte, o cuando los deseos del sexo son cosas del pasado.

No está en mi pretensión analizar todas las complejas motivaciones de la infidelidad, la intención es más modesta tan sólo tratar el caso particular que se produce como consecuencia de la insuficiencia de oferta.

Si aceptamos el principio de que todos somos oferentes, y al mismo tiempo demandantes en el mercado del sexo, también debemos convenir que en el punto exacto en que se interceptan las curvas estamos en una situación de equilibrio. Allí, en ese punto exacto se iguala la satisfacción de la pareja.

Pero, ¿Qué sucede si uno de los actores, por algún motivo, reduce su oferta de deseo?. En este caso el retraído alcanza el máximo de satisfacción con una menor cantidad de servicios. Entonces el punto de equilibrio se desplaza y la otra parte se encuentra con una demanda insatisfecha como consecuencia de la disminución de la oferta de su pareja. El resultado es que el equilibrio de uno es el desequilibrio del otro.

La economía nos enseña que en estos casos la demanda insatisfecha busca un nuevo oferente, otro proveedor de servicios, que le permita alcanzar el máximo de satisfacción.

En nuestro caso la existencia de un nuevo oferente configura un caso especial de infidelidad originado por la insuficiencia de la oferta en el mercado originalmente constituido por la pareja.

En la nueva situación, con un demandante que actúa en varios mercados, es probable que la demanda obtenga una mayor satisfacción, pero esta es una historia que se cuenta en el próximo capítulo.

LA SATISFACCIÓN DECRECIENTE

El agua apaga el fuego y el ardor los años en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño. Y cada vez peor y cada vez más rotos y cada vez más yo sin rastros de nosotros.

El análisis económico tuvo que dar respuesta al problema que se presentaba para demostrar de que manera los actores económicos seleccionaban los bienes que integran la canasta de bienes que consumen.

La cuestión no fue fácil de resolver por la sencilla razón de que la satisfacción no se puede cuantificar y, en consecuencia, está dentro de los valores subjetivos, personales, y en el caso de nuestra investigación, íntimos de cada uno de los protagonistas.

La solución la encontraron los economistas cuando descubrieron que no todos los bienes consumidos producen las misma cantidad de satisfacción a los actores, con el complemento de la verificación que con la reiteración del consumo de un mismo bien el gusto se puede convertir en disgusto.

A partir de estas comprobaciones los economistas sostienen que cada uno de nosotros tenemos una escala decreciente de satisfacciones, y que el máximo se alcanza con una canasta donde se combinan los bienes que producen el mayor gozo.

En otros palabras; los economistas esforzada, sesuda, y científicamente, llegaron a la conclusión de los que es obvio; verificaron que en la variedad está el gusto.

El lector advertirá las implicancias corrosivas que estas conclusiones tienen para la cuestión que tratamos. La monogamia ortodoxa, el consumo de un único servicio sexual, a partir de este descubrimiento, constituye una irracionalidad económica. Con el agravante que, además, no es capaz de producir la máxima satisfacción y que nos puede llevar al hartazgo.

Sospecho que los economistas, para ocultar el efecto deletéreo de sus conclusiones para las parejas legalmente constituidas, encubrieron a su descubrimiento bajo la denominación de curva de indiferencia, tratando de inducirnos a pensar que es lo mismo la mujer, o el hombre con el que convivimos, que el hombre o la mujer del prójimo. Que es igual la reiteración del camino conocido a la aventura de los descubrimientos de otras geografías.

Esta intención, del mismo modo que ocurre con la mayoría de las previsiones de los economistas, la debemos ubicar en el capítulo de los brillantes fracasos.

AFECTO SOCIETARIO

Tenemos estufa, dos gatos y tevé color.

La pareja formalmente constituida es, para las normas legales del Estado, una sociedad. Tiene la particularidad de que es la única para la cual el número de los integrantes está previamente establecido, sólo y únicamente dos, por los menos en el mundo occidental. Además, si la unión está consagrada por el rito católico se pretende que sea para toda la vida.

En los capítulos anteriores se describió a aquellas situaciones que provocaban la disolución de la sociedad matrimonial. Pero debemos aceptar que ésta sobrevive a pesar de los malos presagios, y los que es más asombroso se reproduce cotidianamente, de manera especial los días viernes, cuando vemos con que alegría, ilusiones y festejos se constituyen nuevas sociedades matrimoniales.

Algún escéptico podrá afirmar que estos actos son parte de la estupidez humana, sin embargo nuestro respeto por el análisis económico nos impide utilizar este atajo para resolver la contradicción; es que partimos del supuesto de que los actores son racionales. Veamos con mayor detenimiento y profundidad cuáles son los causas que explican la supervivencia de la sociedad matrimonial.

Lo primero que debemos precisar, en el desarrollo de nuestra investigación, es que no existe una única forma de sociedad matrimonial y que en esta diversidad está la explicación de los comportamientos.

Encontramos un primer grupo que se encuentra constituido por las sociedades matrimoniales por conveniencia económica. En este caso los miembros de la paraje se unen con el único propósito de consolidar un patrimonio. En realidad son un tipo especial de sociedad donde el afecto societario es el producto del interés. En categoría es muy probable que la satisfacción la obtengan de otros oferentes de forma tal que alcanzan un goce óptimo. La formula aceptada es; el sexo fuera de casa y los socios tan felices.

El segundo grupo está integrado por las sociedades matrimoniales constituidas por sentimientos mutuos de afecto, en este caso los miembros de la pareja se aman y deciden unirse. El problema se presenta cuando se mantiene la sociedad aún cuando haya desaparecido el sentimiento.

Por una parte nos encontramos con aquellos que mantienen la sociedad como consecuencia de un cálculo de costos y beneficios. Es cuando llegan a la conclusión que los gastos de la disolución son mayores que los beneficios esperados.

También existe el motivo inseguridad que se presentan cuando al menos uno de los socios sospecha que fuera de la sociedad no va a disponer del mismos nivel de vida. Tiempo atrás en esta situación casi exclusivamente se encontraba el sexo femenino. En la actualidad muchos miembros del mal llamado sexo fuerte perciben ingresos inferiores a los de su consorte, circunstancia por la cual esta causa es asexuada o unisex.

En realidad lo dos casos anteriores presentan una identidad; originalmente son sociedades constituidas por sentimiento y sostenidas por el afecto societario del interés económico. En otras palabras; se crean con el corazón y continúan por el estómago.

Hay un caso singular que es aquel en el que la continuidad de la sociedad es el producto del motivo seguridad. Desaparecido el afecto les resulta más provechoso seguir juntos, acaso por la costumbre de los años compartidos, tal vez por la incertidumbre de el éxito en una nueva sociedad matrimonial o quizás por aquello de los temores a la soledad. Costumbre, incertidumbre, temores, todos producen el mismo efecto.

También tenemos otras causas de continuidad después que se marchó el sentimiento. Están los que la justifican por los hijos, como si la hipocresía tuviera mayor valor que la verdad. Hay otros que tratan de evitar el que dirán y con ello la exclusión social.

Algunos temen perder el cielo al costo de transformar a su vida en un infierno. Aceptemos que cada uno tiene la libertad de elegir la escala de valores que más le satisfaga.

Por último nos encontramos con la sociedades matrimoniales nacidas de un sentimiento en donde éste, por causas que no vienen a cuento, disminuyó su intensidad; la llama que ayer los inflamaba de deseo hoy es una pálida brasa que, de cuando en cuando y muy de vez en vez, enciende los motivos del encuentro. Pero a pesar de ello la posibilidad de lastimar al otro con la infidelidad les causa un displacer que es más fuerte que la tentación.

En este caso la continuidad de la sociedad matrimonial es el producto del motivo culpa. Es que el gozo que se obtiene de la utilización de servicios en otros mercados sexuales es menor que la insatisfacción que genera el sospechado dis-gusto del otro socio.

También hay quienes utilizan el camino de la infidelidad discreta, en cantidad y publicidad, por aquello de que ojos que no ven corazón que no siente. Son los infieles de bajo perfil que alcanzan la satisfacción evitando los costos de la culpa.

GOZO VS. INTERÉS

Porque las mulatas cuando son de bandera Confunden al corazón con la billetera.

La oferta de servicios sexuales por interés, la tarea conocida vulgarmente como prostitución, es una actividad que es reconocida por la economía porque aumenta el Producto Bruto Interno y desbarata las soledades.

Ocurre que la prostitución tiene una larga historia, tal vez nace con la división del trabajo y con la aparición de la moneda. Claro, porque este último requisito es la condición necesaria y suficiente para que se concrete el comercio sexual.

Para nuestra investigación la cuestión presenta una singular complejidad por la sencilla razón que los protagonistas del acto miden distintas motivaciones en el eje de las ordenadas. Quien ofrece obtiene la satisfacción a través de la retribución, mientras que el demandante registra el goce que le produce el servicio.

También en este caso los roles pueden ser asumidos por los dos géneros pues que la prostitución no es exclusivamente femenina. La actividad masculina en estas artes ya se practicaba en los lejanos tiempos del Imperio Romano.

No corresponde a los propósitos de nuestra investigación introducirnos en los aspectos íntimos del acto. Si la oferta simula el gozo no es un engaño es, simplemente, parte del servicio. Sólo los inocentes, o los que sobre estiman su capacidad sexual, pueden creer lo contrario.

Sin embargo hay una cuestión inquietante; si definimos a la prostitución como un acto en el cual la oferta lo hace por un interés distinto al gozo dentro de la misma sólo están comprendidos los servicios retribuidos con dinero.

Pero el pago, la retribución, el uso de moneda, es sólo uno de los casos en los cuales se presenta una relación en la que uno de los actores la realiza por un interés distinto al gozo.

En consecuencia también podemos incluir en esta categoría a aquellas sociedades matrimoniales que sobreviven por los motivos seguridad, costumbre, costo beneficio, por los hijos, por el que dirán, o por ganarse el cielo. Todos estas situaciones son casos de prostitución no monetaria.

La conclusión es asombrosa, cruel, dramática; la prostitución tanto sirve para ganar el pan diario como para abrir la puertas del paraíso.

EL TEOREMA DE MALFO

Cris, Cris, Cristina, suspira y fantasea con que la piropea un albañil

El Marqués de Barripiés es el autor del conocido teorema de Malfo que dice que, en condiciones de libre competencia, (i) es está en función inversa de (p), que (i) es igual a (ML), que (p) es igual a (g), y que estas dos dependen de su propensión marginal.

Durante muchos años el Teorema de Malfo fue utilizado por los profesores de economía para enseñarles a sus alumnos los errores en los que se podía caer cuando el conocimiento teórico era confuso. De tal suerte el Marqués de Barripiés gozó en los claustros universitarios de una inmerecida fama como consecuencia, como tendremos oportunidad de demostrar, de una incorrecta lectura de sus conclusiones.

Cierto es que era un absurdo afirmar que la tasa de interés (i) tenía un movimiento inverso a las variaciones de los precios (p), tampoco resultaba comprensible que sostener que éstos, los precios, dependen de su propensión marginal. Por último en las igualdades no se entendía que significaban; la tasa de interés (i) era igual a una forma de dinero (ML) que no estaba defina en ninguna parte y decir que los precios (p) eran iguales a los gastos de gobierno (g) era deslizarse por un planteo monetarista que ni lo más atrevidos representantes de la escuela de Chicago se habían animado a formular.

Debe reconocer que por un tiempo compartí el juicio adverso ante los disparates que contenía el famoso Teorema de Malfo del Marqués de Barripiés. Hasta que un día me carcomió la intriga, la intriga me llevó a la duda, y con la duda arribe a la solución.

El problema, el detalle que nadie había visto, no estaba en una incoherente formulación del Teorema sino, por el contrario, en la lectura que se hacía. Allí estaba la clave de la solución de lo que se me aparecía como un acertijo.

Entonces comencé a probar distintas variantes. Me dije que debía probar diferentes interpretaciones de las variables (i), (p), (ML) y (g). Era preciso trabajar como los encargados de descifrar las claves secretas.

Segunda confesión; no llegué a la solución con la ayuda de la teoría económica, a mi auxilio acudieron los malos pensamientos que me permitieron descubrir que significaba el nombre del Teorema. Malfo quería decir, al más puro hispano, mal follado o mal follada. Malfo era entonces, ni más ni menos, que la versión española de nuestro Malco.

Si esto era cierto (i) no era la tasa de interés sino irritabilidad, y (p) no eran los precios sino el placer. Entonces era coherente la afirmación del Marqués de Barripiés que la irritabilidad es una función inversa al placer, como demostración basta verles las caras de vinagre que tienen los Malfo.

La (g) significaba gozo y la intrigante (ML) era la castiza mala leche. Así quedaba develado el misterio.

Pero hay algo más, nótese que el Marqués de Barripiés no dice que el gozo depende de la propensión marginal. Esta es una sutileza que demuestra su grado de conocimiento de la naturaleza humana.

El punto de la delicadeza del análisis es que él no identifica al placer ni con la cantidad ni con el tamaño, lo hace con la intensidad de la satisfacción que provoca la relación a los participantes.

Este detalle es el que le permite eludir la ordinaria interpretación de la irritabilidad, aquella que cuando alguien se cruza con una mujer Malfo dice; a ésta histérica le hace falta un buen p..., (Amigo lector para que no pierda el tiempo le anticipo que la p... no quiere decir que esté refiriéndose al psicólogo). En todos los casos el comentario va acompañando con un movimiento de las manos que muestran las dimensiones del remedio que se propone.

ESPECIFICIDAD Y OPORTUNIDAD

Encontrar la salida de este gris laberinto sin pasión, sin pecado, ni locura, ni incesto, tener en cada puerto un amante distinto, no gritar ¿qué he hecho yo para merecer esto?

Allá por los años iniciales de la década de los años setenta una buena porción de los veinteañeros de entonces fueron seducidos por una historia de los entre telones de la independencia americana que se contaba en la película Queimada. Entre telones que desnudaban relaciones ni tan puras, ni tan castas, como las que nos enseña la historial oficial.

Sin embargo a mí lo que me quedó más gravada en la memoria fue la escena del burdel que es cuando Marlon Brando, que oficiaba de agente inglés, le explica a su interlocutor criollo las ventajas de la independencia del colonialismo español.

Para lograr la adhesión del patriota caribeño Marlon Brando comparaba las desventajas del matrimonio frente a las oportunidades de que brinda las prostitución. Al decir del actor la condición colonial era como el matrimonio que obligaba a estar atado de por vida a alguien, que para pero desgracia envejecía. Mientras que la independencia era la posibilidad de cambiar de amante; siempre jóvenes y bien dispuestas para satisfacer las fantasías.

Me deslumbró esa síntesis de imágenes y palabras en la que se combinaban; la propuesta política, la teoría económica, y la práctica sexual. Sucede que lo que el agente inglés le proponía era, ni más ni menos, que el concepto económico de la soberanía para cambiar de mercado.

Empero, y es oportuno decirlo, en la imagen utilizada para convencer al criollo Marlon Brando realizaba un audaz salto ya que equiparaba a las relaciones familiares con las relaciones entre las naciones.

Convengamos que esto no siempre es necesariamente así, y tampoco en todas las circunstancia válido. Como muestra vale un botón; el de las famosas relaciones carnales del sensual canciller Guido di Tella.

Sin embargo, como la historia se encargó de demostrarnos, la solución no era tan simple como la propuesta. Un economista español, Juan Montías, mucho tiempo después acuñó la teoría de la especificidad. A través de ella demostró que todo cambio tiene un costo, porque si bien todas las opciones son iguales en un principio una vez tomada la elección de una nueva opción tiene un costo ya que no todo lo invertido en la primera puede ser utilizado en un nuevo emprendimiento.

Esto, por cierto, no lo explicó Marlon Brando y así fue como la independencia no nos condujo al gozo de los placeres brindados por jóvenes mujeres. Por el contrario, terminamos estableciendo una nueva relación con una dama que, cuando envejeció, nos cobró con usura la ilusión de la libertad.

DE LAS VENTAJAS COMPARATIVAS A LAS VENTAJAS COMPETITIVAS

Hay que espabilarse si eres trapecista y saltar sin red.

En los últimos años los economistas nos enseñan que para alcanzar el éxito no sólo se trata de tener, sino por el contrario, de saber hacer.

Es por esto que la vieja teoría de las ventajas comparativa, fundada en la dotación de los recursos naturales, ha sido reemplazada por la novel teoría de las ventajas comparativas. En este caso se sostiene que los más importante es la habilidad que tienen los actores económicos de ciertos países para producir y comerciar.

La experiencia demuestra que los bien dotados no necesariamente son los que alcanzan los puestos de liderazgo. Por el contrario los puestos de preeminencia están ocupados por países con ausencia de recursos naturales.

Esta paradoja se explica porque quienes disponen de ventajas comparativas no han demostrado un especial interés en desarrollar sus habilidades. Es como si la naturaleza los hubiera castigado con la pesada carga de la opulencia.

Mientras que los menos dotados de recursos naturales debieron compensar su incapacidad inicial desarrollando la imaginación y un estilo de funcionamiento, basado en el esfuerzo, que les permita crear nuevas oportunidades.

Convengamos que para la cuestión sexual que nos ocupa la novedad que nos anuncian los economistas, con bombos y platillos, arriba con un evidente y manifiesto retraso.

Desde mucho tiempo atrás se sabe que en los lance amorosos más vale la capacidad de seducción, la ventaja competitiva, que los atributos de la naturaleza, lo que sería la ventaja comparativa en este caso.

Vale la pena recordar que los defensores de esta última teoría se encargaron de difundir el axioma de que el éxito sexual masculino está en relación directamente proporcional al tamaño del pene.

Pero ocurrió que los desafortunados beneficiarios de este recurso natural creyeron, erróneamente, que las relaciones entre ambos sexos eran exclusivamente cuantitativas y que, en consecuencia, no se preocuparon de explorar los diversos territorios de la seducción.

El exceso de confianza fue en definitiva la causa de su perdición. Hicieron del amor una tarea insoportablemente rutinaria, por la sencilla y exclusiva razón que exiliaron la fantasía y proscribieron a la imaginación.

Mientras que los menos provistos de atributos, los cuantitivamente menos calificados, compensaron la desventaja comparativa con el desarrollo de habilidades que les permitieran competir con ventajas en el arte de la seducción.

Moraleja; en las relaciones sexuales lo que la naturaleza no da la imaginación lo provee.

NOTA FINAL

Olvídate del reloj nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al currelo.
¿Por qué comerse un marrón cuando la vida te pone ante ti un caramelo?

Esta investigación demuestra la posibilidad de utilizar algunas de las herramientas de la economía, algo que se interpreta en el común de la gente como fría y árida, en las cuestiones tan estimulantes y divertidas como son las vinculadas con las motivaciones del sexo.

Por otra parte el estudio de la economía aplicada al sexo abre nuevos campos que entiendo que deberían ser explorados. Un nuevo territorio donde podríamos desplegar el conocimiento y la imaginación. Un nuevo espacio donde, tal vez, los economistas dejaríamos de ser considerados como responsables de los males que padece la sociedad y pasaríamos a ser los especialistas del gozo. Si lo lográramos, sin lugar a dudas, mejoraríamos nuestra alicaída imagen pública.

Sospecho que esta ausencia en la investigación económica del sexo es el producto de los efectos corrosivos que se desprenden de algunas de sus conclusiones. Acaso ésta fuera la razón de que mis colegas no incursionaran en la cuestión.

Por último debo reconocerle a los lectores que los economistas trabajamos con modelos que simplifican la diversidad de la realidad, es por ello que no toda la realidad se encuentra analizada en nuestra tarea. Por ejemplo; no fui capaz de incorporar las fantasías sexuales, ese mundo donde todos valemos más de lo que somos. Pero la imaginación es un terreno que va más allá del alcance de las ecuaciones.

En última instancia el modelo es un espejo, reducido, pero espejo al fin de la realidad donde se reflejan los actos y las intenciones, que es una manera de mostrar el rostro de los actores del mercado.

Si el lector no se ha visto reflejado es porque está fuera del alcance de las herramientas que usualmente utiliza la economía, se encuentra fuera del mercado. O lo que es más grave aún; es un marginal del sexo. Si esta última es la situación sinceramente lo siento, no tiene idea de lo que se pierde.