Gustavo Fernández
Aunque los parasicólogos son tan o más buscados que los médicos, a estos doctores de lo paranormal los envuelve un halo de misterio. ¿Qué tan serios son los parapsicólogos? ¿Qué y cuánto saben? ¿Cuán fiable es su trabajo? ¿Hay normas éticas que los rijan, o su práctica permanece también en los dominios de lo inexplicable? ¿Son charlatanes? Responde un parapsicólogo.
Si bien el ejercicio de la parapsicología como actividad rentada es ya de vieja data, sempiternamente nos encontramos con pacientes "residuales", esto es, pacientes devenidos –no derivados– de otros profesionales, que en su peregrinar en busca de soluciones más "mágicas" o decepcionados por lo que consideran una previa atención deficiente, recalan en el consultorio de uno vaya a saberse esperando qué milagro. Más allá de mi –modestamente– vasta experiencia en lo que podríamos llamar "clínica parapsicológica", me ha preocupado sobremanera observar cierta falta de criterios comunes (o debería decir, "dictados por el sentido común") que supongo deben presidir toda consulta. Esas reflexiones me llevaron a escribir en algún momento un pequeño librito ("Normas Jurídicas para el Ejercicio Legal de la Parapsicología y el Tarot", Editorial 7 Llaves, Buenos Aires, 1998) donde abundé sobre el marco profesional, jurídico y policial de nuestra profesión. Hoy tengo la satisfacción de saber que este trabajo está cuanto menos en algún cajón del escritorio de cada parapsicólogo, tarotista, astrólogo, reikista o vidente que se asuma trabajando con seriedad (porque, respecto de los improvisados y explotadores de siempre, nada puede esperarse en el sentido de mejorar la calidad de su atención: la "legalidad" es precisamente su peor enemigo) en mi país, y si bien en él centré mi atención en los aspectos formales, una simple cuestión de espacio me impidió abundar sobre lo que, en parte, regreso en esta oportunidad: ciertas consideraciones si se quiere morales, ciertas reflexiones constructivas para una mejor praxis, una excelencia en la interrelación paciente parapsicólogo.
No quiero alentar falsas expectativas. No será éste un catálogo para aumentar sus poderes extrasensoriales sino –por el contrario– un llamado si no a la humildad, cuanto menos a la justa apreciación del porqué y del cómo en el eficientismo consultor. Algo de eso volqué también en otro artículo ("Pero, después de todo...¿Sirve para algo el Tarot?" (*)) cuya lectura recomiendo vivamente. Si se quiere, veinticinco años de experiencia profesional que tal vez ayude un poco a quienes se inician en el camino.
Hace muchos años, cuando hacía mis primeras indagaciones en este terreno y contemplaba con mirada de adolescente azorado que lo que creía un tema restringido sólo a la especulación metafísica o a la investigación de campo y de laboratorio también podía transformarse en un adecuado modus vivendi, tenía la secreta esperanza que los payasescos personajes que solían aparecer en la aún aburrida televisión en blanco y negro de entonces, como "clarividentes", "mano santas", "brujos", "cartománticos" o ya de lleno "parapsicólogos" en los plúmbeos programas de la matinée televisiva fueran sólo una patética excepción, tristes monigotes convocados por los sádicos productores ansiosos del rating que arrastra lo escandaloso y lo pueril. A fin de cuentas, pensaba, personas que habían dedicado su vida a cosas tan espirituales tenían acceso a herramientas y técnicas especiales para ayudarse a sí mismos a superar los obstáculos de la vida, a evolucionar, a llegar a ser sujetos mejores. ¿O no?. No.
Los parapsicólogos estamos, por lo general, bastante locos; o, por lo menos, tanto como el resto de la población. Esto puede sonar deprimente, pero el estar rodeado de parapsicólogos locos no es en sí mismo un problema serio. Algunos colegas creen que sólo quienes padecen graves problemas pueden llegar a ser los mejores consejeros espirituales que tengamos.
El problema es que los parapsicólogos hacen un pobre trabajo de monitoreo de sus propios problemas de salud mental y de los de sus colegas. Generalmente, la mayor responsabilidad en descubrir un parapsicólogo perturbado parece recaer en el paciente quien, presumiblemente, ya tiene suficientes problemas con los que enfrentarse. Lo cual es, simplemente, una locura.
De los muchos colegas que conozco, lamento reconocer que sólo un pequeño porcentaje se acercó a esta disciplina por verdadera inquietud intelectual, quedando – es previsible, el asunto apasiona– atrapado al punto de girar su vida hacia una "profesionalización" de esta actividad. Una enorme mayoría responde, en cambio, a tres instancias: (a) siempre creyeron ser detentadoras/res de una capacidad o "poder" especial, superior; (b) necesitaban urgentemente generar ingresos; (c) padecieron-padecen-padecerán graves alteraciones de conducta y de personalidad –y en ocasiones, esto va de la mano con el punto (a)–.
Del primer grupo, sólo puedo decir que una máxima no ya de la Psicología sino de la observación desapasionada de la vida dice que nadie es buen observador de sí mismo. ¿Quién soy yo para juzgar si las cosas que me pasan responden a "casualidades" o a "causalidades", si tengo capacidad de sanación o sólo una personalidad atrapante?. Ciertamente, lo que yo piense de mí mismo es algo sobre lo cual tengo pleno derecho, pero, al profesionalizarme, es decir, al actuar sobre y con los demás, ya no basta sólo mi propia opinión sobre mi persona. Del grupo (b), me digo que no está mal buscar progresar económicamente; lo problemático es si en el camino se dejan los mínimos principios éticos, como aceptar la inversión de tiempo y esfuerzo que significa capacitarme para entonces –y sólo recién entonces– hacer imprimir mis tarjetas personales y aguardar al primer paciente. Y del grupo (c), quizás lo único importante sea advertir a tiempo al potencial paciente, más que debatir inútilmente con el, sin duda, "elegido" o "iluminado".
Falta de ética; éste es el primer gran problema de la praxis parapsicológica. La actividad en el mercado es tan salvajemente competitiva –resultaría hasta gracioso, si no causara verdadera lástima– leer avisos clasificados donde tal parapsicóloga envía denuestos "por elevación" contra cual tarotista que anuncia en la siguiente columna– y la ausencia de un Tribunal de Ética confiable y oficioso permite que cualquiera se cuelgue el mote de "parapsicólogo". Así, observamos un desfile que –cantaría el catalán– "donde el prohombre y el gusano/ bailan y se dan la mano/ sin importarles la facha...". Mientras no se reglamente –escribí reglamente, no censure– la actividad parapsicológica, no podrán constituirse creíbles "Colegiaturas de Profesionales en Parapsicología" (que sean algo más que un negocio para vender matrículas inexistentes y diplomas decorativos) con Tribunales de Ética que penalicen –al margen de lo que por otras vías disponga la Ley– a quienes violen flagrantemente la correcta actividad parapsicológica.
Pero a veces, la culpa no es del chancho...
...sino de quien le da de comer, dice el refrán popular. Ya que en una enorme cantidad de casos, descubro lo que, en Parapsicología, podríamos llamar La Quinta Ley de Fernández: "La gente no quiere que se le diga la verdad. Sólo, que lo que ella o él cree sobre su situación es lo correcto". Así, algunos –muchos, lamentablemente– pacientes son "estafados" cuando ellos mismos pidieron a gritos –bueno, dicho metafóricamente– ser estafados. Esto no justifica al estafador, pero yo soy de los que creen que en una defraudación, aunque no se penalice, el defraudado –por ambición o ligereza– muchas veces tiene una parte importante de responsabilidad. Y así asistimos a ese desfile de rostros caricontecidos por talk shows relatando cómo el parapsicólogo Fulano de Tal les cobró "una barbaridad" por un trabajo de unión afectiva... unión que no resultó, que esto es lo que realmente le duele al desilusionado ex paciente, que no cuestionarse si desde el vamos él mismo tenía derecho de violar el libre albedrío de él/ella de aceptarle o no como pareja, violación espiritual sobre la cual no parecen reparar los conductores de televisión. ¿O es necesario que enumere las veces que algunos pacientes se retiraron de mi consultorio, meneando escépticos la cabeza cuando, al pedirme un "trabajo" para atraer al amor de turno, yo prefería hacer hincapié en lo poco sincero de tal exigencia de amor compulsivo, a pura fuerza astral nomás, en lugar de modificar la propia personalidad para aumentar así nuestro talante seductor y aprender a respetar al tercero aun cuando no nos acepta?. Pero esto aburre, y no es lo que se espera escuchar. Lo que sí se espera es que con gestos grandilocuentes, haciendo un racconto de mis éxitos y citando al pasar dos o tres nombres de famosos que vienen a consulta, le "garantice" el retorno del ser amado, digamos, por unos módicos mil dólares. Y, como la gente no sabe pensar, sino sólo espera que se les diga que su punto de vista es el correcto, satisfechos después de esta "franela" espiritual se endeudan en juntar el dinerillo. Claro que si el ser amado no retorna, la culpa, por un quítame de allí esas pajas, siempre será del consultante...
La calle está dura
Muchos parapsicólogos pescados en falta suelen acudir a lo que casi acreditan como un axioma; "Y sí, tengo problemas pero, como ya sabes, nosotros podemos ayudar a los demás, pero no podemos ayudarnos a nosotros mismos".
¿Ah, no?. Yo creo que sí podemos.
Pero es más sencillo ocultarse tras la máscara de esta "imposibilidad esotérica" para explicar por qué decimos ayudar a adelgazar a un paciente sobreexcedido en peso cuando nuestro abdomen se expande mes a mes generosamente frente al espejo (sin que estemos embarazados), o por qué nos cortan el teléfono por falta de pago mientras estamos ayudando a un cliente a ganar la lotería. Y conste que hablo en primera persona del plural sólo para salir al paso del inevitable chusco que seguramente preguntará a esta redacción por qué me autoexcluyo si yo también soy parapsicólogo.
Permítanme asegurarles que, en lo personal, trato de hacer las cosas correctamente. No soy el mejor, no puedo ni me gusta enumerar mis grandes logros durante los próximos cincuenta minutos, no soy amigo de famosos ni los productores televisivos se pelean por mi presencia. Pero vivo en paz, en una comunidad medianamente pequeña donde todos nos conocemos y donde puedo ejercer libremente, públicamente, respetuosamente, mi profesión. Y creo que no es poco.
Durante años he elegido alejarme voluntariamente del "escaparate parapsicológico", en buena medida por esa frivolidad mediática que parece envilecer nuestra actividad. Parapsicólogos que compiten verborrágicamente para ver quién es mejor que cuál, espacios televisivos que en vez de ser aprovechados para concientizar a la población se orientan a la autopromoción fenicia, colegios de parapsicólogos que crean "premios anuales a la revelación" puntillosamente distribuidos entre quienes reman en el mismo bote o, lo que es peor, vendidos al mejor postor, academias más preocupadas en competir por el diploma más atractivo que por una mejor calidad en la enseñanza... En fin, como dijera el inmortal Discépolo, la Biblia junto al calefón.
Uno tiene causas legítimas para estar preocupado si su parapsicólogo:
• Muestra signos de cansancio excesivo, hálito etílico u ojos permanentemente inyectados en sangre.
• Lo/a toca a usted inapropiadamente, trata de frecuentarlo/a socialmente o le propone "baños de descarga" –como Dios lo/a trajo al mundo– como necesario recurso salvatífero. Ni hablar de la necesidad de "equilibrar energías" mediante un "imprescindible" coito.
• El parapsicólogo habla largo y tendido sobre sus propios problemas actuales tanto como desmesuradamente de sus propios –reales o imaginarios– éxitos.
• Tiene problemas para recordar lo que usted le dijo la semana pasada.
• Parece distante y distraído.
• Se identifica con algún esotérico apodo (como "doctor Hermes", "hermana Lola" o algo así). No existe ninguna necesidad profesional de ocultarse detrás de un pseudónimo, y sí quizás las intenciones de mantener un adecuado anonimato legal por si las cosas no salen como se esperaba.
• Le pide sumas desconsideradas de dinero por ayudarle, o la tenencia de joyas u otros valores, o la "descarga" por tiempo ilimitado de papeles importantes (escrituras de dominio, por caso).
Pero como siempre, recuerde que la mejor garantía es la publicidad "de boca en boca". Que un tercero (mejor si son varios) le recomienden a alguien, no es certeza absoluta de éxito en el proceso de ayuda, pero sí de seriedad y contracción al trabajo. Lo que ya es mucho.