Francisco Ariza
En esta revista dedicada a la simbólica universal, no podían faltar algunas reflexiones sobre el importante simbolismo de la Masonería, la cual representa, junto a la tradición Hermética–Alquímica, la única vía iniciática no religiosa que pervive todavía en Europa y su área cultural de influencia. Y esto es así a pesar de que en la actualidad bastantes masones no conocen, o al menos conocen de forma muy limitada, el carácter simbólico e iniciático de su Orden. Algunos llegan incluso a negar ese aspecto esencial de la misma, creyendo que ésta sólo persigue fines sociales y filantrópicos. Incluso hay otros que sólo ven en la riqueza simbólica de la Masonería una fuente inagotable en donde alimentar sus propias fantasías "ocultistas", tan de moda hoy día. Sin duda, esta suplantación de los verdaderos fines de la Masonería y, por consiguiente, la infiltración de las "ideas" profanas, sólo podía suceder en una época que, como la nuestra, vive sumida en la más profunda oscuridad intelectual y espiritual como nunca se había conocido hasta ahora.
Debemos aclarar que aquí se va a hablar de la Masonería tradicional, es decir, de aquélla que mantiene vivos y permanentes, a través de los símbolos, los ritos y los mitos los lazos con las realidades cosmogónicas y metafísicas emanadas de la Gran Tradición Primordial, de la que la Masonería es (en verdad) una ramificación. A nuestro entender, y considerada de esta manera, la Masonería, al igual que cualquier otra organización tradicional, ofrece al hombre caído e ignorante los elementos necesarios para llevar a cabo su propia regeneración y evolución espiritual.
La estructura simbólica y ritual de la Masonería reconoce numerosas herencias procedentes de las diversas tradiciones que se han ido sucediendo en Occidente durante al menos los últimos dos mil años. Y este hecho, lejos de aparecer como un mero sincretismo, revela en esta Tradición una vitalidad y una capacidad de síntesis y de adaptación doctrinal que le ha valido el nombre de "arca tradicional de los símbolos". Todas esas herencias se han ido integrando con el transcurso del tiempo en el universo simbólico de la Masonería, amoldándose a su propia idiosincrasia particular. Procediendo de una tradición de constructores, no debe resultar extraño que la Masonería cumpla con la función de arca receptora, pues precisamente la construcción o edificación no tiene otra función que la de poner "a cubierto" o "al abrigo" de la intemperie o inclemencia del tiempo; pero, análogamente, cuando la construcción se entiende como algo sagrado —y este es el caso—está claro que ésta no hace sino proteger, y separar, del mundo profano (las tinieblas exteriores) todo aquello que corresponde al dominio estrictamente espiritual y metafísico. Por otro lado, este es precisamente el papel de los símbolos que aluden a las ideas de receptividad y concentración, como la misma arca, la copa, la caverna o el templo...
Siendo, como hemos dicho, una vía iniciática de orígenes artesanales, la Masonería ha tenido una especial sensibilidad hacia todas las corrientes tradicionales con las que ha entrado en contacto. Así, de entre esas corrientes merecen destacarse, además del Hermetismo, las que proceden del Cristianismo, del Judaísmo y de la antigua tradición greco–romana, y más concretamente del Pitagorismo. También podríamos mencionar a la todavía más antigua tradición egipcia, sobre todo en lo que se refiere a los símbolos cosmogónicos relacionados con la construcción, pues, como es sabido, el antiguo Egipto es en realidad uno de los centros sagrados de donde surgió gran parte del saber que contribuyó a conformar, con su influencia sobre los filósofos griegos, la concepción del mundo propia de la cultura occidental. De todas formas, la herencia egipcia se transmite a la Masonería a través fundamentalmente de la Alquimia hermética y del Pitagorismo.
Sin embargo, de esto que decimos no debe concluirse que la Masonería sea el "resultado" de la confluencia de todas esas tradiciones. Si así fuera, la Masonería vendría a ser una especie de collage o museo arqueológico donde tendrían cabida todas las reliquias del pasado encontradas aquí y allá, y catalogadas según la antigüedad respectiva de cada una de ellas. Evidentemente no queremos decir eso cuando hablamos de la herencia multisecular recibida por la Masonería. Cada tradición es legitimada y conformada por una "revelación" de orden divino acaecida, valga la paradoja, en un tiempo mítico, a–histórico y a–temporal.( 1 )
Dicha revelación es "única" para cada forma tradicional, que se constituye a partir de ella dándole su "sello" o "marca" particular, su estructura, y por tanto una función y un destino que cumplir en el escenario del tiempo de la historia. Otra cosa es que, por las circunstancias que fueren, una tradición reciba de otra (u otras) determinadas influencias por contacto o similitud, lo que muchas veces ha sido inevitable y hasta necesario. Pero de ninguna manera quiere esto decir que una tradición se "transforme" en otra, pues, como ocurre con cualquier ser vivo, cada una comprende un nacimiento, un desarrollo, una madurez, y finalmente una muerte. Aquello que se ha dado en llamar la "Unidad Trascendente de las Tradiciones", es bien distinto a una simple "uniformidad". Significa, fundamentalmente, que todas y cada una de ellas procede de una fuente única (la Tradición Primordial), que se manifiesta no en la forma o ropaje que puedan adoptar por circunstancias de tiempo y de lugar, sino precisamente en lo que constituye la "sabiduría perenne" contenida en el núcleo más interno y central de cada tradición. Lo que ocurre con respecto a la Masonería es que ésta no posee un carácter religioso, lo cual ha hecho posible su adaptación a todas las tradiciones, religiosas o no, con las que se ha relacionado a lo largo de la historia. Su simbólica iniciática, referida al arte de la construcción, entre otras cosas le ha servido de cobertura protectora, al mismo tiempo que le ha permitido amoldarse a cualquier "dogma" religioso o exotérico sin entrar en conflicto con él.
Un ejemplo de esto lo tenemos en las relaciones que durante toda la Edad Media occidental mantuvo la Masonería con el poder eclesiástico y con las diversas organizaciones iniciáticas del esoterismo cristiano. Por otro lado, si la Masonería, con ese espíritu de fraternidad y tolerancia que le caracteriza, no hubiera acogido en su seno esas diversas herencias, con toda seguridad éstas se habrían perdido definitivamente. Y es posiblemente esa capacidad receptora la que ha contribuido a fomentar esa ilusión de sincretismo que erróneamente algunos le adjudican. Empero, es todo lo contrario, pues la Masonería al "reunir lo disperso" no ha hecho sino conservar en sus estructuras simbólico–rituálicas la "memoria" de esas múltiples herencias, cumpliendo con ello un papel "totalizador" que tiene su razón de ser (y una razón de ser profunda) en este final de ciclo que estamos viviendo. En este sentido, y al igual que en el "arca" de Noé fueron encerradas, para que no perecieran, todas las "especies" que debían ser conservadas durante el cataclismo intermedio entre dos periodos cíclicos; el "arca" masónica también acoge todo lo que de válido debe conservarse hasta que a su vez el ciclo presente finalice, y que constituirá los "gérmenes" espirituales que se desarrollarán durante el transcurso del ciclo futuro. Precisamente, esta función recapituladora asumida por la Masonería tradicional hace pensar que ésta subsistirá hasta la consumación del ciclo, lo que por otro lado, y como señala un autor masón, "... está expresado simbólicamente por la fórmula ritual según la cual la Logia de San Juan está en el valle de Josafat", que, añadimos, es donde simbólicamente tendrá lugar lo que en el Cristianismo se denomina el "Juicio Final" ( 2 ). En el mismo sentido, también se dice que la Logia masónica permanece "... en la más alta de las montañas y en el más profundo de los valles", aludiendo con ello al comienzo del ciclo (cuando el Paraiso se encontraba en la cima de la montaña del Purgatorio) y a su final (cuando la Verdad del conocimiento, representada por el estado edénico, "replegándose" en sí misma se ha hecho invisible a la mayoría de los hombres, ocultándose en el "mundo subterráneo"). Habría que decir, para completar esta simbólica cíclica, que el valle se corresponde con la caverna, la cual al estar en el interior de la montaña se sitúa por ello sobre un mismo eje que conecta la cúspide de la una con la base de la otra, uniendo de esta manera lo más "alto" (el principio) con lo más "bajo" (el final).
Dicho esto, que creemos ha sido necesario para aclarar ciertas confusiones que existen en torno a la Masonería, intentaremos explicar a continuación algunas de esas herencias simbólicas que esta Orden ha recibido de otras formas tradicionales, aún vigentes o ya desaparecidas. Del Hermetismo la Masonería recoge, en parte, la riqueza de la simbólica alquímica, que incluye las enseñanzas y vivencias de los procesos de transmutación psicológica que llevan del estado profano a la realización espiritual El simbolismo de los elementos, relacionados con las energías purificadoras de la naturaleza, es de suma importancia en el rito de la iniciación masónica. En este sentido, la "Cámara de Reflexión" masónica viene a ser lo mismo, y cumple idéntica función simbólica que el athanor hermético: un espacio cerrado e íntimo donde se producen los cambios de estados regenerativos ejemplificados por la gradual "sutilización" de la materia densa y caótica del compost alquímico. Igualmente, los diversos objetos simbólicos que se encuentran en la "Cámara de Reflexión" son casi todos de origen alquímico y hermético, como por ejemplo las tres copas conteniendo azufre, mercurio y sal, sin olvidar las siglas V.I.T.R.I.O.L.( 3 ), y la banderola con las palabras "Vigilancia y Perseverancia", las cuales aluden al estado de vigilia permanente y paciencia de que debe armarse el alquimista en sus operaciones. Por otro lado, existen interesantísimas analogías entre el proceso de transmutación de la "materia caótica" alquímica y el desbastado de la "piedra bruta" en la Masonería, por lo que puede hacerse una trasposición totalmente coherente entre el simbolismo alquímico y el simbolismo constructivo y arquitectónico. Asimismo, la iniciación hermético–alquímica está presente por igual en los tres grados masónicos de aprendiz, compañero y maestro, que reproducen las tres etapas de la "Gran Obra", las que incluyen una muerte, un renacimiento y una resurrección, respectivamente. En fin, las leyes herméticas de las correspondencias y analogías entre el macro y el microcosmos están resumidas y sintetizadas en el esquema general del templo o Logia masónica, verdadera imagen simbólica del mundo. Si la tradición hermética ha dejado la impronta de su huella en la Masonería, la del Pitagorismo no es desde luego menos importante, y hasta podríamos decir que es, junto al judeo–cristianismo, una de las más significativas, hasta el punto que no es posible comprender lo que es la Masonería sin esa referencia pitagórica. En efecto, numerosos símbolos masónicos denotan su procedencia pitagórica, o en todo caso muestran una identidad palpable con algunos de los símbolos más importantes de la cofradía fundada por el maestro de Samos. Tal es, por ejemplo, la conocida "estrella pentagramática" o pentalfa, de suma importancia en la simbólica del grado de compañero (donde recibe el nombre de "estrella flameante"), y que los pitagóricos consideraban como su signo de reconocimiento y un emblema del hombre plenamente regenerado.
Pero es en la aritmética sagrada, es decir en la simbólica de los números en su vertiente cosmogónica y metafísica, donde se observa más claramente esa presencia del pitagorismo en la Masonería. Ambas tradiciones ponen el acento en el sentido cualitativo de los números, por lo demás estrechamente vinculado al simbolismo geométrico, el que a su vez está directamente relacionado con la construcción del templo exterior y del templo interior. En este sentido, debe señalarse que en el frontón de la Academia de Atenas Platón hizo grabar una inscripción que rezaba: "Que nadie entre aquí si no es geómetra", sentencia que unánimemente se atribuye a los pitagóricos, y que podría estar grabada perfectamente en el pórtico de entrada a la Logia masónica. Asimismo la Unidad o Mónada divina estaba simbolizada entre los pitagóricos por Apolo, el dios geómetra primordial que mediante la "ley invariable del número", que extrae de los acordes musicales de su lira, establece el modelo o prototipo por el que se rige la armonía de la vida universal. ¿Y no es, en el fondo, el Gran Arquitecto masónico, que con la escuadra y el compás determina la estructura y los límites del cielo y de la tierra, lo mismo que el Apolo pitagórico?
En lo que se refiere al Cristianismo, es indudable que de él proceden numerosos e importantes elementos doctrinales integrados en la simbólica y el ritual masónicos. Desde luego esta integración se vió favorecida por la convivencia que durante prácticamente todo el Medioevo mantuvieron los gremios de constructores con las órdenes monásticas y de caballería, especialmente los templarios. Cuestionar o desconocer este aspecto cristiano tanto de la antigua como de la actual Masonería, es privar a ésta de una parte esencial de su propia identidad tradicional, además de demostrar con ello una ignorancia completa sobre el esoterismo cristiano, que es precisamente el que en gran medida ha recogido la Orden masónica. Sólo un dato, por lo demás sumamente significativo: los santos patrones y protectores de la Masonería son los dos San Juan, el Bautista y el Evangelista, y como ya se ha dicho la Logia es denominada "Logia de San Juan".
A la presencia hermética, pitagórica y cristiana, habría que añadir la de la tradición judía, surgida del tronco de Abraham al igual que el Cristianismo y el Islam. La tradición hebrea ha transmitido a la Masonería fundamentalmente los misterios relativos a las "palabras de paso" y a las "palabras sagradas", todas ellas procedentes del Antiguo Testamento, si bien es verdad que también se encuentran palabras y nombres sagrados de origen cristiano, concretamente en los que se denominan los "altos grados" masónicos. En cierto modo, en la Masonería confluyen la Antigua Alianza y la Nueva Alianza, lo que conforma el judeo– cristianismo, el cual se constituyó en una sola tradición durante los periodos más florecientes de la Edad Media. No es ninguna exageración afirmar que esa constitución fue posible gracias a la propia Masonería operativa, que en este sentido desempeñó una auténtica labor de "puente", y muy especialmente en lo que se refiere al ámbito de la construcción y la arquitectura.
Como más adelante tendremos ocasión de señalar, las palabras de paso y las palabras sagradas se relacionan con la búsqueda de la "Palabra perdida", búsqueda que concentra en gran parte el trabajo de investigación simbólica del masón. Igualmente la concepción simbólica de la Logia –como el templo cristiano–, está basada en el diseño geométrico del templo de Jerusalén (o de Salomón), y el arquitecto que dirigió las obras de dicho templo, el maestro Hiram, pasa por ser uno de los míticos y legendarios fundadores de la Masonería.( 4 )
Después de este cuadro general en el que muy someramente hemos apuntado, a nuestro juicio, las más significativas influencias tradicionales presentes en la Masonería, vamos a ver a continuación, sobre el plano de la historia, de qué forma esas influencias penetraron y se convirtieron en parte constitutiva de esta tradición. Y si bien aquí no tratamos específicamente de historia de la Masonería, pensamos que traer a la memoria ciertos hechos históricos tal vez podría hacernos comprender más en profundidad algunos símbolos masónicos que, en efecto, se fraguaron a la luz de esas múltiples herencias. Por lo demás, la historia es también una simbólica sagrada ligada al devenir cíclico y al destino de los hombres y las civilizaciones.
Una historia simbólica
Debemos situarnos, pues, en esa época crucial de la historia de Europa y Occidente que indudablemente fue la Edad Media. Allí encontramos a los gremios, o agrupaciones de constructores conocidos como los free–masons o franc–masones, que al estar exentos del impuesto de franquicia podían viajar y desplazarse libremente por todos los países de la cristiandad. De esa libertad de movimiento les venía dado, en parte, el nombre de "franc–masones", que quiere decir "albañiles, o constructores, libres". Decimos "en parte", porque, como muy acertadamente escribe Christian Jacq: "El franc–masón es el escultor de la piedra franca, es decir, de la piedra que puede ser tallada y esculpida... El 'masón franco' es sobre todo el artesano más hábil y más competente, el hombre que es libre de espíritu y que se libera de la materia por su arte... En numerosos textos medievales, el franc–masón es opuesto al simple albañil, que no conocía la utilización práctica y esotérica del compás, la escuadra y la regla". Así, pues, esos "masones francos" poseían sus misterios iniciáticos, y sus técnicas del oficio, relacionadas con la construcción, expresaban en el orden concreto de las cosas la realización efectiva de esos misterios.
En gran medida, esas técnicas los masones operativos las habían heredado directamente de los Collegia Fabrorum romanos, es decir, de las agrupaciones de constructores y artesanos cuyos orígenes se remontaban al legendario rey Numa. Al igual que ocurrió con la Masonería, Los Collegia Fabrorum también recogieron la herencia simbólica de tradiciones desaparecidas, la más notable de las cuales fue la tradición Etrusca, cuya cosmología pasó al Imperio Romano por el conducto de esos colegios. Es interesante resaltar que los Collegia Fabrorum veneraban muy especialmente al dios Jano Bifronte, llamado así porque poseía dos rostros, uno que miraba a la izquierda (a Occidente, el lado de la oscuridad), y otro a la derecha (a Oriente, el lado de la luz), abarcando de esta manera el mundo entero. Si bien el simbolismo perteneciente a esta divinidad romana es bastante complejo, no obstante se sabe con seguridad que estaba relacionada con los misterios iniciáticos, concretamente con los ritos de "pasaje" o de "tránsito". En la Masonería operativa medieval esos mismos atributos pasaron a formar parte de los dos San Juan, cuyo nombre es idéntico al de Jano. Más, a través de los Collegia romanos, la Masonería recibió (entre otras fuentes de procedencia diversa) la cosmología de los pitagóricos, basada, como ya se ha mencionado, en las correspondencias simbólicas de los números y la geometría, ciencias y artes sagradas que precisamente tienen en la arquitectura sus aplicaciones más perfectas. Entre los personajes conocidos que facilitaron esa labor de transmisión de la cosmología pitagórica (y también platónica) al Medioevo, merece destacarse, en el siglo VII, a Boecio, llamado el "último de los romanos" y autor de la Consolación de la Filosofía. Los estudios de Boecio sobre astronomía, geometría, aritmética y música, fueron realmente decisivos para el enriquecimiento de las "siete artes liberales", divididas en el trivium y el cuadrivium, de suma importancia en las enseñanzas de la masonería operativa. Por otro lado, la filosofía de Boecio influyó notoriamente en la literatura y el pensamiento esotérico de la Masonería tradicional de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo en autores como Louis Claude de Saint Martin y José de Maistre.
Siguiendo con este orden de ideas, existió una leyenda difundida entre los masones de habla inglesa, según la cual un tal Peter Grower, originario de Grecia, trajo a los países anglosajones determinados conocimientos relativos al arte de la construcción. Algunos autores, entre ellos René Guénon, afirman que este personaje, Peter Grower, no era sino el mismo Pitágoras, o mejor dicho, la ciencia de los números y la geometría que a través de los pitagóricos se introdujeron en las islas británicas, al mismo tiempo que en todo el continente. En el mundo de la Tradición muchas veces los nombres de las personas, bien históricas o legendarias, designan, más que a esos personajes mismos, a los conocimientos que ellos vehicularon y que con frecuencia se transmitieron por el conducto de las escuelas o cofradías que fundaron. Es lo que en cierto modo ocurre también con el matemático griego Euclides, que es mencionado en los "Antiguos Deberes" – Old Charges–, los cuales representan una serie de documentos y escritos de la Masonería operativa donde fueron plasmados algunos eventos relacionados con la historia sagrada de la Orden masónica. En uno de esos documentos, el manuscrito Regius, se hace alusión a Euclides como el "padre" de la geometría, recalcándose que ésta no designa sino a la propia Masonería. En otros manuscritos se dice que el mismo Euclides fue discípulo de Abraham, lo que desde el punto de vista de la cronología histórica es un verdadero sin sentido, pues como se sabe Euclides vivió en Egipto durante el siglo III a. C., y Abraham dos mil años antes, aproximadamente. Pero, teniendo en cuenta que se trata de historia sagrada, y no simplemente profana, lo que en verdad se quiere significar con esta leyenda es que Euclides fue el discípulo que recibió el saber que el Patriarca encarnaba, y que no era otro que el monoteísmo hebraico en su expresión cosmogónica y metafisica.( 5 )
Resumiendo, en realidad todo esto alude a una transmisión de carácter sagrado efectuada de la tradición judía a la Orden masónica, lo que equivale a una auténtica "paternidad espiritual".
Sea como fuere, el legado de la cosmología greco–romana unida a la espiritualidad cristiana, dio como resultado la creación de la catedral gótica, edificada por los gremios de constructores. Una catedral, o un monasterio, es un compendio de sabiduría; en ella, grabada en la piedra, se plasman todas las ciencias y todas las artes, así como los diferentes episodios bíblicos que conforman la historia de la tradición judeo–cristiana. Allí aparecen los diversos reinos de la naturaleza, el mineral, el vegetal, el animal y el humano, lo mismo que las jerarquías angélicas que circundan el trono donde mora la deidad. Todo ello convierte la catedral en un libro de imágenes y símbolos herméticos reveladores de la estructura sutil y espiritual del cosmos. Esas columnas que se elevan verticalmente hacia otro espacio, uniendo la parte inferior (la tierra) a la superior (el cielo), esos arcos y bóvedas que semejan cristalizaciones de los movimientos circulares generados por los astros, esa luz solar que al penetrar a través del colorido polícromo de los vitrales se transforma en un fuego sutil que todo lo inunda; todo ello, decimos, nos permite reconocer la existencia de un espacio y un tiempo sagrados y significativos. Este conjunto de equilibrios, módulos y formas armoniosas (que por reflejar la Belleza de la inteligencia divina se constituye en "resplandor de lo verdadero", como diría Platón) se genera a partir de un punto central, que a su vez es el "trazo" de un eje vertical invisible, pero cuya presencia es omnipresente en todo el templo. Este punto central no es otro que el "nudo vital" que cohesiona el edificio entero, y donde confluye y se expande, como si de una respiración se tratara, toda la estructura del mismo. Dicho "nudo vital" era bien conocido por los maestros de obra, que veían su reflejo en el ombligo, sede simbólica del "centro vital" del templo–cuerpo humano. Esa estructura del cosmos–catedral, imperceptible a los sentidos ordinarios, se percibe no obstante, gracias a la intuición intelectual y a las formas visibles del cielo y la tierra, que están simbolizadas por la bóveda y la base cuadrangular o rectangular, respectivamente. De ahí que la Masonería conciba el cosmos como una obra arquitectónica, y la divinidad, como el Gran Arquitecto del Universo, también llamado Espíritu de la Construcción Universal en otras tradiciones.
Cerca de las catedrales en construcción se encontraban los talleres o logias, en los que se trazaban y diseñaban los planos, se repartían los cargos, se hablaba de los detalles de la obra, y en definitiva se celebraban los ritos y ceremonias de iniciación. Estos talleres eran auténticos centros de enseñanza tradicional donde, además de las técnicas del oficio, se impartían los conocimientos cosmogónicos. Realmente en los talleres masónicos se conjugaban el arte y la ciencia, la práctica y la teoría, siguiendo así el famoso adagio escolástico según el cual la "ciencia sin el arte no es nada".
Cada Logia o taller estaba bajo la autoridad de un maestro arquitecto, que tenía a sus órdenes los oficiales compañeros (divididos en subgrados y funciones), que a su vez vigilaban y dirigían los trabajos de los aprendices. Esta estructura ternaria y jerarquizada de aprendiz, compañero y maestro se encuentra con los mismos o diferentes nombres unánimemente repartida en todas las organizaciones iniciáticas y esotéricas, pues dicha jerarquía expresa un modelo del proceso iniciático íntegro, que reproduce exactamente el desarrollo cosmogónico de las "tinieblas a la luz", del "caos al orden".
Uno de los pocos testimonios que se han conservado de los diseños realizados por los masones operativos es el álbum del arquitecto francés Villard de Honnecourt, al cual pertenece también el trazado de un laberinto, que por su forma es idéntico al de todos los laberintos iniciáticos: una serie de repliegues concéntricos que conducen, después de un largo recorrido que comienza en la periferia, al centro mismo del laberinto, o punto de contacto con el eje vertical por donde se produce la comunicación con los estados superiores y la "salida" definitiva del cosmos, es decir de los limites determinados por el tiempo –y su devenir cíclico– y el espacio.
Junto a los masones operativos encontramos a los sabios alquimistas y astrólogos, perfectos conocedores de las ciencias de la naturaleza aplicadas como símbolos vivos del proceso iniciático y regenerador. Ellos dotaron la catedral de numerosos símbolos basados en las correspondencias y analogías entre el macro y el microcosmos, el cielo y la tierra, la divinidad y el hombre, considerándose los legítimos herederos de la ciencia sagrada de Hermes Trismegisto. La "piedra bruta" que los masones pulían y tallaban con destino a la construcción, representaba, como ya hemos dicho, lo mismo que la "materia caótica" de los alquimistas: una imagen de la substancia plástica indiferenciada en la que están contenidas, en estado no desarrollado y potencial todas las posibilidades de manifestación de un mundo o de un ser. La piedra estaba viva, no era simple materia inerte, y al mismo tiempo su dureza y estabilidad simbolizaban la inmutabilidad y firmeza del Espíritu. En todo esto, un hecho no debe pasar inadvertido; los alquimistas tenían como santo patrón a Santiago el Mayor, el que junto a San Juan Evangelista (patrón de los masones) y San Pedro (fundador de la Iglesia), asistió a los misterios de la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor. A partir de entonces un "lazo" fundamentado en un "Secreto" debía unir, por encima de las diferencias formales, a todos aquéllos que estaban bajo la protección de esos santos cristianos, una muestra de lo cual fueron las fraternales relaciones que se vivían durante las edificaciones de las iglesias–catedrales. Esa confraternidad entre alquimistas y masones debía perdurar aún hasta bien entrado el siglo XVIII.
La libertad de movimiento de que gozaban los masones francos, facilitaría los intercambios de conocimientos con otros gremios artesanales, entre los que destaca el llamado Compañerazgo, que agrupaba diversos oficios (entre ellos los talladores de piedra y escultores), y que, al igual que los masones, tenían sus grados y secretos de iniciación. Asimismo, esos intercambios se dieron con las diversas órdenes monásticas y caballerescas. No hay que hacer, pues, un excesivo esfuerzo de imaginación para formarse una idea del clima espiritual que se respiraba en aquella fecunda y luminosa época. Aquí sí que habría que decir, sin temor a exagerar, que el saber no tenía fronteras. Y es más, la cordial convivencia habida entre las organizaciones iniciáticas y esotéricas, y aquéllas de carácter religioso y exotérico, testimoniaba el vigor y la salud de la tradición.
Los caballeros templarios, esos monjes guerreros que eran también constructores y cuyas reglas fueron inspiradas por San Bernardo, mantenían bajo su protección numerosas logias masónicas. Y esto no debe pasar inadvertido, pues cuando esta organización del esoterismo cristiano desapareció como tal en circunstancias sangrientas (debido a la confabulación del siniestro rey francés Felipe el Hermoso y del Papa Clemente V), esas mismas logias, sobre todo las de Inglaterra y Escocia, acogieron en su seno a muchos de los templarios supervivientes, los cuales traían consigo ciertos conocimientos iniciáticos de su Orden que acabarían por integrarse definitivamente en la estructura simbólica y ritual de la Masonería. Digamos que de entre esas logias merece ser destacada la Gran Logia Real de Edimburgo, fundada por el rey Robert Bruce, que se opuso a aquella abolición combatiendo junto a los templarios. Resulta por lo menos significativo que la fecha de constitución de la Orden Real de Escocia sea la de 1314 (año en que se abolió el Temple), y que ésta tuviera como Logia Madre a la Orden Heredom de Kilwinning, algunos de cuyos rituales eran de inspiración templaria. Y esta palabra, heredom, significa "herencia", que no es otra que la recibida por los templarios. Desde luego no existen documentos escritos que atestigüen la realidad de esa herencia simbólica, aun siendo evidente que la hubo. Por tratarse de transferencias sagradas éstas tienen lugar primeramente en el plano estrictamente espiritual y metafísico, concretándose en el ámbito humano por mediación de individualidades (poco importa en este caso que sean conocidas o anónimas) que las realizan de manera efectiva.
Un hilo sutil y luminoso une el mundo superior al inferior, y el inferior al superior, y el mantenimiento de esa comunicación es una de las principales funciones que siempre han tenido las organizaciones tradicionales e iniciáticas. Recordemos, en este sentido, que la palabra "tradición" procede del latín tradere, que significa "transmitir" –y por extensión herencia–, y transmisión de una verdad, volvemos a repetir, que se remonta a los orígenes mismos de la humanidad, y que todas las civilizaciones han considerado como la fuente de su saber y cultura. Esencialmente los templarios transmitieron a la Masonería la idea de la edificación del templo espiritual "que no es hecho por manos de hombre" según el mensaje evangélico. Dicha idea quedó plasmada con la creación de ciertos altos grados, complementarios a la maestría, de procedencia tempIaria. Uno de los más notables, por su riqueza simbólica, es el grado de Royal Arch del Rito Inglés de Emulación.
La Orden del Temple (o del Templo), en su núcleo más interno era de esencia johánnica (lo mismo que la Masonería), pues se inspiraba en los misterios contenidos en el Evangelio y el Apocalipsis de San Juan. Asimismo los "Caballeros de Cristo" tenían como una de sus principales misiones la protección del Santo Sepulcro y el mantenimiento de las relaciones con la "Tierra Santa", es decir con el "Centro Supremo" o "Centro del Mundo". Con la desaparición del Temple, la Masonería tradicional (y aquí recalcamos lo de "tradicional"), al igual que la Orden hermética de la Rosa–Cruz, seguiría manteniendo para Occidente los vínculos con esa "Tierra Santa", también llamada en otras culturas "Tierra de los Inmortales" o "Tierra de los Bienaventurados".
Durante el Renacimiento la misma ausencia de documentos escritos encontramos en las relaciones que mantuvo el hermetismo cristiano y alquímico con la Masonería. Gracias a la recuperación de la filosofía platónica impulsada en Italia por Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola, en esa época se asiste a un nuevo resurgimiento de la tradición y del saber hermético, en el que hay que incluir la Magia Natural y la Cábala cristiana.
Libros como De Harmonia Mundi de Francesco Giorgi, La Cábala Denudata de J. Reuchlin, La Mónada Hieroglífica de John Dee, y la Filosofía Oculta de Cornelio Agripa, entre tantos otros, ejercieron una gran influencia en los círculos herméticos de toda Europa. En todo esto hay algo importante a señalar: debido a la confraternidad que se dio en el Medioevo entre las agrupaciones herméticas y los gremios de constructores, era perfectamente normal que en una época como el Renacimiento –en donde el soporte de una civilización tradicional estaba ya bastante debilitado– esos vinculos se fortalecieran con el fin de salvaguardar los valores de la tradición y la doctrina.
NOTAS
1 Aludiendo a esa primordialidad, algunos textos masónicos de la Edad Media remontan la Masonería a los orígenes mismos de la presente humanidad, cuando se dice que: "Adán fue el primer iniciado masón y el Paraíso la primera Gran Logia". Parafraseando lo que al respecto se menciona en algunos rituales ingleses, el simbolismo masónico existe from immemorial time, es decir, desde tiempo inmemorial. (R)
2 Denys Roman, René Guénon et les destins de la Franc–Maçonnerie. (R) 3 Visita Interiora Terrae, Rectificando Invenies Occultum Lapidem ("Visita el interior de la Tierra, rectificando descubrirás la Piedra oculta"). (R)
4 Es interesante comprobar que las raíces de los nombres de Hiram y Hermes, HRM, son idénticas, lo que nos lleva a suponer que existe entre ambos una misma función tradicional, o una misma energía espiritual adaptada a dos formas tradicionales ligadas a la revelación de los misterios cosmogónicos. (R) 5 El monoteísmo hebraico se constituye a partir de la confluencia entre la tradición abrahámica surgida de Caldea (Abraham era oriundo de la Ur caldea) y una corriente directamente vinculada con la Tradición Primordial. En la Biblia esta conjunción está simbolizada por el encuentro acaecido entre Abraham y Melquisedeq, "sacerdote del Altísimo y rey de Salem" representante de esa corriente primordial. (R)