domingo, mayo 01, 2022

Las Profecías de "Ivonne Aimée"

Bertrand Méheust

Las predicciones de esta monja bretona fueron puestas por escrito 20 años antes de que se produjeran los hechos. No existe duda sobre su autenticidad.

La objeción más frecuente en contra de la autenticidad de las profecías es que han sido redactadas tras los acontecimientos que se han predicho en las mismas, y también que las fechas en las que se redactaron son inciertas.

En muchos casos esta objeción está fundada, como ocurre con la sibila Lenormand, la más celebre vidente de principios del siglo XIX, que pretendía haber predicho los momentos decisivos de la vida de Joséphine de Beauharnais y del emperador Napoleón. Sin embargo, sus predicciones fueron en general escritas después de que los sucesos acaecieran como lo muestra significativamente el título de su libro Recuerdos proféticos.

Con las premoniciones de Ivonne Beauvais, más conocida por el nombre de hermana Yvonne Aimée de Malestroit (1901-1951), esta objeción está fuera de lugar. Nos encontramos ante un caso raro pero realmente notable de predicciones que fueron puestas por escrito veinte años antes de que se produjeran los hechos anunciados tras una larga serie de circunstancias excepcionales.

De hecho, fue a petición de su director espiritual, el padre jesuita Théodore Crété, que la joven religiosa bretona redactó, un día tras otro, entre 1923 y 1929, los sueños extraños y las premoniciones que asaltaban su mente con gran regularidad y que, a veces, incluso la asustaban y no siempre comprendía. Surgían con motivo de las más diversas circunstancias de la vida cotidiana, en sueños, mientras oraba o cuando se encontraba en éxtasis. Los mismos marcaron el despertar espiritual de la joven religiosa y carecían de sentido, excepto en relación con su futura misión; la advertían fragmentariamente de los obstáculos que encontraría, de las pruebas que tendría que superar…

Sorprendentes premoniciones...

Las citadas premoniciones fueron muy variadas. Anunciaban conmociones sociales y acontecimientos internacionales, pero también se referían con frecuencia a la vida de la Iglesia, al futuro de la propia religiosa y de su congregación. Las más impresionantes y mejor verificadas se refieren a la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, durante el conflicto, la hermana Ivonne-Aimée se comprometería con el movimiento de la Resistencia a la ocupación alemana (1940-1945). Escondió en su congregación a miembros de la misma y a pilotos aliados, lo que le supuso ser arrestada por la GESTAPO, y posteriormente condecorada por de Gaulle en 1945 con la “Legión de Honor”.

Es preciso insistir que cuando redactaba sus profecías, la joven religiosa ignoraba las pruebas que la esperaban, y que no comprendía los pensamientos extraños que la asaltaban sin querer. Poner todo aquello por escrito era para ella una dura tarea, hasta el punto que solicitó muchas veces al padre Crété que la dispensara de esa carga. Sin embargo, afortunadamente para nosotros, éste último le pidió que siguiera con la tarea, que no la abandonara.

También es preciso señalar que a la hermana Ivonne se le han atribuido una serie de prodigios, en especial bilocaciones y aportes de objetos. Sin embargo, en este artículo no es posible tratar este aspecto de la vida de la religiosa y me limitaré sólo a evocar sus profecías mejor atestiguadas. En primer lugar tenemos la predicción de la guerra en sí.

El 28 de octubre de 1922, la hermana Ivonne contó al padre Crété una serie de pesadillas que la tenían muy sobresaltada. Veía Europa con fuego y sangre; las ciudades ardían, los ejércitos se batían y en el mapa de Francia aparecía una cifra fatídica que no acertaba a comprender, pero que hoy pone los pelos de punta a todos los europeos: “39”.

“Luego –escribió– veo estos demonios que se ciernen sobre Europa, multitud de hombres batiéndose, matándose, despedazándose, grandes muchedumbres debatiéndose en incendios, el fuego descendiendo del cielo y extendiéndose sobre la Tierra (…). En Francia he visto la cifra 39”. Unas líneas más adelante, en la misma carta, tiene la intuición de la duración de esta catástrofe: “Tengo la impresión de que esta situación durará cuatro o cinco años. Después veo una Francia luminosa que brillará y pacificará a todo el mundo”.

Y añadía: “Veo Malestroit como un oasis de calma en medio de la tempestad y, no obstante, también veo que el convento será puesto a prueba”. Efectivamente, Malestroit se salvaría en la Normandía devastada, pero el convento sería ocupado.

El 29 de septiembre de 1923, Ivonne Aimée escribió al padre Crété para relatarle un extraño sueño que la había inquietado sumamente: “Mientras iba adormecida en el tren, he tenido un sueño muy raro, por así decir (…). Me veía religiosa y viajera, me encontraba en Augustine y veía a los aviones arrojar gruesos cilindros sobre los trenes y estaciones destruyendo e incendiando todo. Veía a hombres vestidos de verde subiendo y bajando de los trenes; se hubiera dicho que eran uniformes militares, pero sin embargo no se parecían en nada a los de nuestros soldados.

Me sentía con el corazón en un puño y escuchaba una voz grave y tenue que decía: „Será la prueba, la gran prueba”. Así aconteció. En 1923, el nazismo estaba en sus albores, la aviación no había sido nunca utilizada para bombardear trenes y estaciones en todo el país, y el siniestro uniforme pardo no equiparía al ejército alemán hasta 1935.

El sueño, para una joven de 21 años, estaba por tanto desprovisto de un contexto inteligible. Anticipaba, por otro lado, los numerosos viajes en tren que la religiosa haría por toda la Francia ocupada, como agente de enlace de la resistencia. El 25 de marzo de 1929, la hermana tuvo otro sueño, mucho más preciso, que anunciaba la intervención en acontecimientos por venir que ella no podía ni siquiera imaginar: “He tenido esta noche un sueño curioso. Esta vez me pregunto si no habré enloquecido un poco.

Me veía en una clínica con muchas monjas a mi alrededor. Parecía tratarse de un día festivo, un día soleado. Tenía prendidas sobre el pecho cuatro o cinco medallas, incluida la „Legión de Honor‟. Estaba en medio de otras religiosas y parecía ser la Madre Superiora. Un gran oficial venía hacia mí a saludarme. Otra monja también llevaba una medalla”.

No puede decirse que sea muy normal que una joven monja se vea en un sueño como Madre Superiora y cubierta de medallas; la revelación de este sueño le valdría ser tachada de orgullosa por su director espiritual.

Pero, veinte años después, el 7 de agosto de 1949, esta escena tendría lugar, exactamente como la hermana la había entrevisto, bajo los objetivos de cámaras fotográficas y de cine. Era un día soleado, como muestra la película en color que ha perpetuado el suceso. La muchedumbre se agolpa ante una clínica para la ceremonia.

Dos monjas hacen de damas de honor. Ivonne-Aimée, que efectivamente se había convertido en Madre Superiora, está de pie, con cinco medallas prendidas sobre el pecho, incluida la “Legión de Honor” que le había remitido el general de Gaulle el 22 de julio de 1945, y la medalla de la resistencia. El cónsul de Inglaterra se acerca a colocarle entonces una sexta medalla, la del Rey.

Luego, otro gran oficial, el general Audibert, se aproxima, saluda a Ivonne-Aimée, y entrega la cruz de guerra para la clínica. A continuación, otra monja, la hermana Margarita, es igualmente condecorada por sus años de servicio. La hermana Ivonne Aimée había igualmente predicho de forma menos clara, y atestiguada en menor grado, que la cercana ciudad de Lisieux se salvaría –así fue. Lisieux fue la única urbe de Normandía que no sufriría los bombardeos aliados–, que los americanos entrarían en guerra, y que tras la misma los pueblos europeos formarían los Estados Unidos de Europa.

No hay ninguna duda sobre la autenticidad y la anterioridad de las testificaciones escritas; existen las cartas dirigidas al padre Crété entre 1923 y 1929, fechadas con la letra de la religiosa y autentificadas con el sello de correos. Para los tres expertos grafólogos que han sido consultados no hay duda al respecto: la escritura de la hermana es evolutiva y, de hecho, las misivas que evocan la guerra que está por venir no pueden ser posteriores a 1935.

Esto da que pensar. Para ser rigurosos se puede concebir que la hermana Ivonne-Aimée hubiera tenido ciertas percepciones intuitivas de la futura guerra, como las escenas de los bombardeos. Pero que además pudiera anticipar con tal precisión una ceremonia de entrega de medallas, que tendría lugar veinte años después de los citados sucesos, resulta inconcebible. Es algo que se nos escapa y en todo caso excluye la explicación del azar.

Todo se desarrolló como si la clarividente hubiera tenido acceso a fragmentos del futuro, para situarlos en su correspondiente contexto. Nos encontramos pues ante un caso de precognición imposible de explicar mediante las hipótesis tradicionales. La hermana Ivonne-Aimée murió prematuramente en 1951, a los cincuenta años de edad. Su salud era frágil y estuvo toda la vida afectada de enfermedades que transformaron su existencia en un calvario que, por otra parte, asumía “para mayor gloria de Dios”.

En los años sesenta, hubo una serie de manifestaciones solicitando su canonización, pero la Iglesia se echó para atrás a causa de los prodigios que habían salpicado su existencia. Fueron los años del Concilio Vaticano II y las autoridades de la Iglesia desconfiaban de “lo maravilloso”. En la actualidad, no obstante, el padre Laurentin ha terminado una notable biografía que muestra la dimensión de los prodigios taumatúrgicos atribuidos a la religiosa y que no dejan ninguna duda sobre su autenticidad.