martes, julio 05, 2022

Poemas

Rabindranth Tagore

SI ACASO PIENSAS EN MÍ

Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso suelta sus sombras por el río, arrastrando, lento, su luz vaga hacia el ocaso; cuando lo que queda del día es ya demasiado poco para trabajar o jugar.

Te sentarás sola en el balcón que da al Sur, y yo me pondré a cantarte en el cuarto oscuro. El olor de las hojas mojadas entrará por la ventana, en el crepúsculo creciente, y los vientos tormentosos clamorearán en los cocoteros.

Traerán la lámpara encendida al cuarto, y entonces me iré yo. Y tú, quizá, entonces, escucharás la noche, y oirás mi canción cuando esté yo callado.


EL JARDINERO

Sobre las olas de la vida, en el vocerío del viento y del agua,
el pensamiento del poeta está siempre volando y bailando.

Ahora que el sol se ha puesto y el cielo oscuro se cae sobre el mal, como las pestañas sobre un ojo cansado, quitadle al poeta su pluma; ¡y que sus pensamientos se hundan hasta el fondo del abismo, en el eterno secreto del silencio!.

Sudas, el jardinero, cogió de su estanque el último loto que había quedado del desastre del invierno, y se fue a la puerta del palacio real a ver si lo quería comprar el rey.

Al llegar, se encontró con un caminante, que le dijo "¿Cuánto quieres por tu último loto, que se lo voy a ofrecer a Budda, nuestro Señor?" Sudas le contestó: "Te lo dejo en una masha de oro".

Y el viajero se lo dio.

El rey salía en aquel instante del palacio, para ir a ver a nuestro Señor Budda, y pensó: "¡Que hermoso sería poner a sus pies ese loto de invierno!".

Y quiso comprar la flor...

Cuando el jardinero le dijo que le habían dado por ella un masha de oro, el rey le ofreció diez, pero el caminante dobló entonces el dinero.

El codicioso jardinero pensó que aquel a quien querían los dos ofrecer el loto, le daría más que ellos; y se inclinó, y les dijo: "No puedo vender la flor".

En el silencio umbrío del bosque de mangos, que se dilata fuera de los muros de la ciudad,

Sudas estaba de pie ante Budda nuestro Señor,

cuyos labios son el trono del silencio del amor y cuyos ojos destellan paz, como la estrella matutina del otoño, puro de rocío.

Miró a su rostro, le puso el loto a sus pies, y bajó su frente hasta hundirla en el polvo.

Budda sonrió y le dijo: "¿Qué quieres tu hijo mío?". Y Sudas le contestó: "La caricia mas leve de tus pies".
(Del libro El Jardinero, Editorial Lozada)


PERDÓNAME HOY MI IMPACIENCIA, AMOR MIO 

Perdóname hoy mi impaciencia, amor mío.

Es la lluvia primera del verano, y la arboleda del río está jubilosa, y los árboles de kadam, en flor,

tientan a los vientos pasajeros con copas de vino de aroma.

Mira, por todos los rincones del cielo los relámpagos dardean sus miradas, y los vientos se yerguen por tu pelo.

Perdóname hoy si me rindo a ti, amor mío. Lo de cada día anda oculto en la vaguedad de la lluvia; todos los trabajos se han parado en la aldea; las praderas están abandonadas. Y la venida de la lluvia ha encontrado en tus ojos oscuros su música, y julio, a tu puerta, espera, con jazmines para tu pelo en su falda azul.
Traducción de: Zenobia Camprubi de Jiménez


GITANJALI ( Fragmentos )

I

No te atormentes por su corazón, corazón mío; déjalo en la oscuridad. ¿Qué se yo si su belleza es sólo de su cuerpo, y su sonrisa sólo de su cara? Déjame aceptar sin preguntas este sencillo sentido de sus miradas, y ser así feliz.

II

Igual me da si es un manto de ilusión el que sus brazos tejen alrededor de mí, porque el manto es rico y raro; y al engaño se le puede sonreír, y olvidarlo.

III

No te atormentes por su corazón, corazón mío; conténtate si la música es verdadera, aunque no se pueda fiar en la palabra; disfruta de la gracia que danza, como un lirio, sobre la mentirosa superficie ondeante, y sea lo que fuere de lo que vive allá en el fondo.

IV

Deseaste mi amor, y, sin embargo, no me amabas.

Por eso mi vida se cuelga de ti como una cadena, que te grita y se te aferra, más dura cuanto más luchas por ser libre.

V

Mi desesperación ha llegado a ser tu compañera mortal, y se agarra al más leve de tus favores, pretendiendo arrastrarte hasta la caverna de las lágrimas.

Has destrozado mi libertad, y, con su ruina, te has fabricado tu propia prisión.

VI

No supe lo que hacía un momento y vine.

Pero alza tus ojos que yo vea si queda aún alguna sombra de los días pasados, una pálida nube, ya sin lluvia, en el horizonte.

Sopórtame un momento¡ aunque yo no sepa lo que hago.

VII

Las rosas están todavía en capullo, y no saben aún cómo descuidamos coger flores este verano.

La estrella de la mañana tiene todavía el mismo silencio palpitante; la luz primera está enredada aún en las enredaderas que cuelgan de mi ventana, como en aquellos días pasados.

Olvidé un momento que todo había cambiado, y vine.

VIII

Olvidé si tú me avergonzaste alguna vez, volviéndome tu cara cuando yo te desnudaba mi corazón.

Sólo recuerdo las palabras que tropezaron en el temblor de tus labios; las sombras de arrebatada pasión de tus ojos oscuros, como las alas de un pájaro que busca su nido en el crepúsculo.

Olvidé que tú te acordabas, y vine.

IX

Esta mañana mi despertar fue dichoso, porque vi a mi amor.

El cielo era una sola alegría, y mi vida y mi juventud se consumaron.

Hoy mi casa es de verdad mi casa, y mi cuerpo mi cuerpo.

La suerte me ha sido amiga, y mis dudas se disipan.

¡Pájaros, cantad vuestra canción mejor!

¡Luna, derrama tu luz más bella!

¡Dispara, a millones, tus flechas, dios del amor!
Traducción de: Zenobia Camprubi de Jiménez


REGALO DE AMANTE

Anoche, en el jardín, te ofrecí el vino espumeante de mi juventud. Tu te llevaste la copa a los labios, cerraste los ojos y sonreíste; y mientras, yo alcé tu velo, solté tus trenzas y traje sobre mi pecho tu cara dulcemente silenciosa; anoche, cuando el sueño de la luna rebosó el mundo del dormir.

Hoy, en la calma, refrescada de rocío, del alba, tú vas camino del templo de Dios, bañada y vestida de blanco, con un cesto de flores en la mano.

Yo, a la sombra del árbol, me aparto inclinando la cabeza; en la calma del alba, junto al camino solitario del templo.
Versión de: Zenobia Camprubi de Jiménez


LA COSECHA

No pida yo nunca estar libre de peligros, sino valor para afrontarlos.

No quiera yo que se apaguen mis dolores, sino que sepa dominarlos mi corazón.

No busque yo amigos por el campo de batalla de la vida, sino fuerza en mí.

No anhele yo, con afán temeroso, ser salvado, sino esperanza de conquistar, paciente, mi libertad.

¡ No sea yo tan cobarde, Señor, que quiera tu misericordia en mi triunfo, sino tu mano apretada en mi fracaso !


TRANSITO

Sé que esta vida, aunque no madure el amor, no está perdida del todo.

Sé que las flores que se mustian al amanecer, las corrientes que se extraviaron en el desierto, no están perdidas del todo.

Sé que cuanto se regaza en esta vida, cargado de lentitud, no está perdido del todo.

Sé que mis sueños no realizados, mis melodías sin cantar, están cogidos a una cuerda tuya del laúd; que no están perdidos del todo.


EL JARDINERO

Mi corazón, pájaro del desierto, ha encontrado su cielo en tus ojos, ¡ en tus ojos, cuna de la aurora, imperio de las estrellas, cuya profundidad se lleva mis canciones!

¡ Deja sólo que me abisme en ese cielo, en esa solitaria inmensidad!

¡ Deja sólo que me entre por tus nubes, que se abran mis alas en tu sol!


LA LUNA NUEVA

¡ Cómo discuten y cómo gritan!
¡ Cómo dudan y se desesperan!
¡ Nunca se acaba su pelear!

Que tu vida se ponga entre ellos, inalterable y pura como una lengua de luz, hijo mío, y les imponga silencio con su hermosura.

¡Qué crueles los hace la codicia y la envidia! Como ocultos cuchillos sedientos de sangre son sus palabras.

Ponte tú entre sus corazones airados, hijo mío, y que tus ojos huecos caigan sobre ellos como cae la indulgente paz del anochecer sobre la contienda del día.

Déjales que miren tu cara, hijo mío, y que así comprendan el sentido de todas las cosas.

Que te amen, y así se amen unos a otros.

Ven tú a ocupar tu sitio al seno de lo eterno, hijo mío.

Abre y levanta tu corazón al salir el sol, como una flor nueva.

Y cuando el sol se ponga, inclina tu frente y acaba en silencio la oración de la tarde.


Cuento: EL CARTERO DEL REY (Escena IV - Amal y el Lechero)

...¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!

¡El de los quesitos, oye, el de los quesitos!

¿Me has llamado a mi, niño? ¿Quieres comprar quesitos?

¿Cómo quieres que los compre, si no tengo dinero?

Entonces, ¿para qué me llamas? ¡Vaya una manera de perder el tiempo hombre!

Si yo pudiera, me iría contigo ....

¡Conmigo...! ¿Qué estás diciendo?

Si; ¡me entra una tristeza cuando te oigo pregonar allá abajo, por la carretera...!

Y tú, ¿Qué haces aquí, di?

El Médico me ha mandado que no salga, y aquí donde tú me ves estoy sentado todo el

día...

¡Pobre! ¿Qué tienes?

No sé; como no soy sabio, no sé qué tengo. Pero di tú, Lechero, tú ¿de dónde eres?

De mi pueblo.

¿De tu pueblo? ¿Y está muy lejos tu pueblo?

Está junto al río Shamli, al pie de los montes Panch-mura.

¿Los montes Panch-mura has dicho? ¿El río Shamli? Sí, sí; yo he visto una vez tu pueblo; no sé cuándo ha sido ...

¿Qué has visto mi pueblo? ¿Tú has estado en los montes Panch-mura?

No, yo no he estado; pero creo que he visto tu pueblo... Tu pueblo está debajo de unos árboles muy grandes y muy viejos, ¿no?, junto a un camino colorado, ¿verdad?

Sí, sí; eso es ...

Y en la colina, está el ganado comiendo ...

¡Y que no hay ganado en mi pueblo! Pues digo ...

Y las mujeres con sus saris granas, llenan los cántaros en el río, y luego vuelven con ellos en la cabeza ...

Así mismo. Todas van por agua al río; pero no creas tú que tienen todas saris granas para ponerse ... Pues sí, no cabe duda; tú has estado alguna en el pueblo de los lecheros ...

Te digo, Lechero, que yo no he estado nunca allí. Pero el primer día que me deje el Médico salir, ¿querrás tú llevarme?

Sí; me gustaría mucho que vinieras conmigo.

¿Y me vas a enseñar a pregonar quesitos, a ponerme el balancín en los hombros, y a andar por los caminos, lejos, muy lejos?

Calla, calla ... ¿Y para qué ibas tú a vender quesitos? No, hombre; tú leerás libros muy grandes y serás sabio ...

¡No, no; yo no quiero ser sabio nunca! Yo quiero ser como tú... Tendré mis quesitos en un pueblo que está en un camino muy colorado, junto a un viejo banyán, y los iré vendiendo de choza en choza... ¡Qué bien pregonas tú: '¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!' ¿Me quieres enseñar a echar un pregón, di?

¿Para qué quieres tú saber mi pregón? ¡Qué cosas tienes!

¡Sí, enséñamelo! Me gusta tanto oírte... Yo no te puedo explicar lo que me pasa cuando te oigo en la vuelta del camino, entre esa hilerita de árboles... Lo mismo que cuando oigo los gritos de los milanos, tan altos, allá al fin del cielo...

Bueno, bueno; anda, ten unos quesitos; ten, cógelos ...

Pero si no tengo dinero ...

¡Deja el dinero! ¡Me iría tan alegre si quisieras tomar esos quesitos?

Di, Lechero, ¿te he entretenido mucho?

No, hombre, nada. No sabes tú lo contento que me voy.

Ya ves; ME HAS ENSEÑADO A SER FELIZ vendiendo quesitos ...



Canción a Amal muerto (Juan Ramón Jiménez)

Duerme. Sudha no te ha olvidado, y el Rey viene esta noche, Amal.

Duerme tranquilo. Duerme, que, cuando despiertes, verán tus ojos las flores de Sudha en tus manos, y el rostro del Rey en tu rostro. Duerme.

Duerme bien. No te importe dormirte del todo...

Duerme para siempre,

¡que vas a ver la estrella polar en su palacio negro!

Duerme en tu cuarto abierto ya de par en par a tu alma.

Las mismas estrellas, que saben que eres Amal, te traerán a la hora en que venga el Rey.

Duerme...

De tu jardín eterno sé que volverás, Amal, porque esperan tu despertar, en tus manos,

las flores de Sudha...

Duerme ....

Se ha incluido este epitafio de Juan Ramón Jiménez, para completar la muestra de este pequeño "cuento" cargado de tremendo lirismo y sensibilidad. Sudha, a la que se refiere, es una niña amiga de Amal que depositó unas flores en sus manos, creyendo que estaba dormido....