lunes, agosto 29, 2022

"René Guenón" y la Metafísica Tradicional

Dr. Carlos Raitzin (Dr. Spicasc)

La clave de la obra de René Guénon se halla en los aspectos de la Metafísica Tradicional que él supo desarrollar en una serie de libros admirables "L'Homme et son Devenir selon le Vedanta" (1925) "Le Symbolisme de la Croix" (1931) "Les États Multiples de l'Etre" (1932) y "La Grande Triade" (1946). A esto deben añadirse las recolecciones póstumas de sus artículos que fueron publicadas por sus discípulos, Este material, conjuntamente con sus dos muy importantes volúmenes sobre la Iniciación serán objeto de nuestro análisis en una serie de exposiciones, no sin omitir referencias a otras producciones guénonianas.

Estas últimas, tal vez de menor vuelo, como ser la "Introduction Génerale á l'Etude des Doctrines Hindoues" (1921) y "Autorité Spirituelle et Pouvoir Temporelle" (1929) no por ello dejan de cumplir una función lógica dentro del plan general de la producción de Guénon, esto en cuanto a preparar el camino precisamente para sus memorables producciones acerca de lo metafísico.

En el presente trabajo, necesariamente extenso y arduo por la diversidad y dificultad intrínsecas de las materias a abordar, ha presidido nuestro esfuerzo la concepción del propio Guénon en cuánto a hacer obra de comprensión y no de erudición.

En nada nos seduce la vana pedantería intelectual del tipo de los orientalistas oficiales pues entendemos que nos apartaría considerablemente del fin que perseguimos. Este no es otro que hacer palpable y visible el esquema general de las ideas guénonianas, muy fácil de perder de vista teniendo en cuenta lo voluminoso y complejo de su producción. Una vez más aclaremos que no se trata en absoluto aquí de las ideas "de Guénon" sino, en esencia y ante todo, de su elaboración y presentación de concepciones tradicionales hecha con formidable información, deslumbradora lucidez e, incluso, con indudable preocupación didáctica en lo que hace a claridad y estilo.

Debe asimismo señalarse especialmente como iluminadora introducción al tema una exposición hecha por Guénon mismo en La Sorbona y que ha sido editada en tirada aparte por las Editions Traditionnelles. Esta exposición lleva por título "La Métaphysique Orientale" y nos ha sido muy útil en lo que sigue a guisa de resumen...

En cuanto al plan seguido para este artículo, nos ha sido impuesto por las finalidades de claridad y comprensión ya señaladas. Un ascenso rectilíneo al ápice de la exposición metafísica guénoniana hubiera resultado por demás árido y complejo, imposible de seguir aún para aquellos versados en doctrinas espiritualistas.

En tales circunstancias se impone una aproximación helicoidal donde, con profundización creciente, se pase y repase por los distintos aspectos del asunto, cuidando así mejor de no dejar de lado ningún detalle esencial.

Entremos pues en materia haciendo referencia a la base o fundamento de todo el sistema de ideas a exponer o sea a la tradición esotérica. Para los hiper-racionalistas o los críticos dogmáticos tipo Alec Mellor la existencia de esta Tradición es un postulado guénoniano indemostrado e indemostrable y ello es así, en efecto, pero al nivel muy limitado de tales comentaristas exclusivamente. El racionalista pretende descubrir la verdad en cuestiones de esta naturaleza aplicando estrictamente el método histórico. El dogmático niega todo lo que no concuerde con sus ideas fijas. Desde luego fracasa pues justamente aquí ese proceder no es aplicable dado que la tradición no tiene un origen a nivel humano corriente susceptible de ser fijado en el tiempo. Las verdades metafísicas se hallan fuera de lo meramente histórico ya que, por esencia, son eternas y por ende atemporales. Aquí no es cuestión en absoluto de originalidad, prioridad o redescubrimiento tal como sucede en la ciencia profana. En todo momento pudieron haber existido seres que captaron o tomaron posesión de las verdades que nos ocupan como vivencia real y total e incluso comprobaron que, por excelencia, tales verdades son inmutables dada precisamente su naturaleza atemporal y supra humana. Lo único que puede variar aquí son las formas exteriores, los medios contingentes que se adecuen a las muy variables circunstancias de tiempo, lugar y costumbres en lo que hace a la formulación externa de esas verdades por uno u otro medio.

Para la mentalidad contemporánea, que se mantiene estrictamente limitada al nivel racional y que no sospecha siquiera cuales son las posibilidades superiores intelectuales y/o espirituales del hombre lo antes expuesto puede resultar más que chocante totalmente inaceptable. El hombre moderno corriente es comparable a un gusano recorriendo un alambre que incluso careciera de toda posibilidad de al menos vislumbrar dimensiones de la existencia a las que no tiene acceso. Más desagradable aún para la mentalidad corriente en nuestro días, impregnada como se halla de materialismo e individualismo es la circunstancia de que en materia de Tradición Esotérica de nada valen erudición y originalidad y de que términos tan preciados en los medios académicos occidentales como "descubrimiento" e "invención" pierden su sentido hasta el punto de convertirse en algo simplemente ridículo. Este hecho señalado por Guénon desde su libro "Introduction Générale" da por tierra con las pretensiones de filósofos y orientalistas "oficiales" de abordar tradición y experiencia metafísica con sus metodologías habituales de trabajo. Aquí ya no se trata de fenómenos y cronologías sino que la naturaleza de la cuestión hace al nóumeno o mundo inteligible, por esencial atemporal y contrapuesto al mundo fenoménico, de acuerdo al clásico esquema platónico. Veremos enseguida que en las cuestiones que nos ocupan el único "mérito" real al que el individuo puede aspirar es la claridad en la exposición de las verdades que él haya logrado comprender. Es esta verdad de las ideas el único y exclusivo motivo de interés frente a la constatación de que el verdadero esoterismo es un secreto que se guarda solo, como afirmaba con razón Lanza del Vasto.

No debe dudarse que cada uno avanzará tan sólo en la medida de sus propias posibilidades intelectuales y realizaciones personales pero, desgraciadamente, para muchos su propia naturaleza en cuanto a personalidad les presenta una barrera imposible de franquear. Este parece ser el caso de los profesores universitarios de metafísica cuya enseñanza o bien se torna puramente dogmática o bien completamente humana y racional, siendo pueril en ambos casos. Estos señores que juzgan sobre lo que no entienden pretenden que la metafísica oriental no puede ser diferente de la que ellos conocen y que, por ende, no puede conducir a ningún resultado de tipo concreto y ontológico en cuanto a transmutación del individuo. La verdad es radicalmente opuesta a lo que ellos suponen, embarcados como estan en un proceso decadente en el que toman la parte por el todo. Prueba irrefutable de ello es que, encerrándose en sus fórmulas y sistemas de pensamiento (lo que, como se desprenderá de lo que sigue, es netamente contrario a la verdadera metafísica) la doctrina que presentan es supuesta autosuficiente en sí misma, sin aspirarse en modo alguno a que ésta constituya un camino de realización y de transmutación (a diferencia de las concepciones orientales enmarcadas en la tradición esotérica genuina).

Con Guénon es menester afirmar que el hombre occidental pensante se ve por demás atraído hacia el método experimental y extrae sus conclusiones por este camino siendo esto el indicador más claro de su mentalidad "práctica" totalmente divorciada de lo metafísico. Bien entendido, el método experimental cumple su rol útil y necesario a nivel del conocimiento concreto evitando caer en el error y la fantasía subjetiva. El oriental, en cambio, prefiere una actitud deductiva a partir de los principios universales pues comprende mejor el valor relativo de la experiencia (en cuanto que la constatación de un hecho particular, sea este el que sea, no prueba ni ha probado jamás otra cosa que la existencia pura y simple de este hecho mismo. La importancia reside pues solamente en comprobar que hechos repetidos del mismo tipo efectivamente existen). Una tal constatación necesaria solo sirve en consecuencia para ilustrar y dar base a una teoría pero no para demostrarla y creer otra cosa es una torpe ilusión. El oriental adopta en consecuencia una actitud desdeñosa de la experiencia ordinaria pues centrado en un orden superior de la existencia sabe con certidumbre no concebible por la abrumadora mayoría de los occidentales que las cosas no pueden ser distintas de lo que son. Precisamente, una tal concepción se halla indisolublemente ligada y podríamos decir que emana naturalmente de civilizaciones basadas en una tradición que se nutre en un orden más elevado de hechos.

Aquí con Guénon es menester distinguir entre la intelectualidad pura que corresponde al orden verdaderamente metafísico y con la intelectualidad combinada con elementos heterogéneos de orden inferior lo que da nacimiento al orden religioso (entre otros posibles) como expresión de una doctrina tradicional.

En Occidente solo conocemos este último aspecto, bastante degradado por cierto, y con una marcadísima componente de tipo emotivo-sentimental "que no le permite conservar la actitud de una especulación puramente desinteresada" ("Introduction générale..."). El mismo Guénon nos recuerda en esta obra que "el sentimiento no es mas que relatividad y contingencia y que una doctrina que se dirige y actúa sobre este sentimiento no puede ser ella misma más que relativa y contingente. Esto puede observarse particularmente respecto de la necesidad de "consuelos" a la que responde en gan medida ese punto de vista religioso.

La verdad, en sí misma, no necesita en absoluto ser consoladora. Lo intolerable es que los credos exotéricos se valgan precisamente de las emociones para dominar a las masas como señaló muy justa y certeramente Oswald Wirth. Debemos, eso sí, comprender que no puede haber conflicto entre la Metafísica y la religión o las ciencias, pues sus dominios respectivos se hallan profundamente separados. Debe comprenderse que un "progreso" indefinido de la una o de las otras en nada afecta a lo metafísico pues sus dominios respectivos son esencialmente disjuntos. Guénon se plantea muy adecuadamente la pregunta acerca de si la religión es lo que liga al hombre con un principio superior o simplemente lo que liga a los hombres entre sí. En este aspecto es donde se observa una degradación del conocimiento tradicional. Al respecto Guénon puntualizó que en este proceso es donde más claramente se advierte que los símbolos degeneran en meras alegorías y luego en mitos antropomórficos "es decir en fábulas de las que cada uno puede creer lo que le parezca bien" . Precisamente esta decadencia en el tiempo del credo y del culto es una señal inequívoca para distinguir entre el mero hecho religioso y lo puramente metafísico pues repetimos, esto último es de naturaleza esencialmente atemporal e inmutable. Nada más absurdo que hablar de evolución, progreso o descubrimiento en este orden de cosas pues esas nociones sólo tienen sentido en el orden físico o temporal. Lo mismo exactamente se aplica a los conceptos de hipótesis y de intuición sensible pues estos suponen, además de una componente sensitiva y vital "un margen de error, duda o contingencia del que lo metafísico carece por ser la certidumbre misma su carácter intrínseco". Nótese bien que en el orden metafísico el conocimiento no sólo es incontestable sino que además unifica al sujeto y al objeto pues en este orden de cosas "conocer es ser". Se trata, en síntesis, de una facultad de orden superior a la razón individual y de su actividad propia lo que aquí se halla en juego. Guénon señala el carácter no discursivo de esta facultad que actúa en forma instantánea y directa y que constituye la intuición intelectual "a la que la filosofía moderna (siguiendo a Kant) niega porque ella no la comprende... puede ser designada como el intelecto puro, siguiendo en esto el ejemplo de Aristóteles y de sus continuadores escolásticos".

Bien entendido, esta intuición intelectual no es contraria a la razón pues en rigor la desborda ampliamente y "se halla por encima de aquella, la que no puede intervenir aquí sino de una manera completamente secundaria para la formulación y expresión exteriores de estas verdades que sobrepasan su dominio y su alcance".

Incluso señala Guénon el hecho irrebatible que la intuición intelectual, en virtud de la unificación del conocedor con lo conocido, es una facultad que no puede ya considerarse de orden individual.

También es menester imprescindible -agrega Guénon- no confundir esta facultad intelectual con la intuición ordinaria con la que nada tiene en común. Esta última forma de intuición es una posibilidad puramente sensitiva y vital que, en rigor, se halla por debajo de la razón en cuanto rango.

Si bien los "filósofos" actuales no comprende ni perciben estos hechos no ocurría así con los antiguos. Aristóteles en los "Últimos Analíticos" (Libro II) declara que "el intelecto es más verdadero que la ciencia".

Esto último resulta por cuánto además de no ser discursivo e inmediato en su accionar no es distinto de su objeto y es inseparable de la verdad misma.

Aristóteles (loc. cit.) afirma expresamente "Entre los haberes de la inteligencia en virtud de los cuales alcanzamos la verdad hay unos que son siempre verdaderos y otros que pueden caer en el error. El razonamiento es de éstos últimos pero el intelecto es siempre conforme a la verdad y nada hay más verdadero que el intelecto" . Parejamente sostiene Juan de la Cruz:
"Éntreme donde no supe y quédeme no sabiendo toda ciencia trascendiendo...”
y agregando luego
"Y es tan alto este saber que los doctos y los sabios no lo pueden entender".

Incluso Maritain (dentro de sus limitaciones obvias) se ve obligado a reconocer la posibilidad del conocimiento metafísico ("Los grados del saber") pero, en el colmo de la estolidez, lo subordina a... la teología y al misticismo lo cual equivale a invertir por completo el orden natural de las cosas. Basta recordar al respecto a un charlista hindú contemporáneo (Krishnamurti) que señaló acertadamente que "un teólogo es un señor que elabora un sistema lógico en base a ciertas ideas fijas". El gran error que se repite incontables veces es querer interpretar la vivencia de orden intelectual-espiritual de Juan de la Cruz en términos místicos en lugar de hacerlo en términos iniciáticos. Tal vez la "Santa" Inquisición tuvo que ver ab ovo con tales ópticas absurdas pero lo cierto es que su relectura (así como la de Teresa de Avila) por parte de quién se halle sólidamente munido de conocimientos tradicionales es tarea repleta de preciosos descubrimientos y valiosas sorpresas. Otro tanto cabe afirmar de algunos escritos de Rosa de Lima (hoy, cosa curiosa, inhallables...) donde la autora representa con dibujos inequívocos el gradual despertar del Anahata o chakra cardíaco (empleando aquí nosotros la usual terminología sánscrita).

Guénon plantea por cierto hechos que son inatacables pero que, por definición, nada tienen ni pueden tener de novedosos pues se insertan uno tras otro en el más estricto punto de vista tradicional. Lo paradójico es que tales ideas resultan "revolucionarias" a los ojos de los "filósofos oficiales", lo que es prueba acabada de la mediocridad y limitación de las doctrinas que estos últimos sostienen con todo el ardor de sus mentes confundidas.

George Vallin en su tesis de La Sorbona (tal vez la primera de inspiración guénoniana) reacciona vigorosamente contra tal estado de cosas. Allí escribe este autor "Como filósofos somos perfectamente conscientes de la insolencia que constituye ante los ojos de los sostenedores de las ideologías dominantes de hoy el retorno a esta noción gastada y desacreditada de "metafísica". Pero esta insolencia nos parece más que nunca necesaria y justificada pues trae Guénon aquello a lo que llamamos "metafísica" no tiene nada en común con lo que la tradición filosófica occidental asocia a esta palabra desde Aristóteles".

El paso siguiente de vuestra tarea es precisar aún más las características de tal conocimiento metafísico. Naturalmente aquí el problema -como precisara Guénon con justísima razón en el Avant - Propos de "Introduction générale..." -es hallar a los pocos occidentales con la mentalidad requerida para comprender en profundidad tales doctrinas, los que se hallan por desgracia en abrumadora minoría.

Sin embargo, estos poquísimos justifican totalmente el esfuerzo a emprender mientras que los restantes deberían simplemente aguardar su hora... Además es justo señalar con Guénon mismo que el Occidente jamás haya ofrecido algo similar aún en forma parcial e incompleta. Vaya esto para dar por tierra definitivamente con las pretensiones absurdas de ocultistas, teósofos, espiritistas y cien mil otras corrientes de patrañas, estafas, perversiones e insania mental. Lo increíble es que se ha pretendido y se pretende presentar tales cosas al mundo occidental como manifestaciones de "espiritualidad" cuando en rigor sólo son manifestaciones de la pseudo-iniciación (terminología guénoniana por excelencia) en todos sus aspectos.

En cada una de estas tendencias son "los bajos fondos del mundo sutil" que hacen presa de los desprevenidos que parecen cada vez ser más numerosos. Las turbias aguas de la “New Age” son muy propicias para este tipo de cosas. Una precisión importante: no debe confundirse en la literatura guénoniana "pseudo iniciación" con "contra iniciación" pues, como subraya Guénon, esto equivaldría a confundir los delitos con el delincuente.

Algo diremos aquí sobre el dilema de la personificación del mal por una entidad no humana. Condicionado al parecer por las innumerables tonterías que en su juventud le inculcara un preceptor eclesiástico y más tarde por sus creencias islámicas, Guénon insiste en la existencia de un tal personaje. Nosotros sostenemos la posición contraria, pues cada uno puede darse cuenta por un simple razonamiento que una tal objetivación del mal sólo podría tener una existencia contingente propia del mundo de las dualidades, único en el que podría caber en lo posible sin llegar a contradicción. Pero, precisamente esto conduce a desbaratar la concepción errónea de la existencia de un tal ser con argumentos que nos provee Guénon mismo en su célebre artículo "Le Demiurge" y que analizaremos en profundidad en un tercer artículo dedicado al problema del mal. Baste recordar aquí, no obstante, que lo dual tiene sus raíces en lo no-dual (recuérdese la parábola de Sri Krishna en el Srimad Bhagavad Gita en que se refiere al árbol áswattha cuyas raíces estan arriba y sus ramas se extienden hacia abajo. Edición Suddha Dharma Mandalam -Adhyaya VII. Basta esta mención para hacer completamente inteligible el sentido de la cuestión a quién posea las necesarias calificaciones y preparación para ello).

Retornando a la Metafísica genuina (única que nos interesa) conviene ante todo ahora precisar sus relaciones con la tradición esotérica. Para ello conviene ante todo distinguir entre tradición genuina y pseudo-tradiciones. Estas últimas se caracterizan por no poder alegar en su propia defensa otro título serio que una mayor o menor antigüedad. Naturalmente y como hemos ya visto, desde el punto de vista metafísico esta antigüedad no significa absolutamente nada, En contraposición, una forma tradicional genuina es la que aparece como caracterizada por los elementos inconfundibles que hacen a lo que con Guénon hay que denominar necesariamente universalidad de la tradición. Estos elementos son "aquellos que tienen su razón profunda de ser en una dependencia más o menos directa pero siempre volitiva y consciente de una doctrina cuya naturaleza fundamental es, en todos los casos, de orden intelectual. La intelectualidad puede hallarse aquí en estado puro, caso en el que nos hallaremos frente a una doctrina metafísica propiamente dicha o bien hallarse entremezclada con diversos elementos heterogéneos, lo que da nacimiento al modo religioso u otros modos (de expresión) de los que es susceptible una doctrina de orden tradicional" ("Int. Générale..." Cap.III). Naturalmente lo mismo se aplica, a las instituciones tradicionales. Entre los dos tipos de doctrinas señaladas, las de tipo metafísico puro y las de tipo metafísico-religioso, existen sin embargo diferencias esenciales que, por una elemental razón de buen sentido nos obligan a rechazar categóricamente a las segundas. Desde luego esta razón no es otra que la fuerte componente emocional-inferior que impregna a las concepciones religiosas que es esencialmente opuesta a toda realización individual y concreta en el orden ontológico metafísico. Súmese a esto la irracionalidad flagrante de los dogmas y no hará falta más para justificar nuestra elección. Es necesario poseer una mentalidad muy limitada para conformarse con un "credo quia absurdum est"... No se olvide además que la fé ciega es la negación del saber: quién sabe algo no necesita creerlo, ignorancia y creencia son hermanas inseparables. La perspectiva metafísica es precisamente la que permite al hombre librarse de tan indeseable combinación y parentela. Darse cuenta de este hecho es cosa que muchos deben agradecer a la obra de René Guénon.

Hemos destacado antes la universalidad del conocimiento metafísico pues, por excelencia y aún desde un punto de vista meramente académico, la metafísica no es sólo "lo que se halla más allá de lo físico" sino, además, el estudio y conocimiento de los principios de orden universal, únicos a los que conviene verdaderamente tal calificación de principios, como con justeza señala Guénon. Esto mismo hace que dar una definición útil y coherente de metafísica sea tarea rigurosamente imposible pues definir implica limitar y esto último no se aplica a lo universal. Una definición sería tanto más inexacta cuánto más nos esforzamos en tornarla precisa fijando límites a lo universal. La única salida posible a esta dificultad es considerar el "espacio de lo posible" como Guénon hace con ricos frutos en partes de su obra de las que nos ocuparemos en otro lugar, no sin señalar aquí que en esto parece nuestro autor haber recorrido similares caminos que el olvidado gran filósofo alemán Cristian Wolff (16791754) y se diría que ha habido no poca influencia de éste último en el francés. Desde luego, si nos atenemos a un punto de vista tradicional estricto, tales cosas sólo carecen de importancia sino que, además, son de esperar pues el conocimiento se halla más allá de toda localización temporal o geográfica: "Todo aquello que es susceptible de ser conocido puede haberlo sido por ciertos hombres en todas las épocas". Que la vanidad de ciertos individuos se niegue a aceptar esto como hecho sólo prueba esa vanidad pero no desmiente en modo alguno lo que señalamos...

Es más, ya se señaló que un avance o "progreso" indefinido de cualquier campo del conocimiento no interfiere con lo metafísico sino que, más bien, se desprende de este campo más elevado e idénticas consideraciones cabe hacer en relación a lo que (con abuso de lenguaje) podríamos denominar el "conocimiento religioso". En rigor la inmutabilidad esencial de lo metafísico proscribe por siempre ideas tales como "evolución" y "progreso" de su seno. Estas concepciones quedan pues relegadas al campo de lo material y contingente y debe observarse además que cualquier adelanto, ilusorio o efectivo, sólo puede tener origen en la incertidumbre y en la ignorancia. Por el contrario, como se ha visto, en el campo metafísico sólo caben certidumbres como nota intrínseca esencial. Análogas dificultades surgen en relación a la experiencia, única vía para acceder al conocimiento en tanto no se abandone el campo sensible y material.

La dificultad mayor en el campo metafísico es precisamente ésta, pues, si cabe hablar allí de "experiencia", no se puede hacer otro tanto con el "experimentador" en vista de la innegable "disolución de límites" que el hecho metafísico supone. Podemos afirmar sin error que la experiencia metafísica es pero no hay más allí un "observador" aislado que la atraviese. Inútil dar mayores detalles pues sólo nos acarrearía la gritería de los beocios y lo dicho basta para el que entiende.

Con Lao-Tse hay que repetir, "Sapiente no habla, hablante no sabe", lo que además es inevitable en lo tocante a la inefabilidad de la experiencia iniciática auténtica de la que cabe afirmar en conciencia que corresponde, salvo otros detalles, a una "unitotalidad" sin parangón en lo que hace a estados de conciencia ordinarios.

La mentalidad normal, profana e ignorante de estas cuestiones, halla además muy arduo, como señala Guénon, distinguir entre concebir e imaginar y, por ende, representar adecuadamente aquello que en realidad carece de representación sensible.

Prueba de ello es que el individuo corriente para imaginarse lo infinito recurre a un espacio (que sólo es indefinido), mientras que su representación de la eternidad (la que es esencialmente atemporal) no será más que una extensión indefinida del tiempo. Tales reacciones y actitudes son, por supuesto, lo opuesto a la intelectualidad pura y la evidencia de la carencia de aptitudes en tal sentido. En su exposición "La Métaphysique Orientale" ya citada, Guénon afirma categóricamente que quién no pueda salir del punto de vista de la sucesión temporal para representarse la totalidad de las cosas de manera simultánea es incapaz de la menor concepción en el orden metafísico. Bien entendido, esto no basta sino que sólo constituye un adecuado punto de partida para ulteriores desarrollos, bien prolongados y arduos por cierto.

Lo dicho es suficiente para poner en claro que hay una atrofia en el occidental, limitado como lo está a condicionar su intelecto a lo racional e imaginativo (y esto último incluso en forma restringida).

De aquí la dificultad de captar en manera profunda y valedera un género de conocimiento que se nutre en lo in-formal y universal para aquellos que solo se han ejercitado en su vida en captar nociones de naturaleza formal e individual.

Una ayuda que cabe calificar de muy valiosa en tal sentido es el simbolismo que constituye la representación analógica tan natural como espontánea de lo informal. El hecho de que los símbolos se hayan venido usando desde la más remota antigüedad se debe a su virtud catalítica en cuanto a despertar o evocar en nosotros concepciones metafísicas de las que constituye el lenguaje por excelencia; máxime allá donde las palabras y el hablar ordinario se revelan insuficientes. Guénon destaca en primer lugar como símbolos originalmente metafísicos han podido transformarse por un proceso de adaptación y asimilación (degradación?) en símbolos religiosos. Por otro lado -agrega- los ritos poseen asimismo un carácter eminentemente simbólico y, en definitiva, se revelan como provenientes en todos los órdenes (religioso, social, político) de fuentes tradicionales, metafísicas en su esencia. Guénon no pretende que todo rito se reduzca a un símbolo sino que les reconoce un valor y eficacia adicionales en tanto que medios de realización tendientes a un fin al cual ellos mismos se adaptan y subordinan. En este punto debe señalarse que Guénon se aparta un tanto de la enseñanza metafísica tradicional, la que sostiene que los rituales y ceremonias son papilla útil para los menos adelantados pero deben ser dejados paulatinamente de lado a medida que el despertar se haga más y más efectivo: lo esencial es solo y siempre la meditación y las disciplinas preparatorias para esta. Símbolos, ritos y fórmulas verbales no son más que puntos de apoyo para elevarse a algo más allá de nuestra realidad y ésta es su razón única de ser.

El yerro corriente de los orientalistas (y especialmente de aquellos sectarios) ha sido querer ver en los símbolos orientales nada más que su forma externa, al ser incapaces de distinguir entre lo representado y su representación.

Nada más común que oir hablar por ejemplo, del erotismo de los templos hindúes pues para una mentalidad profana y materialista es imposible distinguir la experiencia supra física (a la que no conoce) en sus representaciones y alegorías por medio del amor humano. Los ejemplos podrían multiplicarse y así es que los orientales deben cargar, por ejemplo, con el fardo del politeísmo que les endilgan los "especialistas" incapaces de ver más allá de sus narices en materia metafísica (y que son amigos además de rotular los logros ajenos con etiquetas provenientes exclusivamente de sus cortos alcances). Cuenta Guénon como un árabe dejaba clasificar benévolamente sus concepciones espirituales como "un panteísmo a la Spinoza" por parte de eruditos occidentales. Luego, cuando el árabe se informó verdaderamente de lo que se le estaba diciendo rechazó con verdadero horror tan estúpida e inexacta afirmación. Esto del panteísmo no es nuevo y tal concepto se usa a menudo como brulote contra las más excelsas doctrinas metafísicas hindúes (que nada tienen de panteístas) por parte de individuos que sostienen convicciones confesionales que en la India sólo podrían concebirse en la boca de un niño de a lo sumo cinco años de edad... La idolatría sobreviene a veces como degradación de un símbolo cuando éste resulta, por así decirlo, víctima de un antropomorfismo grosero que se niega a seguir viendo en una representación las nociones de orden más elevado que en ello se simbolizan. Esto tuvo lugar ciertamente en Grecia pero jamás se produjo cosa análoga ni en la India ni en la China a pesar de la insistencia nada imparcial con que se ha denunciado tales presuntos hechos.

Guénon completa el perfil de la metafísica auténtica cuidando de distinguirla no sólo de sus falsificaciones occidentales sino además y muy especialmente de toda suerte de "psicologismo" con el que puede pretenderse emparentarlas. Nos remitimos a su artículo "Tradición e Inconsciente" (reproducido en Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada) y al Capítulo XXIV “Los desmanes del psicoanálisis” de "El Reino de la Cantidad y los signos de los Tiempos" no solo para poner de manifiesto el nulo valor de tales concepciones del hombre, sino además para denunciar qué es lo que en realidad se mueve tras la turba de movimientos psicoanalíticos. No cabe duda de que la lucidez implacable de Guénon sobre éstos y otros puntos de vista le haya valido la creación del mito "Guénon fascista" por parte de ciertos sectores con los que la naturaleza se mostró poco pródiga tanto en sentido ético como en comprensión metafísica...Otro tanto y más cabe afirmar de quienes sostienen que recibió dinero para escribir su tan valioso libro sobre el engaño del teosofismo.

Por supuesto todas esas afirmaciones son burdas infamias (como bien podría esperarse) pero vale la pena destacar aquí los comentarios de Paul Sérant al respecto en su muy lograda obra sobre Guénon (valiosa al punto que es tan plagiada como poco citada por diversos autores).

Es evidente, por lo demás, que una auténtica metafísica no puede tener relación con la psicología así como no puede tenerla con la fisiología cosa que no comprendió por cierto William James al escribir sus "Varieties of Religious Experience".

Pretender, como lo hacen ciertos exploradores del "inconsciente", darle una base psicológica indica además de la ignorancia de aquellos, el querer hacer depender lo universal de lo individual y el principio de sus consecuencias. Nada tiene esto de extraño en una ciencia agnóstica que se desarrolla haciendo caso omiso precisamente de los primeros principios y sin el menor vislumbre de alguna forma de trascendencia.

Igual absurdo sería pretender darle a lo metafísico un fundamento de tipo moral o religioso. En rigor estos dos últimos puntos de vista no parecerían tener otro objeto que hacer la vida en sociedad posible y soportables y así resultan (a pesar de la necesidad del primero) tan contingentes y limitados como se pudiera imaginar. Repitamos una vez más con Guénon que no puede ser verdaderamente metafísico sino aquello que sea absolutamente estable, permanente e independiente de toda contingencia histórica o de cualquier otro tipo (lugar, costumbre o circunstancia). La moral y la religión no revisten por cierto estas características por más que se suela pretender, arteramente, para la segunda un valor atemporal que jamás poseyó.

Del mismo modo resulta que las concepciones filosóficas tales como idealismo, panteísmo, espiritualismo, materialismo, que llevan el sello del carácter sistemático del pensamiento occidental, tampoco pueden tener nada que ver con la auténtica metafísica. Esta, por excelencia, no es ní de Oriente ní de Occidente, se halla más allá de toda forma, estilo y contingencia y es, por esencia, universal. El hecho de resaltar el aspecto oriental o las fuentes de ese origen resulta, bien entendido, pura y exclusivamente por una cuestión de comodidad pues no es posible hallar de las doctrinas que nos interesan en estado puro sino es en el Oriente. Esto es particularmente aplicable a la India, pero de ninguna forma patrimonio exclusivo de ésta. Tampoco es cuestión aquí de pretender destacar las doctrinas esotéricas orientales en contraposición a las puramente exotéricas, pues esto es una cuestión de grados. Es frecuente que en una escuela iniciática tradicional del Oriente se reconsideren las mismas cuestiones una y otra vez aportando quien enseñe luces nuevas y reinterpretaciones de profundidad creciente de los mismos conceptos, resaltando aspectos que se hallaban ya contenidos en germen o en forma virtual en las etapas anteriores. En definitiva -como hace Guénon- sólo cabría aquí de hablar de un esoterismo natural pues cada uno llega hasta donde su naturaleza misma le impone límites que le son imposibles de franquear.

Naturalmente los modos de expresión varían de escuela a escuela, cada una de las cuales tiene su propia modalidad inherente pero la esencia es absolutamente invariable.

Con esto llegamos al punto central del presente trabajo por razones que enseguida se harán evidentes. En efecto, si no se diera toda una todopoderosa razón de orden práctico en cuanto al significado concreto y ontológico, elevador y reintegrativo de la vivencia metafísica, lo mismo daría una enseñanza de este tipo que otras que no rebasaran meros niveles morales, religiosos o filosóficos. Esto no es así, lo que pone además de manifiesto algo esencial que es el origen supra humano de la Tradición Primordial. Claro esta que el mejor (e irrefutable) argumento para probar este origen es la unidad esencial de sus manifestaciones. Reencontramos el mismo género de experiencia metafísica en todo tiempo y lugar. Con Guénon hay que subrayar: no solamente es posible superar así la naturaleza humana tal como se la conoce sino que estamos frente a hechos que sólo la ignorancia y la estupidez pueden negar, cuando no se trata simplemente de la mala fé de los "pensadores" occidentales.

La gran dificultad, la que no debe por supuesto ser soslayada, es que el hombre en tanto que conserve su estado "normal" no puede acceder al conocimiento metafísico, pues éste es, intrínsecamente, no-humano.

Es pues menester una preparación o cambio para que el individuo pueda llegar efectivamente a la toma de conciencia efectiva de los estados supra-individuales. Tales estados -subraya Guénon- son el objeto de la metafísica o, mejor aún, el conocimiento metafísico mismo. Si tal cambio es posible la pregunta obvia es cuál es el camino para ello. En rigor la respuesta es ardua no solo per se sino en función de las reacciones que puede provocar en audiencias mal preparadas para recibirla. No sólo es posible sino que es como afirmó rotundamente Guénon en su exposición en La Sorbona ya citada.

Vayan para reforzar estos testimonios otros como los del Dr. Roger Godel ("Ensayos sobre la experiencia liberadora") y del Dr. Bucke ("Cosmic Conciousness") aún cuando todo se torne como un clamor en el desierto pues no hay peores sordos que los que no quieren oír.

Adoptando por un instante otro enfoque diremos simplemente que todo consiste, al menos en una primera etapa, en descubrir fácticamente nuestra esencia y verdadera naturaleza. El primer paso para ello es el conocimiento "teórico" pero en esto hay por ciero más que teoría y esto sólo es el primer paso hacia la realización efectiva. Aristóteles afirmaba claramente que un ser es cuánto él conoce. Aquí se trata precisamente de eso y nos hallamos así ante la base misma de la realización metafísica que es, como ya se dijo, la identificación por el conocimiento.

Guénon subraya que lo que en Aristóteles era simple enunciado aislado se vuelva completa realidad en el marco de lo que los orientales entienden por realización metafísica (algo que prácticamente resulta inconcebible para el occidental contemporáneo sumergido en una "civilización" anormal y desviada).

Se desprende claramente de lo ya expuesto que no podemos entender esta realización metafísica como una consecuencia o efecto de una serie de medios sino como toma de conciencia de una realidad permanente e invariable que se desarrolla más allá de todo transcurrir temporal. Luego, es menester coincidir con Guénon en que no existe nada en común entre una tal realización y los medios que la preparan o que resultan en algún modo conducentes. En relación con estos medios es conocida la trilogía hindú Gnana-Iccha-Kriya (Conocimiento-Deseo-Acción) en cuanto que cada una resulta indispensable (aún cuando Guénon no pone el énfasis necesario en la segunda).

De todas maneras el aspecto esencial recae en la práctica de la concentración, algo muy distinto de lo que el occidental comprende o designa con ese término. Nos abstenemos aquí de usar otros vocablos comúnmente empleados al respecto tales como "meditación" o "contemplación", pues también encierran connotaciones indeseables. De hecho poco o nada en común tienen las prácticas tradicionales en tal sentido con las incontables falsificaciones que circulan en Occidente y aún en Oriente mismo, fruto la mayoría de las veces de la incomprensión o simplemente de la excentricidad. La increíble oleada de imbéciles que se han interesado por estos temas en los últimos años en Occidente no contribuye precisamente a la clarificación de las ideas.

No corresponde entrar aquí en la descripción de las fases de una tal realización (que Guénon detalla a grandes rasgos en "La Metaphysique Orientale"). Digamos si que nos sorprende no hallar en cambio ninguna mención en sus obras a la ciencia del Anubhava en cuanto reconocimiento de los hitos en el camino que conduce a tal meta. El Anubhava o reconocimiento de la experiencia espiritual es, por excelencia, parte del patrimonio de las genuinas escuelas iniciáticas tradicionales con las que se supone usualmente que Guénon estuvo en contacto. Nos proponemos volver sobre esta cuestión importante en futuros trabajos de los cuales el primero estará dedicado al problema del mal y a la doctrina de los estados múltiples del ser.

Es menester concluir con Guénon que el ser humano es a la vez mucho más y mucho menos de lo que normalmente se sospecha en Occidente. Es mucho más por sus posibilidades potenciales de superación más allá de la modalidad que adopta como manifestación en el mundo físico. Pero es además mucho menos en cuánto que esa manifestación no es más que una apariencia fugaz que reviste su verdadera esencia la que no es otra que el Ser atemporal e inmutable.