sábado, septiembre 03, 2022

"René Guenon" y la Crisis del Mundo Occidental

Dr. Carlos Raitzin (Dr. Spicasc)
(Publicado en "HITOS" No. 10, 1979)

En estos tiempos que corren todos hemos asistido al "fenómeno René Guénon". Súbitamente, el interés por un autor que se dirigió a restringidas minorías aumenta y por doquier en ciertos círculos filosófico-esotéristas y también fuera de ellos, se oye hablar de cosas tales como "las ideas de René Guenón" o bien de "su enseñanza" poniendo asi de manifiesto que no se ha comprendido lo esencial de la voluminosa producción que él legara. La necesidad impostergable de una clarificación me ha movido a encarar la redacción de este artículo donde no pretendo otra cosa que aclarar a Guénon mediante Guénon mismo, renunciando de antemano a todo deseo de originalidad o a la ilusión de pretender conciliar concepciones esencialmente irreconciliables. No dudo que en una exposición de éste género muchos puntos de vista resultaran duros e inaceptables para quienes se hallen embanderados con ciertas corrientes de pensamiento a las que Guénon condenó sin remisiones.

Deseo ubicar a este autor en una perspectiva correcta, la que probablemente poco o nada tendrá que ver con las ideas y/u opiniones con las que cada uno puede haberse encariñado. Para dar un ejemplo trivial, nada más claro que la condena abierta de Guénon, condena violenta y sin retaceos al ocultismo occidental, a la Sociedad Teosófica y el teosofismo en general, y el espiritismo en todas sus formas. Si algún representante de estas líneas de pensamiento hallara en Guénon alguna coincidencia con sus propios puntos de vista, debe ser advertido de antemano que esta coincidencia es probablemente superficial y a pesar del autor mismo que nos ocupa, quien hubiera sin duda deplorado una tal concordancia. Por ello, y en aras del amor a la Verdad, mas vale rechazar in toto a Guénon que pretender ajustarlo a moldes que él fustigó en vida con la mayor energía. Es una lamentable tendencia de la mente humana el "querer guardar el vino nuevo en odres viejos", es decir, querer identificar concepciones nuevas con las propias y diferentes. Aquí no es posible intentarlo, so pena de que las distorsiones resultantes sean tan severas que invaliden completamente nuestra representación intelectual de los esquemas guenonianos.

De lo anterior surge claramente que sería grave insensatez querer clasificar a Guénon entre los ocultistas, teósofos y espiritistas. Hablar de él como esoterista resulta demasiado vago y general y, por ende, peligroso pues se aparta demasiado de lo que normalmente colocamos dentro de esa clasificación. Otros han querido ver en Guénon a un Gurú (Ananda Coomaraswamy), a un metafísico (Paul Chacornac), a un Gnani (Marco Pallis), pero en cada una de estas clasificaciones resuenan atributos y consonancias que no se ajustan a Guénon sino en escasa medida...

Por ejemplo, querer llamar a Guénon metafísico o historiador supone reconocerle un aporte original o, más precisamente, algo surgido de su personalidad mundana. Pero es él, precisamente, quien desmiente esto en la forma más terminante al afirmar que "nosotros solamente hemos querido mostrar... que nada hemos inventado y que las ideas que exponemos tienen una fuente tradicional" ("L'Homme et son Devenir selon le Vedanta", pág.8, 1978).

Hablar en consecuencia de "sus ideas" o de "sus enseñanzas" se torna un despropósito en base a sus mismas afirmaciones. Solo cabría, en justicia, hablar de la originalidad en cuanto a su genial elaboración de determinadas concepciones metafísicas tradicionales ya que, en efecto, su obra es única en tal sentido en Occidente en cuanto a brindar una perspectiva unificada de lo que es y de lo que no es esta Tradición Universal a la que él se refiere constantemente.

Básicamente esta Tradición Universal sobre la que se apoya toda la obra guénoniana constituye lo que se ha dado en denominar la Herencia Sagrada de la humanidad y es esencialmente única si bien adopta formas de expresión diferente de acuerdo a las circunstancias de tiempo y lugar.

Esta Tradición es, por excelencia, el saber absoluto y atemporal que nace y se nutre de la experiencia metafísica. Es por ende incontestable, es decir no puede ser objeto de polémicas a mero nivel racional. Esto naturalmente solo podrá ser comprendido y aprobado por quien haya atravesado la correspondiente vivencia. Quién no se halle en esa situación deberá abstenerse de emitir juicios pues simplemente no solo lo ignora todo sino que, como se dijo, esta incapacitado para comprender la naturaleza de una tal experiencia precisamente porque no fue propia. Señalemos de paso que la Tradición Esotérica nada tiene en común con los dogmas de tipo religioso pues estos últimos no pasan de ser enunciados arbitrarios cuya raíz u origen no supera generalmente el plano de las emociones. Quien pueda encontrar chocantes estas afirmaciones hará bien en remitirse a la lectura de la célebre obra de Rudolf Otto "Das Heilige". En su tercer capítulo y refiriéndose a lo numinoso el autor señala que quién no haya experimentado o no pueda representarse una experiencia de este tipo simplemente debe renunciar a la lectura de su libro (y yo agrego: del presente artículo). Para mayor abundamiento respecto de la experiencia metafísica no creo que se pueda dar una referencia más adecuada que el maravilloso libro "Cosmic Consciousness" del Dr. Richard M. Bucke. Por lo demás bueno será aclarar para el lego que la Tradición a la que me vengo refiriendo, lejos de ser una fantasía guénoniana, es una realidad que puede comprobarse cuando se investigan con actitud serena, imparcial y lúcida las enseñanzas metafísicas de los más diversos pueblos en todas las épocas.

Por otro lado, la Metafísica en Guénon nada tiene que ver con lo que normalmente se enseña bajo ese título. Para él, en Occidente solo se conoce una pseudo-metafísica y los estudios previos en tal sentido solo podrían (sic) "constituir un obstáculo (para la comprensión) en razón de la deformación mental a menudo irremediable que es la consecuencia harto frecuente de un determinado tipo de educación" ("L'Homme et son Devenir", pág.10, 1978), agregando más adelante (loc. cit.) "estimo no tener que preocuparme de agradar a los unos o de desagradar a los otros, sino, y ante todo, quiero poner en claro lo que las cosas son y atribuir a cada una el nombre y rango que normalmente le convienen". Para apreciaciones aún más duras sobre las escuelas y doctrinas precitadas conviene, en aras de la cortesía, remitir por ahora directamente a la lectura de sus obras. Habrá tiempo para retomar el tema, aportando una serie de precisiones complementarias al respecto.

Debe aquí efectuarse otra aclaración, la que hace a la terminología guénoniana y que será útil en lo que sigue. No debe confundirse ni por un instante lo que es meramente racional con lo que pertenece al campo propiamente intelectual. De hecho, lo intelectual funciona a todo nivel pues de lo contrario no sería posible ningún fenómeno ni estado de conciencia. En cambio lo racional, basado únicamente en la elaboración lógica de los datos de los sentidos, se detiene mucho antes y obviamente se ve rebasado ampliamente por el conocimiento metafísico, esencialmente supra racional y supra sensorial y al cual no puede tener acceso por sí mismo. En lo que sigue deberemos extendernos sobre este punto y otros similares, puesto que es indispensable aclararlos para familiarizarnos adecuadamente con una terminología tan peculiar como precisa.

En lo que a mi mismo respecta, quiero, como hacia Guénon, permanecer estrictamente en el plano de los principios e ideas, es decir, más allá de toda polémica o partidismo. Dejo, sin embargo, categórica constancia en cuanto que no puedo coincidir con Guénon en sus ataques a la democracia, en sus reiteradas afirmaciones de que el diablo existe como entidad objetiva no humana (lo que considero pueril...) y en sus continuo denuestos contra la Ciencia. Simplemente, es mi honestidad intelectual la que me obliga a respetar las opiniones de Guénon en estos puntos y a exponerlas sin alteración en el presente artículo, aún cuando no esté de acuerdo con ellas.

EL MUNDO OCCIDENTAL EN CRISIS

En la Introducción señalé que en gran medida se ha hecho frecuente hallar a personas provenientes de los mas distintos campos del conocimiento que se interesan por la obra de René Guénon. Nota curiosa, casi todos empiezan por el aspecto de las exposiciones guénonianas por donde debieran concluir. Esto precisamente por ser ese aspecto el más abstruso y el que requiere una mejor formación previa en materia de metafísica para poder ser comprendido cabalmente. Me refiero, claro está, al aspecto simbolismo. Querer hacer las cosas en este orden, sin atender a un orden lógico y necesario, supone condenarse voluntariamente al fracaso en cuanto incomprensión de los esquemas guénonianos. Toda la obra del autor que nos ocupa esta presidida por un esquema lógico y cronológico que surge de las necesidades mismas impuestas por los asuntos tratados en lo que hace a claridad y posibilidad de comprensión. El Simbolismo presupone la Metafísica y las motivaciones para esta última deben hallarse en un conocimiento adecuado de la crisis del mundo actual, en las raíces de esta crisis y en el peligro de aceptar como pseudo-remedio las falsificaciones corrientes en materia espiritualista. Indagar que hay realmente detrás de tantas escuelas de falsedades, cada una de las cuales se ve con derecho a distorsionar la Tradición Esotérica será parte del programa.

El libro "Orient et Occident", publicado en 1924 fue, históricamente, la primera gran denuncia de Guénon sobre el verdadero estado de la civilización occidental en decadencia. Esta denuncia se prolonga en la "La crise du monde moderne" (1927) y culminará en "Le regne de la quantité et les signes des temps"(1945). Estas tres obras constituyen un todo, una unidad coherente en cuanto a diagnóstico y pronóstico del devenir de nuestra civilización y estimo en consecuencia que debemos analizarlas en bloque debido a la innegable continuidad de pensamiento que revelan.

El argumento de Guénon es claro y preciso. A lo largo de la historia humana tan solo ha existido una civilización que se desarrolla en un sentido puramente secular y material. Esa civilización, absolutamente desacralizada y que ha perdido ya hace mucho tiempo las reales posibilidades de lo intelectual, no es otra que la nuestra. La causa de esta decadencia ostensible que desemboca en el egoísmo, la maldad y la violencia del hombre de nuestros días debe buscarse en que la inteligencia se orienta más y más hacia objetivos prácticos y materiales, renunciando paulatinamente a toda finalidad especulativa superior (en cuanto al nivel del conocimiento a alcanzar).

Inútil negarlo, -puntualiza Guénon- . Basta mirar a nuestro alrededor para darse cuenta sobrada de que esa es la mentalidad de la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos. El crimen de la inteligencia a partir de Bacon y Descartes es reducir a la filosofía a la razón y a la experiencia. Negar todo conocimiento puro de orden supra racional o bien ignorarlo deliberadamente es abrir la vía al agnosticismo y positivismo que no solo limitan a la inteligencia sino que, además, necesariamente, nos han de conducir al fin de un ciclo, lo que podría no ser otra cosa que la destrucción del mundo actual con pseudo-civilización. Y resulta aún más extraordinario que el hombre de Occidente actual, ciego en esta carrera de materialismo y sensualismo, considera al engendro monstruoso que ha fabricado como el paradigma de la cultura que debe servir como patrón y contraste del progreso de los pueblos en todo tiempo y lugar.

En relación a este último punto Guénon se extiende ("Orient et Occident", pág. 33 y sigs.) sobre un aspecto del más alto interés y que sirve para clarificar lo mucho que se aparta la mentalidad corriente de nuestra época del enfoque de la Tradición Esotérica. El hombre de nuestros días, precisa Guénon, ha limitado tanto la inteligencia a lo puramente racional que ha llegado a confundirse en cuanto a considerar el sentimentalismo emotivo como una reacción al materialismo de la época. Esto, desde luego, no es así sino que, en rigor, materialismo y emotividad son inseparables entre sí, dos caras de la misma moneda que es la naturaleza inferior o, mejor aún, autolimitada del hombre.

La consecuencia grave de estas pseudo-reacciones contra el materialismo se hallan bien a la vista: es el loco auge de misticismos, teosofismos y espiritismos aberrantes que pretendiendo ser actitudes espirituales no son otra cosa en realidad que satanismos, más o menos inconscientes, falsificaciones y caricaturas de la verdadera espiritualidad, a menudo delirantes y/o perversas. Todo esto no es más que expresión cabal de lo que, según veremos luego, constituía para Guénon la contra iniciación, falsificación de lo espiritual tan burda como peligrosa. Todas las pseudo-formas de espiritualidad no son más que otras tantas expresiones de alienación y quienes conozcan bien el submundo de las sociedades espirituales y ocultistas saben de sobra cuánta frustración, desengaño, envidia, maldad y voluntad de poder se esconde en ellas, poniendo de manifiesto que allí se alcanza precisamente lo contrario de los objetivos que aparentemente se persiguen.

Desde luego todas estas aberraciones y anomalías -por no decir como Guénon mismo: monstruosidades- con las que se pretende muy ingenuamente reaccionar contra el estado de cosas existentes en el mundo, forman en sí parte del sistema de pensamiento actual que rebajando el orden puramente intelectual (llegando incluso a la ausencia de la intelectualidad pura), procede a exaltar lo material por una parte y lo puramente emotivo-sentimental como falsa reacción por otra. Es precisamente aquí donde Guénon previene contra el "parti pris" y el prejuicio tan característicos de nuestra cultura y tan ausentes en la mentalidad del intelectual oriental: esos apasionamientos son precisamente la confirmación en hechos de cuanto se viene de exponer y ellos desembocan bien pronto en una serie de supersticiones "sagradas" que condicionan toda nuestra forma de vida y que se desbaratan, cuando intentamos siquiera un análisis superficial de su verdadero valor.

El primero de los ejemplos que Guénon presenta en tal sentido es el de la Ciencia, que se ha tornado con los tiempos en una suerte de "religión laica". Sus límites son, irremediablemente, vagos y mal definidos pues, necesariamente cambia de formas y se contradice con el transcurso del tiempo. Pero, en rigor y como René Guénon explicita, esta Ciencia viene en definitiva a constituir una especie de "contra-religión".

De hecho, la Ciencia actual se ha constituido -para Guénon- en una especie de santuario antitradicional, donde prevalece el "Principio del Libre Examen", esencialmente racionalista y de acuerdo al cual la opinión individual no está subordinada a ningún principio superior de orden doctrinal. Bien entendido, aquí no se trata de subordinar la Ciencia a dogmatismo de tipo religioso alguno pero, el resultado negativo de esta concepción está a la vista. Como puntualiza Guénon en el Avant- Propos de "L'Homme et son devenir selon le Vedanta", lo que interesa es, ante todo, la verdad de las ideas y su comprensión, relegando así a la originalidad y la erudición a roles absolutamente secundarios frente a las premisas anteriores. Pues bien, según Guénon, la Ciencia actual y, con mayor generalidad, la actitud mental de la época en cuanto a la obtención del conocimiento ha trastocado lo anterior, conduciéndonos a una anarquía y caos intelectual tan grave que no se vislumbra por ahora una salida o solución a ese nivel. La prueba de esto son la cantidad siempre creciente de sectas religiosas y pseudo-religiosas, los sistemas filosóficos innumerables que solo persiguen la originalidad a todo precio (sin vislumbrar siquiera metas más altas y que no buscan en realidad otra cosa que satisfacer la vanidad de los autores) y, en el orden puramente científico, una multitud de teorías tan efímeras como pretenciosas que sólo buscan deslumbrar por medio de la erudición libresca y de su pretendida originalidad. Todo esto crece y se nutre en un medio fértil que es el liberalismo mal entendido y que ha adoptado por divisa a la llamada "tolerancia intelectual". Es a esta altura que Guénon precisa que, siendo él mismo defensor de la tolerancia práctica que se ejerce sobre los individuos, de ninguna manera comparte el pretender trasponer esta virtud al orden intelectual. Su silogismo es simple y directo: pretender reconocer a todas las ideas los mismos derechos sólo puede suponer como base un escepticismo radical respecto de todas ellas.

No sin razón nos previene contra los apóstoles de la tolerancia, propagandistas ardientes que como todos éstos, suelen resultar a la postre y en los hechos los más intolerantes de los hombres. La "libertad de pensamiento" por ellos proclamada y empleada como brulote contra todos los demás dogmas suele transformarse bien pronto en una caricatura de dogma si no se la usa con precauciones, máxime cuando sirve de guarida a una serie de preconceptos que moldean nuestra existencia y que no son otra cosa que quimeras. Reviniendo al problema de la Ciencia, Guénon cita a un pensador hindú quien afirmó con justeza que "la ciencia occidental es un saber ignorante". Imposible dejar de trazar un paralelo con Rabelais quien afirmara: "Ciencia sin conciencia es sólo ruina del alma".. Siguiendo a menudo inconscientemente los dictados de Comte y los empiristas, muchos de los científicos y tecnólogos suelen pretender ingenuamente que el hombre que no tiene otro objeto de conocimiento que una explicación de los fenómenos naturales que lleve a su aprovechamiento. Esto no es más que una ceguera evidente que les impide comprender que se puede ir en realidad muchísimo más lejos. Pero el colmo residen en que proclaman que no se puede ir más allá simplemente porque ellos no perciben esta posibilidad. Al respecto, ellos semejan ciegos que no solo negarán la existencia de la luz sino también la del sentido de la vista porque ellos no lo poseen. En definitiva, al postular, como lo hacen, que cualquier cosa que de pase su círculo de conocimientos es simplemente incognoscible pretenden hacer de su enfermedad intelectual un límite que nadie podrá jamás franquear.

La respuesta a esta carencia evidente, la que resulta de la limitación del saber a lo meramente racional, es la Metafísica. Claro está, de la Metafísica entendida por Guénon como saber esencialmente supra racional, de naturaleza pura y trascendente y que, desde luego, nada tiene que ver con lo que los filósofos desde Aristóteles nos presentan bajo ese nombre. El racionalismo en boga desemboca precisamente en la negación de toda Metafísica de este género pues postula que no hay conocimiento posible más allá del conocimiento científico. Es curioso notar que entre los pocos filósofos modernos que escapan a este racionalismo, lo único que hallamos es sentimentalismo emocional y voluntad de poder, es decir, precisamente aquellas características que hacen a las denominadas "Puertas de Descenso" en el simbolismo tradicional.

Por otra parte la multiplicación incesante de las especialidades científicas que vemos hoy agrava aún más la situación denunciada, pues sólo consigue afirmar la miopía intelectual en cuánto que impide una visión de conjunto, que resalte la unidad esencial de todo el campo del conocimiento, incluyendo en esto al saber meramente profano.

Otro aspecto que caracteriza al espíritu occidental de la época, según Guénon, es el de la propaganda y vulgarización del conocimiento en vista del proselitismo. En esto, nuestro autor, sólo ve una marcada muestra de incomprensión y desvarío: la verdad es lo que es, y se la debe exponer cómo se la ha comprendido teniendo en ello como única preocupación esencial sensata la de no distorsionar los hechos. Pretender hacer proselitismo es apartarse de lo honesto. Pretender la vulgarización es aún más grave, pues aquí se pretende poner al alcance de todos lo que por su naturaleza misma sólo está al alcance de algunos. Intentar esto supone, por un lado, desnaturalizar en mayor o menor grado los hechos y por otro postular una mentira de naturaleza extremadamente peligrosa. Guénon se refiere, claro está, a la pretendida igualdad entre los seres humanos cuando el único hecho evidente es su desigualdad y la necesidad obvia de jerarquización natural del género humano, atendiendo a los límites naturales del intelecto de cada cual en lo racional y supra racional. Bien entendido, no se trata por cierto de negar los derechos de nadie pero sí de criticar concepciones erróneas que han presidido en cuanto a la generación de las estructuras de poder. En esta falacia de la igualdad de los hombres se halla el germen del caos social al que nos han conducido los pretendidos "progresos sociales" de nuestra época. Según Guénon es preciso ser un enemigo del buen sentido para creer, por ejemplo, que la democracia sea algo sensato. Sostener que el poder viene de abajo y se apoya en las mayorías equivale a seleccionar al revés y excluir toda verdadera competencia, puesto que la competencia -como él señala en "La Crise du Monde Moderne" -proviene de una relativa superioridad, la que sólo puede ser patrimonio de una minoría.

Guénon declara sin eufemismos que toda la idea de democracia se basa en una serie de sofismas subyacentes (y es su conocida abstención en materia política la que garante su completa y declarada objetividad en el caso y aclarando nuevamente quien escribe que no compartimos aquí su posición). El argumento usado es tajante y silogístico: lo superior no puede emanar de lo inferior, porque la "más" no puede salir de lo "menos". Esto -declara- es de absoluto rigor matemático contra el cual nada podría prevalecer. Es harto evidente que la masa no puede conferir un poder y una cualidad que los individuos que la integran no poseen individualmente. El verdadero poder debe venir de lo Alto y sólo podrá ser sancionado por algo superior al orden social, es decir, por una legítima y verdadera autoridad espiritual. Vemos pues que el ideal político de Guénon era algo bastante similar a una teocracia.

Si el poder no emana de lo Alto considera Guénon que sólo habrá una parodia que únicamente podrá acarrear el desorden y la confusión. Máxime cuando la democracia facilita la aparición en escena de políticos surgidos como emanación de la mayoría y hechos a imagen y semejanza de ésta, pues la mayoría (sea cual fuere la materia sobre la que tiene que opinar) siempre está constituida por los incompetentes, cuyo número es incomparablemente mayor que el de los hombres capaces de pronunciarse con perfecto conocimiento de causa cualquiera sea la cuestión a considerar.

Una y otra vez insiste Guénon en que falacias como la "democracia", el "progreso" puramente material y el materialismo de base surgen en forma inmediata o mediata de la desacralización de la existencia, tan característica de nuestro tiempo. Sobre esto retorna en "La Crise du Monde Moderne" donde deja constancia de la precipitación de los acontecimientos y la agravación de las características que hacían a la crisis ya denunciada en "Orient et Occident". En esta obra subraya el hecho de que el progreso, tal como lo entiende el Occidente a manera de dogma intangible e indiscutido, sólo puede llevar a nuestra civilización a un punto muerto o incluso desembocar en un cataclismo.

No nos detendremos aquí sino, para resaltar, nuevamente, la idea de que nos hallamos próximos no al "fin del mundo" sino al "fin de un mundo" que estará con absoluta seguridad marcado por un Advenimiento de orden divino. Este "fin de un mundo" Guénon remarca- no podrá ser jamás otra cosa que el fin de una ilusión. Este hecho tal vez se corresponde con el fin de un ciclo cósmico, tal como ha sucedido muchas veces en el pasado y lo afirman unánimemente todas las doctrinas esotéricas tradicionales.

Naturalmente, todo esto se halla relacionado con la "edad negra" o Kali-Yuga de que nos habla la tradición hindú, la que habría comenzado hace unos 12.000 años según afirman fuentes iniciáticas de incontestable autoridad. No es posible intentar aquí una síntesis detallada de la extensa argumentación guénoniana en cuanto a las complejas razones que llevaron a Occidente a ser lo que es hoy en cuanto al olvido de la Tradición y la completa secularización de la existencia.

Guénon concluye que sin duda hay una concepción venerada por el Renacimiento que resume y desemboca en todo el programa de la civilización moderna. Esa concepción el es humanismo, que trata de reducir todo a proporciones puramente humanas, de hacer abstracción de todo principio de orden superior y, como podría bien decirse simbólicamente, de alejarse del cielo para poder conquistar la tierra. El humanismo era una primera forma de la que ha llegado a ser el agnosticismo secularizante contemporáneo que cercena a la intelectualidad sus mejores posibilidades. Al querer colocar todo a la medida del hombre (el que es tomado como fin en sí mismo) sólo se logra, descendiendo de etapa en etapa, llegar a los aspectos más burdos y materiales de la naturaleza humana. Como solo se aspira a satisfacer las necesidades de esta Prakriti o naturaleza inferior y material, se tiene como consecuencia un proceso de decadencia, insatisfacción y corrupción permanente pues solo se logran crear más necesidades artificiales de las que pueden satisfacerse. Este proceso se halla tan avanzado en la sociedad occidental, es tan abrumador el triunfo del materialismo, que el avance de la decadencia ya no puede detenerse y entramos así en la fase final y más sombría del Kali-Yuga o Edad Negra sin poderlo en absoluto remediar con medios humanos.

A pesar de todo lo abominable de estos tiempos, ellos cumplen con una necesidad y transcurren en el orden impuesto por el Plan Cósmico. Guénon lúcidamente los compara a una "Noche oscura del alma" en el orden colectivo o bien la "Putrefactio" y "Nígredo" en el ciclo de realización de la Gran Obra alquímica. Estas comparaciones luminosas bastarán para hacer inteligible el sentido de los tiempos a quién posea el necesario conocimiento. Ahora bien, una desgracia inevitable y necesaria no por eso deja de ser desgracia y aún cuando del mal deba salir un bien, no por eso el mal pierde su carácter de tal. Bien entendido, aquí empleamos "bien" y "mal" en el sentido de estados de conciencia, dejando aparte sus contenidos morales y éticos.

De hecho, la única solución posible a este conflicto de los opuestos con sus inevitables polarizaciones de la conciencia es trascender ambas cosas: he ahí el Bien! El Mal es, simplemente, el permanecer sumergido en el mundo de las dualidades. Del problema del Bien y del Mal en la perspectiva guénoniana nos ocuparemos detalladamente en una exposición de este ciclo.

Una y otra vez insiste Guénon con sobrada razón en su "Leit motiv" fundamental. Los enemigos son el progreso y el individualismo antropocéntricos, en el sentido que se le dan hoy a esos términos.

Hoy por "progreso" se entiende algo próximo a hacer mucho pero no a hacer mejor, a hacer en cantidad pero sin calidad ni profundización. Desde el punto de vista tradicional, el progreso así entendido, característico del Occidente moderno, es una aberración y no demasiado antigua. Según Guénon ("Orient et Occident") es a Pascal a quien debemos concepciones tan poco felices como esa que declaraba que "aquellos a quienes llamamos antiguos eran en verdad jóvenes y nuevos en todas las cosas", negando así todo peso a las opiniones de antaño. De esto a descartar todo Conocimiento Tradicional de orden supra físico (y aún meramente físico) hay menos que un paso.

Como precursor de Pascal podría citarse a Lord Bacon con aquello de "Antiquis saeculi juventus mundi" (Los siglos de la Antigüedad eran la juventud del mundo). Es fácil ver aquí el sofisma de base en una tal concepción pues supone un desarrollo continuo y lineal de la humanidad en contradicción con hechos históricos de sobra conocidos. Las civilizaciones se desarrollaron independientemente unas de otras, en formas a menudo divergentes. Mientras unas nacían y se desarrollaban otras recorrían su decadencia o eran aniquiladas bruscamente en algún tipo de cataclismo. El hombre no recibió siempre en herencia, como pensó ingenuamente Pascal, cuanto sabían sus antecesores de civilizaciones pretéritas y mucho se olvidó o perdió pero afortunadamente lo esencial fue celosamente preservado por quienes merecían ser sus custodios.

Esto último no es más, desde luego, que la expresión de un poder más alto que vela por la conservación de la Ciencia Sagrada. Desde luego, la idea pascaliana se entronca en la pretensión ridícula del humanismo renacentista de considerarse el heredero y continuador exclusivo de la sabiduría de la antigüedad greco-romana. Para justificar tales absurdos no se vaciló en acuñar la falacia de un período de supuesta oscuridad que sería la Edad Media. La realidad, en materia de conocimientos tradicionales fue, desde luego, precisamente lo opuesto.

En el curso de las consideraciones precedentemente expuestas han quedado a nuestro juicio lagunas importantes que debemos colmar en la medida de lo posible para poder asegurarnos de brindar una apreciación justa de la obra de Guénon, siquiera sea a vuelo de pájaro. La complejidad, profundidad y extensión de esta obra, impide desde luego un tratamiento exhaustivo y sólo se tratará, en consecuencia, de perfilar los grandes cauces por donde corre el riquísimo caudal de su pensamiento. La más grave preocupación de nuestra parte será el no fomentar en modo alguno ideas falsas o extrañas a la obra de Guénon, cosa por supuesto demasiado fácil en estos campos donde la Verdad se halla desde hace tiempo cada vez más entremezclada con el error. Un punto especialmente delicado y de gran importancia e interés es uno que ha sido ya tocado y que exigiría alguna aclaración adicional para poder valorar el pleno alcance de sus consecuencias. Este punto es el que hace a la valoración del progreso y de lo meramente emocional por parte de la actual civilización occidental. Ya hemos aludido al hecho de que Guénon considera el culto al progreso como algo esencialmente pernicioso pero sin que esto suponga la negación del progreso en sí mismo. Esta aclaración necesaria permite perfilar mejor la sutileza guénoniana al respecto de esta cuestión. Naturalmente, y como surge con claridad de lo ya dicho él concebía la vida en plenitud únicamente bajo la premisa y condición esencial de estar basada en principios de orden trascendental.

Si la pasión del progreso por sí mismo, en el orden material especialmente, oscurece esta relación de la vida y el acontecer humanos con esos principios fundamentales, el progreso se torna claramente un obstáculo para la plena realización humana. Como la vida actual precisamente se halla regida por un afán de progreso material y sensible que arrolla todo a su paso y degrada al hombre (en cuanto provoca la pérdida de su concepción inmutable y trascendente del existir, pues lo hace aferrarse exclusivamente a lo contingente y perecedero), Guénon concluye que el progreso así entendido y practicado es necesariamente nefasto.

Análogamente debe prevenirse respecto de la confusión posible entre lo sentimental como hecho y el sentimentalismo como guía y norma de vida. En la apreciación de Guénon sólo esto último es condenable pues la existencia misma de lo sentimental es algo tan natural como legítimo y contra lo cual nadie podría rebelarse. Lo nefasto aquí es únicamente la extensión indebida de lo sentimental como "ismo" como actitud ilegítima en la vida. Sentimentalismo y racionalismo no representan más que abusos, actitudes extremadamente equivocadas por su limitación inherente e inevitable pero de nuevo debemos precisar que condenar el racionalismo, según Guénon, es cosa muy diferente a negar la razón en sí misma como posibilidad humana.

Recordemos brevemente que Guénon consideraba a la mente racional únicamente como nexo o intermediario entre los datos de los sentidos y las facultades intelectuales más elevadas del ser humano. De esto se desprende que el racionalismo o sentimentalismo son nocivos como lo son el sensualismo o materialismo puros pero en un grado menor. De hecho, todo lo que signifique una expansión en estos órdenes supondrá necesariamente una regresión de la intelectualidad en cuanto a sus posibilidades de trascendencia. Una conclusión remarcable de Guénon al respecto es que cuanto tenga el sello de "moralismo" pertenece exclusivamente a la esfera del sentimentalismo emocional y no va más lejos. El afirma categóricamente que lo que denominamos "moral" es cosa exclusivamente proveniente de los sentimientos, representando en consecuencia un punto de vista tan relativo y contingente como sea posible concebir. El "moralismo" nada tiene pues de trascendental y es un exceso pretender subordinar a él la intelectualidad pura, como pretenden los credos exotéricos para sus seguidores. La moral no es ni puede ser otra cosa en sí misma que una regla de acción positiva. Sustituirla por preceptos negativos equivale a desconocer la verdadera naturaleza de las cosas. De nuevo aclaremos: Guénon no niega la moral como evidente necesidad, solamente la ubica en su lugar y nivel correcto sin pretender revestirla de un halo luminoso que no posee.

En cuanto al individualismo actual, de sobra sabemos que es cierto lo afirmado por Guénon: Quien dice individualismo, dice necesariamente rechazo a admitir una autoridad superior al individuo a la vez que rechaza también una facultad de conocimiento superior a la razón individual. Estas dos últimas cosas son inseparables la una de la otra. En este individualismo a ultranza, se originan aberraciones tales como el libre examen, primero aplicado a nivel religioso y luego a nivel metafísico. La reforma protestante halla su culminación obligada en las fantochadas pseudo espirituales del momento actual donde un disparate sólo cede ante un disparate mayor en cuanto aberración y perversidad.

A esta altura, es ya menester efectuar una aclaración imprescindible para poder seguir progresando en la comprensión de Guénon y su obra. Deseamos efectuar una distinción tajante ante lo verdaderamente espiritual por una parte y lo meramente religioso y místico por otra, pues estos conceptos pertenecen a muy diferentes órdenes de la existencia. Lo religioso y místico se halla ligado únicamente a lo puramente emotivo, al sentimentalismo, al Manomaya Kosa y, en consecuencia, sólo corresponde a un estado primitivo o burdo del desenvolvimiento humano. En cuánto a la mucha más elevada naturaleza de lo espiritual será tratada en otra oportunidad al considerar los aspectos metafísicos de la obra de René Guénon. Sólo diremos por ahora que precisamente estas confusiones frecuentes se hallan ligadas al deplorable espíritu de los tiempos que lleva también a menudo a confundir lo espiritual con lo psíquico. Esta última aberración ha pasado ya a ser cosa de todos los días y Guénon se ocupa detalladamente en uno de sus últimos libros: "El Reino de la Cantidad y los Signo de los Tiempos". Esta obra excepcional completa el diagnóstico y pronóstico del mundo actual, formando magnífica trilogía con las ya varias veces citadas.

No es sin pena que debemos renunciar hoy a un análisis prolijo de "El Reino de la Cantidad" pues el "embarras de richesse" allí contenido prolongaría demasiado un tal examen. Guénon se entrega en esta obra a una verdadera disección, harto prolija, de las mil y una falacias y distorsiones que caracterizan nuestra vida de occidentales. Pero, como pensamos que nuestro objetivo esencial aquí es otro, sólo nos detendremos en recordar lo relativo a la neo-espiritualidad y a la contra iniciación, forma directa de desembocar en el interesante problema del diablo, al que Guénon aborda in extenso en su obra "El error espírita". Veamos en algún detalle esta cuestión.

El pretexto que más frecuente que alegan o que suelen dar los modernos frecuentadores de sociedades espirituales es que desean evolucionar y "combatir el materialismo" y, ciertamente, la mayoría cree sinceramente lograrlo. La triste realidad es que, en primer lugar, no tienen una idea clara de cuál es el sentido y contenido real de lo que se proponen (como mostraremos ampliamente en la segunda exposición de este ciclo). En segundo lugar, la enorme mayoría de este contingente de "buscadores de la verdad" no tarda en ser desviada hacia el ámbito de las peores ilusiones psíquicas lo que resulta incuestionablemente muy peligroso.

De hecho, la mayoría de este tipo de agrupaciones, aparte de predicar doctrinas más o menos ridículas y arbitrarias que nada tienen que ver con la Tradición Esotérica genuina, se caracterizan por una serie de partidismos y odios más violentos a veces que los que podríamos hallar en una agrupación política. Por singular ironía, todas estas gentes se empeñan en predicar con cualquier pretexto, e incluso sin él, una absoluta "fraternidad universal" que rara vez practican. Este principio es sublime pero las realidades son lamentables.

En la mayoría de los casos sólo se puede hallar en las "escuelas" esotéricas comunes fragmentos deformes y mal comprendidos de ideas tradicionales. Para agravar estos males, muchos pretendidos eruditos de lo oculto han pretendido llevar a este campo las técnicas racionales y los métodos de documentación de las disciplinas profanas con lo cual su espiritualidad se transforma aún más en un burdo materialismo traspuesto a lo sutil, lo que pone aún más de manifiesto su total ignorancia e incomprensión. Tras todo este descalabro fácil es discernir que se oculta algo tremendo y siniestro cuya naturaleza procuraremos elucidar en lo que sigue. Incluso es dable admitir fenómenos de desnaturalización y degradación de esta índole en centros dependientes de escuelas iniciáticas orientales perfectamente tradicionales y cuyas doctrinas han sido importadas sin una verdadera y profunda comprensión previa al Occidente. El proceso en su conjunto puede con justicia ser denominado, siguiendo a Guénon, la contra iniciación, pues todo desemboca en una muy neta y muy clara acción antitradicional que bien merece el calificativo de "satanismo". Poco importa en definitiva para nosotros que haya una entidad objetiva o personalidad no humana que responda al nombre de Satán, lo que cuenta aquí es el nefasto espíritu de negación y subversión que impregna a la corta o a la larga a la mayoría de las actividades neo espiritualistas. Guénon es claro y terminante en lo que hace a la existencia objetiva de una tal personalidad que constituye la esencia del mal (probablemente fue llevado a tal creencia por su fe musulmana). En "L'erreur spirite" declara sin titubeos que si bien la mentalidad moderna no vacila en considerar retrasado mental a quién afirma aceptar la existencia del diablo se impone, antes de proceder a una negación tan categórica, al menos el tener un poco de prudencia. Por lo menos cabe decir que al analizar las prácticas espiritistas y algunas burdas profesiones de fe de ciertas escuelas "esotéricas" no puede caber duda alguna no sólo de que la Verdad no está allí sino de que todo eso surge con la marca indeleble de algo tremendamente bajo e inferior.

La única vía segura es para Guénon el Camino de la Iniciación, lo que equivale a una Realización de orden supra físico en el orden de lo intelectual-espiritual. Nada tiene que ver la Iniciación con alguna forma de religiosidad o misticismo. Estas últimas corresponden a un orden muy inferior de cosas y son esencialmente pasivas y, por ende no pueden conducir a una tal Realización que es solamente alcanzable por la Vía Activa. De esta interesantísima problemática nos ocuparemos in extenso posteriormente. Allí desarrollaremos la Metafísica tal como lo entendía René Guénon. Consideramos que exposiciones de esta naturaleza son tanto más necesarias por cuanto que los errores en materia espiritual son mucho más perniciosos que los errores en asuntos corrientes de la existencia puesto que los primeros son más difíciles de advertir y sus consecuencias exigen más arduo esfuerzo para ser desterradas. El tremendo peligro que encierran las organizaciones místicas pseudo-iniciáticas (o bien contra-iniciáticas) va mucho más allá del riesgo de enfermedades mentales para sus adherentes y pocas veces ha sido advertido en toda su magnitud. La denuncia de Guénon al respecto ha sido oportuna y sabia.

CONCLUSION

El mensaje de René Guénon es tan amplio como profundo y del más cautivante interés para quien aspira realmente a una elevación en el orden trascendental de la existencia.

Este artículo que sólo revista someramente una parte muy pequeña de su ideario sólo pretende ser una invitación a la lectura directa de sus libros inagotablemente ricos en hallazgos y reflexiones.

Lo único que nos ha preocupado aquí, además de procurar exponer a Guénon sin distorsiones, es el brindar una motivación suficiente para conocer más profundamente el pensamiento guénoniano a aquellos que esten calificados para ello. No nos cabe duda de que este "Testigo de la Tradición" como acertadamente lo calificara Jean Robin no tiene como tal parangón en Occidente.