viernes, septiembre 30, 2022

Sobre la Caballería Midieval

Dr. Carlos Raitzin

Esta exposición debería haberse titulado con mayor propiedad "La Metafísica de la Caballería y el Santo Grial". Esto por cuanto nuestro deseo es centrarnos en aquellos aspectos relativos a la Tradición Primordial Esotérica que explican a la Caballería en su esencia, modos, objetivos y razón de ser.

Los aspectos externos del fenómeno y sus circunstancias son relativamente bien conocidos. Las justas y torneos, el amor cortés y los caballeros andantes permanecen en nuestro recuerdo como algo querido. El Caballero sigue siendo a través de los siglos un héroe folklórico, siempre dispuesto a defender las causas del bien y de la justicia con valor indomable, siempre al servicio de los débiles y desprotegidos. Sus ideales espirituales siempre prevalecían y orientaban su gesta, aún cuando el objeto último de sus afanes no resultaba en absoluto claro para la mayoría de la gente. Recuerdo a Mark Twain cuando en su libro "Un yanqui en la corte del Rey Arturo" ironizaba diciendo que todos los Caballeros iban a la búsqueda del Santo Grial, sin que ninguno supiera decir con precisión de que se trataba esto.

En definitiva que el Caballero llegó a ser y permanece como una figura arquetípica, única y a la que no se alcanza con solamente ética, valor, destreza y cortesía. Así como Rudolf Otto afirmaba que la bondad por si sola no alcanza a lo santo sino que es necesario además lo numinoso, así vemos que en el auténtico Caballero también lo numinoso está presente y que él no es figura del todo de este mundo.

A esta altura no faltará el bien informado que denuncie que la realidad histórica se apartó a menudo de estos ideales. Basta leer por ejemplo la historia de las Cruzadas para convencerse de las atrocidades que cometieron muchos Caballeros. Pero acaso, no sucedió así siempre en este mundo? Que más alejado de los ideales religiosos que el fanatismo, las torturas de la Inquisición o los manejos del Banco Ambrosiano? Esas cosas están ahí, son hechos y si queremos la verdad no podemos ignorarlos. De cosas aun más escandalosas para las mentes pusilánimes deberemos hablar hoy si en realidad queremos conocer en alguna medida cual es la realidad del Grial. Mi único afán es acercarme a la verdad y no complacer a quienes están cegados por dogmas absurdos....

Para hacer muy claramente comprensible el sentido último del tema que trataremos hoy es imprescindible tratar aquí un asunto de importancia capital (y al que el mundo desacralizado de hoy contempla con desdén como si tan solo fuera una quimera propia de mentes confundidas). Ese asunto es la naturaleza esencial de la caballería espiritual del medioevo (y de siempre) respecto de la cual reina hoy tanto desconocimiento como incomprensión.

Para poner en claro esto procedamos contrario sensu planteando algunas preguntas cuya respuesta merece ser conocida por todos:
Cual es la razón para que el rey Francisco I exigiera de Bayardo que lo armara caballero? Por cual motivo Isabel I de Inglaterra se hizo armar caballera el día mismo de su coronación? Como es que el Papa Inocencio III en una bula se jactaba no de ser Pontífice sino de ser Caballero Templario? Por que Philippe le Bel, rey de Francia, se quejaba en una carta a su pariente y protegido el Papa Clemente V, deplorando que ni el ni su sobrino habían sido recibidos como Caballeros Templarios? Cual es la misteriosa razón tras el dicho tradicional "Más vale ser Caballero que príncipe hijo de rey o rey mismo"?

Todas estas preguntas tienen una sola y taxativa respuesta: la Caballería Tradicional supone una Iniciación, entendiendo por esto la transmisión de una influencia espiritual que permitirá a quien es digno y calificado para recibirla la realización de grandes hechos en lo externo y en lo interior pero que nada cambiará en quien es indigno de ser Caballero! Por ello será conveniente y deseable referirse a la Caballería Espiritual o, mejor aún, Iniciática para distinguirla del que solo practica la guerra y el combate o bien con quienes usurpan el título de Caballero sin derecho a ello.

Lo dicho basta para comprender dos puntos fundamentales. El primero es el abismo de diferencia que existe entre el esoterismo iniciático y el simple exoterismo religioso pues hasta un Papa se ufanaba no de ser pontífice sino de pertenecer al Temple como Caballero. El segundo punto es la tremenda importancia de lo que impulsaba a muchos poderosos y espíritus ilustres a pertenecer a la Caballería. Recordemos el caso de Dante Alighieri, Bocaccio y los "Fedeli d'Amore" de quienes me he ocupado en otro trabajo.

Está claro que el mundo de hoy ha olvidado todo al respecto del sentido y misión Iniciáticos de la Caballería y prueba de ello es que aquí y allí surgen nuevas órdenes que pretenden ser honoríficas y no pasan de carnavalescas, dado que no poseen ni raíces en el pasado ni filiación iniciática alguna. En algunos casos pretenden reducir lo iniciático a lo meramente religioso y exotérico (como es el caso en nuestro medio de los caballeros de San Martín de Tours y algún otro engendro de ese estilo). Desde luego esto es una prueba de la formidable ignorancia respecto de la Tradición Iniciática en que vive ese tipo de personas. La parodia es su refugio pues no pueden comprender ni alcanzar a lo verdaderamente trascendente.

Dejando pues estas tonterías para los tontos que toman a la parte por el todo pretendemos hoy revisitar este asunto y el inseparablemente conexo tema del Santo Grial, cosas ambas sobre las que se ha escrito mucho pero se ha silenciado más aún y que, en todo caso, se han comprendido muy poco.

Naturalmente no se trata de revisar aquí las narraciones y leyendas del ciclo arturiano y posteriores pues ello demandaría mucho tiempo y daría poco fruto. En rigor no conviene basarse para el estudio del tema en las novelas de caballería, salvo de manera accesoria. De hecho estas son obras de fantasía y en su mayor parte escritos por autores que no eran caballeros. De concederles demasiado crédito terminaríamos como Don Quijote con el seso sorbido por pasar las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio...

Lo verdaderamente importante a partir de lo dicho es citar en nuestro apoyo las opiniones de diversos tratadistas del tema. Históricamente es Victor Michelet quien primero destacó en forma explícita el carácter iniciático de la Caballería. Maurice Keen, profesor en Oxford que ha dedicado un documentado libro al tema, parte de una óptica puramente místico-religiosa (es decir exotérica) pero sus propias afirmaciones refuerzan nuestro punto de vista. Helas aquí: "Estos relatos demuestran lo consciente que era la caballería a finales de la Edad Media, de poseer lo que yo he llamado su propia continuidad apostólica, e ilustran su confianza en su propia e independiente ética seglar (es decir laica)".

Resulta muy importante citar este texto para dejar en claro que en realidad lo que Keen percibe sin comprender en la Caballería es la existencia del indispensable linaje iniciático y, en segundo lugar, la ya apuntada independencia de la Caballería de toda característica del tipo religioso corriente. Esto puede sorprender a quienes hayan leído de como se velaban las armas y se armaba caballeros en las iglesias pero, en rigor, esto solo era recurso conveniente para que el nuevo caballero recibiera su ordenamiento con adecuados recogimiento y paz de espíritu.

Apuntemos de paso que León Gautier, gran historiador francés del tema, incurre en el mismo error de óptica pues consideraba a la Caballería como el octavo sacramento de la Iglesia medieval. En realidad una iniciación está y estar por siempre muy por arriba de cualquier sacramento habido y por haber, dado que lo sacramental es cosa propia de lo meramente religioso, perteneciendo así a un orden inferior de cosas. Si bien la Iglesia luchó por desempeñar el papel de otorgadora de la orden de caballería casi siempre era un Caballero laico quien la otorgaba a un aspirante y esto era naturalmente lo correcto para mantener el linaje o filiación iniciático. Un Caballero podía armar a un aspirante en cualquier lugar y momento y de ninguna manera se requería iglesia o fraile para la ordenación o recepción de armas del nuevo Caballero.

Pero antes de dar más detalles sobre esto y el asociado concepto del "honor compartido" bueno será que, por una cuestión de orden, entremos en materia hablando del sentido y contenido de la Caballería, más allá de los aspectos triviales de ética, valor, destreza y cortesía que todos conocen

Ante todo dejemos que los textos hablen. Emocionan especialmente las palabras de Juan I de Portugal a sus caballeros viejos y nuevos pues acababa de conceder la caballería a sesenta escuderos portugueses e ingleses. Esto fue en 1358 y estaban presentes los Caballeros Templarios bajo su nuevo nombre de Orden del Cristo de Portugal, concedido por el anterior rey Dionís. Recordemos que la Orden del Temple había sido destruida y disuelta en 1312 por la infamia del Papa Clemente V y del rey de Francia Philippe le Bel.

Así habló el rey Juan I en vísperas de las batalla en que batieron a los castellanos, según narra Froissart: "Mis buenos señores: esta orden de caballería es tan grande y tan noble que el que es caballero no debería ocuparse de cosa alguna que sea baja , vil o cobarde, sino que deberéis ser tan fuertes y orgullosos como el león cuando persigue a su presa. Y, por lo tanto, es mi deseo que en este día demostréis tanto valor como siempre acostumbráis. Esta es la razón de que os haya puesto a la vanguardia en la batalla, para que podáis ganar honor; de otro modo vuestras espuelas no estarán bien puestas en vuestros talones". Aclaremos que el colocar espuelas era antaño parte del ritual de iniciación en la Caballería. Volveremos luego sobre este punto importante.

Sin embargo y de lo anterior podría surgir la idea errónea de que bastaría el valor y destreza en combate para ser un perfecto caballero. No es así sin embargo pues los compromisos éticos del Caballero eran mucho más severos y exigentes. Ello surge del ritual mismo de iniciación del cual el célebre Ramón Llull (o Raimundo Lulio) nos ha legado admirable descripción en su "Libro de la Orden de Caballería". Allí todo es símbolo. El baño previo del nuevo Caballero es símbolo de purificación. El cinturón blanco que se le ciñe representa la castidad. La espada que empuñará es bendecida generalmente antes con palabras que recuerdan al ordenado su deber de proteger a la justicia y a los débiles, a las viudas y a los huérfanos. Se le fijan las espuelas, símbolo tradicional del dominio que debe ejercer sobre la bestia o sea su propia naturaleza inferior. Por último recibe la acolada o suave bofetón símbolo de sufrimientos y pruebas y el ósculo fraternal que lo liga a la Orden para siempre.

Previamente ha recibido el espaldarazo, toque con la espada en los hombros y la coronilla y que constituye el momento culminante de su ordenación, la que constituye en sí la iniciación caballeresca llamada a menudo como hemos visto "recepción de armas".

Es aquí donde deben plantearse varias cuestiones de alto interés que intentaremos contestar cumplidamente en lo que sigue. Aclaremos en primer lugar, siguiendo de cerca a René Guénon, lo relativo a las diferencias entre las iniciaciones caballeresca, sacerdotal y real. En primer lugar ya hemos aclarado que la verdadera ordenación como Caballero ni era sacramento ni bendición sacerdotal. Era y es, insisto, una iniciación y el único facultado para transmitirla era un Caballero ya iniciado antes, continuando así el linaje como ya se ha subrayado. Que esto fuera a veces practicado por un sacerdote era en sí incorrecto y hacía que dicha iniciación se redujera en tales casos a algo puramente simbólico.

Vale la pena demostrar esto con apoyo de documentos conocidos. San Bernardo de Clairvaux fue en su momento la figura cumbre de la cristiandad y había recibido de los sacerdotes druidas en su juventud una iniciación sacerdotal que transmitió a los nueve Caballeros que con Hughes de Payens a la cabeza fundaron la Orden del Temple. Es importante subrayar esto por cuanto esos Caballeros ya lo eran cuando San Bernardo los inició. Sin embargo San Bernardo no poseía al parecer iniciación caballeresca alguna. Esto explica su conducta cuando se trató de hacer Caballero a Enrique, hijo del conde de Champagne. San Bernardo le escribe entonces a Manuel Conmeno, emperador griego que sí era Caballero, diciéndole que le enviará a Enrique para que lo ordene como tal. Si todo se hubiera reducido a una simple bendición sacerdotal o bien si hubiera correspondido una iniciación sacerdotal San Bernardo mismo hubiera podido sobradamente otorgarla. Vemos además que René Guénon se equivoca en "Autorité Spirituelle et Pouvoir Temporel" cuando sostiene que necesariamente los sacerdotes iniciados debían conferir ambos tipos de iniciaciones lo que, según Guénon, aseguraría la legitimidad efectiva de la transmisión espiritual que ello supone. Solo puede transmitirse en rigor lo que previamente se ha recibido.

Al llegar a este punto es menester una aclaración obvia. Al hablar de iniciación sacerdotal no nos referimos al sacerdocio de ningún credo exotérico. Más propio sería hablar en términos hinduistas trazando un paralelo con el Brahmin y el

Kshatriya, donde si se presenta algo que tiene carácter iniciático y un paralelo evidente con lo que aquí nos ocupa. Hay una diferencia esencial entre ambas castas, la de los Brahmines y la de los Kshatriyas. El Brahmin pertenece a la casta más alta cuya función y misión es puramente espiritual. El combate cae fuera de sus deberes. El Kshatriya es el guerrero por excelencia. Kshata significa dolor y Kshatriya es quien libra combate para liberar a los seres del dolor. Vemos pues que la Iniciación Caballeresca viene de antiguo y de lejos. Sería muy interesante pero hasta hoy imposible establecer con precisión como surge históricamente en Europa tal cosa.

Digamos pues que la iniciación caballeresca está íntimamente emparentada a la denominada iniciación real pues ambas están estrechamente ligadas al poder temporal. En esto Guénon señala con justeza que al estar este poder temporal sometido a todas las contingencias de lo transitorio requiere que lo sacralice un principio de orden superior. De esto proviene el "derecho divino" tradicionalmente asignado a los reyes. Sin embargo todo indica que ese principio de orden superior debe actuar en fase y concordancia con el objetivo perseguido. Así la iniciación real se compone de la sacerdotal y de la caballeresca y solo puede transmitirlas quien las posea. Maurice Keen viene aquí nuevamente en nuestra ayuda, aún con su perspectiva meramente religiosa, al decir textualmente en su obra ya citada: "La ceremonia de hacer un caballero parece, por lo tanto, tener una relación muy próxima con el rito de la coronación".

Pero, bien entendido, sería un error grosero suponer que este rito de coronación constituyó siempre una iniciación efectiva dado que, en la enorme mayoría de los casos, se redujo a algo de naturaleza meramente simbólica y religiosa, una mera "exteriorización" de la iniciación reservada a los reyes, como bien apunta Guénon.

A esta altura podemos avanzar un paso más para efectuar las necesarias aclaraciones sobre el concepto del "honor compartido", mencionado por Keen y otros autores. Entender esto desde el punto de vista religioso es simplemente imposible pero el problema se resuelve por si solo desde una perspectiva iniciática. Keen por supuesto se contenta con mencionar el tema en estos términos: "recibir la caballería de manos de un señor (y caballero) de privilegiado rango une al destinatario al honor y dignidad del señor". Cesar Cantú, que dedicó muy bello y extenso estudio al tema de la Caballería, recalca que " para armar un Caballero era indispensable serlo, y el iniciado quedaba ligado respecto del que le había conferido la ordenación con un parentesco espiritual, de tal manera que por nada y en ningún caso podía hacer armas en contra suya" . En un cantar de gesta Renaud de Mantauban exclama "No defenderé tierra alguna de Carlomagno" a lo cual replica Ogier "No, pero recuerda que él te armó caballero" recordando así a Renaud que jamás podría luchar en contra de Carlomagno o de sus huestes. Solo un felón podría hacer semejante cosa, jamás un Caballero!

Esto era el "compartir el honor", lo que en lenguaje iniciático equivaldría a elegir la filiación más honrosa y el Maestro más elevado para recibir la propia iniciación. Así para dar un símil equivaldría a preferir un Rimpoche a un simple Lama en el budismo tibetano o un Parama Gurú a un Swami en el hinduismo.

La mentalidad utilitaria y materialista del mundo moderno tiene enorme dificultad en comprender el rol justiciero y heroico de la Caballería Tradicional. El contemporáneo apenas puede comprender como el Caballero se arriesga a ser herido o muerto por causas que no son la suya o simplemente para demostrar su valor y mucho menos como puede ser el paladín de una dama y jugarse la vida por ella sin aspirar en lo más mínimo a sus favores carnales y, más aún, cuando esta dama era generalmente la esposa de otro. El egoísmo y degradación del ser humano de hoy constituyen ciertamente un velo muy espeso que le impide toda comprensión en el orden metafísico, el que pasa así completamente desapercibido e ignorado. Desde el Renacimiento -como subraya Guénon- la desacralización de la existencia humana ha sido tan pavorosa que únicamente un advenimiento de orden divino podría restituir nuestras vidas al punto justo.

Para comprender a la Caballería en profundidad con una óptica tradicional y metafísica es menester tomar conocimiento de lo dicho al respecto por el tan citado René Guénon y, especialmente, por el esoterista italiano Barón Julius Evola. Lamentablemente no se puede aceptar en su totalidad lo que dicen uno y otro pero constituyen sus escritos una orientación para buscar la verdad al respecto. Evola parte del supuesto de que la acción en general y la acción guerrera en particular pueden liberar al hombre de sus condicionamientos al igual que la vía espiritual e incluso conducirlo a estados superiores del ser. En su muy discutible folleto "La doctrina aria del combate y la victoria" retoma la doctrina de que el acto supremo del ser humano y su sacrificio más excelso a Dios es morir con la espada en la mano en el campo de batalla". De aquí a la antigua creencia nórdica de que el héroe así muerto será conducido al galope al Walhalla por las Walkirias hay menos que un paso. Pero Evola no se detiene ahí tampoco en su embestida por sacralizar la guerra y el combate. Todo en la vida debe centrarse en la "pequeña guerra santa" y en la " gran guerra santa" a la manera del Islam. La primera es la guerra y el combate contra los enemigos exteriores, la segunda es la lucha contra nuestros enemigos interiores. "Más exactamente, esta última es la lucha del elemento sobrenatural que llevamos en nosotros contra todo lo que es instintivo, ligado a la pasión, caótico, ligado a las fuerzas de la naturaleza"(sic). La vida terrestre es sacrificada en el combate a la vida futura dando paso a un impulso que abre el camino hacia un estado espiritual realmente supra personal que hace a los hombres libres, inmortales, interiormente indestructibles logrando una síntesis de los opuestos en cuanto unificación de los aspectos superiores e inferiores de la naturaleza humana.

Hasta el más audaz de los Kshatriyas tendrá que reconocer que Evola va demasiado lejos pues este autor desemboca en la conclusión más o menos explícita de que el guerrero es superior al Maestro espiritual. En una carta célebre René Guénon lo coloca en su sitio, calificándolo de "Kshatriya en rebeldía". Es lo que corresponde pues Evola invierte el orden natural de las cosas. Pero a su vez Guénon si bien pretende lo justo en cuanto a la superioridad del Maestro sobre el guerrero no siempre tiene en claro el sentido y lugar de cada cosa. Tanto el brahmin como el kshatriya son indispensables tanto en el orden espiritual como en el social y, lo que nunca se ha subrayado, existe en esto una predestinación para cada ser en cuanto a ocupar el orden que naturalmente le corresponde en el desarrollo de la existencia temporal.

Para aclarar lo anterior es menester antes precisar una noción fundamental y generalmente muy mal comprendida que es la de Dharma. A esta palabra la podríamos traducir brevemente como "deber" o "ley moral" pero es mucho más que eso. En rigor es el conjunto de " medios correctos y eficaces, necesarios y trascendentes para alcanzar el bien y evitar el mal". Es obvio que el Dharma del brahmin es muy distinto del que corresponde a un kshatriya. Y la vida enseña que si uno de ellos intenta seguir el Dharma del otro cae en el adharma, que es el error, el desvío respecto de lo correcto tanto en lo espiritual como en lo ético.

No obstante Evola volvió a la carga en sus escritos, especialmente en cinco breves ensayos reunidos con el título de uno de ellos "Metafísica de la Guerra". Allí insiste con el culto del héroe que "muerto gana el cielo y vencedor conquista la tierra". Creo que Evola nunca comprendió el real valor de la Caballería tradicional como abnegación y servicio con olvido de sí mismo y de la propia vida. Esto unido a la búsqueda del Santo Grial es lo esencial de la genuina Caballería Espiritual. Es por ello que está reservada a hombres y mujeres dignos y elevados, dado que no debemos olvidar que desde comienzos de la Edad Media existieron Caballeras, aún cuando hoy, al iniciarlas se les dá el título de Damas con mayúscula. Incluso existieron Ordenes de Caballería para las Damas, como ser la Orden de las Caballeras del Hacha, en Tortosa, quienes llevaban como emblema un hacha roja sobre el pecho. Ellas impidieron heroicamente en 1149 que los moros tomaran su ciudad. Otra Orden femenina fue la de las Caballeras de la Cordelière, quienes usaban como distintivo un cordón de siete nudos.

Y pasemos a ocuparnos del tema central que es el Santo Grial.

EL SANTO GRIAL

Guénon no dejó demasiado escrito sobre la Caballería Iniciática en general pero sí sobre sus formas particulares y, más aún, sobre el tema central que fue y es objetivo central de los Caballeros auténticos a lo largo de los siglos: el Santo Grial. Este es un Misterio maravilloso por excelencia del que nos dicen las obras de caballería que es gran secreto que "está presente en la tierra con la plenitud de su Virtud Celestial" (veremos después cuan exactas son estas maravillosas palabras).

Al respecto del Santo Grial Guénon constituye una vez más la guía más segura y, junto con la obra memorable de Pierre Ponsoye "El Islam y el Grial", referencia obligada en este tema. Los dos títulos fundamentales de Guénon al respecto son los "Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada" y los "Aperçus sur l' ésotérisme chrétien".

La investigación histórica realizada en este último medio siglo ha hecho, empero, que el tema del Santo Grial haya venido a presentar aspectos que hacen no solo al orden puramente espiritual y metafísico sino que se refieren a la trama íntima del cristianismo histórico desde su fundador mismo. Es precisamente este aspecto el que obliga a una revisión profunda de prejuicios que el dogma religioso nos inculcara desde la infancia. Me refiero, claro está, al tema del denominado Linaje Sagrado sobre cuya existencia se han venido acumulando evidencias y argumentos que resultan del más alto interés. Pero como este asunto (que hoy es ya secreto a voces) nos llevaría demasiado lejos y ocuparía demasiado tiempo lo dejaremos para una futura exposición en la que volcaremos gran cantidad de información aún desconocida en nuestro medio. Digamos desde ya que existen documentos muy antiguos que robustecen esta suposición, comenzando por los Evangelio de Felipe y de Tomás que datan del siglo I y fueran hallados en 1946 en Nag Hammadi, Egipto. Es más, en los últimos tiempos el tema se ha complicado pues han surgido evidencias de que podrían existir dos Linajes Sagrados, uno originado en Tierra Santa y otro en Cachemira.

En rigor lo que nos ocupa hoy son los aspectos metafísicos de la Caballería y del Santo Grial y es obvio que los Caballeros no tenían por meta un encuentro terrenal con los integrantes del Linaje Sagrado sino una realización en el orden espiritual y metafísico que hace de pleno a los estados superiores del ser.

El tríptico de los significados tradicionales del Grial se reduce pues a dos para nuestros objetivos de hoy. De esos dos el primero se reduce enteramente al orden místico-religioso en el nivel exotérico y es por ello de interés solo como símbolo exterior de una Realidad maravillosa pero velada a los ojos de la gran mayoría de los mortales. Nos referimos, claro está, al significado del Grial en cuanto copa o cáliz de la Ultima Cena, tallado, según narran algunas leyendas, de una esmeralda que rodara de la frente de Lucifer al producirse la rebelión de los ángeles. De acuerdo a las tradiciones (que han llegado incluso a ser eclesiásticas) este Santo Grial o Sangrial

(Sangre Real) fue _ transportado desde Oriente a la Galia por María Magdalena escoltada por José de Arimatea. Vemos pues como se enlaza este segundo significado simbólico con el primero ya mencionado en cuanto alusión a la Sangre Real y al vaso portador de la misma. En rigor el Grial es el vaso portador de Dios y este significado externo debe comprenderse con claridad para llegar a donde debemos.

En estas versiones folklóricas de la leyenda del Grial debe saber verse precisamente una forma popular de enseñanzas de orden muy elevado expuestas en forma velada y que difícilmente podrían ser captadas por personas sin la debida calificación en el orden iniciático.

De hecho aquí asoma el Grial como símbolo de un estado superior del ser que se ha perdido pero que puede ser reencontrado por el hombre. De ahí la importancia suprema de la búsqueda del Santo Grial que tanta audacia, nobleza y sacrificio requería de los Caballeros. Naturalmente la cuestión del Grial rebasa ampliamente a una forma religiosa particular, en este caso el cristianismo. Por ello sería una simpleza limitarse a ver en este símbolo perteneciente a la Tradición Primordial una mera alegoría eucarística. Para abundar aun más queda claro que lo verdaderamente importante en este nivel de significación no sería el cáliz en sí sino su contenido. El cáliz se reduciría en todo caso a ser reliquia histórico-mística de gran importancia y nada más. Aquí le cedemos la palabra al gran experto en mitos Joseph Campbell quien, con sólido buen sentido, expresó en su libro "Myths to live" lo siguiente: "Para que necesitaba nadie ir a buscar a Dios (o al Grial) cuando estaba presente en todos los altares de todas las iglesias de la Tierra?" . Así se hace aún más obvio que el Grial no pertenece a la esfera de lo simplemente religioso sino a un orden mucho más elevado que es el iniciático. A nivel religioso simplemente encubre como símbolo una verdad trascendente que constituye el hecho central de la metafísica iniciática.

Se comprendió poco y mal en el medioevo todo este asunto y se asoció el Grial únicamente al cáliz sagrado, lo que pone drásticamente en claro la total ignorancia de los sacerdotes respecto de la Tradición Primordial. No es para todos el Conocimiento inherente a este símbolo y mucho menos aún el tener acceso al Grial mismo. Vale la pena recordar como de todos los esforzados Caballeros de la Tabla Redonda solo Sir Galahad lo alcanzó plenamente para morir poco después. Esta narración es, en sí misma, una lección. El Grial no puede ser la posesión exclusiva y permanente de nadie en particular en este mundo pues aguarda a todos los seres dignos que puedan llegar a alcanzarlo.

La etimología del término Grial es cosa discutida y aún no completamente resuelta. Según algunos provendría del término Grasale o Gradale, copa ancha y de poca profundidad usada en la Edad Media. Desde luego esta es precisamente la forma frecuentemente observada hasta hoy en los cálices de las iglesias. Pero, si nos atenemos al orden natural de las cosas, lo más sensato es suponer como hace Guénon que el simbolismo del cáliz o vaso hace alusión directa al vaso natural portador de la sangre humana el cual es, desde luego el corazón. Allí está el Sang-Rial o Santo Grial portador de Dios.

Y aquí llegamos a la solución del gran enigma. Esta solución es el punto central de la Tradición Primordial que identifica al corazón con el centro del ser en el género humano, pues en cada corazón mora la chispa divina que es la esencia de nuestra vida y la gloria suprema de nuestra alma. Este punto tan velado y oscuro en la Tradición Occidental se torna claro y luminoso si nos remitimos a la Tradición hindú. Esta es clara y explícita al respecto, designando a ese fragmento divino con el nombre de Jiva-Atma (el espíritu prisionero), el que constituye la meta suprema de nuestra adoración y búsqueda espiritual. También es denominado Adhi-Atma (o el Espíritu como Morador Interno).

Vemos como, una vez más, el recurrir a otras formas tradicionales permite clarificar dificultades que serían insuperables si nos limitamos a textos occidentales. Los grandes Rishis hindúes nos hablan del Jivatma, radiante como millones de soles en su Gloria, morador entronizado en la cámara etérica de nuestro corazón. Al Jivatma se refieren dos aforismos sapienciales hindúes que vale la mencionar aquí. El primero dice: "Quien conoce a hradhara (el corazón) conoce a dahara (la cavidad)". Claro está que esto alude a la cavidad o cámara etérica donde mora el Jivatma radiante, a quién se designa también como Yoti (la Llama de Amor) dado que así también se lo visualiza. Esto aclara algunas expresiones que hallamos en los grandes Iniciados, como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. La experiencia iniciática central es el contacto (o Yuj en sánscrito) de nuestra conciencia humana individual con la Conciencia

Universal o Fuente de Dicha Infinita entronizada en nuestro corazón. Este contacto (Yuj) es el verdadero y esencial objetivo del verdadero Yoga, cuyo nombre de ahí deriva y su efecto inmediato es el alcance de la más elevada e inefable Dicha Divina (Ananda).

Lo anterior aclara al segundo aforismo hindú al que me refería antes, el cual expresa: "Deseosos los dioses de esconder la Verdad y la Felicidad Suprema donde el hombre no pudiera encontrarlas, las escondieron finalmente en el mismo corazón de este". Digamos de paso que esto aclara a frases de Jesucristo que no son comprendidas en absoluto en medios religiosos, tales como "Yo os digo:dioses sois" y "El Reino de los Cielos está en vosotros". Podríamos ir mucho más lejos en esta dirección pero el querer ceñirnos al tema nos lo impide. En un futuro trabajo me referiré por ejemplo a la noción del "grano de mostaza" que figura en los Evangelios y que es símbolo inabordable directamente (la misma Santa Teresa de Avila lo confiesa) salvo para quien conoce a los Upanishads hindúes.

Esta presencia divina en nuestro corazón es la realidad metafísica simbolizada en el Santo Grial y enseñada en todos los santuarios Iniciáticos como verdad fundamental de la Tradición Primordial. A tal punto esto es importante que podemos calificar de fragmentaria y espuria a una corriente espiritual que pase por alto este hecho absolutamente esencial. De esto hablan los Iniciados por doquier, revistiéndolo con el ropaje de los conceptos propios de Oriente y de Occidente, del cristianismo, del hinduismo, del islamismo y de otras cien corrientes tradicionales.

Los Maestros hindúes expresan en forma taxativa que cada ser humano tiene el deber y la obligación de adorar cada día a la Presencia Divina en su corazón, pues esta Presencia es lo más sagrado de nuestro ser y la dadora de nuestra vida. Somos pues todos portadores del Santo Grial y ahora ya sabemos donde buscarlo por medio de nuestras disciplinas espirituales. Y para completar este paralelismo asombroso con las enseñanzas hindúes recordaré que la tradición occidental del Grial menciona que el Santo Cáliz fue entregado por Jesucristo mismo resucitado a José de Arimatea. Pero antes Jesús escribió en el cáliz una Palabra Secreta que solo pueden conocer el Maestro y el discípulo. Aquí el paralelo con la tradición hindú es asombroso pues esa palabra secreta no es otra cosa que el Ekakshara. Este Ekakshara es un mantra secretísimo que el Maestro comunica de boca a oído al discípulo calificado y cuya repetición facilitará y acelerará grandemente la toma de contacto con la Fuente de Dicha infinita o sea la Divinidad en nuestro corazón. Como símbolo el Grial ha caído lamentablemente en desuso dentro del cristianismo y, por razones que no escaparán, incluso fué tildado de herejía en su momento. Se lo ha reemplazado por otro que todos conocemos pero que pocos comprenden en profundidad y cuyo significado metafísico es exactamente el mismo del Santo Grial. Este nuevo símbolo es el Sagrado Corazón de Jesús, cuya representación usual tenemos todos bien presente. Veamos brevemente el porque de esta identidad de símbolos. Si analizamos esta representación nos daremos cuenta de que en ella Jesucristo exhibe su corazón radiante del cual surge una llama, el Yoti. El nos está enseñando el Secreto del Santo Grial, la Llama de Amor, la Presencia Divina en nosotros. Pero hay quienes que no desean que esto se divulgue. Si sabemos que Dios está en nosotros ya no necesitaremos intermediarios y vicedioses...

Este otro símbolo iniciático es confundido a nivel exotérico dentro de la Iglesia actual con una simple devoción. Ni por un momento se repara en su alcance incomparablemente más elevado. Incluso no se vacila en calificar de heterodoxo a quien señale su real significado, cosa que ocurrió precisamente con René Guénon cuando se puso fin a su colaboración con la revista católica "Regnabit". No nos cabe duda de que su espiritualidad y su talento ofendían a un medio tan limitado.

En suma y conclusión resulta lo que ya sabemos o sea que los fanáticos religiosos han sido desde siempre la variedad más abominable de los enanos mentales. Pero sería inexacto pensar que la incomprensión reina solamente en el ámbito religioso. Autores entre ocultistas y místicos como Arthur Waite y John Matthews han dedicado al Grial libros que ponen en evidencia que no han comprendido ni una palabra de los aspectos más elevados e importantes de este asunto.

Históricamente la noción del Grial aparece en Europa como parte de la transmisión del conocimiento metafísico de los druidas al cristianismo. Al respecto las pruebas y documentos no escasean pero en rigor nociones en todo análogas aparecen en otras tradiciones con muchos siglos de anterioridad a la aparición del cristianismo. Es que la Tradición Primordial reaparece con contenidos idénticos y diferentes ropajes de acuerdo a las condiciones de lugar, tiempo y circunstancia. Muchos se sorprenderán al reencontrar el motivo del Grial en otras tradiciones y contextos. En el valioso libro de Michelet hallarán un resumen de estas donde se menciona el Vaso de Vulcano, el Amrita hindú y el vaso milagroso de los bretones llamado Azewladour. Todos estos vasos conferían las supremas sabiduría y felicidad, curaban las heridas y resucitaban a los muertos. Hasta el cine ha recogido no hace mucho el tema del Grial. Pero sería del todo insensato pensar que debemos ir muy lejos como hacían los Caballeros para encontrarlo. El Grial está realmente muy cerca nuestro... Para concluir, que esta presencia de Dios en el corazón de todos nos recuerde cada día que Dios nos tiene a todos en el suyo.