Virginia Gawel
El cálculo es simple: si Ud. tiene alrededor de 45 años, ha estado dormido durante unos 15 años. Si es otra su edad, igual es fácil sacar la cuenta: aproximadamente un tercio de cada día, un tercio de cada año, un tercio de su vida. Y la pregunta que desde la antigüedad ha tenido distintas respuestas, -aunque todavía ninguna definitiva-, es: ¿para qué dormimos? Una parte del proceso parece clara: reparación de células, descanso de la maquinaria, recarga de energías... Sin embargo, según las últimas investigaciones de la Neurofisiología, nadie aún ha determinado qué es concretamente lo que restauramos. De hecho, nuestros registros metabólicos indican que gastamos muchísima energía mientras dormimos. Sobre todo los minutos durante los cuales soñamos (5 ó 6 veces por noche, unos 100 minutos cada 8 horas, lo recordemos o no) consumimos mucho más oxígeno que cuando estamos despiertos, y también la actividad cerebral es mayor, con un aumento correlativo del flujo sanguíneo.
Dado que todos los mamíferos sueñan (salvo, curiosamente, el oso hormiguero), los científicos deducen que el soñar ha de ser importantísimo, puesto que la evolución de las especies ha conservado intacta esa función a lo largo de todas sus mutaciones, siglo tras siglo. Francisco Varela, biólogo chileno radicado en los Estados Unidos que investiga los puntos de contacto entre la ciencia occidental y el Budismo, declara, en función de estos datos, que “...el sueño con REM [movimiento ocular rápido] es una actividad cognitiva fundamental. Es el lugar donde las personas pueden dedicarse al juego imaginario, probar diferentes argumentos, aprender nuevas posibilidades; un espacio innovador donde pueden surgir nuevas pautas y asociaciones, donde puede reelaborase todo lo experimentado.”
Desde el Psicoanálisis en adelante, la interpretación de los sueños fue teniendo un espacio importante en distintas escuelas de Psicología. Sin embargo, no es con Freud con quien se inaugura el interés por develar los significados del mundo onírico: a lo largo de la historia de la humanidad los sueños fueron muy tenidos en cuenta en distintas culturas, existiendo en algunas de ellas, inclusive, especialistas en decodificación de sueños, procedimientos para recibir orientación a través de ellos, y hasta recintos sagrados en los cuales se dormía para pedirles a los dioses revelación, curación o consejo (tales como los templos de Esculapio en la antigua Grecia). Las filosofías y psicologías de Oriente también subrayaron la importancia del soñar: los tibetanos, por ejemplo, consideran el yoga de los sueños como una disciplina integral para la ampliación de la conciencia...
Contemporáneamente, el desciframiento de las claves oníricas ha convocado a gran variedad de terapeutas e investigadores, no solamente para el trabajo con los pacientes (como lo aplica el Psicoanálisis) sino también para la interpretación de los propios sueños en el proceso de autoconocimiento personal: comprender los símbolos de nuestro soñar es un modo concreto de hacer contacto con el propio Inconsciente, y establecer con él una comunicación intencional y lúcida.
Y es que la definición freudiana de que “el sueño es una realización de deseos” ha ido quedando, con el paso del tiempo, como una visión extremadamente reduccionista respecto de un proceso cuyos bordes reales aún no alcanza la Ciencia a vislumbrar. Esto coincide con que el concepto que se tiene actualmente sobre el Inconsciente mismo se ha ido modificando substancialmente, sobre todo a partir de la confluencia de la Psicología de Occidente con los conocimientos de Oriente, los cuales fueron difundiéndose principalmente desde la década de los ’60.
La Psicología Transpersonal nos habla de un Inconsciente cuyas fronteras se encuentran mucho más allá de los traumas personales y del peso de lo reprimido. En ese sentido, el mapa de Roberto Assagioli (psiquiatra italiano pionero en lo Transpersonal) es uno de los más omni abarcantes en relación al psiquismo humano, ya que incluye el Inconsciente Personal, el Inconsciente Colectivo, y aquello que la Psicología convencional no había tenido en cuenta: el Inconsciente Superior o
Supra consciente, en el cual podríamos señalar la sede del núcleo del Sí Mismo (aquello que éramos aún antes de nacer, y que quizás sigamos siendo aún después de morir). En el Zen recibe un nombre que nos lleva mucho más allá del complejo de Edipo: Hishiryo (que podría traducirse como “Inconsciente Cósmico Religioso”).
Y es que los sueños de cada noche pueden ser la expresión simbólica no solamente de lo reprimido, sino también de otros planos internos que poco tienen que ver con ello. Así, las funciones del soñar adquieren una dimensión paradigmáticamente diferente a la de ser la mera “realización de deseos”. Si tenemos en cuenta que el Inconsciente no es sólo el nido de los conflictos irresueltos, sino también una fuente de sabiduría no aprendida, conocimiento innato, inspiración numinosa, es natural pensar que los antiguos lo hayan invocado bajo la forma de dioses para recibir consejo u orientación en sus procesos vitales.
Puesto que numerosas son, entonces, las funciones del soñar, podríamos preguntarnos para qué puede ser provechoso el aprender a decodificar los propios sueños. Esbozaría aquí algunas posibles respuestas:
Para conocer aspectos de nosotros mismos que escapan a nuestra percepción consciente (rasgos internos, emociones reprimidas, opiniones no racionalizadas, aspectos de nuestra Sombra...).
Para reconocer patrones traumáticos y colaborar conscientemente en su elaboración.
Para encontrar respuestas creativas a nuestros desafíos cotidianos.
Para comprender las pautas ocultas de nuestro modo de vincularnos con los demás.
Para desbloquear talentos desconocidos en lo emocional, lo intelectual, lo corporal y lo creativo.
Para abrir la percepción hacia lo Trascendente de nuestra vida a través del mundo onírico.
Durante muchos años he investigado la importancia de los sueños en distintas culturas, la visión de diversos autores no-psicoanalíticos y los sueños “vivos” de pacientes y alumnos, más el estudio personal de los míos propios. En base a ello, fui encontrando que existen alrededor de veinticinco tipos de sueños, lo cual señalaría que las funciones del soñar, -ese ignoto “para qué soñamos?”-, tiene múltiples respuestas muy concretas. En los Seminarios de Interpretación de Sueños, uno de los trabajos más inmediatos que cada participante realiza con los suyos es poder reconocer a qué categoría pertenece el sueño que haya registrado. Esto ya es un paso determinante para acercarse a su significado. Esta investigación grupal ha ido sumando categorías de sueños que fueron ampliando la lista originaria, la cual seguramente seguirá completándose aún más con posteriores investigaciones.
Por razones de espacio, voy a detallar sólo tres de estas veinticinco categorías, a modo de ilustrar tres funciones muy distintas del soñar que puedan dar a entender que las veintidós restantes divergen también notablemente de la antigua concepción del sueño como mera realización de deseos.
Sueños Compensatorios: se trata de aquellos sueños cuya materia prima es el material subliminal que el Inconsciente recogiera de nuestros asuntos vigiles, y los convirtiera en mensaje onírico para apercibirnos de aquello que vigilmente no nos percatamos. Este mecanismo ha sido muy bien descripto por Jung, al detallar cómo la conciencia es unilateral: esto es, percibe muy parcialmente, y en el acto de percibir desecha valiosa información que parece no quedar registrada en nuestro psiquismo (detalles, gestos de nuestro interlocutor, contradicciones que preferimos no ver, emociones personales disparadas ante un hecho, etc.).
Este material perceptual, sin embargo, lejos de ser descartado, en realidad está siendo captado y almacenado por nuestro Inconsciente, y, entre otros modos de ser presentado a la conciencia (como síntomas, acting-outs, actos fallidos, etc.), forma parte de la materia prima de nuestro mundo onírico. El Inconsciente, entonces, nos posibilita percatarnos mediante un sueño de aquello a lo cual no habíamos prestado suficiente atención durante la vigilia, corrigiendo las imágenes que tenemos de nosotros mismos y de nuestra realidad. Generalmente se trata de sueños en los cuales ciertos atributos de los hechos o de los personajes (incluidos nosotros mismos) se ven notablemente exagerados, como para que prestemos atención a aquello de lo cual aún no nos habíamos dado cuenta.
Podríamos graficar este mecanismo de la siguiente manera:
Hay un experimento sencillo de realizar para poder constatar este mecanismo de nuestra percepción y su incidencia en el mundo onírico: reunimos un grupo numeroso de personas que tengan predisposición a recordar sus sueños, y lo exponemos a una gran cantidad de imágenes proyectadas con un taquistoscopio (proyector de diapositivas a alta velocidad). Lógicamente, cada persona sólo recordará una cantidad reducida de imágenes, y deberá anotarlas en una lista. La constatación estadísticamente significativa es que la mayoría de las personas tienden durante esa noche a construir sueños en los que ensamblan las imágenes olvidadas, en un creativo collage psicológico. Aquí vemos cómo el material que la persona pudo haber desechado de su percepción consciente se archiva en su interioridad junto con la emoción que esa imagen pueda haber movilizado en lo personal.
Existen técnicas muy interesantes para poder detectar de dónde extrajimos el material relevante de cada sueño, haciendo conscientes los disparadores primarios y secundarios que hubieran operado en nuestra vida vigil. Pero, dada la complejidad del tema, de esto hablaremos en otra oportunidad.
Sueños de Registro Fisiológico: Se trata de aquellos sueños cuya materia prima está constituida principalmente por micro percepciones corporales que, al suspenderse durante el dormir el ingreso de información externa, se amplifican, cobrando relevancia. Al amplificarse, se vuelven generadoras de alegorías simbólicas que ilustran los procesos de nuestro organismo en la salud y en la enfermedad.
Así como es universal tener sueños que incluyen la percepción de la necesidad de orinar, o el inicio nocturno de la menstruación, otras pequeñas sensaciones físicas encuentran su modo de hacerse notar a través de la semántica de los sueños. Históricamente se han hecho experimentos para determinar cómo funciona este mecanismo, tales como acercar estímulos suaves al soñante (el contacto con un cubo de hielo o con algo punzante, una caricia, etc.). El resultado invariable es que esa micro percepción es incorporada al proceso onírico, formando parte del argumento del sueño que se construya en ese momento.
Si bien ya Hipócrates entre los antiguos griegos había documentado la observación de este fenómeno, contemporáneamente distintos investigadores le han prestado atención, inclusive para tenerlos en cuenta en el seguimiento de pacientes con temas de salud específicos, como pueden serlo la enfermedad orgánica o funcional, los accidentes, el embarazo, el proceso de muerte y la recuperación postquirúrgica. En estos casos, el hecho de tener en cuenta el registro onírico permite hacer un seguimiento de la evolución del proceso biológico de esa persona en particular, y muchas veces también la decodificación de los sueños puede colaborar en el diagnóstico, pronóstico y tratamiento a seguir, en función de la información otorgada por el Inconsciente.
Es sumamente interesante constatar cómo los procesos fisiológicos se expresan simbólicamente, no sólo mediante imágenes literalmente relativas al cuerpo, sino también a través de su metaforización en animales, aparatos, vehículos y otros objetos: caños tapados, techos rotos, agua sucia que corre, fuego... son múltiples los símbolos personales que el Inconsciente elige para dar aviso de lo que al cuerpo le está sucediendo.
Sueños de Ensayo Conductual: Carl G. Jung enunciaba que “el sueño tiene una función motriz”. Esto significa que las aventuras que vivimos cada noche tienen una fuerte influencia en nuestra posterior conducta vigil: nos impulsan a un determinado tipo de acción, de proceder, de elección.
La investigación de este aspecto del soñar nos muestra que es bastante frecuente encontrar que, antes de realizar determinada tarea importante para nosotros, solemos soñar con ese hecho anticipadamente una y otra vez, con la misma o con distintas resoluciones: un examen, una competencia deportiva, un viaje, un encuentro afectivo, etc.
En este fenómeno observamos el denominado mecanismo de anticipación, en el cual el Inconsciente parece ensayar una conducta que posteriormente ya sabe que el soñante deberá ejecutar, quizás a fin de encontrarse mejor preparado al momento de los hechos.
Así como actualmente se practican técnicas de visualización en la preparación de deportistas o estudiantes para que, viéndose a sí mismo actuar asertivamente en su imaginación, puedan hacerlo luego en la vida vigil, pareciera ser que la Naturaleza misma realiza en forma autónoma este proceso, como una ayuda fundamental en el difícil arte de vivir.
Hoy vamos a llegar hasta aquí, señalando sólo estos tres tipos de sueños, mas dejando constancia de que hay al menos veintidós más: sueños prospectivos, sueños premonitorios, sueños ajenos, sueños transpersonales...
Así como en las culturas antiguas se dormía en los templos pidiendo orientación a los dioses, nosotros, los humanos de este siglo, podemos aprender a pedirle sueños a nuestro propio Inconsciente sobre aquellos temas que sean vitales para la comprensión de nosotros mismos y de nuestra realidad. A éstos se les llama sueños de incubación. El Inconsciente responde. Sólo necesita que sepamos preguntarle. Y que aprendamos a recordar y decodificar sus creativas respuestas, escondidas en el mensaje de los sueños.