martes, octubre 25, 2022

Un Equilibrio de Tres Amores

Claudio Naranjo

Hace algunos años, en un encuentro habitual de sus cursos sobre Eneagrama en Madrid, Claudio me sugirió la posibilidad de publicar en Sin Fronteras los pasajes del libro The End of Patriarchy que corresponden al bajorrelieve del “Ave del Retorno”, o “El Vuelo del Genio” como también se ha llamado. Ilustraciones que no se publicaron en su momento en la edición española “La agonía del patriarcado” a cargo de la editorial Kairós. Aunque las ilustraciones no son de excelente calidad, podemos decir que son lo único que queda pues el bajorrelieve original de 7 metros de extensión, construido en yeso, está desapareciendo.

Claudio Naranjo comentó la importancia de la obra de Tótila Albert y su interés en dar a conocer esos 66 himnos que compuso en 1943 “El Tres Veces Nuestro”. A continuación comentamos una breve historia de la vida de Albert y varios comentarios sobre el bajorrelieve extraídos de la edición española (a la que agradecemos desde estas páginas), así como el manifiesto “Prólogo” del que Claudio hace mención.

Arjuna Peragón

“Transformado al regresar de profundos sentimientos vago por el mundo. Aquel que bendice a sus padres se recrea a sí mismo en honda felicidad”.

Tótila Albert

Mi interés por la idea de que el patriarcado constituye la raíz del gran macroproblema que tenemos planteado data de mediados de los años cincuenta, y la fuente de mi inspiración es más antigua y poco conocida: un chileno, que ya era consciente de lo crítico de esta situación hace más de cincuenta años. Tótila Albert, nacido en Chile, llegó a ser conocido como escultor en los años que siguieron a la primera guerra mundial. Apodado por sus contemporáneos en Berlín “el Rodin alemán”, puede ser considerado como el mejor escultor que haya producido Chile, pero la concurrencia de diferentes circunstancias le impidió llegar a ser conocido internacionalmente, y hoy en día la mayor parte de su obra (originalmente en yeso) ha sucumbido a los embates del tiempo.

A la edad de 37 años, tras la muerte de su padre, Albert sufrió una muerte en vida que supuso un tránsito a un renacimiento, o –según su propia expresión– a un “autonacimiento”. Después de esto, abandonó la escultura para dedicarse a la poesía, en lengua alemana, y contando con el apoyo financiero de sus amigos en el Berlín de la preguerra, pudo integrarse íntegramente a la escritura, convertida en adelante en eje central de su crecimiento en el seno de una nueva vida. Más tarde, el día antes de declararse la segunda guerra mundial (y cerrarse, consiguientemente, las fronteras alemanas), abandonó Alemania para volver a Chile. Allí se casó, cuando tenía 48 años, y volvió a la escultura para poder sobrevivir, pero siguió también escribiendo poesía. Alguna gente iba a aprender escultura con él, sintiéndose curados en su compañía, pero principalmente gustaba de hablar con las personas, en un deseo de despertarlas y sacarlas de su “adormecimiento patriarcal”...

Tótila Albert no era un filósofo en el sentido propio de la palabra. Si llegó a alcanzar una profunda intuición política, no fue a través del pensamiento discursivo, sino como resultado de un largo y dramático proceso de desarrollo interior que, a mitad de su vida, como hemos dicho, le transformó de escultor en místico y poeta. Una parte inicial de este proceso consistió en atravesar una especie de alquimia interna, en la que –tras un mítico y muy real <descenso al mundo de las sombras> (con ocasión de la muerte de su padre)– pudo entrar en diálogo con las imágenes internalizadas de su padre y de su madre, quedando así curada la relación del pasado entre sus padres más allá de su propio condicionamiento. (…). Más tarde en su vida habría de señalar cómo nuestros padres personales son al mismo tiempo obstáculos y vehículos potenciales para conectarnos con nuestros “padres universales”. Puesto que la muerte de su padre le había hecho sentirse como un árbol incendiado repentinamente por un rayo –herido por una muerte interior que había de conducirle a una nueva vida–, asimismo pensaba que la muerte de quienes más amamos supone para todos una vía que la vida nos pone por delante en el camino de nuestra espiritualización. Creo que los historiadores de la cultura tienen motivos suficientes para pensar que esto es así, ya que efectivamente la experiencia de la muerte parece jugar un papel central en el surgimiento de las diferentes religiones.

Durante 1938, en el Berlín de la preguerra, el shock de lo que estaba ocurriendo en torno suyo hizo salir a Tótila de la “torre de marfil” de su laboratorio poético y alquímico. En ese año escribió tres “cartas” dirigidas a la “Madre”, al “Padre” y al “Hijo”, pero no a sus propios padres. Por Padre entendía el “padre absoluto”, el “principio paterno” propio del imperialismo.

En Chile, en 1943 dio a luz una seie de 66 himnos con el título Die Dreimal Unser (‘Lo tres veces nuestro’, o simplemente ‘Nuestra trinidad’), que contenían temas de poesía política –o de poesía místico-política, más propiamente–, y a los que, según recuerdo haberle oído decir, concebía como “affiches verbales” destinados a atraer la atención de la gente sobre los peligros de la obsolescencia del orden patriarcal en que estamos inmersos.

“Creo que la vasta obra poética escrita en alemán de Tótila Albert, una vez se haya dado a conocer, está llamada a ocupar un lugar entre los clásicos, pero no quiero referirme ahora a su obra, sino a la experiencia que precipitó su entrada en el “camino”: una experiencia de iniciación espontánea con al que, al decir de él mismo en un escrito autobiográfico, terminó su primera vida y comenzó una vida nueva.

Muchos años después describió el artista esta experiencia en un poema titulado “Cuerpo Alado”, que comienza así:

-¿Levantas, hijo, el vuelo?
-¡Sagradas voces!, creo que sí, mi alma está en duelo desde que os perdí.
Era la sombra del vacío súbitamente todo lo mío.
De par en par abrió el dolor el cuerpo mismo.
Tornó afuera el interior, y con la fuerza del sonido brotaron alas del abismo.
De mí, en vuelo suspendido , nacía fiel y reposada en sí
la trinidad alada,
y con la vista elevada os ví
volar conmigo a la nada. y eso es todo lo que sé
porqué de todo me acordé,
altivo padre que señalas
más alto aún que nuestras alas, amada madre que tan sería
señalas hacia la materia.
Y entendí que era yo a quien tu mano señalaba
en la visión que así volaba.
Tan cerca estuve de morir que atravesé mi vida, de ida y venida,
y pude reconstruir
la constelación humana: a través del sol, en nuestro padre, y de la noche, en nuestra madre,
llegar al Yo, que solo emana.

La experiencia con la que comenzó su vuelo chamánico (y su liberación de la “mente ordinaria”, podríamos decir) tuvo un fuerte componente físico. “Abrió el dolor al cuerpo mismo” hace referencia a la sensación de que su cuerpo se separa por la espalda en dos mitades, desde la cabeza a los pies. La apertura del cuerpo es un tema común en los relatos de iniciaciones chamánicas, y tengo certeza de que Tótila Albert no conocía la literatura al respecto. Alude asimismo el poema a la sensación, también familiar a los conocedores del chamanismo, de que el interior del cuerpo se volcaba hacia afuera, y al decir que “brotaron alas al abismo” no sólo se refiere metamórficamente al proceso espiritual por el cual la caída a la propia profundidad se torna en elevación, sino a una vivencia física de transformación en ave de rapiña.

En el bajorrelieve (figura 2, ‘Ave del Retorno’) con el que he ilustrado en el primer capítulo del libro (Agonía del Patriarcado) la trinidad interior de madre-padre-hijo, el escultor tradujo la vivencia de transformación en la de un cóndor que porta al hijo entre sus garras. Sin embargo, la vivencia física a la que me refiero se corresponde con la experiencia general de los chamanes siberianos que, en el curso de su primera iniciación, se sienten transformados en águilas y pasan a considerarse descendientes de un chamán original águila. (…)

Resulta sugerente la invitación de Tótila a hablar en su manifiesto de amores, en plural: cualidades o formas primordiales del amor. El amor paterno se orienta a lo “celestial”, al mundo de los principios, las ideas y los ideales. El amor materno se orienta a la naturaleza y hacia lo individual, y no atiene a méritos, sino a necesidades. Por otra parte, el amor filial (tan patologizado en nuestra época, al ser interrumpido y reemplazado el vínculo amoroso hacia los padres por un vínculo de resentimiento y de dependencia idealizada) se caracteriza por un actitud agradecida de receptividad y respeto.

Llevando aún más lejos este pensamiento, podemos decir que el amor intrapsíquico entre los principios Padre, Madre e Hijo es necesario para que pueda haber armonía en la familia humana, así como entre los valores paternos, maternos y filiales de nuestra cultura. Esta es la idea que expresaba un bajorrelieve realizado por Tótila en la fachada de un edificio público en Santiago de Chile, y que existió hasta hace poco, antes de ser destruido por las autoridades hacia las postrimerías de la dictadura militar en los 80. En él lo paterno y lo materno venían representados por dos alas que, con su polaridad, permitían a una figura central volar hacia adelante.

Más concretamente, en el relieve, sobre las alas de un cóndor la figura del Hijo apunta hacia adelante, mientras que a su lado, a la izquierda, la Madre apunta hacia abajo y, a la derecha, la figura del Padre lo hace hacia arriba. Digamos que si la condición ordinaria del ser humano es quedar fijado a un estado infantil en el que regresivamente mantiene una relación de necesidad y ambivalencia frente a los padres de su infancia, el niño sano que reside potencialmente en el interior de todos nosotros puede, a través de su amor hacia su padre y su madre internos, apropiarse de las cualidades del amor paterno y del amor materno, integrando así el amor al cielo con el amor a la tierra, el amor a la sabiduría y el amor a la naturaleza, el amor a la divina transcendencia y el amor a la inmanencia divina.”

La Tierra. Tótila Albert

Prólogo

“Buscando la causa de la falta de unidad entre los seres humanos y de la gran confusión en que se encuentra sumida la mayor parte de la humanidad, se critica como culpables a la Iglesia y al Estado, pero nunca se da el último paso: trasladar la responsabilidad al creador de tales instituciones, quien haciendo uso del poder se ha dado a sí mismo valor absoluto y se ha arrogado el derecho de vida o muerte sobre la familia, considerándola de su propiedad y apoderándose de sus bienes. Hora es de que no nos ocupemos solamente de los síntomas sino de la enfermedad como tal, reconociendo en el patriarcado el origen de nuestras imperfecciones y de la artificialidad de nuestra forma de vida”.