lunes, octubre 31, 2022

Viviendo de Amor

Menchu Mozo

En el mundo en que vivimos, acostumbrado a segmentar los opuestos, a veces nos resulta difícil sentir que lo individual y lo colectivo, lo personal y lo social no son dos mundos separados. Pero si nuestra biografía está escrita en nuestra biología, también lo está nuestra biografía colectiva. Por eso, este texto me pareció un testimonio profundo y revelador de dicha unión. El artículo plantea, de una forma valiente y abierta, que un proyecto de liberación, cualquiera que sea, aunque en este caso se refiera a la experiencia histórica del pueblo negro y, más en concreto, de las mujeres negras no puede basarse sólo en la transformación de las condiciones materiales de la vida y dejar de lado el crecimiento espiritual de las personas. Ambas cosas tienen que ir de la mano y eso significa que para ese colectivo es fundamental aprender a desarrollar la capacidad de amar. Lo importante es que nos habla de una experiencia colectiva que a muchas de nosotras (y de vosotros también) no nos es ajena. Y es por eso por lo que me ha parecido interesante su traducción. Espero que os sea enriquecedor. De todo corazón, Menchu Mozo.

Viviendo de amor*

El amor cura. Nuestra recuperación reside en el acto y en el arte de amar. Mi pasaje favorito del Evangelio según San Juan es aquel que dice: No amar es quedarse en la muerte.

Muchas mujeres negras sienten que en sus vidas existe poco o ningún amor. Esa es una de nuestras verdades más íntimas que raramente discutimos en público. Es una realidad tan dolorosa que las mujeres negras raramente hablamos abiertamente sobre ello.

No ha sido fácil para las personas de este país entender qué es amar. M. Scott Peck define el amor como “la voluntad de expandirnos para posibilitar nuestro crecimiento o el crecimiento de otra persona”, sugiriendo que el amor es al mismo tiempo “una intención y una acción”. Expresamos el amor a través de la unión del sentimiento y de la acción. Si observamos la experiencia del pueblo negro a partir de esa definición, es posible entender por qué históricamente muchos se sienten frustrados como amantes. La esclavitud y las divisiones raciales crearon condiciones muy difíciles para que los negros nutriesen su crecimiento espiritual. Hablo de condiciones difíciles, no imposibles. Pero necesitamos reconocer que la opresión y la explotación distorsionan e impiden nuestra capacidad de amar.

En una sociedad en la que prevalece la supremacía de los blancos, la vida de los negros está impregnada de cuestiones políticas, que explican que éstos hayan interiorizado el racismo y un sentimiento de inferioridad. Los sistemas de dominación son más eficaces cuando alteran nuestra habilidad de querer y amar. Los negros hemos sido profundamente heridos; como la gente dice, “heridos hasta el corazón”, y esa herida emocional con la que cargamos afecta a nuestra capacidad de sentir y, en consecuencia, de amar. Somos un pueblo herido. Herido en aquel lugar que podría conocer el amor, que estaría amando. La voluntad de amar ha representado un acto de resistencia para los afro-americanos. Pero al realizar esa elección, muchos de nosotros descubrimos nuestra incapacidad de dar y de recibir amor.

El impacto de la esclavitud en el acto de amar...

Nuestras dificultades colectivas con el arte y el acto de amar comenzaron a partir de la esclavitud. Eso no debería sorprendernos, ya que nuestros ancestros vieron cómo sus hijos eran vendidos; sus amantes, compañeros, amigos, apresados sin razón. Esas personas que vivieron en una pobreza extrema y fueron obligadas a separarse de sus familias y de sus comunidades no podrían haber sobrevivido en ese contexto interiorizando esa cosa que la gente llama amor. Ellas sabían, por experiencia propia, que en condiciones de esclavitud es difícil experimentar o mantener una relación de amor.

Imagino que, una vez finalizada la esclavitud, muchos negros estaban ansiosos por experimentar relaciones de intimidad, compromiso y pasión, fuera de los límites antes establecidos. Pero también es posible que muchos no estuviesen preparados para practicar el arte de amar. Esa es tal vez la razón por la cual muchos negros establecieron relaciones familiares basadas en la brutalidad que conocieron en la época de la esclavitud. Siguiendo el mismo modelo jerárquico, crearon espacios domésticos donde los conflictos de poder llevaban a los hombres a golpear a las mujeres y a los adultos a pegar a los niños para probar su control y dominación. Así, estaban utilizando los mismos métodos brutales que los señores esclavistas usaron contra ellos. Sabemos que su vida no era fácil; que con la abolición de la esclavitud los negros no quedaron inmediatamente libres para amar.

Testimonios de esclavos revelan que su supervivencia muchas veces estaba determinada por su capacidad de reprimir las emociones. En un documento fechado en 1845, Frederick Douglas recuerda que fue incapaz de sentir la muerte de su madre, porque no había podido mantener contacto con ella. La esclavitud condicionó a los negros a contener y reprimir muchos de sus sentimientos. El hecho de haber presenciado el abuso diario realizado a sus compañeros –trabajos pesados, crueles castigos, hambre- hizo que solamente se mostrasen solidarios entre ellos en casos de extrema necesidad. Y es que tenían buenas razones para imaginar que, de lo contrario, serían castigados. Solamente en espacios de resistencia cultivados con mucho cuidado, podían expresar sus emociones reprimidas. Así pues, aprendieron a seguir sus impulsos solamente en situaciones de gran necesidad y esperar un momento “seguro” en el que poder expresar sus sentimientos. En un contexto en el que los negros nunca podían prever cuanto tiempo iban a estar juntos, ¿qué forma podría tomar el amor? Amar, en ese contexto, podía hacer vulnerable a una persona a un sufrimiento insoportable. De forma general, era más fácil para los esclavos una relación emocional sabiendo que esa relación sería transitoria. La esclavitud creó en el pueblo negro una noción de intimidad unida al sentido practico de su realidad. Un esclavo que no fuese capaz de reprimir o contener sus emociones, tal vez no consiguiese sobrevivir.

Emociones reprimidas: la llave de la supervivencia

La práctica de reprimir los sentimientos como estrategia de supervivencia continuó formando parte de la vida de los negros después de la esclavitud. Como el racismo y la supremacía de los blancos no fueron eliminados con la abolición de la esclavitud, los negros tuvieron que mantener ciertas barreras emocionales. Y, en general, muchos negros empezaron a creer que la capacidad de contener las emociones era una característica positiva. Con el paso de los años, la habilidad de ocultar y enmascarar los sentimientos pasó a ser considerada como una señal de personalidad fuerte. Mostrar los sentimientos era una tontería. Tradicionalmente, las personas del sur del país enseñaban a los niños cuando aún eran pequeños que era importante reprimir las emociones. Normalmente los niños aprendían a no llorar cuando se les pegaba. Expresar los sentimientos podía significar un castigo aún mayor. Los padres avisaban: “No quiero ver ninguna lágrima”. Y si el niño lloraba, amenazaban: “Si no paras, te voy a dar una razón más para llorar”.

¿Cómo es posible diferenciar ese comportamiento de aquel del señor esclavista que golpeaba a su esclavo sin permitir que experimentase ninguna forma de consuelo o que tuviese un espacio para expresar su dolor? Y si tantos niños negros aprendieron desde temprano que expresar las emociones es señal de debilidad, ¿Cómo podrían estar abiertos para amar? Muchos negros han transmitido esta idea de generación en generación: si nos dejamos llevar, si nos rendimos a las emociones, estaremos comprometiendo nuestra supervivencia. Ellos creían que el amor disminuye nuestra capacidad de desarrollar una personalidad sólida.

¿Alguna vez nos amaste?

Cuando era niña, me daba cuenta de que fuera del ámbito de la religión y del romance, los adultos veían el amor como un lujo. La lucha por la supervivencia era más importante que el amor. Solamente las personas más mayores –nuestras abuelas y bisabuelas, nuestros abuelos y bisabuelos, nuestros padrinos y madrinas- parecían dedicadas al arte y al acto de amar. Nos aceptaban, nos cuidaban, nos prestaban atención y, sobre todo, afirmaban nuestra necesidad de experimentar placer y felicidad. Eran cariñosos y lo demostraban físicamente. Nuestros padres y su generación, que sólo pensaban en prosperar en la vida, generalmente transmitían la impresión de que el amor era una pérdida de tiempo, un sentimiento o un acto que les impedía ocuparse de cosas más importantes.

Cuando yo daba clases sobre el libro Sula de Toni Morrison, me daba cuenta de que mis alumnas se identificaban con una parte en la que Hannah, una mujer negra ya adulta, pregunta a su madre, Eva: “¿Alguna vez nos amaste?” Y Eva responde bruscamente: “¿Cómo tienes el valor de hacerme esa pregunta? ¿No estás sana? ¿Es que no te das cuenta?” Hannah no queda satisfecha con la respuesta, ya que sabe que su madre siempre procuró satisfacer sus necesidades materiales. Por lo que ella estaba interesada era por otro nivel de cuidado, de cariño, de atención. Y le dice a Eva: “¿Alguna vez jugaste con nosotros?” Una vez más, Eva como si la pregunta fuese totalmente ridícula, responde:

¿Jugar? Nadie jugaba en 1895. ¿Sólo porque ahora las cosas son fáciles crees que siempre fueron así? En 1895 nada era fácil. Era muy duro. Los negros morían como moscas... ¿Piensas que me iba a poner a jugar con mis hijos? ¿Qué iban a pensar de mi?

La respuesta de Eva muestra que la lucha por la supervivencia no significaba solo la forma más importante de cariño, sino que se situaba por encima de todo. Muchos negros todavía piensan así. Cubrir las necesidades materiales es sinónimo de amar. Pero está claro que incluso cuando se poseen privilegios materiales, el amor puede estar ausente. Y que incluso en un contexto de pobreza, cuando la lucha por la supervivencia se hace necesaria, es posible encontrar espacios para amar y jugar. Esa clase de cariño que alimenta corazones, mentes y también estómagos. En nuestro proceso de resistencia colectiva es importante atender tanto las necesidades emocionales como materiales.

No es casualidad que el diálogo sobre el amor en el libro Sula se produzca entre dos mujeres negras, entre madre e hija. Su relación simboliza una herencia que se reproducirá en otras generaciones. Es verdad que Eva no alimenta el crecimiento espiritual de su hija, Sula. Sin embargo, Eva simboliza un modelo de mujer negra “fuerte”, de acuerdo con su estilo de vida, por su capacidad de reprimir emociones y garantizar su seguridad material. La suya es una forma práctica de definir nuestras necesidades, como en aquella canción de Tina Turner: “¿Qué es lo que tiene que ver el amor con eso?”.

Si conociésemos el amor

El amor necesita estar presente en la vida de todas las mujeres negras, en todas nuestras casas. Es la falta de amor la que ha creado tantas dificultades en nuestras vidas, en nuestra supervivencia. Cuando amamos, deseamos vivir plenamente. Pero cuando las personas hablan de la vida de las mujeres negras, raramente se preocupan de garantizar cambios en la sociedad que nos permitan vivir plenamente. Generalmente, enfatizan nuestra capacidad de “sobrevivir” a pesar de las circunstancias difíciles, o de cómo podremos sobrevivir en el futuro. Cuando amamos, sabemos que es necesario ir más allá de la supervivencia. Es preciso crear condiciones para vivir plenamente. Y para vivir plenamente las mujeres negras no pueden negar por más tiempo su necesidad de conocer el amor.

Para conocer el amor, primero necesitamos aprender a responder a nuestras necesidades emocionales. Eso puede significar un nuevo aprendizaje, pues fuimos condicionadas a pensar que esas necesidades no eran tan importantes. Por ejemplo, en su libro El Hábito de la Supervivencia: Estrategias de Vida de las Mujeres Negras, Keshno Scott narra una experiencia importante que la enseñó a sobrevivir:

Cuando tenía trece años, me quedé parada delante de la puerta de la sala. Mis ropas estaban mojadas. Mis cabellos chorreando. Estaba llorando, agitada, necesitando los brazos de mi madre. Ella me miró de arriba abajo, lentamente, se levantó del sofá y caminó hacia mi con el cuerpo cargado de críticas. Quieta, con las manos en la cintura, su sombra sobre mi rostro, me preguntó sin conseguir esconder la rabia: “¿Qué ha pasado?” Vacilé sorprendida por su rabia y respondí: “Colocaron mi cabeza en la PRIVADA: VER. Dijeron que no podía nadar con ellas”. “Ellas” eran ocho niñas blancas de la escuela. Intenté abrazarla, pero ella se apartó bruscamente diciendo: “¡Qué infierno! Coge tu abrigo y vámonos”.

En aquel momento, Keshno estaba aprendiendo que sus necesidades emocionales no eran importantes. A continuación, escribe: “Mi madre me enseñó una valiosa lección aquel día. Aprendí que debía luchar contra la discriminación racial y sexual”. Está claro que esa es una lección importante para las mujeres negras. Pero Keshno estaba aprendiendo también una lección dolorosa: a sentir que no merecía ser consolada tras una experiencia traumática, que ni siquiera debería esperar serlo, que sus necesidades individuales no eran tan importantes como la lucha de resistencia colectiva contra el racismo y el sexismo. Imaginen lo diferente que sería esa historia si, al entrar en la sala tan afectada, Keshno hubiese recibido consuelo de su madre si ésta primero la hubiese ayudado a peinarse y arreglarse y después le hubiese explicado la necesidad de confrontar (quizá no aquel momento, si Keshno no estaba preparada emocionalmente para el enfrentamiento) a las alumnas blancas que la atacaron. Así, Keshno habría aprendido, a los trece años, que su salud emocional era tan importante como el movimiento contra el racismo y el sexismo; que, en realidad, esas dos experiencias estaban relacionadas.

Muchas de nosotras, mujeres negras, aprendimos a negar nuestras necesidades más íntimas a la vez que desarrollábamos nuestra capacidad de afrontar la vida pública. Por eso con mucha frecuencia tenemos éxito en el trabajo pero no en la vida privada. ¿Entienden lo que quiero decir? Cuando vemos una mujer negra segura de si, de su trabajo, es muy probable que si vamos a visitarla sin avisar, con excepción del salón, el resto de la casa va a estar desordenada, como si hubiese pasado un huracán. Creo que ese caos representa un reflejo de su interior, de la falta de cuidado consigo misma. Desde el momento en que creamos, a ser posible desde la infancia, que nuestra salud emocional es importante, podremos satisfacer el resto de nuestras necesidades. Muchas veces confundimos el reconocimiento de nuestras emociones con el deseo de mantenerlas controladas. Cuando ignoramos nuestras necesidades reales, la tendencia es a fragilizarnos, a volvernos vulnerables y emocionalmente inestables. Las mujeres negras se esfuerzan mucho por esconder esa situación.

Volviendo a la madre de Keshno, es probable que el dolor de su hija le haya traído recuerdos de sus propias heridas, nunca reveladas. ¿Quizá asumió esa actitud crítica, dura, incluso cruel, para no exponerse, llorar, y dejar de ser “una mujer negra fuerte”? Sin embargo, si hubiese llorado, su hija habría sabido que se identificaba con aquel dolor, que podía hablar del asunto, que no necesitaba guardar el dolor. Esa actitud representa lo que muchas de nosotras presenciamos en circunstancias similares: ella mantenía el control. Hasta su postura física reflejaba que mantenía el dominio de la situación. Está claro que, como mujer negra, esa madre pretendía que su presencia fuese más fuerte que la de las niñas blancas.

Un modelo de madre que sabe como apoyar a su hija en una situación de sufrimiento aparece en la novela Sassafrass, Ciprés e Índigo, de Notazake Shange. Ese libro retrata mujeres negras fortalecidas por el amor de su madre. Incluso cuando no está de acuerdo con las opciones de sus hijas, esa madre las trata con respeto y les ofrece consuelo. Lo que sigue a continuación es un fragmento de una carta que ella escribió para Sassafrass, que atraviesa dificultades y quiere volver a casa. La carta comienza así: ¡Claro que puedes volver a casa! Pase lo que pase, nunca te voy a dejar de amar. Primero le demuestra su amor, después la aconseja, y por último vuelve a expresar su amor:

Tu y Ciprés me volvéis loca con vuestro estilo de vida alternativo. Necesitáis dejar de nadar a contracorriente. Vuelve a casa y resolvamos esta situación. Tendrás muchas opciones y nadie te va a molestar o engañar. No hay nada como un día después de otro. Te levantas. Comes, vas a trabajar, vuelves a casa, comes otra vez, descansas y te vas a dormir. Nuestra situación mejoró. Continúo preguntándome dónde erré. Pero en el fondo siento que no estoy equivocada. Tengo razón. El mundo está patas arriba y está intentando enloquecer a mis hijas. Ya basta. Te quiero mucho. Te estás haciendo una mujer madura y yo sé lo que eso significa. Vuelve a casa. Sé que vas a descubrir algo más sobre ti. Con amor, mama.

Amando aquello que vemos

El arte y la práctica de amar comienzan con nuestra capacidad de conocernos y afirmarnos. Es por eso que tantos libros de auto-ayuda nos dicen que debemos mirarnos a un espejo y hablar con nuestra imagen. Me he dado cuenta de que a veces no amo la imagen que allí se refleja. La inspecciono. Desde que me levanto y me veo en el espejo, me comienzo a analizar, no con la intención de afirmarme, sino de criticarme.

Eso era común en mi casa. Cuando mis cinco hermanas y yo bajábamos las escaleras en dirección hacia el territorio ocupado por mi padre, mi madre y mis hermanos entrábamos en el mundo de la “crítica”. Todo era observado y todo estaba equivocado en nosotras. Raramente nos elogiaban.

Cuando sustituyo la crítica negativa por el reconocimiento positivo, me siento más fuerte para comenzar el día. La afirmación es el primer paso para cultivar nuestro amor interior. Uso la expresión “amor interior” y no “amor propio” porque la palabra “propio” por lo general se usa para definir nuestra posición en relación a los otros. En una sociedad racista y machista, la mujer negra no aprende a reconocer que su vida interior es importante. La mujer negra descolonizada necesita definir sus experiencias de forma que otros entiendan la importancia de su vida interior. Si pasásemos a observar nuestra vida interior, encontraríamos un mundo de emociones y sentimientos. Y si nos permitiésemos sentir, afirmaríamos nuestro derecho de amar interiormente. A partir del momento en que conozco mis sentimientos, puedo también conocer y definir aquellas necesidades que sólo alcanzaré en comunión o en contacto con otras personas.

¿Dónde está el amor, cuando una mujer negra se mira y dice: Veo una persona fea, oscura, demasiado gorda, demasiado miedosa –que no merece ser amada, porque ni a mi me gusta lo que veo. O, tal vez: Veo una persona herida, que es puro dolor, y no quiero ni mirarla porque no sé que hacer con ese dolor. Ahí el amor está ausente. Para que esté presente es necesario que esa mujer se decida a mirarse internamente, sin culpa ni censura. Y al describir lo que ve, tal vez se de cuenta de que su interior merece o necesita amor.

Nunca oí a una mujer negra decir en un grupo de apoyo que no necesitaba amor. Ella puede incluso querer esconder esa necesidad, pero no es necesario mucho tiempo de análisis para que lo reconozca. Si preguntamos directamente a una mujer negra si necesita amor, la respuesta probablemente será positiva. Para amarnos interiormente, necesitamos, antes que ninguna otra cosa, prestar atención, reconocer y aceptar esa necesidad. Si creemos que no seremos castigadas por reconocer quienes somos o qué sentimos, podremos entender mejor nuestras dificultades. Normalmente me entrevisto a mi misma y creo que otras mujeres deben hacer lo mismo. A veces es difícil entrar en contacto con mis sentimientos, pero cuando me hago una pregunta, generalmente encuentro la respuesta.

Algunas veces nos miramos y vemos tanta confusión, tanto dolor, que no sabemos qué hacer. Entonces necesitamos buscar ayuda. A veces llamo a mis amigos y les digo: “No soy capaz de entender lo que siento y no sé qué hacer. ¿Me podéis ayudar?” Muchas mujeres negras no se atreven a pedir ayuda, pues eso significaría una señal de debilidad. Necesitamos liberarnos de ese condicionamiento. Tener capacidad de pedir ayuda significa que tenemos poder. Cada vez que buscamos ayuda nuestro poder, en vez de disminuir, aumenta. Experiméntalo. Por lo general, buscamos ayuda en momentos de crisis. Pero podemos evitar la crisis si reconocemos nuestra dificultad para relacionarnos con una determinada situación. Para las mujeres negras acostumbradas a mantener el control de las situaciones, pedir ayuda puede significar la práctica del amor, de la confianza, reconocer que no tenemos que resolver todo solas. La práctica de amarnos interiormente nos revela que nuestro espíritu necesita, además de ayudarnos, entender mejor las necesidades de las otras personas.

Las mujeres negras que escogen (y aquí enfatizo la palabra “escogen”) practicar el arte y el acto de amar, deben dedicar tiempo y energía a expresar su amor hacia otras personas negras, conocidas o no. En una sociedad racista, capitalista y patriarcal, los negros no reciben mucho amor. Y es importante para quienes estamos pasando por un proceso de descolonización darnos cuenta de cómo otras personas negras responden al sentir nuestro cariño y amor. El otro día mi amiga T. me contó que visita a menudo y conversa con un señor mayor que trabaja en una tienda cerca de su casa. Y que él, recientemente, le expresó su gratitud por el cariño que recibe de ella. Años atrás, cuando ella pasaba por un proceso de autodestrucción, no tenía “ganas” de demostrar su cariño. Hoy ella le transmite a él el mismo cariño que espera recibir de otras personas.

Cuando yo era una niña algunas mujeres negras me amaron de una forma “incondicional”. Así, aprendí que el amor no necesita ser conquistado. Ellas me enseñaron que yo merecía ser amada; su cariño nutrió mi crecimiento espiritual.

Muchos negros, y especialmente las mujeres negras, se acostumbraron a no ser amados y a protegerse del dolor que eso causa actuando como si solamente las personas blancas u otros ingenuos pudiesen recibir amor. Una vez les dije a un grupo de mujeres negras que me gustaría vivir en un mundo donde existiese amor, donde pudiese amar y ser amada. Ahora, ellas se ríen de mi cada vez que nos encontramos. Para que ese mundo pueda existir es preciso acabar con el racismo y todas las formas de dominación. Si elijo dedicar mi vida a la lucha contra la opresión, estoy contribuyendo a transformar el mundo en el lugar en el que me gustaría vivir.

El amor cura

A través del Poema de Mujer, de Nikki Giovanni me di cuenta del proceso de autodestrucción que viven las mujeres negras. Publicado en el libro La Mujer Negra, editado por Toni Cade Bambara, el poema termina así: mira a aquella que vivió toda su vida marcada por la infelicidad porque es la única verdad que conozco. En ese poema, Giovanni sugiere que las mujeres negras fueron socializadas para cuidar de los otros e ignorar sus necesidades, y muestra cómo la autodestrucción nos hace abandonar a quienes nos quieren. La mujer negra se dice a sí misma: Como te atreves a quererme, y eso no tiene sentido porque yo soy una mierda, es que debes ser peor que yo. Ese poema fue escrito en 1968. Algunas décadas después, las mujeres negras continúan luchando por reconocer su dolor y encontrar formas de curarlo. Aprender a amar es una forma de sanación.

La idea de que el amor significa nuestra expansión porque nutre tanto nuestro propio crecimiento espiritual como el de otras personas, me ayuda a crecer y a afirma que el amor es acción. Esa definición es importante para los negros porque no enfatiza sólo el aspecto material de nuestro bienestar. Es necesario atender nuestras necesidades emocionales a la vez que nuestras necesidades materiales,. Me gusta mucho aquel pasaje de la Biblia, en los Proverbios, que dice: Una comida de hierbas, cuando existe amor, es mejor que una bandeja de plata llena de odio.

Cuando nosotras, mujeres negras, experimentamos la fuerza transformadora del amor en nuestras vidas, asumimos actitudes capaces de alterar completamente las estructuras sociales existentes. Así podremos acumular fuerzas para enfrentarnos al genocidio que mata diariamente a tantos hombres, mujeres y niños negros. Cuando conocemos el amor, cuando amamos, es posible mirar el pasado con otros ojos; es posible transformar el presente y soñar el futuro. Ese es el poder del amor. El amor cura.